CAPÍTULO 11


a) Pablo suplica que toleren su vanagloria (11/01-03).

1 ¡Ojalá que toleraseis un poco de insensatez! Sí, tolerádmela.

Pablo expone un deseo a los corintios, sabiendo bien que será atendido. Puede sospecharse que Pablo habla irónicamente, aunque todavía no se ve claro contra quiénes se endereza su ataque y su cólera. El apóstol ruega a los corintios que toleren su «insensatez». Acaso sea éste uno de los tópicos de los discursos de los enemigos de Pablo, una de las acusaciones que le han lanzado (5,13; 11,6s.21.23). Sólo más adelante (11,16) se llega a saber en qué consiste la necedad: en que el papel que Pablo desempeña ahora es el de un majadero.

2 Estoy celoso de vosotros con celo de Dios, porque os desposé con un solo marido para presentarnos, como virgen pura, a Cristo.

Al principio Pablo no habla, en modo alguno, como un insensato, sino muy seriamente. Los corintios soportarán a Pablo, tal como se lo ha pedido, pues saben cuánto afecto les profesa el apóstol. Sólo le mueve la preocupación y el amor por la Iglesia de Corinto. Pablo describe su relación con ellos mediante una imagen. La Iglesia es la esposa de Cristo. Cristo es el esposo. El apóstol es el padre de la prometida, que lleva la novia a casa del esposo. Como padre de la novia, a cuyo cargo corren los compromisos esponsalicios y que los ha llevado a buen fin con alegría, debe vigilar celosamente para proteger a la novia de los peligros y exhortarla a ser fiel. Del mismo modo se ha preocupado Pablo celosamente de la Iglesia de Corinto. Él es el padre de la comunidad (6,13).

Su celo es bueno, como el celo que Dios tiene y del cual emana el del apóstol. Dios tiene celos por la santidad y la fidelidad de Israel frente a los baales, que quieren seducir a Israel y apartarle de su Dios. Dios amenaza: «No te postrarás ante las imágenes (de los dioses) ni les darás culto. Porque yo, Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que odian» (Dt S,9). También Pablo tiene celos de la Iglesia de Corinto, de su pureza, de su sinceridad y su fidelidad. La segunda carta a los Corintios es una expresión palpable de esta amorosa solicitud.

Ahora bien, en todo este asunto, Pablo no tiene celos por sí, sino por Cristo, a quien ha prometido la esposa. Para él debe conservarla intacta, en una entrega íntegra y total. La pureza de la desposada no sería mancillada por una seducción de tipo moral, sino por una doctrina errónea o por falsas afirmaciones de fe (11,4) 74. Para Pablo, la pureza de la doctrina tiene una importancia extrema. Como Pablo, también la Iglesia ha defendido esta pureza celosamente a través de todos los tiempos. La meta de los desposorios es llevar la esposa al esposo. En las costumbres matrimoniales es el acto por el que la novia es conducida por su padre a casa del esposo, presentada al esposo y aceptada por él; a esto sigue, finalmente, la celebración de la boda. En la imagen empleada por Pablo la boda es la nueva venida de Cristo al final de los tiempos. Cuando vuelva en su gloria el esposo, Cristo, debe encontrar a la Iglesia de Corinto fiel. La Iglesia se presentará ante Cristo y será probada por él y, si es juzgada santa, se unirá con el Señor. Reaparece siempre la misma preocupación del apóstol por exhortar a la Iglesia a prepararse para presentarse el día de la venida de Cristo como una comunidad sin mancha (lCor 1,8; Flp 1,10; lTes S,23). Para Pablo y para la Iglesia de su tiempo, la nueva venida de Cristo no es un acontecimiento que ocurrirá en un día remoto y futuro; la Iglesia vive orientada hacia este día, que puede acontecer en cualquier momento 75. Por eso su vid a es constantemente como una respuesta ante la proximidad del Señor. «Lo que digo, hermanos, es esto: que el tiempo es corto. Por lo demás, que los que tienen mujer, sean como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que se alegran, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran; los que usan del mundo, como si no disfrutaran de él; porque la apariencia de este mundo pasa» (lCor 7,2931).
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74. También en Ap 14,4 la virginidad de la Iglesia significa la integridad de la fe.
75. Véase el comentario a 1,14 y la nota 8.
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3 Pero temo que, como la serpiente engañó a Eva con su astucia, también vuestros pensamientos se corrompan apartándose de la sencillez que debéis a Cristo.

Así como el padre de la novia vigila para que no caiga en manos de un seductor, así vigila Pablo sobre la Iglesia de Corinto. El apóstol no lo dice con palabras sencillas y directas, sino aludiendo a la narración de la seducción de Eva por la serpiente, tal como se relata en el capítulo 3 del Génesis. Pablo teme que del mismo modo que Eva fue engañada por la serpiente, por haber dado oídos a sus astutas palabras en vez de atenerse a una sencilla obediencia, así también la iglesia de Corinto podría ser engañada por algún seductor, de tal modo que olvidase su entrega sencilla, total y sin divisiones al esposo. Y ocurriría esto si en lugar de permanecer en la pureza del Evangelio, tal como Pablo lo ha traído, se inclinara a las doctrinas de los intrusos.

LA IGLESIA COMO ESPOSA DE CRISTO: En la actualidad nos resulta familiar la imagen de la Iglesia como esposa de Cristo, debido a su frecuente empleo en la enseñanza y en las creencias de nuestros días. En el Nuevo Testamento la imagen se aduce con toda claridad por primera vez en este pasaje. La idea tiene sus raíces en el Antiguo Testamento. En el lenguaje del profeta Oseas, que vivió en el siglo Vlll a.C., se describen las relaciones entre Dios e Israel con la imagen de la comunión de amor del matrimonio. Allí dice el Dios de IsraeI a su pueblo: «Cuando Israel era niño, yo le amé» (Os 11,1); «Yo te desposaré conmigo para siempre, te desposaré conmigo en justicia y equidad, en amor y compasión, te desposaré conmigo en fidelidad y tú conocerás a Yahveh» (Os 2,21s). Es cierto que Israel ha quebrantado muchas veces la fidelidad. Pero el amor de Dios no se extingue. Hasta Israel ha llegado la palabra consoladora del amor de Dios. Por esto mismo en los escritos tardíos del Antiguo Testamento se emplea una y otra vez (Is 54,4-8) la imagen del desposorio entre Dios e Israel. Se consideraba el tiempo en que el Mesías vendría a su pueblo como una boda solemne entre Israel y Dios. También Jesús se describe a sí mismo como el Mesías esposo de las comunidades de sus discípulos. Cuando se acusaba a sus discípulos de que no ayunaban como los hombres verdaderamente piadosos, Jesús les defendía diciendo: «¿Acaso van a ayunar los invitados a bodas mientras el novio está con ellos? Es natural que no ayunen mientras lo tienen en su compañía» (Mc 2,19). Cristo mismo se describe en este pasaje como el esposo de su comunidad. Mientras permanezca junto a su comunidad, es tiempo de boda.

Pablo ha recogido y utilizado repetidas veces esta comparación. Según Rom 7,3s, Cristo y la Iglesia están como unidos en desposorio. Según Ef 5,22-32, la unión mística de amor de Cristo y de la Iglesia es como un desposorio; esta unión es precisamente la causa ejemplar de todo matrimonio terreno entre el hombre y la mujer. La imagen se emplea también en los relatos del Apocalipsis, que contemplan, al final de los tiempos, las bodas del Cordero con la Iglesia, gloriosamente engalanada como una desposada (Ap 14,4; 21,2.10; 22,17). La imagen de la Iglesia como esposa de Cristo, que en el Nuevo Testamento se aplica a la Iglesia tomada como un todo, es aplicada aquí por Pablo a una comunidad concreta. En cada comunidad particular aparece la Iglesia entera.

b) Pablo y los «superapóstoles» (11/04-06).

4 Porque si uno viene y proclama otro Jesús distinto del que hemos proclamado, o aceptáis otro Espíritu distinto del que habéis aceptado, u otro Evangelio distinto del que habéis recibido, lo toleráis bien.

Antes de iniciar el insensato discurso anunciado, intercala Pablo un paréntesis (11,4-5) en el que describe las características de sus enemigos, que amenazan con corromper la Iglesia de Corinto y que le han obligado, por lo mismo, a su insensato discurso. Con palabras aceradas pone en la picota a sus adversarios, a los que acaba calificando de apóstoles de la mentira y servidores de Satán (11,13.15).

El riesgo de que la comunidad se deje seducir como Eva es grave. Pablo sabe, en efecto, de cuán buena gana aceptan los corintios nuevos maestros y doctrinas nuevas. ¿De quién y de qué habla? Dice que estos extraños traen consigo un triple y peligroso don: otro Jesús, otro Espíritu y otro Evangelio. Los adversarios con los que Pablo contiende en la segunda carta a los Corintios no sólo atacan su persona, sino que intentan introducir doctrinas extrañas. Incluso habían alcanzado ya cierto éxito, al menos en cuanto la comunidad, jugando con fuego, toleraba en su seno aquellos maestros.

No es fácil deducir, por las escasas indicaciones de Pablo, quiénes eran estos falsos maestros. En todo caso lo más probable es lo siguiente: que proclaman otro Jesús. Pablo dice repetidas veces, justamente en la segunda a los Corintios 76, que Cristo entró en la vida a través de la muerte y que también sus discípulos tendrán que pasar por la muerte para llegar a la vida. ¿Es que los maestros de error querían recorrer una senda menos dura, predicando que se podía participar de la vida sin un morir cotidiano? ¿O es que se gloriaban de sus trabajos como de obras propias (10,13.17)? Tienen otro Espíritu. El Apóstol está lleno deI divino Espíritu y de este mismo Espíritu está llena su predicación (lCor 2,4; 7,40; lTes 1,5}. Aquel que exponga otra predicación, predica también otro Espíritu. Pero no el verdadero. Tienen, finalmente, otro Evangelio. El único Evangelio, junto al cual no existe ningún otro, es para Pablo la predicación de la justificación que Dios da a los fieles sin las obras de la ley 77. Para Pablo la incredulidad de Israel consiste en que quería merecer la justificación con sus propias obras. Los enemigos de Pablo en Corinto se jactaban también de su ascendencia judía (11,22). Esto significa, indudablemente, que exigían a los cristianos que siguieran cumpliendo los preceptos de la ley veterotestamentaria, si querían aparecer justificados ante Dios 78. Pablo enseña, por el contrario, que Cristo nos ha liberado de la ley (Gál 4,13). Si es necesario seguir cumpliendo la ley, entonces Cristo ha muerto inútilmente (Gál 2,21).
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76. Cf. 4,11; 6,9; 12,9; 13,4.
77. Cf. Rom 3,28; Gál 1,6.
78. La nota 84.
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5 Sin embargo, tengo para mí que nada desmerezco frente a esos superapóstoles.

Pablo llama a sus enemigos superapóstoles. Se comportan como si estuvieran por encima de todos, o así lo piensan efectivamente. Por eso les aplica Pablo este irónico remoquete. Cierto que reclaman y detentan el título de apóstol. Sin embargo, este titulo no es exclusivo, en Pablo, de los doce primeros apóstoles, sino de todos los mensajeros del Evangelio, en general (8,23). Así pues, estos superapostoles pueden ser maestros, en el más amplio sentido 79.

Continuando su defensa frente a los falsos apóstoles dice Pablo que acaso él sea poco hábil en la palabra, pero no en el conocimiento, en la gnosis (11,6). Pablo se revuelve en sus cartas -y no con menor energía que contra el falso judaísmo- contra la falsa sabiduría, es decir, contra la falsa gnosis. Esta gnosis era, en el mundo antiguo, un poderoso movimiento de ideología religiosa. Enseñaba que había dos divinidades, una buena y otra mala. La mala es la que ha creado el mundo, que, por lo mismo, es malo, y del que hay que mantenerse lo más lejos posible. La gnosis enseña, además, que hay muchos seres intermedios entre Dios y el mundo, uno de Ios cuales sería Cristo. Pablo advertía bien que una doctrina de este género destruía, por necesidad, el Evangelio, que enseña que el creador del mundo es Dios Padre y que la creación es buena y descansa en la providencia divina. La doctrina gnóstica destruía también el Evangelio de Cristo como Hijo de Dios y Salvador único de los hombres. Los enemigos de Pablo estaban muy influidos y seducidos por esta corriente gnóstica, o cuando menos coqueteaban con ella. El apóstol combate con toda resolución en favor de la doctrina pura.
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79. En la historia de la exégesis se ha discutido, desde la época patrística, frecuentemente con reflexiones contrapuestas, qué significa este calificativo y quiénes son estos superapóstoles. Una interpretación (principalmente protestante) quiere ver en ellos a los doce primeros apóstoles, llamados personalmente por Jesús, o al menos, algunos de ellos, y enviados por orden de la comunidad de Jerusalén. Según esta idea, se daría una profunda oposición entre Pablo y la iglesia procedente del judaísmo, porque Pablo enseñaba que la ley de Moisés ya no era obligatoria. Es cierto que Pablo lo enseñaba así y también es cierto que fue duramente perseguido por esta razón (Act 21,21.28). Pero no por eso existía hostilidad entre Pablo por un lado y los doce y la comunidad de Jerusalén por otro. Al contrario, los primeros apóstoles reconocían el Evangelio de la libertad frente a la ley, predicado por Pablo (Act 15,28; Gál 2,9). Pablo llama, a los superapóstoles, falsos apóstoles, obreros engañosos y servidores de Satán (11,13.15). Por otra parte, habla de los primeros apóstoles con el máximo respeto, como de testigos de la resurrección (lCor 15,5). Es imposible que al hablar de los superapóstoles Pablo se refiera a los doce primeros.
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6 Y si tengo poca pericia en la palabra, no es así en el conocimiento; pues en toda ocasión dimos pruebas de ello de muchas maneras ante vosotros.

Los adversarios de Pablo afirmaban que les era inferior en muchos aspectos importantes. Así, se ve claro que una de las cosas que le achacaban era su falta de formación en las artes retóricas. El apóstol concede que la acusación tiene base. Confiesa de sí mismo que tiene poca pericia en la palabra. Pablo se había formado en Jerusalén, en la escuela judía (Act 22,3), y sus cartas ofrecen abundantes pruebas de ello en su modo de interpretar el Antiguo Testamento de acuerdo con las reglas de la escuela rabínica. Por tanto, la acusación sólo puede referirse a falta de arte en la lengua griega que, por cierto, en aquel tiempo se exigía a todo hombre culto. También en la primera carta a los Corintios (1,17) se insinúa que esta falta de Pablo se hacía notar mucho en una ciudad como Corinto, que era la capital de la filosofía y del arte griego. Así pues, Pablo concede tener este defecto, pero niega que ello revista una importancia decisiva. Declara que una eventual impericia en el lenguaje queda bien compensada por un profundo conocimiento. Este conocimiento, esta ciencia y sabiduría, no las ha conseguido Pablo en la escuela, sino que es la ciencia del Evangelio, que le ha sido otorgada por el Espíritu de Dios. A él se le ha revelado «el misterio, mantenido en silencio durante siglos eternos» (Rom 16,25). Por eso se llama a sí mismo «administrador de los misterios divinos» (lCor 4,1). Lo esencial no es una hermosa forma, sino el rico contenido de la predicación. Y en este punto Pablo se ha acreditado de muchas maneras y no es inferior en nada a sus enemigos.

c) Ministerio gratuito (11/07-12).

7 ¿Cometí, acaso, un pecado, rebajándome a mí mismo, para que vosotros fuerais enaltecidos, porque os anuncié gratis el Evangelio de Dios?

Los enemigos de Pablo pensaban que su superioridad quedaba demostrada también por el hecho de que Pablo se ganaba el sustento con sus propias manos, mientras que ellos se hacían mantener por la comunidad. En realidad, el hecho de que Pablo se ganara su propio sustento le distinguía radicalmente de los demás misioneros. «Recordad, si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas: día y noche trabajando para no ser una carga para nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios» (lTes 2,9). En la primera carta a los Corintios recuerda que tenía derecho a ser sustentado por la comunidad, tal como hacían los otros misioneros. Pero añade que renunció a ello, para no perjudicar el Evangelio (lCor 9,3-18). En la primera a los Corintios no se dice nada acerca de que tal conducta del apóstol hubiera provocado escándalo entre los corintios. Pero por la segunda carta 80 nos enteramos de que su comportamiento provocó alguna crítica desfavorable, promovida también, indudablemente, por sus enemigos. Afirmaban públicamente que este comportamiento de Pablo era el reconocimiento de su inferioridad. Como no es un apóstol auténtico, no se atreve a exigir la manutención. Pablo se justifica preguntando irónicamente si al comportarse así ha cometido algún pecado. Califica su conducta como un rebajamiento. Y esto debe entenderse en su sentido literal, ya que Pablo tuvo que ganarse el sustento con trabajos manuales, fabricando tiendas, como se dice en los Hechos (18,3). En la antigüedad los trabajos manuales eran propios de esclavos y, por tanto, despreciados. La doble carga que Pablo tenía que soportar como misionero y como trabajador entrañaba un duro esfuerzo, al que se añadían las privaciones, la pobreza y, además, el desprecio (lCor 4,1 ls). EI trabajo manual le coloca en el grupo de los necios y de los despreciados: «Andamos errantes; nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos»,(lCor 4,11-12). Este es el rebajamiento que Pablo soporta, para no ser gravoso a la comunidad de Corinto.

Pero esto mismo es motivo de orgullo para los corintios mediante la predicación del apóstol, mediante su servicio apostólico y todas sus fatigas pastorales, de réprobos pasan a salvados, de pecadores a hijos de Dios, de pobres a ricos. Antes se encontraban lejos de Dios y sin esperanza, ahora están cerca de Dios (Ef 2,13). Ya no son unos extraños, carentes de derechos, en el pueblo de Dios, sino que son conciudadanos de los santos y familiares de Dios (Ef 2,19). Es un gran honor pertenecer al pueblo y a la Iglesia de Dios.
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80. Cf. también ICo 12,14-18.
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8 A otras Iglesias despojé, aceptando de ellas un salario para entregarme a vuestro servicio.

Pablo explica por qué le fue posible trabajar en Corinto, aun sin aceptar subvenciones de la comunidad. Ha despojado a otras comunidades y ha permitido que le pagasen un salario por sus trabajos en Corinto. Pablo sigue utilizando aquí palabras y conceptos de la vida militar, que prosiguen el ritmo de la descripción de líneas anteriores (10,3-5). Los jefes de los ejércitos exigen a las provincias conquistadas el pago de las costas para proseguir la guerra. Lo mismo hizo Pablo. En las demás comunidades ha aceptado un salario en favor de Corinto. Acaso aluda en este pasaje a Macedonia y Atenas, donde se detuvo Pablo algún tiempo antes de su primer viaje a Corinto, o también a Éfeso, donde trabajó antes de su nueva visita.

Estas duras palabras deben hacer ver a los corintios cómo había quienes se sacrificaban por amor a ellos. Ahora bien, tales palabras responden a los hechos y nos permiten, por tanto, echar una ojeada sobre la situación real de la primitiva misión cristiana paulina. La misión avanzaba de etapa en etapa. Pablo trazaba nuevos planes y los discutía con las comunidades ya bien establecidas entre las que se encontraba. Así es como maduró la decisión de fundar una comunidad en Corinto. Pablo deseaba dar el paso y debía partir hacía Corinto, acompañado por algunos auxiliares de sólida garantía 81. Los viajes, el sostenimiento y las necesidades de una nueva comunidad exigen no poco dinero. Y aunque Pablo trabajara para ganarse por sí mismo su propio sustento, sus necesidades personales eran la partida menos importante del presupuesto. Cuando se planeaban nuevas fundaciones, había que recaudar dinero, con crecientes esfuerzos, en las comunidades ya constituidas, de tal modo que Pablo podía hablar muy bien de un salario y hasta de haber despojado.
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81. Cf. Act 18,1-5; 1Cor 2,1-3.
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9 Pero una vez presente entre vosotros y falto de recursos no fui carga para nadie; porque los hermanos procedentes de Macedonia remediaron con abundancia mi escasez. Y en todo me guardé y me guardaré de seros gravoso.

Pero así y todo, ocurrió que los medios se agotaron y que Pablo se encontró en necesidad. Pues bien: ni siquiera en este caso fue una carga para nadie en Corinto. Recibió ayuda de las comunidades de Macedonia, es decir, probablemente de las comunidades de Tesalónica y Filipos. Sobre todo con estos últimos Pablo se sabía tan cordialmente unido que aceptó sus subvenciones sin temor a suscitar entre ellos animosidad. En la carta a los Filipenses les da las gracias por su ayuda. Eran los únicos que habían como constituido con Pablo una comunidad de «gastos e ingresos» y «a Tesalónica me enviasteis una y otra vez, lo que me era necesario» (Flp 4,15s). Pero de los corintios no aceptó ni aceptará nunca nada.

10 ¡Por la verdad de Corinto que hay en mí: no me será arrebatada esta gloria en las regiones de Acaya!

Pablo encarece sus afirmaciones con una aseveración casi bajo juramento. Puede asegurar que Cristo habla en él (13,3). Y por eso puede asegurar también que la verdad de Cristo habla desde él. No modificará su actitud pasada en lo tocante a ser sustentado por la comunidad. Considera su renuncia como una gloria, que no piensa dejarse arrebatar. Piensa mantener esta actitud al menos en las regiones de Acaya. Pablo concreta su actuación de acuerdo con la verdad. Pablo no recibe en Acaya ninguna subvención por su servicio y, por tanto, en Corinto, capital de la Acaya, no admite nada en pago de su ministerio. Pero en circunstancias especiales aceptó la ayuda de Filipos.

11 ¿Por qué? ¿Porque no os amo? ¡Dios lo sabe!

Al esforzarse tanto Pablo por justificar su conducta, oye la réplica de la Iglesia de Corinto: se comporta así porque no ama a esta comunidad. Pablo contesta con la breve aseveración de que Dios sabe la verdad, es decir, sabe cuánto ama el apóstol a los corintios. Da la impresión de que pone fin a sus palabras con doloroso sentimiento de resignación. ¿Qué otra cosa puede hacer el amante, cuando, a pesar de todas sus protestas y demostraciones, no se cree ni se confía en él?

12 Y lo que hago, lo seguiré haciendo para cortarles la ocasión a los que buscan ocasión de ser tenidos por iguales a nosotros en aquello de que se jactan.

Aunque los corintios lo interpreten mal, Pablo no piensa modificar su anterior conducta. Sabe bien que sus enemigos desearían que se portara de otro modo e hiciera lo mismo que ellos hacen. Se jactan de que son mantenidos por la comunidad, pues de este modo acentúan su dignidad de apóstoles y la comunidad los reconoce como tales. El hecho de que Pablo no pide ningún sustento significaría que él mismo reconoce que no es verdadero apóstol. Desearían que en este punto, del que se jactan, Pablo se comportara como ellos. Desearían que todos vivieran, de un mismo modo, de los subsidios de la comunidad. La verdad es que saben muy bien cuánto les aventaja Pablo por su desprendimiento. Si él se acomodara a la conducta de ellos, ya no sería el gran apóstol, sino que todos serían iguales. Pero no piensa darles este gusto. La diferencia se mantendrá. De este modo, todo el que lo quiera ver podrá comprobar quién es el verdadero apóstol: aquel que no desempeña su servicio en provecho propio, sino para servir a la Iglesia.

d) Los falsos apóstoles (11/13-15).

13 Porque esos tales son falsos apóstoles, obreros engañosos, disfrazados de apóstoles de Cristo.

Los adversarios se han adjudicado a sí mismos el nombre de apóstoles y reclaman la dignidad y los derechos de tales. No pueden incluirse en el número de los doce primeros apóstoles, pero pretenden serlo en un sentido amplio. Pero Pablo declara, con la mayor crudeza, no ya que sean indignos de su ministerio debido a alguna flaqueza, sino que en ellos el nombre y el ministerio de apóstol es una usurpación. Con encono y sin piedad pone Pablo al descubierto su verdadera naturaleza.

Son falsos apóstoles. No tienen el menor derecho al nombre de apóstoles. Son obreros engañosos. Están muy lejos de ser verdaderos misioneros del Evangelio. Cuando se presentan como apóstoles, toman este nombre y esta apariencia, pero no son apóstoles. Todo lo que tienen de apóstoles de Cristo es la máscara.

14 Y nada tiene de extraño, pues el mismo Satán se disfraza de ángel de luz.

Que pueda existir tanta maldad estremece a Pablo, que sólo acierta a explicárselo suponiendo que está en acción el enemigo mortal de Cristo, Satán. Como los falsos apóstoles, también Satán ama el engaño y el disfraz. También él se presenta en forma de un ángel de luz. La esencia de Satán son las tinieblas (6,14s). El es señor del mundo de las tinieblas (Ef 6,12). Los ángeles de Dios, por el contrario, viven en la gloria de Dios y participan de ella. Por lo mismo, los ángeles verdaderos son ángeles de luz. Precisamente por eso es mayor el engaño, cuando Satán se presenta como ángel de luz. Estas palabras recuerdan la sentencia del Señor: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros vestidos con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces» (Mt 7,15). Los falsos maestros intentan engañar recurriendo a disfraces.

15 No es mucho, pues, que también sus servidores se disfracen de servidores de la justicia. Su final será según sus obras.

Los falsos apóstoles son instrumentos de Satán, enviados por Satán y servidores suyos. Él es quien provoca y guía su actividad. Por lo demás, el apóstol está bien persuadido de que Satán busca continuamente y por todos los medios estorbar la misión apostólica (2,11). «Ciertamente, estábamos empeñados en haceros esta visita, al menos yo, Pablo, una y otra vez. Pero se ha interpuesto Satán» (lTes 2,18).

Pablo pone fin a su vehemente confrontación con la amenaza del juicio. Ya no responde con discusiones, sino que derriba a sus enemigos. Con suprema autoridad apostólica amenaza a los corruptores con el juicio de Dios. Tanto el apóstol como toda la Iglesia tienen la convicción de que cada uno recibirá premio o castigo según sus obras (5,10).

e) Nuevas disculpas de Pablo por su vanagloria (11/16-21).

16 Lo repito: nadie piense que soy un insensato. Y si no, atendedme siquiera como a insensato, para que yo también me jacte un poco.

Pablo insiste (11,1) sobre su ruego de que soporten su insensatez. Añadiendo algo más a la indicación de aquel pasaje, dice ahora que la insensatez consiste en la glorificación jactanciosa de sí mismo. Al principio ruega, ciertamente, lo contrario: que nadie le tome por insensato. Al apóstol le repugna tanto aparecer como un necio, que desearía que nadie piense de él semejante cosa. Pero si finalmente, obligado por sus enemigos, se ve forzado a gloriarse como un necio, ruega que los corintios puedan soportarle y aceptarle también como tal. Pablo se ve obligado a hablar sobre sí mismo en defensa de su ministerio. Pero ni aun así acaba de decidirse a tomarlo en serio. Lo va a decir con palabras propias de necios y con extrema repugnancia.

17 Lo que estoy hablando, no lo hablo según el Señor, sino como un insensato, en este supuesto de la jactancia.

Sabe bien que este modo de hablar no es según el Señor. La jactancia va en contra del ejemplo de Cristo, de quien ha dicho ya que, siendo rico, se hizo pobre por amor a los hombres (8,9) y a quien ha puesto ante los ojos como ejemplo de mansedumbre y humildad (10,1). La única forma de Cristo que Pablo conoce es ésta: tenía forma divina, pero se despojó de ella, tomó figura humana y se humilló haciéndose obediente hasta la muerte (Flp 2,5-9). «Tampoco Cristo trató de complacerse a sí mismo, sino que, conforme está escrito: Los insultos de los que te insultan recayeron sobre mí» (Rom 15,3).

18 Ya que muchos se jactan según la carne, también yo me jactaré.

Una y otra vez vacila Pablo, antes de decidirse a hablar como un insensato, pues, aun viéndose obligado a hacerlo, le resulta molesto y descabellado. Pero muchos lo hacen y lo que muchos hacen, tiene que hacerlo también él. Estos muchos son los hombres, en general, pero son, sobre todo, sus adversarios de Corinto, que se jactan de sus prerrogativas y se ganan así discípulos. Desde luego, esta conducta no es según el Señor, sino según la carne. Aparece aquí el hombre natural e irredento, no iluminado por el Espíritu, un hombre que, en realidad, es pecador, que se instala en sus propios privilegios y quiere conquistarse, con su jactancia, prestigio y autoridad.

19 Con gusto toleráis a los insensatos, siendo sensatos vosotros. 20 Porque toleráis si alguno os tiraniza, si os devora, si os explota, si os trata altivamente, si os abofetea.

El apóstol, irritado, ataca con duras palabras. Llama insensatos a sus adversarios, porque a esto les ha llevado su jactancia. Pero ocurre que, frente a estos insensatos, los corintios manifiestan una gran paciencia y los soportan con gusto. Con aguda ironía llama Pablo a los corintios sensatos, pues se creen tan listos y no se dan cuenta de que están siendo engañados.

Pablo pone al descubierto lo que hay detrás de la prudencia de los corintios. En cinco cortas frases simétricas los fustiga como a latigazos. Lo aceptan y toleran todo, sin darse cuenta de que son engañados. No advierten que son sojuzgados por falsos profetas, que les imponen leyes y preceptos, y les arrebatan la libertad de los redimidos. Los corintios son explotados; más, son devorados, pues los enemigos de Pablo les exigen el sustento. Son atacados y hechos prisioneros, porque permiten que se les obligue a seguir a los falsos apóstoles. Y, con todo, no aciertan a reconocer la soberbia de estos apóstoles, por los que se dejan dominar. Se dejan abofetear por ellos, se dejan injuriar groseramente y soportan todos los ultrajes. Pablo lanza graves acusaciones contra los enemigos para abrir los ojos a los corintios. Estos adversarios no sólo predican un falso evangelio (11,4), sino que se presentan con un porte arrogante y dominador. Derriban toda oposición sin consideración alguna. En todo buscan explotar a las comunidades en su propio provecho.

21 Lo digo a deshonra, como si nos hubiéramos mostrado débiles. Pero en aquello en que alguno se atreve -hablo a la manera insensata-, me atrevo también yo.

La breve afirmación con que Pablo abre su lista de acusaciones está tan concisamente formulada que su interpretación es dudosa 82. Pablo quiere decir, desde luego, que debería conceder, para deshonra propia, que es demasiado débil para imponerse a una comunidad, como hacen sus enemigos. Sigue hablando, pues, irónicamente. Lo que llama su deshonra es sólo su desinterés en el ministerio. Pero los corintios no saben reconocer la auténtica realidad.

Con esto cree Pablo que ya se ha disculpado y justificado lo suficiente como para dar comienzo al necio discurso de su propia glorificación: no hace sino lo que hacen aquellos otros a quienes los corintios se lo consienten todo.
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82. Ya el Padre de la Iglesia, Juan Crisóstomo, observaba en el siglo V: «La frase es obscura». Pablo no explica a deshonra de quién debe ocurrir y debe decirse lo que él piensa. ¿A deshonra suya o a deshonra de los corintios ? Además de la interpretación que se da en el comentario, se ha ideado otra, que concibe las cosas así: Para deshonra vuestra lo digo. Afirmáis de mí que me presento en una apariencia demasiado débil (10,10). ¿Es que os impone la apariencia poderosa de los otros?
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f) Gloria terrena y gloria en el cielo (11,22-12,10).

aa) Trabajos y sufrimientos (11/22-32).

22 ¿Son hebreos? También yo. ¿Son israelitas? También yo. ¿Son del linaje de Abraham? También yo.

Ahora, por fin, comienza Pablo su insensato discurso de glorificación propia. El discurso se divide en dos partes: 11,22-33 trata de cosas humanas y terrenas; 12,1-10, de revelaciones divinas y celestiales. La exposición va encuadrada en series homogéneas, en las que Pablo enumera las fatigas de su ministerio. Es un discurso superior a todos los demás por su riqueza, universalidad y vehemencia. Avanza con poderoso movimiento, bajo la impetuosa corriente de la excitación. Se apoya en la elocuencia natural que brota del sentimiento auténtico, pero se sirve también de las formas y fórmulas que proporciona el arte.

En 11,22s, Pablo comienza por enfrentarse a sus enemigos en algo de lo que ellos se jactan y que el mismo Pablo tiene. En 11,24-33 abandona las comparaciones. Ya no piensa en sus enemigos, sino en su propia vida personal, sobrecargada de fatigas y sufrimientos. Pablo comienza por los privilegios externos de que sus enemigos se pavonean, privilegios de estirpe, de nobleza de nacimiento. Oye las aclamaciones del partido de sus adversarios, que se glorían de tales privilegios. Pablo replica aceradamente que él no va a la zaga en estas cosas y que aventaja incluso a sus enemigos.

Las afirmaciones de un triple privilegio de nacimiento -hebreos, israelitas, linaje de Abraham- no son meras palabras ampulosas, sino que encierran un especial contenido. Hebreo es la designación del pueblo que se distingue de los demás pueblos por su linaje, fe, lengua y costumbres (Gén 11,14). La palabra alude a la pureza de la sangre, que los judíos preservaban con supremo orgullo. Israel (es decir, fuerte contra Dios) es el nombre que Dios mismo dio al patriarca Jacob (Gen 32,28). El nombre contiene en sí las promesas a Israel, sus esperas y sus esperanzas, así como su seguridad de pertenecer al pueblo elegido. Abraham es el padre de Israel y el portador de las grandes promesas mesiánicas (Gén 15,5). Pertenecer al linaje de Abraham es la garantía de participar en la futura plenitud de salvación mesiánica. Al jactarse sus enemigos de todos estos privilegios, se describen como judíos auténticos. Por otra parte, proclaman a Jesús y el Evangelio a su propia manera (11,4). Los adversarios de Pablo son, pues, cristianos que proceden del judaísmo y que se sienten orgullosos de él 84.

Pablo afirma que en lo tocante a la pureza y nobleza de la sangre judía no cede absolutamente en nada a sus adversarios. Deja entender con suficiente claridad que también él, como auténtico judío, está orgulloso de su linaje. Se gloría de que su árbol genealógico puede remontarse hasta Benjamín, uno de los doce hijos de Jacob y, por tanto, hasta los santos patriarcas de Israel. Así, dice: «Yo soy israelita, del linaje de Abraham, de la tribu de Benjamín» (Rom 11,1). Y también: «Si algún otro cree tener razones para confiar en la carne, yo mucho más. Circuncidado el octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo e hijo de hebreos» (Flp 3,4s). Pero, en todo caso, se trata sólo de privilegios carnales, que ahora, en la salvación donada por Cristo, carecen de valor y hasta son una pérdida (Flp 3,7s). Por eso tuvo que enfrentarse Pablo al falso evangelio y a las funestas exigencias de los judaizantes.
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84. En la historia de los tiempos neotestamentarios se distinguía entre judíos, judeocristianos y judaizantes. Por judíos se entendían aquellos israelitas que rechazaron a Jesús como Mesías y se convirtieron inmediatamente en acérrimos adversarios de la Iglesia. Judeocristianos son aquellos israelitas que aceptaron el Evangelio. A éstos se les planteaba el problema de la postura que debían adoptar respecto de los numerosos preceptos del Antiguo Testamento, que habían sido hasta entonces la norma de su vida y de la de todo su pueblo. Con mucha frecuencia adoptaron la decisión de seguir cumpliendo con fidelidad estos mandamientos, aunque comprendían también que los gentiles que entraban en la Iglesia, los griegos y romanos por ejemplo, no estaban obligados a la observancia de los numerosos preceptos judíos. Los judaizantes son los judeocristianos que pretendían que todos los cristianos, también los procedentes de la gentilidad, estaban obligados a observar todos los mandamientos veterotestamentarios, es decir, tanto los diez mandamientos como todos los demás preceptos. Según ellos, los etnicocristianos no sólo debían bautizarse, sino también circuncidarse. Debían someterse también a las numerosas normas del judaísmo veterotestamentario, tales como las prescripciones sobre el descanso sabático, las leyes sobre los alimentos, según las cuales sólo podían comer animales puros y ritualmente sacrificados, las leyes de la pureza, que prescribían que aquel que había tocado algo impuro o muerto tenía que lavarse. Si estas exigencias se hubieran convertido en ley de la vida cristiana, la Iglesia hubiera quedado reducida a una secta judía,; nunca hubiera llegado a ser Iglesia universal. Pablo combatió a los judaizantes con más determinación que ningún otro. Frente a la pretensión de que el hombre piadoso se justifica ante Dios mediante la observancia de los preceptos mencionados, afirma Pablo con toda determinación que ningún hombre puede observar tan gran número de preceptos. Así pues, nadie puede merecer la justificación ante Dios mediante la observancia de la ley. Al contrario, todo hombre es pecador ante Dios, porque se niega a cumplir los preceptos. Pero Cristo ha satisfecho por la ley y el pecado, al hacerse sacrificio expiatorio entre el cielo y la tierra (Gál 3,13s). Ahora, la justificación es un don de Dios a aquel que se adhiere a Cristo por la fe y, como pecador, se somete a la acción de la gracia (Rom 3,24; Gál 3,2). No se trata, pues, de conseguir, mediante las obras de la ley, algo que la fe no tendría. Pierde totalmente a Cristo aquel que se aparta de él a medias para conseguir otra justificación mejor (Gál 3,5; 5,2).
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23 ¿Son servidores de Cristo? Lo diré como delirando: ¡Mucho más lo soy yo! Más, en trabajos; más, en cárceles; muchísimo más, en palizas, y, frecuentemente, en peligros de muerte.

Además de los privilegios de nacimiento, los enemigos de Pablo reclaman otro título de gloria, el de ser servidores de Cristo. Y esto no simplemente en el sentido en que puede decirse de cualquier cristiano, sino que afirman ser servidores de Cristo en un sentido especial, en cuanto apóstoles al servicio de la misión y, por tanto, del Señor. El tema se había tocado ya antes (11,15). Allí Pablo no reconoció a sus adversarios este título, y les marcó a fuego como servidores de Satán. Aquí no examina los derechos a semejante pretensión, pero declara que, en todo caso, él merece mucho más que ellos el título de servidor de Cristo. Aquí Pablo no se contenta ya con afirmar y demostrar los títulos de nobleza de nacimiento. Afirma su absoluta superioridad sobre todos sus enemigos. Pero no lo hace sin antes pedir, por última vez, disculpas por su vanagloria: habla como delirando. Incluso frente a los doce primeros apóstoles puede decir Pablo: «Trabajé más que todos ellos» (lCor 15,10). Pero donde puede demostrar plenamente la verdad de esta afirmación es frente a los falsos apóstoles de Corinto, Enumera, en primer lugar, con cuatro frases simétricas, situaciones típicas que se le han presentado repetidas veces y en las que Pablo ha demostrado ser un verdadero siervo de Cristo: fatigas del trabajo misional, cárceles (6,5), procesos judiciales en los que tuvo que sufrir azotes (11,24s) y, finalmente peligros de muerte (1,9s; 4,11). Estas cuatro afirmaciones sumarias son ampliadas a continuación, al narrar Pablo, con numerosos detalles, algunos de sus sufrimientos y peligros de su ministerio.

24 De los judíos recibí cinco veces los cuarenta azotes menos uno.

Pablo hace una larga enumeración de acontecimientos y experiencias concretas de su vida como misionero. Los intérpretes tienen que esforzarse mucho para determinar de qué manera ordena Pablo los hechos. Es evidente que no sigue un orden cronológico, sino que agrupa las cosas según su afinidad de contenido. Así, nombra aquí, en primer lugar, algunos graves contratiempos que pueden contarse con números exactos. Menciona, para comenzar, los azotes que ha sufrido de parte de las autoridades judías, Alude, pues, antes que a nadie, a los judíos. Las autoridades judías se acomodaron, en el castigo de los azotes, a los cuarenta golpes menos uno fijados a base de la Escritura: «Podrá infligirle cuarenta azotes, pero no más» (Dt 25,3). Para no rebasar la prescripción de la ley, se aplicaban sólo treinta y nueve golpes. De acuerdo con las normas judías de la flagelación, el condenado era atado a una columna y azotado con correas de cuero. Este castigo no sólo era muy cruel -podía causar la muerte- sino también sumamente deshonroso. Pablo tuvo que soportar el duro castigo en un cuerpo débil (12,7). Los judíos imponían estos castigos a los que enseñaban falsas doctrinas. Con seguridad se le impusieron a Pablo a causa de sus afirmaciones de que el Crucificado era el Mesías, que la salvación pertenece a todos, judíos y gentiles, que Israel ha perdido sus prerrogativas y que la ley de la antigua alianza ya no obliga 85.
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85. Cf. Act 2l,20s.28. En los Hechos de los apóstoles no se relata ninguno de estos castigos del Apóstol, lo cual permite concluir, como en otros muchos casos, que los Hechos son incompletos. El autor de este libro hizo una pequeña selección de acontecimientos.
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25 Tres veces apaleado; una fui apedreado; tres naufragué: pasé un día y una noche en medio del mar.

Pablo distingue entre los castigos recibidos de las autoridades judías y tres otros castigos con varas. Evidentemente, éstos fueron ordenados por las autoridades romanas, acaso bajo la acusación de que Pablo provocaba disturbios. Los Hechos de los apóstoles nos informan de un caso de castigo del apóstol y de su compañero Silas en Filipos86. La lapidación mencionada debe ser la que se narra en los Hechos (Act 14,19), cuando Pablo fue apedreado en Listra por la muchedumbre del pueblo, a instigación de los judíos. Normalmente la lapidación acarreaba la muerte, como en el caso de la lapidación de Esteban (Act 7,60). También en Listra arrastraron a Pablo fuera de la ciudad, creyendo que estaba muerto. Pero Pablo volvió en sí y pudo tenerse en pie.

Los Hechos de los apóstoles guardan silencio absoluto sobre los tres naufragios (de Malta, de Act 27,9 44, aconteció años después de haber sido escrita la segunda carta a los Corintios). No podemos decir cuándo ocurrieron estos naufragios, si en algunos de los viajes narrados en los Hechos o en otros completamente distintos. Pablo menciona, aquí, un peligro de muerte realmente extremo en el que tuvo que pasar largas horas sobre el abismo del mar.
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86. Los castigos con varas o palos decretados por las autoridades romanas contra Pablo constituían una infracción legal, ya que Pablo era ciudadano romano y, como tal, no podía ser castigado con la vergüenza en público (cf. Act 22,25). Pero el caso de Filipos, donde Pablo fue castigado a los azotes (Act 16 37) sucedió más de una vez en diversos lugares.
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26 En frecuentes viajes: peligros de ríos, peligros de bandoleros, peligros de parte de mis compatriotas, peligros de parte de los gentiles, peligros en ciudades, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos.

La enumeración sigue mencionando los peligros de los viajes misionales soportados por Pablo. A la frase (como en 11,27) le falta un verbo. Hay que completarla con el pasaje anterior (11,23): he demostrado ser un servidor de Cristo. Los peligros -puestos enfáticamente ante los ojos mediante una óctuple repetición de la palabra- son, en parte, los normales de todos los viajeros de la antigüedad, y, en parte, los peculiares de Pablo como mensajero del Evangelio.

Vadear o atravesar corrientes de agua podía resultar peligroso, sobre todo en época de lluvias. Pablo tuvo que atravesar innumerables veces grandes corrientes de agua, a lo largo de sus viajes, sobre todo en Asia Menor.

Aparte los peligros provenientes de la salvaje naturaleza, amenazaban otros de parte de los hombres. Pablo menciona en primer lugar los bandoleros al acecho y después las asechanzas que se le tendían como misionero del cristianismo. Tuvo que soportarlas de parte de los judíos, de los gentiles y de los cristianos. Ha mencionado ya los peligros de parte de los judíos, tales como flagelaciones y lapidaciones. Sufrió, además, de parte de ellos, asechanzas, acusaciones ante las autoridades romanas, las iras de los tumultos populares, expulsión de ciudad en ciudad 87. También ha mencionado ya los peligros y sufrimientos de parte de los gentiles, cuando ha citado los tres castigos con varas. Hubo, además, cárceles, juicios ante los tribunales y cosas semejantes (finalmente, Pablo fue decapitado por los gentiles en la vía de Roma a Ostia). Pero incluso en sus propias comunidades amenazaban a Pablo peligros de parte de los falsos hermanos. Estos peligros eran mucho más perniciosos porque Pablo vivía, sin sospecharlo, en medio de ellos en la Iglesia y pasaba, acaso, mucho tiempo antes de que pudiera advertirlo. Podemos pensar en los falsos apóstoles, que también eran falsos hermanos, de que nos informa esta misma carta segunda a los Corintios. O en las dificultades que le habían preparado a Pablo los judeocristianos fanáticos de Jerusalén (Act 21,20-22) o en la exacerbada hostilidad de los judeocristianos de Galacia, que exigían que también los cristianos procedentes del paganismo aceptaran la manera de vivir de los judíos (Gál 2, 4; 5,12; 6,3). Pablo sostuvo con estos enemigos una ruda batalla. Así, se vio siempre en la precisión de rechazar los constantes ataques, calumnias y tentaciones que le amenazaban de parte de los falsos hermanos. Es posible que en alguna ocasión llegaran a amenazarle de muerte. En la tercera serie enumera Pablo los peligros que vienen definidos por razón del lugar: en la ciudad 88, en despoblado, en el mar. Son los mismos que se han mencionado antes, pero desde otro punto de vista
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87. Cf. 1Ts 2,l4s; 2Ts 3,10s. 88. Cf. Hch 9,23.29; 13,50; 14,5; 23,12; 24,27.
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27 En trabajo y agotamiento; sin poder muchas veces dormir; en hambre y sed; con frecuencia, sin poder comer; en frío y desnudez.

También estas privaciones y trabajos soportó Pablo en el ministerio apostólico. Tuvo que pasar noches en vela, parte obligado por el trabajo pastoral que -ocupado durante el día en ganarse su sustento- tenía que desempeñar por la noche, parte porque las preocupaciones opresivas le quitaban el sueño. Hambre, sed y ayuno no eran penitencias elegidas por propia voluntad sino, con frecuencia, pura y lisamente hambre que pasaba el apóstol, privado de recursos. Las persecuciones y encarcelamientos eran nuevas fuentes de privaciones. También tuvo que soportar Pablo calor y frío bajo las azarosas circunstancias de sus viajes. Es seguro que hizo a pie la mayor parte de sus viajes terrestres; no podía ni pensar en viajar en carruaje. Pablo era un hombre pobre, que se veía privado de muchas de las comodidades posibles en aquel tiempo, porque no tenía los medios económicos para procurárselas. Los adversarios de Pablo no sentían, en cambio, vergüenza alguna en explotar a las comunidades (11,20).

28 Además de otras cosas, lo que pesa sobre mí cada día: la preocupación por todas las Iglesias.

Pablo describe, finalmente, las cargas propias del llamamiento al ministerio apostólico. La preocupación que pesaba sobre él cada día, por las personas y por las cosas. ¡Cuántos hombres le buscaban y le necesitaban! Cristianos que precisaban su consejo o su consuelo, su palabra de aliento o de amonestación. Gentiles que buscaban más amplia instrucción. Judíos o cristianos litigantes que se quejaban y desasosegaban al apóstol. También acosaba al apóstol la preocupación por las cosas y por los hechos, las dificultades y apuros inacabables, que le cercaban por todas partes, día tras día, o que le procuraban con toda intención.

A la preocupación pastoral que le proporcionaba, a veces, la comunidad del lugar donde se hablaba, se añadía la agotadora preocupación por las comunidades fundadas por Pablo y cuyo ulterior desenvolvimiento tenía que dirigir. Todas las comunidades le mantenían en tensión y preocupación constante. Quería y tenía que encontrarse al mismo tiempo en todas partes. Pero la mayoría de las veces debía contentarse con prestarles su ayuda a través de mensajeros y cartas. Llevaba sobre sus hombros una carga verdaderamente ecuménica, cada vez mayor. ¿Qué sabían de esto los malévolos adversarios de Pablo en Corinto? ¿Lo sabían, al menos, sus propios amigos?

29 ¿Quién desfallece, sin que yo no desfallezca? ¿Quién sufre un escándalo, sin que yo no me abrase?

Pablo ha hablado hasta aquí de la extensión y amplitud de sus preocupaciones; ahora habla de su profundidad y peso. La preocupación universal por la Iglesia toda es, al mismo tiempo, una coparticipación en la vida y en los sufrimientos de cada uno. A cada uno en particular lleva Pablo en el corazón orando y preocupándose por ellos (Flp 1,7). Sufre dolores de parto hasta que Cristo llora con los que lloran (Rom 12,15). Sufre en sí mismo la tragedia de caída y la perdición de todos los pecadores. Se hizo débil con los débiles (lCor 9,22). Si alguno, escandalizado, acaba por caer, el mismo Pablo se abrasa de angustia, de dolor, de compasión y también, ciertamente, de cólera, aunque siempre con la intención de ayudar y salvar.

30 Si hay que presumir, presumiré de mi debilidad. 31 El Dios y Padre del Señor Jesús -el que es bendito por los siglos- sabe bien que no miento.

Pablo pone fin a esta parte de su discurso de alabanza de sí mismo fundamentando y disculpando, una vez más, su insensatez. Puesto que hay que presumir, puesto que otros lo hacen, lo ha hecho Pablo. Pero aquello de que Pablo presume es algo completamente diferente de la soberbia jactancia de los adversarios, que se glorían de sus privilegios y sus obras. Pablo se gloría de su debilidad. Lo que ha narrado es, desde luego, también una manifestación del poder, de la constancia y de la fuerza del apóstol. Pero es, asimismo, una descripción de la debilidad en cuanto que descubre la constante insuficiencia de las fuerzas humanas. Y desde este punto de vista habla Pablo ahora. Frente a todos los obstáculos y dificultades interiores y exteriores, frente a los peligros de la naturaleza y la maldad de los hombres, el hombre se encuentra desamparado y desvalido, y además de su desvalimiento debe tomar sobre sí el de sus hermanos. Por eso es una descripción de su debilidad. Por eso la conducta de Pablo es enteramente opuesta a la de sus enemigos de Corinto, que se gloriaban de sus privilegios y de sus trabajos. Ciertamente también Pablo se gloría de la debilidad y en la debilidad, porque en la debilidad se descubre la fuerza de Dios, que está con el apóstol y le acredita públicamente ante la Iglesia y el mundo, pues, a pesar de toda su debilidad, no ha sucumbido hasta el momento. Esto insinúan aquí las palabras del apóstol, cuando dice que la fuerza se manifiesta en la flaqueza (12,9).

Pablo pone el sello a la descripción de sus trabajos afirmando que su discurso de alabanza de sí mismo es enteramente veraz. Emplea de nuevo (como en 1,23) una fórmula de juramento ante el Dios y Padre de Jesús, a la que añade una alabanza a la divinidad.

32 En Damasco, el gobernador del rey Aretas tenía puestos guardias en la ciudad de Damasco para prenderme, 33 y, por una ventana a través del muro, fui descolgado, metido en una cesta y escapé de sus manos.

Estos dos versículos constituyen, evidentemente, un paréntesis, dentro del discurso de glorificación. Mientras que en el discurso el estilo es conciso, rítmico y movido, la inserción es deslavazada, prosaica, y cita nombres concretos de lugares y personas. También en los Hechos de los apóstoles (Act 9,24) se relata el episodio de la huida de Pablo de Damasco. Aretas IV, rey de los nabateos (9 a.C.-40 d.C.), era, en aquel tiempo, señor de la ciudad de Damasco, regida, en su nombre, por un gobernador. Éste, instigado por los judíos, quiso encarcelar a Pablo. El apóstol esquivó el golpe descolgándose por el muro (desde una casa que estaba junto a la muralla) y escapándose. Es posible que al enumerar la larga lista de sus sufrimientos y trabajos se le haya venido a Pablo a la memoria este episodio con especial viveza, como caso típico de los peligros y de las amenazas mortales contra su vida. Y así lo insertó al final de su discurso.