IV. EL PROCESO ROMANO CONTRA LUTERO Y LA DISPUTA DE LEIPZIG

BIBLOGRAFÍA:  El proceso: K. MÜLLER, Luthers römischer Prozess: ZKG 24 (1903) 46-85; P. KALKOFF, Forschungen zu Luthers römischen Prozess, Roma 1905; id., Zu Luthers römischen Prozess: ZKG 25 (1904) 31(1910), 32 (1911), 33 (1912); id., Zu Luthers römischen Prozess, Der Prozess des Jahres 1518, Gotha 1912; id., Luther und die Entscheidungsjahre der Reformation, Munich-Leipzig 1917; Nachträge: ZKG 44 (1925 213-225; N. PAULUS), Johannes Tetzel der Ablassprediger, Maguncia 1899; sobre la relación de Lutero con Federico el Sabio: P. KALKOFF: ARG 14 (1917) 249-262; KZG 43 (1924) 179-208; HZ 132 (1925) 29-42; P. KIRN, Friedrich der Weise und die Kirche, Leipzig 1926; A. KOCH, Die Kontroversen über die Stellung Friedrichs des Weisen zur Reformation: ARG 23 (1926) 213-260; I. HÖSS, Georg Spalatin, Weimar 1956; F. LAUCHERT, Die italienischen literarischen Gegner Luthers, Friburgo de Brisgovia 1912; J.F. GRONER, Kardinal Cajetan, Friburgo de Brisgovia 1951, H.A. CREUTZBERG, Karl. v. Miltitz, Friburgo de Brisgovia 1907; P. KALKOFF, Die Miltitziade, Leipzig 1911; K. BRANDI, Die Wahl Karls V, Gotinga 1925.

 

Disputa de Leipzig: WA 2, 250-383; 0. SEITZ, Der authentische Text der Leipziger Disputation, Berlín 1903; H. EMSER, De Disputatione Lipsicensi: Cath 4 (1921); J. LORTZ, Die Leipziger Disputation 1519: BZThS 3 (1926) 12-37; F. SCHULZE, Aus Leipzigs Kulturgeschichte, Leipzig 1956, 41-70; H. BARGE, Andreas Bodenstein v. Karlstadt, 2 t., Leipzig 1905; S. HARRISON THOMSON, Luther and Bohemia: ARG 44 (1953) 160-181; E. KÄHLER, Beobachtungen zum Problem von Schrift und Tradition in der Leipziger Disputation von 1519: Hören und Handeln, Festschrift f.E. Wolf, Munich 1962, 214-229. 

El primer afectado por las tesis de Lutero fue Alberto, arzobispo de Maguncia, que solicitó un dictamen de su facultad. Ésta dio una respuesta evasiva, y propuso llevar el asunto al papa cuya autoridad se ponía en cuarentena. Ya antes de que esta respuesta estuviera en sus manos, comunicó Alberto el 13 de diciembre de 1517 a sus consejeros magdeburgenses haber enviado las tesis al papa y les propuso abrir un processus inhibitorius, al que se invitaría Lutero y se le requeriría bajo amenaza de penas a abstenerse en adelante de todo ataque a las indulgencias por medio de sermones, escritos o disputaciones. Pero, evidentemente, los consejeros no dieron paso alguno. La denuncia de Lutero a Roma por difundir doctrinas nuevas fue la única medida eficaz por parte del arzobispo. Evidentemente no quería se lo molestara más con aquel asunto, por lo que también sus consejeros metieron en el cajón el proceso.

Más eficaces fueron los esfuerzos de Tetzel y de los dominicos; pero su actividad despertó muy fácilmente la impresión de tratarse de pleitos entre órdenes rivales. En enero de 1518 defendió Tetzel en el capítulo de la provincia sajona dominicana, en Frankfurt del Oder, 95 ó 106 tesis contra Lutero propuestas por el rector do la universidad Conrado Wimpina. Aquí defendió con ligereza el verso: «Cuando el dinero en la caja canta, del purgatorio el alma salta». Es más, hizo notar que las almas son libradas con más rapidez, pues el dinero necesita tiempo para caer[78]. Pero todavía le gana en frivolidad su hermano en religión Silvestre Prierias, teólogo cortesano del papa. Según él, un teólogo que tal enseña, no es más reprensible que un cocinero que, por medio de especias, hace picante las comidas para un estómago hastiado.[79]

Tan grave como esta falta de seriedad religiosa era la ligereza con que se daban por dogmas opiniones de escuelas. La opinión tan escandalosa para Lutero de que para ganar las indulgencias por los difuntos no se requiere el estado de gracia, fue presentada por Tetzel en la tesis 24 como «dogma cristiano»[80]. De ahí que Cayetano, en su tratado sobre las indulgencias de 20 de noviembre de 1519, ataca a los predicadores que venden como doctrina de la Iglesia meras opiniones privadas[81]. Esta arbitraria dogmatización de cuestiones aún abiertas era una especie no menos peligrosa de «oscuridad teológica», que fue una de las causas más decisivas de la reforma protestante.

El capítulo de los dominicos acordó acusar a Lutero en Roma como sospechoso de herejía. Esto sucedió en marzo de 1518. Dado el gran influjo de los dominicos en la curia la cosa no carecía de peligro para Lutero. 

Las anotaciones de Juan Eck (Obelisci) escritas bastante a la ligera sobre las tesis luteranas, estaban destinadas al uso privado del obispo de Eichstätt, Gabriel von Eyb. En marzo de 1518 vinieron a manos de Lutero por obra de Wenzel Link, de Nuremberg, pero no tuvieron publicidad, como tampoco los Asterisci (WA 1, 281-314) del mismo Lutero. León X, aparte sus diversiones fervorosamente practicadas de caza, comedias y banquetes, estaba más que ocupado en arbitrar medios para llenar las cajas siempre vacías, en la política familiar de la casa de los Medici y — alguna empresa seria tenía que haber — en alejar el peligro turco. No se inclinaba a tomar en serio aquellas «riñas de frailes» de Alemania[82]. El 3 de marzo de 1518, el general electo de los agustinos, Gabriel della Volta, recibió el encargo de «apaciguar al hombre» y ahogar a tiempo la naciente llama. Pero no parece se pasara más allá de una fraternal corrección por Staupitz. Al contrario, el capítulo de los agustinos de Heidelberg, en abril-mayo de 1518, se transformó en una demostración en favor de Lutero. Tesis sentadas por él sobre el pecado Leipzig original, la gracia, el libre albedrío y las fuerzas del hombre natural para el bien, fueron discutidas bajo su dirección con Leonardo Beier, su discípulo, como respondens. Este capítulo de Heidelberg demostró que los agustinos alemanes respaldaban a Lutero. Además, él mismo pudo ganar para su causa algunos jóvenes teólogos, por ejemplo, al dominico Martín Butzer y Juan Brenz, el futuro reformador de Wurttemberg.

Al día siguiente de su vuelta a Wittenberg, el 16 de mayo, predicó Lutero sobre Jn 16, 2: «Os echarán de la sinagoga» (os excomulgarán). El que muere injustamente excomulgado, es bienaventurado, aunque muera sin sacramentos. La excomunión sólo puede privar de la comunión exterior con la Iglesia, pero no de la participación en los bienes celestes. Simultáneamente compuso Lutero la carta, tan sumisa, a León X, que unió a las Resolutiones.

Importante para la marcha del proceso contra Lutero vino a ser el capítulo general de los dominicos, habido en Roma en mayo de 1518. En esta ocasión, por autorización de León X, fue graduado Tetzel de maestro en teología. Silvestre Prierias compuso a mediados de junio un dictamen pedido por el papa. in praesumptuosas Martini Lutheri conclusiones de potestate papae dialogus. Este escrito redactado a toda prisa parte con razón de la autoridad de la Iglesia y del papa como del punto decisivo en litigio. Pero exagera la extensión de la autoridad docente infalible y no matiza la diferencia entre doctrina obligatoria de la Iglesia y praxis indulgencial o sentencias de los teólogos[83]. Es además de tono tan áspero que hace de antemano imposible todo diálogo. Ya en junio fue impreso el «Diálogo», y se juntó a la carta en que, a comienzos de julio, el auditor de la cámara apostólica, Ghinucci, citaba a Lutero para ser oído en Roma. La invitación llegó al reformador el 7 de agosto por medio del cardenal Cayetano, que, desde el 7 de julio, asistía a la dieta de Augsburgo a fin de ganar a los estamentos alemanes para la guerra contra los turcos. Al día siguiente visitó Lutero al príncipe elector Federico el Sabio para que, por medio del emperador, lograra del papa que su causa se tratara en Alemania. Si Prierias se supone redactó su «Diálogo» en tres días, en dos afirma Lutero haber dado cabo a su Responsio (WA 1, 647-686). «No merecía mayor trabajo aquel engendro», escribe Lutero a Spalatin (31-8-1518). Así tampoco Lutero hizo justicia, por su tono y fondo, a la gravedad de la situación. «Lo mismo el papa que el concilio pueden errar» (WA 1, 658). Infalible, como escribe Agustín, lo es la sagrada Escritura. A decir verdad, como Lutero reconoce agradecido, de hecho la Iglesia romana en sus decretos, no se ha desviado hasta ahora de la verdadera fe y ha mantenido la autoridad de la Biblia y de los padres de la Iglesia (WA 1, 662). Lutero se siente ligado a sus decretos. Pero no quiere doblarse a las opiniones de escuela de los tomistas; aguarda la decisión de la Iglesia o del concilio en la cuestión de las indulgencias (WA 1, 658).

        Lutero no podía contar con el favor del emperador Maximiliano, que, el 5 de agosto, había advertido al papa el peligro contra la unidad de la fe que suponía la aparición de Lutero y le había prometido que se ejecutarían enérgicamente en el imperio las medidas que sobre el caso tomara la Iglesia. Sin aguardar al plazo marcado en la citación, dirigió León X, el 23 de agosto, un breve a Cayetano que estaba en Augsburgo: el legado citaría a Lutero como hereje notorio. Si se retracta, sea recibido en gracia. Si no comparece voluntariamente o se niega a retractarse, deténgalo Cayetano y hágalo traer a Roma. Caso de no poder ser detenido, el legado recibe poder de excomulgar a Lutero y sus secuaces (WA 2, 23-25). Al mismo tiempo se invitaba a Federico el Sabio a entregar a Cayetano o traer a Roma «al hijo de iniquidad». EI príncipe elector tenía empeño en que el caso de Lutero se ventilara por un tribunal en suelo alemán. Logró de Cayetano la promesa de tratar a Lutero en Augsburgo «con paternal mansedumbre», y dejarlo marchar aunque se negara a retractarse. Por razones políticas, el legado se mostró dispuesto a estas concesiones. El 27 de agosto, cinco príncipes electores, fuera de los de Tréveris y Sajonia, se habían comprometido a elegir por sucesor de Maximiliano a Carlos I de España. El príncipe elector Federico se había opuesto violentamente a la elección y con ello se puso de parte del papa, que quería evitar a todo trance el cerco de los estados de la Iglesia por los países unidos de los Habsburgo.

Ya el 3 de septiembre, en el consistorio, había manifestado León X su resolución de conceder a Federico el Sabio la rosa de oro. El 10 de septiembre fue confiada al notario papal y camarero secreto Carlos v. Miltitz, noble joven sajón, transmitir al príncipe elector la concesión de ricos privilegios de indulgencias para la capilla del castillo de Wittenberg. Sin embargo, esta misión quedó por de pronto parada, al llegar el despacho de Cayetano sobre la negativa de Federico el Sabio a elegir a Carlos I, pero también sobre su protección personal a Lutero. La curia aceptó las propuestas del legado sobre oír a Lutero en Augsburgo; pero, en el breve: Dum nuper de 10 de septiembre echó sobre Cayetano el peso de la responsabilidad al atribuirle autoridad judicial en el asunto de Lutero. Oiría cuidadosamente al monje de Wittenberg evitando toda disputa y, según el resultado, lo absolvería o condenaría. A fines de septiembre recibió Lutero la orden de su príncipe de presentarse en Augsburgo. Aquí llegó el 7 de octubre de 1518. Todavía esperó el salvoconducto imperial y el 12 de octubre y los dos días siguientes se dirigió a Cayetano. Si algún teólogo del tiempo ofrecía condiciones para ganar a Lutero para la iglesia, ése era Cayetano. Ya en 1517 había éste escrito sobre las indulgencias y afirmado que las sentencias de canonistas y teólogos sobre ellas eran muy divergentes[84]. Semanas antes de oír a Lutero había compuesto en Augsburgo otras cinco cuestiones sobre el tema[85]. Se tomó el trabajo de leer los escritos de Lutero. Las opiniones de Cayetano sobre las indulgencias eran moderadas. Sin embargo, éstas no podían ser para él una mera remisión de las penas de la Iglesia, sino que deben librarnos también de las penas que hemos merecido ante la justicia divina por nuestros pecados. De lo contrario, serían un peligroso engaño de los fieles. Esforzarse en ganar indulgencias no es signo de imperfección; pero hay que conceder a Lutero que la limosna está por encima de la indulgencia, y pecaría quien, por una indulgencia, omitiera una limosna obligatoria. Las indulgencias por los difuntos se fundan desde luego también en el poder de las llaves de la Iglesia, pero sólo obran per modum suffragii. La doctrina sobre el thesaurus ecclesiae como merita Christi es, según Cayetano, obligatoria.

Que Cayetano manejara aún más los escritos de Lutero en Augsburgo, atestíguanlo varios tratados sobre el sacramento de la penitencia, la excomunión y el purgatorio. En una cuestión acabada el 26 de septiembre de 1518 se pregunta si para la fructuosa recepción del sacramento de la penitencia ha de tener el penitente la certeza de fe de haber recibido de Dios el perdón de sus pecados. Después de seis argumentos en pro que están en su mayoría tomados del sermón De poenitentia (WA 1, 323s) de Lutero, recalca Cayetano que el penitente no necesita necesariamente tener la fe de que ha sido efectivamente absuelto; pero sí debe creer que por el sacramento de la penitencia se nos aplica la gracia de la absolución[86]. El postulado de Lutero de la certeza de fe, en quien recibe el sacramento, de que le han sido perdonados los pecados, es para Cayetano algo inaudito y de gran trascendencia; para él equivale «a erigir una nueva Iglesia»[87]. No se discute la necesidad de la fe para la fructuosa recepción del sacramento; lo que Cayetano rechaza es la fe refleja del sujeto, es decir, la certeza de fe de haber recibido el perdón de los pecados como elemento constitutivo de la justificación.

Esta «fe refleja» (P. Hacker) juntamente con la doctrina sobre el thesaurus ecclesiae fue el objeto principal del interrogatorio de Augsburgo. Según la descripción de Lutero, el 12 de octubre «fue recibido por el señor cardenal legado con mucha benevolencia, casi con algún exceso de honor» (WA 2, 7). Cayetano no debía, ni quería, meterse en una disputa. Exigía retractación y la promesa de mantener en lo sucesivo la paz. Lutero no vio en él al legado de la Iglesia, sino al tomista, «a un miembro del bando contrario», a cuyos «fantasmas de las opiniones de escuela» no quería dejarse sujetar (WA 2, 16). Así surgió una acalorada disputa. El cardenal exigió retractación de la tesis 58, según la cual el tesoro de la iglesia no se identifica con los méritos de Cristo y de los santos. Lutero se negó y persistió en la tesis «de que los méritos de Cristo no son el tesoro de las indulgencias, sino que ellas lo han adquirido» (WA 2, 13), o, como lo había formulado en la Resolutiones: «como quiera que Cristo es el rescate y redentor del mundo, de ahí que él solo es verdaderamente el único tesoro de la Iglesia; pero que sea el tesoro de las indulgencias, lo impugno hasta que me demuestren lo contrario» (WA 1, 608). No puede decirse que esta diálogo decisivo fracasara por una distinción sutil. Lutero quería dejar bien sentado que el acceso a los méritos de Cristo no se limita a las indulgencias, y que ni siquiera es ése el camino más corto y más excelente. Pero ¿es que el cardenal no quería ni podía concedérselo? Sin embargo, Lutero veía un contraste entre el «tesoro de las indulgencias» y el «tesoro de la gracia vivificante de Dios», entre lo que se nos da «por la cooperación del poder de las llaves y de las indulgencias» y lo que recibirnos nosotros solos «por el Espíritu Santo, pero en ningún caso del papa» (WA 2, 12). El papa es para Lutero «autoridad», a la que se somete, como a la política, en virtud de Rom 13, 1 y no de Mt 16, 18, mientras agrada a Dios (WA 2, 19s). Lutero dice que «aguarda el juicio del papa» y recalca a renglón seguido que «la verdad es señora aun del papa, y no aguarda sentencia de hombre, donde ha conocido claramente el juicio de Dios» (WA 2, 18).

        Más importante fue para Lutero, por tocar más inmediatamente a la salud, la cuestión sobre la certeza de fe de la propia justificación, como condición para la misma. Frente a Cayetano dice haber defendido la opinión de «ser condición indispensable que el hombre crea con firme convicción que se justifica y no dude en absoluto de que alcanza la gracia» (WA 2, 13). Aquí se habría visto una nueva especie de teología y un error.

A estos contrapuestos puntos de vista en el fondo se añadieron grandes diferencias de carácter y mentalidad. El cardenal e italiano de claras formas se irritó pronto de la seriedad obstinada y del carácter petulante y acalorado de este monje alemán, que tanta importancia se daba con sus «extrañas especulaciones en la cabeza» y que por su parte no se sentía tomado en serio ni entendido. Según la Tischrede n.° 3857 (mayo de 1538), Cayetano habría gritado a Lutero: Quid putas, quod papa curat Germaniam? A Karlstadt le escribió Lutero desde Augsburgo: Cayetano «es tal vez un tomista renombrado, pero un teólogo o cristiano oscuro, recóndito e ininteligible y, por tanto, tan idóneo para juzgar, entender y sentenciar esta causa, como un asno para tocar el arpa. De ahí que mi causa está en tanto más peligro, cuanto está en manos de jueces que no sólo son enemigos e iracundos, sino también incapaces reconocerla ni entenderla» (WA Br 1, 216).

Al tercer día, 14 de octubre, al despedirse indicó Cayetano a Lutero que no volviera, de no cambiar de opinión; pero procuró, al mismo tiempo, influir sobre él por medio de Staupitz y Wenzel Link. Éstos determinaron a Lutero a que se excusara en carta a Cayetano de 17 de octubre por su actuación inmodesta, viva y poco respetuosa, y a prometer no tocar más el tema de las indulgencias, caso que también los otros guardaran silencio. A la retractación no estaba tampoco ahora dispuesto. Pide, sin embargo, se obtenga del papa una decisión de las cuestiones aún no aclaradas, a fin de que la Iglesia pueda finalmente exigir retractación o fe. En una segunda carta de 18 de octubre anunciaba Lutero su viaje de vuelta, y su apelación al papa que le había sido sugerida por una autoridad superior. De esta apelación «del papa mal informado y de sus jueces al santísimo padre mejor informado» había hecho levantar acta ante notario y testigos con fecha ya de 16 de octubre: La doctrina sobre las indulgencias estaba en muchos puntos sin aclarar. Por eso tenía él por lícita y provechosa una discusión. Pareja discusión había él emprendido y sometido sus proposiciones litigiosas al juicio de la Iglesia y de quienquiera lo entendiera mejor, sobre todo al del santísimo padre y señor, el papa León X. En cambio, no había podido prestar la retractación que le pedía «el muy erudito y amigable Cayetano», pues no le habían sido señalados los puntos en que errara (WA 2, 28-33).

Esta apelación fue clavada, el 22 de octubre, en la catedral de Augsburgo, después que Lutero, por la noche, hubo abandonado la ciudad por un portillo de la muralla. El 19 de noviembre llegó a Federico el Sabio una carta de Cayetano, con fecha de 25 de octubre, en que el cardenal pedía la entrega o el destierro de Lutero. ¡No querría el príncipe elector manchar de ignominia la gloria de sus antepasados por causa de un mísero monje! (WA Br 1, 235). Lutero ofreció a su señor temporal emigrar (WA Br 1, 245). Éste parece haber asentido transitoriamente al plan o por lo menos haberlo considerado seriamente. Spalatin disuadió una fuga precipitada a Francia. Acaso pensó ya entonces tener oculto a Lutero en algún lugar de Sajonia.[88]

La decisión doctrinal sobre las indulgencias que Lutero había pedido, la dio León X, sobre un esquema de Cayetano, el 9 de noviembre de 1518 en la constitución Cum postquam[89]. A fin de hacer imposible toda evasión, se declara aquí como doctrina de la Iglesia romana que, en virtud del poder de las llaves, puede el papa remitir las penas por el pecado, distribuyendo el tesoro de los méritos de Cristo y de los santos. Esta indulgencia se concede a los vivos por modo de absolución y a los difuntos intercesoriamente. Cayetano publicó esta bula el 13 de diciembre en Linz del Danubio. Fue impresa varias veces, pero no tuvo efecto permanente. La opinión pública estaba ya demasiado soliviantada contra las indulgencias como medio de satisfacer la avaricia de la curia, y Lutero no obstante sus protestas de sumisión a la santa sede, sólo estaba dispuesto a retractarse, si se le convencía de error con la sagrada Escritura en la mano, tal como él la entendía. Entretanto, había dado otro paso adelante. El 28 de noviembre, en la capilla del santísimo Cuerpo de Cristo, de Wittenberg, hizo levantar acta de su apelación al concilio que debería convocarse pronto y legítimamente en el Espíritu Santo. En materias de fe, el concilio estaba, según él, por encima del papa. En el texto, seguía Lutero a la Sorbona que, el 28 de marzo de 1518, había igualmente apelado al concilio, en el pleito de las libertades galicanas. Lutero no quería publicar, a pesar de haberla hecho ya imprimir su apelación, sino sólo tenerla a mano para el caso de la excomunión. Sin embargo, como él aseveró varias veces[90] la edición estaba ya casi agotada por el negociante editor, antes de tener él mismo un ejemplar en las manos.

Un acto de tan gran trascendencia habría sido, según eso, producido más o menos casualmente contra la intención de Lutero. ¿No tendremos entonces que acusarlo de una ligereza irresponsable? ¿O tenemos que contar con una jugada diplomática por la que Lutero quería poner a la corte sajona ante hechos consumados, sin haber obrado contra las claras órdenes de ella? Probablemente, algo semejante sucedió con las Acta Augustana. Según la exposición de Lutero, aquí llegó la orden de parar, de Spalatin, cuando el escrito estaba tirado ya a excepción del último pliego (WA 1, 263; 281). También es posible que Lutero haya querido tentar al destino, en el sentido de dejar las cosas pendientes con la secreta esperanza de que otros factores acabarían por forzar la decisión en el sentido que él deseaba. Sin duda alguna estaba mucho más preocupado y combatido por internas contradicciones de lo que permite suponer lo arrebatado y decidido de sus actos, así como lo tajante de su lenguaje. Hemos de contar con que a menudo el propio Lutero se hacía imposible la retirada, cortándose los puentes con toda conciencia, mientras que en otros casos, aunque dejara que las cosas llegaran hasta rozar el punto de ruptura, se echaba atrás ante las últimas consecuencias. Pero cuando la ruptura se producía, acarreada por el dinamismo interno o externo de los hechos, la aceptaba, mejor dicho, la saludaba como voluntad de Dios. Lutero sabía cómo la gente se disputaba sus escritos y folletos, y había adquirido suficiente experiencia en sus tratos con los impresores, para prever lo que ocurriría con la impresión de su apelación al concilio.

De ahí que sólo con reservas merezca crédito lo que dice en su carta a W. Link, que le ha contrariado mucho que el impresor echara a la calle su folleto, pues quería guardárselo para mejor ocasión, pero que Dios lo ha dispuesto de otra manera[91], del mismo modo que aseguró al papa que sus tesis sobre las indulgencias se habían publicado contra su voluntad, pero que ahora ya no estaba en sus manos retirarlas (WA 1, 529), así ahora escribía a Spalatin sobre la publicación de su apelación al concilio: «Lo que hecho está, no puedo yo deshacerlo.» (WA Br 1, 281).

En estas semanas le rondó de nuevo a Lutero por la cabeza la idea de emigrar. Y ello sin duda no sólo para no molestar a su señor temporal con la carga de su causa, sino también porque quería recuperar su libertad de acción y salir de la red de las menudas consideraciones tácticas, a que constantemente lo forzaba su vinculación con la corte sajona. Precisamente en estos días (18-12-1518) manifestaba a W. Link: «No sé de dónde vienen estos pensamientos. La causa, a mi juicio, no ha empezado aún siquiera, no digamos que los señores de Roma puedan esperar ya su fin.» Es más, tiene la sospecha de que «el verdadero anticristo, a que alude Pablo, impera en la curia romana. Hoy creo yo poder demostrar que Roma es peor que el turco» (WA Br 1, 270).

        La curia se vio ante la doble tarea de anular al hereje Lutero y ganar a su señor para los tributos del turco y, sobre todo, como aliado en la sucesión al imperio. Todavía no era seguro que se pudieran perseguir al mismo tiempo y con plena energía los dos fines, es decir, si Federico el Sabio abandonaría a Lutero. Lograr claridad en este punto, es decir, averiguar la intención del príncipe elector (WA Br 1, 274), era la misión del camarero papal Carlos von Miltitz. A mediados de noviembre fue finalmente enviado con la rosa de oro, ricos privilegios de indulgencias y una bula de excomunión contra Lutero, a Augsburgo, para encontrarse con Cayetano. Pero el legado, a cuyas instrucciones debía atenerse estrictamente, no estaba ya allí. Así que depositó la rosa de oro y las bulas papales en los Fúcar (Fugger) y, a mediados de diciembre, se juntó al consejero principesco Degenhard Pfeffinger, que volvía a la corte de Federico el Sabio. De camino hubo de comprobar Miltitz hasta qué punto el ambiente de Alemania estaba en favor de Lutero. Pero ello no fue parte para que este palaciego vano, espiritualmente limitado y fanfarrón, se mostrara reservado. Al contrario hizo alarde de sus supuestos mandatos, y contaba chismes romanos, según los cuales no se le daba al papa un bledo de Tetzel ni de Prierias.

El 28 de diciembre llegó Miltitz a Altenburg, residencia de Federico el Sabio. Poco antes, el 8 de diciembre o, según otra fecha que prefiere Kalkoff[92]‚ el 18 de diciembre, el príncipe había por fin respondido a Cayetano, rechazando la extradición o destierro de su profesor. Lutero no estaba convicto de herejía; estaba, por lo contrario, dispuesto a corregirse y aceptaba la discusión. Con ello se ponía Federico el Sabio al lado de Lutero para defenderlo, pero declaraba, a par, abierto el proceso contra él. Dentro de esta táctica de reserva, no le vino mal el camarlengo fanfarrón, que, contra las instrucciones, se las echaba de mediador. Federico preparó un encuentro entre Lutero y Miltitz los días 4 y 5 de enero de 1519, en que se llegó a los siguientes acuerdos: 1.° A las dos partes debe prohibirse «volver a predicar, escribir o tratar sobre la materia». 2.° Miltitz se propone lograr del papa que designe a un obispo, y éste señale, para la retractación, los artículos erróneos de Lutero (WA Br 1, 294; 299). Federico y Lutero no tomaron muy en serio la ligereza del «nuncio», pero se metieron en la «miltitziada», porque esperaban lograr así su pretensión de que la causa de Lutero se tratara en Alemania, o por lo menos ganaban tiempo. Dando gusto al príncipe elector, Miltitz atribuyó papel de árbitro al arzobispo de Tréveris, Richard von Greiffenklau, 12.6). Siguiendo su táctica de echar la culpa de la agudización de la situación a los dominicos, Cayetano y Tetzel, Miltitz castigó disciplinariamente a Tetzel y dio a entender que quería acusarlo en Roma por inmoralidad y haberse irregularmente enriquecido con dinero de las indulgencias. El predicador de las indulgencias quedó completamente relegado y arrinconado, y murió el 11 de agosto de 1519.

Sus inauditas arbitrariedades en el trato con Martín Lutero, monje declarado hereje por el papa, le hubieran acarreado a Miltitz áspera crítica por parte de Cayetano y de la curia. Pero la muerte del emperador Maximiliano el 12 de enero de 1519 creó una nueva situación e iba a dar el compás de entrada a la «más grande campaña diplomática» (Kalkoff) de aquel tiempo, ante la cual quedaría en la sombra todo el resto, incluso el proceso de Lutero. Ya el 23 de enero de 1519 recibió Cayetano de León X la instrucción de que impidiera por todos los medios la elección de Carlos de España. A esta causa había que ganar a Federico el Sabio. Así no le venían mal a la curia las inobligantes intrigas o manejos de Miltitz; por lo menos se le dejó hacer y aun a tiempo se prestó de buena gana oídos a su ligero optimismo. Cayetano tenía un papel más difícil: guardarse en la manga la sentencia de condenación contra Lutero y ofrecer la corona imperial al protector del hereje. Los informes color de rosa de Miltitz dieron pretexto a León X para obrar, en un breve de 29 marzo de 1519, como si Lutero estuviera dispuesto a la retractación e invitarle así paternalmente. Ante él, vicario de Cristo, podía prestar la retractación, de la que sólo lo habrían retraído en Augsburgo el rigor de Cayetano y su partidismo por Tetzel (WA Br 1, 364s). De estar así las cosas, el papa no tenía ya motivo alguno de irritarse contra Federico el Sabio por favorecer a un hereje. El cortejo amoroso al príncipe culminó en el mensaje que Miltitz tenía que llevarle ocho días antes del acto electoral[93]: Se ruega apremiantemente al príncipe elector que defienda la candidatura del rey de Francia. Si no es posible elegir a éste, acepte él mismo la corona imperial. El papa, en cambio, hará por él todo lo que esté en su mano, y creará cardenal a uno de sus amigos[94]. Por amigo del príncipe pasaba entonces en Roma Lutero. A éste, pues, pudo aludirse con la creación cardenalicia.

Llevado, pues, de la preocupación por los estados de la Iglesia y la posición de los Medici en Italia, obró el papa como si Lutero y sus protectores no hubieran sido declarados herejes. Dejó en paz el proceso casi un año y dio tiempo al movimiento luterano para que echara más hondas raíces, retiró la excomunión y ofreció en su lugar una corona imperial y un capelo cardenalicio. «Si la corte romana, no obstante las advertencias de Cayetano, hizo como que olvidaba el peligro que a toda la Iglesia amenazaba por parte de este Martín Lutero Eleutherjus y pospuso la solución de esta crisis secular a las exigencias momentáneas de la política papal en Italia, aquí se demostró tal vez con el máximo testimonio que Lutero y la oposición tenían razón al echar en cara a la Iglesia de Cristo haber degenerado en una institución de derecho y poderío».[95]

La disputa de Leipzig

Si consideraciones políticas hicieron que se dejara en paz el proceso contra Lutero, el pleito de los espíritus que éste provocara no era fácil de resolver. Unas tesis que el colega wittenbergense de Lutero, Andrés von Karlstadt, había sentado contra los obelisci de Eck, le dieron un bienvenido pretexto para invitar a una pública discusión (disputatio) en agosto de 1518. El profesor de Ingolstadt había tenido una conversación relativamente amistosa con Lutero, y convinieron en proponer a Karlstadt como escenarios de la disputatio Erfurt y Leipzig. Karlstadt dejó la elección a Eck, quien, en diciembre, solicitó de la facultad teológica de Leipzig y del duque Jorge de Sajonia que autorizaran allí la discusión. La facultad y el obispo local Adolfo de Merseburgo estaban en contra. Pero el duque Jorge se mostró entusiasmado por la disputa y supo lograr el asenso de la facultad. Ya en diciembre de 1518 había publicado Eck doce tesis sobre penitencia, indulgencias, tesoro de la Iglesia y purgatorio contra Karlstadt. De hecho, sin embargo, se dirigían contra Lutero y su concepción de la autoridad del papa y de la Iglesia, por ejemplo, la tesis 12 (luego 13): «Es falso afirmar que, antes del papa Silvestre (314-335), la iglesia Romana no tuvo la primacía sobre las otras iglesias»[96]. A pesar de lo convenido con Miltitz, Lutero publicó contratesis (WA 2, 160s), y anunció su participación en la disputa. En la contratesis 13 afirma que el primado de la Iglesia romana está probado con falsos decretos de los papas, que sólo tienen 400 años de antigüedad. A Spalatin, que estaba preocupado por el caso, le escribe: «Por razón del príncipe elector y de la universidad, disimulo y me reservo muchas cosas que, de estar en otra parte, vomitaría contra la devastadora de la Escritura y de la Iglesia, contra Roma o, mejor dicho, contra Babilonia. No es posible, querido Spalatin, tratar de la verdad de la Escritura y de la Iglesia sin herir a este monstruo. No esperes, pues, que me esté quieto y calle, a no ser que quieras que abandone de todo en todo la teología» (WA 1, 351).

Unos días después, asegura a Spalatin no haberle jamás pasado por las mientes apostatar de la sede apostólica de Roma. Para él está bien que ésta se llame y sea «señora de todos». Y es así que al turco mismo hay que honrar y soportar, por razón de la autoridad que Dios le ha concedido (WA Br 1, 356). Ello quiere decir que el papado era entonces para Lutero mera autoridad de orden, como cualquier autoridad secular. No contento con eso, el 13 de marzo le susurra a Spalatin al oído[97] que, en el estudio de las decretales para la disputa, se ha planteado la cuestión de si el papa no será el anticristo o por lo menos su emisario, pues tan miserablemente crucifica, en sus decretos, a Cristo, es decir, a la verdad. Sólo a última hora, por intervención de Eck, admitió el duque a Lutero en la disputa. Ésta tuvo lugar, del 27 de junio hasta el 16 de julio de 1519 en el Pleissenburg de Leipzig. Primero disputaron Eck y Karlstadt sobre la elección gratuita. La discusión entre Eck y Lutero culminó en la cuestión sobre el derecho divino y el primado del papa y sobre la autoridad de los concilios. Éstos podrían errar y de hecho habrían errado, por ejemplo, el concilio de Constanza en la condenación de Huss. Con ello se afirmaba la sagrada Escritura como fuente única de la fe y se asentaba la sola Scriptura como principio formal de la reforma protestante. Lutero no reconocía ya un magisterio supremo de la Iglesia que interprete obligatoriamente la Escritura. En la disputa, le prestaron a Eck excelentes servicios su buena memoria y su destreza dialéctica. Si su peligro fue empujar al contrincante, con fría precisión, a consecuencias heréticas y a fijarlo en el error, tiene sin embargo el mérito de haber puesto en claro, frente a la incertidumbre dogmática de su tiempo, que Lutero no significaba reforma, sino ataque a la estructura de la Iglesia.

 

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[78] «Quisquis ergo dicit, non citius posse animam evolare, quam in fundo eiste denarius possit tinnire, errat» (N. PAULUS, Johannes Tetzel 174).

[79] N. PAULUS, Johannes Tetzel 147.

[80] «Non esse Christianum dogma, quod redempturi pro amicis confessionalia, vel purgandis Iubileum, possint hec facere absque contritione, error" (N. PAULUS, Johannes Tetzel 175).

[81] Opuscula, Lyón 1562, 105a.

[82] «Rixae monachales», cf. P. KALKOFF Zu Luthers römischem Prozess 15, n.° 2. Según el dominico Matteo Bandello (+ 1562 obispo de Agen) León X habría dicho: «Che fra Martino haveva un bellissimo ingegno e che coteste erano invidie fratesche».

[83] «Qui circa idulgentias dicit, Ecclesiam Romanam non posse facere id. quod de facto facit, haereticus est» (F. LAUCHERT Die italienischen literarischen Gegner 11).

[84] Opuscula, Lyón 1562, 90-97a.

[85] Opuscula, Lyón 1562, 97a-105a.

[86] «Non est necessarium ipsum poenitentem tunc habere fidem se esse absolutum, quamquam credere oporteat absolutionis beneficium per poenitentiae sacramentum conferri», Opuscula, Lyón 1562, 109b.

[87] «Hoc enim est novam ecclesiam construere», Opuscula, Lyón 1562, 111a. Cf. P. HACKER, Das Ick im Glauben bei Martin Luther, Graz 1966.

[88] I. HÖSS, Georg Spalatin 141.

[89] P. KALKOFF, Die von Cajetan verfasste Ablassdekretale: ARG 9 (1911-12) 142-171; N PAULUS, Die Ablassdekretale Leos X. vom Jahre 1518: ZKTh 37 (1913) 394-400.

[90] Carta a W. Link de 18-12-1518 (WA Br 1, 270) y a Spalatin de 20-12-1518 (WA Br 1280s).

[91] «Edidit impressor noster Appellationern meam ad concilium, multa et magna displicentia mea; sed actum est. Volui impressam apud me servare, Deus autem alia cogitat» (WA Br 1, 270).

[92] ZKG 27 (1906) 325ss.

[93] El 21 de junio; P. KALKOFFF: ZKG 25 (1904) 413 n.° 3.

[94] Traducción alemana: Reichstagsakten, nueva serie, t. I, ed. dirigida por A. KLUCKHOHN, Gotha 1893, 824.

[95] R. STADELMANN Das Zeitalter der Reformation: «Hdb. der dt. Gesch.», ed. preparada por BRANDT-MEYER-JUST, t. II, Constanza 1954, 49.

[96] Gegen Luthers «Resolutiones» conc. 22 (WA 1, 571).

[97] «In aurem tibi loquor» (WA Br 1, 359).