CAPÍTULO 1


Introducción

GUARDA EL DEPÓSITO QUE TE HA SIDO CONFIADO

La primera carta a Timoteo forma, junto con la segunda y con la carta a Tito, el grupo de las cartas pastorales. Todas son muy semejantes entre sí por la forma y por el contenido. Las tres van dirigidas a individuos particulares y son al mismo tiempo escritos oficiales destinados a las comunidades que Timoteo y Tito gobiernan como pastores. Las tres tratan de las obligaciones del cargo de pastor y se ajustan a un esquema semejante. Las tres presuponen una misma situación histórica y forman, por su estilo, su vocabulario y su tono, una unidad.

Estas cartas pastorales proceden del último periodo de la vida del apóstol Pablo. Después de la liberación de la primera cautividad romana, en el año 63, el Apóstol hizo probablemente un viaje a España (*), del que no poseemos noticias ciertas. Luego se dirigió de nuevo al Asia Menor y a Grecia, visitó Éfeso y dejó allí a Timoteo, su colaborador, como representante suyo (1,3, 4,14) (**).

Timoteo, hijo de padre pagano y cuya madre era una piadosa cristiana de origen judío, de nombre Eunice (Act 16,1; 2Tim 1,5), y natural de Listra, en Licaonia, fue convertido por Pablo probablemente en su primer viaje misionero (Act 14,6; lTim 1,2); en su segundo viaje misionero a Listra, Pablo le convenció, cuando aún era joven (4,12), para que le acompañase en su misión (Act 16,1-3). Desde entonces acompañó casi continuamente al Apóstol. En el segundo viaje misionero, el Apóstol de los gentiles lo envió de Atenas a Tesalónica con una misión importante (lTes 3,2-6); en el tercero, lo envió de Éfeso a Corinto con un encargo difícil (1 Cor 4,17; 16,10s; Act 19,22). Permaneció con Pablo en el viaje de regreso de Corinto a Jerusalén (Act 20,4) y durante su primera cautividad en Roma, en los años 61-63 (Flp 1,1; 2,19; Col 1,1; Flm 1). En seis cartas se le nombra como remitente y como colaborador del Apóstol (1 Tes; 2Tes; 2Cor; Col; Flm; Flp). En la primera carta a Timoteo, que Pablo escribió hacia el año 65, poco después de su partida de Éfeso y durante una breve estancia en Macedonia, recuerda a su representante lo que debe hacer en Éfeso: luchar contra los falsos maestros dentro de la comunidad y velar por la organización y por la vida de la Iglesia que se le ha encomendado.

1. El mismo Pablo se había dedicado al trabajo misionero en Éfeso durante tres años, desde el 54 al 57 (Act 19); ahora ha dejado a Timoteo en Efeso como representante suyo (1,2), con el encargo de oponerse a los falsos maestros que amenazaban seriamente la vida de la comunidad (1,18-20; 6,11-16). De lo que se nos dice en la carta no es posible obtener una imagen clara de estos falsos maestros. Son miembros de la comunidad cristiana (1,4; 6,4); por tanto, no se han separado totalmente de ella. Proceden del judaísmo, ya que se ocupan de fábulas judías y de genealogías (1,4; 4,7). Pretenden orgullosamente ser doctores de la ley (1,7), a pesar de que no conocen el significado de la ley. Se glorían de su agudeza al interpretar la Escritura y de su estricto legalismo (cf. Tit 1,14). Establecen severas exigencias ascéticas, extrañas al judaísmo, como la prohibición del matrimonio (4,3). Exigen además abstenerse de determinados alimentos (4,3). Todos estos rasgos muestran que se trata de una forma de falsa doctrina judaizante, que ya nos es conocida por Col 2,16-18. La razón más profunda de que estos hombres se separen de la comunidad y deserten de ella es que han abandonado «las saludables palabras» de Jesucristo y «la doctrina conforme con la piedad» (6,3). Esta desviación no se debe, como los falsos maestros pretextan, a una comprensión más clara de las verdades reveladas, sino a orgullo y presunción (6,4). Esta actitud desviada destruye el amor en la comunidad, desgarra la hermandad de los cristianos (6,4s). Con palabras especialmente duras fustiga el Apóstol la ambición de los falsos maestros, que de la religión hacen un negocio (6,5). Contra los falsos maestros muestra Pablo el objetivo de toda predicación cristiana: la caridad (1,5), y describe cuál es, según la doctrina del Evangelio, el cometido de la ley del Antiguo Testamento (1,8-11). A la ambición de los falsos maestros contrapone la sobriedad de los cristianos (6,7s) y señala los peligros que amenazan a todo aquel que corre tras las riquezas (6,9). Como los falsos maestros representan un gran peligro en el seno de la comunidad de Efeso, Pablo ha arrojado ya de la comunidad, con su autoridad, a dos hombres: Himeneo y Alejandro (1,20). Pero el surgir de estos falsos maestros, a pesar de lo peligrosos que son para la comunidad, no debe sorprender ni a Timoteo ni a la comunidad, pues el Espíritu de Dios lo ha predicho ya (4,1); también estos acontecimientos forman parte del plan salvador de Dios. Los falsos maestros no son más que instrumentos de Satán (4,1); se caracterizan por una piedad hipócrita (4,2) y llevan en su conciencia el estigma del pecado (4,2). Sus severas exigencias ascéticas en lo relativo a la abstención del matrimonio y de determinados alimentos van contra el orden instituido por Dios en la creación (4,3s). Sus doctrinas no son más que «fábulas profanas, propias de viejas», a las que Timoteo debe oponerse decididamente, sin enredarse en discusiones con ellos (4,7; 6,20). En vez de correr tras los bienes y el dinero, Timoteo debe perseguir las virtudes que regulan su relación con Dios y con los hombres (6,11) y luchar en el buen combate de la fe (6,12). Conjurándole solemnemente, el Apóstol le exige guardar la fe cristiana, viviendo una vida auténticamente cristiana, hasta el advenimiento de Jesucristo para el juicio final (6,13s). Brevemente resume Pablo al final de la carta lo que quiere de Timoteo: debe guardar fielmente la doctrina cristiana de la fe, que le ha sido confiada, y oponerse enérgicamente a los falsos maestros (6,20).

2. Otra tarea de Timoteo en Éfeso es la de seguir organizando la comunidad. La comunidad tiene ya tras sí los primeros años de su existencia; la división de ministros en «obispos» y diáconos está ya consagrada. Pablo establece en esta carta Ios requisitos que Timoteo debe pedir y observar al constituir «obispos» (3,1-7) y diáconos (3,8-13). Estas normas, según deseo del Apóstol, no deben aplicarse sólo en Éfeso, sino en toda la Iglesia del Asia Menor, que forma parte de la Iglesia total, «columna y fundamento de la verdad» (3,15). En la gloria del «misterio de la piedad» confiado a la Iglesia (3,16) se encuentra la razón de las exigencias que Pablo impone a los ministros. En un magnifico himno cristológico explica el Apóstol este «misterio de la piedad» (3,14-16). Pablo da también instrucciones a su representante sobre los requisitos necesarios para otro cargo: el de viuda (5,9-16). Estas mujeres, que deben dedicarse, sobre todo, a tareas de caridad dentro de la comunidad cristiana, deben ser personas maduras, realmente probadas en la vida cristiana (5,9s). El Apóstol no quiere que se admitan viudas jóvenes a este cargo (5,11). Los peligros que se derivaban del trabajo de las viudas al servicio de la comunidad motivaron esta actitud de Pablo (5,11-13). Se añade a esto su triste experiencia de que algunas viudas jóvenes son ya presa de Satán (5,16). Su deseo es que estas viudas jóvenes se casen de nuevo y atiendan a sus obligaciones de madre (5,14).

3. Una tercera tarea de Timoteo es la de preocuparse por la vida cristiana de la comunidad de Efeso. Debe preocuparse de que la comunidad esté bien instruida. Frente a la predicación de los falsos maestros, que conduce a sutilezas, litigios y disputas, debe darse cuenta de que la instrucción cristiana tiene por objetivo la caridad, el amor auténtico y sólido, que procede de un corazón puro, de una conciencia sana y de una fe sincera (1,4s). El Apóstol tiene especial interés en que su representante se ocupe del culto (2,1-15). La oración de la comunidad cristiana debe incluir a todos los hombres, incluso a la autoridad civil (2,1-7). Sólo una oración que abarque a todos estará de acuerdo con la voluntad salvadora universal de Dios, que quiere salvar a todos los hombres (2,4). La oración de los cristianos debe brotar de un corazón puro, libre de ira y de doblez (2,8). Las mujeres cristianas no deben acudir a la oración con exceso de atavíos, sino adornadas con una vida temerosa de Dios y con buenas obras (2,9). Movido tal vez por inconvenientes surgidos en la comunidad, prohíbe el Apóstol que las mujeres intervengan públicamente en las reuniones de la comunidad y les señala sus deberes de madre, impuestos por Dios (2,12-15). La relación y la conducta de Timoteo con cada uno de los grupos y edades de los miembros de la comunidad debe estar determinada por la convicción de que la comunidad es una gran familia (5,1s).

Especialmente interesante y significativo es el hecho de que Pablo insista a su representante en que se preocupe de los más pobres de la comunidad, de las viudas (5,3-8) y de los esclavos (6,1s). Llama la atención la forma en que el Apóstol, como pastor experimentado de almas, separa los diversos grupos de viudas y se preocupa de que la ayuda caritativa y el apoyo de la comunidad se apliquen sólo a las viudas realmente necesitadas y desamparadas (5,3-5). Con gran insistencia señala la obligación seria que los cristianos tienen con sus padres y mayores (5,4-8).

Pablo conoce la pesada suerte de los numerosos esclavos que en las primeras comunidades cristianas «están sometidos al yugo» (6,1). Las instrucciones que da a su representante en Éfeso se refieren a los esclavos cristianos, ya pertenezcan a un señor pagano (6,1) o cristiano (6,2). Deben preocuparse siempre, con su vida cristiana y cumpliendo fielmente sus obligaciones, de que «no se desacredite el nombre de Dios y nuestra doctrina» (6,1).

Pero la comunidad cristiana de Éfeso, confiada a los cuidados pastorales de Timoteo, no está formada sólo por círculos socialmente débiles; hay también ricos en ella. Por eso es obligación de Timoteo advertir a esos cristianos ricos de los peligros de la riqueza (6,17-19). No deben poner su confianza en las posesiones y en las riquezas, sino en Dios que, en su bondad paterna, vela por todos (6,17). Deben utilizar sus riquezas para hacerse ricos en buenas obras y ser así «ricos ante Dios» (Lc 12,21).

Pablo da después importantes instrucciones a su representante en relación a los presbíteros que, como colegio, están al frente de la comunidad (5,17-25). Le encarga preocuparse de la paga de los presbíteros, que presiden la comunidad y «trabajan en la predicación y en la enseñanza» (5,17), y establece la obligación que la comunidad tiene de sostener a esos hombres (5,18). Intenta proteger su honra contra las acusaciones y sospechas infundadas (5,19). Da disposiciones sobre disciplina eclesiástica (5,20) y desea que a los presbíteros que falten se les someta a un juicio imparcial y justo (5,21): Con especial insistencia recuerda a Timoteo que la elección y consagración de un presbítero debe ser ocasión de reflexión y examen serio y maduro (5,22.24s), si no quiere hacerse culpable de pecados ajenos (5,22).

Cuanto más ejemplar es la vida del pastor, más floreciente es la vida de la comunidad. Por eso Timoteo, a pesar de su juventud (4,12), debe mostrarse en toda su vida como «buen servidor de Cristo Jesús», guiándose siempre por las «palabras de la fe» y por la «buena doctrina» (4,6-12). Dejando de lado las severas exigencias ascéticas de los falsos maestros, debe ejercitarse en la religión, a la que está prometida la vida eterna como don saludable (4,8). Debe preocuparse también de su salud, que es débil (5,23). Hasta la llegada de Pablo debe dedicarse «a la lectura, a la exhortación y a la enseñanza» (4,13). A1 ser constituido en su cargo, le ha sido dada una gracia especial para desempeñarlo, que no puede desperdiciar. Su fidelidad a la doctrina cristiana de fe y su vida ejemplar será lo que le conducirá, a él y a su comunidad, a la salvación (4,15s).
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Cf. Rom 15,23s.28; Carta de Clemente 5.5-7.
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No todos admiten esta cronología de las cartas pastorales de san Pablo. Otra interpretación las coloca unos veinte años más tarde y niega que Pablo las haya escrito personalmente. Quien quiera orientarse en estas cuestiones, que no podemos plantear aquí, puede leer A. WIKENHAUSER, Introducción al Nuevo Testamento, Herder, Barcelona 2 1966.
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ENCABEZAMIENTO 1/01-02

1. REMITENTE Y DESTINATARIO (1,1-2a).

1 Pablo, apóstol de Cristo Jesús por mandato de Dios, nuestro salvador, y de Cristo Jesús, nuestra esperanza, 2a a Timoteo, su verdadero hijo en la fe.

Aunque la carta está dirigida a Timoteo, colaborador y discípulo suyo durante años, Pablo insiste enérgicamente en su dignidad y en su cargo de apóstol. Es «apóstol», enviado plenipotenciario de Cristo Jesús, y lo es por mandato de Dios. ¿Por qué esta alusión a sus plenos poderes, a su misión? No se trata de una carta privada, dirigida sólo a Timoteo. Es un escrito oficial, una palabra del Apóstol, válida ante todo para Timoteo, pero también para toda la comunidad de Éfeso. Tras Timoteo está el Apóstol de los gentiles con toda su autoridad; tras Pablo están el mismo Cristo y Dios. Hay que comunicar algo a la comunidad de parte de Dios y por eso se les pide que presten gran atención.

Con esta carta, Pablo quiere robustecer la posición de su colaborador y actual representante en el seno de la comunidad; quiere darle el apoyo necesario en todos los problemas relativos a la lucha contra la falsa doctrina, a la organización y a la vida de la comunidad. Frente al mensaje de la carta es necesaria, además de la atención, la obediencia, pues este mensaje que Pablo nos comunica «proviene de Dios, nuestro Salvador», nuestro liberador. La salvación de los hombres, su redención, tiene su último fundamento en Dios. «Quiso él salvar a los creyentes mediante la predicación de la locura» (lCor,21). Si, por la redención, los cristianos han llegado a ser una «nueva creación» (2Cor 5,17), se lo deben a Dios, «que nos ha reconciliado consigo por medio de Cristo» (2Cor 5,18). «Por la gracia habéis sido salvados... y esto... es don de Dios» (E£ 2,8). Pablo escribe «por mandato... de Cristo Jesús, nuestra esperanza». Jesucristo es la esperanza de los cristianos para esta vida y sobre todo para la eternidad, porque llevó a cabo, en la cruz, la acción redentora y con ella ganó todas las gracias para los hombres. Su acción redentora es la causa y el fundamento de toda salvación para los hombres. Sin Cristo, los cristianos serían como los paganos, «que no tienen esperanza» (lTes 4,13).

El destinatario de la carta es Timoteo, «su verdadero hijo en la fe». Era hijo de padre pagano y su madre era una piadosa cristiana de origen judío. Fue convertido por Pablo a la verdadera fe en Listra, probablemente en el primer viaje misionero (Cf.Act 14,6; 16,1). Por eso le llama «hijo querido y fiel en el Señor» (lCor 4,17); tiene los mismos sentimientos que Pablo, su padre espiritual. En la carta a los filipenses le elogia así: «Pues no tengo otro que participe de mi disposición de alma, como para ocuparse con tanta sinceridad de vuestras cosas... Pero de él ya sabéis las pruebas que ha dado, ya que, como un hijo al lado de su padre, ha estado conmigo al servicio del Evangelio» (Flp 2,20-22). ¡Qué semejante tiene que haber llegado a ser el discípulo al maestro, cómo tiene que parecerse el hijo al padre, qué unido tiene que estar con él en fidelidad y amor, para que Pablo llegue a decir estas palabras magníficas de Timoteo!

2. SALUDO (1,2b).

2b Gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, nuestro Señor.

En vez de emplear el saludo griego («alegría») o judío («paz»), Pablo desea al destinatario gracia, misericordia y paz. Eleva el saludo ordinario, entonces usual, a un plano superior, cristiano, y desea lo que le parece más importante: «gracia», la benevolencia total, inagotable; «misericordia», tan necesaria al hombre pecador, y «paz», que podríamos calificar, mejor, como salvación. Fuente de estos dones sólo pueden ser Dios y Jesucristo, que como Hijo de Dios y Señor ensalzado es equiparado al Padre. Dios, como «Padre» nuestro, y Jesucristo, como «Señor» nuestro, garantizan que este saludo no será un deseo vano, sino eficaz, y que a Timoteo se le comunicará toda la plenitud de la benevolencia, de la misericordia y de la salvación.

Parte primera

LUCHA CONTRA LA FALSA DOCTRINA 1,3-20

En la mayor parte de las cartas del apóstol Pablo podemos distinguir dos partes: primero recuerda el Apóstol lo que Dios ha obrado, y muestra así la acción salvadora de Dios. Después, en una segunda parte, saca las consecuencias que esa acción salvadora tiene para la vida cristiana 5. La primera carta a Timoteo presenta otro esquema, más independiente. Da instrucciones para luchar contra el error y para resolver los problemas de organización y de vida de la comunidad, sin ajustarse a un esquema riguroso. Con esta carta, Pablo quiere animar a Timoteo a mostrarse decidido y firme en la lucha contra los falsos maestros que surgen en Éfeso y robustecer su posición como representante del Apóstol y responsable de la comunidad, apoyándole con la fuerza de su palabra apostólica. Por eso traza en la primera parte de la carta una caracterización de los falsos maestros, que propagan una serie de fábulas judías y que pretenden ser doctores de la ley (1,3-7). Pero estos hombres tienen una concepción totalmente falsa de la ley, como enseña el Evangelio (1,8-11). La alusión al Evangelio que le ha sido confiado lleva a Pablo a dar gracias por haber sido elegido para proclamar la buena nueva (1,12-17). A continuación insta de nuevo a Timoteo a luchar contra la falsificación de la buena nueva, que los falsos maestros intentan hacer (1,18-20).
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5. Cf. ITes; 2Tes; Gá; Rom; Col; Ef.
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1. CARACTERES DE LOS FALSOS MAESTROS (1/03-07).

3 Cuando estaba a punto de partir para Macedonia, te rogué encarecidamente que te quedaras en Éfeso. Así podrías exhortar a ciertas personas a que no enseñaran doctrinas extrañas...

Pablo, después de la primera cautividad romana (61-63), en un viaje misionero del que no conservamos ninguna noticia, había dejado a Timoteo en Éfeso como representante suyo y responsable de la comunidad cristiana allí establecida, y había proseguido su viaje hacia Macedonia. Él mismo se había dedicado personalmente al trabajo misionero en Éfeso durante tres años, desde el 54 al 57 (Act 19) y luego, al despedirse de los ancianos de la comunidad de Éfeso, en Mileto, antes de salir hacia Jerusalén, les había insistido en que vigilaran (Act 20,31). En esa ocasión les había predicho ya que después de su partida surgirían en medio de ellos «hombres que enseñarán cosas perversas para arrastrar a los discípulos en pos de sí» (Act 20,30). Al partir había exhortado a Timoteo a actuar con decisión contra «ciertas personas», los falsos maestros. Le escribe esta carta para recordárselo y para que cuente con un escrito apostólico oficial que le acredite ante la comunidad.

Pablo ya no puede estar presente en todos sus antiguos puestos de misión; ya no puede velar personalmente por las comunidades cristianas. Por eso deja como representantes suyos a sus discípulos y colaboradores y los hace responsables de las comunidades (*). Timoteo es aún imprescindible en Éfeso y por eso no puede seguir viaje en compañía de Pablo. Ha sucedido lo que el Apóstol les había predicho a los ancianos en Mileto, al despedirse de ellos. En la comunidad han surgido ciertos señores que hablan «cosas perversas». Estos falsos maestros constituyen una seria amenaza, porque, aunque es cierto que siguen perteneciendo aún a la comunidad cristiana, han entrado por los senderos del error; representan un gran peligro para toda la comunidad. Ha crecido la cizaña que el enemigo sembró entre el trigo. En el curso de la historia de la Iglesia se repetirá continuamente lo que el Señor había dicho un día a sus discípulos en la parábola de la cizaña sembrada entre el trigo (Mt 13,24-30). El Señor ha sembrado la buena semilla en el campo, después llegará el enemigo y sembrará la cizaña entre el trigo. Cuando la semilla crezca y eche fruto, aparecerá también la cizaña.
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Cf. la situación semejante de Tito en Creta: Tit 1,5.
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4 ...ni se preocuparan de fábulas y genealogías interminables, que sólo suscitan especulaciones, en vez de fomentar los designios de Dios, fundados en la fe.

¿Qué doctrinas han enseñado en Éfeso estos falsos maestros? Pablo no las describe a fondo. Dice sólo que se preocupan de «fábulas y genealogías interminables». Alude a fábulas rabínicas que carecen de verdad y de fundamento real. Se trata, con toda probabilidad, de narraciones fantásticas y de especulaciones sobre genealogías del Antiguo Testamento, que, con sus series de estirpes inmensamente largas, dan impresión de profundidad. Estas falsas doctrinas muestran así su origen judío (*), pero dejan ver también huellas de un error posterior muy peligroso: el gnosticismo (**). Más importante que la descripción exacta de este error, que Timoteo ya conoce, son para el Apóstol las consecuencias que aparecen en la comunidad. Los falsos maestros suscitan especulaciones, discordias y disputas por cosas sin importancia, en vez de presentar el plan salvífico de Dios, fundado en la fe verdadera y no mixtificada. Toda doctrina que se oponga a la doctrina revelada, tal como la Iglesia la enuncia por su magisterio, conducirá siempre a estas desastrosas consecuencias y destruirá en la comunidad, de una forma o de otra, el amor y la paz. Una doctrina opuesta a la doctrina revelada no puede contribuir al plan salvífico de Dios, que se funda en la fe; no logra su objetivo.
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* Cf. Tit 1,10.14s; 3,9.
** Cf 1Tm 4,3; 6,20; 2Tm 2,18; Tt 1,6
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5 El fin de la exhortación es la caridad, que procede de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera, 6 de las que, por haberse desviado, algunos se han perdido en vana palabrería.

Frente a estos falsos maestros muestra Pablo cuál ha de ser el objetivo de la exhortación auténtica y de la predicación: la caridad, el amor a Dios y a los demás hombres. Mas, para que este amor sea auténtico y verdadero, son necesarias tres cosas: debe brotar de un corazón «puro», íntegro, libre de todo egoísmo y de toda pasión mala; de una «buena conciencia», que se sabe ligada a Dios en todas sus acciones y deseos, y de una «fe sincera», libre de hipocresía, fundada en una convicción auténtica, y no en una exhibición brillante de especulaciones teológicas, como hacen los falsos maestros. Los falsos maestros no han tenido en cuenta este objetivo de la exhortación y de la predicación auténticas. Han descuidado los tres requisitos necesarios para que haya auténtica caridad cristiana. Por eso su exhortación se ha convertido en una «vana palabrería». Dicen muchas palabras, pero pasan por encima del núcleo del mensaje cristiano, sin tocarlo. Todas sus consideraciones prolijas, que parecen tan profundas, semejan «una campana que toca o un címbalo que resuena» (ICor 13,1). Su predicación es charlatanería inútil. Es duro el juicio que el Apóstol emite sobre la predicación de los falsos maestros. Si en la comunidad cristiana la exhortación no va dirigida a su objetivo propio y último, el amor verdadero y auténtico, se convierte siempre en una maraña de palabras hueras.

7 Pretenden ser doctores de la ley, siendo así que no comprenden ni lo que dicen ni aquello sobre lo que dogmatizan.

El Apóstol hace aún otro reproche a estos falsos maestros. Alegan la orgullosa pretensión de ser «doctores de la ley», pero no conocen con claridad qué significa la ley. Se atribuyen un conocimiento que no poseen de la ley del Antiguo Testamento y de su significación para la comunidad de los salvados del Nuevo Testamento. Pretenden gloriarse de la agudeza de sus interpretaciones de la Escritura, de su rígido legalismo y de las severas exigencias ascéticas que imponen a la comunidad (4,3). Tal actitud, que pone la mera ciencia humana en lugar de la fe y la prestación legal en lugar del amor, muestra que estos falsos maestros no han entendido el Evangelio ni el Antiguo Testamento. La predicación de los falsos maestros, según el juicio del Apóstol, no es sino «vana palabrería». Por eso el Apóstol no tiene más remedio que exponer, frente a esta concepción falsa, el verdadero papel y la verdadera función de la ley antigua.


2. LA LEY SEGÚN EL EVANGELIO (1/08-11).

En cartas anteriores, Pablo había tratado ampliamente de la relación que existe entre la ley del Antiguo Testamento y la caridad cristiana, por ejemplo en la carta a los Gálatas, de carácter combativo, y, con mayor amplitud y serenidad, en la carta a los Romanos: Sin discrepar un ápice de lo que dice en esos escritos, expone ahora, en breves rasgos, cuál es la auténtica posición cristiana frente a la ley del Antiguo Testamento.

8 Ya sabemos que la ley es una cosa excelente, si realmente se hace de ella el uso que como tal ley le corresponde: 9 o sea, teniendo en cuenta que la ley no está ahí para el hombre honrado, sino para prevaricadores y rebeldes, para impíos y pecadores, para profanadores y sacrílegos, para parricidas y matricidas, para homicidas, 10 para adúlteros, para sodomitas, para traficantes de seres humanos, para embusteros, para perjuros y para cualquier otra cosa que se oponga a la sana doctrina...

Pablo, que se considera un cristiano más, empieza diciendo que la ley es una cosa excelente. ¿Por qué? Porque procede de Dios, el Señor 9, y tiene un fin que cumplir, querido por Dios: preparar el orden cristiano de salvación. Es «el ayo que nos ha conducido a Cristo» (Gál 3,24). Pero con Cristo ha llegado el «fin de la ley» (Rom 10,4). Ahora la ley es buena sólo si se usa como tal ley, si se aplica según el sentido que tiene, sin ir más allá de su objetivo, si se entiende en el espíritu del Evangelio 10.

Por eso, para los justos, para los que han sido llamados del pecado por la gracia de Dios y separados así del «mundo» pecador, para los hombres llamados por Dios y llenos con nueva vida en Cristo, ya no hay ninguna ley que irrumpa desde fuera. Quien ha sido liberado por Cristo del pecado está libre de la ley; vive por la fe y no por la ley 11. El contenido auténtico de la ley ha pasado a ser posesión interna del cristiano y conforma toda su vida y su personalidad. Para el cristiano, la ley ha perdido su carácter de sancionadora.

Como elemento conductor, como ley que dirige al hombre desde fuera, vale sólo para aquellos hombres que han incurrido en el pecado, para los «prevaricadores», como los llama Pablo en el catálogo de vicios 12 que pone a continuación. A la doctrina del Evangelio, a la que se oponen todos estos vicios, la llama «sana doctrina». Es la expresión plena de la salud espiritual y moral y produce una vida sana, moralmente pura. Por eso lo que se opone a la doctrina de la buena nueva no es cosa sana, contiene gérmenes del mal y conduce a la inmoralidad. Para aquellos hombres que se dejan guiar por esa doctrina caduca, sigue siendo válida la ley.

Con esta concepción de la ley veterotestamentaria supera el Apóstol la posición de obediencia a la ley de la antigua alianza y llega a la idea de libertad cristiana. En la libertad de los hijos de Dios está superado todo legalismo que irrumpa desde fuera. Como redimidos, los cristianos están conformados por la gracia de Cristo y deben dar forma a su vida a partir de este nuevo principio de vida.

¡Cuán grande es la dignidad del hombre cristiano que predica el Apóstol! El cristiano, que sigue la sana doctrina de la buena nueva y que ha sido justificado por Cristo, se deja guiar en su vida por el amor que Dios le ha dado y que habita en él, que se ha convertido ahora para él en la única ley.
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9. Cf. Rom 7,12.14.16; 2Tim 3,15-17.
10. Cf. 2Cor 3,14-16.
11. Cf. Gál 3,11; 5,18; Rom 1,17; 10,4.
12. Catálogos semejantes de vicios en Rom 1,29-31; 13,13; Ciro 5,10s; 6,9s; 2Cor 12,20; Gál 5,19-21; Ef 4,31; 5,3s; Col 3,5-8; 2Tim 3,2-5.
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11...Según la buena nueva de gloria del Dios bienaventurado, que me ha sido encomendada.

La proclamación de esta libertad de la ley antigua es el contenido y la enseñanza del evangelio encomendado al Apóstol. Este Evangelio revela la gloria final de Dios que, en su eternidad y continuidad, posee la suma bienaventuranza. Con justificado orgullo e insistencia añade Pablo que fue precisamente a él a quien Dios eligió para proclamar esa buena nueva y a quien le fue encomendada. En la misma medida en que es consciente de su indignidad ante Dios, sabe que ha sido elegido por Dios. Lleno de agradecimiento a Dios contempla las maravillas que la gracia de Dios ha hecho en él y por él: «Por la gracia de Dios soy lo que soy» (1Co 15,10).

3. ACCIÓN DE GRACIAS POR HABER SIDO ELEGIDO PARA PREDICAR LA BUENA NUEVA (1/12-17).

12 Doy gracias al que me ha capacitado, Cristo Jesús nuestro Señor: él me ha creído fiel y me ha encomendado este servicio...

Pablo se ha referido al encargo recibido de predicar la buena nueva y a su consiguiente autoridad apostólica frente a los falsos maestros. Este hecho le trae a la mente el día de gracia, de Damasco. Haber sido elegido como Apóstol lo debe, en último término, a la bondad misericordiosa de su Señor, Jesucristo. No puede concebirlo; le parece un milagro que el Señor le haya llamado a su servicio, que le haya considerado fiel para esa tarea y se la haya confiado. En la primera carta a los Corintios dice que en los «servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios», lo que se busca es que «sean fieles» (lCor 4,2). A él Cristo le ha hecho capaz de esta fidelidad y de merecer esa confianza. Pablo da gracias por este amor misericordioso e incomprensible de su Señor. Su corazón está totalmente lleno de agradecimiento y no cesa de instar a los cristianos a dar gracias. Los cristianos se distinguen de los paganos en que dan gracias siempre y en todas partes, para que surja «una abundante acción de gracias para la gloria de Dios» (2Cor 4,15).

13...a mí, que antes había sido blasfemo, perseguidor y ultrajador; pero fui tratado con misericordia, porque actué con ignorancia cuando aún no tenía fe.

Para describir esta maravilla de la misericordia de Dios, expone con toda crudeza el contraste entre su vida pasada y su vida actual, entre los dos grandes períodos de su vida: el período anterior a la hora de Damasco y el período posterior a aquella hora. En su vida anterior era un «blasfemo», que injuriaba el nombre de Cristo y toda su obra, que perseguía a la Iglesia con odio y con encarnizamiento. Él mismo describe su odio contra los cristianos en su discurso ante Agripa: «A muchos de los santos yo encerré en la cárcel... y cuando se les daba muerte, yo daba mi voto contra ellos; por todas las sinagogas, muchas veces a fuerza de castigos, los obligaba a blasfemar y, enfurecido hasta el extremo, los perseguía incluso en las ciudades extranjeras» (Act 26,10s). Y reconoce también: «Perseguía a la Iglesia de Dios con encarnizamiento, y pretendía destruirla» (Gál 1,13). Pablo no cesa 13 de recordar su antiguo odio contra Cristo, contra su doctrina y sus discípulos. ¿Cómo pudo Dios, a pesar de esto, elegirlo para apóstol suyo? Sólo ve una explicación para este milagro de la gracia: fui tratado con misericordia. Fue tratado por Dios con un amor misericordioso, incomprensible, del que él, «blasfemo, perseguidor y ultrajador», no era digno. El hecho de que Pablo obrara «con ignorancia, cuando aún no tenía fe» , sin entender absolutamente el misterio de Cristo, no cambia en nada su culpa, pero explica cómo fue posible la misericordia de Dios. Le alcanzó aquel amor incomprensible, perdonador y misericordioso del Señor, que dijo en la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).
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13. Cf. Act 22,4; ICor 15,9; Flp 3,6.
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14 La gracia de nuestro Señor sobreabundó, con la fe y con la caridad que hay en Cristo Jesús.

Cuando Pablo vuelve su mirada hacia su vida anterior a la hora de Damasco, sólo puede dar gracias, dar gracias continuamente por la misericordia incomprensible con que fue tratado. La riqueza de la gracia y de la misericordia de Dios «sobreabundó» en él. Pero la benevolencia de Dios fue aún más lejos: juntamente con esa misericordia le fue dada aquella fe y aquella caridad que tienen su fundamento y su centro en Jesucristo. Desde su conversión posee una vida nueva, la vida en comunión con Cristo. Esta comunión le da fuerza para creer en su Señor y amar a los hermanos. Así, la misericordia inconcebible e incomprensible de Dios continúa actuando siempre en él.

15 He aquí una sentencia veraz y digna de toda aceptación: Cristo Jesús vino al mundo para salvar pecadores, el primero de los cuales soy yo.

Pablo vuelve sobre lo dicho y lo resume introduciéndolo con una fórmula que era usual en los escritos judíos (*). Probablemente elige para esto un modelo de profesión de fe conocido por los cristianos y usual entre ellos: «Cristo Jesús vino al mundo para salvar pecadores.» Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, el que desde la eternidad estaba, como Hijo, junto al Padre, vino a este mundo cuando llegó la fecha señalada. El fin de su encarnación es la salvación de los pecadores, la redención de los hombres que, por el pecado, estaban separados de Dios y perdidos, y habían incurrido en la ira de Dios. Jesús había dicho a Zaqueo, el recaudador: «El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10).

Pablo, en su conversión, ha experimentado en sí mismo cuál es el fin de la encarnación de Jesucristo: la salvación de los pecadores. Su conversión, su vocación y su elección son un caso particular de la obra redentora realizada por Jesucristo en favor de los pecadores. Estaba en el número de los «perdidos», de aquellos sobre quienes Dios, con justicia, iba a dejar caer su castigo; era uno de los principales de ellos, era el primero de ellos. Es cierto que ahora su culpa ha sido borrada, pero sigue siendo para él motivo continuo de humildad y agradecimiento. Es consciente de su total dependencia del Dios santísimo y de la misericordia infinita de Dios, que lo llamó y lo constituyó apóstol, a pesar de que se encarnizó contra Cristo y persiguió a sus discípulos. Por eso se llama a sí mismo «el menor de los apóstoles, que no es digno de llamarse apóstol, porque persiguió a la Iglesia de Dios» (lCor 15,9), «el menor de todos los santos» (Ef 3,8). Pablo ha experimentado la sobreabundancia de la gracia de Dios. Cuanto más profundiza en el amor y en la benevolencia incomprensibles de Dios, tanto más crece en humildad ante Dios y tanto mayor es su agradecimiento.
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Con frecuencia en las cartas pastorales: ITim 3,1; 4,9; 2Tim 2,11; Tit 3,8.
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16 Pero yo fui tratado con misericordia precisamente para que fuera yo el primero en quien Jesucristo demostrara toda su paciencia para ejemplo de los que han de tener fe en él en orden a la vida eterna.

Llegamos ahora a lo más importante: Pablo sabe por qué ha sido tratado con misericordia. En el plan salvador de Dios su conversión y su elección tenían una razón especial de ser. Cuando el primero entre los pecadores se convirtió en el primero entre los que tienen la gracia, cuando Jesucristo derramó sobre Pablo toda la plenitud de su misericordia y de su benevolencia, Pablo se convirtió en ejemplo del cauce que había de seguir en el futuro la misericordia de Dios. En él se manifestó a todo el mundo cómo alcanzarían la vida y la salvación eternas todos aquellos que creyeran en Cristo y le pusieran como fundamento para construir el edificio de su vida. Su conversión y su elección debían ser prototipo de todas las sucesivas misericordias de Dios y mostrar la comprensión infinita de Jesucristo. Igual que él, otros hombres, por el amor misericordioso de Dios, pueden y deben llegar a la fe y a la salvación desde el abismo profundo de sus pecados y de su error. Pablo es el testimonio irrefutable de que ningún hombre está tan perdido ante Dios que no puedan alcanzarle la misericordia incomprensible y el amor inconcebible de Cristo, que vino para «buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10).

17 Al rey de los siglos, incorruptible e invisible, al Dios único, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amen.

Las palabras de Pablo desembocan espontáneamente en una oración de acción de gracias. El recuerdo de su elección y de la bondad de Dios que se manifestó en ella obliga a Pablo a ponerse de rodillas para alabar a Dios. Encuentra la formulación conveniente en una oración litúrgica que se recitaba a menudo en el culto de la comunidad primitiva y que fue acogida más tarde en el breviario de la Iglesia (en la hora de prima). Se debe adorar al rey de los siglos, que hace que una era suceda a otra hasta que, con la segunda venida de Cristo, los tiempos lleguen a su plenitud, que está por encima de todos los tiempos y de toda criatura, que permanece igual en medio de todos los cambios y cuyos años no terminan nunca. Es el Dios «incorruptible», que es fuente de la vida y da toda vida. Es el Dios «invisible», que vive en la plenitud de la luz y al que ningún hombre puede ver jamás (Cf. Jn 1,18). Es el Dios «único», que está por encima de toda la creación. A este Dios, que con amor y misericordia quiere la salvación de los pecadores, se le deben honor y gloria por los siglos de los siglos. ¿Se puede adorar, alabar y ensalzar a Dios con palabras mejores que éstas, que han pasado de esta carta al breviario de la Iglesia?

4. NUEVA EXHORTACIÓN A LUCHAR CONTRA LOS FALSOS MAESTROS (1/18-20).

Después de esta breve mirada retrospectiva a su propia vocación (1,12-17), Pablo vuelve de nuevo a su propósito. Insta otra vez a su discípulo y representante a luchar contra la falsificación de la buena nueva que hacen los falsos maestros.

18a Te dirijo esta exhortación, hijo mío Timoteo, según las profecías un tiempo pronunciadas sobre ti...

En una alocución personal se dirige el Apóstol a Timoteo, su «hijo», que al convertirse a la fe cristiana en orden a la vida eterna ha demostrado tener los mismos sentimientos que Pablo, su padre espiritual. Confiando en esa estrecha unión que existe entre ellos, Pablo insiste en los puntos de su predicación y de su catequesis que ya antes ha tocado (1,3-11). Le recuerda a Timoteo antiguas profecías que se referían a él, sobre cuyo contenido, por desgracia, no sabemos nada. Seguramente predecían una actuación generosa de Timoteo en pro de la verdad de la buena nueva ¿Cómo podemos suponer que se pronunciaron esas profecías? Con toda probabilidad se trataba de actuaciones extraordinarias del Espíritu, de palabras y profecías pronunciadas bajo el influjo del Espíritu Santo por hombres dotados del don de profecía, que señalaron a Timoteo cuando Pablo, al partir de Éfeso, buscaba un vicario. Tenemos un precedente en la vida del mismo Pablo, cuando por indicación del Espíritu Santo, manifestada por un profeta, fue destinado, junto con Bernabé, a la labor misional (Act 13,2s).

No fueron, pues, consideraciones meramente humanas las que llevaron a Pablo a dejar al joven Timoteo como representante suyo en Éfeso, sino indicaciones del Espíritu Santo. El Espíritu de Dios vela sobre las comunidades y señala aquellos hombres que deben tomar sobre sí la pesada carga de suceder al Apóstol de los gentiles. Así sucedió entonces en Éfeso y así sigue sucediendo siempre en la Iglesia, aunque la voluntad de Dios no se manifieste siempre con profecías expresas. Ya el Señor había prometido a sus discípulos: «Y mirad: yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

18b ... para que, apoyado en ellas, luches en el buen combate, 19a con fe y buena conciencia.

Las profecías pronunciadas sobre Timoteo debían darle fuerza para llevar la responsabilidad que se le da en Éfeso y para luchar en el buen combate, sobre todo en el combate contra la falsificación de la buena nueva. A Pablo le gusta comparar la vida del cristiano, y sobre toda la vida y misión del que tiene un cargo en la comunidad, con el servicio militar (*). Como guerrero de Jesucristo, el ministro debe estar armado para el combate y para el sufrimiento. Por eso insta a Timoteo a «luchar en el buen combate», como buen soldado de Cristo, apoyado en las profecías que a él se refieren. Las armas más importantes para ese combate son la fe y la buena conciencia. La fe y la buena conciencia están íntimamente unidas y le dan fuerza para vencer al error. Quien va al combate con fe débil, vacilante y con conciencia manchada e impura perecerá sin remedio. En el combate por la buena nueva, Timoteo debe mantenerse firme en su fe y dejarse guiar en su conducta por la voz de la buena conciencia y, mediante ella, por la voz de Dios. La vida cristiana es como una milicia por el Señor; por eso exige lucha continua. Quien quiera vencer debe tener una fe firme y una conciencia buena.
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Cf. ICor 9,7; 2Cor 10,3; Flp 2,25; 2Tim 2,3s.
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19b por haberse sacudido esta conciencia algunos naufragaron en la fe: 20 entre ellos están Himeneo y Alejandro, que yo entregué a Satán, para que aprendan a no blasfemar.

El destino de esos hombres, de los que Pablo menciona a dos por sus nombres como ejemplo estremecedor, muestra la seriedad del combate. ¿Cómo empezó su perdición? Se sacudieron de encima la buena conciencia. Rechazaron, como una carga incómoda, las obligaciones que les imponía su conciencia. Su perdición comenzó con una vida libertina e inmoral. Fueron juego de sus pasiones y por eso «naufragaron en la fe». A menudo el camino que aquí muestra el Apóstol conduce los cristianos a la deserción. Se empieza por ser débil en lo moral, por perder el dominio de sí mismo y esclavizarse a las pasiones, y se llega a desertar de la fe.

Himeneo y Alejandro tal vez eran ambos colaboradores de Pablo y de Timoteo en Efeso; en todo caso, Timoteo los conocía (*). Ambos entregó Pablo a Satán, tal vez al marchar de Éfeso, porque con su vida y su doctrina representaban un peligro para toda la comunidad y amenazaban destruirla. No sabemos cómo se produjo exactamente esa entrega a Satán. Quizás Pablo hizo algo semejante a cuando entregó a Satán los incestuosos de Corinto (lCor 5,5). Probablemente el Apóstol alejó a ambos falsos maestros de la comunidad de la Iglesia y, por tanto, también de la celebración de la eucaristía. Eso les serviría para aprender, para volver en sí y poder retornar a la comunidad de la Iglesia.

Esta exclusión de la comunidad de Éfeso, que el Apóstol realiza, es un acto de disciplina eclesiástica; no se debe, pues, a motivos personales. Se hace por el bien de la comunidad, porque su vida religiosa corre peligro de ser destruida, y por bien de los pecadores, para que no se hundan más en el pecado. La intención de Pablo al «entregarlos a Satán» no era excluirlos definitivamente de la comunidad, sino llevarlos, por medio de esta dura medida, a mejorar su vida, sometiéndose a la disciplina que se les impone. Pablo se preocupa por la comunidad que le ha sido confiada como una madre que amamanta a su hijo y le da todo el amor de su corazón (lTes 2,7s); como una madre, sufre dolores de parto por los cristianos a él confiados (Gál 4,19). Pero es consciente también de que Cristo le ha dado plenos poderes, y entre ellos el poder de «atar y desatar» (**). Ese mismo amor y esa misma autoridad pastoral se delegan en la Iglesia a los sucesores de los apóstoles: los obispos.
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* Himeneo podría ser aquel a quien en 2Tim 2,17s se llama negador de la resurrección. No está claro si Alejandro es el herrero Alejandro a que alude 2Tim 4,14, contra el que se advierte especialmente a Timoteo.
** Cf. Mt 18,18; 1Co 5,2s.
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