V. LOS ESCRITOS REFORMISTAS DE LUTERO DE 1520

BIBLIOGRAFÍA: H. DANNENBAUER, Luther als religiöser Volsksschriftsteller 1517-20, Tubinga 1930; O. CLEMEN, Die lutherische Reformation und der Buchdruck, Leipzig 1939; H. v. CAMPENHAUSEN, Reformatorisches Selbstbewusstsein und Reformatorisches Geschichtsbewusstsejn bei Luther, 1517-22: ARG 37 (1940) 128-150; H. V0LZ, Die ersten Sammelausgaben von Lutherschriften und ihre Drucker (1518-1520): Gutenberg-Jb 1960, 185-202; W. KÖHLER, Zu Luthers Schrift «An den christlichen Adel deutscher Nation»: ZSavRGkan 14 (1925) 1-38; W. MAURER, Von der Freiheit eines Christenmenschen, Gotinga 1949; H. ASMUSSEN, Glaube und Sakrament. Zwei Abschnitte aus «De captivitate»: Begegnung der Christen, Stuttgart 1959, 161-178.

Tras la disputa de Leipzig, Lutero se convirtió más y más en héroe y oráculo de la nación. Él mismo se sentía henchido de espíritu apocalíptico y se imaginaba estar llamado a oponerse al anticristo. Ello daba a su lengua patetismo profético, energía y decisión. Caballeros, ciudadanos y campesinos, apenas capaces de comprender al reformador en sus verdaderos temas religiosos, se sentían sostenidos por la seguridad de que Lutero traería la por tanto tiempo ansiada reforma de la Iglesia y del imperio, siquiera por reforma se entendiera también el logro de los fines políticos y sociales de cada uno. De dondequiera afluían los estudiantes a la universidad de Wittenberg, cuya facultad de artistas había sido reformada, a instancias de Lutero, en sentido humanístico, y en que Melanchthon ocupaba la cátedra de griego. Los estudiantes eran a su vez heraldos eficaces de las doctrinas luteranas hasta los más remotos rincones del imperio. La imprenta, además, ofrecía posibilidades completamente nuevas de propaganda. Ya en 1518, el humanista Juan Froben, de Basilea, había hecho una edición completa de las obras latinas de Lutero con alta tirada. Nuevas ediciones, ampliadas, aparecieron en 1520 en Estrasburgo y Basilea. Aquí siguieron en mayo de 1520 y en Estrasburgo en julio colecciones de obras de Lutero en latín, que hallaron buena salida. Lutero ocupó a veces a tres impresores para lanzar sus obras a la publicidad. Las más de las veces eran escritos polémicos, solicitados por el momento, y escritos a vuela pluma, que atacaban abusos o respondían a ataques. Añadíanse numerosos escritos edificantes, testimonio de su experiencia religiosa y, a par, ayuda pastoral para muchos que se dirigían a él. Lutero dominaba la lengua del pueblo; a menudo era grosero y lleno de áspera burla, pero nunca aburrido y difícil, como la teología escolástica en sus minuciosas disputaciones.

        El año 1520 representó el primer punto culminante de su actividad publicitaria. Entre los escritos pastorales de fines de 1519 hay que contar principalmente los sermones sobre los tres sacramentos, únicos que en adelante quiere reconocer Lutero como válidos: 1.° sermón sobre el sacramento de la penitencia (WA 2, 713-723); 2.° sermón sobre el sacramento del bautismo (WA 2, 727-737); 3.° sermón sobre el venerable sacramento del verdadero cuerpo de Cristo y sobre las hermandades (WA 2, 742-758). Sin embargo, se discute si Lutero mantiene aún la sacramentalidad de la penitencia en el sentido tradicional. No mira la palabra del perdón de los pecados en su relación interna con el ministerio de la Iglesia. Por eso, en su opinión, cualquier laico puede dar la absolución: «Síguese en noveno lugar que, en el sacramento de la penitencia y perdón de la culpa, ni el papa ni el obispo hacen más que el más humilde sacerdote; es más, si no hay sacerdote, otro tanto hace cualquier cristiano, aunque sea una mujer o un niño. Porque cualquier cristiano que te diga: “Dios te perdona tus pecados”... y tú puedes comprender la palabra con fe firme, como si Dios te hablara, en esa misma fe eres ciertamente absuelto. Tan de todo en todo está todo en la fe en la palabra de Dios» (WA 2, 716).

En el bautismo y la eucaristía, «los dos principales sacramentos de la Iglesia», recalca fuertemente Lutero la apropiación subjetiva de la gracia que en ellos se ofrece y sus efectos fructuosos. El opus operatum debe convertirse en la fe, en el opus operantis; de lo contrario sólo produce daño, como la cruz de Cristo se convirtió en fatalidad para los judíos. Spalatin le invitó a que escribiera también sobre los otros sacramentos; pero Lutero rechazó la invitación, pues no había razón alguna para ellos en la sagrada Escritura. «Para mí no quedan ya más sacramentos. Porque sólo se da un sacramento, cuando hay una expresa promesa divina para el ejercicio de la fe» (WA Br 1, 595).

Se le reprochó a Lutero que con su doctrina de la justicia por la fe sola perjudicaba a las obras y hasta las hacía despreciables. Contra esa censura y a ruegos de Spalatin escribió Lutero en el principio de 1520 el extenso sermón «sobre las buenas obras», en que se aborda la relación entre la fe y las obras (WA 6, 202-276). Aquí da a los laicos una extensa instrucción para vivir y obrar cristianamente. La más excelente de todas las obras es la fe (Jn 6, 28). Pero no es una obra buena junto a las otras, sino la fuente, de toda obra buena. Estas son fruto de la fe, «que trae consigo caridad, paz, gozo y esperanza». Lo que importa no es la grandeza de la obra externa; todo nuestro obrar puede convertirse en obra buena, con tal de que tenga por motivo la fe. «Si, pues, la justicia está en la fe, es claro que ésta sola cumple todos los mandamientos y hace justas sus obras» (WA 6, 211). Si tuviéramos fe viva, «no necesitaríamos de ley alguna, sino que cada uno obraría por sí mismo buenas obras en todo momento» (WA 6, 213). Pero mientras no tenemos esta libertad de la fe para las buenas obras, necesitamos de leyes y exhortaciones, y tenemos que ser excitados como niños a bien obrar, con ceremonias y promesas. Sin embargo, la fe misma no nace de las obras, sino que es un don de Cristo. «Mira, pues, que debes formar a Cristo en ti, y ver cómo Dios te ofrece en él su misericordia, sin méritos tuyos precedentes, y de esta imagen de su gracia sacar la fe y seguridad del perdón de todos tus pecados. Por eso la fe no comienza con las obras, ni las constituyen, tiene que manar y fluir de la sangre, de las llagas y de la muerte de Cristo» (WA 6, 216). La fe se prueba en el diario quehacer, en la obediencia a los mandamientos de Dios. Con ello tenemos bastante, no son menester otras obras que nos impongamos nosotros. Las obras que se me imponen «no aparecen ni brillan», como las obras no mandadas de los «nuevos santos». Son tanto más altas y mejores, cuanto menos brillan, y «se hacen tan callada y secretamente que nadie, fuera de Dios, se entera de ellas». En este primer escrito del año decisivo de 1520, tal vez el más importante y en todo caso no atendido como se merece, se mueve Lutero en las ideas de la mística alemana, particularmente de Taulero. Dentro de la polémica resulta claro que no rechaza en absoluto las obras, sino una piedad de obras que en muchos casos se hace pura mecánica.

Lo que condujo a una rotura cada vez más clara no fue la doctrina misma sobre la justificación, sino sobre la Iglesia. Ya de atrás luchaba Lutero con la idea de que el papa era el anticristo[98]. En febrero de 1520 conoció el escrito de Lorenzo Valla sobre la supuesta donación de Constantino (1440), editado de nuevo por Ulrico de Hutten. El 24 de febrero escribió sobre él a Spalatin: «Me angustio de forma que casi ya no dudo de que el papa sea el verdaderísimo anticristo que, según opinión general, está aguardando el mundo» (WA Br 2, 48s). Por el mismo tiempo vino a manos de Lutero el Epithoma responsionis ad Lutherurn (1519) de Silvestre Prierias, en que se recalcaba fuertemente el primado y la infalibilidad del papa. En mayo apareció la obra del franciscano Agustín Alveldt Super apostolica sede..., a la que respondió el fámulo de Lutero, Juan Lonicer. Cuando luego Alveldt publicó, refundido, su escrito en lengua alemana, escribió Lutero mismo una violenta réplica: Sobre el papado de Roma contra el famosísimo romanista de Leipzig (1520; WA 6, 285-324). Aquí desenvuelve Lutero su doctrina sobre la Iglesia:

1. La cristiandad, como congregación de todos los creyentes en Cristo, no es una congregación «corporal», sino «de corazones en una sola fe». Esta «unidad espiritual» basta por sí sola para formar una cristiandad. El bautismo y el evangelio son su signo en el mundo.

2. Esta cristiandad, que es la sola Iglesia verdadera, no tiene una cabeza sobre la tierra, «sino que Cristo solo en el cielo es aquí la cabeza, y él solo rige». Los obispos son mensajeros, y todos iguales por ordenación divina. Sólo por ordenación humana, «está uno sobre los demás en la Iglesia exterior».

3. Mt 16, 18 debe interpretarse por Mt 18, 18. Entonces se ve claro que a san Pedro le fueron dadas las llaves en lugar de la Iglesia entera, no únicamente para su persona. 

4. Hay, por tanto, que soportar con toda paciencia al papa, admitido por Dios, «como si el turco estuviera sobre nosotros».

Lutero piensa que «puede muy bien sufrir que reyes, príncipes y nobleza entera intervengan, para que se cierre la calle a los canallas de Roma... ¿Cómo llega la avaricia romana a arrebatar para sí todas las fundaciones, obispados y bienes feudales de nuestros padres? ¿Quién ha oído ni leído jamás parejo e indecible bandidaje?» (WA 6, 322).

Si aquí pone Lutero el dedo en la llaga del resentimiento nacional, que ya se había hecho oír frecuentemente en los gravamina de la nación alemana, en el primero de los tres grandes escritos programáticos del verano de 1520 se hace muy expresamente portavoz de estos deseos y quejas : «A la nobleza cristiana de la nación alemana sobre la reforma del estado cristiano». A 7 de junio de 1520 escribía a Spalatin : «Tengo intención de escribir una hoja volante o folleto al emperador Carlos y a la nobleza de toda Alemania contra la tiranía e indignidad de la curia romana» (WA Br 2, 120). En la primera parte, introductoria, se trata de derribar las tres murallas tras las que se han atrincherado los «romanistas», es decir, la curia, a fin de eludir toda reforma : 1.ª La autoridad espiritual está por encima de la secular. 2.ª Sólo al papa incumbe interpretar la sagrada Escritura. 3.ª Sólo él puede convocar un concilio legítimo. Lutero en cambio, realza el sacerdocio universal, junto al cual no admite ya ningún sacerdocio particular. «Porque todos los cristianos pertenecen verdaderamente al estado clerical; no hay entre ellos más diferencia que la del oficio (o ministerio)... esto viene de que tenernos un solo bautismo, un evangelio y una fe... solos que hacen clérigos y pueblo de Dios... y es así que el que sale del bautismo, puede gloriarse de haber sido ya consagrado sacerdote, obispo y papa, aunque no a todos incumba desempeñar ese ministerio... De ahí se sigue que laicos, sacerdotes, príncipes, obispos y, como ellos dicen, clérigos y seculares, realmente no tienen en el fondo otra diferencia que la del ministerio (es decir, del servicio) u obra, y no la del estado» (WA 6, 407s). Si papa y obispos han desfallecido es misión de los llamados estados seculares tratar de poner remedio: «Por eso, donde lo pide la necesidad y el papa da escándalo a la cristiandad, el primero que pueda, como miembro de todo el cuerpo, debe cuidar de que se convoque un concilio legítimo y libre. Nadie puede hacer eso tan bien como la espada secular, particularmente porque ahora la manejan cristianos, sacerdotes, clérigos, partícipes del poder en todas las cosas, y han de hacer que su oficio y obra, que tienen de Dios sobre cada uno, marchen libremente, en lo que se necesita y es provechoso» (WA 6, 413)... «Por eso vigilemos, queridos alemanes, y temamos a Dios más que a los hombres, a fin de que no entremos a la parte de culpa en la perdición lamentable de tantas pobres almas por el vergonzoso y diabólico régimen de los romanos» (WA 6, 415).

Sigue una serie de acusaciones sobre todo contra «la avaricia y rapiña romanas», culminando en el reproche de que papa y curia no cumplen su propio derecho canónico (WA 6, 418). En la tercera parte, desenvuelve Lutero en 28 puntos un programa de reforma que va desde la abolición de las anatas, las reservas, el celibato y de los muchos días de fiesta, pasando por la reforma de las universidades hasta el cierre de los burdeles. Todos, el noble lo mismo que los campesinos y los pobres de las ciudades, podían pensar aquí en el remedio de sus necesidades. Aquello por que Lutero había luchado en las angustias de su conciencia, se hacía en este escrito asunto de la nación entera. Así se explica que las gentes se lo arrebataran de las manos. En la primera semana se vendieron 4000 ejemplares, lo que representaba un éxito inaudito.

En el segundo gran escrito programático: De captivitate Babylonica ecclesiae praeludium (octubre 1920), una de las pocas obras teológicas sistemáticas de Lutero, se dirigió éste a los teólogos. La ocasión fue una obra de Alveldt, Tractatus de communione sub utraque specie (junio 1520), pero va mucho más allá y es una discusión e impugnación de la doctrina sacramental de la antigua Iglesia. Lutero no deja en pie más que los tres sacramentos del bautismo, penitencia y cena.

Pero éstos mismos han sido llevados por obra de la corte romana a una miserable cautividad. El sacramento del pan se halla en triple cautividad: la negación de la segunda especie, la doctrina de la transubstanciación y el entender la cena como sacrificio. Lutero no quiere decir que la segunda especie esté absolutamente mandada, ni que la doctrina de la transubstanciación sea falsa, sino que quería se guardara la libertad. Es tiranía romana - opina él- negar el cáliz a los laicos o hacer dogma de fe en una opinión de Tomás. Lutero mantiene la verdadera presencia del cuerpo de Cristo, pero quiere dejar abierto el «cómo». Para él aparece muy luminosa la presencia del cuerpo de Cristo en, con y bajo el pan de modo análogo a la inhabitación de la divinidad en la humanidad de Cristo.

En cambio, la tercera cautividad del sacramento es un abuso sobremanera impío y fuente de nuevos males, profundamente arraigados. Lutero repite aquí ideas del «sermón del Nuevo Testamento, es decir, de la santa misa» (1520). Pide retorno a la «primera y sencilla fundación» de Cristo, a su palabra. Según ésta, el sacramento del altar es un testamento, en que se nos promete el perdón de los pecados. Las palabras del relato de la institución son la esencia y fuerza de la misa, y, a par, la suma y trasunto de todo el evangelio. «Mira, hombre pecador y condenable, por el puro a inmerecido amor con que te amo... te prometo por estas palabras, antes de que tú hayas merecido ni deseado nada, el perdón de todos tus pecados y la vida eterna. Y para que estés enteramente cierto de esta mi promesa irrevocable, quiero entregar mi cuerpo y derramar mi sangre y confirmar con la muerte misma esta promesa y dejarte ambas por signo y memorial de la promesa. Cuantas veces hicieres uso de esto, te acordarás de mí, y ensalzarás, alabarás» y darás gracias por este amor y bondad mía para contigo (WA 6, 515). En lugar de aceptar por la fe esta herencia, han hecho de ella los hombres, según Lutero, un sacrificio, una obra, es decir, algo que ellos dan a Dios. «Porque no habrá nadie tan loco que diga hacer una obra buena el que viene pobre y necesitado y quiere que de mano del rico se ofrezca a todos por mano del sacerdote un beneficio de la divina promesa. Luego es cierto que la misa no es un sacrificio... » (WA 6, 523).

Lutero ve en Cristo, señor de la cena, a Dios simplemente, no al Dios-hombre mediador. Así la cena está dirigida de Dios a nosotros, y no también, por el mediador Cristo, al Padre. Por eso Lutero no ve tampoco enlace interno entre la oración de alabanza y acción de gracias de la eucaristía y el sacramento. «Por eso no hay que confundir las dos cosas: la misa y la oración, el sacramento y la obra, el testamento y el sacrificio. Porque lo uno viene de Dios a nosotros por ministerio del sacerdote y exige fe; lo otro va de nuestra fe a Dios por los sacerdotes y pide exaudición» (WA 6, 526). En estos años de su polémica contra la praxis sacramental de la edad media tardía, acentúa Lutero fuertemente la fe, con que respondemos al verbum sacramenti, a la promesa de Cristo. Aquí pasa a segundo término la presencia real como sello y prenda de la promesa. Pero mantiene el concepto tradicional de sacramento aun cuando dice: «Y como importa más la palabra que el signo, así importa también más el testamento que el sacramento. “Cree”, dice Agustín, y has comido» (WA 6, 518). Y es así que por palabra se entiende aquí el verbum sacramenti y por sacramento, el sacramento, el sacramentum tantum. Según la doctrina sacramental escolástica sólo la palabra hace del signo sacramento, y más importancia tiene la palabra que el signo. Según Tomás de Aquino, el sacramento produce su efecto santificante al tocar el signo al cuerpo y ser creída la palabra (S. Th. III, q. 60 a. 6). Consiguientemente, la teología escolástica conoce un manducare spiritualiter Christum por la fe; mientras la mera recepción sacramental sin fe es para ella un pecado. A pesar de toda su polémica contra los conceptos opus operatum - opus operantis; mantiene Lutero lo que significan. El sacramento se realiza independientemente de la dignidad del ministro, que es «instrumento en lugar de Dios», y opera en creyentes e incrédulos, siquiera el fruto sea contrario.[99]

Esta obra polémica, con la apasionada repulsa del sacrificio de la misa y la negación de cuatro sacramentos, no sólo ponía en tela de juicio doctrinas esenciales de la fe, sino que venía a eliminar el núcleo más íntimo del culto de la Iglesia y de la piedad de los fieles. Así fue que produjo escándalo y contribuyó esencialmente a esclarecer los frentes. Más de un antiguo amigo, por ejemplo, Staupitz, se volvió atrás horrorizado. Erasmo pensaba que antes de esta obra la rotura era aún evitable. De modo semejante se expresó el confesor de Carlos V, Juan Glapion. La universidad de París protestó públicamente contra esta obra, y Enrique VIII, rey de Inglaterra, escribió contra ella su Assertio septem sacramentorum (1521), que le valió el título pontificio de Defensor fidei. El franciscano y enemigo de Lutero, Tomás Murner, creyó ya que por una traducción al alemán, sin comentarios, del De captivitate, podía levantar contra Lutero al gran público.

El tercer escrito programático: De la libertad del cristiano (noviembre de 1520) fue escrito por sugestión de Carlos von Miltitz después de la publicación de la Exsurge Domine, en que se le amenazaba con la excomunión, para convencer al papa de la ortodoxia y buena voluntad de Lutero. Así, la polémica pasa aquí a segundo término a favor de una exposición popular y férvida del ideal de la vida cristiana. El cristiano es señor libre sobre todas las cosas y no está sujeto a nadie, en cuanto acepta por la fe el evangelio, es decir, las promesas de Cristo. Sin embargo, como en la tierra sólo hay un empezar y crecer y sólo hemos recibido las primicias del Espíritu, vigen aún los mandamientos y leyes de Dios. Sin embargo, el hombre no puede hacerse piadoso y salvarse por su observancia, es decir, por las obras. Los mandamientos nos llevan al conocimiento del pecado y al arrepentimiento. (Así pues, el hombre que por el temor de los mandamientos de Dios ha sido humillado y ha llegado al conocimiento de sí mismo, es justificado y elevado por la fe en las palabras divinas» (WA 7, 34). El cristiano se inclina además bajo la ley para servir al prójimo. Aunque es enteramente libre, «debe hacerse voluntariamente siervo, para ayudar a su prójimo... así pues, de la fe fluye la caridad y gusto de Dios, y de la caridad una vida libre, voluntaria y gozosa, para servir de balde al prójimo» (WA 7, 35s). Así, el cristiano «es un criado al servicio de todas las cosas y sujeto a todo el mundo».
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[98] Carta a W. Link de 18-12-1518 (WA Br 1, 270).

[99] "... manet tamen semper idem sacramentum et testamentum, quod in credente operatur suum opus, in incredulo operatur alienum opus» (WA 6, 526).