CAPÍTULO 14


II. «DÉBILES» Y «FUERTES» EN UNA MISMA IGLESIA (14,1-15,13)

1. ¡NO JUZGUÉIS! (Rm/14/01-12)

1 Acoged benignamente al que es débil en la fe, sin criticar opiniones. 2 Hay quien cree que puede comer de todo; mientras que el débil solamente come verduras. 3 El que come de todo, no trate con desdén al que se abstiene de algo; y el que se abstiene de algo, no condene al que come de todo, ya que Dios lo acogió. 4 ¿Quién eres tú para juzgar al criado ajeno? Si está de pie o caído, eso es cosa de su propio señor. Pero ya se mantendrá en pie; que el Señor tiene poder para mantenerlo así.

En la comunidad cristiana de Roma había tensiones entre diversos grupos. Si en las partes precedentes de la carta ha quedado perfectamente clara la existencia de judeo-cristianos y de cristianos procedentes del gentilismo en la misma comunidad, ahora habla Pablo de los «débiles» y de los «fuertes» que se oponen entre sí. No cabe duda que tal designación parte de la postura de los llamados «fuertes», los cuales en determinadas cuestiones adoptan un punto de vista liberal. Entienden su libertad, la que Jesucristo les ha confirmado, como un derecho pleno que procuran realizar en su conducta a plena luz y hasta en oposición con la mentalidad de otros cristianos. La unidad de la Iglesia corría peligro, por cuanto que unos intentaban imponer su libertad de forma ostentosa, mientras que otros emitían contra ellos un juicio condenatorio aferrándose firmemente a sus tradiciones.

En la práctica se trataba de si, como cristianos se podía «comer de todo», sin indagar por ejemplo si eran viandas o bebidas que hubiesen sido ofrecidas en sacrificio o libación de los cultos paganos. Esta debió de ser, sin duda, la razón de la conducta reservada de ciertos cristianos en los banquetes comunitarios45. A fin de no hacerse culpables por descuido, tales cristianos evitaban el consumo de carnes no comiendo más que «verduras» (v. 2). Sin discutir en modo alguno la libertad cristiana, Pablo empieza por exhortar a los «fuertes» a que no sean orgullosos. Inmediatamente advierte a quienes se someten a tales limitaciones para que no juzguen a los de mentalidad liberal y a que no los condenen como impíos. De cara a los «débiles», Pablo agrega que Dios «acogió» como suyo a aquel a quien ellos están dispuestos a condenar con argumentos morales y teológicos. Juzgar es cosa que compete a Dios. El «débil» irrumpirá en la función judicial divina, lo que para Pablo resulta arriesgado por el mero hecho de que corresponde a Dios el poder de levantar al «criado», incluso aunque éste haya caído.
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46. En 1Co 8,1-13 y 10,14 33 se supone una situación parecida. En la comunidad de Corinto había cristianos entusiastas que confiaban más de lo debido en su «conocimiento». Por el hecho de proclamar de forma ruidosa y provocante su «todo está permitido» (10,23), posponían el amor y la consideración debidos a los «débiles» (8,7.9-l2). Al escribir Rom 14, Pablo tenía probablemente ante los ojos las experiencias vividas en la comunidad de Corinto.
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5 Hay quien da más importancia a un día que a otro; en tanto que otro estima que todos los días son iguales. Que, en su juicio personal, cada uno tenga plena convicción. 6 El que siente interés por tal día, lo hace para el Señor; y el que come de todo, lo hace para el Señor, pues da gracias a Dios; y el que se abstiene de algo, lo hace para el Señor, y también da gracias a Dios. 7 En efecto, ninguno de nosotros vive para sí mismo, y ninguno muere para sí mismo. 8 Pues, si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Tanto, pues, si vivimos como si morimos, pertenecemos al Señor. 9 Porque para esto Cristo murió y retornó a la vida, para ser Señor tanto de los muertos como de los vivos.

Además de los problemas de la comida, había otros puntos en los que se ponían de manifiesto las diferencias entre los dos grupos. El grupo de los «débiles» observaba determinados días, como podrían ser los correspondientes al sábado y a los días de ayuno, de acuerdo con la ley judía. Pero Pablo no dice taxativamente que se trate de un uso judío y ni siquiera que fueran judeo-cristianos quienes establecían tales diferencias. Diversos indicios parecen justificar esta opinión (cf. especialmente 15,8s). Hay que pensar sobre todo que unas tendencias de inspiración pagana difícilmente habrían merecido de Pablo tanta atención como los usos judíos, por cuanto en el fondo no ponían en peligro la libertad cristiana.

Pablo exige de ambos grupos la mutua tolerancia. Sólo que «en su juicio personal, cada uno tenga plena convicción»; así también será posible la mutua armonía. La convicción de cada uno es una convicción de fe, en cuanto que todo acontece «para el Señor». Para Pablo el argumento decisivo está en que cada uno da gracias a Dios con su conducta. Con tal que todos mantengan orientada hacia el Señor su existencia y la desarrollen siempre en ese sentido, la unidad de la Iglesia estará asegurada. La muerte y resurrección de Cristo alcanzarán su objetivo si él es el Señor de su comunidad. Como tal quiere Jesús ser reconocido por todos, por los «débiles» y por los «fuertes».

Los versículos 7-9 presentan una conexión especial dentro de la sección, tanto por la forma de himno que presentan como por el emparejamiento de la vida y la muerte. La forma «nosotros», empleada aquí por primera vez, da a estos versículos un carácter de profesión de fe. Evidentemente Pablo ha adoptado aquí un texto litúrgico, para expresar así el destino hacia Cristo que comprende a todos los miembros de la comunidad.

10 Pero tú, ¿por qué te eriges en juez de tu hermano? O también tú, ¿por qué menosprecias a tu hermano? ¡Todos compareceremos ante el tribunal de Dios! 11 Porque escrito está: «¡Vivo yo! -dice el Señor-: ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua dará gloria a Dios» (Is 45,23). 12 Por consiguiente, cada uno de nosotros dará cuenta de sí mismo a Dios.

Pablo alude a la pregunta retórica del v. 4. Puesto que todos se encuentran por igual bajo el mismo Señor, el juicio entre hermanos es imposible de raíz. Los cristianos deben comportarse siempre como hermanos unos de otros. Todo juicio queda reservado a Dios, ante cuyo tribunal hemos de comparecer alguna vez. Esta referencia al juicio futuro la subraya Pablo con una cita de Is 45,23.

2. ¡NO DEIS ESCÁNDALO A NADIE! (Rm/14/13-23)

13 Por lo tanto, no nos constituyamos ya más en jueces unos de otros; al contrario, esto es más bien lo que habéis de juzgar: no poner a vuestro hermano tropiezo o motivo de caída. 14 Sé y estoy plenamente persuadido en el Señor Jesús de que nada es, de suyo, impuro. Pero si uno considera que una cosa es impura, es impura para él. 15 Y si por tomar tú tal clase de alimento, tu hermano se contrista, ya no procedes en conformidad con el amor. Deja de causar, por tu comida, la ruina de aquel por quien Cristo murió. 16 Que no sirva, por lo tanto, de maledicencia vuestro bien. 17 Que el reino de Dios no consiste en tal clase de comida o de bebida, sino en justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. 18 Quien sirve a Cristo de este modo, es agradable a Dios y recibe aprobación de los hombres.

La presente exhortación se dirige de modo especial a los «fuertes». Los cristianos no deben escandalizarse unos a otros. Deben más bien pensar que el otro se siente ligado por su conciencia. Aunque con pleno derecho cristiano puede decirse que «nada es, de suyo, impuro», y que por lo mismo las distinciones cúlticas entre lo puro y lo impuro han sido eliminadas por Cristo, ello no debe convertirse en escándalo para el hermano que, pese a todo, y en razón de sus ideas tradicionales, tiene algunas cosas por impuras. El «fuerte» no debe exhibir su fortaleza contra los «débiles». Pues, con ello sacrificaría el amor. No puede esperar sin más que con el hecho de provocarle el otro vaya a alcanzar un mejor conocimiento. La última razón que aduce el Apóstol es la entrega que Jesús hizo de su vida: Cristo ha muerto por todos, incluso por quienes son de conciencia estrecha. De ahí que, por razón de Cristo, no les esté permitido a los «fuertes» apartar con su conducta a los «débiles» de la obra salvadora de Jesús. El «fuerte» debe evitar todo aquello que «contrista» al hermano.

En el fondo se trata de solucionar el problema que Pablo se plantea, no de un tema central del Evangelio. Así lo da a entender con bastante claridad: el reino de Dios es algo bien distinto como para poder alcanzarlo por el camino de tales discrepancias de opinión acerca de la licitud de los manjares y bebidas. Pese a lo cual, esta cuestión práctica en la vida de una comunidad tiene su importancia de cara a la causa auténtica del cristianismo. El «reino de Dios» no es una realidad alejada del mundo y puramente transcendente por encima de nuestra existencia. El «reino de Dios» ha irrumpido ya ahora y está en marcha como «justicia, paz y gozo». Se manifiesta sobre todo como una realidad ya presente en el testimonio comunitario de fe y de amor.

Con lo dicho se comprende también la severidad con que Jesús se pronunció contra quienes dan escándalo47. La pretendida superioridad farisaica del ilustrado constituye un impedimento para la causa de Jesús, que consiste precisamente en la acogida amorosa de los débiles y de los pequeños.
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41. Cf. Mc 9,42; Mt 18,6; Lc 17,1s. La palabra amenazadora de Jesús contra los provocadores del escándalo requiere tal vez una situación parecida a la que supone la amonestación de Pablo en Rom 14,13b, a saber, ciertas tensiones en el seno de la comunidad de Jesús. Por ello, no parece que debamos excluir el que tanto la palabra de Jesús que nos han conservado los evangelios sinópticos como la amonestación paulina coincidan desde el punto de vista de la historia de la tradición.
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19 Por consiguiente, vayamos tras lo concerniente a la paz y tras lo que respecta al mutuo desarrollo común. 20 No destruyas, por cuestión de una clase de comida, la obra de Dios. Todo es puro, desde luego; pero resulta malo para quien, al comerlo, es con ello causa de tropiezo. 21 Bueno es no comer carne ni beber vino ni hacer nada en que pueda tropezar tu hermano. 22 La convicción de fe que tú tienes, tenla para ti delante de Dios. Dichoso aquel que no se siente culpable en las resoluciones que toma. 23 Pero el que, permaneciendo en sus dudas, come de algo, ya se ha hecho culpable, porque no actúa con convicción de fe. Pues todo cuanto se hace sin convicción de fe, es pecado.

El Apóstol vuelve a hablar de modo particular sobre los «fuertes» de la comunidad. Su conducta tiene que contribuir a la edificación de la comunidad y no a su propia satisfacción. En el v. 20 repite Pablo la idea del versículo 15. Norma de conducta es la salvación del hermano. En el caso extremo el miramiento tiene que llegar incluso a renunciar por completo al consumo de carne y de vino, con tal de evitar el escándalo. El «fuerte» renuncia con ello al ejercicio de su libertad, aunque no a la libertad misma. La libertad es un bien inalienable, que se alcanza y conserva con la fe en Jesús.

El presente pasaje demuestra claramente que, en su predicación, Pablo no pasa por alto la salvación del individuo. El tema central de su predicación es la «nueva creación» en Cristo como salvación escatológica para todos los hombres. En el presente hay que hacer siempre todo aquello que puede sostener y llevar a su objetivo la salvación que ha abierto camino en los creyentes. Y eso es precisamente lo que el «fuerte» debe tener en cuenta, el fuerte que no se preocupa por la salvaguarda de la salvación individual, sino que -tal vez como el Apóstol- entiende la acción salvadora de Jesús como un acontecimiento universal que penetra y transforma el mundo. Son precisamente estos contenidos universales del Evangelio los que hay que defender de acuerdo con su importancia. Pero se daña a la causa del Evangelio cuando negligentemente hacemos de las convicciones subjetivas contenidos objetivos del Evangelio. Lo que el cristiano reconoce y entiende por la fe, tiene que volver a confrontarlo una y otra vez con el centro del Evangelio.