HUMANIZACIÓN Y EVANGELIZACIÓN
EN LA ANCIANIDAD


P. Salvador Pellicer



Introducción
Quisiera comenzar esta introducción con tres preguntas: ¿Es 
posible reunir en un cuerpo humano muchos años y salud envidiable? 
¿Sumar años no es coleccionar patologías que se cronifican en 
nuestro cuerpo? ¿Continúa vigente el aforismo: «Senectus insanabilis 
morbus est»? (La ancianidad es una enfermedad incurable).
La única forma de sobrevivir es envejecer. Yo suelo decir que hay 
dos posibilidades en la vida: o se muere uno de joven o se muere uno 
de viejo. Sin ninguna suerte de duda: la alternativa a no envejecer es 
el certificado de defunción.
Todos conocemos personas de edad avanzada con vigor físico y 
gran agilidad mental, tanto el uno como la otra envidiables. Todos 
conocemos asimismo personas que suman muchos años, cuyo apoyo 
fisiológico está muy deteriorado y cuya mente es lúcida y activa. Y 
todos tratamos, también, con ancianos que físicamente no presentan 
patología alguna, sin embargo su ,mente ha dejado de estar 
conectada con la realidad presente y cada día avanzan más en el 
camino de la demencia, de la oscuridad y la confusión. Y ninguno de 
nosotros, finalmente, es ajeno al hecho de haber contactado, con más 
o menos frecuencia, con seres humanos física y mentalmente muy 
gastados.
Posiblemente tenemos que afirmar, sin riesgo a equivocarnos, que, 
en el grupo de quienes han alcanzado una edad avanzada, son más 
los que viven una vejez "crepuscular", con muchos achaques y 
limitaciones, necesitados de la ayuda de otras personas para 
continuar ellos mismos siendo personas, que los que se valen 
totalmente por sí mismos.
Junto a todo ello percibimos, en nuestra sociedad de finales de 
siglo, un cambio que afecta de manera insoslayable al papel de los 
ancianos en el entramado social. El proceso de deterioro del lugar 
privilegiado que el anciano ocupaba en la escala social, en otras 
épocas, es un hecho constatado. Son al menos cuatro los factores 
que han influido con fuerza para introducir esta nueva situación:
1. El avance vertiginoso de las técnicas de producción. El anciano 
ya no es maestro en los quehaceres actuales; sus habilidades han 
envejecido junto con él y sus métodos ya no son rentables. Ya no 
tiene "nada" que enseñar ni transmitir a sus descendientes.
2. El alargamiento de la esperanza de vida y la reducción de la 
natalidad han producido un incremento del número de personas de 
edad avanzada en las sociedades desarrolladas. En épocas 
anteriores los ancianos eran escasos, por tanto, venerados y 
cuidados. No abundaban y eran considerados valiosos. Lo que 
escasea se valora. De ahí aquel dicho que refiere: "Cuando muere un 
anciano es como si se quemara una biblioteca".
3. Estamos inmersos en una sociedad de rentabilidad y sólo lo que 
produce y es utilitarista cuenta y es apreciado. Los ancianos ya no 
encajan en dichos parámetros de producción y renta. Ya no "hacen", 
ya no son mano productiva ni eficiente.
4. El paso de la familia patriarcal-extensa a la familia 
nuclear-reducida. Nuestra sociedad se configura cada día más en un 
proceso que favorece modos de convivencia limitados, reduccionistas 
e individualizantes.
El somero enunciado de estos cuatro factores nos hace 
percatarnos de que es urgente una especial atención hacia las 
personas mayores, pues son un colectivo con graves riesgos de 
marginación. Si el envejecimiento es un proceso de progresiva 
pérdida de autonomía en las tres vertientes donde el ser humano se 
realiza como tal: autonomía funcional: uno mismo se vale físicamente; 
autonomía mental: uno mismo posee memoria y adquiere nuevos 
aprendizajes; autonomía social: uno mismo mantiene la plena 
integración social.
Y si estas tres áreas del ser humano no son mantenidas y 
acrecentadas en el anciano, habremos propiciado su exclusión del 
concierto de la vida. De ahí que olvidar que el anciano necesita estas 
tres áreas (funcional, mental y social) está posibilitando que la 
proporción de pobres entre ellos se multiplique.
Si queremos significarnos por ser una sociedad culturalmente 
desarrollada uno de los indicadores de dicho nivel será la atención 
que prestemos a la ancianidad.

II. Problemas sociales
Existen varios problemas sociales que si no son tenidos en cuenta 
llevan directamente a la marginación y exclusión de las personas 
mayores. Para numerosas personas de edad avanzada, la 
combinación de la ausencia o pérdida de varias autonomías, 
(nuevamente recordamos que nos referimos a las de tipo funcional, 
mental y social), genera una situación de necesidades profundas y 
urgentes. Nuestra sociedad debe atenderlas adecuadamente, 
tomando las medidas pertinentes con urgencia, si quiere seguir 
manteniendo la nota de la accesibilidad como un derecho de toda 
persona.
1. La toma de conciencia: El aumento en términos absolutos del 
número de personas ancianas en los próximos años, en particular del 
grupo de personas con una edad de 80 y más años, supondrá un 
incremento importante de las necesidades de atención especializada, 
por el previsible deterioro de los niveles de autonomía personal, 
posibilidad de autocuidado, integración social y salud, que comporta 
la edad avanzada.
2. Calidad de vida y economía: Para la mayor parte de los ancianos 
la capacidad adquisitiva depende de la cantidad de dinero que 
perciben en su pensión de jubilados; y de ella depende la calidad de 
vida que se pueden proporcionar o "comprar".
3. Aislamiento y soledad: El deterioro de la autonomía y de la 
movilidad de los ancianos es un factor que provoca aislamiento. Si 
bien los hijos y parientes, la vida familiar, compensa en parte este 
aislamiento del entorno, cada vez son más las personas mayores que 
viven solas . En España un 22%, en la U.E. un 30%.
4. La ciudad y el anciano: La organización de la vida urbana actual 
presenta importantes obstáculos para la convivencia de las personas 
con dificultades, entre ellas los ancianos: falta de espacios de uso 
público, barreras arquitectónicas, agresividad del tráfico rodado, 
escasez de servicios para el tiempo libre...
5. La vivienda y el anciano: Las casas habitadas por los mayores 
suelen ser viviendas viejas y deterioradas, situadas en barrios 
asimismo deteriorados, que no reúnen las condiciones de salubridad 
convenientes ni mucho menos adaptadas a las condiciones de vida de 
sus habitantes. Son inmuebles y espacios que se han ido 
deteriorando junto con sus mismos usuarios.
6. La salud y la ancianidad: Estamos asistiendo a una prolongación 
de la edad media de las personas mayores, lo cual los lleva a una 
edad avanzada en que los achaques y complicaciones sanitarias se 
hacen con frecuencia recurrentes y crónicas. La sociedad no está 
suficientemente preparada para prestarles los servicios que 
requieren, pues, en muchas ocasiones, una vez pasada la 
hospitalización necesitan cierto tipo de ayuda permanente o, incluso 
no necesitándole, muchos de ellos no pueden acceder a una serie de 
servicios que les son imprescindibles.
7. La ancianidad hace nacer una nueva configuración social: Dos 
elementos ayudan a definir esta nuevo tipo de configuración:
7.1. La capacidad de consumo. Se está desarrollando un nuevo 
mercado especializado en ofrecer productos y servicios a los 
mayores: turismo, gestión de ahorros, tiempo libres, residencias...
7.2. La capacidad política. El voto de las personas mayores es un 
instrumento de presión política importante. Y lo va a ser más aún en el 
futuro, lo cual convierte a este segmento de la población en una 
clientela específica para el juego político.
El progresivo envejecimiento de nuestra sociedad comportará 
cambios importantes, tanto en la organización social como en la 
gestión política, a la vez que en el estado de bienestar, en la medida 
en que está cambiando radicalmente la estructura demográfica sobre 
la cual se ha fundamentado hasta ahora la sociedad. Es preciso tener 
presente, por tanto, que:
- Los ancianos de hoy "gozan de buena salud", pues son hijos de 
una fuerte selección natural: hambre, miseria, epidemias, 
postguerra.... frente a la cual resistieron y quedaron los "niños fuertes 
y sanos".
- Esto cambiará en los años venideros, agravando las ayudas que 
necesitarán los mayores, cuando lleguen a determinada edad las 
generaciones que no fueron "niños fuertes" como las anteriores.
- Aunque a principios de siglo sean menos los que accedan a la 
jubilación, porque serán las personas que nacieron durante la guerra 
y postguerra, periodo en el que hay una baja natalidad, hay que tener 
presente que se tratará simplemente de un breve respiro, y que habrá 
aumentado el grupo de 80 y más años.
- Nos encontraremos además con una nueva variante: los ancianos 
serán más cultos y ello comportará nuevas exigencias en la atención 
que precisen y las demandas que dirijan; por supuesto que esto 
conlleva, asimismo, una mayor exigencia de preparación por parte de 
quienes los vayan a atender.

III. Una nueva concepción existencial de la ancianidad 
La vejez es y será, cada vez más, un estadio normal de la 
existencia humana y de la organización social de la vida. Pero ya no 
se trata sólo de vivir más, sino de vivir mejor la ancianidad. El 
problema de la vejez que hasta hace unos años era cuantitativo (a 
principios de siglo la esperanza de vida apenas llegaba a los 40 
años), hoy más que nunca en la historia del ser humano pasa a ser 
cualitativo. El reto específico actual, en los países desarrollados, no 
es ya alargar la vida, sino ensancharla, añadiendo sentido a la 
existencia. Corremos el riesgo de que dos de los sueños de la 
humanidad: frenar la mortalidad infantil y prolongar los años de la 
existencia, se conviertan en una pesadilla. Por lo pesado que puede 
llegar a considerar una sociedad, basada en parámetros hedonistas, 
el ocuparse de los débiles, indefensos y vulnerables. Ya que al 
propiciar y alargar la vida de los que podían haber muerto al nacer y 
de los que debían haber fallecido al envejecer, se debe adoptar el 
talante y la virtud del compartir y solidarizarse.
Volviendo a nuestro discurso, se puede afirmar que hasta en 
nuestros propios días se sigue considerando que la ancianidad es un 
tiempo de paso; ya ha llegado el momento de que empecemos a 
comprender y aceptar que se trata de un periodo más prolongado, de 
que no es tiempo de paso, es una etapa de la vida humana. Y como 
todas las etapas humanas tiene una dimensión existencial, que 
modifica la relación del individuo con el tiempo, espacio, cosas, 
trabajo, afectos y personas. Es una forma existencial de ser y estar en 
la vida. Si no se adquiere este concepto se seguirá pensando en dar 
servicios mínimos a los ancianos; hasta que pasen.
La cultura de nuestro tiempo no desea confrontarse, si no es con 
ciertas reticencias, con la ancianidad; porque ésta contradice el 
modelo paradigmático que se ha autodado: juventud, belleza, vigor, 
eficiencia económica, productividad. Para salir al paso la sociedad 
tabuiza y exorciza, de mil y una maneras, la ancianidad. Hasta la llama 
Tercera Edad, como si hubiera edades de tercera categoría. La 
disfunción vital del anciano es signo patente del fracaso de toda una 
cultura. Es urgente una cultura humanista e impregnada de Buena 
Noticia.
Es imprescindible empaparse y proclamar una cultura de la vida 
por encima de reduccionismos pragmatistas de toda índole; 
preocuparse por escuchar pacientemente al anciano y entrar en 
contacto con su corazón, sin prejuicios ni idealismos. No hay que 
decidir por él ni hacerle vivir la vida con categorías ajenas a.su edad, 
psicología e intereses vitales.
Solamente una visión antropológicamente globalizante, que incluya 
todo el mosaico de los valores humanos, que analice los 
comportamientos y se dote de los oportunos conocimientos para 
resolver el nudo de la identidad y función de los ancianos, puede 
hacer que se viva una ancianidad digna.

IV. Reto humanizador
A pesar del progreso, la situación de los mayores no por ello es 
más satisfactoria. Hablamos de bienestar y nos olvidamos de que el 
auténtico bienestar pasa a través de la recuperación del sentido de la 
existencia para toda persona, en todas sus edades. En nuestro caso 
tenemos que advertir que la ancianidad no es una masa, y tenemos el 
riesgo de convertirla en tal.
No es ninguna exageración afirmar que el anciano no siempre está 
recibiendo de los demás la ayuda necesaria para continuar viviendo 
como persona humana. Nos encontramos ante una misión 
improrrogable: conseguir que la ancianidad pueda disponer de 
relaciones personales significativas, ricas en empatía y amor. La 
verdadera y fundamental necesidad del anciano es la de ser 
reconocido como persona digna en sí misma. Urge, pues, una 
respuesta de humanización.
La humanización es un vínculo vital empático que desea estar en 
función del anciano, de todos sin excepción y de todo el anciano en 
su globalidad.
Pero ante todo una advertencia, no nos equivoquemos. No 
debemos intentar retornos imposibles y frustrantes al pasado, cuando 
el anciano mantenía sólidas posiciones sociales, ni pensar que sea 
posible proponer para todos ellos una reinserción en la sociedad 
productiva. Al igual que hay que eliminar los mitos anti-viejo, hay que 
eliminar los mitos idealizados sobre la ancianidad de antaño. El 
anciano de hoy es distinto al de ayer y cada vez lo va a ser más. Los 
tiempos y las circunstancias son también distintos.
Ciertamente, nada de retornos imposibles, pero sí debemos 
corregir nuestros errores actuales. Tenemos que luchar por conseguir 
que las personas mayores recobren su lugar físico y temporal, y su 
función vital. No como los que tenían antes, pero sí los que les 
corresponden en su dignidad de personas. Este es el reto 
humanizador al que tiene que tender toda nuestra perspectiva de 
ayuda y servicio.

V. Prejuicios a evitar
Frente a la ancianidad, nuestra sociedad y nosotros mismos, 
hemos elaborado y participamos de una serie de prejuicios que 
podríamos calificar de mitos; los cuales nos llevan a tener 
comportamientos inadecuados en cuanto nos relacionamos con los 
mayores. Esto hace que su dignidad no sea respetada ni 
acrecentada.
Quiero detenerme en enunciar algunos de ellos para que tomemos 
conciencia de su existencia y evitemos caer en las actitudes que 
fomentan en quien no se ha liberado de los mismos:
1. La improductividad: Los planteamientos economicistas actuales 
hacen que al anciano se le vea como un ser improductivo. Tanto 
produces, tanto mereces consideración. Ante este modo de 
conducirse, hay que afirmar con vigor que el ser humano no es 
ningún medio para conseguir riqueza, sino alguien lleno de valor en sí 
mismo.
2. La inflexibilidad: Es una creencia extendida la de considerar que 
el anciano es incapaz de cambiar y adaptarse a situaciones nuevas, 
cuando en realidad en todas las etapas de la vida se está en 
crecimiento, también en la ancianidad.
3. La senilidad: Que mal aplicada nos lleva a creer que envejecer 
significa necesariamente ir en declive o perder facultades y funciones 
en todas las situaciones. Hay que insistir en que los mayores son 
capaces de aprender cosas nuevas si están motivados a ello; al igual 
que cualquier joven o adulto.
4. El envejecimiento y la vejez patológica: El envejecimiento es un 
fenómeno biológico que afecta a todas las dimensiones de la persona, 
pero no es en sí una enfermedad, una patología. Ser viejo no es 
imperiosamente igual a estar enfermo.
5. El cambio de personalidad: En realidad, cada persona es única y 
diferente, y no está demostrado que acontezca una modificación por 
el simple hecho de estar en los últimos años de la vida. Quizá sea más 
cierto que de mayor se es como se ha sido toda la vida.
Si evitamos estos prejuicios, tan arraigados en ocasiones, 
habremos saneado una serie de conductas peyorativas. Las cuales 
se detectan muchas veces en los diálogos con respecto a las 
personas mayores. Si así lo hacemos nos habremos alejado de:
- Infantilizar al anciano y decir: "Es como un niño".
- Del ternurismo blandengue que encontramos a veces en muchas 
personas bien intencionadas que se acercan a los ancianos.
- De potenciar dependencias físicas; robándoles su autonomía.
- De considerar que no cuentan porque les hemos clasificado como 
incapaces.
- De la tendencia a ocultarles los diagnósticos y los 
acontecimientos graves, por el afán de protegerlos; cuando ellos 
están, tal vez, más preparados que nadie para acoger la verdad.
- De la creencia de que no tienen nada que decir; cuando su 
sabiduría puede iluminar no pocas zonas de la vida.
- Del prejuicio de que no pueden amar ni enamorarse y formar 
nuevas parejas; como si su corazón ya hubiese muerto.

VI. Acercamiento humano y evangelizador 
Lo dicho hasta ahora nos está introduciendo, cada vez más, en la 
necesidad de tomar conciencia de cómo hay que saber ser con los 
ancianos. Esto supone conocer de modo concreto y específico su 
propia realidad y reflexionar sobre cómo debemos caminar junto a 
ellos.
Si se desea ser Buena Noticia para los ancianos y servirles en la 
globalidad de su ser, con el fin de brindarles vida en calidad y 
salud-salvación en intensidad, es preciso detectar qué piden los 
ancianos para ser atendidos íntegramente, qué factores están 
influyendo en ellos y qué necesidades presentan; para desde tal 
conocimiento hacerles sujetos de su propio crecimiento.
Cada anciano llega a esta etapa de la vida con su propia 
caracterología, pero existen unas connotaciones específicas que, 
aunque no todas se dan en todos por igual ni de la misma manera son 
fundamentales en un acercamiento adecuado que no quiera ser 
maledicente.
1. Factores. que influyen en las reacciones
Vamos a presentar algunos factores que son básicos para conocer 
los sentimientos y reacciones que los ancianos presentan:
1.1. La edad. Nos encontramos frente a personas que han vivido 
un largo periodo y están un "mucho gastadas". Para ellas el futuro 
empieza a tener cada vez menos importancia, la capacidad de hacer 
proyectos ha perdido su peso fundamental y si se hacen son a muy 
corto plazo. De ahí que programen cada momento, cada instante, y 
vivan con otra perspectiva el presente. Lo cual hace que a los demás 
nos parezcan impacientes. En ocasiones, en esta etapa de la vida, se 
madura con intensidad, de una forma veloz. Se descubre, en poco 
tiempo, un universo de valores distinto al que se ha vivido.
1.2. La personalidad. La personalidad es la punta del iceberg de lo 
que han sido sus circunstancias vitales, su mundo existencial: 
situación familiar, relaciones con los amigos, situación económica, 
educación, vivienda. Todo ello confluye en la personalidad que ahora 
se nos muestra.. Muchas de las reacciones que presentan los 
mayores tendrán su raíz en este iceberg; muchos de su 
comportamientos son producidos por el confluir de estos factores.
1.3. La identidad corporal. Gran cantidad de reacciones 
específicas y concretas de los ancianos serán consecuencia de una 
identidad corporal en deterioro progresivo. Ya no se pueden fiar de su 
propio cuerpo y se destruye la fantasía de poseer un cuerpo 
invulnerable; pasando, a veces, a convertirlo en el centro de una 
preocupación morbosa que les lleva a ser exagerados en la demanda 
sanitaria. Se les presenta una doble separación del cuerpo: ya no 
funciona como sostén y vehículo hacia el mundo que los circunda, y 
se niega a prestarse a sí mismo los cuidados necesarios.
1.4. La conciencia de muerte. Que les lleva a hablar de la muerte o 
porque tienen miedo o porque quieren transmitirnos que poseen la 
serenidad suficiente para preparar su última pérdida, dándonos las 
indicaciones precisas de cómo quieren que sea su funeral y otros 
muchos detalles que desean se tengan en cuenta. Esta toma de 
conciencia les lleva a unos a considerar que todo ha sido 
tremendamente ridículo, que la vida ha sido un engaño, y a 
considerar que lo mejor sería autoeliminarse (de ahí el gran número 
de suicidios entre las personas mayores); y a otros a gustar lo que ha 
sido y sigue siendo su vida.

2. Las reacciones y los sentimientos
Todos los factores que hemos señalado llevan a los ancianos a 
una serie de reacciones y sentimientos:
2.1. La ira. Esta reacción viene provocada por la no aceptación de 
la nueva situación. No se asumen los cambios que la vida introduce, 
cuesta adaptarse a las nuevas circunstancias y se pretende negar la 
evidencia de que la existencia va exigiendo desapegarse de tantas 
cosas como se poseían. Nos encontramos ante una defensa 
provisional que el anciano descarga contra sí mismo, o contra 
aquellos que tiene más cerca: familia, amigos, agentes 
sociosanitarios, voluntarios, agentes evangelizadores, Dios.... los 
cuales están ofreciéndole su presencia y acompañamiento, y le están 
ayudando. Precisamente la hace sentir a los que le proporcionan lo 
mejor que tienen y son, a los que le hacen el bien, para con los cuales 
sólo debería mostrar agradecimiento, pero son los que están más 
cerca y se pueden enterar.
2.2. El sentimiento de abandono. Un tema importante en la 
experiencia del anciano es el de las pérdidas. Cada pérdida hace más 
agudo el sentimiento de abandono: alguien o algo que ya no se tiene 
ni se va a volver a tener. Se pueden ir experimentando numerosas 
pérdidas a lo largo de esta etapa de la vida, hasta el punto de 
sentirse totalmente abandonado. Pérdidas que hace referencia a la 
salud y las propias capacidades físicas y mentales, a los amigos y 
familiares, a los roles que se desempeñaban y al hábitat donde se 
desarrollaba la vida, etc. Cuando en una persona confluyen múltiples 
pérdidas a la vez la situación se puede volver dramática. Ahora bien, 
lo peor no es que se produzcan pérdidas, sino que frente a estos 
cambios, abandonos y exigidas renuncias, es decir ante estas 
pequeñas muertes, no se produzcan pequeñas resurrecciones, que 
hagan valorar y percibir aspectos que tal vez no se habían 
descubierto ni apreciado anteriormente.
2.3. El sentimiento de angustia. Una angustia que implica 
inseguridad y miedo con sus múltiples manifestaciones. Que viene 
producida por la falta de un futuro cierto que ofrezca algunas 
garantías. Viene inducida por el pensamiento de la finitud, expresada 
en la muerte, por el temor a los sufrimientos, por el miedo a morir 
solos, y se agrava, en determinados momentos, ante el fallecimiento 
de conocidos, amigos y familiares.
2.4. El sentimiento de depresión. Va más allá del sentimiento de 
angustia y se puede convertir en patológico; desembocando en un 
estado de ánimo que comporta: una visión negativa de uno mismo, 
que introduce una fuerte minusvaloración personal e inseguridad; una 
visión negativa del entorno, que hace afluir ideas catastróficas y niega 
la posibilidad de soluciones; una estructuración de esquemas 
pesimistas ante todo y ante todos. La depresión la vamos a ver 
manifestada en la tristeza, el aislamiento y el pesimismo. Cuando está 
presente se puede llegar al dolor total, que abarca las dimensiones: 
mental, social y espiritual, y puede hacer insoportable la vida.

3. Las necesidades
VIEJOS/NECESIDADES: En estrecha relación con las reacciones y 
los sentimientos nos encontramos con las necesidades que nos 
presentan las personas mayores. Antes de enumerar unas cuantas 
que considero fundamentales, hay que afirmar que existe una a la 
cual le daría el calificativo de principio fundamental: la de considerar 
al anciano como un sujeto y respetarlo como tal; todas las demás se 
van a fundamentar en ésta. El tener presente dicha premisa evitará 
que lo tratemos como un objeto a manejar o al que hay que amoldar 
según las "necesidades del que se acerca a él", por muy nobles que 
sean los motivos de intervención.
No es fácil descubrir, en ocasiones, las necesidades de los 
ancianos, ya que las reacciones que presentan pueden ser 
mecanismos de defensa que esconden las verdaderas necesidades; 
y, además, la dificultad se acrecienta debido al riesgo de proyectar 
nuestras propias necesidades en sustitución de las del anciano.
Sabiendo que es fundamental acoger los sentimientos que está 
experimentando y estando presente la necesidad fundamental del 
anciano que es la de ser respetado como persona en la globalidad de 
su ser, podemos enumerar la siguientes necesidades:
3.1. Necesidades fisiológicas. De ellas emerge el estado anímico 
de los ancianos. Es preciso estar atentos porque muchas veces 
dependen de nosotros para alcanzarlas. Comer, dormir, estar 
higienizados, estar cuidados va a producir en ellos un estado de 
bienestar y de paz; cuando no pueden conjugar todos estos verbos su 
desasosiego va a ser manifiesto.
3.2. Necesidad de seguridad. La satisfacen el orden, el dominio de 
las referencias espaciotemporales, la estabilidad. Necesitan estar 
seguros de que no serán abandonados, de que serán atendidos con 
dignidad, de que se escucharán sus deseos y de que hay unas 
estructuras materiales que les cobijan
3.3. Necesidad de amor y pertenencia. Que es saciada facilitando y 
manteniendo las relaciones efectivas con la familia y las amistades 
que se poseen, así como favoreciendo la creación de nuevas 
relaciones efectivas y de camaradería con otras personas.
3.4. Necesidad de consideración y estima. Cuya satisfacción se 
logra manteniendo el respeto y la influencia, dejándoles expresar qué 
tipo de ayuda necesitan, manifestándoles cuanto sabemos o 
recordamos de positivo sobre ellos y sobre sus valores, recordando 
junto a ellos los momentos fuertes de su vida y las características 
suyas que más hemos apreciado.
3.5. Necesidad de autorrealización. Que no siempre podrán 
satisfacer con la actividad, pero sí con el descubrimiento de valores 
que tal vez durante otros periodos de la vida han estado aletargados 
y sin desarrollar. Se trata de afirmar el crecimiento, de comprender 
que porque alguien está jubilado no está acabado, que la tarea de 
hacerse persona no finaliza hasta que no llega el momento de la 
última pérdida, la muerte.
3.5. Necesidad de un Dios entrañable. Después de haber perdido 
tanto, los ancianos que son creyentes necesitan poner su confianza 
en un Dios que es su roca y su refugio. Asentar su fe en el Dios del 
Salmo 71: «Ahora en la vejez y las canas no me abandones Señor».
Ante unas personas con todas estas características, nosotros 
vamos a ser quienes les podamos brindar más y más la cercanía de 
ese Dios Padre-Madre que no les va a fallar cuando tantas personas, 
esperanzas y cosas les han fallado y abandonado. Su fe es una fe 
enraizada en el pasado con una fuerte carga de futuro, se han caído 
muchos elementos de la vida, han aprendido a relativizar y ponen sus 
ojos más fácilmente en lo esencial. Se han inclinado a mirar el más 
allá. Y en el más acá deben encontrar la certeza y la garantía de que 
no se les falla; por eso, toda iniciativa que se emprenda debe ser un 
signo, un sacramento, un encuentro con el Señor. Una Buena Noticia, 
una evangelización verificada con los gestos de la diaconía.

VII. Evangelización de, con, para y desde los ancianos
Aún frente a una vejez con múltiples patologías sumadas, los 
agentes evangelizadores deben propiciar la vivencia de dicha etapa 
sanamente, saludablemente, salvíficamente. Aunque sea desde unos 
sanadores que también se saben heridos. Condición ésta que 
acompaña a todo ser humano.
Así pues, la Iglesia, experta en humanidad, siente resonar en su 
corazón "los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias de los 
hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos 
sufren" (GS. 1). Es así como la Iglesia debe tener presente la 
actuación del Señor Jesús que se movió continuamente en el 
submundo de la pobreza y la marginación. Se puede decir de El que 
tenía un inédito interés por lo perdido, que siempre tendía hacia 
abajo, que se dirigía preferentemente a los no-hombres, que 
mostraba una especial predilección por lo débil, por lo que no es 
capaz de valerse por sí mismo y con ello se identificó: "Lo que 
hiciereis a uno de estos mis hermanos más pequeños a mí me lo 
habéis hecho" (Mt. 25, 40). Esta serie de datos son los que tenemos 
que retener, pues nos conducen a sacar una serie de 
consecuencias.
Además, a Jesús de Nazaret no le mueve ningún interés lucrativo ni 
político, actúa por un amor entrañable, no disimula su pasión 
liberadora, no cesa de mentalizar a los suyos para hacerlos buenos 
samaritanos, cura íntegramente, sana, libera, reintegra, actúa con 
dimensión profética y denuncia.
Dentro de la acción caritativo-social nos tenemos que preguntar si 
cuentan para algo, si hay una evangelización de, con, para y desde 
los ancianos; si son considerados sujetos activos de la 
evangelización, para recibirla y para darla.
Es preciso hacer un planteamiento serio si queremos saber ser un 
apoyo humanizador y evangelizador de la ancianidad. La Iglesia tiene 
en sus manos las siguientes posibilidades:
1. Dialogar con el anciano. Darle acogida incondicional y respeto 
dentro de la comunidad; acercarlo a la comunidad y acercarle la 
comunidad. Ofreciéndole la propuesta que el Señor siempre hace a 
quien necesitado se le acerca: "¿Qué quieres que haga por ti?" (Mc. 
10,51).
2. No aniñar al anciano. Infantilizándolo al no respetarle su 
protagonismo como pleno sujeto eclesial.
3. Restituirle su función en la asamblea. Considerándolo como 
maestro en sabiduría y prudencia, como modelo de aceptación y 
superación de dificultades, como cauce de unión intergeneracional y 
evocación de la tradición, como ejemplo vivo de fidelidad al Señor y 
de transmisión de la fe. Muchos de nosotros aprendimos nuestras 
primeras oraciones de boca de nuestras abuelas.
4. Desbaratar el tabú de la vejez y la muerte. Con gran naturalidad, 
afrontar el silencio que la sociedad ha impuesto ante estos dos 
aspectos que son parte de la vida misma, y presentar ambas 
realidades enmarcadas en la esperanza del misterio de Cristo.
5. Superar el mito "juvenalista". Del que está impregnada toda 
nuestra sociedad y que tanta desorientación produce al escatimar que 
se acoja la existencia con todo su rigor. Para ello es necesario 
profundizar en el sentido de la existencia humana.
6. Superar la actitud sacramentalista. Fomentando y presentando 
la realidad misionera-evangelizadora-celebrativa que posee todo 
bautizado. Y no considerando al anciano como simple receptor de 
sacramentos, sino estimulando en él su capacidad de ofrecer los 
contenidos de los mismos a todos aquellos con los que se relaciona.
7. Sensibilizar a la comunidad ante la justicia social. Con el fin de 
superar los aspectos exclusivamente caritativo-sociales y, sin 
obviarlos, trabajar por el cambio de estructuras que lleven a evitar las 
causas de la marginación de los ancianos.
8. Influir en la formación de la opinión pública. Haciendo que tome 
conciencia de la urgencia de romper el cerco de la marginación que 
está amenazando a las persona mayores en nuestras sociedades.
9. Ser conciencia profética. Anunciando, a través del testimonio de 
actuación con los ancianos, en qué consiste una intervención global y 
humanizadora; y denunciando toda acción u omisión que los relegue a 
segundo término. Convirtiéndose de ese modo en voz intermediaria 
de los que no tienen voz ni palabra en tantos foros.
10. Tomar conciencia del riesgo de quedarse sin patriarcas. En 
nuestro entramado social muchas son las familias que se están 
quedando sin abuelo, privando a los nietos de una gran riqueza. 
Nuestra sociedad está corriendo el riesgo de quedarse sin sabios, en 
muchas cátedras. Y la Iglesia piensa: "Éstos ya están seguros", y 
cree, o al menos actúa como si lo creyera, que no necesitan crecer, 
que ya acuden a nuestras novenas y celebraciones. Esto lleva a 
realizar con ellos una evangelización de servicios mínimos, de simple 
mantenimiento, negándoles la capacidad de caminar en la fe y 
despreciando el tesoro acumulado durante cientos de experiencias 
del Señor en sus vidas. ¿Cuándo la Iglesia redactará una carta 
pastoral cuyos destinatarios sean los ancianos?

Conclusión
Dice un proverbio japonés que: "Una ancianidad satisfecha es 
signo de la cultura de un pueblo". Nosotros, los que estamos en 
contacto con los ancianos, constatamos que la sociedad del presente 
no es propicia, sino más bien refractaria a la condición de la vejez. Es 
suficientemente evidente que la situación de los ancianos en nuestra 
cultura es insegura.
Se hace patente que lo más importante no se ha logrado todavía. 
El anciano no es sólo un usuario; es, sobre todo, una persona que 
envejece, que vive envejeciendo, que envejece viviendo. Hay que 
pensar, sí, en pensiones dignas, viviendas adecuadas, medidas 
sanitarias oportunas y un largo etcétera de cuestiones, pero sin 
olvidar fomentar el gusto por la vida y el sentirse útil, respetando y 
amando; en estimular las relaciones amistosas y cordiales para evitar 
la soledad, miseria en el corazón del anciano; en producir contactos 
generacionales para que el joven sea aceptado por el anciano y aquél 
conozca el valor y la dignidad del anciano, y aprenda a estimarlo; en 
nacer y vivir y morir en el seno de la familia, pues ésta como lugar 
para la intimidad, es la mejor resistencia contra el proceso de 
despersonalización que se desarrolla en nuestra sociedad; y en 
cuanto no sea posible la propuesta anterior, hacer que las 
instituciones para ancianos se conviertan en lo más parecido a un 
hogar.
Hay que conseguir que la ancianidad no se conciba como un 
periodo de paso, sino como una etapa de la existencia humana. No se 
trata simplemente de que se ha perdido la juventud, sino de una 
manera diferente de estar en la vida con una nueva situación, con 
una nueva tarea: realizar la cabalidad de la persona.
Será un fracaso si seguimos constatando que nuestros mayores se 
ven forzados y se limitan a dejarse vivir. Que nadie evada su 
responsabilidad, ni el anciano, ni la familia, ni la sociedad, ni los 
poderes públicos, ni la Iglesia. Y recordemos, la sociedad y la 
comunidad de los creyentes a las que estoy emplazando a que 
afronten estos retos, que emanan de todo lo expuesto hasta aquí, 
también las formamos todos nosotros.
Si es cierto que se envejece como se ha vivido y se es cuidado 
como se ha cuidado, confiemos en que, al luchar porque los ancianos 
den más años a su vida y más vida a sus años, nosotros hayamos 
aprendido a envejecer y hayamos enseñado a los más jóvenes a 
respetar, amar, estimar y mirar de frente a la vejez, es decir, a cada 
hermano anciano. Esta es la forma en que habremos humanizado la 
relación con nuestros mayores y podremos llevarles la Buena Noticia 
que tanto anhelan, y aún aquellos de entre ellos que no crean se 
sentirán encantados de que los tratemos como trataríamos al Señor; 
pues de escuchar malas noticias ya están cansados.


MADRID, 26 de junio de 1996.

S. Pellicer Casanova
Director de la Residencia San Camilo
Delegado Episcopal de Cáritas Española