CAPÍTULO 20


4. PARÁBOLA DE LOS OBREROS DE LA VIÑA (MT/20/01-16).

1. El reino de los cielos se parece a un propietario que salió muy de mañana a contratar obreros para su viña. 2 Y habiendo convenido con ellos a denario la jornada, los envió a su viña. 3 Salió luego hacia la hora tercia y, al ver a otros que estaban en la plaza desocupados, 4 les dijo igualmente: Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo. 5 Y ellos fueron. Nuevamente salió hacia la hora sexta y a la nona, e hizo exactamente igual. 6 Salió aún hacia la hora undécima y encontró a otros que estaban allí, y les pregunta: ¿Cómo estáis aquí todo el día sin trabajar? 7 Ellos le responden: Es que nadie nos ha contratado. El les dice: Id también vosotros a la viña. 8 Al atardecer, dice el señor de la viña a su administrador: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y acabando por los primeros. 9 Llegaron, pues, los de la hora undécima y recibieron cada uno un denario. 10 Cuando llegaron los primeros, pensaron que recibirían más; pero también ellos recibieron cada uno un denario. 11 Después de haberlo recibido, protestaban contra el propietario, 12 diciendo: Estos últimos trabajaron una sola hora, y los has igualado a nosotros, que hemos aguantado el peso de la jornada y el calor. 13 Él le contestó a uno de ellos: Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no conviniste conmigo en un denario? 14 Pues toma lo tuyo y vete. Yo quiero darle a este último lo mismo que a ti. 15 ¿Es que yo no puedo hacer en mis asuntos lo que quiera? ¿O es tu ojo malo, porque yo soy bueno? 16 De esta suerte, los últimos serán primeros, y los primeros últimos.

(En algunos manuscritos a continuación del v. 16 siguen las siguientes palabras: «Porque muchos son los llamados, pero pocos los escogidos.» Esta frase ciertamente no forma parte del versículo 16, sino que procede de Mt 22,1).

El pasaje anterior concluyó con la frase: «Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros» (19,30). Quizás fue únicamente esta frase la que indujo al evangelista a insertar la parábola en este pasaje. En la parábola se paga el jornal primero a los últimos y en postrer lugar a los primeros. Ésta es también la única coincidencia, que se da entre la sentencia y la narración. El evangelista concluye la parábola con la misma frase (20,16), luego probablemente ha empleado esta frase como idea directriz y así ha remachado los versículos sobre el seguimiento con la parábola de los obreros. Pero la importancia de esta parábola está orientada en otra dirección. Para entenderla tenemos que prescindir de esta frase final; por tanto tenemos que procurar explicarla sin el versículo 16. No obstante hemos de preguntarnos si el lugar actual está elegido con mucha oportunidad. En la pregunta de Pedro se trató de la recompensa (19,27), en la parábola también se trata de lo mismo. Allí Jesús en su respuesta habló de una recompensa muy superior, que es la vida eterna (19,29). Aquí al último se le da un jornal que es mucho mayor del que puede esperar la justicia. Allí en la frase final (19,30) se invirtió la norma humana mediante la decisión divina, aquí sucede lo mismo. Así pues, el relato está interiormente enlazado con lo precedente por medio de varios hilos.

Escucharemos la parábola tal como nos la da a entender el evangelista, es decir como ulterior instrucción sobre la recompensa de Dios para los discípulos, y también sobre nuestra recompensa, que esperamos conseguir. El suceso que Jesús describe está tomado de la vida real, como en la mayoría de las parábolas. En efecto, hay hombres que en el mercado aguardan que alguien les contrate como jornaleros.

Un denario corresponde al salario medio de un día de trabajo. Se puede comprender que el dueño de la viña contrate obreros varias veces, porque la necesidad eventual de trabajo es muy grande, si se piensa en el tiempo de la vendimia. Suena algo raro que el dueño de la viña contrate obreros hacia la hora nona, más aún hacia la hora undécima. No es probable que poco antes de terminar el trabajo, todavía haya hombres que esperen ganar algo aquel día. Tampoco es probable que el dueño de la viña recorra por cuarta vez el camino del mercado. Con todo se fundan estos rasgos en la disposición del relato. Explican el suceso sin hacerlo inverosímil. Sólo con los primeros trabajadores se concierta el jornal; de los segundos sólo se dice sin precisar que recibirán lo que sea justo. También esto prepara la liquidación del salario tal como debe efectuarse al final del relato, que se narra minuciosamente y de un modo diáfano en conjunto, pero sólo como preparación para el punto principal. El pago de los jornales al atardecer nos indica el objeto de la parábola. El dueño encarga a su administrador que después de terminar el trabajo pague el jornal comenzando por los últimos y acabando por los primeros. Tiene que seguirse este orden, para que los primeros vean cómo se paga a los últimos, cuando aquellos aún no se hayan ido con su sueldo. Mientras se les paga, se advierte en seguida la indignación de los obreros y también nuestro asombro. Los últimos cobran el mismo jornal que se concertó con los primeros, un denario por el corto tiempo de trabajo. Es muy comprensible que se levante una murmuración. Los siguientes esperan cobrar más, puesto que a los últimos ya se les ha pagado un denario. Pero todos cobran lo mismo. La conducta del dueño de la viña se puede llamar arbitrariedad extravagante, enorme despreocupación o injusticia directamente social. Así piensan aquí los obreros, así piensa el hombre en general. ¿Cómo se justificará el dueño? Nuestra conciencia social sumamente sensible está intranquila.

En la respuesta en primer lugar se trata de la cuestión de la justicia. A los primeros no se les hace ningún agravio por el hecho de que se les pagara el jornal que se había concertado, o sea un denario por la jornada. Aunque los otros recibieran lo mismo, no por eso se perjudica a los primeros. El propietario también ha conocido y manifestado que los murmuradores en fin de cuentas no protestaban por ver que se quebrantaba la justicia, sino por envidia personal. ¿O es tu ojo malo...? El ojo-malo revela una mala manera de pensar o un corazón ofuscado. «Pero si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo quedará en tinieblas» (6,23a). La indignación no la ha causado el celo por el debido orden sino la rivalidad y la malicia. Pero eso sólo es una parte de la respuesta. La parte principal está en el contraste entre los dos miembros siguientes: ¿O es tu ojo malo, porque yo soy bueno? El propietario no procedió por un capricho inconsiderado o por una injusticia consciente, sino por bondad. Eso es lo que propiamente importa. El propietario no quiso dañar a los primeros, sino que quiso ser generoso con los demás. Su manera de pensar ya no se revela como la manera de pensar de un propietario rural terreno, sino como la manera de pensar del Padre divino. El propietario rural no podría decir de sí tranquilamente: «¿Es que yo no puedo hacer en mis asuntos lo que quiera?» Pero Dios sí puede hacer lo que quiera. Porque la recompensa que él tiene que dar, no hay que conseguirla por causa de la justicia, sino por razón de la gracia. No se puede merecer la vida eterna, sino que se adjudica al hombre como don libre. En la vida eterna dejan de existir la lógica humana y la inteligencia calculadora, más aún, deben ser superadas directamente en esta pregunta del propietario. En Dios están vigentes otras reglas. porque Dios piensa de otra manera. Y tiene que pensar de otra manera, porque su recompensa es distinta del jornal pagado por el rendimiento del trabajo del hombre. El Dios propietario puede regalar libremente lo que quiera. Y el hombre no le puede impedir que dé a quien quiera y cuanto quiera. Lo único que debemos saber es que Dios da por bondad. Sólo podemos fiarnos de la bondad de Dios y contar sólo con ella. Nunca se puede contar con el rendimiento del propio trabajo, con el supuesto titulo jurídico, con la correspondencia entre rendimiento y jornal. Estas cosas son muy importantes para el orden de nuestra vida entre los hombres, pero tienen muy poco valor y son inválidas en el orden divino de la gracia, y nuestra parábola sólo habla de este orden. Contiene una de las grandes revelaciones de Dios y de su modo de pensar como la contiene la parábola del deudor despiadado (18,22-35), aunque sea de una forma distinta. Los rabinos calculaban la recompensa y establecían para cada obra buena un correspondiente sueldo divino. Mediante la parábola se suprime este modo de pensar sobre la recompensa. ¿Qué podríamos esperar, si se pagara la recompensa según nuestro rendimiento? ¡Qué esperanza puede tener ahora quien crea que Dios también puede proceder con él por bondad y que no tiene que proceder por justicia!

6. LA AMBICIÓN DE LOS Discípulos Y EL PRECEPTO DE SERVIR (20,20-28).

a) Los hijos de Zebedeo (Mt/20/20-23).

En san Marcos vienen los dos hermanos, Santiago y Juan, a Jesús y le exponen su petición. En san Mateo es la madre de los dos hijos la que ruega por ellos. El texto de san Marcos es más original, y sólo se puede entender bien el cambio propio del evangelista san Mateo en el sentido que no quiere hacer quedar mal a los dos discípulos. Eso también puede observarse claramente en otros pasajes.

20 Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró ante él para pedirle algo. 21 Él le preguntó: ¿Qué es lo que quieres? Ella le dice: Di que estos dos hijos míos se sienten en tu reino el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. 22 Pero Jesús contestó: No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo tengo que beber? Ellos le responden: Sí que lo somos. 23 Él les replica: Cierto; beberéis mi cáliz. Pero el sentarse a mi derecha y a mi izquierda no es cosa mía el concederlo; eso es para aquellos a quienes se lo ha reservado mi Padre.

Tres veces anuncia Jesús su pasión, y tres veces no es comprendido. Al primer anuncio sigue la enérgica objeción de Pedro, que Jesús rechaza tan bruscamente (16,22s). En san Marcos al segundo anuncio siguió el vergonzoso diálogo de los discípulos entre sí sobre quién es el mayor, y la enseñanza de Jesús (Mc 9,33-35). San Mateo ha aflojado un poco esta conexión intercalando el diálogo sobre la contribución del templo (17,24-27). El tercer anuncio es contestado con la petición de los hijos de Zebedeo. ¡Qué mala inteligencia! Jesús piensa en el oprobio, ellos piensan en su honor. Él va al encuentro del madero de la cruz, ellos esperan ocupar los sitios del trono de la gloria. No han entendido nada ni entenderán nada hasta que se les aparezca Jesús resucitado. Ellos piensan desde abajo, Jesús desde arriba. Lo que para ellos es objetivo de su ambición, para Jesús es recompensa libremente otorgada a la obediencia: estar sentado en el trono. El camino hacia la gloria va por el valle sombrío de la humillación. No sabéis lo que pedís. Antes se tiene que vaciar el cáliz. Jesús está a punto de beberlo. Pedirá angustiado que pase de él «este cáliz» (26,29). Tan difícil le resulta coger la copa. Pero los dos hermanos dicen con audacia: Podemos beberlo. Quizás con la ufanía con que habló Pedro en el lago: Mándame ir a ti sobre el agua (14,28). Pero quizás también porque no saben lo que contiene este cáliz: la bebida preparada por la ira de Dios. Ni siquiera quien se identificó con Jesús en la muerte, tiene derecho a determinados sitios en la gloria. Éstos sólo los concede el Padre. Él está de un modo soberano por encima de todo, por encima de la marcha hacia Jerusalén y de los acontecimientos que allí tendrán lugar, también está por encima del orden del tiempo en el mundo nuevo. Jesús sabe que entrará en la gloria. Lo sabe con la misma seguridad con que predice su resurrección (20,19). Así como será resucitado por el Padre, así también será entronizado por él como Señor y juez. Eso también puede aplicarse a los suyos, especialmente a los doce, a quienes ya se les ha prometido que se sentarán con él en su trono y juzgarán a las doce tribus de Israel (19,28). El Padre está por encima de todo. En la humillación y en el ensalzamiento, sólo su voluntad prevalece.

b) El precepto de servir (Mt/20/24-28).

24 Cuando lo oyeron los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. 25 Pero Jesús los llamó junto a sí y les dijo: Ya sabéis que los jefes de las naciones las rigen con despotismo, y que los grandes abusan de su autoridad sobre ellas. 26 Pero no ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que quiera entre vosotros ser grande, sea vuestro servidor, 27 y el que quiera entre vosotros ser primero, sea vuestro esclavo.

Los otros diez apóstoles se enojan. Tienen la petición por temeraria. ¿Acaso ya habían «entendido»? ¿O es que consideran la manera de proceder de los dos como competencia y todavía no se ha extinguido la controversia entre ellos sobre quién es el mayor (Mc 9,33s)? El Maestro añade una instrucción, que constituye una de las mayores enseñanzas que le debemos. Se descubre la ley fundamental de los discípulos, la nueva manera de pensar de los creyentes, la nueva ordenación del pueblo de Dios, que es la Iglesia. Se evoca un impresionante contraste: a un lado, la imagen más contundente de la corrompida autoridad humana; a otro, la imagen del esclavo servidor. Se ejerce la autoridad humana mediante la opresión, el poder del dominador se lleva a cabo por la impotencia de los dominados. Cuanto más grande es la privación de poder de los súbditos, tanto más ilimitado es el ejercicio de la autoridad del dominador. ¡Cuántos ejemplos en la historia! Aquí se dice con energía: Pero no ha de ser así entre vosotros. Lo contrario es lo que aquí vale. El que quiere ser poderoso debe despojarse del poder, el que quiere ser grande debe hacerse pequeño, el que quiere pasar por primero debe hacerse el último. El nuevo espíritu es el espíritu de servicio. La nueva ley es la ley de la entrega a los demás. La verdadera grandeza es la pequeñez. El verdadero dominio consiste en servir. Todo eso parece paradójico y lo es, en efecto. El hombre natural se rebela contra esta concepción, y con ello muestra que todavía no se ha encontrado a sí mismo ni a su vocación humana. Porque el que pierde su vida, la encontrará (16,25). El discípulo se encuentra al desasirse de sí mismo. Se libera de sí esclavizándose al servicio del prójimo (cf. Gál 6,13).

28 De la misma manera que el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar la vida en rescate de muchos.

Las palabras del Maestro a los discípulos podrían resultar vacías e ineficaces, si para ellas no hubiera un ejemplo vivido de un modo convincente. Se podrían tener estas palabras por deliberadas exageraciones, destinadas sólo a sacudir los ánimos, si no se hubiesen cumplido al pie de la letra. La doctrina no exige un ideal inasequible, sino que puede ser comprobado en la vida de un hombre. El mismo Jesús es quien vive según esta ley. Vive como prototipo y modelo de la Iglesia. No ha venido para ser señor, sino siervo. Su misión está dirigida a servir. La voluntad que gobierna en él y por la que él «vino» es una voluntad pronta para el servicio. La vocación de Jesús es servir. En el cenáculo él, que es el Señor y Maestro, prestará el servicio del esclavo y lavará los pies a los doce (/Jn/13/01-15). El primero pasa a ser el último, el Señor de todos viene a ser el servidor de todos. «Porque ejemplo os he dado, para que, como yo he hecho con vosotros, también vosotros lo hagáis. De verdad os lo aseguro: el esclavo no es mayor que su señor, ni el enviado mayor que el que lo envía. Si entendéis esto, dichosos seréis practicándolo» (Jn 13,15-17). Este servicio llega hasta la última posibilidad, a saber, la muerte. De estas palabras se deduce con claridad lo que propiamente animaba a Jesús: no lo impulsaba por el camino del Gólgota una necesidad ciega, aceptada por pura obediencia; era la necesidad del amor que ha salido del Padre y ha entrado en el Hijo. El Hijo también recorre el camino por propia decisión, porque ama como ama el Padre. No se le despoja de la propia vida por la fuerza, sino que él la da como don de amor. El Hijo del hombre vino a dar su vida... Ningún hombre tiene posibilidad de pagar como rescate algo que tenga el mismo valor que su propia vida, la cual, cuando se ha perdido no puede volver a compararse; sino que sigue en la muerte. Cuando esto tiene lugar en forma definitiva, es decir, cuando está corrompido por la culpa y el egoísmo, no podrá conseguir la auténtica vida eterna (cf. 16, 26). Necesita que otro pague el rescate. Éste otro es el único que puede hacerlo, el Hijo del hombre. El amor le impulsa al servicio, y el servicio le impele hasta la entrega de la vida, pero la entrega de la vida como rescate para los demás.

El Nuevo Testamento, ofrece diferentes imágenes que ilustran la obra de Cristo. En él encontramos la expresión de desatar o soltar, que se aplicaba a la redención de un esclavo o de una persona privada de libertad. Se compraba la libertad por una suma determinada, el rescate. Aquí se paga el precio de una vida, y con él se compra la inmunidad de la muerte. En el texto se dice: en rescate de muchos. Con estas palabras se contrapone el único a los otros muchos. Sabemos que estos muchos son todos, porque nadie puede procurarse el precio del rescate para su vida malograda. Pero a esta acción sustituta, desinteresada, de Jesús corresponde abundante fruto. Lo que ocurrió en los sentimientos por el amor a todos, también en el efecto redunda en provecho de todos. Así se expresa el libro de Isaías hablando del «siervo de Yahveh». Con esta figura, el mismo Jesús y la Iglesia posterior a él conocen que existe un trueque misterioso entre la acción del único y su eficacia para muchos. Una magnífica herencia y un rico botín son el fruto de la entrega de la vida: «Por tanto, le daré como porción suya una gran muchedumbre, y recibirá innumerables gentes por botín; pues que ha entregado su vida a la muerte, y ha sido confundido con los facinerosos, y ha tomado sobre sí los pecados de todos, y ha rogado por los transgresores» (Is 53,12). El apóstol san Pablo dirige una mirada a la figura de Adán, más lejana aún que la del siervo de Yahveh. Desde Adán se le presenta en forma nueva la acción de Cristo, en la que reconoce la contrapartida de la acción de Adán: «Así pues, como por la falta de uno solo recayó sobre todos los hombres la condenación, así también por la acción justa de uno solo recae sobre todos los hombres la justificación que da vida. Pues, al igual que por la desobediencia de un solo hombre la humanidad quedó constituida pecadora, así también por la obediencia de uno solo la humanidad quedará constituida justa» (Rom 5,18s). Si el discípulo tiene esta figura ante los ojos, ya no tendrá la ley fundamental del cristiano por exageración retórica, sino por regla de su propia vida. Se propone al discípulo el modelo de su Señor, al lado del cual tienen que palidecer todos los demás modelos e ideales. Lo que decimos del discípulo vale también de la Iglesia, que debe presentarse al mundo como un don del amor.

7. CURACIÓN DE DOS CIEGOS (Mt/20/29-34).

29 Al salir ellos de Jericó, lo siguió mucha gente. 30 Y en esto, dos ciegos que estaban sentados junto al camino, cuando oyeron que pasaba Jesús, se pusieron a gritar: ¡Señor! ¡Hijo de David! ¡Ten compasión de nosotros! 31 El pueblo los reprendió para que callaran; pero ellos gritaban más fuerte: ¡Señor! Hijo de David! ¡Ten compasión de nosotros! 32 Jesús se detuvo, los mandó llamar y les dijo: ¿Qué queréis que os haga? 33 Ellos le contestan: ¡Señor, que se nos abran los ojos! 34 Jesús, movido a compasión, les tocó los ojos, y al momento recobraron la vista y lo siguieron.

Jericó está en el fondo del valle del Jordán. Es una de las ciudades más antiguas de Palestina, que durante la conquista de la tierra prometida cayó en manos de Josué (Jos 2,1ss; 6,7). ¡Cuán distintas las circunstancias del paso del Maestro con su pequeña y pacífica comitiva! A partir de Jericó se sube por una cuesta a través de montes agrestes, escarpados y sin árboles hacia Jerusalén. Se deja la depresión del Jordán (19,1) y la primera ciudad que se encuentra es Jerusalén, construida en lo alto, en la que Jesús entrará triunfalmente (21,1).

Este milagro de Jericó parece que se haya grabado profundamente en la tradición. San Marcos incluso puede transmitir un nombre: Bartimeo, es decir el hijo de Timeo (Mc 10,46) (*). La gente ordenaron a los dos ciegos que guardaran silencio para no molestar al Maestro ni llamar la atención. Los dos ciegos no hacen caso del mandato, sino que gritan todavía con mayor fuerza. Aumenta la indignación. De repente cambia la escena, ya que Jesús se detiene y los manda llamar. Primero la indignación concentrada de la multitud, ahora la benevolencia de uno solo. Ahora no hay nada más importante que ayudarlos, ni la prisa del camino, ni la consideración a la gente, ni el formalismo con los hombres torpes. Su fe en el Hijo de David, el Mesías, les ha hecho pedir misericordia sin cansarse. Esta fe es recompensada. Jesús les toca ligeramente los ojos, y recobran su vista. Gozando de la facultad de ver se unen a la comitiva y siguen a Jesús. Siendo ciegos entendieron, porque reconocieron en Jesús al hijo de David. Gozando de la facultad de ver le siguen en el camino hacia Jerusalén. Ahora no solamente ven al Mesías de Israel con la luz de sus ojos recuperada, sino que se ponen a seguir al Maestro, que es lo mismo que seguir la cruz.
..............
*
San Mateo informa de la curación de dos ciegos, en san Marcos sólo se habla de uno. En la precedente curación de ciegos (9,27-31) también eran dos los ciegos. Puesto que en la curación de endemoniados de Gádara también eran dos los posesos, se tiene que suponer que san Mateo cada vez lo ha delineado así conscientemente, sin duda a causa de la regla del Antiguo Testamento según la cual un estado de cosas sólo puede ser corroborado legalmente por la declaración de dos testigos (Dt 19,15).
.........