CAPÍTULO 12


6. LOS DISCÍPULOS EN EL MUNDO (12,1-53).

Jesús es el más fuerte, la señal, el profeta que anuncia la voluntad de Dios. Reúne discípulos que sufrirán la misma suerte que le espera en Jerusalén. Lucas, reuniendo fragmentos de tradición, compone una instrucción de los discípulos. Jesús reclama una confesión intrépida (12,1-12), libertad frente a los bienes de la tierra y frente a la ansiosa preocupación por la vida (12,13-34), vigilancia y fidelidad con vistas al Señor que ha de venir, que obliga a una decisión (12,35-53).

a) Confesión intrépida (Lc/12/01-12)

Mediante breves observaciones enlaza Lucas las palabras de Jesús, dividiendo el discurso en tres partes: los discípulos deben estar penetrados de la palabra de Dios hasta lo más íntimo de su ser (12,1-3); deben hacer su confesión sin el menor temor de los hombres, pues Dios se cuida de ellos (12,4-7); a los confesores animosos les promete Jesús los más altos bienes (12,8-12).

1 Y mientras la multitud seguía aumentando por millares, hasta el punto de atropellarse unos a otros, primero comenzó a decir a sus discípulos: Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. 2 Pues nada hay oculto que no se descubra, y nada secreto que no se conozca. 3 Por lo cual, todo lo que dijisteis en la obscuridad será oído a plena luz, y todo lo que hablasteis al oído, en las habitaciones más escondidas, será proclamado desde las terrazas.

Va en aumento el número de los que se interesan por Jesús y por su palabra. Se cuentan por millares. Se apiñan hasta atropellarse. Primero habla Jesús a los discípulos antes de dirigir su palabra a las masas (12,54). Los discípulos han de ser intermediarios entre Jesús y el pueblo. Cuando los discípulos estén penetrados de la palabra de Dios, podrán también llevar su mensaje a las masas.

La levadura era considerada como un poder oculto, algo pernicioso y con efectos perniciosos, algo así como el mal instinto. Este poder es en los fariseos la hipocresía(*): se muestran al exterior distintos de lo que son. Los discípulos deben guardarse de esta simulación. Deben ser interiormente lo que enseñan y anuncian al exterior. Además, ¿de qué les sirve la simulación? Lo oculto se descubre y lo secreto llega a conocerse. Los sentimientos ocultos pugnan por salir a la luz pública. Lo primero y fundamental que exige Jesús a sus discípulos es la transformación interior.

Si el discípulo se transforma interiormente por la palabra de Dios, su convicción y sus sentimientos se abrirán camino para salir a la luz pública. Lo que se ha dicho ocultamente al pequeño grupo pugna por salir a la luz, a hacerse público. Aunque los discípulos abarquen un campo de acción aparentemente pequeño y restringido, no deben preocuparse, sin embargo, temiendo que su acción no llegue a extenderse ampliamente. Si, por ejemplo, en tiempos de persecución sólo pueden transmitir su mensaje en las horas nocturnas y en lugares obscuros en voz baja, deben tener, sin embargo, plena seguridad de que la palabra de Dios tiene poder y propende a salir a la luz sin que ninguna fuerza del mundo pueda sofocarla. La palabra de Dios está cargada de fuerza.
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La hipocresía se echa en cara a los fariseos especialmente en Mt; cf. Mt 23,13.15.23.27.29.
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4 A vosotros os lo digo, amigos míos: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero después de esto no pueden hacer más. 5 Os voy a indicar a quién habéis de temer: temed a quien, después de haber matado, tiene poder para arrojar a la gehenna. Sí, os lo repito: a ése habéis de temer. 6 ¿Acaso no se venden por dos ases cinco pajarillos? Sin embargo, ni uno de ellos queda olvidado ante Dios. 7 Más aún, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. ¡No tengáis miedo! Valéis más que muchos pajarillos.

Los discípulos de Jesús son sus amigos. A ellos ha dedicado su amor, los ha iniciado en los secretos de su mensaje; ellos participarán también en su suerte. «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe qué hace su señor; os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15,14s). Jesús quiere decir verdades serias a los suyos. Por eso comienza por recordarles su amistad. Camina hacia Jerusalén, donde será «elevado». También los discípulos tendrán adversarios, que los amenazarán con la muerte.

Con una serena reflexión se les quitará el temor a la muerte. No hay que temer a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden ejercer el menor influjo en la vida eterna. A Dios hay que temer, a Dios, que puede precipitar en el infierno, que después de esta vida ha de decidir sobre la salvación y la perdición. Jesús contrapone un temor a otro. Más hay que temer a Dios que a los hombres.

El temor de Dios no es lo único que ha de fortalecer en las angustias de muerte. Dios mira a los discípulos y no los olvida. Dios se cuida de lo más pequeño e imperceptible. Se cuida de los pájaros del campo y de los cabellos de la cabeza. Todo le interesa. Si Dios se cuida de estas pequeñeces, mucho más se cuidará de los discípulos de Jesús. La confianza en la amorosa providencia de Dios da valor para soportar hasta lo más difícil, porque también esto entra en el plan de la amorosa solicitud de Dios.

8 Pero yo os digo: De todo aquel que se declare en mi favor delante de los hombres, el Hijo del hombre también se declarará en favor suyo delante de los ángeles de Dios. 9 Pero aquel que me niegue ante los hombres, también él será negado ante los ángeles de Dios. 10 Y a todo el que diga una palabra contra el Hijo del hombre, le será perdonada; pero a aquel que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará. 11 Cuando os hagan comparecer ante las sinagogas, los poderes y las autoridades, no os preocupéis de cómo os defenderéis o con qué, o de qué habéis de decir. 12 Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que conviene decir.

A los discípulos se les exige confesar a Jesús, confesión que está amenazada de persecución. Para quitar a sus discípulos el miedo de los hombres, les recuerda Jesús el juicio futuro. Por el juez se entiende a Dios, aunque no se menciona expresamente a él, sino sólo a su corte, los ángeles. No se pronuncia el nombre de Dios. Los ángeles notifican la presencia del Dios innombrable e inaccesible. En este juicio, el Hijo del hombre es abogado de los buenos ante el divino juez. Aquel en cuyo favor se declare, será salvado; aquel en cuyo favor no se declare, estará perdido. Que el Hijo del hombre intervenga en favor de alguien o no, depende de que uno confiese a Jesús en la tierra. La confesión o la negación de Jesús en la tierra tendrá su repercusión en el juicio final.

Dios, el Hijo del hombre y Jesús se hallan en la más estrecha relación. Todo el que se declare en mi favor, también el Hijo del hombre se declarará en favor suyo. Jesús parece distinguir entre él mismo y el Hijo del hombre. ¿No deben, sin embargo, estar lo más íntimamente ligados, puesto que se dice: Todo el que se declare en mi favor delante de los hombres, el Hijo del hombre también se declarará en favor suyo delante de los ángeles de Dios? Quien mejor explica estas palabras es quien entiende por ellas que Jesús se reconoce como el llamado por Dios a colaborar como Hijo del hombre en el juicio. Pero también Dios y el Hijo del hombre están ligados entre sí. Todo el que en el juicio se declare por el Hijo del hombre delante de Dios, se salvará; el que no lo reconozca, será condenado por Dios. Así pues, Dios ha dado poder al Hijo del hombre, un poder decisivo sobre los hombres ante él mismo. Dios, el Hijo del hombre, Jesús: ¿en qué relación se hallan entre sí?

La acción salvadora de Jesús es hasta tal punto asunto suyo, que si bien Lucas escribe: «El Hijo del hombre también se declarará en favor suyo delante de los ángeles de Dios», en cambio no escribe que el Hijo del hombre negará al que no se haya declarado en favor de Jesús. Se dice impersonalmente. También él será negado. La sentencia de condenación no se atribuye directamente a Jesús; en efecto, Jesús es, en primer lugar, salvador. Todavía se dicen otras palabras terribles y estimulantes a la vez, palabra que ha de fortalecer a los discípulos. El discípulo, para quien Jesús es amigo y abogado, está bajo la acción del Espíritu Santo, al que enviará Jesús cuando haya sido exaltado. La confesión de Jesús por el discípulo mediante la palabra y la imitación, es impuesta como un deber por el Espíritu Santo, pero también es apoyada y sostenida por él. Las palabras, tal como las reproduce Lucas, se refieren al futuro de los discípulos. Cuando reciban al Espíritu Santo y por el hecho de recibirlo, se les exigirá una relación con Cristo y una confesión de Cristo distinta de la de quienes no hayan recibido el Espíritu Santo. A todo el que diga una palabra contra el Hijo del hombre, le será perdonada. Jesús vive como hombre entre hombres, es Hijo del hombre en humildad. El que sólo le juzga con sus capacidades puramente humanas y sólo lo ve como hombre, es posible que no sea consciente de su transgresión al ultrajar a Jesús, Hijo del hombre. Dios le perdonará. Cuando va a morir Jesús ora: «Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen» (23,34).

En cambio, no se perdonará al que blasfeme contra el Espíritu Santo. Un discípulo que ha reconocido a Jesús como el Hijo del hombre (exaltado), blasfema contra el Espíritu si niega a Jesús o se separa de él. En efecto el Espíritu Santo es el que ha causado en él la confesión de que Jesús es el Hijo del hombre, al que Dios da todo poder. El que así armado con el Espíritu dice una palabra contra Jesús, ése ultraja al Espíritu Santo. Este pecado no se perdona. El perdón de los pecados y la salvación sólo pueden lograrse mediante la fe en Cristo.

Acerca del Espíritu Santo se dice también una palabra estimulante. Cuando por causa de su fe comparezcan los discípulos ante los tribunales judíos y paganos, el Espíritu Santo se encargará de cómo hayan de defenderse. En este caso, el discípulo no dirá nada ofensivo para Jesús, sino que más bien dará un testimonio en el que resplandezca la gloria de Cristo. Jesús promete para ese caso la asistencia del Espíritu Santo. Él enseñará a los discípulos lo que conviene decir (*).

El discípulo confiesa su fe delante del Dios trino: delante de Dios Padre, del Hijo del hombre y del Espíritu Santo. Lo imponente y tremendo del Dios trino se halla delante de él, pero también su virtud confortadora. La dignidad del discípulo se hace visible en lo serio de la responsabilidad que pesa sobre él, pero también en la solicitud de que es objeto por parte de Dios.
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Hch 4,8ss; 5,29ss; 7,55ss; cf. 2Tim 4, 16s: «En la primera vista de mi causa nadie se presentó a favor mío, sino que todos me abandonaron. ¡Que no se les tome en cuenta! Pero el Señor me asistió y me dio fuerzas, de tal manera que por medio de mí la proclamación quedó plenamente realizada y llegó a oídos de todos los gentiles, y yo mismo fui rescatado de las fauces del león.»
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b) Desapego de los bienes (Lc/12/13-21)

El hombre no deja de ser hombre por el hecho de seguir a Cristo; como hombre, está amenazado por la preocupación por los bienes de la tierra. Por eso el discípulo de Jesús debe adoptar la debida posición frente a estos bienes. Jesús se niega a hacer de árbitro en una cuestión de repartición de herencia (12,14), pone en guardia contra la avidez y la codicia (12,15) y con una parábola muestra cómo se asegura verdaderamente la vida (12, 16-21).

13 Díjole uno de la multitud: Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia. 14 Pero él le contestó: ¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o partidor entre vosotros?

El derecho sucesorio judío estaba regulado por la ley mosaica. Se supone una situación agrícola, en la cual el hermano mayor hereda los bienes raíces y dos tercios de los bienes muebles (Dt 21,17). En el caso que se propone a Jesús, parece ser que el hijo mayor no quiere entregar absolutamente nada. Dado que el derecho sucesorio estaba regulado por la ley, fácilmente se recurriría al dictamen y a la decisión de los doctores de la ley. El hombre del pueblo acude a Jesús, al que trata como a doctor de la ley, a fin de que en el asunto de su herencia dé un dictamen y con su autoridad ejerza influjo sobre su hermano injusto. Jesús es considerado como acreditado doctor de la ley, que se presenta y actúa con autoridad.

Cuando el pueblo acude a Jesús con sus miserias del cuerpo y del alma, lo halla dispuesto a socorrerle. En cambio, el hombre que se presenta con su pleito hereditario tropieza con una repulsa. ¡Hombre! Aquí esta palabra suena áspera y dura. Jesús no quiere ser juez ni árbitro en los asuntos de los hombres. Las palabras con que lo expresa traen a la memoria las que fueran respondidas a Moisés cuando quiso dirimir una querella entre dos hebreos: «¿Y quién te ha puesto a ti como je£e y juez entre nosotros?» (Ex 2,14). En su obrar se inspira Jesús en las decisiones expresadas por la palabra de Dios en la Sagrada Escritura. La palabra de la Escritura le muestra también los inconvenientes que tiene el constituirse árbitro en tales asuntos.

Con su palabra se niega Jesús a intervenir para poner orden en las condiciones perturbadas de este mundo y a decidir con su autoridad en favor de este o del otro orden social. Su misión y la conciencia de su vocación que le da la voluntad de Dios, la dejó ya bien establecida reiteradamente al comienzo de su actividad en Nazaret y todavía antes en la tentación en el desierto. Ha sido enviado para anunciar a los pobres el Evangelio, para llamar a los pecadores (5,32), para salvar a los que estaban perdidos (19,10), para dar su vida en rescate (Mc 10,45), para traer al mundo la vida divina (Jn 10,10).

15 Entonces les dijo: Guardaos muy bien de toda avidez, pues no por estar uno en la abundancia, depende su vida de los bienes que posee.

Toda ansia de aumentar los bienes es enjuiciada como un peligro del que han de guardarse bien los discípulos. El ansia de poseer descubre la ilusión de creer que la vida se asegura con los bienes o con la abundancia de los mismos. La vida es un don de Dios, no es fruto de la posesión o de la abundancia de bienes de la tierra y de la riqueza. De hecho, no es el hombre el que dispone de la vida, sino Dios.

16 Luego les dijo esta parábola: Un hombre muy rico tenía una finca que le dio una gran cosecha. 17 Y discurría para sí de esta forma. ¿Qué voy a hacer si ya no tengo dónde almacenar mis cosechas? 18 Y añadió: Voy a hacer esto: derribaré mis graneros para edificar otros mayores; así podré almacenar allí todo mi trigo y mis bienes. 19 Y diré a mi alma: Alma mía, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años; ahora descansa, come, bebe y pásalo bien. 20 Entonces le dijo Dios: ¡Insensato! Esta misma noche te van a reclamar tu alma, y todo lo que has preparado, ¿para quién va a ser? 21 Así sucederá con aquel que atesora riquezas para sí, pero no se hace rico ante Dios.

La narración de un ejemplo presenta gráficamente lo que se ha expresado con la sentencia: la vida no se asegura con los bienes. El rico labrador revela su ideal de vida en el diálogo que entabla consigo mismo: vivir es disfrutar de la vida: comer, beber y pasarlo bien; vivir es disponer de una larga vida: para muchos años; vivir es tener una vida asegurada: ahora descansa ¡Ética del bienestar! ¿Cómo puede alcanzarse este ideal de vida? Almacenaré: hay que asegurar el porvenir. Varían las formas de esta seguridad. El labrador edifica graneros. ¿El moderno hombre de negocios...? La economía de este labrador no tiene otro sentido que el de asegurar la propia vida.

La entera forma humana de proyectar flaquea. El hombre no tiene en su mano la vida como dueño y señor. No puede contentarse con hablar consigo mismo: Dios interviene también en el diálogo. Este hombre debería también tratar con otros hombres, pero le importan tan poco como Dios mismo. El hombre es insensato si piensa así, como si la seguridad de su vida estuviera en su mano o en sus posesiones. El que no cuenta con Dios, prácticamente lo niega, y es insensato (/Sal/013/014/01). Que nuestra vida no se asegura con la propiedad y con los bienes lo pone al descubierto la muerte. Te van a reclamar tu alma: los ángeles de la muerte, Satán por encargo de Dios. ¡Esta misma noche! El rico había contado con muchos años...

La riqueza que el hombre acumula para sí, con la que quiere asegurarse la existencia terrena, no le aprovecha nada. Tiene que dejársela aquí, en manos de otros. «Muévese el hombre cual un fantasma, por un soplo solamente se afana; amontona sin saber para quién» (Sal 39,7). Sólo el que se hace rico ante Dios, el que acumula tesoros que Dios reconoce como verdadera riqueza del hombre, saca provecho. El querer el hombre asegurar nerviosamente su vida por sí mismo lleva a perder la vida, sólo la entrega a Dios y a su voluntad la preserva. ¿Cuáles son los tesoros que se acumulan con vistas a Dios?

c) Confianza en Dios (Lc/12/22-34).

22 Luego dijo a sus discípulos: Por eso os digo: No os afanéis por la vida: qué vais a comer; ni por vuestro cuerpo: con qué lo vais a vestir. 23 Porque la vida vale más que el alimento y el cuerpo más que el vestido. 24 Fijaos en los cuervos: no siembran ni siegan, ni tienen despensa ni granero; sin embargo, Dios los alimenta. ¡Cuánto más valéis vosotros que las aves! 25 ¿Quién de vosotros, por mucho que se afane, puede añadir una hora a su existencia? 26 Pues, si ni siquiera lo mínimo podéis, ¿por qué afanaros por lo demás? 27 Fijaos en los lirios: cómo ni hilan ni tejen. Pero yo os digo: ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos. 28 Pues si Dios viste así la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al horno, ¡cuánto más hará por vosotros, hombres de poca fe! 29 Igualmente, no andéis buscando qué habéis de comer y de beber; no os inquietéis por eso. 30 Pues todas esas cosas buscan ansiosamente los paganos del mundo; pero vuestro Padre sabe bien que tenéis necesidad de ello. 31 En cambio, buscad su reino, y estas cosas se os darán por añadidura.

El hombre conserva su vida, no gracias a sus posesiones, sino con la ayuda de Dios. Hasta qué punto esta frase libera y da satisfacción, se expresa por medio de un poema didáctico en tres estrofas. La primera y la segunda estrofa tratan de librar al hombre de la preocupación angustiosa, la tercera tiene por objeto orientar hacia el debido fin la búsqueda y las ansias del hombre.

En esta armazón fundamental se insertan motivos que pueden librar de la preocupación angustiosa y calmar la búsqueda inquieta. Se habla del cuervo y de las flores del campo con todo su esplendor. El ojo «sano» y puro de Jesús (cf. 11,34) descubre a Dios en los pájaros y en las flores y en todo reconoce su solicitud y su amor. En la última estrofa no se habla ya de Dios, sino del Padre, que sabe lo que nos hace falta.

Para el rico significan los bienes un gran peligro: el de olvidar a Dios y de vivir sola para conservar y acrecentar la riqueza, en la que ha cifrado su seguridad. Pero también el pobre está amenazado. Su preocupación es su sustento cotidiano. Uno y otro, el rico y el pobre, están expuestos al peligro de dejarse absorber por el cuidado de las cosas de la tierra y dejar a un lado el cuidado más importante, el de buscar el reino de Dios. En estas palabras habla Jesús de una preocupación que desasosiega, que se apodera completamente del hombre, que procede de la ilusión de creer que el hombre puede asegurar su vida con los bienes de la tierra. La frase decisiva, según la cual se ha de entender el poema entero, se halla en el versículo 10 31: buscad el reino, y estas cosas se os darán por añadidura. En Mt se dice: «Buscad primeramente el reino.» Esta es la redacción destinada al pueblo. Lucas, en cambio, suprime el primeramente, pues escribe para los discípulos, que siguiendo a Cristo deben renunciar a toda posesión, a fin de estar completamente libres para escuchar la palabra de Jesús y proclamar su mensaje (10,4).

La preocupación por las cosas de la tierra no debe hacer olvidar la búsqueda del reino de Dios. Por eso Dios mismo se encarga de que el hombre no se deje dominar por la solicitud por la subsistencia. Jesús proclama la providencia paternal de Dios. Lo que dice Jesús se comprende fácilmente, pero estas palabras sólo se pueden vivir si se creen. Los hombres de poca fe no lo comprenden ni se aventuran a ello. En la primera estrofa hay dos razones que tienen por objeto librar de la preocupación afanosa por la comida, la bebida y el vestido. Nosotros nos preocupamos por el alimento y por el vestido, pero no tenemos en nuestra mano la vida a que deben servir estas cosas. Los cuervos, que eran tenidos por pájaros impuros por los judíos (Lev 11,15; Dt 14,14) y de los que se decía que son los animales más abandonados de la tierra, pues son descuidados hasta por sus mismos padres (Sal 147,9; Job 38,41), son alimentados por Dios sin que ellos mismos tomen medidas preventivas. ¿No se cuidará Dios mucho más del hombre, que al fin y al cabo vale más que un cuervo?

También la segunda estrofa, que habla dos veces de las preocupaciones afanosas, quiere inducir al abandono de las preocupaciones y a la confianza en la providencia de Dios mediante la consideración de la propia vida y de la naturaleza. Por mucho cuidado que ponga el hombre, no puede prolongar su vida (o aumentar su estatura). Quizá sea la frase deliberadamente ambigua; en todo caso es una verdad escueta, que todos tenemos que reconocer. Si nosotros no podemos modificar lo más mínimo la duración de nuestra vida, o nuestra estatura, ¿por que nos preocupamos tanto por lo demás, por la comida y por el vestido, que son mucho menos que la duración de la vida o que la estatura? Los espléndidos lirios en las praderas de Galilea son testigos luminosos de la magnánima solicitud de Dios. El fasto del «rey sol» de Israel queda muy por debajo del esplendor de las flores, y sin embargo, las flores del campo no son sino pobres hierbas. El que se preocupa angustiosamente por su subsistencia, carece de fe; cree en la providencia divina, pero vive como si la existencia terrena fuera independiente de Dios y sólo el hombre debiera cuidar de ella.

La tercera estrofa no habla ya de preocupaciones afanosas, sino del buscar, del empeño desasosegado, de una vida suspendida entre el temor y la esperanza. Lo que ha de buscar el discípulo de Cristo no debe ser la comida y la bebida. Los paganos tienen esa preocupación. En ellos se comprende, pues no creen en el Padre, que cuida de los discípulos, que son sus hijos. Los paganos no tienen conocimiento de las promesas de Dios, por lo cual se preocupan por la vida de la tierra. El discípulo conoce una preocupación mayor, la del reino de Dios, que es lo único que busca.

Jesús quiere dar a Dios y a su reino la preferencia ante todas las cosas y librar al hombre de la preocupación agobiante que atormenta al que piensa que sólo puede y debe asegurar su existencia humana. Los discípulos de Jesús, que viven del Evangelio, saben que no se les garantiza una vida sin fatiga, una jauja, si buscan sólo el reino de Dios. También los santos pasaron hambre y sufrieron fatigas y necesidad (2Cor 11,23ss). Cualquier cosa que Dios disponga sobre el discípulo, siempre viene del Padre, que quiere darle lo más grande de todo, el reino, en el que está contenida la plenitud de las bendiciones.

32 No temas, pequeño rebaño: que vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.

El grupo de los discípulos es un pequeño rebaño. El pueblo de Dios de los últimos tiempos se compara con un rebaño. A pesar de su pequeño número, de su insignificancia, de su impotencia y de su pobreza, ha de recibir de Dios el reino, el poder y el señorío sobre todos los reinos. Porque es el pueblo santo del Altísimo (Dan 7,27). Este pequeño rebaño vive en el amor de Dios, que es su Padre. Por el designio de Dios, que tiene su más profunda y única razón en el beneplácito de Dios, este pequeño rebaño está llamado a lo más grande. Jesús dijo que el reino debe ser la única preocupación del discípulo; pero tampoco esta preocupación ha de ser angustiosa. No temas. El amor eterno del Padre asegura el reino a los discípulos. «¿Qué me separará del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús?» (Rom 8,39). La seguridad de la vida está en manos del Padre, en su beneplácito, en su amor: Paz a los hombres, objeto del amor de Dios.

33 Vended vuestros bienes para darlos de limosna. Haceos de bolsas que no se desgastan, de un tesoro inagotable en los cielos, donde no hay ladrón que se acerque ni polilla que corroa. 34 Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.

Ha quedado pendiente la cuestión de cómo han de atesorarse riquezas con vistas a Dios (12,21). Vended vuestros bienes y con lo que obtengáis dad limosna, con lo cual acumularéis un tesoro en el cielo. Este tesoro no se pierde. De él no se puede decir: Todo lo que has preparado, ¿para quién va a ser? El arca no será agujereada ni agrietada, el tesoro mismo no disminuye, no está expuesto a ladrones y a fuerzas destructoras. Lo que amenaza los tesoros de la tierra, el dinero, los vestidos preciosos y cosas semejantes, no puede dañar al tesoro del cielo. Lo que hace el hombre con vistas a Dios, no se pierde; una vida que se ha vivido con la mira puesta en Dios se convierte en vida eterna.

El hombre tiene el corazón apegado a aquello por lo que ha aventurado mucho. El que ha vivido con la mira puesta en Dios, tiene el corazón puesto en Dios; el que ha expuesto mucho por el reino de Dios, piensa en el reino de Dios. El que tiene su tesoro y su riqueza en el cielo, está en el cielo con su corazón y con sus anhelos. Para quien mediante limosnas se procura un tesoro en el cielo, el reino de Dios representa el centro de su vida.

d) Vigilancia y fidelidad (Lc/12/35-53)

El discípulo de Jesús tiene la mira puesta en la venida de su Señor. En la época en que Lucas escribía su Evangelio, no esperaban ya los cristianos la próxima venida de Jesús, sino que contaban ya con espacios más largos de tiempo. Entre el tiempo de la acción salvífica de Jesús y su venida gloriosa transcurre el tiempo de la Iglesia. Los cristianos que viven en este tiempo de la Iglesia miran retrospectivamente a la vida de Jesús en la tierra, y prospectivamente a su futura manifestación. Las preocupaciones fundamentales del tiempo final del cristiano que aguarda la pronta venida de Cristo, no deben faltar tampoco al cristiano que vive en el tiempo de la Iglesia, puesto que nadie sabe cuándo vendrá el Señor. Lucas habla de algunas de estas actitudes fundamentales: el cristiano debe ser vigilante (12,35-40); en particular, los dirigentes de la Iglesia son exhortados a la fidelidad (12,41-48). Como el tiempo de la primera venida de Cristo fue un tiempo de decisión, así también el cristiano debe concebir su vida como decisión por la voluntad de Dios (12,49-53).

35 Tened bien ceñida la cintura y encendidas las lámparas 36 y sed como los que están esperando a que su señor regrese del banquete de bodas, para abrirle inmediatamente cuando vuelva y llame. 37 Dichosos aquellos criados a quienes el señor, al volver, los encuentre velando. Os lo aseguro: él también se ceñirá la cintura, los hará ponerse a la mesa y se acercará a servirlos. 38 Y aun si llega a la segunda o a la tercera vigilia de la noche, y los encuentra así, ¡dichosos aquellos! 39 Entended bien esto: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar su casa. 40 Estad también vosotros preparados, que a la hora en que menos lo penséis vendrá el Hijo del hombre.

Los discípulos deben estar en vela y preparados para la venida de Jesús, cuya hora nadie conoce. Una imagen de tales disposiciones se halla en un criado que aguarda a su señor, que ha de volver de un banquete de bodas a alguna hora de la noche. Cuando llame el señor, deberá estar ya el criado a la puerta para abrir, dejar pasar y conducir al señor a su casa. Para esto está allí el criado y lleva la túnica recogida; como cuando se está de camino, se trabaja o se combate, tiene ceñida la cintura y sostiene en la mano una lámpara encendida. Si no llevase la túnica recogida no podría ir prontamente a la puerta, y si tuviera que ir primero a buscar la lámpara y encenderla, pondría de mal humor a su señor. Esto, aplicado al discípulo, significa que a cada momento debe estar equipado moralmente de tal forma que pueda inmediatamente acudir a la llamada del Señor cuando venga a juzgar, que debe ser claro y luminoso como el sol y sin tropiezo moral, cargado de frutos de justicia por Jesucristo. para gloria y alabanza de Dios (Flp 1,10s).

El discípulo que está pronto es felicitado, es llamado dichoso por Jesús. Entre dos bienaventuranzas se expresan los bienes que aguardan al siervo que está siempre en vela, incansable y fiel. El Señor le servirá a la mesa (22,27). Cambio completo de la situación: el siervo es señor, y el Señor es siervo. Dios hace participar de su gloria a los que velan. La gloria del reino de Dios se compara con frecuencia con un banquete de bodas, que Dios prepara para los que acoge en su reino. Dios honra a los invitados sirviéndolos y les da participación en su gloria.

Una tercera pareja de sentencias exhorta a estar prontos constantemente. El ladrón cava un corredor debajo de las paredes de la casa que se levanta sobre la tierra sin cimientos. Si el dueño de la casa supiera cuándo va a venir el ladrón, impediría la perforación. Si el discípulo de Cristo supiera exactamente cuándo va a venir el Señor, se prepararía para salirle al encuentro. Nosotros sabemos con seguridad que el Señor ha de venir, pero no sabemos cuándo. ¿Qué se sigue de esto?

41 Dijo entonces Pedro: Señor, ¿a quién diriges esta parábola a nosotros o a todos? 42 El Señor contestó: Quién es, pues, el administrador fiel y sensato, a quien el Señor pondría al frente de sus criados, para darles la ración de trigo a su debido tiempo? 43 Dichoso aquel criado a quien su señor, al volver, lo encuentra haciéndolo así. 44 De verdad os digo: lo pondrá al frente de todos sus bienes. 45 Pero si aquel criado dijera para sí: Mi señor está tardando en llegar, y se pusiera a pegar a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a embriagarse, 46 llegará el señor de ese criado el día que menos lo espera y a la hora en que menos lo piensa, lo partirá en dos y le asignará la misma suerte que a los desleales. 47 Aquel criado que, habiendo conocido la voluntad de su señor, no preparó o no actuó conforme a esa voluntad, será castigado muy severamente. 48 En cambio, el que no la conoció, pero hizo cosas dignas de castigo, será castigado con menos severidad. Pues a aquel a quien mucho se le dio, mucho se le ha de exigir, y al que mucho se le ha confiado, mucho más se le ha de pedir.

Pedro es portavoz del grupo de los discípulos. Como tal lleva también su nombre de oficio, Pedro, piedra. Con su pregunta distingue entre los discípulos y el pueblo. Los apóstoles tienen una posición particular en la casa de Jesús, en su comunidad, pero también tienen una responsabilidad particular. La posición responsable de los jefes en la Iglesia se considera con vistas a la venida del Señor como juez: «A los presbíteros que están entre vosotros, exhorto yo, presbítero como ellos, con ellos testigo de los padecimientos de Cristo y con ellos participante de la gloria que se ha de revelar: Apacentad el rebaño de Dios que está entre vosotros... Y cuando se manifieste el jefe de los pastores, conseguiréis la corona inmarchitable de la gloria» (1Pe 5,1-4).

Lo que se exige a los apóstoles se expresa con una parábola. EI Señor de una casa está ausente, lejos. Durante el tiempo de su ausencia encarga a un capataz que cuide de atender con justicia y puntualidad a la servidumbre. Para este cargo se requiere fidelidad y sensatez: fidelidad porque el capataz sólo es administrador, no señor, por lo cual debe obrar conforme la voluntad del señor; sensatez, porque no debe perder de vista que el señor puede venir de repente y pedirle cuentas. Si este capataz obra con conciencia, es felicitado, pues el señor quiere encomendarle la administración de todos sus bienes. Si, en cambio, obra sin conciencia e indebidamente, maltrata a la servidumbre y explota su posici6n de manera egoísta para llevar una vida sibarítica, le espera duro castigo. Según la usanza persa, se le parte el cuerpo con una espada.

La interpretación de la parábola, tal como la entendía Lucas, se desprende ya de la descripción del cuadro. El criado es administrador. Los apóstoles están al frente de la casa del Señor y llevan las llaves (11,52). «Que los hombres vean en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (lCor 4,1). En el administrador se busca «que sea fiel» (lCor 4,2). Los apóstoles se comportarán con fidelidad y prudencia si tienen presente la venida del Señor, si cuentan con que el Señor puede venir a cada momento, si no olvidan que tienen que rendir cuentas al Señor.

La tentación puede consistir para el administrador en que se diga: El Señor está tardando, todavía no viene. Los instintos egoístas y los impulsos del capricho le seducen llevándolo a la infidelidad. Lucas parece haber dado a esta observación sobre la tardanza del Señor una importancia mayor de la que tenía en la redacción originaria de la parábola. Es posible que en la época en que vivía Lucas más de una autoridad en la Iglesia dejara que desear tocante a la fidelidad, a la vigilancia y a la sensatez, diciéndose: el Señor está tardando. La venida del Señor en un plazo próximo no se había cumplido. Entonces se pensaba: A lo mejor ni siquiera viene. El hecho de que Jesús ha de venir es cierto. Cuándo ha de venir, es cosa que se ignora. Con la venida de Jesús está asociado el juicio, en el que cada cual ha de rendir cuentas de su administración. En comparación con la certeza de que ha de venir el Señor y de los bienes que aportará su venida, pasa a segundo término el conocimiento de la fecha exacta de su venida. Al Evangelio no le interesa precisamente la descripción de los hechos del tiempo final, sino la certeza de que han de tener lugar. Los dirigentes de la comunidad no deben ceder a la tentación por el retraso de la parusía.

Al siervo fiel y prudente se le pone al frente de todo lo que posee el Señor. La gloria del tiempo final consiste en una actividad intensificada, en un reinar juntamente con el Señor. En cambio, el siervo malo es castigado; se le asignará la misma suerte que a los desleales: será entregado a las penas del infierno.

¿Nos dices esta parábola a nosotros o a todos? Así había preguntado Pedro, porque pensaba que los apóstoles tenían la promesa segura y que no estaban en peligro. Había oído lo que había dicho el Maestro sobre el pequeño rebaño, al que Dios se había complacido en dar el reino. También el apóstol debe dar buena cuenta de sí con fidelidad y sensatez, si quiere tener participación en el reino. También para él existe la posibilidad de castigo. La sentencia depende de la medida y gravedad de la culpa, del conocimiento de la obligación, y de la responsabilidad. Los apóstoles han sido dotados de mayor conocimiento que los otros, por lo cual también se les exige más y también es mayor su castigo si se hacen culpables. El que no habiendo conocido la voluntad del Señor hace algo que merece azotes, recibirá menos golpes. No estaba iniciado en los planes y designios del Señor, y por ello no será tan severa la sentencia de castigo. Pero será también alcanzado por el castigo, aunque menos, pues al fin y al cabo conocía cosas que hubiera debido hacer, pero no las ha hecho. Todo hombre es considerado punible, pues nadie ha obrado completamente conforme a su saber y a su conciencia. La medida de la exigencia de Dios a los hombres se regula conforme a la medida de los dones que se han otorgado a cada uno. Todo lo que recibe el hombre es un capital que se le confía para que trabaje con él.

49 Fuego vine a echar sobre la tierra. ¡Y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! 50 Tengo un bautismo con que he de ser bautizado. ¡Y cuánta es mi angustia hasta que esto se cumpla! 51 ¿Pensáis que he venido a poner paz en la tierra? Nada de eso -os lo digo yo-, sino discordia. 52 Porque desde ahora en adelante, en una casa de cinco personas, estarán en discordia tres contra dos y dos contra tres: 53 el padre estará en discordia contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera, y la nuera contra la suegra.

Jesús aportó el tiempo de salvación. ¿Qué se puede percibir de esto? El tiempo de salvación se anuncia como tiempo de paz; el Mesías es portador de paz. ¿Qué se ha producido en realidad? Falta de paz, discordia hasta en las mismas familias. Los discípulos no deben, sin embargo, perder la cabeza. El tiempo que se ha inaugurado con Jesús es en primer lugar tiempo de decisión. Jesús tiene que cumplir una misión que le ha sido confiada por Dios. La misión reza así: Echar fuego sobre la tierra, traer el Espíritu Santo con su fuerza purificadora y renovadora. (*). Jesús tiene ardiente deseo de que se verifique este envío del Espíritu. Pero antes debe él ser bautizado con un bautismo, debe pasar por sufrimientos que lo azoten como oleadas de agua. Está penetrado de angustia hasta que se cumpla la pasión mortal. La agonía de Getsemaní envía ya por delante sus mensajeros. La salvación del tiempo final no viene sin los trabajos de la pasión. El ansia por salvarse debe infundir ánimos para soportar las angustias de la pasión. La elevación al cielo se efectúa a través de la cruz. Jesús está en camino hacia Jerusalén, donde le aguarda la gloria que seguirá a la muerte.

El Mesías es anunciado y esperado como portador de paz. Es el príncipe de la paz; su nacimiento trae paz a los hombres en la tierra (Is 9,5s; Zac 9,10; Lc 2,14; Ef 2,14ss.). La paz es salvación, orden, unidad. Ahora bien, antes de que se inicie el tiempo de paz y de salvación hay falta de paz, división y discordia, incluso donde la paz debería tener principalmente su asiento. El profeta Miqueas se expresó con las palabras siguientes acerca del tiempo de infortunios y discordias que ha de preceder al tiempo de salvación: «El hijo deshonra al padre, la hija se alza contra la madre, la nuera contra la suegra, y los enemigos son sus mismos domésticos. Mas yo esperaré en Yahveh, esperaré en el Dios de mi salvación, y mi Dios me oirá» (Miq 7,6s). Ahora tiene lugar la división. Acerca de Jesús se dividen las familias, acerca de él deben decidirse los hombres (2,34). Esta división y separación es señal de que han comenzado los acontecimientos finales, que a cada cual exigen decisión.
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Se dan muy variadas explicaciones del v. 49.
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7. LLAMAMIENTO A LA CONVERSIÓN (12,54-13,21).

Jesús se dirige ahora a las multitudes, ya no a los discípulos. Si los discípulos estaban en peligro de desconocer la importancia y el significado del tiempo (12,52), mucho más lo está todavía el pueblo. Las señales que acompañan al tiempo de Jesús deben interpretarse rectamente (12,54-59). Lo que tiene lugar en este tiempo, exige a todos conversión (13,1-9). Este tiempo es tiempo de salud que comienza sin aparato y ocultamente, pero que en el futuro tendrá dimensiones arrolladoras (13,10-21).

a) Señales del tiempo (Lc/12/54-59)

54 Decía también a las multitudes: Cuando véis que una nube se levanta por poniente, enseguida decís: Va a llover, y así sucede. 55 Cuando sopla el viento sur, decís: Va a hacer calor, y lo hace. 56 ¡Hipócritas! Sabéis apreciar el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo, pues, no apreciáis el momento presente?

El pueblo, al observar el tiempo, sabe muy bien distinguir las señales. Cuando asoma una nube por poniente, por donde se halla el mar, se piensa acertadamente que va a llover; si sopla viento del sur, de la parte del desierto, se concluye que va a hacer calor. El período de tiempo que ofrece ahora Dios en el transcurso de los tiempos, tiene también sus señales: el pueblo acude en masa a Jesús, éste habla con autoridad de profeta, se expulsan demonios, se practican curaciones maravillosas... El pueblo que, acerca del tiempo y de todo lo que sucede sobre la haz de la tierra y en el firmamento, tiene penetrante fuerza de observación y se forma un juicio exacto acerca del significado de los acontecimientos, carece de este juicio cuando se trata de acontecimientos concernientes a Jesús y a la salvación. Ni siquiera se toma la molestia de verificar el significado del tiempo. Los hombres son hipócritas. Saben interpretar también estas señales, pero hacen como si no las entendieran. No quieren interpretar este tiempo como señalado por Dios para la decisión, precisamente porque rehuyen el tomar decisión, no quieren convertirse, sino seguir con su vieja forma de vida. La voluntad les impide juzgar.

57 ¿Y por qué no juzgáis también por vosotros mismos lo que es justo? 58 Cuando vas, pues, a presentarte al magistrado con tu contrario, trata de arreglarte con él por el camino, no sea que te arrastre hasta el juez, y el juez te entregue al ejecutor, y el ejecutor te meta en la cárcel. 59 Te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último cuadrante.

Es necesario examinar y enjuiciar rectamente el tiempo; éste es, en efecto, un tiempo de decisión, del que depende el futuro. Quien no toma la debida decisión se expone a perderse eternamente. Choca que las gentes no atribuyan por sí mismas, para su propio bien, toda su importancia al debido enjuiciamiento de la hora presente. ¿Por qué no juzgáis? ¿Y por qué no obráis conforme al recto juicio? Ahora es todavía posible ponerlo todo en regla.

Una nueva parábola ayudará a juzgar rectamente del tiempo y a hacer lo que es debido. Tú vas con tu contrario a un proceso. Todavía existe la posibilidad de negociar con él, de recurrir a su bondad, de tratar de ganarle la voluntad y así librarte de él. Una vez que ha comenzado la vista de la causa, el pleito sigue su camino. Todo procede automáticamente. Ya no tienes manera de influir. Lucas tiene presente el proceso judicial romano; escribe para los paganos. Nadie ignora lo duro e inexorable del orden jurídico. Del magistrado pasa el acusado ante el juez, del juez al ejecutor de la sentencia, del ejecutor a la cárcel, y de la cárcel no sale hasta que haya pagado el último cuadrante (*)91. Lo único indicado en esta situación es intentar la conciliación antes de llegar al tribunal, y lograr así librarse del contrario.
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El texto original dice lepton, la moneda más pequeña de aquellos tiempos, equivalente 1/80 de denario. El denario era el jornal corriente de un peón.