CAPÍTULO 8


5. EL SÉPTIMO SELLO (8,1)

1 Y cuando abrió el último sello, hubo un silencio en el cielo como de media hora.

Con la apertura del séptimo sello se ha despejado el último obstáculo que impedía penetrar en el contenido del libro y notificarlo. El mismo enmudecer por un momento (media hora = un tiempo breve, un rato ) los coros celestiales, pinta de manera impresionante la tensión con que todos aguardan la conclusión del plan salvífico de Dios. En realidad, el contenido del séptimo sello encierra más que el fin, cuyo momento, contrariamente a lo esperado, no ha llegado todavía. Esta demora de Dios puede ser a veces una dura prueba para los fieles, mientras que a los incrédulos les sirve de estímulo. Del séptimo sello vuelve a desarrollarse un grupo de siete plagas, que se describen en las visiones de las trompetas; éstas, comparadas con la primera serie de plagas («comienzo del doloroso alumbramiento») significan una gradación. Cuanto más se acerca el fin, mayor dureza y claridad adquieren las pruebas, porque la conversión se hace más apremiante.


III. VISIONES DE LAS TROMPETAS (8,2-11,19)

1. INTRODUCCIÓN (8,2-6)

2 Y vi a los siete ángeles que están de pie ante Dios. Y se les dieron siete trompetas.

Como ya en las visiones de los sellos, los acontecimientos de la historia y de la naturaleza se habían hecho depender de un hecho en el cielo, así también la introducción a la visión de las plagas de las trompetas da a entender que lo supramundano y lo terrestre no son sectores acabados en sí e independientes el uno del otro, sino que, por el contrario, nada sucede en la tierra, que no haya sido preparado y fijado en el cielo. Por esta razón, también las visiones de las trompetas son introducidas mediante una acción litúrgica en el templo del cielo, que una vez más se describe a base de ritos litúrgicos del templo de Jerusalén. Allí, los sacerdotes designados para el sacrificio del incienso llevaban carbones encendidos en una copa de oro, del altar de los holocaustos al altar de los perfumes y luego esparcían sobre ellos el incienso. Mientras se celebraban las acciones sacrificiales, algunos sacerdotes daban fuera al pueblo con trompetas la señal para la adoración.

TROMPETA/SIMBOLO: En la liturgia celestial están representados los sacerdotes por ángeles: Así, a los «siete ángeles que están de pie ante Dios» (cf. Tob 12,15) se les dan instrumentos de viento. Los siete espíritus supremos, concebidos como ordenanzas que aguardan órdenes en todo momento y están por tanto en pie en inmediata proximidad al trono, se llaman en la apocalíptica judía «ángeles del rostro» o «ángeles de la presencia» o también sencillamente «arcángeles»33. La trompeta es el instrumento con el que, según la Sagrada Escritura, se anuncian especialmente los acontecimientos escatológicos (Mt 24,31; lCor 15,52; lTes 4,16). Así como en las cuatro primeras visiones de los sellos aparecían las plagas a la orden de mando de un ser viviente «como con voz de trueno», así sucede ahora cada vez con un toque de trompeta que van dando por orden los siete ángeles.
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33. En la Biblia misma se llama por sus nombres a tres de estos siete ángeles: Miguel (Dan 10,13; 12,1; Jds 9; Ap 12,7); Gabriel (Dan 8,16ss; 9,21ss; Lc 1,19.26); Rafael (Tob 12,15). El Apocalipsis apócrifo de Henoc (cap. 20) cita además como nombres de los restantes: Uriel, Raguel, Saracael, Remiel.
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3 Y vino otro ángel y se puso en pie, junto al altar, con un incensario de oro. Y se le dio gran cantidad de incienso para que lo ofreciese, con las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que está delante del trono. 4 Y el humo del incienso con las oraciones de los santos subió de la mano del ángel en presencia de Dios

Todavía durante la media hora de silencio en el cielo y antes de que den su señal los siete ángeles, se acerca ahora «otro ángel» al altar del cielo mencionado ya en 6,9 y concebido ahora como altar de los perfumes, para ofrecer en él el sacrificio del incienso. La nube de incienso que se eleva está puesta ahora, como ya en 5,8, en relación con las «oraciones de los santos» (cf. Tob 12,12; Sal 141[140]2; los ángeles del cielo hacen suya la oración de los que están marcados con el sello de Dios y la llevan purificada ante la presencia de Dios. Con la Iglesia afligida en la tierra oran los espíritus bienaventurados en el cielo; así pues, la Iglesia no puede sentirse abandonada, sino más bien siempre segura.

5 Tomó el ángel el incensario y lo llenó con fuego del altar, y lo arrojó sobre la tierra. Y hubo truenos, voces, relámpagos y terremotos.

Al cuadro de la segura protección y de la paz sigue en brusca transición el del terror y del juicio. De los carbones ardientes del altar, sobre el que se elevan las oraciones de los «santos», es decir, de los fieles en la tierra, llena el ángel su incensario y lo arroja a la tierra. Falta una explicación explícita de esta acción simbólica, pero se halla implícitamente en los efectos que a continuación se indican. Con tempestades y temblores de tierra se anuncian los juicios de Dios (cf. Ez 10,2) sobre aquellos que tratan de afirmarse por su cuenta fuera de los órdenes de Dios y contra su voluntad de salvación. Este segundo acto de la liturgia celestial, el anuncio de los castigos de Dios, se halla en conexión causal con el primero, a saber, el acto de homenaje y de intercesión ante la majestad divina; «los santos»a, que por la acción redentora del Cordero fueron constituidos en sacerdotes y partícipes de la soberanía de Dios (5,8-10), intervienen con sus oraciones en la suerte del mundo.

6 Y los siete ángeles que tenían las siete trompetas se prepararon para tocarlas.

El próximo comienzo de los castigos conminados se anuncia en la circunstancia de aprestarse los ángeles a tocar las trompetas; sin embargo, deben aguardar el momento que sólo viene determinado por Dios.

2. LAS CUATRO PRIMERAS TROMPETAS (8,7-12)

Como las visiones de los sellos, también el segundo grupo de siete está a su vez subdividido; en cada caso las cuatro primeras visiones forman una unidad coherente. Las cuatro plagas anunciadas por las trompetas no afectan directamente a los hombres como las respectivas de los sellos, sino más bien a su espacio vital; los órdenes de la naturaleza se salen de sus quicios. Análogas catástrofes de la naturaleza se habían producido ya con la apertura del sexto sello; allí servían para indicar la proximidad del juicio, mientras que aquí son en sí mismas plagas y castigos (cf. Lc 21,25s). Que tampoco estos acontecimientos, con ser tan espeluznantes, no significan todavía el fin, se da a entender al restringirse la destrucción a un tercio del respectivo sector afectado. A lo largo de la descripción de las diferentes catástrofes se adivinan espontáneamente como modelos ciertos pasajes del Antiguo Testamento, como, por ejemplo, las plagas de Egipto y la destrucción de Sodoma, lo cual es de nuevo un signo de que los sucesos apocalípticos no se toman a la letra, sino que se entienden simbólicamente. También la sucesión de las plagas ha de entenderse por consiguiente como un orden de razón, no como una sucesión temporal. Para la obra de destrucción vienen desencadenadas fuerzas tremendas en el ámbito de la naturaleza; si bien hoy día no nos parecen tan fantásticos los cuadros del Apocalipsis, sino que más bien nos hacen pensar en las temidas armas modernas de destrucción, esto mismo puede servirnos para comprender de manera más apropiada el sentido de las imágenes; sin embargo, no hay que olvidar que en tales cuadros no nos hallamos ante descripciones reales, sino simbólicas, en las que se ponen al descubierto ciertos rasgos esenciales de lo que ha de venir, pero no su figura concreta.

7 Y tocó el primero la trompeta. Y hubo granizada y fuego mezclado con sangre, y fueron arrojados sobre la tierra. Y quedó abrasada la tercera parte de la tierra; abrasado, la tercera parte de los árboles; abrasada toda la hierba verde.

La primera trompeta anuncia desolación para la tierra firme. Así pues, ha transcurrido ya en el tiempo de tolerancia que anteriormente (7,3) se había ordenado para toda la tierra. El campo, los bosques, las praderas se ven seriamente afectados; la séptima plaga de Egipto (Ex 9,23ss) refiere análogos temporales. El Apocalipsis añade la lluvia de sangre, encareciendo la descripción de la plaga egipcia (cf. Jl 3,3s). La representación tiene sin duda su origen en un fenómeno de la naturaleza que se observa en el Próximo Oriente, donde a veces los remolinos de arena del desierto dan a la lluvia un tinte rojizo; este fen6meno está considerado como de mal augurio. Su mención suplementaria en este lugar pudiera ser eventualmente mera indicación de que viene todavía algo peor. Con el deterioro del suelo y de las plantas se ven afectados los hombres y el ganado, al quedar sensiblemente disminuidos los medios de subsistencia; la pérdida de un tercio del producto de la tierra es mucho, y se deja sentir en todas partes.

8 El segundo ángel tocó la trompeta. Y algo así como una gran montaña, ardiendo en llamas, fue arrojado al mar. Y la tercera parte del mar se convirtió en sangre, 9 y murió la tercera parte de los seres creados que viven en el mar, y la tercera parte de las naves fue destruida.

Con el segundo toque de trompeta viene afectado el mar, representado con la imagen de una masa incandescente tan grande como una montaña, que se desploma. Aquí se echa de ver de nuevo hasta qué punto las imágenes apocalípticas están diseñadas en primer término en función del pensamiento y no precisamente en función de la realidad física; la fauna marina no parece sucumbir precisamente por efecto del calor y de la fuerza mecánica, sino por la transformación de las aguas en sangre debida a la masa ígnea, como se dice a imitación de la primera plaga de Egipto (Ex 7,20s); en cambio, se comprende que se pierda la tercera parte de los navíos a causa de la fuerte marejada. Quizá también las representaciones apocalípticas, que se desarrollan como visiones oníricas, se alejan deliberadamente de la experiencia de la naturaleza con el objeto de insinuar que lo que importa no es el acontecimiento de la naturaleza, sino el signo en que éste queda constituido por Dios.

10 Y el tercer ángel tocó la trompeta. Y cayó del cielo una gran estrella, ardiendo como una antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos y sobre las fuentes de las aguas. 11 Y el nombre de la estrella es el de «Ajenjo». Y la tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo, y muchos hombres murieron por las aguas, porque se habían vuelto amargas.

Al tercer toque de trompeta se produce algo extraordinariamente pavoroso: una estrella imponente, llameante como un meteoro entrado en la atmósfera, cae del cielo: señal de que Dios está oculto tras este fenómeno. Parece ser que Juan ve explotar esta bola de fuego, de modo que su venenoso contenido espolvorea la tercera parte de las aguas dulces. El resultado es un envenenamiento del agua potable; por esta razón lleva la estrella el nombre de la planta del ajenjo, el absintio, que por su fuerte amargor se tenía por venenosa en la antigüedad (cf. Jer 9,15; Am 6,12).

12 Y el cuarto ángel tocó la trompeta. Y fue azotada la tercera parte del sol, la tercera parte de la luna y la tercera parte de las estrellas, de modo que se oscureció la tercera parte de ellos, y el día no brilló en su tercera parte, y otro tanto la noche.

La cuarta trompeta restringe todavía más las posibilidades de vida en la tierra; la luz, sin la cual nada crece ni prospera, desaparece en una tercera parte. Aquí se supera apocalípticamente la novena plaga de Egipto (Ex 10,21-23). Las fuentes de luz del universo pierden una tercera parte de su fuerza luminosa, se anuncian eclipses parciales de los astros (cf. Mt 24,29); por añadidura pierden también los astros la tercera parte de la duración de su luz, lo cual es de nuevo un signo de que los cuadros están trazados más bien en forma expresionista, en función de su significado.

Los castigos de Dios, con su limitación, se caracterizan como amenazas y signos precursores del juicio que sobrevendrá un día y como llamada a la conversión; todavía dura el tiempo de la gracia y la posibilidad de convertirse.

3. CUADRO INTERMEDIO: AYES DEL ÁGUILA (8,13)

13 Y miré, y oí a una águila, que volaba en lo más alto del cielo, decir con gran voz: «¡Ay, ay, ay de los que moran sobre la tierra, por causa de los demás toques de trompeta de los tres ángeles que están para tocarla!»

Antes de que se inicien las tres plagas que todavía están por venir, las cuales, a diferencia de las precedentes, no afectan ya únicamente al espacio vital de los hombres, sino directamente a éstos, se anuncian expresamente con un triple ay, que desde el cenit resuena fatídicamente sobre la tierra entera. Son los fuertes gritos de un águila, que también en otros lugares de la literatura apocalíptica desempeña el papel de mensajera de infortunio; volando por lo alto del cielo, es visible a los ojos de todos; sus ayes se aplican a los «que moran sobre la tierra», es decir, a los impíos (cf. comentario a 3,10), los cuales, por tanto, son especialmente afectados por las catástrofes que siguen.