CAPÍTULO 07


2. LA ACCIÓN SALVADORA DE DlOS (7,1-8,3).

En el sermón de la montaña ha hablado Jesús como maestro que enseña con autoridad y poder; ahora se nos muestra como salvador poderoso. Su poder de sanar y de salvar tiene una amplitud ilimitada: otorga su favor a un pagano (7,1-10), resucita a un muerto (7,11-17), se revela como el salvador prometido de los enfermos y de los pecadores (7,18-35) y perdona a la pecadora (7,36-SO). El resultado de su actividad se muestra de nuevo en los discípulos (8,1-3).

a) Curación del criado del centurión (Lc/07/01-10) 

1 Después de terminar todos sus discursos ante el pueblo, entró en Cafarnaúm. 2 Un centurión tenia enfermo y a punto de morir un criado al que estimaba mucho. 3 Cuando oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera a salvar a su criado. 4 Al llegar éstos ante Jesús, le suplicaban con mucho interés, diciendo: Merece de verdad que le hagas este favor: 5 porque ama a nuestro pueblo, y él nos ha edificado la sinagoga.

Cafarnaúm, como ciudad fronteriza que era, tenía puesto de aduanas (Mc 2,13s) y guarnición. Herodes Antipas, al igual que su padre, tiene en su ejército de mercenarios gentes de todo el mundo: sirios, tracios, germanos, galos. El centurión era pagano. Cuando enferma de muerte su criado, hace todo lo que está en su mano para curarlo. Siendo pagano, se cree indigno de presentar personalmente su petición a Jesús y por esto le envía como mediadores a unos ancianos de los judíos. Con humildad reconoce la disposición de Dios, según la cual la salud debe llegar a los gentiles a través de los judíos. Su compasión, su humildad y su obediencia lo predisponen para recibir el mensaje salvífico de Cristo. EI centurión era uno de aquellos paganos a los que ya no satisfacían los mitos politeístas, cuya hambre religiosa no se saciaba con la sabiduría de los filósofos y que, por consiguiente, simpatizaban con el monoteísmo judaico y con la moral que de él derivaba. Era temeroso de Dios, profesaba la fe en el Dios único, tomaba parte en el culto judío, pero todavía no había pasado definitivamente al judaísmo. Buscaba la salvación de Dios. Su fe en el Dios único, su amor y su temor de Dios lo manifestaba en el amor al pueblo de Dios y en la solicitud por la sinagoga, que él mismo había edificado. Sus sentimientos se expresaban en obras.

Los ancianos de los judíos, miembros dirigentes de la comunidad, ven en Jesús a un hombre por el que Dios hace favores a su pueblo. Están convencidos de que Dios sólo otorga tales favores a su pueblo, pero esperan que haga una excepción con el centurión por los méritos que se ha granjeado con el pueblo de Dios, y que se muestre también clemente con el pagano. Sin embargo, estiman que la pertenencia a Israel es condición necesaria para la salvación (Act 15,5). Las condiciones para entrar en el reino de Dios y para la salvación están formuladas en las bienaventuranzas. Bienaventurados los pobres, los que tienen hambre, los que lloran... Ni una palabra sobre la pertenencia a Israel y a la sinagoga. Jesús es profeta para todos, también para los paganos, como Elías y Eliseo.

6 Entonces Jesús se fue con ellos. Pero, cuando estaba ya cerca de la casa, el centurión le mandó unos amigos para decirle: Señor, no te molestes; porque yo no soy digno de que entres bajo mi techo; 7 por eso yo mismo tampoco me sentí digno de presentarme ante ti. Pero dilo de palabra, y que mi criado se cure. 8 Porque también yo, aunque no soy más que un subalterno, tengo soldados bajo mis órdenes, y le digo a uno: Ve, y va, y a otro: Ven, y viene, y a mi criado: Haz esto, y lo hace.

El centurión cree que Jesús está en relación especial con Dios; él, pagano impuro y pecador, se tiene por indigno de hallarse en presencia de Jesús. Con parecida emoción ante la santidad de Dios que se manifiesta en Jesús, no podía soportar Pedro la presencia de Jesús. Al dirigirse uno al Dios santo, siente su propia falta de santidad. Esto es fruto del retorno a Dios y de la penitencia, camino de la salvación. «Convertíos; el reino de Dios está cerca.

Los ancianos de los judíos consideraban necesaria la presencia de Jesús para la curación del enfermo. En cambio, el centurión atribuye eficacia a la sola palabra de Jesús. Por su experiencia del mundo militar la considera como orden de mando y acto de autoridad. Tal palabra causa lo que expresa. Independientemente de la presencia del que la profiere hace llegar a todas partes el poder salvador. Con esta palabra basta para que se expulsen los poderes malignos y se reciba la salvación. La palabra, sin embargo, no está desligada de la actividad general de Cristo. En ella se presenta la palabra y la obra de Jesús.

La palabra de Dios nos capacita para experimentar, percibir y recibir la revelación de Dios y su acción salvadora en Jesús. La palabra no es sólo una parte de su acción, sino el fundamento que todo lo sostiene. Desde que fue exaltado Jesús, su palabra se extiende por el mundo en la obra apostólica de la Iglesia; en ella obra el Espíritu Santo. Jesús está lejos de nuestros ojos, pero su palabra está ahí, y en ella causa él nuestra salvación (Cf. Hch 26,18;10,36;1,8).

9 Cuando Jesús oyó estas palabras, quedó admirado de él, y vuelto hacia la multitud que le seguía, dijo: Os digo que ni en Israel encontré tanta fe. 10 Entonces los enviados volvieron a la casa y encontraron al criado ya sano.

Ni en Israel... Estas palabras reproducen lo que escribe san Mateo: «Os lo aseguro: En Israel, en nadie encontré una fe tan grande (Mt 8,10). Por su larga historia, por la ley y los profetas estaba Israel preparado para la venida del Mesías; vino el Mesías, pero no halló fe. El pagano cree, y halla lo que busca, y proporciona la curación a su criado. Las bienaventuranzas del sermón de la montaña han descubierto la actitud fundamental del hombre, que es necesaria para la salvación. ¿Qué es lo que se ha mostrado? Las bienaventuranzas piden una actitud interior, del corazón, una apertura para con Dios, que es posible a todos, sean judíos o gentiles. La palabra de Jesús tiene virtud para traer a todos la salvación, con tal que se reciba con fe.

El criado enfermo queda curado y se ve salvado de la muerte, que sólo asoma al principio y al fin de la narración, pero que está constantemente en el fondo del cuadro. Por encima de los poderes malignos que empujan al enfermo a la muerte, está la misericordia de su señor, el amor del centurión a Israel y a su Dios, la mediación del judaísmo, la fe humilde del centurión, pero sobre todo la potente palabra de Jesús; la Iglesia, en la que está encarnado lo que vive en el centurión. Con profundo sentido hace la Iglesia que se recen las palabras del centurión cuando Jesús se acerca a los fieles en la eucaristía trayendo su salvación.

b) Resurrección del hijo de la viuda de Naím (Lc/07/11-17)

11 A continuación se fue a una ciudad llamada Naím, y con él iban sus discípulos y una gran multitud. 12 Cuando se acercó a la puerta de la ciudad, se encontró con que llevaban a enterrar un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, y bastante gente de la ciudad la acompañaba.

Naím estaba situada en el camino que partiendo del lago de Genesaret y pasando al pie del Tabor por la llanura de Esdrelón, conducía a Samaría. Naím era sólo una pequeña aldea, aunque Lucas habla de una ciudad. A la entrada de la ciudad se encuentran dos comitivas, la que va encabezada por el dispensador de vida, y la comitiva que va precedida de la muerte. En un sermón después de pentecostés pronunció san Pedro estas palabras: «Vosotros, pues, negasteis al santo y al justo, y pedisteis que se os hiciera gracia de un asesino (Barrabás) al paso que disteis muerte al autor de la vida, a quien Dios resucitó de entre los muertos» (Act 3,14s).

El difunto era hijo único de su madre, la cual era viuda. E1 marido y el hijo habían muerto prematuramente, y la muerte prematura era considerada como castigo por el pecado. El hijo facilitaba la vida a la madre. En él tenía protección legal, sustento, consuelo. La magnitud de la desgracia halla misericordia en la gran multitud de la ciudad que la acompañaba. Podían consolarla, pero nadie podía socorrerla.

13 Al verla el Señor, sintió compasión de ella y le dijo: No llores más. 14 Y llegándose al féretro, lo tocó; los que lo llevaban, se pararon. Entonces dijo: ¡Joven! Yo te lo mando: levántate. 15 Y el difunto se incorporó y comenzó a hablar, y Jesús lo entregó a su madre.

Jesús se sintió lleno de compasión. Él mismo predica y trae la misericordia de Dios con los que se lamentan y lloran. Dios toma posesión de su reino mediante su misericordia con los oprimidos.

El cadáver yace en el féretro, envuelta en un lienzo. El gesto de tocar el féretro, como escribe Lucas conforme a la concepción griega, es para los que lo llevan una señal para que se paren. Jesús llama al joven difunto, como si todavía viviera. Su llamada infunde vida. «Dios da vida a los muertos, y a la misma nada llama a la existencia» (Rom 4,17). Con su palabra poderosa es Jesús «autor de la vida» (Act 3,15).

El joven vive, se incorpora y comienza a hablar. Jesús lo entrega a su madre. La resurrección de los muertos es prueba de su poder y de su misericordia. El poder está al servicio de la misericordia. Poder y misericordia son signos del tiempo de salvación. Por sus entrañas misericordiosas visita Dios a su pueblo para iluminar a los que yacen en tinieblas y sombras de muerte (1,78s).

Lo entregó a su madre. Así se dice también en el libro de los Reyes (IRe 17,23), que cuenta cómo Elías resucitó al hijo difunto de la viuda de Sarepta. Jesús es profeta, como Elías, pero aventaja a Elías. Jesús resucita a los muertos con su palabra poderosa; Elías con oraciones y prolijos esfuerzos.

16 Todos quedaron sobrecogidos de temor y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo. 17 Y esta fama acerca de él se extendió por toda la Judea y por toda la región cercana.

En Jesús se hizo patente el poder de Dios. La manifestación de Dios suscita temor. El temor y asombro por la acción poderosa de Dios es comienzo de la glorificaci6n de Dios. La glorificación de Dios por los testigos proclama dos acontecimientos salvíficos: a) ha surgido un gran profeta. Dios interviene decisivamente en la historia; Jesús es, en efecto, un gran profeta. b) Dios ha visitado benignamente a su pueblo. Ahora se realiza lo que había anunciado proféticamente en su himno el padre del Bautista: «Bendito el Señor, Dios de Israel, porque ha venido a ver a su pueblo y a traerle el rescate, y nos ha suscitado una fuerza salvadora en la casa de David, su siervo» (1,68s). La fama de Jesús se extendió por toda Palestina y por la región circunvecina. El que ha escuchado la palabra de Dios la propaga. La palabra acerca de Jesús tiende a llenar el mundo.

c) Mensaje del Bautista a Jesús (Lc/07/18-35)

Lucas reúne tres fragmentos de tradición para representar la grandeza de Jesús mediante la grandeza del Bautista. El Bautista pregunta por la misión de Jesús (7,18-23), Jesús se pronuncia sobre la misión del Bautista y con ello sobre su propia misión (7,24-30), y habla de la actitud del pueblo frente al Bautista y frente a él mismo (7,31-35).

18 Llevaron a Juan sus discípulos la noticia de todas estas cosas. Entonces Juan llamó a dos de ellos 19 y los envió a preguntar al Señor: ¿Eres tú el que tiene que venir, o hemos de esperar a otro? 20 Llegándose a él aquellos hombres, le dijeron: Juan el Bautista nos ha enviado a ti para preguntarte: ¿Eres tú el que tiene que venir, o hemos de esperar a otro?

Juan está en la cárcel. Por sus discípulos le llega la noticia de las poderosas obras y de la predicación de Jesús. Estas noticias inducen a Juan a enviar a dos de sus discípulos al Señor para preguntarle si es o no el Mesías.

¿Quién es Jesús? Lucas, y sólo Lucas en este lugar, escribe: Los envió a preguntar al Señor. Aquí se expresa toda la fe de la primitiva Iglesia acerca de Jesús. La profesión de fe dice, en efecto: «Jesucristo es Señor» (Flp 2,11). Como tal lo constituyó Dios después que llevó a término su obra en la tierra, después que padeció y murió, y después que Dios lo resucitó y lo exaltó. A este conocimiento conduce el largo camino que va desde la predicación del Bautista hasta la resurrección y el envío del Espíritu Santo. Ahora bien, este Señor nos dice dónde termina y dónde debe terminar este camino.

Por el que tiene que venir entendía el Bautista una figura mesiánica, no a Dios mismo, y designa a Jesús como el que ha de venir. «Viene el que es más poderoso que yo» (3,16). «En medio de vosotros hay uno al que no conocéis, el que viene detrás de mí» (Jn 1,26s). «Un poco, un poco nada más, y el que ha de venir vendrá, y no tardará» (Heb 10,37). El Bautista describió a este que ha de venir como juez, que tiene ya el bieldo en la mano, que bautiza con fuego y espíritu, juzga y comunica nueva vida. ¿Qué ha sido de él? El Bautista manda a preguntar: ¿Eres tú el que tiene que venir o hemos de esperar a otro? A Lucas le interesa esta pregunta, no precisamente el estado de ánimo del Bautista que late en la pregunta. ¿Quién es Jesús?

21 En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y males, y de espíritus malignos, y a muchos ciegos les concedió la gracia de ver. 22 Y respondiendo les dijo: Id a contar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y se anuncia la buena nueva a los pobres, 23 y bienaventurado aquel que en mi no encuentre ocasión de tropiezo.

Hechos históricos y la palabra proféticamente divina dicen quién es Jesús. El tiempo de la salud comienza a realizarse. Los enviados son testigos de las curaciones milagrosas que lleva a cabo Jesús. Libra de muchas enfermedades, quita dolencias, que se conciben como castigos de Dios (azotes), y salva de los malos espíritus. Se destaca expresamente la curación de ciegos, pues éstos se consideraban muertos. Jesús aporta la transformación de las cosas: libra de la enfermedad y de la miseria, trae reconciliación con Dios y quebranta el dominio de los malos espíritus.

Lo que este acontecer significa en la historia de la salvación, lo dice el encargo que da Jesús a los mensajeros; está expresado con palabras de la Escritura, tomadas de Isaías, el profeta de la expectación de la salvación en tiempos de Jesús. «Entonces oirán los sordos las palabras del libro, y los ciegos verán sin sombras ni tinieblas» (Is 29,18). «Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, se abrirán los oídos de los sordos. Entonces saltará el cojo como un ciervo, y la lengua de los mudos cantará gozosa» (Is 35,5s). «El espíritu del Señor, Yahveh, descansa sobre mí, pues Yahveh me ha ungido. Y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres» (Is 61,1). Jesús actúa en vez de Dios en favor de los hombres. No viene como soberano y juez, sino como siervo de Dios, que quita las enfermedades y la culpa de los hombres; como mensajero de gozo, que anuncia a los pobres la buena nueva; como sumo sacerdote, que reconcilia y une con Dios.

La manera de presentarse «el que tiene que venir» produce escándalo. Bienaventurado aquel que en mí no encuentre ocasión de tropiezo. La idea del que había de venir, tal como lo entreveían los discípulos de Juan, tal como lo concebían los fariseos, debe comprobarse mediante la comparación con los hechos que pone Dios, y mediante la palabra que profiere Dios por los profetas. Bienaventurado aquel que no se cierra a la acción de Dios en Jesús, aunque ésta no responda a la idea que uno mismo se ha formado.

24 Cuando los enviados de Juan se fueron, comenzó él a hablar de Juan a la gente: ¿Qué salisteis a ver en el desierto: una caña agitada por el viento? 25 Si no, ¿qué salisteis a ver: un hombre vestido con ropajes refinados? Bien sabéis que los que visten suntuosamente y viven con lujo habitan en los palacios reales. 26 Pues entonces, ¿qué salisteis a ver: a un profeta? Pues sí, yo os lo digo y mucho más que a un profeta.

Con una manera de hablar popular, gráfica y sin artificio, con preguntas insistentes invita Jesús a su auditorio a entrar dentro de sí y a reflexionar sobre la misión del Bautista. El que la comprende, llega también a comprender lo que significa el modo de presentarse Jesús. ¿Quién es Juan? ¿Por qué acudían a él las multitudes al desierto? ¿Qué es lo que ha dado lugar a este movimiento? ¿No irán a ver las cañas del Jordán... ni a un hombre que se pliega y se adapta a todo viento como una caña? Juan era un hombre valiente y firme y decía delante de grandes y pequeños lo que le ordenaba su misión. ¿Era esa firmeza de carácter lo que arrastraba a las multitudes hacia él?

¿O era acaso el espectáculo de un príncipe fastuoso lo que llevaba a las gentes al desierto? Para esto no hacía falta ir al desierto; más bien había que ir a ver las cortes de los príncipes helenistas. Juan llevaba un vestido de pelo de camello con un ceñidor de cuero a la cintura; su alimento consistía en langostas y miel silvestre (Mt 3,4s). ¿Quién es Juan? ¿Un asceta? ¿Un profeta? El pueblo ve en él un profeta que pregona la voluntad de Dios (Mt 21,16). Todos tenían a Juan por profeta (Mc 11,32). Su padre Zacarías predijo que sería profeta del Altísimo (1,76). Una comisión investigadora enviada por el sanedrín le había dirigido esta pregunta: «Eres tú el profeta? (Jn 1,21). En su predicación se repite la predicación de los profetas; Juan anuncia el castigo de Dios, exige conversión radical y habla de la salud venidera. Como profeta se enfrenta con el señor de la región (Mc 6,17ss) y procede como Samuel frente a Saúl (1S 15,10ss), como Natán frente a David (2Sam 12), como Elías frente a Acaz (lRe 21,17ss). Jesús confirma esta impresión: Sí, es un profeta. Pero con eso no está dicho todo. Consciente de su autoridad dice Jesús: Yo os digo, mucho mas que un profeta. ¿Quién es Juan?

27 Éste es aquel de quien está escrito: He aquí que envío ante ti mi mensajero, el cual preparará tu camino delante de ti. 28 Yo os digo: entre los nacidos de mujer, no hay ninguno mayor que Juan; sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él.

En Juan se cumple el oráculo del profeta Malaquías: «Pues he aquí que voy a enviar a mi mensajero, que preparará el camino delante de mí.» Así dice el texto del profeta, pero la tradición que acepta Lucas adapta el oráculo a la realización. Dios habla a otro, que es enviado por él, que viene en nombre de Dios y aporta el tiempo final: Envío ante ti mi mensajero. Juan es el preparador del camino del portador de la salvación de los últimos tiempos, preparador enviado por Dios. Cierra la serie de los profetas y los supera. Es el profeta que está situado en el alborear del tiempo mesiánico.

Con conocimiento y autoridad lo llama Jesús el más grande de los hombres. Ve la grandeza de un hombre en su servicio a la causa de la salvación. Juan prepara la venida del portador de ella. El relato de la infancia de Juan hablaba ya de esta grandeza: Juan fue anunciado por el ángel, su nacimiento estuvo rodeado de gozo por la salvación, desde un principio posee el Espíritu y está consagrado a Dios, sobrepuja a Samuel y viene como otro Elías. Descuella por encima de todos los hombres, incluso por encima de todas las grandes figuras de la historia de la salvación.

Sin embargo, la grandeza de Juan tiene sus límites. El más pequeño en el reino de Dios es mayor que él. El más pequeño es Jesús. Jesús sirve a todos los hombres, se hace pequeño ante Juan al hacerse bautizar por él, no se presenta como soberano, sino como humilde siervo de Dios. A juicio de algunos discípulos de Juan, era él el menor en comparación con Juan. Él aporta el reino de Dios. Con él alborea el tiempo de la realización y se cierra el tiempo de las esperanzas, en el que todavía vivía Juan. En el empequeñecimiento es Jesús el más grande. El reino de Dios alborea en los pequeños (*)
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Del 28 se dan diferentes explicaciones. La que hemos dado se halla ya en los padres de la Iglesia y hoy vuelve a sostenerse. La otra explicación dice: el más pequeño es un discípulo de Jesús que tiene participación en el reino de Dios. Éste es mayor que Juan, porque vive ya en el tiempo en que se inaugura el reino de Dios, mientras que Juan pertenece todavía al tiempo de la espera.
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29 Y al oírlo todo el pueblo, incluso los publicanos reconocieron los designios de Dios y recibieron el bautismo de Juan. 30 Pero los fariseos y los doctores de la ley frustraron el plan de Dios respecto de ellos mismos y no recibieron el bautismo de aquél.

Mediante el bautismo de conversión para el perdón de los pecados prepara Juan el camino al que tiene que venir. Dios mismo es quien establece el bautismo de penitencia como camino de salvación para todos. Todo el pueblo lo necesita, y a todo el pueblo se ofrece.

El pueblo, que era despreciado por los fariseos y los escribas por su ignorancia de la ley, y los publicanos, que pasaban por pecadores y eran despreciados como parias, daban razón a Dios y se plegaban a su designio salvífico, se convertían, hacían penitencia e iban a bautizarse. En cambio, los fariseos y los escribas rechazaban el bautismo de Juan, y así dejaban sin vigor para ellos el designio salvífico de Dios. Los sin ley y los pecadores aceptan la oferta de Dios para la conversión, los fariseos y los escribas la recusan. Los que son segregados por los fariseos son acogidos en la comunidad de salvación; los que se apartan de los otros considerándose ellos mismos como comunidad de salvación, desprecian la acogida en la verdadera comunidad mediante la penitencia. La oferta de salvación que se extiende a todos exige la conversión de todos. El camino lo fija para todos el designio de Dios, nadie puede fijárselo por su propia cuenta. Juan, con su actividad, aporta división y juicio; con esto anuncia también la acción de Jesús.

31 ¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación, y a quien se parecen? 32 Se parecen a los niños sentados en la plaza y que gritan unos a otros aquello que dice: Os tocamos la flauta y no habéis bailado; entonamos cantos lúgubres y no habéis llorado.

¿Por qué no se acepta el designio salvífico de Dios? ¿Por qué es rechazado Juan, y en definitiva también Jesús? La razón de esto la pone al descubierto la parábola de los niños caprichosos. Algunos niños juegan en la plaza de una ciudad. Los unos quieren jugar a bodas, los otros a entierros. Los unos tocan la flauta e invitan a la danza; los otros entonan cantos lúgubres, lloran y sollozan, pero los primeros persisten en querer jugar a bodas.

¿Quién puede aprobar tal terquedad? Así también los hombres quieren algo distinto de lo fijado por el designio divino. El impedimento para recibir la salvación es el propio yo. La conversión aparta al hombre de sí mismo y lo vuelve hacia Dios y su voluntad. El camino de la salvación está en apartarse de sí y volverse a Dios.

33 Porque ha llegado Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y decís: ¡Está endemoniado! 34 Llegó el Hijo del hombre, que come y que bebe, y decís: Éste es hombre comilón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores.

La caprichosa terquedad de los contemporáneos de Jesús se muestra en el juicio que formulan sobre él y Juan. Al Bautista lo tienen por demasiado severo y lo creen loco. A Jesús lo creen poco santo y lo tienen por un vividor sin religión, que traba amistad con publicanos y pecadores. Lo llaman «comilón y bebedor», aunque Lucas usa unos términos más suaves que los de Mateo (Mt 11,19). Juan se presenta como predicador de conversión y de penitencia, Jesús como dispensador de la salvación para todos, y en particular para los que pasaban por perdidos y no tenían esperanza alguna en Israel.

En uno y otro se revela el designio salvífico de Dios. Juan el Bautista, profeta de los últimos tiempos, prepara el camino para el salvador. Jesús, en cambio, es el Hijo del hombre, que trae los tiempos finales; porque Dios le ha dado todo poder, todo dominio, dignidad y realeza, dominio imperecedero sobre todos los pueblos, razas y lenguas, realeza que no será destruida (Dan 7,14).

35 Pero la sabiduría fue reconocida por todos sus hijos.

Por muy enigmáticos que puedan parecernos los caminos de Dios en la historia de la salvación, no son arbitrarios, son sabiduría de Dios. Jesús vino de distinta manera de como se lo imaginaban los discípulos de Juan, de como lo enseñaban los fariseos y los doctores de la ley, de como lo esperaban los diferentes partidos en Israel. El Bautista vino de distinta manera de como se figuraba Israel al preparador del camino de la salvación venidera; porque no era Elías que volvía a aparecer, sino otro que se presentaba a la manera de Elías. «Si así lo queréis», era Elías. La Iglesia es distinta de como quieren muchos; los santos son distintos de como los hombres los imaginan.

La sabiduría de Dios en sus obras sólo la puede reconocer como sabiduría el que es hijo de la sabiduría, que, por decirlo así, ha nacido de la sabiduría, el que es transformado y penetrado por la sabiduría, el que piensa y juzga como la sabiduría.

Que el pueblo sencillo reconociera a Juan como precursor del Mesías y no se escandalizara de Jesús, no es obra humana, sino don de Dios, comunicación de la sabiduría por Dios. Por esto dice también Jesús dando gracias: «Te bendigo, Padre, ... porque has ocultado estas cosas a sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla» (10,21). La sabiduría humana no sirve para el conocimiento y la aceptación de los planes salvíficos de Dios; es Dios mismo quien tiene que hacernos el don de su sabiduría y de su revelación.

Las dos afirmaciones: Bienaventurado aquel que en mí no encuentre ocasión de tropiezo, y: La sabiduría fue reconocida por todos sus hijos, se completan mutuamente. El juicio puramente humano encuentra tropiezo en los designios salvíficos de Dios; la sabiduría divina da la razón de ellos. El hombre que haya de reconocer en Juan y en Jesús el comienzo de la salvación tiene necesidad de la sabiduría divina, tiene que renunciar al pensar puramente humano. Tiene que dar marcha atrás, tiene que reformar su modo de pensar, no debe tomarse a sí mismo por medida de las cosas, sino a Dios, tiene que salir de sí mismo y dejarse iluminar por la palabra de Dios, despojarse de la sabiduría humana y hacerse niño. Dios, en efecto, hace que se anuncie a los pobres la buena nueva.

d) Conversión de la pecadora (Lc/07/36-50)

Sólo Lucas refiere que Jesús se sentó a ]a mesa con fariseos. Le gusta de hablar de conversaciones habidas a la mesa. Durante la comida se trata de lo que separa a Jesús y a los fariseos: la actitud frente a los pecadores (7,36ss), las leyes de pureza (11,39s), el reposo sabático (14,1ss). Las disputas se convierten en conversaciones habidas junto a la mesa (14,7ss). El clima es distinto que en Mateo, más griego, más humano, más estimulante.

36 Cierto fariseo lo invitó a comer con él. Entró, pues, Jesús en la casa del fariseo y se puso a la mesa. 37 Y en esto, una mujer pecadora que había en la ciudad, al saber que él estaba comiendo en la casa del fariseo, Ilevó consigo un frasco de alabastro lleno de perfume, 38 y poniéndose detrás de él, a sus pies, y llorando, comenzó a bañárselos con lágrimas, y con sus propios cabellos se los iba secando; luego los besaba y los ungía con el perfume.

Jesús se puso a la mesa. Estaba invitado a comer en casa de un fariseo. Aprovecha también esta oportunidad para enseñar; Simón le da el nombre de maestro. Jesús procede de distinta manera que el Bautista. Éste vive en el desierto, lejos de los hombres, como asceta riguroso, quien quiera oírle, tiene que ir a buscarlo al desierto. Jesús despliega su actividad en las ciudades, donde viven los hombres, en las casas, en invitaciones y fiestas. Juan cita a los hombres a juicio, Jesús les trae la salvación.

La casa en que se celebraba un banquete estaba abierta aun a los no invitados. Podían mirar, deleitarse con la vista del espectáculo, participar en las conversaciones de los comensales. Así pudo entrar también la mujer que era conocida como pecadora en la ciudad. Parece ser que era una meretriz (*).

La mujer muestra que profesa a Jesús una veneración sin límites. Llora profundamente conmovida. Besar los pies era señal de la más humilde gratitud, como la que se tiene, por ejemplo, a uno que salva la vida. La mujer se suelta los cabellos, aunque era ignominioso para una mujer casada soltarse los cabellos delante de hombres. Con los cabellos destrenzados seca los pies de Jesús. Se olvida de sí misma, no escatima nada y se entrega totalmente al sentimiento de gratitud a Dios. ¿Por qué todo esto? Jesús va a aludir a los antecedentes de esta conmoción interior.
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«Pecadora» puede ser también una mujer que -ella o su marido- ejerce una profesión poco honrosa, como la de publicano, vendedor ambulante, curtidor, o que desprecia la ley. Sin embargo, sus manifestaciones de dolor hacen pensar más bien en una culpa muy personal.
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39 Viendo esto el fariseo que lo había invitado, se decía para sí: Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es ésta que le está tocando: ¡Es una pecadora! 40 Entonces tomó Jesús la palabra y le dijo: Simón, tengo que decirte una cosa. Y él contestó: Pues dímela, Maestro. 41 Cierto prestamista tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro, cincuenta. 42 Como no podían pagarle, a los dos les perdonó la deuda. ¿Cuál, pues, de ellos lo amará más? 43 Simón le respondió: Supongo que aquel a quien más perdonó. Entonces Jesús le dijo: Bien has juzgado.

Simón ha oído lo que el pueblo dice de Jesús, que es profeta. Ahora ha podido formarse un juicio por sí mismo. Imposible que sea profeta, puesto que un profeta posee el don de escudriñar los corazones de los hombres y no tiene trato con los pecadores. Juzga al profeta según la doctrina de los fariseos, según su propia prudencia y sabiduría, no según la sabiduría y los pensamientos de Dios.

Sin embargo, Jesús posee el conocimiento de los corazones propio de los profetas, pues conoció los pensamientos de Simón. El que mantenga relaciones con los pecadores no se opone a su proximidad con Dios. En efecto, el tiempo de salvación es tiempo de la buena nueva para los pecadores, tiempo de perdón y de misericordia. Tenemos que remontarnos a la palabra de Jesús, y por ella a los pensamientos de Dios, para enjuiciar los «dogmas» que nos hemos fabricado nosotros mismos y conforme a los cuales queremos juzgarlo todo, incluso los designios de Dios...

Simón desprecia a la mujer como pecadora y se constituye en su juez. ¿Qué pensar de esto? Jesús es profeta y conoce los corazones de los hombres y el designio de Dios. La parábola se aplica a la situación. Se compara la culpa o deuda del pecado con la deuda pecuniaria. ¿Cuál de los dos a quienes se ha perdonado amará más al que ha perdonado? Más obvio habría sido preguntar: ¿Cuál de los dos estará más agradecido? En arameo no hay palabra especial para decir «agradecer». La gratitud se manifiesta en el deseo de dar algo por lo que se ha recibido, en el amor. La pecadora a los pies de Jesús expresa gran agradecimiento con sus demostraciones de amor.

¿No debía Simón quedarse pensativo reflexionando sobre la segunda parte de la parábola? Al que se han perdonado cinco denarios... Él también es deudor. Pero no tiene conciencia de su deuda. Por eso ama poco. Aquí asoma el dicho del sermón de la montaña acerca de la paja y la viga en el ojo.

44 Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies: ella, en cambio, me los ha bañado con lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. 45 No me diste un beso; ella, en cambio, desde que entré, no ha cesado de besarme los pies. 46 No me ungiste la cabeza con aceite; ella, en cambio, ha ungido mis pies con perfume. 47 Por lo cual, yo te lo digo, le quedan perdonados sus pecados, sus muchos pecados, porque ha amado mucho. Porque aquel a quien poco se le perdona, es que ama poco.

Las miradas de Jesús se posan en la pecadora arrepentida. También Simón debe de mirarla. Es un cuadro que va a sensibilizar la enseñanza. La mujer ama mucho. Todas las demostraciones de hospitalidad: lavar los pies, besarlos, ungir la cabeza, todo esto lo ha practicado ella en forma personal, con humildad y entrega: lava los pies con sus lágrimas y sus cabellos, unge, con ungüento precioso que ella misma se había procurado, no la cabeza, sino los pies; ha amado mucho, personalmente conmovida hasta lo más íntimo. ¿Y el fariseo? Tú no me diste... No has cumplido conmigo ni siquiera los deberes normales de la hospitalidad y de la cortesía. El amor de esta mujer, a la que se desprecia como pecadora, es un amor que desborda de gratitud por la bondad desbordante de Dios. Se deshace de sí, se olvida de sí, Dios lo es todo para ella.

Le quedan perdonados sus pecados, porque ha amado mucho. Es cierto que son incompatibles el amor y el pecado. «El amor cubre multitud de pecados» (/1P/04/08). «Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, porque amamos a nuestros hermanos» (IJn 3,14). «Al que me ama, mi Padre lo amará» (Jn 14,21). El amor borra los pecados. A ella se le perdonan los pecados, los muchos pecados, porque ha amado mucho.

Después de la parábola parecía que había de sacarse la conclusión: porque se le ha perdonado mucho, por eso ha amado mucho. ¿Cómo se dice, pues: Quedan perdonados sus pecados porque ha amado mucho? Los enigmas, las paradojas, hacen reflexionar. El amor de la pecadora es, al mismo tiempo, motivo y consecuencia del perdón. Porque por las palabras de Jesús ha comprendido que él anuncia con autoridad el perdón de los pecados, por eso ama, y porque ama recibe el perdón. La palabra del perdón de los pecados proferida por Jesús causa lo que expresa. Ahora bien, para ser palabra eficaz debe al mismo tiempo infundir el amor, ya que sin amor no se perdonan los pecados. Este amor que se infunde al pecador, hace que él ame, lo convierte en amante. El amor es la nueva forma de su vida, y con ella se borra su pecado.

Aquel a quien poco se le perdona, es que ama poco. ¿Hay, pues, que tener muchos pecados para que se perdone mucho y se ame mucho? Esto se parecería a lo que se reprueba como absurdo en la carta a los Romanos: «Permanezcamos en el pecado para que la gracia se multiplique» (se muestre en toda su fuerza), Rom 6,1. Ni tampoco se quiere aludir al fariseo Simón; la frase es el reverso de la precedente, que así queda más iluminada. El que se fía de su justicia y cree que no tiene, o que apenas tiene necesidad de perdón, se halla en peligro. A este no le induce la angustia de la culpa a acoger con ansia, con gozo y gratitud la buena nueva de la misericordia de Dios; a este se le pasa muy fácilmente inadvertido el amor desbordante que se manifiesta en el reino de Dios. Los pobres son llamados por Jesús bienaventurados, y los ricos tienen que oir: ¡Ay de vosotros! Simón se halla en peligro si se tiene a sí mismo por justo y, en cambio, desprecia a la pecadora. Su amor es pequeño, porque... él es justo...

Jesús no borra la diferencia entre deuda grande y pequeña. Llama pecado al pecado. Pero entabla su lucha contra el pecado de manera diferente que la de los fariseos. Éstos excluyen a los pecadores del santo pueblo de Dios y se apartan de ellos; Jesús, en cambio, anuncia y trae el perdón, hace a los pecadores santos y los introduce en el pueblo de Dios. Esto se efectúa por cuanto él anuncia el amor, que es don y precepto a la vez: el amor a Jesús y por él a Dios, como el que tiene la pecadora, el amor al hermano, como se insinúa en la parábola del siervo despiadado al que se retira el perdón porque no perdona a su hermano y no lo ama. El amor entraña perdón: el amor de Dios a los pecadores, el amor de los pecadores a Dios y a los semejantes.

48 Luego dijo a ella: Perdonados te son tus pecados. 49 Y comenzaron a decir entre sí los comensales: ¿Quién es éste, que hasta perdona pecados? 50 Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado; vete en paz.

Jesús formula el perdón del pecado. El perdón se ha producido y permanece. Jesús lo anuncia y lo efectúa. «El Hijo del hombre tiene poder para perdonar pecados» (5,24). Jesús es maestro, profeta, y más que profeta. Dios mismo le ha conferido el poder de perdonar pecados. ¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?

Lo que salvó a la mujer fue la fe. El perdón se promete al amor. «Mucho se le perdona, porque ha amado mucho.» Ahora bien, la mujer alcanzó el amor porque oyó la palabra de Jesús, se la aplicó a sí misma y la aceptó con fe. Fe y amor van de la mano. Pero una y otro van dirigidos en primer lugar a Jesús. A nadie se le ha ocurrido jamás pensar en un amor a Jesús que lo venere, le dé gracias y lo adore, y a la vez sea capaz de mantenerse sin fe, en lugar de hacer creyente al hombre ante todo y sobre todo.

Jesús designa el perdón del pecado como salvación y paz. Jesús es el portador de la salvación y de la paz. En esta sección del Evangelio hay dos mujeres profundamente afligidas: la viuda de Naím y la pecadora. Las dos son libradas de su aflicción. Jesús es el salvador de todo sufrimiento agobiante. El consuela a los que lloran, a la mujer que llora por su hijo difunto, a la mujer que llora por su pecado. Jesús se muestra aquí el salvador de las mujeres.