CONTENIDO Y DIVISION

La unidad de la perícopa está marcada por la llegada a Samaría y la salida de allí para Galilea (4,3.43). La siguiente (4,45-46a) terminará el ciclo de las instituciones, señalando la vuelta a Caná, donde había comenzado.

La perícopa describe la acogida hecha a Jesús en Samaría, por oposición al rechazo de los ambientes de Judea. La región heterodoxa y despreciada comprende su situación y acoge al salvador. El tema central es el del Espíritu, simbolizado por el agua que da Jesús, infundiendo al hombre una nueva vitalidad. El Espíritu establece la relación con Dios como Padre, excluyendo todo particularismo discriminatorio. Esto se reflejará en la desaparición de los antiguos cultos y templos, sustituidos por el amor leal al hombre, a imitación del Padre.

Comienza con datos locales y de ambiente, se señala el camino de Jesús, la hora y el lugar donde va a encontrarse durante la entrevista siguiente (4,4-6). La llegada de una mujer samaritana y la petición de Jesús abren el tema del agua viva que Jesús dará (4,7-15). A continuación, con la petición de Jesús de que llame a su marido, se introduce el tema de la sustitución de los cultos antiguos por el culto nuevo, terminando con la declaración mesiánica de Jesús (4,16-26). La escena siguiente tiene como punto central el anuncio de la mujer a los de su pueblo y la reacción de la gente (4,27-30). Durante la ausencia de la mujer tiene lugar una conversación de Jesús con los discípulos a propósito de la comida, que lo lleva a anunciar la abundante cosecha (4,31-38). Se explícita luego la fe de los samaritanos, que van adonde estaba Jesús; éste permanece dos días en aquel pueblo (4,39-42). Termina la perícopa señalando la salida para Galilea debida al rechazo en tierras de Judea (4,43-44).

En resumen:

4,4-6: Llegada a Samaría. Datos descriptivos.

4,7-15: La mujer samaritana: el pozo de Jacob y el agua del Espíritu. 

4,16-26: Los cultos del pasado y el nuevo culto. El Mesías.

4,27-30: Los discípulos. Anuncio de la mujer a los de su pueblo.

4,31-38: La cosecha en perspectiva.

4,39-42: La realidad de la cosecha: la fe de los samaritanos.

4,43-44: Salida de Samaría.

 

LECTURA

Llegada a Samaria. Datos descriptivos

4,4 Tenía que pasar por Samaría.

Podía haber ido a Galilea pasando por Transjordania; la necesidad que expone Jn es de otro orden: era necesario para la misión mesiánica de Jesús. El esposo, Hijo heredero del Padre (3,29.35), va a ofrecer su amor-Espíritu a Samaría la prostituida, que lo acepta. La nueva alianza anunciada en Caná se dirige a la humanidad entera y no va a fracasar por la negativa de los «suyos». La ruta que elige era, sin embargo, la ordinaria para pasar de Judea a Galilea.

Samaría era la región considerada por los judíos como heterodoxa, raza de sangre mezclada y de religión sincretista. Existía entre ambos pueblos una profunda enemistad; los judíos despreciaban a los samaritanos, y llamar a alguien por este nombre era uno de los peores insultos (8,48). Los judíos habían destruido el templo samaritano del monte Garizín (128 a. C. ), lo que había exacerbado el resentimiento t. En los tiempos del procurador Coponio (6-9 d. C.), algunos samaritanos habían profanado el templo de Jerusalén, durante las fiestas de Pascua, esparciendo huesos humanos en los atrios. Por eso se les prohibió el acceso al templo Z.

El origen del alejamiento de Samaría se debió a la política asiria, que deportó a lo más selecto de la población. La región de Samaría fue poblada de colonos asirios (2 Re 17) que, con el pasar del tiempo, se fundieron con la población hebrea restante, resultando una raza mixta que, naturalmente, mezcló también las creencias (Es 4,2-3).

5 Llegó así a un pueblo de Samaría que se llamaba Sicar, cerca del terreno que dio Jacob a su hijo José.

Cerca de este pueblo estaba el terreno cedido por Jacob a su hijo José (Gn 33,19; 48,22), donde éste había sido enterrado (Jos 24,32). La ciudad existente en tiempos de Jacob se llamaba Siquén (Gn 33,18-20; Jos 24,32; Os 6,9) y cerca de ella había surgido la ciudad más moderna de Sicar. Siquén había sido destruida hacía ya más de un siglo.

Jesús está atravesando una tierra cargada de una historia que se remontaba a los orígenes de Israel, anterior a la división entre judíos y samaritanos. Si los habitantes eran despreciados por los judíos, su territorio participaba, sin embargo, de las glorias de los comienzos. Ambos pueblos, judíos y samaritanos, estaban unidos en aquellos orígenes.

6 estaba allí el manantial de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se quedó, sin más, sentado en el manantial. Era alrededor de la hora sexta.

El manantial citado en este verso se llamará luego « el pozo» (4, 11.12). Situado cerca de Siquén y único en la región, era un pozo profundo que, según los datos arqueológicos, estuvo en uso desde el año 1000 a. C. hasta el 500 d. C.

En el AT, la única relación de Jacob con un pozo se encuentra en Gn 29,2-10, en su encuentro con Raquel en Harán; Jacob quita la piedra que cubría el pozo y abreva el ganado (29,10). Sin embargo, «el Pozo» en la tradición judía se convierte en un elemento mítico, que sintetiza los pozos de los patriarcas y el manantial que Moisés abrió en la roca del desierto. Es figura de la Ley misma, que se consideraba observada ya por los patriarcas 3 y formulada más tarde por Moisés. El texto más comentado en la tradición rabínica, además del ya citado de Gn 29, 2-10, es el de Nm 21,16-18: «Desde allí se trasladaron a El Pozo. Este es el pozo donde el Señor dijo a Moisés: `Reúne al pueblo y les daré agua'. Los israelitas cantaban esta canción: `¡Brota, pozo! Cantadle. Pozo que cavaron príncipes, que abrieron jefes del pueblo con sus cetros, con sus bastones'».

Del pozo de la Ley brota el agua viva de la sabiduría. El pozo de Jacob en Harán se identifica por una parte con el de Moisés en el desierto 4 y, por otra, con Sión, el centro del culto judío. De ahí la mención en los profetas del agua viva que había de salir de Jerusalén (Zac 14,8) y del templo (Ez 47). El Pozo llega a significar prácticamente todas las instituciones judías, la Ley, el templo, la sinagoga y su centro, Jerusalén.

Fatigado del camino. El término fatigado pone en relación este verso con 4,38, donde «fatiga, fatigar» aparecen tres veces (nunca más en el evangelio). En 4,38 se habla de una fatiga pasada, siembra y labranza, mientras los discípulos se encuentran con el fruto de la fatiga de los sembradores. La fatiga de Jesús es, por tanto, resultado de la siembra que está haciendo, es el trabajo necesario para que se produzca el fruto (12,24: si el grano de trigo ... muere, da mucho fruto). En este verso, sin embargo, la fatiga está relacionada con el camino/viaje de Jesús. La siembra y el camino se identifican. De hecho, la obra de Jesús se expresa en Jn en términos de marchar, caminar, ir, y, en particular, él mismo alude siempre a su camino (adónde voy, 8,14.21.22; 13,33.36; 14,4.5) que es un ir hacia Dios (13,3 ) o hacia el Padre (14,28; 16,10.17 ) que lo envió (16,5 ). Su vida es un continuo ir, marchar o caminar. Ese es su camino y su fatiga.

Por otra parte, el evangelista señala que era alrededor de la hora sexta (mediodía). Es la misma frase que se emplea en 19,14, en el momento que lo condenan a muerte. Allí Jesús habrá terminado su camino. De modo parecido al de Caná, se anticipa aquí «la hora» de Jesús (cf. 2,4). Así aparecerá en la expresión: se acerca la hora o, mejor dicho, ha llegado, referida al culto con espíritu y lealtad (4,23). Este culto será posible cuando él haya entregado el Espíritu (cf. 7,39; 19,30), el agua viva que él ofrece a la mujer (4,14) y que brotará de su costado abierto (19,34). La actividad de Jesús anticipa su hora (cf. 5,25). Como en el episodio de Nicodemo (3,3.5ss), el evangelista presenta en la escena de Samaria el fruto de la muerte de Jesús. Esto le permite unir el tiempo de Jesús con el de la comunidad, que lee la vida de jesús después de su muerte y resurrección, y ve en su actividad anterior la anticipación de la realidad que ella vive.

Jesús se queda sentado en el manantial, ocupa su puesto. La frase indica la sustitución que va a tener lugar, marcada por el evangelista al decir se quedó sentado, en lugar del simple se sentó; Jesús va a ocupar permanentemente el puesto del antiguo manantial. De hecho, él va a ofrecer un agua que brotará del manantial abierto en su costado (19,34). El mismo es el verdadero manantial, que toma el Puesto de la Ley, de la tradición y del templo. Ezequiel anunciaba que del templo futuro correría un manantial de agua creciente (Ez 47). Jesús mismo va a identificarse con ese templo del que corre el torrente de agua (cf. 7,37-39 Lect.) y ahora, con su gesto, adelanta la identificación. De ahí que él, el nuevo santuario que sustituye al de Jerusalén (cf. 2, 19), anuncie en este episodio el fin de los templos y defina las características del nuevo culto (4,21-24).

Es la segunda alusión a Jacob en el evangelio. En la primera (1,51), anunció Jesús que la escala vista por Jacob iba a ser realidad en su persona; aquí, el manantial que había dado Jacob queda sustituido por otro que es Jesús mismo.

La mujer samaritana:
el pozo de Jacob y el agua del Espíritu

7-8 Llegó una mujer de Samaría a sacar agua. Jesús le dijo: «Dame de beber». (Sus discípulos se habían marchado al pueblo a comprar provisiones).

La mujer no tiene nombre propio ni se afirma que venga de Sicar; su único rasgo es su pertenencia a la región; la mujer samaritana es la representante de Samaría, que va a apagar su sed en el manantial de Jacob, es decir, en su antigua tradición. Jesús está solo, sus discípulos habían ido a buscar de comer. Es el encuentro del Mesías con Samaría, la prostituta, la que tiene hijos bastardos (Os 1,2: «Dijo el Señor a Oseas: Anda, toma una mujer prostituta y ten hijos bastardos, porque el país está prostituido, alejado del Señor»). Vuelve el tema del Mesías-Esposo de la perícopa anterior (3,29), que ahora va a buscar a la esposa infiel. Dios no la abandona, va a ganársela de nuevo (Os 2,15-16: «Le tomaré cuentas de cuando ofrecía incienso a los baales y se endomingaba con aretes y gargantillas para ir con sus amantes, olvidándose de mí -oráculo del Señor-. Por tanto, mira, voy a seducirla llevándomela al desierto y hablándole al corazón»). Las alusiones a Oseas serán frecuentes en este episodio; él fue el profeta de Samaría, en su tiempo reino de Israel, por oposición al de Judá.

El encuentro comienza con una petición de Jesús: Dame de beber. Por ser hombre, Jesús siente necesidad y es, así, solidario de la necesidad de todo hombre. Pide una muestra de solidaridad en el nivel humano más elemental, que une a los hombres por encima de las culturas y de las barreras políticas y religiosas. La solidaridad con Jesús lo es con el hombre. Es la muestra del amor; la necesidad es la ocasión de manifestarse en favor del hombre; responder a ella es la condición para recibir el don de Dios.

Dar agua, elemento escaso y, por tanto, precioso, era señal de acogida y hospitalidad (cf. Mt 10,42; Mc 9,41). Al pedirla, cansado del camino, Jesús, que llega de Judea (1,11: su casa; 4,44: su propia tierra), donde ha sido rechazado, pide ser acogido en Samaría; a cambio de la hospitalidad, él dará su propia agua. Volverá a tener sed en la cruz, pero allí los suyos, por última vez, le negarán la acogida, respondiendo al amor con el odio (19,28s).

9 Le dice entonces la mujer samaritana: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» (porque los judíos no se tratan con los samaritanos).

La respuesta de la mujer refleja su extrañeza, no puede comprender cómo un judío pida de beber a una mujer samaritana. La razón que da Jn, que los dos pueblos no se trataban, se comprende perfectamente en el contexto histórico expuesto 'al principio. Jesús, por su parte, ha derribado la barrera que los separaba. Además, al expresar una petición, elimina la superioridad proverbial de los judíos respecto a los samaritanos. El se presenta simplemente como un hombre, necesitado como todos; se pone en situación de dependencia y reconoce que ella puede ofrecerle algo indispensable. Al colocarse en el nivel de la necesidad corporal afirma la igualdad (cf. 2,21: su cuerpo; 19,31: los cuerpos), suprime la discriminación y dignifica a la mujer. Le ha mostrado su confianza, pero ella no ha vencido aún su reserva.

10 Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú a él y te daría agua viva».

Jesús contesta de una manera indirecta, excitando la curiosidad de la mujer. Le habla de un don de Dios, de un agua viva que él es capaz de dar. Le ha pedido un favor, pero está dispuesto a corresponder con otro mayor que el suyo. Le propone superar la enemistad entablando una relación de buena voluntad mutua.

Desde el primer momento, Jesús se muestra independiente de la situación que existe entre Samaría y Judea; no reconoce las divisiones causadas por las ideologías, en particular por la religiosa. Ofrece algo que las supera, el don de Dios, que no distingue entre unos hombres y otros, porque su amor se dirige a la humanidad entera (3,16). El don de Dios es Jesús mismo (ibíd.: dio a su Hijo único), que trae la salvación para todos (3,16-17). Siendo el manantial de la vida, es capaz de dar un agua viva, corriente, y la ofrece a la samaritana. Jesús está libre de todo prejuicio; para él existe sólo la relación interpersonal, manifestada en el dar y recibir.

Ella no conoce el don de Dios. Aparece el tema del conocimiento, frecuente en Oseas (4,1: no hay verdad ni lealtad ni conocimiento de Dios en el país; cf. 4,6; 6,6; 8,2).

11 Le dice la mujer: «Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde vas a sacar el agua viva?».

La mujer queda impresionada por la frase enigmática de Jesús, lo llama respetuosamente «Señor» y muestra su extrañeza por el ofrecimiento. No conoce más agua que la de aquel pozo y ve que Jesús no tiene los utensilios necesarios para sacarla. Se pregunta dónde puede procurarse el agua viva que promete.

La extrañeza de la mujer está en paralelo con la de Nicodemo. En uno y otro caso se trata del agua/Espíritu (3,5). Nicodemo no podía comprender la afirmación de Jesús: hay que nacer de nuevo/de arriba (3,3.7), concebía ese nacimiento en términos de esfuerzo propio y concluía ser imposible (3,4). No conocía más camino que el de la Ley ni más mejora del hombre que a través de su observancia. Aquí, paralelamente, la mujer no conoce más agua que la del pozo, también figura de la Ley (cf. 4,6 Lect.), y piensa que el água ha de extraerse con el esfuerzo humano. No conoce ni se imagina un don de Dios gratuito. Ni Nicodemo ni la mujer, educados en la Ley, están acostumbrados a la idea de gratuidad, no conocen el amor de Dios (cf. 2,3: No tienen vino).

12 «¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, del que bebió él, sus hijos y sus ganados?».

La mujer hace una pregunta que, aunque teñida de escepticismo, deja abierta una posibilidad. Aquel pozo tenía detrás todo el prestigio de Jacob, el antecesor glorioso, de quien los samaritanos se consideraban descendientes. Había sido un don de Jacob a sus hijos, es decir, a su pueblo. El pozo hacía presente su memoria y la ascendencia de los samaritanos; era un vínculo de unidad étnica y religiosa.

El pozo, como se ha visto,. significaba la Ley, sintetizaba las figuras de los patriarcas y la de Moisés el legislador. La mujer conoce el don de Jacob (nos dio), pero desconoce el de Dios. Le ha resultado incomprensible que Jesús proponga otra agua viva, como si pudiera existir una diferente de la Ley. Lo considera un rival de Jacob, que pretende igualarse o hacerse superior al patriarca. Al don de Dios (3,16) opone el don de Jacob. Este es el que ha dado el nombre al pueblo (= Israel); su pozo es la tradición común a todos, su gloria.

13-14a Le contestó Jesús: «Todo el que bebe agua de ésta volverá a tener sed; en cambio, el que haya bebido el agua que yo voy a darle, nunca más tendrá sed».

Con su respuesta muestra Jesús la insuficiencia del don hecho por Jacob, su pobreza. Ha dado un agua que nunca quita definitivamente la sed. Se trasluce el rechazo de la sabiduría basada en la Ley, tal como se expresa en Eclo 24,21-13: «El que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed; el que me escucha no fracasará, el que me pone en práctica no pecará. Todo esto es el libro de la alianza del Altísimo, la Ley que nos dio Moisés como herencia para la comunidad de Jacob» (6,35 Lect.).

Sin afirmar explícitamente su superioridad respecto a Jacob, Jesús la da a entender, exponiendo la excelencia de su don. El ofrece a todos su agua, según el texto de Is 55,1: « ¡Oíd, sedientos todos!, acudid por agua, también los que no tenéis dinero». Pero, a diferencia de la otra, bastará beber una vez para que la sed se calme para siempre, porque el Espíritu quedará interiorizado en el hombre, como va a explicar a continuación. Este acto único de beber corresponde al nuevo nacimiento (3,3.5s), que da la nueva vida. El esfuerzo no se pondrá en adquirir una sabiduría interior ni una lenta perfección propia según la Ley, sino en la tarea del amor a los otros.

14b «no, el agua que yo voy a darle se le convertirá dentro en un manantial con agua que salta dando vida definitiva».

Sólo un agua perenne y siempre disponible puede quitar la sed del hombre. Esta es la que promete Jesús. El Espíritu que él comunica se convierte en cada hombre en un manantial que brota continuamente y que, por tanto, continuamente le da vida y fecundidad. Así desarrolla a cada uno en su dimensión personal. El Espíritu es personalizante; la Ley, absolutizada como fin en sí misma, lo despersonaliza.

El Espíritu es un manantial interno, no externo como el de Jacob. El hombre debe recibir vida en su raíz misma (dentro), en lo profundo de su ser, no por acomodarse a normas externas. Es un don permanente, que hace nacer a una vida nueva y la mantiene (3,6), que abre el horizonte del reino de Dios (3,5). Su fuerza (salta) es garantía de plenitud de vida (cf. 10,10: Yo he venido para que tengan vida y les rebose).

En la tradición judía se decía que la roca que manó agua en el desierto había acompañado al pueblo en su peregrinación, calmando su sed (cf. 1 Cor 10,4). También este agua, procurada por Moisés, se identifica con la Ley. Con Jesús no habrá un agua/Ley exterior que acompañe al pueblo, sino una fuente interna de vida que guíe al individuo. Siendo en todos la misma agua, la que da Jesús, crea unidad con él y entre iodos; saltando en cada uno como manantial propio, y fecundando la tierra de que está hecho, produce un fruto diversificado.

Retorna la idea expuesta en el episodio de Nicodemo. No basta aprender una sabiduría, el hombre necesita una nueva clase de vida, una fuerza y fecundidad interior de la que carece. Cuando la reciba estará completo, tendrá el nivel que le corresponde según el proyecto creador de Dios.

15 Le dice la mujer: «Señor, dame agua de ésa; así no tendré más sed ni vendré aquí a sacarla».

Con su promesa de vida, Jesús ha despertado el anhelo de la mujer. Esta se declara dispuesta a abandonar para siempre el pozo de la Ley y de la tradición, que representa su historia, pero que no ha conseguido calmar sus deseos. Su reacción es opuesta a la de Nicodemo. Ella, rompiendo con su pasado, quiere nacer de nuevo. Tiene fe en que eso es posible y lo espera de Jesús. Este empezó pidiendo agua y termina prometiéndola; también en la cruz primero manifestará su sed (19,28) y luego dará el agua que brota de su cuerpo (19,34). Se han roto las barreras; la mujer samaritana le pide a él, el judío. Al principio expuso Jesús su necesidad física, común a todo hombre, y se ofrece ahora para calmar la sed de la vida plena, el anhelo más profundo del hombre. Jesús no se detiene en lo cultural ni en lo religioso; va a la raíz, al hombre como criatura de Dios, Creador y Padre; al hombre a través de su relación elemental, corpórea y personal, la que establecen la sed y el amor.

El fariseo y jefe no pudo reconocer la insuficiencia de su Ley. La samaritana despreciada la reconoce, porque sabe el trabajo que demanda y la insatisfacción que deja. Está cansada de venir al pozo que no le calma la sed. Ve el valor de la vida y la desea, se deja iluminar por la luz que brilla en Jesús (1,4: la vida era la luz del hombre).

Los cultos del pasado y el nuevo culto. El Mesías

16-17a El le dijo: «Ve a llamar a tu marido y vuelve aquí». La mujer le contestó: «No tengo marido».

El paso brusco de la temática anterior, la del agua/Espíritu, a la de los maridos resulta incomprensible en el plano meramente histórico. No es que Jesús quiera mostrar a la mujer su poder de adivinación para hacerle comprender que no era un hombre cualquiera. Tampoco trata de darle una lección de moralidad; el tema queda bruscamente cortado (4,18-19), sin que Jesús vuelva sobre él. Este trozo del diálogo cobra sentido sobre el trasfondo profético, en particular de Oseas.

En este profeta, la prostituta (Os 1,2) y la adúltera (3,1) son símbolo del reino de Israel, que tenía a Samaría por capital. Su prostitución y adulterio consistían en haber abandonado al verdadero Dios (2,4.7-9. 15; 3,1). El origen de la idolatría de los samaritanos se narra en 2 Re 17,24-41, donde se mencionan cinco ermitas de dioses, y, además, el culto a Yahvé 6. A estas cifras harán alusión las palabras de Jesús.

Así cobra sentido el paso al tema matrimonial. Samaría está insatisfecha 7, no encuentra solución en el pasado y ve un horizonte nuevo en el ofrecimiento de Jesús. Pero Jesús quiere que reconozca su situación para que rompa con ella; la ruptura no puede ser genérica (no volver más al pozo), tiene que responder a la situación concreta. Va a descubrirle cuál es su verdadera sed: Ve a llamar a tu marido y vuelve aquí. En el plano en que se mueve la narración, el marido (recuérdese la palabra Baal = marido/señor) tiene una connotación religiosa; representa la busca de seguridades opuestas al designio de Dios, toda alianza contraria a la suya, la pretensión engañosa de encontrar solución fuera de él 8. Samaría había traicionado a Dios, el esposo del pueblo, buscando otros apoyos (Os 2,7: «Su madre se ha prostituido, se ha deshonrado la que los engendró. Se decía: Me voy con mis amantes, que me dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino, mi vino y mi aceite»; 9,1: «No te alegres, Israel, no te regocijes como los paganos, porque te has prostituido abandonando a tu Dios»). El conato, sin embargo, fue infructuoso: Dios no dejó que encontrase paz (Os 2,8-9: «Pues bien, voy a vallar su camino con zarzales y le voy a poner delante una barrera para que no encuentre sus senderos. Perseguirá a sus amantes y no los alcanzará, los buscará y no los encontrará, y dirá: Voy a volver con mi primer marido, porque entonces me iba mejor que ahora»). Jesús la está preparando para lo que estaba anunciado (Os 2,18: «Aquel día ... me llamarás esposo mío, ya no me llamarás Baal mío (ídolo mío). Le apartaré de la boca los nombres de los baales y sus nombres no serán invocados»).

Ante la petición de agua por parte de la mujer, Jesús la invita pues a tomar conciencia de que su culto está prostituido; esto explica que ella pase a continuación al tema de los templos.

17b-18 Le dijo Jesús: «Has dicho muy bien que marido no tienes, porque maridos has tenido cinco, y el que tienes ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad».

Con su respuesta: No tengo marido, la mujer había mostrado vergüenza de su situación irregular. Jesús, para no herirla, alaba su sinceridad, pero le revela toda la gravedad de su condición. Es clara la alusión al pasaje de 2 Re 17,24-41, citado antes (p. 235, nota 6). Pretendían dar culto al Dios de los judíos, pero en realidad habían roto con él (Os 8,1-3: «Porque han roto mi alianza rebelándose contra mi ley. Me gritan: `Te conocemos, Dios de Israel'. Pero Israel rechazó el bien»). Dios, sin embargo, no ha roto con ellos (Os 2,16: «Voy a seducirla llevándomela al desierto y hablándole al corazón ... Allí me responderá como en su juventud, como cuando salió de Egipto»; 11,8: «¿Cómo podré dejarte, Efraín; entregarte a ti, Israel? Me da un vuelco el corazón, se me revuelven todas las entrañas»; 14,5: «Curaré su apostasía, los querré sin que lo merezcan»). Por medio de Jesús, Dios les ofrece su don (4,10).

Es Jesús, el enviado por Dios, quien ha abierto el diálogo con Samaria. El personifica la actitud de Dios que los busca (4,4: Tenía que pasar por Samaría). Dios desea el contacto con ellos y está dispuesto a llamarlos su pueblo (Os 2,25: «Y diré a No-pueblo-mío: `Eres mi pueblo', y él responderá: 'Dios mío'»). Con eso acabará la búsqueda de maridos-señores (Os 2,21: «Me casaré contigo para siempre, me casaré contigo a precio de justicia y derecho, de afecto y de cariño»).

La comparación entre Jacob y Jesús, hecha por la mujer (4,12) y que Jesús había ya insinuado con su ofrecimiento de agua, muestra la existencia de dos orígenes: Jacob fue el principio de un pueblo, Jesús va a ser principio de la nueva comunidad humana, superando la pertenencia étnica. El agua o tradición dada por Jacob no había apagado la sed, provocando en consecuencia una búsqueda incesante, traducida en la multiplicidad de maridos, sin llevarlos a encontrar definitivamente al Dios único. El agua que dé Jesús satisfará la sed, será el encuentro definitivo con el Dios verdadero. Lo mismo valdrá para los judíos; por eso la escena se remonta a Jacob, padre común del pueblo. Jesús borra los orígenes del pueblo y su tradición; habrá un nuevo origen, él mismo, un nuevo Padre, una nueva humanidad (Os 2,2: «Se reunirán israelitas con judíos [Samaria y Judea] y se nombrarán un único caudillo y resurgirán de la tierra»).

Hasta ahora, sin embargo, mientras Samaria reconoce su infidelidad y pide el agua del Mesías, las autoridades del templo de Jerusalén no han querido reconocerla (2,18). Mientras Samaria acoge a Jesús y le rogará que se quede (4,40), ha tenido que alejarse de Judea por la hostilidad de los fariseos (4,1-3).

19-20 La mujer le dijo: «Señor, veo que tú eres profeta. Nuestros padres celebraron el culto en este monte; en cambio, vosotros decís que el lugar donde hay que celebrarlo está en Jerusalén».

La denuncia de su situación, que le hace Jesús, hace comprender a la mujer que es un profeta y espera de él un oráculo que le declare cómo remediar el adulterio que la separa de Dios. Para ella, el encuentro con el verdadero Dios se reduce a una cuestión cúltica. Quiere saber qué culto es el verdadero y cuál el falso. Muestra inseguridad; no sabe con certeza si su tradición es legítima. Había sido Jeroboán la causa del primer cisma, prohibiendo a los habitantes del reino de Samaria ir en peregrinación al templo de Jerusalén y erigiendo sus propios altares (1 Re 12,25-33 ). El cisma se había hecho definitivo ante la prohibición hecha a los samaritanos en tiempo de Esdras de participar en la reconstrucción del templo de Jerusalén (Esd 4,1-3), lo que llevó a la erección de un templo propio en el monte Garizín 9. La mujer vuelve a apelar a sus antepasados (nuestros padres), que construyeron su propio templo, rival del de Jerusalén, único legítimo. El profeta debe resolver la cuestión. Ella sigue aferrada a la validez de Jacob como origen del pueblo: si dentro de su descendencia ha habido un cisma, la solución tiene que encontrarse sin salir de esa tradición; no concibe una novedad.

21 Jesús le dijo: «Créeme, mujer: Se acerca la hora en que no daréis culto al Padre ni en este monte ni en Jerusalén».

Jesús expone la novedad en toda su crudeza, negando el presupuesto de la mujer. No se trata de elegir entre las dos posibilidades históricas (culto samaritano o culto judío), también el templo de Jerusalén está prostituido y él ha anunciado ya su fin (2,13ss). Jesús habla de un cambio radical; ha terminado la época de los templos: el culto a Dios no tendrá lugar privilegiado. La alternativa es Jesús mismo, lugar de la comunicación con Dios (1,51) y nuevo santuario (2,19-22; cf. 1,14) del que brota el agua del Espíritu (7,37-39; 19,34).

Dios, además, adquiere ahora un nombre nuevo, el Padre, que establece entre Dios y el hombre un vínculo familiar y personal y cambia el carácter del culto, que pasa a ser también personal, en el marco de la relación hijo-Padre. El Dios de la Ley había creado desigualdad, discriminación, enemistad entre los pueblos hermanos. El Padre, el Dios que da vida y ama al hombre, hace caer las barreras, porque él no da su Hijo a un pueblo privilegiado, sino a la humanidad entera (3,16). Es el mediodía, la luz plena (4,6). La paternidad de Dios hace desaparecer la de Jacob (4,12) y la de los antepasados (4,20: nuestros padres). Esta paternidad directa; sin intermediarios, hará posible la unión de todos: Samaría no tendrá que soportar la humillación de una vuelta a lo judío, reconociendo la superioridad de sus enemigos y sometiéndose a su culto y Ley. La paternidad de Dios hace desaparecer los particularismos. Con Jacob desaparecen ambas tradiciones.

22 «Vosotros adoráis lo que no conocéis, nosotros adoramos lo que conocemos; la prueba es que la salvación proviene de los judíos».

La frase: lo que no conocéis, es alusión a Dt 13,7: « Si ... te incitan a escondidas proponiéndote: `Vamos a dar culto a dioses extranjeros, desconocidos para ti y para tus padres» (LXX: «a los que tú no conocías ni tampoco tus padres ...»; cf. 13,3.14). Jesús denuncia, por tanto, la idolatría de los samaritanos. No hay duda alguna sobre quién representa al verdadero Dios, si Jerusalén o el Garizin. El culto celebrado en este monte era idolátrico. El único Dios verdadero es aquel a quien está dedicado el templo de Jerusalén (2,15: la casa de mi Padre). Por eso la salvación sale de la comunidad judía, no de la samaritana. El salvador ha de ser enviado del verdadero Dios.

Además, los samaritanos, por su cisma, no han recibido el mensaje profético, que aseguraba la continuidad de la revelación; los judíos, en cambio, a pesar de sus infidelidades, tienen en sus manos los testimonios que Dios había ido dejando en la historia y que preparaban el camino al Mesías (5,39: las Escrituras dan testimonio en mi favor). Dentro de la comunidad judía se ha ido verificando ese designio de Dios como preparación a la época nueva; por eso es de ella de donde ha de salir el salvador, en el contexto de la antigua revelación, que ha terminado con Juan Bautista (1,31: para que se manifieste a Israel). Jesús procede de la comunidad judía (2,1: la madre de Jesús), aunque ese origen suyo no va a tener por consecuencia la continuidad de su obra con el pasado (1,17).

La salvación que «proviene de los judíos» es Jesús mismo como Mesías (4,26), «el rey de los judíos» (18,33; 19,3.19). Su reino, sin embargo, será universal, pues no morirá solamente por la nación, sino para reunir en uno a los hijos de Dibs dispersos (11,52); así lo anunciará en la cruz el letrero redactado en tres lenguas (19,20) y la división del manto en cuatro partes, herencia del crucificado para la humanidad entera (19,23 Lect.). Esta universalidad del salvador será reconocida por los samaritanos (4,42: El salvador del mundo).

23a «pero se acerca la hora, o, mejor dicho, ha llegado, en que los que dan culto verdadero adorarán al Padre con espíritu y lealtad».

Jesús define a Dios mismo como Espíritu, es decir, dinamismo de amor que se ha expresado en la creación del hombre y sigue actuando hasta llevarla a su término; de ahí su nombre de Padre: el que por amor comunica su propia vida (1,14d Lect. ). Ese amor es su gloria (1,14 ), la que llena su santuario, que es Jesús, su Proyecto hecho hombre (ibíd. ), y la que por su medio se comunica a los hombres. En 1 Jn 4,7s se expresa la misma doble realidad del amor: El amor procede de Dios y Dios es amor.

La afirmación de Jn: Dios es Espíritu, explicado como dinamismo de amor, hace comprender los efectos del agua viva que Jesús da a beber y que apaga la sed del hombre (4,14a). Ese agua es la experiencia constante, a través de Jesús, de la presencia y el amor del Padre. La experiencia del amor produce, a su vez, en cada hombre la capacidad de amar generosamente como se siente amado (4,14b: se le convertirá dentro en un manantial); así el hombre se transforma en espíritu (3,6) semejante a Dios mismo (1,16). Siendo el amor la línea de desarrollo y personalización del hombre, su actividad irá realizando en él el proyecto creador, llevándolo a una semejanza cada vez mayor con el Padre (1,12: hijos de Dios).

El culto a Dios deja de ser vertical, pues él está presente en el hombre por el Espíritu; el Padre y Jesús son compañeros de vida del que practica el amor (14,23). La relación con Dios es la de una sintonía que impulsa a una semejanza cada vez mayor. (14,6: el camino hacia el Padre) y lleva a amar al hombre hasta la entrega total. Ese es el único culto que el Padre busca y que, por tanto, acepta: la prolongación del dinamismo de amor que es él mismo y que él comunica.

El culto antiguo exigía del hombre una renuncia a bienes exteriores (sacrificios, etc.). Era una humillación del hombre, una disminución ante un Dios soberano. El nuevo culto no humilla al hombre; al contrario, lo eleva, haciéndolo cada vez más semejante al Padre. El antiguo culto subrayaba la distancia; el nuevo tiende a suprimirla, gracias a la iniciativa de Dios mismo, que hace al hombre hijo y semejante a él. Consiste en testificar que Dios es Padre, porque existen hijos suyos y hermanos del hombre que, desde la nueva realidad que viven, se esfuerzan por comunicarla, para que el hombre salga de su situación de opresión y de muerte.

Se entiende la oposición de Jesús al templo (2,13ss) y la sustitución de éste por el nuevo santuario, su cuerpo (2,21), la tienda que acompaña en el camino (1,14), de donde brotará el agua del Espíritu (7,37‑39; 19,34). Se aclara la ruptura con el pasado que él proponía a Nicodemo (3,3: nacer de nuevo/de arriba) y que éste, devoto de la Ley, no podía comprender. Dios no quiere cultos como los de la antigua alianza; él no espera dones, sino que busca comunicarse. Su gloria es expansiva, no centrípeta, y consiste en dar vida, desplegando así la actividad de su amor. Los que participan de esta gloria (17,22), la difunden en el mundo.

25-26 Le dice la mujer: «Sé que va a venir un Mesías (es decir, Ungido); cuando venga él, nos lo explicará todo». Le dice Jesús: «Soy yo, el que hablo contigo».

La mujer se confiesa dispuesta a aceptar al Mesías cuando llegue. Aunque Jesús, al decir que ha llegado la hora (4,23), ha declarado implícitamente el cambio de época, la mujer no lo ha reconocido, pero comprende que sus palabras anuncian ya la era mesiánica. Ante su apertura al futuro y su esperanza, Jesús se le revela: Soy yo, el que hablo contigo.

Los discípulos. Anuncio de la mujer a los de su pueblo

27 En esto llegaron sus discípulos y se quedaron extrañados de que hablase con una mujer, aunque ninguno le preguntó de qué discutía o de qué hablaba con ella.

El asombro de los discípulos supone la inferioridad de la mujer en aquella sociedad; pero Jesús no acepta tal desigualdad. No le preguntan nada; se acentúa así la intimidad de la conversación que ha precedido, del encuentro con Samaria. El se la ha llevado a la soledad y le ha hablado al corazón para ganársela de nuevo (Os 2,16).

La primera suposición de los discípulos es que Jesús pueda haber estado discutiendo con la mujer. Delatan su mentalidad judía. Tampoco comprenden de qué puede hablar con ella. No ven por qué Jesús tiene que dirigirse a Samaria. No han olvidado la discriminación. No se les ocurre que Jesús pueda manifestarle su amor, como había hecho con ellos en Caná. Sin embargo, así ha sido; también a ella ha ofrecido el Espíritu, allí simbolizado por el vino (2,9), y ha sido aceptado.

 28-29 La mujer dejó su cántaro, se marchó al pueblo y le dijo a la gente: «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste tal vez el Mesías?».

La palabra que designa el cántaro es la misma empleada en el episodio de Caná para designar las tinajas (2,6). Como allí éstas representaban la Ley, también el cántaro es imagen de la Ley que la mujer toma del pozo para buscar la vida en ella. La mujer estaba supeditada a la vasija, donde bebía el agua que no apagaba su sed.

Abandona el cántaro, que era su conexión con el pozo; rompe con la Ley. Esta es su respuesta de fe al Mesías que se le ha dado a conocer. Ha comprendido la novedad que representa respecto al pasado. Al contrario de Nicodemo, que no veía la posibilidad de un nuevo principio, la mujer lo ha entendido perfectamente.

Va a invitar a «los hombres» (la gente) a que vayan a ver a «un hombre»; así presenta a Jesús. No hay miedo a acercarse. No lo descríbe como un judío, pues Jesús ha anunciado el fin de la discriminación. Es sencillamente «un hombre» que tenía sed, como todos. En el fundamento de la común humanidad funda la mujer su invitación a acercarse a Jesús.

Su mensaje es modesto, lo propone en forma interrogativa; quiere que cada uno, como ella, llegue a su conclusión personal. Sus palabras son una invitación que abre una esperanza. La representante de Samaría se individualiza. Anuncia a sus paisanos que Jesús le ha dicho todo lo que había hecho. Esta frase es importante, pues se repetirá textualmente en 4,39. La mujer insiste en que Jesús le ha descubierto su pasado; esto supone que ella ha reconocido su adulterio.

La noticia de la samaritana a sus paisanos está inspirada en Os 7,1: «Cuando cambie la suerte de mi pueblo, cuando cure a Israel» (el reino del norte con centro en Samaría), «se descubrirá el pecado de Efraín y las maldades de Samaría». Al saber los samaritanos que se han descubierto sus pecados, comprenden que ha llegado el cambio de suerte, el momento de su curación. De ahí la pregunta de la mujer: ¿Será el Mesías?, y la prontitud de los samaritanos en acudir a Jesús.

El comportamilento de la mujer es parecido al de los discípulos cuando encontraron a Jesús. Andrés fue a buscar a su hermano Simón (1,41); Felipe, a Natanael (1,45 ). Ella va al pueblo y anuncia.

Jesús, en primer lugar, ha ofrecido el agua viva; sólo después de haber despertado el anhelo ha denunciado sus maldades a Samaría. Primero expone la calidad de su don, luego señala los obstáculos para recibirlo. Comienza con lo positivo, su denuncia no deja a nadie desamparado. No pide una ruptura que deje en el vacío, abre una puerta invitando a pasar de la muerte a la vida.

30 Salieron del pueblo y se dirigieron adonde estaba él.

La respuesta de los habitantes es unánime e inmediata. Todos tenían sed y van a buscar el agua nueva. Ante un horizonte de salvación, todos responden. Como la mujer, también ellos son conscientes de que algo esencial les falta. Su camino es el de la libertad y la esperanza.

La cosecha en perspectiva

31-32 Mientras tanto sus discípulos le insistían: «Maestro, come». El les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que vosotros no conocéis».

Durante el trayecto de los samaritanos intercala Jn un diálogo de Jesús con sus discípulos. Invitan a Jesús a comer, pero él no acepta su comida.

La invitación de los discípulos a Jesús se inserta en la narración para establecer el contraste entre dos alimentos. Jesús va a exponer dónde encuentra el hombre la vida verdadera.

33-34 Los discípulos comentaban: «¿Acaso le habrá traído alguien de comer?» Jesús les dijo: «Para mí es alimento realizar el designio del que me mandó, dando remate a su obra».

Los discípulos no entienden que Jesús pueda tener alimento por sí solo. Si ha rechazado el que ellos traen, suponen que lo habrá recibido de otro. Conocen sólo el alimento que perece, no el que dura dando vida definitiva (6,27).

Jesús afirma que existe un designio de Dios que no está aún realizado, una obra que no está completada. Esta última frase se refiere a Gn 2,2: Para el día séptimo había concluido Dios toda su tarea/todas sus obras. Como ya se ha visto, el esquema teológico en que coloca Jn el día del Mesías es el del día sexto de la creación, y su labor será precisamente terminar la creación del hombre. Esa es la obra que falta para llevar a cabo el designio del que lo envió. Es aquí la primera vez que aparece en el evangelio el designio de Dios, que es dar al hombre vida definitiva (6,38-40). Había aparecido en el prólogo el designio humano (1,13: de una carne cualquiera, de un varón cualquiera), que daba sólo una vida perecedera.

La frase con que Jesús responde a sus discípulos recuerda la manera de referirse a la Ley como alimento (Sal 119,103; Prov 9,5)' El alimento que Jesús tiene sustituye al de la Ley, como su agua sustituía la del pozo (= la Ley). Su alimento consiste en realizar el designio del Padre trabajando en favor del hombre; este designio ha sido traicionado por aquellos que, absolutizando la Ley, lo han rechazado en Judea (4,1-3). En el ciclo siguiente tendrá lugar la polémica entre los que utilizan la Ley para impedir la realización de la obra de Dios y Jesús, que lleva a cabo su designio (cf. 5,16-18).

En el contexto de este episodio, el designio del Padre consiste para Jesús en dar el agua/Espíritu (4,14); su obra, en ir actualizando su propia respuesta de amor al Espíritu recibido (1,32s; Indice temático, «Obra» II), por medio de esta actividad en favor del hombre (cf. 19, 28.30.34). Habrá también para los hombres una obra que Dios requiere que se cumpla, y será la adhesión a Jesús, su enviado (6,29). En ambos pasajes se describe la obra de Dios como alimento, es decir, como factor que comunica vida. Aquí Jesús « se asimila» (come) el designio del Padre y de esa identificación recibe vida; allí, el hombre « se asimila» a Jesús. Hay, por tanto, una doble asimilación o identificación, la de Jesús con el Padre y la de los discípulos con Jesús (cf. 14,20; 17,23). Es el circuito de la vida, como se expresa en 6,57: Como a mí me envió el Padre que vive y, así, yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí.

La metáfora «comer» significa, por tanto, para Jesús, su identificación con el Padre como fuente de vida; para el discípulo, su aceptación de Jesús y su adhesión a él como dador de vida. Ambas se traducen en la actividad, llevando a cabo el designio de Dios.

A Samaría, el pueblo antes abandonado (Os 1,9: «Llámalo `No-pueblo-mío', porque vosotros no sois mi pueblo y yo no estoy con vosotros»), jesús ha mostrado el amor del Padre (Os 2,1: «En lugar de llamarlos No-pueblo-mío, los llamarán hijos del Dios vivo»; 2,3: «Llamad a vuestro hermano Pueblo-mío y a vuestra hermana Compadecida»).

35 «Vosotros decís que aún faltan cuatro meses para la siega, ¿verdad? Pues mirad lo que os digo: Levantad la vista y contemplad los campos dorados para la siega».

La estación del año sirve a Jesús para hacer una oposición metafórica, comparando dos cosechas: la del campo, todavía lejana, y la de la fe de Samaría, ya a punto de ser recogida 12.

Invita a sus discípulos a darse cuenta de la nueva realidad. La presencia y el mensaje de la mujer a los suyos han sido la siembra profetizada en Os 2,25: «Y me la sembraré en el país, me compadeceré de Incompadecida y diré a No-pueblo-mío: `Eres mi pueblo', y él responderá: "Dios mío'» 13.

Las palabras de Jesús son un canto de triunfo. La esterilidad de Jerusalén y de Judea se ha cambiado en la fecundidad de Samaría. El Mesías/Esposo ha encontrado aquí a la esposa. Si en Judea nadie aceptaba su testimonio (3,32), aquí, en cambio, ya están en camino los que lo aceptan (4,30). La cosecha ya presente invita a la siega y es un estímulo para los discípulos. La frase de Jesús explica y confirma lo sucedido con la mujer.

36 «El segador cobra salario reuniendo fruto para una vida definitiva; así se alegran los dos, sembrador y segador».

El designio del Padre (4,34) se expresa ahora en términos de siembra y siega, que están en función del fruto. Esta palabra no reaparecerá hasta 12,24: si el grano de trigo, caído en la tierra, no muere, permanece él solo; en cambio, si muere, produce mucho fruto. La hora de la siega estará precedida de la hora de su muerte, cuando quede terminado el proyecto de Dios (19,30: Queda terminado). Esa será la siembra del grano. Jesús es aquí el sembrador y el trigo que se siembra. En 12,24, el fruto estará en relación con los griegos que se acercan, aquí con los samaritanos. Es Judea, el reducto del nacionalismo y de la Ley (2,23-25; 3,1-21), la que no escucha. El fruto, que es el hombre nuevo, no es transitorio, tiene vida definitiva; se va constituyendo la nueva creación, la de los hijos de Dios dispersos que la muerte de Jesús reunirá en uno (11,52). Es una labor en la que han de colaborar sus discípulos (15,16).

El fruto se reúne para una vida definitiva. Siendo un nombre colectivo (cosecha), subraya la unidad de los que han recibido el agua del Espíritu y poseen esa vida (4,14), que se hace visible y se desarrolla en la comunidad donde se ejerce el amor mutuo (13,34s). Esa calidad de vida forma el grupo de los que viven en medio del mundo injusto sin pertenecer a él (17,14.16); ellos son las primicias del reino de Dios, la nueva sociedad en marcha.

El segador cobra ya su salario, que es el mismo fruto que recoge y que alegra lo mismo a él que al que hizo la siembra. El trabajo de uno y otro distaban en el tiempo, pero la alegría es simultánea. Ambos han trabajado mirando a la cosecha; la finalidad era la misma, por eso la alegría es común.

La alegría está en relación con el fruto. Tal fue la de Juan Bautista, al ver que el esposo tenía ya a la esposa, que el Mesías reunía a su pueblo (3,29). Pero, sobre todo, tal es la de Jesús. Por eso el tema de la alegría aparecerá en los capítulos 15-16, en los que él trata de la misión de su comunidad (15,8.16: fruto; 15,11; 16,20-22: alegría).

37-38 Con todo, en esto tiene razón el refrán, que uno siembra y otro siega: yo os he enviado a segar lo que no os ha costado fatiga; otros se han estado fatigando y vosotros os habéis encontrado con el fruto de su fatiga.

En contraste con el versículo anterior, donde se describía la alegría común de sembrador y segador por la participación en el mismo fruto, Jesús afirma ahora otro hecho: también es verdad que otros no van a gozar del fruto de su fatiga. Al no aceptar el programa del Mesías, la sustitución de las antiguas instituciones, el pasado de Israel queda frustrado y el fruto de las promesas lo cosecharán otros, la nueva comunidad de Jesús. Se recoge aquí el tema de la maldición que recaería sobre el pueblo infiel a la alianza: ser excluidos del fruto del propio trabajo (Dt 28,30: «Te plantarás una viña y no la vendimiarás»; Miq 6,15: «Sembrarás y no segarás, pisarás la aceituna y no te ungirás; pisarás la uva y no beberás vino»; cf. Lv 26,16; Am 5,11). Equivale este dicho al que terminaba la estancia de Jesús en Judea: la reprobación de Dios queda sobre él (3,36).

Por otra parte, los discípulos gozan ya de bienes que no les han costado fatiga. Esto corresponde a lo que sucedió a Israel al ocupar la tierra prometida (Dt 6,10-11: «Cuando el Señor tu Dios te introduzca en la tierra ... con viñas y olivares que tú no has plantado, etcétera»; Jos 24,13: «Les di una tierra por la que no habían sudado (LXX: fatigado), ... viñedos y olivares que no habían plantado y de los que ahora comen»).

Como para Israel la tierra fue un don de Dios, así los discípulos de Jesús van a recibir como don la realidad mesiánica, nueva tierra prometida. Esta es la bendición inicial, el fruto sin trabajo, que se continuará con lo expresado anteriormente (4,36), el gozo de la cosecha compartido con el que siembra (cf. Am 9,13-14: «Mirad que llegan días ... cuando el que ara seguirá de cerca al segador y el que pisa uvas al sembrador; fluirá licor por los montes y ondearán los collados. Cambiaré la suerte de mi pueblo Israel: ... plantarán viñedos y beberán su vino, cultivarán huertos y comerán sus frutos»).

La realidad de la cosecha: la fe de los samaritanos

39-40 Del pueblo aquel muchos de los samaritanos le dieron su adhesión por lo que les decía la mujer, que declaraba: «Me ha dicho todo lo que he hecho». Así, cuando llegaron los samaritanos adonde estaba él, le rogaron que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días.

La noticia dada por la mujer hace comprender a los samaritanos que ha llegado para ellos la hora de la misericordia de Dios (Os 7,1; Jn 4, 28-29 Lect.). Al llegar adonde estaba Jesús, su reacción inmediata es el deseo de su presencia, rompiendo toda barrera de prejuicios raciales o religiosos. La reconciliación está hecha. Jesús accede, interrumpe su viaje y se queda en el lugar dos días; según Os 6,2: «En dos días nos hará revivir». Jesús, cuya misión es dar vida, la comunica a los que han respondido a su anuncio con la fe.

41-42 Muchos más creyeron por lo que dijo él, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú cuentas, nosotros mismos lo hemos estado oyendo y sabemos que éste es realmente el salvador del mundo».

La eficacia del anuncio queda eclipsada por la palabra de Jesús. La fe ya no se funda en la experiencia de la mujer, sino en la experiencia personal de ellos, que lo han oído y han llegado a la persuasión de que es realmente el salvador del mundo. Para ellos, Jesús no es un Mesías nacional, destinado a su pueblo o al judío; han comprendido que su misión es universal, pues ha sido capaz de superar la enemistad entre los dos pueblos. Para él no hay diferencias. La nueva era sin templos anula los reductos del nacionalismo religioso. El nuevo manantial, que sustituye al antiguo, hace indiferente la ascendencia israelita (Jacob). El nuevo Padre, Dios, que sustituye a los antepasados, es común a la humanidad entera. El título de Mesías, ligado a la tradición particular de un pueblo, necesitaba ser explicado al extenderse su misión fuera de la cultura judía. El nuevo título, que responde al nombre de Jesús (Dios salva, cf. 4,22), anuncia la misión entre los paganos (11,54 Lect.).

El salvador del mundo está en paralelo con 1,29: el Cordero de Dios, que va a quitar el pecado del mundo, y con la universalidad del amor de Dios (3,16): así demostró Dios su amor al mundo (cf. 3,17; 12,47; Is 49,6; 1 Jn 4,14; 2 Cor 5,19). Los samaritanos, heterodoxos, han comprendido el mensaje de Jesús, mientras los judíos ortodoxos, como Nicodemo, no han sido capaces de captarlo. La fe aparece como el resultado del contacto personal con Jesús; sólo él lleva a la confesión plena.

Comparando este pasaje con la estancia de Jesús en Judea, resalta la diferencia. En Judea predominaban los aspectos negativos: Jesús no se confiaba a ellos (2,24); al describir la misión de Jesús se hacía notar el doble resultado, aceptación y rechazo (3,17ss); al final de la estancia en Judea resuena casi una amenaza: quien no hace caso al Hijo no sabrá lo que es vida; no, la reprobación de Dios queda sobre él (3,36). En este pasaje, en cambio, los aspectos son positivos: la mujer ha reconocido su situación de pecado (4,29.39) y ha ido a comunicar a otros su experiencia. Si, al principio, los discípulos se quedaron con Jesús (1,39), cuando aún no tenían fe en él (cf. 2,11), aquí es Jesús el que se queda con los samaritanos, que han creído; según la alusión a Os 6,2, se queda para darles vida, es decir, para realizar en ellos el designio del Padre (4,34). Nicodemo esperó que fuese el Mesías-maestro para Israel; éstos lo ven como el Mesías-salvador para el mundo entero.

Los temas tratados desde Caná (2,1) hasta la salida de Judea (4,1-3) se repiten en este episodio, pero en sentido positivo: según la figura de la alianza/boda, el Mesías encuentra a la esposa infiel y la atrae a sí de nuevo. El es el nuevo santuario del que mana el agua del Espíritu. La Ley de Moisés queda sustituida por el espíritu y la lealtad, que son la norma de vida y el culto al Padre. Los antiguos intermediarios, representados por Jacob, que había dado el pozo, quedan superados.

Salida de Samaría

43-44 Al cabo de los dos días salió de allí para Galilea, pues Jesús mismo había declarado que a ningún profeta se le honra en su propia tierra.

Insiste el evangelista sobre la estancia de Jesús en Samaría, para subrayar la vivificación de aquel pueblo. Irse a Galilea significaba, por otra parte, alejarse de Judea. La razón contrasta con lo sucedido en Samaría. Los samaritanos lo han reconocido; en Judea, en cambio, no ha recibido el honor de un profeta (4,19): vino a su casa, pero los suyos no lo acogieron (1,11) y, entre los suyos, destaca Jerusalén, que personificaba la nación y era el lugar del Mesías. El, que se había manifestado en el templo, experimentó la oposición de los dirigentes (2,18) y, más tarde, la hostilidad de los fariseos (4,1).

El tema del profeta rechazado por los suyos se había convertido en proverbio (Mt 13,57; Mc 6,4; Lc 4,24). En el AT el caso más claro es el de Jeremías, sospechoso para sus mismos familiares: «También tus hermanos y tu familia te son desleales, también ellos te calumnian a la espalda» (12,6); «He abandonado mi casa y desechado mi heredad, he entregado el amor de mi alma en manos enemigas, porque mi heredad se había vuelto contra mí» (12,7-8). La figura de Jesús Mesías sintetiza trazos de los diversos enviados de Dios en la antigua alianza (1,21 Lect. ).

SINTESIS

La perícopa define el contenido del designio divino que Jesús ha de ejecutar: la comunicación del Espíritu al hombre como nuevo principio vital que sustituye a la Ley externa.

El Espíritu, que se hace constitutivo del hombre, lo desarrolla y lo fecunda, dándole la capacidad de amar generosamente. Lo eleva al nivel de existencia que se llama vida definitiva, propio de la creación terminada, completando así su ser. Lo capacita para realizar el proyecto de Dios en sí mismo, la plenitud de vida personal. El Espíritu es único, el de jesús; por eso, aunque constituye un principio vital en cada individuo, crea la unidad en la diversidad.

Dios se define como Espíritu, es decir, como principio dinámico de amor. El sustrato del universo es un amor personal, activo y sin fronteras, hecho presente en Jesús y que por él llega a todo hombre que lo acoge en su realidad humana.

Por ser fuente de vida y amor por esencia, Dios-Espíritu es llamado Padre. Esta denominación suprime las discriminaciones, dejando en la sombra el origen étnico y los condicionamientos culturales. El único Padre de la humanidad entera crea la hermandad y la igualdad de todos. La superioridad que busca pretexto en las peculiaridades o tradiciones nacionales o religiosas queda eliminada. Reconocer a Dios como Padre exige renunciar a los particularismos.

La denominación «Padre» hace pasar a Dios de la esfera de lo sacro a la de la familia. El se propone formar la familia humana. Cesa, por tanto, el culto a Dios en los templos. El Padre no exige presentes o dones, él es el dador que comunica vida. Su voluntad y designio es que ésta se extienda y florezca lo más posible. El homenaje al Padre ya no consistirá, por tanto, en un culto ritual, al estilo del de Israel. No hay dos esferas, la de Dios y la de la vida. La existencia misma, dedicada al bien de los demás, es el culto al Padre, que vive con el hombre, prolongando con él su actividad en el mundo. El amor forma inmediatamente la nueva comunidad humana, que muestra al mundo la realidad de la obra de Dios.

Es el pueblo marginado quien responde a Jesús. Mientras los instalados en el régimen judío no lo han comprendido, e incluso lo han forzado a marcharse de Judea, los despreciados lo acogen.
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2. Otro ejemplo de la hostilidad que reinaba entre los dos pueblos fue la matanza que hicieron los samaritanos de ciertos judíos que atravesaban su país, hacia el año 52 d. C. (cf. S.-B. I, 557).

3. Así, por ejemplo, la ley del sacerdocio, transmitida por Isaac a Leví (Test. Leví 9,6-14).

4. En Ant. Jud. II, 11,1 párr. 257 F. Josefo se hace eco de una tradición según la cual Moisés se sentó junto a un pozo (en Madián) a reposar de su fatiga y sufrimientos, también a la hora sexta. Es posible que Jn, aplicando esta tradición a Jesús, continúe el tema con que terminó la perícopa anterior: la sustitución de Moisés por el Hijo único, el heredero, que es el esposo de la nueva alianza (cf. 3,31ss).

6. Cf. 2 Re 17,29-32: «Pero todos aquellos pueblos se fueron haciendo sus dioses, y cada uno en la ciudad donde vivía los pusieron en las ermitas de los altozanos que habían construido los de Samaría: los de Babilonia hicieron a Sucot-Benot; los de Cutá, a Nergal; los de Jamat, a Asima; los de Avá, a Nibjás y Tartac; los de Sefarvaín sacrificaban a sus hijos en la hoguera en honor de sus dioses Adrainélec y Anamélec. También daban culto al Señor (Yahvé). Nombraron sacerdotes a gente de la masa del pueblo para que oficiaran en las ermitas de los altozanos».

7. Cf. Os 4,10-11: «Comerán y no se saciarán, fornicarán sin quedar satisfechos, porque abandonaron al Señor para entregarse a la fornicación».

8. Cf. Os 5,8-14: «Tocad la corneta en Gabá, la trompeta en Ramá, lanzad el grito de guerra en Batavén: `¡Que te persiguen, Benjamín! Efraín se volverá desolación el día del castigo. Es seguro lo que proclamo contra las tribus de Israel. Son los príncipes de Judá como los que corren mojones, sobre ellos derramaré mi cólera como agua. Oprime Efraín, quebranta el derecho, está empeñado en seguir la idolatría. Pues yo soy polilla para Efraín, carcoma para la casa de Judá. Cuando vio Efraín su enfermedad y Judá su llaga, fue Efraín a Asiria, mandó recado al emperador, pero él no puede curaros ni sanaros la llaga. Pues yo seré león para Efraín, leoncillo para la casa de Judá. Yo mismo haré presa y me iré, la llevaré sin que nadie la salve»; 7,8-12: « Efraín se mezcla con los pueblos, Efraín es hogaza sin volver. Extranjeros le han comido su fuerza, y él sin enterarse; ya tiene los cabellos entrecanos, y él sin enterarse. Su arrogancia acusa a Israel, pero ellos no vuelven al Señor, su Dios, a pesar de todo no lo buscan. Efraín es ingenua paloma atolondrada; piden ayuda a Egipto, acuden a Asiría; en cuanto acudan echaré sobre ellos mi red y los abatiré como a pájaros, los atraparé en cuanto escuche la bandada; 10,4: «Hablan y hablan, juran en falso, firman alianzas; florecen los pleitos como la cizaña en los surcos del campo»; Is 30,1-5: «¡Ay de los hijos rebeldes! -oráculo del Señor-, que hacen planes sin contar conmigo, que firman pactos sin contar con mi profeta, añadiendo pecado a pecado; que bajan a Egipto sin consultar mi oráculo, buscando la protección del Faraón y refugiarse a la sombra de Egipto. La protección del Faraón será su deshonra, y el refugio a la sombra de Egipto su oprobio. Cuando estén sus magnates en Soán y lleguen sus mensajeros a Hanés, todos se avergonzarán de un pueblo impotente, que no puede auxiliar ni servir, si no es de deshonra y afrenta»; 31,1-3: «¡Ay de los que bajan a Egipto por auxilio y buscan apoyo, en su caballería! Confían en los carros porque son numerosos, y en los jinetes porque son fuertes; sin mirar al Santo de Israel ni consultar al Señor. Pues él también es hábil para traer desgracias y no ha revocado su palabra. Se alzará contra la casa de los malvados, contra el auxilio de los malhechores. Los egipcios son hombres y no dioses, sus caballos son carne y no espíritu. E1 Señor extenderá su mano: tropezará el protector y caerá el protegido, los dos juntos perecerán -me lo ha dicho el Señor».

9. La elección del monte Garizín podría estar en relación con haber sido aquél el lugar desde donde se habían pronunciado las bendiciones al entrar en la tierra prometida: Dt 11,29; Jos 8,33.

10. «Corazón» traduce el hebr. hesed, amor, cf. 1,14e nota.

12. La cifra cuatro, que aparece en Jn por primera vez en este pasaje (tetraménos), se encontrará aún otras tres veces, dos en el episodio de Lázaro (11,17: tessara hémeras ; 11,39: tetartaios) y la última en 19,23, donde los soldados dividen el manto de Jesús en cuatro partes (tessara meré). En contraposición con la cifra siete, que indica una totalidad definida y que significa, por tanto, el acabamiento y la perfección, la cifra cuatro señala una totalidad indeterminada o indefinida es decir, cuyo limite no se precisa. Así, en el caso más claro, partiendo de la idea de los cuatro puntos cardinales, significa la extensión del mundo, o la humanidad que lo puebla (19,23 Lect.). En nuestro pasaje, los cuatro meses indicarían una duración indeterminada de tiempo, incluyendo probablemente todo el tiempo futuro; reflejaría en tal caso, la mentalidad de los discípulos (vosotros decís), que piensan que la salvación (= la comunicación de la vida definitiva, propia del mundo futuro), se realizará al final de los tiempos; estaría en paralelo con la frase de Marta a Jesús: Ya sé que resucitará en la resurrección del último día (11,24). En ambos casos Jesús corrige esta concepción, declarando que la salvación está presente. Por último, referido a Lázaro, que llevaba cuatro días en el sepulcro, se trata también de una extensión temporal, y puede significar, por oposición al caso anterior, el entero pasado; Jesús, que es la vida, encuentra a la humanidad muerta desde siempre (11,17). La resistencia de Marta a quitar la losa proyecta esta mentalidad en su hermano, quien, sin embargo, había recibido de Jesús la vida definitiva (11,39); habían asimilado a Lázaro a la condición de la humanidad muerta (11,38b Lect.). Respecto al múltiplo 40 (5,5 Lect.), designaba la duración de una vida individual o de una generación.

13. Todo el pasaje de Jn se opone a la glosa de Os 3,5, intercalada por un redactor posterior de tendencia filojudía en el texto profético, que describe el retorno humillante de Samaría: Después volverán a buscar los israelitas al Señor, su Dios, y a David, su rey, temblando acudirán al Señor y su riqueza, al final de los tiempos.