EL N. T. Y SU MENSAJE
EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO
 

W TRILLING



INTRODUCCIÓN 
J/PD: La palabra «Evangelio», que nos resulta tan familiar, 
etimológicamente significa buena noticia, buena nueva. En primer 
lugar es el mensaje de Dios, transmitido por Jesucristo. Pero eso 
también se podría decir de los hombres de Dios de la antigua alianza, 
especialmente de los profetas. Se trata, sin embargo, de algo más: 
Dios habla de manera única, porque por medio de Jesús dice su 
última palabra, a la que ya no ha de añadir ninguna más. Este 
mensaje sobre todo es incomparable, porque Jesús es el Hijo de Dios. 

Jesús es la palabra viviente del Padre, hecha carne, y que éste no 
solamente pronuncia con los labios, sino con toda su existencia, con 
su vida y su actuación. Por tanto el Evangelio es simultáneamente 
buena nueva de Dios y de Jesucristo.

La antigua alianza, la historia del pueblo de Dios en el Antiguo 
Testamento, se mueve en sucesivas oleadas hacia la salvación de 
Dios. Como el flujo y el reflujo, esta historia es movida 
misteriosamente por el Dios invisible y que, sin embargo, actúa con 
tanto poder. Pero esta historia no es una mera repetición constante 
de lo mismo, con el ritmo monótono de apostasía y conversión, ira y 
gracia, sino que con fuerza interior, como con dolores de parto, exige 
la plena revelación, la salvación perfecta, la unión de Dios y el pueblo: 
«Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios» (Ez 36,28). 
Todos los anhelos se acumulan (tanto más cuanto más cerca está su 
venida) en el único Salvador prometido, en el ungido por 
antonomasia, en el Mesías. El debe llevar a cabo la última obra, unir a 
su pueblo con Dios, en beneficio de Israel y de todas las naciones. 
San Mateo muestra mejor que los otros Evangelios que la historia del 
pueblo desemboca en la obra de Jesús, y que este Jesús de Nazaret 
es, de hecho, el esperado.

El acontecer de Dios, en sus distintas secciones, se había 
depositado en los libros del Antiguo Testamento. Estos muestran 
imágenes reflejadas y descubren su significado divino. Las Sagradas 
Escrituras patentizan casi en cada página la pujanza interna del 
acontecer, que se dirige hacia un fin radical. En estos escritos, sobre 
todo, la figura del Mesías toma perfiles cada vez más claros. La fe en 
que Jesús era el Mesías hace verlo todo de forma nueva y 
transparente. Se mira y considera a Jesús con los ojos del Antiguo 
Testamento. Entramos en un mundo inmensamente rico. No es una 
árida enumeración de hechos acontecidos, no es la descripción de la 
vida de un grande hombre, sino todo el acontecer de que Dios ha 
sido causa desde el principio del mundo, y al que Dios ha dicho «sí» y 
«amén» en Cristo (cf. 2Cor 1,19s). Así hay que ver los muchos 
pasajes en que el evangelista señala el cumplimiento de una palabra 
particular del Antiguo Testamento, o en general se refiere a una 
palabra o acontecimiento del Antiguo Testamento.

Se traza una rica imagen del mesías Jesús. Jesús es el profeta, 
como los antiguos profetas, es el último de los profetas. Su mensaje 
es un llamamiento de Dios, una llamada a la conversión y una 
promesa de la misericordia de Dios (4,17). Jesús también experimenta 
el destino de los antiguos profetas: es mal interpretado, perseguido, 
combatido e incluso matado.

Jesús es el maestro del pueblo. No solamente pronuncia palabras 
decisivas, adaptadas a una hora y a una situación determinadas, sino 
que enseña el verdadero camino de la justicia (5,20). Se sienta como 
los maestros de la ley para hacer una exposición instructiva (5,1), 
utiliza la manera de hablar de un maestro de la sabiduría, reúne 
alrededor de sí un grupo de discípulos. Forman armazón del 
Evangelio de san Mateo los grandes discursos del Señor, a los que se 
puede designar como piezas maestras. En estos discursos se 
recopilan los temas de la doctrina de Dios con una sucesión ordenada 
y con una estructura fácil de comprender.

Jesús es el siervo de Dios, en quien Dios ha puesto su Espíritu, 
para que proclame el derecho de Dios y lo conduzca a la victoria. 
Cumple dócilmente la voluntad del Padre celestial y obra el bien con 
sosiego y humildad: cura a los que tienen el corazón quebrantado, y a 
los enfermos y desgraciados en el cuerpo. Jesús no quiebra la caña 
cascada ni apaga la mecha humeante (cf. 12,18-21). Es manso y 
humilde de corazón (11,29); lleno de mansedumbre entra en la ciudad 
santa montado en un asna (21,5). Mediante la humillación sigue su 
camino hacia el ensalzamiento.

Jesús es el Hijo de Dios en un sentido único. Antes ya se llamó así 
ocasionalmente al rey o incluso a todo el pueblo. Pero nunca pudo 
decirse: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre 
sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo» (11,27). Dios ha 
levantado a la más alta dignidad a Jesús, que sufrió la más grave 
ignominia: Dios le ha dado «todo poder en el cielo y en la tierra» 
(28,18).

En la obra de Jesús no solamente se manifiesta de forma definitiva 
el tiempo pasado, también llega a su objetivo la historia de Israel. En 
la obra de Jesús también se contiene una novedad: el verdadero 
pueblo de Dios está formado por todos los pueblos. El alumbramiento 
de un tiempo nuevo es un nacimiento para todo el mundo. La 
salvación de todos los pueblos y tiempos está resuelta en Jesucristo. 
El portador de la salvación es el pueblo del Mesías, la Iglesia. Este 
pueblo, que tiene su origen en una insignificante semilla, el grupo de 
los discípulos, ahora sostiene el destino del mundo: la buena nueva, 
las fuentes de la gracia y el poder del Señor ensalzado. «Id, pues, y 
haced discípulos a todos los pueblos, bautizadlos en el nombre del 
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñadles a observar todo 
cuanto yo os he mandado» (28,19s).

Por tanto esta «historia de Jesús» da al mismo tiempo la llave de la 
antigua y de la nueva alianza. Esta historia muestra la fuerte unidad 
que forman Cristo y la Iglesia, el verdadero pueblo de Dios y la Iglesia. 

No se puede leer el Evangelio como un libro de narraciones 
referentes a algunos acontecimientos del tiempo pasado. La palabra 
no es menester que la «traduzcamos» del tiempo pretérito al tiempo 
presente, ni es preciso que hagamos una aplicación artificiosa a 
nuestra propia vida. La palabra se dirige a nosotros, porque es la 
palabra de la Iglesia, que hoy día también está dotada de vida; en el 
fondo, porque el mismo Jesucristo pronuncia esta palabra por medio 
de la Iglesia.

Esta palabra no quiere contar, sino dar voces. «La palabra de Dios 
es viva y operante, y más tajante que una espada de dos filos: 
penetra hasta la división de alma y espíritu, de articulaciones y 
tuétanos, y discierne las intenciones y pensamientos del corazón» 
(/Hb/04/12). La palabra de Jesús quiere infiltrarse en lo más profundo 
de nuestro corazón y de nuestra alma como rocío restaurador, quiere 
hacer fecundas y activas nuestras mejores fuerzas, y sobre todo 
quiere nacer de nosotros en la acción. Por tanto la palabra del 
Evangelio es palabra de vida en un doble sentido: engendra vida en 
nosotros, porque es la palabra de Dios, santa y santificadora y nace 
de nuevo para la vida mediante nuestra actividad en pos de esta 
palabra, para gloria del Padre celestial y testimonio en favor de los 
hombres.

Parte primera 

LOS ANTECEDENTES DEL MESÍAS 
Capítulos 1-2 

San Mateo empieza su Evangelio con unos antecedentes, como 
también hace san Lucas, sin embargo, los dos escritos son muy 
distintos entre sí, por el estilo y por los acontecimientos que refieren. 

En san Lucas, encontramos narraciones amplias y extensas, en 
cambio en san Mateo encontramos fragmentos redactados de forma 
más escueta y muy arrebañados desde un punto de vista teológico. Al 
principio está el árbol genealógico de Jesucristo (1,1-17), la primera 
demostración de la mesianidad. Siguen a continuación una serie de 
secciones más breves (1,18-2,23), entre las cuales se describe más 
detenidamente la adoración de unos sabios de Oriente (2,1-12). 
Todas las partes reunidas forman un conjunto narrativo continuado 
hasta el establecimiento en Nazaret. Sorprende que el estilo sea tan 
sobrio, casi como si fuera una crónica. Es característico de todas las 
partes que se indique el cumplimiento de los vaticinios del Antiguo 
Testamento. Estas citas del cumplimiento son, en cierto modo, el hilo 
rojo que se ha hecho pasar por la tela y que solamente tiene una 
finalidad. Los primeros acontecimientos de la vida del Mesías también 
están dispuestos maravillosamente por Dios y corresponden a la 
expectación del Antiguo Testamento.


I. ÁRBOL GENEALÓGICO DE JESUCRISTO (Mt/01/01-17). Par: 
Lc/03/23-38 

J/GENEALOGIA San Mateo construye el portal de su obra con 
imponentes sillares. Una genealogía, un árbol genealógico, conduce a 
través de los siglos hasta la plenitud del tiempo. Desde la vuelta del 
destierro de Babilonia tales genealogías eran muy apreciadas entre 
los judíos. En medio de la mezcla de pueblos de estos siglos el 
judaísmo se mantuvo firme con tenacidad. Para tomar posesión de 
cargos públicos y de dignidades superiores, el aspirante tenía que 
demostrar que su árbol genealógico era intachable. Lo mismo se 
exigía a los sacerdotes. Es natural que fuera un honor singular 
pertenecer a una de las antiguas y apreciadas estirpes o estar 
enlazado con la ramificada familia real, que tiene su origen en David. 

Porque en esta familia se había de cumplir la promesa, de esta familia 
se esperaba el vástago real, que no solamente estaba ungido, como 
lo estaban antes los reyes, sino que se llamaba el Ungido por 
antonomasia, el Mesías.

1 Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.
2 Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob 
engendró a Judá y a sus hermanos. 3 Judá engendró, de Tamar, a 
Farés y a Zará. Farés engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram, 4 
Aram engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón 
engendró a Salmón, 5 Salmón engendró, de Rahab, a Booz, Booz 
engendró, de Rut, a Jobed, Jobed engendró a Jesé, 6 y Jesé 
engendró al rey David.
David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón, 7 
Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abías, Abías 
engendró a Asaf, 8 Asaf engendró a Josafat, Josatat engendró a 
Joram, Joram engendró a Ozías, 9 Ozías engendró a Joatam, Joatam 
engendró a Acaz. Acaz engendró a Ezequías, 10 Ezequías engendró 
a Manasés, Manasés engendró a Amós. Amós engendró a Josías, 11 
Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos cuando la deportación 
de Babilonia.
12 y después de la deportación de Babilonia, Jeconías engendró a 
Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, 13 Zorobabel engendró a 
Abiud, Abiud engendró a Eliaquim, Eliaquim engendró a Azor, 14 Azor 
engendró a Sadoc, Sadoc engendró a Aquim, Aquim engendró a 
Eliud, 15 Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Matán, Matán 
engendró a Jacob, 16 Jacob engendró a José, esposo de María, de 
la cual nació Jesús, llamado Cristo.
17 Por consiguiente, todas estas generaciones suman: de Abraham 
hasta David, catorce; de David hasta la deportación de Babilonia, 
catorce, y de la deportación de Babilonia hasta Cristo, catorce.


Mediante un milagro único en su género tuvo lugar la concepción y 
el nacimiento de Jesús, como se lee en la próxima sección. ¿Hizo este 
milagro que Jesús careciera por completo de los vínculos naturales de 
la familia y del pueblo, y en cierto modo fuera solamente un enviado 
por Dios a nuestra historia y a nuestro mundo, como un cometa, que 
corta el espacio aéreo de la tierra? De ninguna manera. Por medio de 
José, que ante la ley es su padre, Jesús entra en la sucesión de las 
generaciones. De este modo la Sagrada Escritura atestigua en primer 
lugar que Jesús es un verdadero hombre; no uno de aquellos seres 
celestiales (de los que hablan los mitos), que descienden de las 
esferas del cielo, se hacen visibles aquí en la tierra, para regresar al 
mundo inmaterial y celeste. Jesús es realmente «nacido de mujer» 
(Gál 4,4)...

Pero hay todavía algo más: la familia en que Jesús aparece en un 
lugar determinado, es una regia familia, la familia de David, en la que 
ha de cumplirse la promesa mesiánica. Y así la primera aposición de 
Jesucristo es: hijo de David. Es una expresión atrevida. Jesús es en 
sentido pleno y con validez jurídica descendiente de David, miembro 
de la familia real y heredero del trono de David (cf. 2Sam 7,1-16; Lc 
1,32).

¿Habría podido Jesús ser también Mesías sin este parentesco? No 
podemos dar la respuesta, ya que Dios dispuso los acontecimientos 
de tal forma que su Hijo eterno fuese «nacido del linaje de David 
según la carne» (Rom 1,3). Una cosa es segura: si no se hubiese 
podido demostrar el origen davídico, se habría dificultado mucho a los 
judíos la fe en que este Jesús era el Mesías.

La segunda aposición todavía llega más lejos: hijo de Abraham. 
No solamente concluye en Jesús la línea real, no solamente se 
cumplen en él las promesas del trono y del reino permanente. Se 
hace remontar la sucesión de antepasados nada menos que hasta 
Abraham, que es el fundador de todo un pueblo, no solamente de una 
estirpe. A Abraham es a quien se hizo sobre todo la promesa todavía 
más antigua y amplia: «Bendeciré a los que te bendigan, y maldeciré 
a los que te maldigan, y serán benditas en ti todas las naciones de la 
tierra» (Gén 12,3). El pueblo formado por sus descendientes debe ser 
fuente de bendiciones para todo el género humano. Este pueblo 
transmite la bendición a través de los siglos como un don valioso, 
hasta que la bendición se pose en el único vástago del linaje que trae 
la bendición para todo el mundo: «Las promesas fueron hechas a 
Abraham y a su descendencia». La Escritura no dice «y a sus 
descendencias», como si fueran muchas; sino como si fuere una sola: 
«Y a tu descendencia. es decir, a Cristo» (Gál 3,16). La expresión 
«hijo de David» nos resulta familiar y estamos habituados a oírla. 
¿Podemos decir lo mismo de la expresión «hijo de Abraham»? La 
historia del género humano, que Dios empezó de nuevo con 
Abraham, avanza hacia su fin. El arco de la historia se extiende desde 
el patriarca de Israel hasta el fundador de un nuevo Israel...
No es perfecto el árbol genealógico del evangelista desde Abraham 
hasta José. Faltan muchos miembros intermedios. Sólo en parte 
conocemos las fuentes de que se forma el árbol genealógico. Las dos 
primeras secciones hasta la cautividad de Babilonia, podrían estar 
tomadas de los textos bíblicos 3. Desconocemos por completo las 
fuentes de los nombres de la tercera sección. Tampoco es posible 
examinar la exactitud del árbol genealógico. Finalmente es raro que el 
árbol no termine en María, que era la madre corporal de Jesús, sino 
en José, que sólo era su marido según la ley. Todo esto nos ayuda a 
entender este texto como conviene. Si Jesús era el hijo de José según 
la ley, se le podía clasificar con pleno sentido en la descendencia de 
los antepasados de José y, por tanto, en la sucesión davídica.
San Mateo no da tanta importancia a la exactitud científica como a 
la disposición y a la lógica internas. Esta disposición está claramente 
indicada en el versículo final, que es el 17: siempre son catorce 
generaciones las que llenan los tres lapsos de tiempo transcurridos 
entre Abraham. David. el cautiverio de Babilonia y Cristo. Catorce es 
el doble de siete, número sagrado4.

En los mismos números se revela a la inteligencia creyente algo de 
la ordenación del plan de Dios en la historia. El nacimiento de 
Jesús es una parte de los planes divinos, y a través de siglos y 
generaciones Dios ha dirigido los acontecimientos hacia este 
nacimiento, que ha tenido lugar exactamente en el tiempo 
predeterminado. Para san Mateo y para los que leemos su Evangelio 
este descubrimiento es una indicación de la sabiduría con que Dios 
conduce la historia.

Este último pensamiento también se expresa con otra peculiaridad 
del árbol genealógico, a saber en la mención de cuatro mujeres. 
Siendo así que sólo se tiene en cuenta la línea masculina, sorprende 
que se mencionen mujeres, y aún sorprende más, si tenemos en 
cuenta que las mujeres no son ilustres y célebres esposas de los 
patriarcas, como Sara y Rebeca, Lía y Raquel, sino cuatro que 
permanecen en la sombra. Una de ellas es Tamar (v. 3), a quien 
Judá rehúsa el derecho a la descendencia, pero ella con insolente 
astucia consigue su derecho (cf. Gén 38,1-30). Otra es Rahab (v. 5), 
que engendra a Booz; es una prostituta cananea, que prestó gran 
ayuda al pueblo elegido (Jos 2; 6,15ss). Luego se nombra a Rut,(v. 
5), que no tiene ninguna mancha moral, pero que era gentil, una 
moabita, y que fue bisabuela del rey David (cf. Rut 4,12ss). No se 
designa a la cuarta mujer con su nombre, sino como mujer de Urías. 
También ella, una extranjera, llamada Betsabé, esposa de un heteo, 
está relacionada de modo inusitado con el pueblo de la promesa: 
David cometió adulterio con ella, del cual procedió su hijo y sucesor 
Salomón (2Sam 11s).

Lo desacostumbrado y extraordinario es común a todas estas 
mujeres. A pesar de su sangre extranjera o de su indignidad se ha 
llevado a término el plan de Dios. Nada podía hacer que se rompiera 
la línea de la bendición, todos los caminos laterales y todos los 
rodeos fueron aprovechados y dirigidos hacia el único objetivo, hasta 
que del pueblo «viniera la descendencia a la que se hizo la promesa» 
(Gál 3,19). El nombre y el destino de estas mujeres muestra una sola 
cosa: el camino de Dios con frecuencia es el rodeo, pero no por ello 
decae su fidelidad. Su voluntad firme e inflexible de salvar siempre se 
abre paso. También eso debe considerarse cuando se oigan contar 
las inusitadas circunstancias del nacimiento de Jesús. Ninguna 
sombra recae sobre María, pero el camino de Dios está lleno de 
misterios, y en el tiempo pasado y en el presente siempre es muy 
distinto de los caminos de los hombres.

En los últimos versículos se habla por dos veces del Mesías. De 
María nació Jesús, «llamado Cristo» y «de la deportación de Babilonia 
hasta Cristo, catorce» generaciones. La finalidad propia de la 
genealogía es demostrar la verdadera mesianidad de Jesús. En el 
primer fragmento del Evangelio se expresa lo que enseña todo el 
libro: Jesús es verdaderamente el Mesías prometido. Por otra parte se 
hace llegar el árbol genealógico hasta Abraham. ¿No se indica ya de 
este modo que el Mesías no debe ser considerado sólo como vástago 
real e hijo de David, y menos como figura política? Jesús reúne en sí 
todas las promesas, no sólo las que se refieren a una dinastía 
escogida, sino también las que van dirigidas a todo un pueblo 
consagrado a Dios. Desde un principio el concepto del Mesías es 
mayor que el concepto que se diluyó en la sucesión real. Aquí se trata 
de la vocación de Israel, del encargo que se le ha confiado, de la 
bendición o maldición para todo el mundo. Para quien sabe que este 
Jesús es el Mesías, la historia de todo el mundo hasta la llegada de 
Jesús se deshoja y queda al descubierto como un plan inteligente y 
prometedor de Dios 5. 

EL NT Y SU MENSAJE
EL EVANGELIO SEGUN SAN MATEO
HERDER BARCELONA 1970.Págs. 5-23

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3. Versículos 2-6: 1Cro 2,1-15; cf. Rut 4,18-22; versículos 7-12: 1Cro 3,5-16. 
4. En realidad en el último período solamente hay trece miembros. Esto 
precisamente demuestra que el texto es estructurado, así como la fuerza 
probatoria de la lista, que descansa sobre esta estructura.
5. Sólo san Lucas tiene un árbol genealógico semejante (3,23-38), pero con una 
sucesión invertida. La novedad de san Lucas es que sobrepasa el limite de 
Abraham y llega hasta Adán y, por tanto, ve a Jesús como fundador no sólo del 
nuevo pueblo, sino también de una nueva humanidad
.