CAPÍTULO 13


Parte tercera

EL CAMINO DEL APÓSTOL PABLO DE ANTIOQUÍA A ROMA 13,1-28,31

I. PRIMER VIAJE MISIONAL (13,1-14,28).

1. SOLEMNE PARTIDA (Hch/13/01-03).

1 Había en la Iglesia de Antioquía profetas y maestros, Bernabé y Simeón llamado el Negro, Lucio el de Cirene y Manahén, hermano de leche de Herodes el tetrarca, y Saulo. 2 Mientras éstos celebraban el culto al Señor y ayunaban, dijo el Espíritu Santo: «Separadme a Bernabé y a Saulo, para la obra a que los tengo destinados.» 3 Entonces ayunaron y oraron, e imponiéndoles las manos, los dejaron partir.

Nuestro texto se halla en estrecha relación con la última frase del capítulo precedente: «Bernabé y Saulo, una vez cumplido su encargo, regresaron de Jerusalén, llevándose consigo a Juan, por sobrenombre Marcos» (12,25). Al final de nuestro primer tomo de los Hechos de los apóstoles, decíamos sobre esta frase: La fuerza del Espíritu llenaba, fortalecía e iluminaba a la Iglesia en el camino que ella había seguido hasta entonces. Esta fuerza estará con la Iglesia -así nos lo mostrarán los siguientes capítulos cuando se resuelva a recorrer el camino de la misión universal. En la última frase de la noticia intermedia ya vemos los hombres que están llamados a retransmitir el mensaje: Bernabé y Saulo, y con ellos el primo de Bernabé, Juan Marcos. La enumeración de estos nombres produce el efecto del anuncio de un programa. Bernabé y Saulo, los dos grandes amigos, recorren el camino de vuelta desde Jerusalén a Antioquía, y dentro de poco saldrán de esta última ciudad «para la obra a que los ha destinado el Espíritu Santo» (13,2).

Cada vez que Lucas, al que consideramos autor de los Hechos de los apóstoles, comienza en su libro una parte nueva, menciona nominalmente los hombres que marcan la dirección en la serie de hechos que siguen a continuación. Así, al comienzo de su relato (1-13 y 1,26) presenta los nombres de los doce, a saber, los hombres con quienes guarda estrecha relación el desarrollo de la Iglesia madre de Jerusalén. Para caracterizar una nueva etapa, en 6,5, se menciona a los siete que influyeron de manera determinante en el crecimiento de la Iglesia hacia dentro y hacia fuera. Y ahora, al comienzo de la historia de la misión mundial se cita a cinco hombres que habían de tener importancia en la época decisiva de la Iglesia que entonces se iniciaba. Y una vez más observamos el procedimiento usado, sin duda, deliberadamente por Lucas, que consiste en destacar cada vez de entre los mencionados dos figuras, cuya acción se enfoca en el relato ulterior. Entre los doce hemos visto en primer término a Pedro y a Juan; entre los siete, se fijó el relato especialmente en Esteban y en Felipe, y ahora, de entre los cinco mencionados se resalta de nuevo a dos como los hombres representativos en las empresas subsiguientes: Bernabé y Saulo. Los otros tres, de los que no sabemos nada fuera de esta mención, quedan, aparentemente, olvidados y relegados a segundo término. Sólo aparentemente, decimos. En efecto, por el hecho de ser siquiera mencionados y presentados con la función de «profetas y maestros», se hace patente una organización fundamental de la Iglesia. Esta Iglesia, de la que hablan los Hechos de los apóstoles, no es un movimiento meramente espiritual, religioso, no es una magnitud invisible, sino que, pese a toda su orientación espiritual, es también una organización externa ligada a hombres determinados y sostenida por la especial responsabilidad de estos hombres. Vistas así las cosas, también Simeón el Negro y Lucio el de Cirene y Manahén, y con ellos la entera comunidad de Antioquía, están en estrecha relación con lo que se va a referir en los siguientes relatos.

Hay que decir unas palabras sobre esta comunidad de Antioquía. Según la tradición, es la patria de Lucas 4. Ya por esto se comprende el interés de los Hechos de los apóstoles por esta ciudad. En Antioquía se constituye la primera comunidad de cristianos procedentes del paganismo. En 11,19-30 se nos habla de su origen. Bernabé, judeocristiano helenista, procedente de Chipre (4,36), es enviado de Jerusalén a Antioquía para fundar allí la nueva cristiandad. Toma en Tarso al casi olvidado Saulo y le da participación en su trabajo de Antioquía. Ya antes, cuando Saulo se presentó por primera vez ante la comunidad cristiana de Jerusalén después de su vivencia de Damasco, había sido Bernabé el que, según 9,27ss, había disipado los recelos de la cristiandad contra el perseguidor de otro tiempo y le había facilitado la acogida fraternal en el círculo jerosolimitano. Una profunda experiencia común unía, pues, a estos dos hombres. Y, según podemos conjeturar con razón, Lucas recibiría precisamente de estos dos hombres una impresión duradera tocante a su propio camino y a su propio modo de entender la salvación. Una vez más vemos aquí cuán importante es, para quien busca la verdad y ansía una patria espiritual, el contacto con personas que han experimentado en sí mismas la verdad y la salvación.

Antioquía viene a ser el importante punto de partida de la misión de los gentiles. De allí parte la misión de Bernabé y de Saulo, allá volverán éstos, y sobre todo Saulo, una y otra vez; allí informará éste de su actividad y de sus experiencias (14,26; 18,22), y allí, en el contacto de cristianos venidos del paganismo y de judeocristianos, estallará como espontáneamente esa disputa llevada adelante con pasión, en la que los judeocristianos, amarrados a una ortodoxia estrecha y a una rígida tradición, atacarán y combatirán la misión de los gentiles emancipada de la ley.

Así, debido al curso de los acontecimientos, esta ciudad adquiere una posición especial en la primitiva Iglesia y entra en una tensión no despreciable, pero fructífera, con Jerusalén y su Iglesia madre. Cierto que pronto Roma, capital del imperio romano, guardiana de la memoria de un Pedro y de un Pablo, dejará en la sombra el papel de Antioquía, y en la historia ulterior también Bizancio se desarrollará como un centro especial y entrará en competencia con Roma. Cierto también que en todos los tiempos, incluso en la escisión externa de la cristiandad, Jerusalén, pese a la pérdida de su puesto constitucional, conservará siempre su significado de ciudad santa de los comienzos para todos los que confiesan a Jesús, el Cristo.

En nuestro texto se nos recuerda claramente el misterio del Espíritu que sostiene y mueve a la comunidad. Es el Espíritu de Dios, el Espíritu del Señor exaltado. Un objetivo especial de los Hechos de los apóstoles es el de testificar esta raíz de la vida de la Iglesia. La Iglesia primitiva es inconcebible sin la presencia de este Espíritu. Este Espíritu actúa especialmente ahora, pues se trata de los comienzos de la obra de la misión universal de los gentiles. El espíritu se manifiesta a la comunidad congregada en la oración litúrgica. Esto se efectuaba probablemente por medio de los profetas interpelados por él.

Bernabé y Saulo reciben la instrucción decisiva para la obra para la que los ha destinado el Espíritu. ¿Se insinúa con esto un llamamiento o vocación habida ya lugar anteriormente? ¿O se comunica aquí por primera vez lo que Dios había mantenido oculto como elección eterna? Aquí habrá que pensar en las palabras de Pablo en la carta a los Gálatas (1,15), donde dice, recordando el acontecimiento de Damasco: «Cuando aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí, para que anunciara su Evangelio entre los gentiles, yo no fui corriendo a consultar con la carne ni a la sangre...»

¿Sintió Pablo ya entonces, en Damasco, su especial vocación? ¿Llevaba desde entonces en sí algo que sólo por la Iglesia movida por el Espíritu se le había de comunicar como encargo valedero? Por las cartas de Pablo, como también por los Hechos de los apóstoles, sabemos que precisamente en Saulo se hallaron siempre en cierta tensión la experiencia personal de Cristo y su encuadramiento en la Iglesia universal, pugnando constantemente por equilibrarse. En todo caso, los Hechos de los apóstoles tienen interés en mostrar el comienzo de la misión universal como consigna de la Iglesia guiada por el Espíritu, en lugar de atribuirla a la iniciativa de una sola persona.

Y así adquiere también su significado la imposición de las manos 5 de que aquí se habla. Aunque no podamos encuadrarla claramente en nuestro orden jurídico y dogmático de conceptos, no se puede, sin embargo, olvidar que la imposición de las manos impartida por la comunidad ayunante y orante, seguramente por medio de los «profetas y maestros», quiere significar algo más que un mero gesto de despedida. Con razón se puede suponer que con ella se trata de expresar una transmisión formal del ministerio y a la vez un signo eficaz de la comunicación de los dones del Espíritu necesarios para tal ministerio. Léase a este propósito 14,26, donde con referencia a esta misión se dice que los dos misioneros fueron «encomendados a la gracia de Dios» (cf. también 13,4). En todo caso, tiene importancia la participación de la comunidad en esta misión, aunque no se pueda reconocer, claramente en qué forma se llevó a cabo.

No sin razón nos detenemos en este texto exteriormente tan conciso. En él se contiene un enunciado fundamental para la teología de la Iglesia. Se hace patente la estructura esencial de la Iglesia. Esta aparece como la comunidad que se sabe ligada en la confesión del Señor glorificado y en la presencia de este Señor, juntamente con los «profetas y maestros» que despliegan su actividad en nombre de ella. En la oración litúrgica y en el ayuno se manifiesta la cohesión de la comunidad, tanto entre sí como también con el Señor glorificado. Esta Iglesia se sabe llamada a la obra de la misión. Aunque en los primeros tiempos los apóstoles sólo se cuidaban de la misión entre el pueblo judío y en ello estaban probablemente bajo la impresión de instrucciones de Jesús, tales como las de Mt 10,5; 15,24-26 6, de ello no se puede concluir que aquella Iglesia no considerara la misión de los gentiles como encargo de Jesús y que sólo en fuerza de los acontecimientos se viera movida a dirigirse a los gentiles. La misión universal, no obstante la primera misión a Israel, provisional y condicionada por la historia de la salvación, está ya contenida en el mensaje de Jesús bien entendido, tal como lo testimonian los evangelios7.
...............
4. La noticia de que Lucas era oriundo de Antioquía se halla por primera vez en Eusebio. En favor de esta tradición había el singular interés que los Hechos de los apóstoles muestran por Antioquía y por los hombres que actúan allí, sobre todo por Bernabé y Pablo.
5. La imposición de las manos, atestiguada también en el Antiguo Testamento, se menciona en el Nuevo en conexión con curaciones (Mc 16,18; Mt 9,19, etc.), pero sobre todo como rito en relación con la comunicación del Espíritu (Act 8,17ss; 9,12.17; 19,6) y con la transmisión de ministerios (Act 6,6; ITim 4,14; 5,22; 2Tim 1,6).
6. En Mt 10,5, al comienzo del discurso de misión de Jesús, se halla esta instrucción: «No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en ciudad de samaritanos». En Mt 15,24, dice Jesús a la mujer cananea: «No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.» El Evangelio de Mateo, escrito para judíos, quiere mostrar hasta qué punto la solicitud de Jesús iba dirigida en primer lugar a su pueblo. Con ello no se excluye la idea de una misión universal.
7. Que la misión de los gentiles formaba parte del plan salvífico de Jesús también según el evangelio de Mateo, lo muestran pasajes como 8,11: «Os digo, pues, que muchos vendrán de oriente y occidente a ponerse a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, los hijos del reino serán arrojados a la obscuridad, allá fuera.» Pero sobre todo el gran encargo del Resucitado (Mt 28,16-20) remite a la misión universal de todos los pueblos.

...............................

2. EN CHIPRE (Hch/13/04-12).

4 Ellos, pues, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí navegaron hacia Chipre, 5 Llegados a Salamina, anunciaban la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Tenían también a Juan de ayudante. 6 Atravesaron toda la isla hasta Pafos, y encontraron a cierto hombre, un mago, falso profeta judío, por nombre Barjesús, 7 que estaba al servicio del procónsul Sergio Paulo, hombre prudente. Éste, llamando ante sí a Bernabé y a Saulo, mostró interés por escuchar la palabra de Dios. 8 Se les oponía Elimas, el mago -que así se traduce su nombre-, tratando de apartar de la fe al procónsul. 9 Pero Saulo -que también se llama Pablo- lleno del Espíritu Santo, fijando sus ojos en él 10 dijo: «Oh hombre, lleno de toda superchería y de toda vileza, hijo del diablo, enemigo de toda justicia. ¿No cesarás de torcer los rectos caminos del Señor? 11 Ahora mismo caerá sobre ti la mano del Señor y quedarás ciego, sin poder ver el sol por cierto tiempo.» Y al instante le sobrevinieron oscuridad y tinieblas, y dando vueltas buscaba quien le llevara de la mano. 12 Viendo entonces el procónsul lo sucedido, abrazó la fe, maravillado de la doctrina del Señor.

El relato se abre de manera significativa con la referencia al Espíritu Santo. El Espíritu del Señor glorificado mueve a la Iglesia, a su Iglesia. La iniciativa humana alcanza validez y consumación en él. Así lo observaremos constantemente en los Hechos de los apóstoles. Con razón han sido llamados el «Evangelio del Espíritu Santo». Todo acontecer exterior será visto e interpretado a la luz de este misterio.

Lucas sabe muy bien de este acontecer exterior. Entre los evangelistas -y también los Hechos de los apóstoles son Evangelio-, Lucas muestra especial sentido e interés por lo histórico. Precisamente en la parte tercera del libro, su relato se basa en gran manera en información y conocimiento personal del mundo por el que van los caminos de la misión. Gracias a sus datos geográficos, es posible encuadrar con bastante probabilidad el itinerario de la misión de Pablo en el mapa de la cuenca mediterránea. El camino y la historia de la Iglesia tienen múltiples entrelazamientos con las circunstancias históricas. Chipre, patria de Bernabé (4,36), es la meta primera. Bernabé es todavía quien dirige, su nombre precede todavía al de Saulo. Pronto cambiará esta situación. El nombre del otro aparecerá cada vez más en primera línea. El amigo desinteresado, que había allanado el camino de la Iglesia al antiguo enemigo del Evangelio, ve cómo éste se va elevando por encima de él y cómo acaba por seguir su propio camino por su cuenta (como lo muestra gráficamente 15,36-40). Los méritos personales y los derechos adquiridos no deben interponerse en el camino cuando el Espíritu está en acción y llama a otro a mayores quehaceres por encima de nosotros.

Las sinagogas de los judíos, que entonces existían en todas las localidades de alguna importancia en torno al mar Mediterráneo, ofrecen también en Chipre la oportunidad preparada en la historia de la salvación a los pregoneros del Evangelio. También Pablo -no obstante la convicción de su misión de apóstol de los gentiles-, se dirigió, por principio, primeramente a los judíos. Pese a todas las desilusiones y fracasos, se atuvo firmemente a lo que declara en la carta a los Romanos (1,16): El Evangelio «es poder de Dios para salvar a todo el que cree: tanto al judío, primeramente, como también al griego». Y en la misma carta escribe: «Estoy hablando a vosotros, los gentiles: en el grado en que soy precisamente apóstol de los gentiles, hago honor a este servicio, para ver si con ello logro provocar celos en los de mi raza y así salvar siquiera a algunos de ellos» (11,13s). El mago que estaba al servicio del procónsul romano Sergio Paulo es una de esas figuras que producía el sincretismo entonces dominante en la mezcla de religiones y cultos orientales, judíos y helenísticos. Pensamos en Simón el Mago, con el que se encontró Pedro en Samaría (8,9-13). La designación de «falso profeta» insinúa que Barjesús predicaba una doctrina secreta y trataba de convencer mediante hechos llamativos. En todos los tiempos y en todos los ámbitos culturales se enfrenta el mensaje del Evangelio con fenómenos semejantes. Con ocasión de tales acontecimientos muestran los Hechos de los apóstoles la fuerza superior del Espíritu Santo, que en los mensajeros de la fe vence todas las fuerzas que se le oponen.

Llama la atención el que precisamente en 13,9 aparezcan juntos los dos nombres, Saulo y Pablo. En adelante sólo se hablará de Pablo, excepto en los pasajes 22,7.13 y 26,14, que remiten al acontecimiento de Damasco. ¿Por qué tal cambio precisamente en este lugar? No es probable que el Apóstol tomara aquí por primera vez el nombre de Pablo, como en consideración del nombre del procónsul Sergio Paulo. Ni tampoco habrá que decir que con el bautismo y la conversión, del Saulo surgiera un Pablo. Si así fuera, el cambio de nombre habría debido tener lugar en el cap. 9. Al contrario, el nombre de Saulo se halla todavía en los textos que siguen al relato de la conversión, exactamente hasta 13,9. Habrá más bien que suponer que el hombre de Tarso, dotado de la ciudadanía romana por nacimiento (16,37; 21,25-29), tenía desde el principio dos nombres, uno de los cuales, Saulo (Saúl: 9,4; 22,7.13; 26,14), notifica su origen judío de la tribu de Benjamín (Flp 3,5), mientras que el nombre de Pablo -que se halla también en todas las cartas del Apóstol- está en correspondencia con el ámbito cultural romanohelenístico. Son frecuentes los ejemplos de esta doble denominación en el judaísmo. Recordemos a Juan Marcos (12,25), Jesús Justo (Col 4,11).

Por qué en realidad se cambian los nombres precisamente a partir de 13,9, sólo se puede explicar por conjeturas. El Apóstol se halla en Chipre, y en particular ante el procónsul de Roma, por primera vez en contacto oficial con el mundo romano-helenístico. Así podía parecer obvio usar entonces únicamente el nombre por el que era generalmente conocido el Apóstol de la Iglesia primitiva. Se puede además contar con la posibilidad de que el autor de los Hechos de los apóstoles dispusiera en este pasaje de dos tradiciones diferentes, de modo que 13,9 se pueda considerar como punto de sutura de ambas. La sentencia pronunciada por Pablo contra el mago en la convicción de su misión apostólica y de la presencia del Espíritu Santo, es un signo del irresistible poder del Señor. La figura del mago que había quedado ciego y que, envuelto en la oscuridad, busca una mano que lo guíe, viene a ser símbolo de las tinieblas que caen sobre quien se opone a la oferta de la salvación y trata de impedir que los que buscan la luz vean la salvación. A esta figura se contrapone la del procónsul Sergio Paulo, que impresionado por aquel signo, alcanzó la fe y la salvación. En este hecho -como ya en anteriores pasajes- vuelve a aparecer gráficamente el significado de los milagros y de los signos. Tienen el mismo sentido que los relatos de milagros de los Evangelios, y no deberíamos pasar por alto que también en las cartas de Pablo se registran testimonios formulados enérgicamente, en favor de la indisoluble asociación de signos operados carismáticamente y de misión apostólica (Rom 15,19; I,Cor 2,5; Gál 3,5; ITes 1,5, etc.). En conexión con esto hay que tener presente lo que Pablo dice en ICor 12-14 sobre los dones carismáticos del Espíritu.

En este encuentro con Sergio Paulo queremos hacer notar ya con cuánta premeditación se describe la atención y la buena disposición para la fe del funcionario romano, a diferencia del mago judío y de su resistencia hostil. Constantemente nos hallaremos con este motivo en la continuación del relato.

3. EN PISIDIA (13,13-52).

a) Predicación de Pablo en Antioquía (Hch/13/13-41).

13 Desde Pafos, Pablo y sus compañeros se hicieron a la vela y llegaron a Perge de Panfilia. Juan, separándose de ellos, se volvió a Jerusalén. 14 Ellos, después de atravesar Perge, llegaron a Antioquía de Pisidia y, habiendo entrado en la sinagoga el día sábado, se sentaron. 15 Después de la lectura de la ley y de los profetas, les mandaron aviso los jefes de la sinagoga diciendo: Hermanos, si tenéis alguna palabra de exhortación para el pueblo, decidla. 16a Se levantó Pablo e, indicando silencio con la mano, dijo:

Fuera del encuentro con Sergio Paulo, poco se dice de la misión en Chipre. El interés va dirigido a la tierra firme de Asia Menor. ¿Es Pablo el que insiste en que se continúe el viaje? Llama la atención que sólo se hable de «Pablo y sus compañeros». Cada vez más claramente aparece él en cabeza. Juan Marcos, que en 13,5 se menciona como ayudante en la misión, no estaba posiblemente de acuerdo con el cambio del campo de trabajo. Al arribar a tierra firme se separa del grupo. ¿Se debió esto a solidaridad con su primo Bernabé (Col 4,10)? En efecto, éste fue el que quiso primero llevar a Chipre, su patria, el mensaje de salvación. No conocemos con certeza la razón que movió a Juan a separarse. Para Pablo debió ser una decisión muy dolorosa y molesta. Esto se desprende del hecho de que según 15,37ss se negara a tomar otra vez a Juan como compañero de viaje. Entonces se refirió expresamente a su comportamiento en Panfilia. Tomó tan en serio su negativa, que incluso cargó con el desabrimiento de Bernabé y la separación de él.

Con pocas alusiones se nos muestra así lo humano incluso en la primitiva Iglesia. Disposiciones y temperamentos opuestos dan lugar a tensiones y situaciones insoportables. No es del caso calibrar precipitadamente el grado de culpa y de flaqueza. Es posible que no fuera fácil entenderse en toda situación con un hombre como Pablo. Este nos aparece en los Hechos de los apóstoles, y también en sus cartas, como un temperamento brioso y fogoso, convencido de la justeza de su decisión, violento en el diálogo con su interlocutor. Era un hombre con un carácter lleno de tensiones y de polaridades, solamente frenado por aquel que le dijo: «Duro es para ti dar coces contra el aguijón» (26,14). Podemos imaginarnos la situación del joven Juan Marcos cuando prefiere desentenderse de Pablo. Que el desabrimiento volvió a calmarse lo muestra más tarde la carta a los Colosenses (4,10), en la que se asegura que «Marcos, el primo de Bernabé», acompaña al Apóstol prisionero.

En Antioquía de Pisidia volvemos a ver a Pablo y a Bernabé en la sinagoga de los judíos. Bastará con leer Rom 9,2-5, para ver que Pablo no puede abandonar la solicitud por la salvación de su pueblo. Esto es más que solidaridad nacional judía; es más bien una actitud marcada por el convencimiento de la vocación de este pueblo en la historia de la salvación. Al fin y al cabo, él mismo había incurrido en otro tiempo en el error de una ortodoxia segura de sí misma, en el que todavía se hallan la mayoría de sus compatriotas, y en sí mismo había experimentado lo que significan tales como éstas: «Todas las demás cosas las considero como pérdida a causa de la excelencia del conocimiento de Cristo», y «la justicia por la fe en Cristo, la que proviene de Dios a base de la fe» (Flp 3,8ss). Así a él, que «había prosperado en el judaísmo más que muchos compatriotas míos (de Pablo), siendo en extremo celoso de las tradiciones de mis padres» (Gál 1,14), le apremia ahora, dondequiera que se encuentra con judíos, darles testimonio del camino de salvación en Cristo Jesús.

Así, Pablo participa en el culto en Antioquía y oye las lecturas que le son tan familiares, «de la ley y de los profetas». Se leían para oyentes judíos. Pablo oía los textos con oídos cristianos. Oye lo transitorio e incumplido en ellos, ve y siente lo que él mismo consigna emocionadamente en 2Cor 3,6ss: Dios «nos capacitó para ser servidores de la nueva alianza, no de letra, sino de espíritu; pues la letra mata, mientras que el espíritu da vida. Pues si aquel servicio de la muerte, grabado con letras sobre piedras, fue glorioso, de suerte que los hijos de Israel no podían fijar la vista en el rostro de Moisés, a causa de la gloria de su rostro, a pesar de ser perecedera, ¿cuánto más glorioso será el servicio del espíritu?... Porque lo que entonces fue glorificado no quedó glorificado a este respecto, comparado con esta gloria tan extraordinaria... Hasta hoy, pues, cuantas veces se lee a Moisés, permanece el velo sobre sus corazones; pero "cuantas veces uno se vuelve al Señor, se quita el velo" (Ex 34.34)». Con esta clase de pensamientos en el alma pudo haber escuchado Pablo cuando desde su vivencia de Cristo y su experiencia de la salvación oía las palabras del lector de la sinagoga: exteriormente, como uno de los judíos congregados, pero interiormente muy distinto. Y comprendemos que aceptara inmediatamente la invitación de los jefes de la sinagoga y dirigiera a los reunidos una palabra de exhortación, como se pedía a los dos forasteros. Entre los oyentes había judíos de nacimiento, «hombres de Israel», y otros pertenecientes a la población no judía, que en calidad de temerosos de Dios simpatizaban con el culto judío y que en parte se habían adherido a la sinagoga como verdaderos prosélitos. Precisamente este grupo es importante, pues en él se revela la expectativa de salvación de los gentiles y asoma el campo de trabajo que ahora se abre y se va extendiendo más y más y ha de ser el propio del Apóstol de los gentiles.

16b «Hombres de Israel y los temerosos de Dios, oíd. 17 El Dios de este pueblo de Israel eligió a nuestros padres y exaltó al pueblo durante su destierro en el país de Egipto, y con brazo firme los sacó de él. 18 Cerca de cuarenta años aguantó su conducta en el desierto, 19 y habiendo exterminado a siete naciones en el país de Canaán, les dio su tierra en herencia 20 durante casi cuatrocientos cincuenta años. Después les proporcionó jueces, hasta el profeta Samuel. 21 Luego pidieron un rey, y Dios les concedió a Saúl, hijo de Cis, hombre de la tribu de Benjamín, por espacio de cuarenta años. 22 Después de rechazar a éste, les suscitó a David por rey, del cual además dio testimonio diciendo: He hallado en David, el hijo de Jesé, un hombre según mi corazón, que hará en todo mi voluntad (Sal 89,21; lSam 13,14). 23 De la descendencia de éste, según la promesa, Dios ha hecho salir para Israel un salvador, Jesús, 24 precedido por Juan, que predicó antes de su llegada un bautismo de conversión a todo el pueblo de Israel. 25 Y cuando estaba a punto de terminar su carrera, Juan decía: Yo no soy lo que pensáis que soy; sino que detrás de mí viene aquel de quien yo no soy digno de desatar la sandalia de sus pies (cf. Lc 3,16).

La forma en que se presenta la predicación de Pablo en la sinagoga se debe sin duda a la labor literaria de Lucas, como resulta de la comparación con la pieza correspondiente del sermón de Pedro en pentecostés y también con partes del discurso de Esteban ante el sanedrín (7,2-53). Sin embargo, conviene notar que cada relato lleva sus propios acentos, puestos eficazmente en consonancia con la situación respectiva.

En una densa mirada retrospectiva a las obras salvíficas de Dios en favor del pueblo elegido por él y liberado de la esclavitud, se muestra la línea de la historia de la salvación que conduce al verdadero «Salvador», a Jesús. La historia precristiana aparece marcadamente en lo que tiene de transitorio y pasajero. Deliberadamente se pone ante los ojos de los oyentes judíos la promesa del Salvador en la figura de David. Pero sobre todo se muestra claramente cómo el Dios del pueblo de Israel es el que dirige el curso de la historia y, por encima de toda insuficiencia humana conduce a la plenitud de los tiempos, al salvador Jesús. Conscientemente se sitúa Pablo sobre el fondo de historia de la salvación, sobre el que se sabe ligado con sus oyentes judíos. Desde esta situación común quiere despertar la atención hacia lo que va a proclamar tocante a este Salvador Jesús, verdadero cumplidor de la promesa. El carácter provisional y transitorio de lo precedente en comparación con la plena realidad salvífica aparece también claro en la figura del precursor Juan Bautista (cf. 1z5; 1,22; 10,37; 18,25; 19,3s).

26 »Hermanos, hijos del linaje de Abraham, y los que entre vosotros temen a Dios: a nosotros ha sido enviado un mensaje de salvación. 27 Porque los habitantes de Jerusalén y sus jefes, al condenarlo, cumplieron, sin saberlo, las palabras de los profetas que se leen cada sábado; 28 y sin encontrar causa alguna de muerte, pidieron a Pilato que lo condenara. 29 Cuando hubieron realizado todo lo que de él estaba escrito, lo bajaron de la cruz, y lo pusieron en un sepulcro. 30 Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, 31 y él se apareció durante muchos días a los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén, los cuales son ahora testigos suyos ante el pueblo. 32 Porque nosotros os anunciamos que la promesa hecha a los padres, 33 Dios la ha cumplido en favor de los hijos, que somos nosotros, suscitando a Jesús, como ya estaba escrito en el Salmo segundo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy (Sal 2,7). 34 Y que lo había de resucitar de entre los muertos de manera que no volviera a la corrupción, lo había dicho con estas palabras: Os daré lo santo, lo que no ha de fallar, prometido a David (Is 55,3). 35 Y en otro lugar: No dejarás que tu santo experimente corrupción (Sal 16,10). 36 Ahora bien; David, después de haber servido durante su vida al designio de Dios, murió y fue a reunirse con sus padres y experimentó corrupción. 37 Pero este a quien Dios resucitó no experimentó corrupción.

La nueva interpelación, «hermanos» -con que se reanuda el discurso y que, como en el sermón de pentecostés (2,22), es característica del estilo de Lucas-, conduce al verdadero mensaje de salvación. El Apóstol se sabe unido con sus oyentes como con sus «hermanos» en Abraham. Aun en su calidad de cristiano, reconoce a Abraham. Por la carta a los Romanos (4,1-25) y también por la carta a los Gálatas (3,6-14) sabemos cuán profundamente comprende e interpreta la posición de Abraham en la historia de la salvación y su paternidad basada en la fe y extendida más allá del judaísmo. En razón de esta paternidad universal puede interpelar también como «hermanos», con un nuevo sentido de la palabra, a los gentiles «temerosos de Dios» que se hallan entre sus oyentes. También según Pablo es innegable la culpa de los judíos en la muerte de Jesús: así lo dice nuestro texto. Pero precisamente esta culpa está en una relación de profundo misterio con el hecho de que los judíos, con su modo de proceder, contribuyeron inconscientemente al cumplimiento de lo que había sido predicho por los profetas. Pablo insinúa un misterio insoluble para la razón humana, cuando dice: «Cuando hubieron realizado todo lo que de él estaba escrito... » Esto nos recuerda el discurso de pentecostés, cuando dice Pedro que Jesús «fue entregado según el plan definido y el previo designio de Dios» (2,23), como también lo que dice en 3,18: «Dios cumplió así lo que ya tenía anunciado por boca de todos los profetas: que su Mesías había de padecer.» La profesión de la conformidad de la pasión de Jesús con las Escrituras forma parte, desde el principio, del kerygma de la Iglesia. Esto lo proclaman también insistentemente las cartas de Pablo, en particular esta frase procedente de la tradición más primitiva: «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras» (lCor 15,3).

Con la prueba de que en la pasión de Jesús se cumplió la Escritura, toca la predicación apostólica un punto de la mayor trascendencia. La muerte de Jesús debía demostrarse así como llena de sentido, como un hecho que, en definitiva, sólo se puede interpretar en función de la voluntad salvadora de Dios. Precisamente para judíos, cuya expectativa de salvación se basaba en muy diferentes representaciones del Mesías, significa la muerte de Jesús en cruz un obstáculo muy difícil de superar para aceptar el Evangelio. Si se lee lCor 1,18-31, se verá cómo Pablo, con un profundo razonamiento, se esfuerza en despertar una inteligencia de la teología de la salvación, o sea de la cruz, que es «escándalo para los judíos y locura para los griegos».

Sin embargo, la verdadera interpretación de la cruz la dio el kerygma apostólico con el mensaje que nosotros entendemos como mensaje fundamental de la predicación neotestamentaria de la salvación: es el mensaje de la resurrección del Salvador muerto en el leño y depositado en el sepulcro. Una vez más la aserción de Pablo tiene afinidad con lo que en los capítulos precedentes se presenta como palabra de Pedro (2,24-35; 3,15; 10,39.43). Cuando se dice que «lo bajaron de la cruz y lo pusieron en el sepulcro» -sin dar a conocer, como en Lc 23,50-56, quiénes fueron los que lo hicieron-, se trata de resaltar así, en una fórmula plasmada en términos de profesión de fe, primero el hecho efectivo de la sepultura, y luego, con ello, la plena realidad de la muerte de Jesús.

Ahora bien, con esto empalma la confesión, decisiva para la fe, de que en este Jesús muerto y puesto en el sepulcro, se verificó el gran milagro de la vida: «Pero Dios lo resucitó de entre los muertos.» Esta frase tan llena expresa ese misterio central, en el que hallan su razón y su validez todos los demás enunciados en la palabra de salvación. Precisamente con la resurrección de entre los muertos, que es más que una restitución a la existencia terrestre y significa más bien la acogida de Jesús en la gloria de Dios, cobró sentido, vino a ser beatificante y a convertirse en verdadero mensaje de salvación la palabra de la cruz que carecía de sentido y resultaba decepcionante.

Se comprende, pues, que esta predicación de Pablo -al igual que el discurso de pentecostés de Pedro- se detenga en exponer en detalle y en razonar este misterio fundamental del Evangelio. La Iglesia primitiva, pese a su convicción de lo inexplicable de la resurrección de Jesús, pone el mayor empeño en probar su realidad y credibilidad. Dos testimonios se asocian en su mensaje. Esto lo muestra también claramente el discurso de Pablo en este pasaje. Con razón se sitúa en primer lugar la referencia a esos testigos ante el pueblo, a los que el Resucitado se apareció «durante muchos días» 8.

Pensemos de nuevo en los términos en que está formulado el discurso de Pedro: «A éste Dios lo resucitó al tercer día y le concedió hacerse públicamente visible, no a todo el pueblo, sino a los testigos señalados de antemano por Dios, a nosotros, que comimos y bebimos con él después de haber resucitado él de entre los muertos» (10,40). Y en su discurso de pentecostés aseveraba Pedro: «A este Jesús Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos de ello» (2,32). La importancia de las apariciones del Resucitado ante testigos concretamente determinables se muestra, de la manera más impresionante, en el testimonio más antiguo de la resurrección en el Nuevo Testamento, a saber, el que se halla en lCor 15,3-17. Aquí Pablo, remitiendo explícitamente a la tradición que había recibido, enumera los testigos a quienes se apareció Jesús.

Al testimonio que se puede alcanzar históricamente, de aquellos a quienes se apareció el Resucitado, se añade, en la más estrecha asociación, como segunda motivación, el testimonio de los escritos del Antiguo Testamento, expuesto teológicamente. El Salmo segundo, interpretado más allá del sentido literal, en sentido del rey mesiánico de la salvación, se entiende repetidas veces en sentido cristológico en el Nuevo Testamento (cf. Lc 3,23; 4,25ss; Heb 1,5; 5,5). Las palabras «Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy» se entienden aquí, sin duda, en el sentido de la resurrección por cuanto que Cristo que reposa en el sepulcro vino llamado a nueva vida («engendrado») en la resurrección «por la gloria del Padre» (Rom 6,4). En realidad pudiera también ser que las palabras se debieran referir globalmente a la misión y dignidad de Jesús en su calidad de «Hijo de Dios» y por tanto sólo implícitamente a la resurrección. También se pueden relacionar con la generación por el Espíritu en la encarnación del «Hijo de Dios» (Lc 1,35; Mt 1,18ss), si se parte del supuesto de que Jesús, en razón de su generación, está sustraído a la ley general de la corrupción y también, en cuanto a su cuerpo, está destinado a una existencia gloriosa. También el significado del salmo 16 en sentido de Jesús nos es familiar por el discurso de Pedro en pentecostés. Si se toma el texto del Antiguo Testamento griego, el de los setenta, que es el que emplea Pablo, entonces, en una exégesis libre, que respondía a la interpretación rabínica de la Escritura, no es imposible referir las palabras del salmo 16, por encima del sentido literal, a la preservación de Jesús de la corrupción y a su liberación del sepulcro. Para poder adoptar esta interpretación, el discurso de Pablo se apoya suplementariamente en Is 53,3, cuyo texto y sentido, no resultan por cierto, claro en nuestro pasaje. El punto de enlace de estos dos textos de la Escritura está en el concepto de «santo», pudiéndose así pensar en enunciados, en los que Jesús viene llamado el «Santo» en sentido eminente (cf. Lc 1,35; 4,35; Jn 6,69; Act 3,14).
...............
8. El número indeterminado de días no debe estar necesariamente en contradicción con los «cuarenta días» mencionados en 1,3. Lucas no trata de fijar matemáticamente la duración de las apariciones del Resucitado, aunque si se tienen en cuenta los cincuenta días después de pascua en que se fija la fiesta de pentecostés en 2,1, tenemos una confirmación material de los cuarenta días, en conexión con 1,5.
...............

38 »Sabed, pues, hermanos, que por medio de él os anuncia la remisión de los pecados, y que de todas aquellas cosas de las cuales no pudisteis ser justificados por la ley de Moisés, 39 es justificado por él todo el que cree. 40 Mirad, pues, no sobrevenga lo que está dicho en los profetas: 41 Ved, menospreciadores, admiraos y desapareced; porque voy a realizar en vuestros días una obra que no la creeríais si os la contaran (Hab 1,5).»

Para el pensar judío, las palabras de Pablo significan una provocación inaudita. La desvalorización de la ley es un ataque contra la tradición y organización teológica de la vida, profundamente enraizada entre los judíos. Pablo presiente la resistencia que necesariamente ha de suscitar entre sus oyentes. Así se comprende que inmediatamente pase a una enérgica amonestación y saque del contexto veterotestamentario unas palabras del profeta para referirlas como amenaza, en una exégesis acomodaticia, a aquellos que rechazan despectivamente la oferta de salvación en Cristo. Esto recuerda las palabras de Esteban, con las que su discurso ante el sanedrín se convierte en la más severa acusación (7,51ss). No aparece claro a qué haya que referir las palabras del profeta relativas a la «obra» inaudita que es inminente. Parece haberse interpretado en sentido de la obra de la misión mundial que se inicia ahora con todo el poder del Espíritu, en la cual se verificará algo increíble para los judíos, a saber, que los gentiles experimenten la «justicia de Dios» «independientemente de la ley» (Rom 3,21). Esta interpretación no excluye que, con la mirada al futuro, se asocie también la idea de la victoria escatológica de Cristo al «final de los tiempos» (Mt 28,20).

b) Pablo y Bernabé se dirigen a los gentiles (Hch/13/42-52).

42 A la salida, les rogaban que el sábado siguiente volvieran a hablarles de estas cosas. 43 Y disuelta la reunión, muchos de los judíos y de los prosélitos piadosos acompañaron a Pablo y a Bernabé, los cuales, conversando con ellos, trataban de persuadirlos a que permanecieran en la gracia de Dios. 44 Al sábado siguiente, casi toda la ciudad se congregó para escuchar la palabra de Dios. 45 Pero al ver los judíos la muchedumbre, se llenaron de envidia y contradecían con injurias las afirmaciones de Pablo. 46 Más y más enardecidos, Pablo y Bernabé decían: «A vosotros teníamos que dirigir primero la palabra de Dios; pero en vista de que la rechazáis y no os juzgáis dignos de la vida eterna, nos volvemos a los gentiles. 47 Porque así nos lo ha ordenado el Señor: Te he constituido luz de los gentiles para que tú lleves la salvación hasta el fin de la tierra» (Is 49,6). 48 Al oír esto los gentiles, se alegraban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron cuantos estaban destinados a la vida eterna. 49 La palabra del Señor se divulgaba por toda la región. 50 Pero los judíos instigaron a las mujeres temerosas y distinguidas y a los principales de la ciudad, y levantaron una persecución contra Pablo y Bernabé, arrojándolos de sus confines. 51 Ellos, pues, sacudiéndose el polvo de sus pies contra aquéllos, se fueron a Iconio, 52 mientras los discípulos quedaban llenos de gozo y de Espíritu Santo.

Esta sección debe enfocarse como un todo, en el que se entrelazan motivos que son característicos de todos los relatos ulteriores sobre la actividad de Pablo. En el fondo se halla la tensión entre judíos y gentiles, tensión que se remonta a la historia veterotestamentaria del pueblo judío, pero que en el período que siguió al exilio alcanzó su punto culminante en los rabinos fariseos, que se aislaban de todo el mundo no judío. Cierto que el judaísmo tenía un fuerte interés misionero, pero éste radicaba en la estrecha conciencia de misión de una ortodoxia petrificada y de una intolerancia presuntuosa. Partiendo de este supuesto se ha de entender el estallido de la hostilidad contra Pablo y Bernabé. Diferentes motivos pudieron actuar conjuntamente, entre ellos, sin género de duda, el disgusto por el éxito sorprendente de los dos hombres entre la población pagana. Pero, después de todo, el motivo más hondo era la nueva doctrina de salvación dirigida contra la ley judía, que al mismo tiempo era una recusación de la organización mosaica, de la que formaban parte en primer lugar la circuncisión y las leyes cultuales.

¿Cómo se comportan los atacados? La vocación del judaísmo para la salvación prometida en el Antiguo Testamento viene reconocida plenamente por los mensajeros del Evangelio, incluso en esta situación de tensión. Como Pedro había dicho a los judíos en 3,26: «Para vosotros, los primeros, ha suscitado Dios a su siervo y lo ha enviado a bendeciros», así también se dice aquí: «A vosotros teníamos que dirigir primero la palabra de Dios.» Los Hechos de los apóstoles mostrarán constantemente cómo Pablo respeta este privilegio del judaísmo en la historia de la salvación, pero una y otra vez pasa por la amarga experiencia que aquí se ha mostrado gráficamente.

Quien haya reflexionado sobre las ideas de Rom 9-11 habrá experimentado cómo Pablo durante toda su vida estaba impresionado hasta lo más hondo por la cuestión de por qué Israel había rechazado la oferta de salvación y con ello había indicado al Evangelio el camino hacia los gentiles. Aquí, en Antioquía de Pisidia, podemos ver cómo se efectuó este paso del mensaje de salvación, de la sinagoga al mundo no judío. Nótese que en nuestro texto este mensaje viene designado dos veces como «palabra de Dios», e inmediatamente después, también dos veces, como «palabra del Señor». Las palabras de Is 49,16, que allí van dirigidas al «Siervo de Yahveh» y que por la Iglesia primitiva vienen referidas a Jesús en su calidad de tal (cf. Act 3,13.26; Lc 2,32), aquí vienen puestas sorprendentemente por Pablo en boca de Jesús, el «Señor», para así hacer remontar a Dios, a través de Cristo, el encargo de misión de los gentiles confiado al Apóstol. Sería conveniente no considerar tal uso de la Escritura como pura arbitrariedad y más bien aprender aquí cuán profundas son al fin y al cabo para el creyente las conexiones internas latentes en la «palabra de Dios». Un rasgo especial de la imagen de la Iglesia de Cristo trazada en los Hechos de los apóstoles se hace patente en la frase con que se cierra nuestro relato: «Los discípulos quedaban llenos de gozo y de Espíritu Santo.» Constantemente nos encontramos con este gozo, como algo que distinguía de los otros a los hombres que eran creyentes en el verdadero sentido de la palabra. Este gozo provenía de la experiencia del mensaje de salvación y del «poder de Dios» (Rom 1,16) en él latente, y sobre todo del hecho de percatarse personalmente del misterio que en el Nuevo Testamento viene llamado «Espíritu Santo». Sin la proximidad eficiente de este misterio, sería inconcebible el origen y desarrollo de la Iglesia en el mundo de entonces, como nunca lo atestiguarán demasiado los Hechos de los apóstoles. Con este Espíritu deberá contar la Iglesia ininterrumpidamente, si quiere ser viva y comunicar vida.