CAPÍTULO 10


6. SEGUNDO INTERMEDIO (10,1-11,14)

Las visiones de las trompetas han mostrado cómo Dios, en un enfrentamiento con el mal que va madurando en el mundo de los hombres, lleva adelante combativamente su plan de la salvación. Sus juicios se hacen más frecuentes, más duros y más generales; a la apostasía en masa corresponde un aniquilamiento en masa puesto en marcha por medio de los espíritus infernales de contradicción a Dios y a sus órdenes, movidos por el odio al Creador y a todas sus obras. La justicia y la discordia, el desamor y la violencia dominan el mundo, en el cual tienen que vivir los hombres y ahora, hastiados de su vida, se desesperan. En tanto va adelante el proceso que sigue a la séptima trompeta, los hombres no quieren ya vivir, el mundo está maduro para la ruina que hace prever la séptima trompeta.

Sin embargo, como anteriormente tras la sexta visión de los sellos, también ahora se interrumpe el curso de los acontecimientos con una visión intermedia, que como la del capítulo séptimo tiene por objeto levantar los ánimos de los fieles tras los últimos cuadros estremecedores y fortalecerlos ante la intensificación de calamidades que se prevé.

a) El ángel con el libro abierto (10,1-11)

1 Y vi a otro ángel poderoso, que bajaba del cielo envuelto en una nube. Tenía sobre su cabeza el arco iris; su rostro era como el sol y sus piernas como columnas de fuego. 2 Y tenía en la mano un librito abierto. Puso el pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra, 3 y gritó con gran voz, como ruge el león.

Esta sección refiere un segundo llamamiento a Juan; el lugar de esta segunda visión inaugural es el mismo de la primera (1,9), el destierro de Patmos. Aparece un ángel de enorme estatura; desde Patmos lo ve Juan con las piernas separadas, con un pie sobre la tierra y otro sobre el mar; su figura alcanza por encima de las nubes, que envuelven su cuerpo como una túnica, su rostro, próximo al sol, está inundado de resplandor de luz Por lo demás, toda la aparición está acompañada de símbolos que en la primera visión inaugural se habían aplicado al Hijo del hombre glorioso (1,13ss), o que incluso están tomados, como, por ejemplo, el arco iris (4,3), de la visión del que impera en el trono; el ángel, con tal resplandor de la gloria del cielo, es considerado como enviado de Dios y del Cordero; su aspecto exterior refleja tanto el dominio soberano como la gracia («arco iris») de Dios. Mas la grandiosa impresión de su figura no es un fin en sí, sino que con ella se trata más bien de realzar lo esencial -como se da realce a un cuadro con un marco suntuoso-, a saber, el librito que lleva abierto en su mano derecha. El librito, calificado expresamente con el diminutivo, quiere significar la circunstancia de que sólo contiene un mensaje parcial tomado del libro de los siete sellos que abarca todo el plan salvífico de Dios; el gran libro se había abierto ya completamente (8,1), de modo que tampoco está ya oculto este pequeño fragmento de él. Sin embargo, antes de que el ángel entregue al vidente el librito con el mensaje contenido en él, le oye Juan lanzar un grito, cuya potente voz, que corresponde a su figura, sólo puede compararla con el rugido del león, imagen habitual empleada para designar una llamada apremiante (cf. Os 11,10; Am 3,8).

3b Cuando gritó, dieron los siete truenos su propio estampido.

Al sonoro grito del ángel, que desde las alturas resuena por toda la tierra, responde un séptuple eco, los «siete truenos»; como éstos llevan el artículo determinado («los»), deben querer dar a entender algo determinado y conocido. El trueno se emplea diversamente en la Biblia para representar figuradamente la voz de Dios (Sal 18[17]14; 29[28]3; Jer 25,30s; Jn 12,28s); así parece obvio ver en los truenos la respuesta de Dios a la llamada del ángel; el simbolismo apocalíptico del número siete confirmaría esta hipótesis.

4 Y cuando lo hubieron dado los siete truenos, iba yo a escribir, y oí una voz del cielo que decía: «Sella las cosas que hablaron los siete truenos y no las escribas.»

Sin duda ha entendido el vidente lo que ha gritado el ángel y lo que han respondido los siete truenos, puesto que quiere escribirlo, conforme al encargo que se le había dado anteriormente (1,19)34. En este caso, Dios se lo prohíbe expresamente, con lo cual veda que se dé a conocer lo que se ha oído. No todas y cada una de las cosas están destinadas a todos y a cada uno; hay también revelaciones de Dios que se dan como ilustración y fortalecimiento puramente personal (cf. 2Cor 12,4).

A quien Dios elige como transmisor de su verdad salvífica y de su realización de la salvación, le otorga también para el desempeño de esta misión convicciones y auxilios sobrenaturales.
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34. Tomado esto a la letra, se podría interpretar en el sentido de que Juan escribió su visión durante el éxtasis mismo. Esto, sin embargo, sería difícil de compaginar con las observaciones relativas al revestimiento literario de la visión. El vidente recibió en el estado extático ciertas informaciones, a las que en una redacción posterior dio una forma tal, que pudiera ser comprendida por aquellos a quienes debía comunicar las revelaciones. También el material de representaciones que podía utilizar debía ser comprensible para los destinatarios. Así pues, la visión dice únicamente que el encargo que se le había dado (1,11) se suspende en este caso.
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5 Y el ángel que yo había visto de pie sobre el mar y sobre la tierra, levantó al cielo su mano derecha. 6 Y juró por el que vive por los siglos de los siglos, el que creó el cielo y lo que en él hay, y la tierra y lo que en ella hay, y el mar y lo que en él hay, que no habrá más tiempo; 7 sino que cuando el séptimo ángel profiera su voz, cuando vaya a tocar su trompeta, se habrá consumado el misterio de Dios, como anunció él a sus siervos, los profetas.

Una vez más hace surgir el vidente la poderosa figura del ángel para recalcar con ello lo que el ángel hace ahora; el desarrollo se inspira a ojos vistas en un modelo de Daniel (Dan 12,7). Con un solemne juramento por el Creador del universo anuncia el ángel que «el misterio de Dios», a saber, el designio salvífico de Dios con su mundo, que desde la eternidad había estado oculto en él (cf. Ef 3,9), y con la creación había comenzado a manifestarse, ahora se realizará plenamente con el son de la última trompeta. La plena realización de la promesa de salvación, que Dios había confiado como buena nueva a sus mensajeros para que la dieran a conocer, no sufre ya dilación. El juramento del ángel y su contenido tienen por objeto levantar los ánimos de los fieles con la esperanza y proporcionarles gozo con la seguridad que Dios les garantiza solemnemente (cf. Lc 21,28) que la historia del mundo sigue imperturbablemente, aun en las épocas más tenebrosas, el camino que Dios mismo le ha señalado.

8 Y la voz que había oído del cielo hablaba de nuevo conmigo y decía: «Anda y toma el librito que tiene abierto en la mano el ángel que está de pie sobre el mar y sobre la tierra.» 9 Me fui al ángel, diciéndole que me diera el librito. Y me dice: «Toma y devóralo. Amargará tu vientre, pero en tu boca será dulce como miel.»

El ángel todavía tiene que transmitir personalmente un mensaje a Juan. El requerimiento de acogerlo viene del cielo; las vocaciones de Dios parten directamente de él. El ángel evacua su mensaje con una acción semejante a aquella con que Dios había puesto la suerte de su mundo en la mano del Hijo del hombre glorificado, que lo había redimido (5,7). La orden de apropiarse personalmente el mensaje comunicado a fin de notificarlo a otros, le viene impartida en forma muy expresiva, como había sucedido al profeta Ezequiel en el momento de su llamamiento (Ez 2,9-3,3). En la imagen de comerse el libro se patentizan adecuadamente el presupuesto fundamental y la nota esencial de toda predicación: su objeto son, no ideas propias, sino revelaciones de Dios; el profeta debe asimilárselas interiormente, antes de poder comunicarlas, sin merma de su contenido, como profesión («testimonio») a los hombres de su tiempo conforme a sus modos de representarse las cosas y a su mentalidad.

10 Tomé el librito de la mano del ángel y lo devoré. Y era en mi boca dulce como miel; pero cuando lo hube comido, se me amargó el vientre. 11Y me dicen: «Tienes que profetizar de nuevo sobre pueblos, naciones, lenguas y reyes numerosos.»

El cumplimiento de esta vocación tiene dos efectos discordantes entre sí, según lo había predicho el ángel. Es un honor ser designado por Dios como profeta y así ser hecho uno partícipe de los pensamientos e intenciones divinas, cuyo contenido, sin embargo, no es sólo gracia, sino también juicio. Por esta razón el conocimiento de la voluntad divina deja un amargo resabio; también las amargas experiencias que lleva consigo el desempeño del oficio de profeta están contenidas en este rasgo de la imagen (cf. Jer 11, 21; 15,10-21; 20,7-18). La vocación recibida ya en la acción simbólica se expresa todavía con palabras al final; con ello se explica el llamamiento como una obligación («tienes que»). La referencia al contenido universal del mensaje se puede colegir de la circunstancia de que el objeto de la nueva revelación no es la visión inmediatamente siguiente (11,1-2), por lo menos en su interpretación más estrictamente posible.