CAPÍTULO 5


2. NUESTRO SUMO SACERDOTE FUE LLAMADO E INSTITUIDO POR DIOS (5,4-10).

Los tres primeros versículos en el capítulo anterior
4 Y nadie recibe este honor por sí mismo, sino llamado por Dios, justamente como en el caso de Aarón. 5 Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino que se la confirió aquel que le dijo: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado yo» (Sal 2,7). O como dice en otro pasaje: «Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec» (Sal 110,4). 7 Cristo, en los días de su vida mortal, presentó, con gritos y lágrimas, oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado en atención a su piedad reverencial. 8 Y aun siendo Hijo, aprendió, por lo que padeció, la obediencia, 9 y llevado o la consumación, se convirtió, para los que le obedecen, en causa, de salvación eterna, proclamado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.

En el Antiguo Testamento hay numerosas historias de vocación o llamamiento de Dios18, pero ninguna de ellas habla de vocación al sacerdocio. En Israel se era sacerdote por nacimiento, por descendencia de una de las familias que desde antiguo habían cuidado del culto divino. Evidentemente, se creía que los antiguos cabezas de dichas familias habían sido originariamente instituidos por Dios en su función, pero una vocación, un llamamiento inmediato por parte de Dios no se refiere ni siquiera en el caso de Aarón (Ex 28,1). No se puede decir lo mismo de los profetas. A éstos se dirigió la palabra de Dios de repente y en forma imprevista. Dios los llamó a su servicio cuando, donde y como bien le plugo. ¿Por qué, pues, el autor de la carta a los Hebreos no se refirió a Moisés, Isaías, Jeremías o Ezequiel, los relatos de cuyas vocaciones ocupan tan destacado lugar en el Antiguo Testamento, y en cambio se fija en la figura tan pálida de Aarón? La respuesta es sencilla. Porque «el Cristo» fue investido de hecho de su ministerio celestial a la manera de los sacerdotes y no a la manera de los profetas. Lo heredó en cierta manera de Dios, que lo engendró como Hijo suyo (cf. 1,4.5).

Sin embargo, en la vocación de Jesús como sumo sacerdote no falta tampoco el elemento psicológico o, si se prefiere, carismático. El Hijo debía todavía llegar a ser en los días de su vida mortal lo que de suyo era ya desde la eternidad. La escena del huerto de los Olivos, en la que, según la tradición de los sinópticos, llama Jesús a Dios Abba y como Hijo se entrega a la voluntad de su Padre19, se convierte aquí en símbolo de su entera vida terrena. Tampoco esto se dice sin referencia a la situación de la comunidad. En efecto, los «gritos y lágrimas» no hacen pensar tanto en las historias de la pasión en los Evangelios, como a la ansiedad y desesperación de los cristianos que ven en perspectiva una persecución sangrienta. A ellos y a nosotros quiere decirnos la carta que sólo la obediencia y el temor de Dios (cf. 12,28). despejan el camino para la consumación celestial. Ahora bien, caso que la palabra eulabeia hubiera de traducirse por «angustia», como lo hacen diferentes comentaristas, entonces el difícil versículo habría de entenderse así: Dios «escucha», es decir libra, «de la angustia», pero no nos dispensa de las amarguras de la muerte.
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18. Por ejemplo, la vocación de Moisés (Ex 3), de Gedeón (Jc 6,11-24), del profeta Isaías (Is 6) y de Jeremías (Jr 1,4-10).
19. Cf. Mc 14,32-42; Mt 26,26-46; Lc 22,40-46.
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II. PIEZA INTERMEDIA: EL ESTADO DE LA COMUNIDAD (5,11-6,20).

1. LOS OYENTES SON COMO NIÑOS PEQUEÑOS (5/11-14).

11 De esto nos queda mucho por decir y de difícil explicación, ya que os habéis hecho torpes de oído. 12 Pues realmente, debiendo ser maestros por el tiempo ya pasado, os encontráis de nuevo en la necesidad de que os enseñen lo elemental de los oráculos divinos, y os habéis vuelto tales, que necesitáis leche, no comida sólida. 13 Y todo el que se alimenta de leche no tiene experiencia de la doctrina de la justicia, porque todavía es niño. 14 La comida sólida es propia de adultos, o sea, de los que, a fuerza de practicar, tienen desarrollada la sensibilidad para discernir entre lo bueno y lo malo.

Jesús es sacerdote según el orden de Melquisedec. El autor, antes de explicar a sus lectores lo que significa este título misterioso, inserta una larga exhortación para elevar la tensión y justificar su intento. Entre los problemas todavía no resueltos de la carta a los Hebreos se cuenta éste: ¿Hasta qué punto estaban los lectores preparados para seguir el difícil curso de las ideas de la carta? En general se supone que el autor quería comunicarles los frutos de sus propios estudios sobre la Escritura. En tal caso era tanto más necesario despertar el interés y decir a los oyentes cuánto les importaba escuchar con atención. De todos modos no cabe la menor duda de que los destinatarios de la carta estaban mucho más familiarizados que nosotros con algunos conceptos, imágenes y representaciones de la misma, que los métodos exegéticos del autor no les resultarían tan extraños como a nosotros y que, sobre todo, conocían el tenor de la «profesión» que la carta, como se echa de ver, se había propuesto interpretar.

Cierto que un problema religioso y moral más importante que la circunstancia de la capacidad de comprender era y es la voluntad de comprender, es decir, la buena disposición para escuchar y aceptar la palabra de la Sagrada Escritura.

En este sentido no da el autor un testimonio muy favorable de la comunidad. Si bien la conversión y el bautismo habían quedado ya muy atrás, no se puede hablar de madurez y mayoría de edad cristiana. Prácticamente había que volver a comenzar desde el principio e instruir a los cristianos en los conceptos básicos de su fe. Mejor que la comida sólida les sentaba la leche. Como lo muestran otros pasajes del Antiguo Testamento (lCor 3,1.2; Pe 2,2), utiliza la carta una imagen corriente en la antigüedad y de suyo muy comprensible. La dificultad comienza precisamente cuando se quiere indicar en concreto qué se entiende en sentido cristiano por «leche» y por «comida sólida». Precisamente las verdades aparentemente más sencillas y fundamentales se revelan con frecuencia como las más difíciles. Y además: cuando falta la atención, cuando se ha vuelto uno «torpe de oído», ni siquiera aprovechará gran cosa el alimento de los niños de pecho.