La persona en Santo Tomás de Aquino

 

Abelardo Lobato, OP
Antiguo Rector de la Facultad de Teología de Lugano

 

El ser humano es por naturaleza un ser familiar. En la familia tiene su principio, su desarrollo y su término. De la familia viene y a la familia va. A su vez la familia es el lugar natural de las personas, donde la vida es comunión, las relaciones son interpersonales, el amor es el lazo de unión del hombre y la mujer, de los padres y los hijos y por todo ello es el espacio en el cual el hombre puede lograr la felicidad a su alcance.

Más aún, la familia tiene una cierta sacralidad, pues Dios mismo ha querido habitar con el hombre y compartir con él el milagro de la trasmisión de la vida por la colaboración de la persona y la naturaleza. En la familia, de modo invisible pero real, Dios sigue pronunciando su palabra creadora «Hagamos al hombre! (Gen, 1,26), y con la paciencia de quien mora en la eternidad, acepta, tolera, y acoge las respuestas inciertas de la libertad humana, y por esa vía comparte la suerte del hombre, que es su imagen. Podemos afirmar con verdad que «en el principio era la familia», cuya experiencia, por lo que todo individuo puede recibir y por lo que debería aportar, conforma la trayectoria humana.

 

De ese punto de partida brotan las diversas dimensiones de lo humano, como las vias consulares de Roma o como las ramas del tronco del árbol, tanto las que originan y mantienen la sociedad, como las que propician o entorpecen el despliegue de las dotes personales. Las dos caras de lo humano, la personal y la comunitaria, brotan de ese principio originante que es la familia. Donde no hay familia, no hay hombre en plenitud, ni podrá formarse una sociedad a la medida de lo humano. Dime cómo ha sido y cómo es tu vida de familia y te diré en qué medida has respondido a tu vocación de hacerte nada menos que todo un hombre. En la familia se juega el destino del homo viator, mientras es un peregrino del Absoluto. No es una cuestión banal, ni coyuntural, la cuestión de la familia, es radical y decisiva para todo lo humano.

 

Si tal es la relación entre la familia y la persona, que afecta a las raices de lo humano, era de esperar que el giro antropológico de la hora moderna, prestase gran atención a los dos polos de la relación, tanto a la familia, cuanto a la persona. Pero esta esperanza ha sido vana.

Porque la triste realidad, que cualquiera puede comprobar en su entorno, es que ha ocurrido lo contrario, y por ello ha ocurrido algo fatal: la familia ha sido marginada, y la persona ha perdido su dignidad. El hombre soñado y en buena medida fabricado e implantado por la modernidad es un hombre sin familia, sin genealogia como Melquisedec, un ser solitario, como Ibn Yaqqzan, o Robinson Crusoe. No es un hombre de carne y hueso. Se puede sospechar que el hombre moderno se orienta hacia el laboratorio y la manipulación más que hacia la naturaleza y la familia, y corre ya el peligro de ser un producto de la ciencia y de la técnica, un objeto manipulado, pues si todavía no es manufactura, ya está siendo «mentefactura».

 

Está bien comprobado que la modernidad ha intentado una fuga violenta de la naturaleza, cosa que no ha ocurrido por azar. Era algo programado en la mentalidad iluminista. Puede constatarse que este proceso de alejamiento de la familia, quedaba implícito en el proyecto kantiano de la nueva antropología en sentido pragmático. El filósofo de Königsberg, en su revolución copernicana, no solo intenta situar al hombre en el puesto del ser, haciendo de la pregunta sobre el hombre el punto de partida de todo filosofar, sino que renunciando a saber lo que la naturaleza ha hecho con el hombre, se proponía desarrollar lo que podía hacer con su libertad. En alas de la libertad, vistos los efectos y la situación, se diría que el hombre moderno, imitando al joven de la parábola de Lucas, ha exigido al padre la parte de su herencia, y con ella a cuestas, ha vuelto las espaldas a la casa parterna y ha caminado hacia una región lejana. El resultado de esta huída de la naturaleza hacia el horizonte de la libertad no se ha hecho esperar. La familia ya no es sino un vago recuerdo de la hora patriarcal.

 

¿Qué ha ocurrido con la persona? Una cierta paradoja. En apariencias la persona ha cobrado actualidad, ha vuelto a la escena del gran teatro del mundo y ocupa el primer plano. Los individuos se sienten halagados al ser tratados como personas, y mejor aún como personalidades. Ha sido también Kant el que ha puesto en circulación la distinción radical entre cosa y persona. Aquella es siempre un medio que admite cambio y sustitución, por el contrario ésta es siempre un fin, un absoluto al que nada puede sustituir. Será la mayor ofensa para el individuo ser tratado como no-persona, como mero objeto. Una de las conquistas de la modernidad ha sido la proclamación de los derechos humanos, que son como las columnas de la sociedad y la cultura actual. Pues tales derechos encuentran su fundamento en la persona. Podríamos continuar estas apariencias halagadoras y concluir que la cultura moderna ha vuelto a descubrir la persona. Pero, por desgracia, todavía no es así. El que escruta un poco más alla de las palabras está obligado a reconocer que, también en este caso, las apariencias engañan y que no es oro todo lo que reluce. Los vocablos son signos de los conceptos, como estos lo son de las realidades. Es cierto el uso cada vez más extendido del vocablo persona, pero ya es ambiguo su significado conceptual, y es muy tenue su realidad.

Topamos con la persona en todos los recodos del camino, pero esa persona que nos sale al paso es solo una máscara. Hay que decir que en la hora moderna el vocablo persona ha desandado su camino, ha vuelto a su origen. Ha perdido la densidad ontológica y por ello resulta un vocablo vacío.

 

En definitiva, tal es nuestra empobrecida situación en la modernidad: perdida la familia nos encontramos en la escena del gran teatro del mundo entretenidos con un juego de máscaras, sin familia y sin persona. El despertar de la conciencia actual ya había advertido que nos encontramos en una sociedad sin padres y sin maestros, ahora lentamente cae en la cuenta de que es también una sociedad de máscaras, de individuos despersonalizados. El hombre de hoy produce robots que imitan al cerebro humano, y al mismo tiempo forja hombres que imitan a los robots. En su origen la palabnra robot significa esclavo. Es triste pero es real el hecho.

 

Esta constatación pide una reacción apropiada. Es urgente recuperar la familia y devolver su dignidad a la persona. El problema es cómo hacerlo, cómo encontrar el remedio para este mal que tiene los efectos de la peste. San Agustin advertía que a veces el hombre da grandes pasos, pero fuera del camino, extra viam. En esta situación es necesario un cambio de marcha. Nos preguntamos cómo desandar el camino que no lleva a ninguna parte. Nadie sale por si solo, tirándose de los pelos, del pozo en el que ha caído. Si queremos ir más adelante, tenemos que imitar a los atletas y comenzar por dar algunos pasos atrás y luego proseguir por el camino recto. Es preciso hacer memoria cultural, recurrir a los maestros que nos han dejado un legado doctrinal y han abierto sendas seguras para nuestros pies. Uno de esos maestros del pasado, con una perenne novedad doctrinal, es Tomás de Aquino, el reconocido maestro y modelo de los que buscan la verdad, el «Doctor Humanitatis», como lo designó Juan Pablo II .

 

Al tratar de Dios, del ser, o del hombre, Tomás tiene una palabra que debe ser oída. En el tema de la persona su aportación resulta decisiva para recuperar la dignidad perdida y mantener el equilibrio entre los dos polos del vocablo, el externo de la máscara, y el interno de la dignidad del sujeto singular. La persona designa la realidad más noble de cuantas existen.

La lección de Tomás sobre la persona se resume en la invitación de San León Magno al cristiano: «Agnosce oh homo, dignitatem tuam! En la escuela de Tomás se descubre la dignidad personal, la realidad y el modo de ser persona y de hacer compatible la máscara con el ser.

 

Una sencilla aproximación a la doctrina de Santo Tomás sobre la persona exige partir del Tomás histórico que asimila una tradición cultural, presentar la síntesis lograda y expuesta con trasparencia en su obra, y por fin buscar la actualización en nuestro contexto cultural empobrecido. No pretendemos un estudio exhaustivo de la doctrina de Tomás sobre la persona humana. Este estudio se limita a una sencilla exposición del núcleo de esa doctrina tomista, en su herencia, su aportación, su urgente irradiación. Como todo pensador, Tomás realiza su tarea de servidor de la verdad en una época bien precisa de la historia. Pero, a diferencia de la mayor parte de los pensadores, su aportación trasciende el momento y pretende ser lección suprahistórica. Tomás tiene la capacidad de llevarnos a lo esencial del tema. En esta «lectura» de su pensamiento sobre la persona se integran tres datos decisivos para la recta comprensión del ser personal cual lo presenta Tomás: la singularidad del sujeto humano, la densidad ontológica de la persona, la posible realización como respuesta a los retos del tercer milenio. El primer dato es herencia cristiana, el segundo es conquista personal del genio de Tomás, el tercero es tarea que se nos confia en la entrada del tercer milanio cristiano. La memoria del pasado se puede convertir en profecía del futuro del hombre como ser personal.

1. El legado histórico.

 

Tomás ha meditado largamente con finura y profundidad en la misión del maestro, en el oficio del teólogo a quien se le confía la misión de enseñar y lo expresa con claridad desde su primera obra personal, la Summa contra Gentiles. Su tarea es conocer, comunicar y testimoniar la verdad, y al mismo tiempo combatir el error. Para ello necesita insertarse en la tradición y conocer el trabajo de los que le han precedido. Porque tiene muy claro que la verdad es tarea colectiva, conquista comunitaria. Lo que añade uno solo a la conquista de la verdad es bien poco en comparación con lo que recibe de los demás. La tarea del sabio es instalarse en esa roca del saber consolidado en una tradición y poder avanzar un paso más.

Hay que tener en cuenta que el Maestro Tomás, es el primero que desvela la primacía del trabajo intelectual, por ser de más alto valor y más necesario que el trabajo manual al cual precede, acompaña y orienta. De estas premisas procede su hambre y sed de conocer las obras de los pensadores que le han precedido, el respeto y veneración ante sus obras, la pasión por asimilar su pensamiento y la fidelidad en trasmitirlo. Es un pensador que estima mucho cuantos esfuerzos se han hecho en el pasado por dar solución a los problemas. Ha vivido a fondo la pasión por la verdad como bien supremo de los seres inteligentes.

 

Esta actitud la observamos en torno al problema de la verdad. Su mirada hacia atrás le descubre el horizonte de lo ya conquistado. Cuando Tomás medita sobre la persona tiene la conciencia de que la palabra, sus significados, y la realidad que designa han sido objeto de reflexión cerca de XX siglos. Hay un núcleo histórico ante el cual se sitúa el fraile dominico, que llega a sus manos por tres senderos complementarios: el del vocablo etrusco-romano-greco, el del concepto cristiano sobre la dignidad del hombre singular, y el de la comprensión del mismo en la teología cristiana. La herencia que Tomás recibe sobre el tema de la persona, implica las nociones que acompañan a los vocablos: la máscara, el sujeto, la dignidad .

 

1.1. Persona-máscara

Tomás conoce el origen teatral de la palabra persona. La noticia le viene de Boecio, que la deriva del verbo latino personare. Los actores del teatro usaban máscaras para salir a la escena. La máscara tenia una doble función: la de representar ante los demás un «personaje» determinado, bien de los dioses o bien de los hombres, y el de proclamar en alta voz, resonar con potencia, servir de altavoz para el auditorio. Hoy se pone en discusión, por insuficiente, este origen del vocablo. Porque, en efecto, la máscara es algo anterior al teatro trágico de los griegos ya que todas las culturas mantienen una tradición bien consolidada del uso de las máscaras en las fiestas. El hombre celebra los eventos alegres o tristes, no a solas sino con los demás, socialmente. Y para celebrar las fiestas comunitarias recurre a los cantos, a las danzas, los banquetes, se adorna con las formas y colores de la realidad, las que le inspiran terror y las que le sirven para expresar su gozo. No le basta su propio rostro, se disfraza, se reviste. Busca en el mundo vegetal y sobre todo en el animal formas y figuras, colores y signos para aparecer ante los demás. Es un hecho cultural. Las máscaras son usadas en todas las culturas, desde las primitivas a las actuales. En ese contexto festivo y de apariencias, tiene su origen la persona como ser enmascarado. El nombre de persona asociado a la máscara se encuentra ya en las pinturas etruscas. En una de las tumbas de Tarquinia aparece por dos veces el nombre de phersuna, o persona, junto a una de las figuras pintadas en el muro. La Tomba degli auguri, podría ser el primer testimonio histórico de la palabra que designa la máscara. Del etrusco pasa al latin y se emplea con el mismo sentido teatral, hasta el siglo I d.C. Sólo con Séneca tenemos una nueva carga semántica en la misma palabra. Para el filósofo cordobés no solo hay máscaras en el teatro, sino en la vida de los individuos, y hasta en las cosas. La evolución del significado fue por sus pasos: de la máscara, como velo del rostro, se pasa al personaje representado en ella, y de ahí se da el salto a los individuos humanos, que tienen su rostro, y en él su máscara, porque algo manifiestan y algo ocultan. Séneca, el estoico humanista, aplica a su enemigo político el emperador Claudio este concepto ambivalente, personaje y persona en la escena de la vida del imperio romano.

En la lengua y cultura griega hay otro vocablo análogo para expresar la misma realidad de la máscara, es la palabra proswpon, que significa el rostro, o lo que se pone delante del rostro, la máscara. Primero la tragedia, y luego la comedia, han hecho uso de la máscara como elemento necesario para la representación de las obras. Y con esa palabra, de mayor resonancia que la latina, el desarrollo semántico ha sido análogo al del vocablo persona: de la máscara al personaje, del prósopon a la prosopopeya, del teatro a la vida normal de los hombres.

Este significado primero de las dos palabras, el de ser máscara, se ha conservado de modos más o menos larvados hasta la hora presente. La persona implica su aparecer, su presentarse en escena, su capacidad de ocultar algo peculiar e inefable que va con el individuo. La máscara lleva la ambivalencia, presenta y oculta el auténtico rostro humano. Tomás se hace eco de este origen, basado en la información de Boecio: «El nombre de persona, viene de personare porque en las tragedias y comedias los actores se cubrían el rostro con la máscara de quien, cantando, representaban las gestas».

 

1.2. Persona- sujeto

Complemento de esa dimensión de la persona hacia afuera, es la interioridad del sujeto humano. Hay una herencia de la cultura hebrea que pasa a la cultura occidental y se hace patrimonio común y roca firme de la cultura cristiana. Dios se revela a sí mismo y establece su alianza con el pueblo judio, llamado a ser el pueblo de Dios, bien distinto de los demás, con una misión singular en la historia de la salvación. En el nuevo testamento la relación de Dios con el hombre avanza un paso más. Ya no es solo el pueblo el que se relaciona con Dios, es también el individuo, el sujeto humano singular. Al revelar el misterio de la encarnación Dios desvela al hombre su propia dignidad y grandeza: Per hoc instruimur quanta sit dignitas humanae naturae . Cada hombre es imago Dei, es sujeto en el cual Dios quiere morar. Desde esta nueva perspectiva, el hombre ya no es solo microcosmos o el ser capaz de retorno sobre sí mismo, es mucho más, tiene un interior en el cual Dios pone su morada, es un sujeto creado por el amor de Dios, con un destino singular. El reino de Dios se realiza en ese interior.

Esto es una novedad absoluta en las culturas. Hasta esta revelación el hombre se conocía como miembro de una comunidad humana, pero el singular no tenía valor especial. En cambio con el anuncio del reino, con la entrada de Jesús en la historia, todo cambia. El hombre descubre su valor singular, su dignidad única. No es solo el individuo, uno más en la multitud, es un sujeto que tiene relación directa con Dios. Con el misterio del sujeto va unido el misterio de la libertad. Desde la revelación del NT cada ser humano puede conocer su predestinación en Cristo, su vocación singular que lo invita a ser una respuesta existencial, libre y generosa al amor de Dios.

 

Hegel ha notado esta novedad absoluta para comprender la libertad. En el mundo antiguo el hombre era libre o esclavo, señor o siervo,noble o vulgar. La dignidad, o la vileza le venía desde fuera, por el rango de la familia, por la ciudad o la patria a la que pertenecía. Desde la revelación judeo-cristiana hay otra medida de la dignidad del singular: su relación con Dios, su vocación especial y la respuesta desde el testimonio de su vida. El hombre es un sujeto que se descubre capaz de Dios, llamado a un destino en Cristo y en el mismo Dios. Si en lo exterior cada hombre puede vestirse de máscara, en su interior se desvela su verdad y la relación con Dios es la decisiva de la persona. El reino de Dios es el reino de la vida, de la santidad, al cual están llamados por su nombre, cada uno de los que han respondido a la llamada en Cristo. Desde el NT es posible ver en cada hombre el destino de la humanidad. A Tomás no se le oculta esta via de penetración en el interior del hombre, el santuario de cada sujeto en la conciencia y en el corazón. La novedad cristiana de esta plenitud se expresa en algunos ejemplares, de modos totalmente nuevos. El hombre descubre que para conocerse integralmente tiene que situarse ante Dios. Clemente de Alejandria prolonga el autoconocimiento socrático: «Entre todas las ciencias, la más admirable es la del propio conocimiento, porque el que se conoce a sí mismo, también conocerá a Dios».Gregorio Nacianzeno en Oriente y Agustin en Occidente han escrito sus Confessiones, el itinerario del sujeto errando a solas, buscando a Dios, de rodillas ante Dios: Noverim Te, noverim me!. La máscara del actor puede ser capaz de velar y de mostrar este sujeto singular personal. Para Tomás el sujeto humano se presenta como el lugar del infinito. El hombre es capaz de volver sobre sí mismo, y vive en una cierta presencia de sí a sí de modo atemático, que puede desplegar en sus actos a través de la conciencia y de la reflexión. La libertad brota de esta profundidad del sujeto humano .

 

1.3. Persona-misterio.

Tomás conoce además en la tradición una tercera pista que lleva al secreto de la persona, la pista de los misterios de la fe. El hombre imago Dei, se descubre en el reflejo de los dos grandes misterios de la fe cristiana. La revelación de Dios en sí mismo desvela al misterio del hombre. La fe es siempre una luz oscura, una verdad que suscita desde su misma claridad, un deseo de ver más claro. El misterio fontal es el de la trinidad, el de Dios en sí mismo y el misterio inicial es el de la encarnación, Dios hecho hombre. En la vida cristiana se ha sentido muy pronto la necesidad de dar razón de esta fe, como dice Pedro (1 Pet. 3,15). Del auditus fidei ha nacido el anhelo del intellectus fidei. Y para ello hay que recurrir a los preámbulos, a las analogías, a la confutación de los errores y desvíos de los herejes.

 

¿Cómo dar razón del misterio de Dios uno y trino, «unitrino» como ya dice Tertuliano? ¿Cómo poder explicar que Jesucristo es Dios y hombre? A través de muchos rodeos, con la superación de las herejías, la fe se afirmó en el pueblo de Dios, y con categorias del pensamiento griego encontró la solución con el recurso a la persona. La fe se plasma en las fórmulas del misterio. Dios es una esencia y tres personas. Hay dos naturalezas en Cristo y una sola persona. La teologia católica, en sus primeros balbuceos se esfuerza por encontrar los nombres adecuados. Los dos vocablos, persona y prosopon, son los más indicados para la expresión de los misterios de la fe cristiana, que por definición están en una esfera de inteligibilidad a la que no puede llegar la humana inteligencia. El misterio de las personas divinas abre la puerta a la teología de la persona. La persona cobra un nuevo e inesperado siginificado, da el salto a lo más digno y noble, y abraza en su horizonte a Dios, los espíritus y el hombre. Fue más fácil la adopción del vocablo persona entre los latinos, que el uso pacífico del vocablo prosopwn entre los griegos. La carga semántica del vocablo lo llevaba al teatro, a un horizonte muy lejano del misterio. Pero a partir de los Capadocios, en Oriente y de Agustin en Occidente, la teología trinitaria y cristológica se desarrolla en torno a los conceptos de persona, de naturaleza, de subsistencia y de esencia. El vocablo persona se aplica antes a Dios en sus misterios que a los hombres, antes a los individuos que ostentan alguna dignidad que a los sujetos singulares. Las reflexiones teólogicas de mayor penetración son fruto del genio de San Agustin en su obra De Trinitate. Para dar razon de este misterio era necesario encontrar los términos que mantienen la pluralidad y no rompen la unidad. La fe cristiana afirma un solo Dios, no tres, pero afirma la pluralidad en Dios, porque Dios se revela como Padre, Hijo, y Espíritu. Siendo un solo Dios, se revela en tres personas. A diferencia de las palabras «esencia» o «sustancia», que designan lo común, pero no lo singular de cada una, Agustin advierte que las palabras «hipóstasis» o «persona» son aptas para la fe en el misterio, porque «persona» «no significa una especie, sino algo singular e individual». La persona significa solo el individuo singular, y se dice de las personas divinas y también de los hombres:porque «todo hombre singular, es una persona».

 

En el uso común y en la reflexión de los pensadores, la palabra persona en el s. IV ya no significa solo la máscara teatral, sino el ser singular de cada sujeto humano. Los diversos balbuceos en torno a estas palabras encuentran una respuesta de gran penetración en Boecio.

El Liber de persona es el más famoso de los opúsculos de este pensador cristiano. A pesar de su pequeñez, es una piedra miliaria en el camino del hombre hacia las profundidades de su propio ser personal. Es fruto de las controversias cristológicas al principio del s. VI. Boecio se propone ayudar a los clérigos romanos que no saben responder a las preguntas que le formula la iglesia de Bizancio en torno al misterio de la encarnación. ¿Cómo explicar la unidad de las dos naturalezas en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre?¿ Cuál es la relación de la persona con la naturaleza humana o divina en Cristo? El opúsculo boeciano es una respuesta bien estructurada y muy adecuada al diálogo entre las dos iglesias, porque Boecio, formado en la escuela de Atenas, óptimo y elegante traductor y escritor latino, realiza su indagación teniendo presentes los vocablos griegos y latinos, mostrando sus analogías y diferencias. La conclusión a que llega está contenida en la primera y más famosa defición del ser personal, que elabora con el género de la substancia, y la diferencia de la racionalidad. La persona indica siempre un ser singular, sustantivo, de naturaleza racional. La fórmula ha quedado esculpida para siempre en las cuatro palabras latinas: Rationalis naturae individua substantia.

Para entender el concepto de persona hay que poner en él las tres cosas que incluye en el orden del ser: subsistencia, racionalidad, singularidad existente. Boecio, que seguía la teologia agustiniana, observó que esta definición era válida para dar una cierta inteligencia del misterio de Jesucristo, en quien la persona asume las dos naturalezas, pero ya no era tan apta para aplicarla al misterio de la trinidad, en el cual una sola esencia se realiza en tres personas. El mismo presentó otra pista de reflexión, en la cual la categoria de la relación sustituía a la sustancia.

 

Tomás tendrá muy en cuenta la aportación de Boecio y logrará superarla desde dentro. El aprecio de Tomás por Boecio fue muy grande. De hecho es el único autor medieval que comenta, al menos en parte, alguno de sus tratados, como el De hebdomadibus, y el de Trinitate.

 

La reflexión medieval sobre la persona parte de la definición de Boecio, quien apenas tiene rival. Por ello se habla en este campo de una aetas boetiana, que abarca desde el s. VI hasta el s. XIII. A lo largo de ese tiempo se formulan nuevas definiciones de la persona. Ricardo de S. Victor y Alano de Insulis dejan de lado la «sustancia» y la sustituyen por la «existencia».

Alejandro de Hales pone el acento en la «dignidad» que comporta la persona. Tomás hará referencia a las definiciones de los «maestros» medievales y tratará de dar razón de la verdad que contienen esas afirmaciones. El uso del pueblo tiene su parte en la carga semántica del vocablo persona. «Es costumbre llamar personas a quienes ostentan alguna dignidad en la iglesia», y en la sociedad, como a los obispos y jefes de los pueblos. Son ellos los que expresan la dignidad que significa el término.

 

La teologia de los primeros 12 siglos de la iglesia ha depurado el concepto de persona y ha logrado la conjunción de dos significados, el externo de origen teatral, y el interno que viene de los dos misterios fundamentales de la fe cristiana. Es una unidad con cierta tensión de los opuestos: el aparecer y el ser, la singularidad irrepetible y la densidad ontológica. Tomás ha trabajado con afán por recoger los hilos de la triple tradición en la cual se ha formado la persona. La persona designa un todo real y existente, en el cual confluyen tres notas integrantes: subsistencia, racionalidad, singularidad. Tomás lo anota ya en su primera obra de teólogo comentando las Sentencias de Pedro Lombardo. La herencia es ya muy rica, y sirve de punto de apoyo a la obra de Tomás.

 

2. La maravilla del ser personal

 

Sobre ese pasado cultural Tomás, como buen arquitecto, edifica su propia posición en torno a la persona. Vale en este caso lo que él afirmaba en general: que es siempre poco lo que un solo operador cultural puede añadir a la ciencia en cuanto tarea común. Pero eso «poco» puede ser decisivo. Lo advertía Aristóteles hablando del nous: es algo «muy pequeño» en comparación con todo cuanto hay en el hombre, pero en realidad supera en valor a todo lo demás. Algo así ocurre con Tomás, su pensamiento en todo a la persona ocupa poco espacio en su obra, pero es muy importante. Tomás es un pensador muy inserto en la tradición, muy respetuoso con los pensadores del pasado, amigo de todos los que buscan la verdad. Una frase feliz de su gran Comentador Cayetano lo afirma con rotundidad: Tanto amó a los que le precedieron que Dios le dió la inteligencia de todos ellos.

 

Tomás es un hábil constructor que se identifica con su obra, y se oculta en la sombra del rayo de luz que proyecta. No hay obra tan personal como la suya, a pesar de que muy raras veces y solo forzado, hable de sí mismo. Pierre Duhem creía que la obra de Tomás estaba edificada con los bloques de piedra de canteras ajenas, y por ello no deparaba ninguna sopresa al historiador de las ideas. En cambio Tocco observa la reacción de los alumnos en sus clases, y no sabe decirlo sino poniendo nueve veces en ocho líneas la palabra nuevo. La verdad es que Tomás no ha sido descubierto en su originalidad hasta el s. XX. Se puede afirmar que los lectores, aún los más avisados, han resbalado sobre sus textos. Al buscar la raiz de su pensamiento, el núcleo del mismo, se ha descubierto que no solo es original en relación con Aristóteles, sino que lo es en absoluto y logra una inteligencia de la realidad en filosofia, en teologia, en pensamiento cristiano que no tiene par. M.D. Chenu se complacía en descubrir la novedad del mundo de Tomás. Hoy está bien documentado que Tomás logra una intuición y un estilo de filosofar que es totalmente original, que es el primer pensador que tiene una filosofia cristiana, cuyo pensamiento solo se explica con la palabra «tomista».

 

En el caso de la persona esto es verdad. Todo lo que la tradición le ofrece es como la materia en la cual él infunde una forma, que unifica y da el ser. Encontrar ese núcleo radical del pensamiento de Tomás, es la clave para entender su original aportación. La Encíclica «Fides et Ratio» ha podido hablar de «la perenne novedad de su pensamiento».

 

Hay en su exposición una amplia presencia de todo que se ha escrito y enseñado en torno a la persona, pero hay una radical novedad que no se encuentra fuera de él. Para nuestro propósito es decisivo conocer las tres novedades que encierra su pensar sobre la persona: la primera la que le viene trasmitida de modo implícito en la revelación judeo-cristiana: es la verdad integral sobre el sujeto singular. La segunda es propia de Tomás: la densidad ontológica del ser personal. La tercera la ha confiado a los discípulos: la realización en la vida personal y comunitaria de ese proyecto de Dios y de esa dignidad que compete a todo hombre por ser persona. Lo nuevo presupone lo antiguo, y el camino del desarrollo es el que ofrecía como lema León XIII en su Enc, «Aeterni Patris»: completar lo antiguo con lo nuevo: Vetera novis augere et perficere!.

 

En este contexto nuestro cometido es el de captar el núcleo del pensamiento de Tomás sobre la persona. En un todo compuesto no se entiende ninguno de sus componentes sino en la relación de apertura a la totalidad. La clave de lectura de cualquiera de los puntos decisivos de la doctrina tomista está en su metafísica, en su comprensión del ser. Para llegar a la persona necesitamos situarnos en su punto de vista, desplegar el contenido del concepto de persona, y percibir la novedad que implica en relación con la herencia del pasado. Ese punto de vista es el de la inteligencia del ser como acto. El concepto de persona es el más complejo de cuantos nos ofrece el horizonte de la metafísica, y la novedad tomista consiste en el salto de una filosofia de la esencia a una comprensión del acto de ser. La persona es la maravilla del ser en su máxima perfección, cual se realiza en los sujetos singulares de naturaleza espiritual, desde el hombre hasta Dios.

 

2.1. El ser como acto.

La novedad histórica más notoria en la obra de Tomás, mientras se gestaba y se exponía en las aulas de Paris, de Roma y de Nápoles, donde ejerció su magisterio, fue la introducción de Aristóteles, no solo de su lógica, sino de su obra completa, cual llegaba en el s. XIII en las traducciones en cadena, en los texos enigmáticos, pero inquietantes. Alberto Magno había concebido el proyecto de difundir y explicar a Aristóteles a los latinos, Tomás lo fue realizando con intensidad creciente. Emuló la obra de Averroes entre los árabes y se hizo su expositor y comentador. Para Tomás Aristóteles personificaba la filosofía, y por ello lo cita como el filósofo por antonomasia. Su aristotelismo fue singular, porque tuvo que navegar entre dos aguas, ni se dejó arrastrar por los averroistas parisienses, ni en ningún momento comprometió su fe cristiana. En su trabajo diario dedicó mucho tiempo al estudio y a la exposición de sus obras. La muerte le sorprendió cuando una buena parte de obras estaban iniciadas en el taller y así quedaron sin terminar. Por todo esto ha sido opinión generalizada que Tomás coincidía con Aristóteles en filosofia, que era un puro aristotélico. Hoy esa opinión es insostenible. Tomás coincide con las tesis fundamentales de Aristóteles en torno a la sustancia, a la comprensión del mundo físico, pero se distancia de Aristóteles radicalmente en dos direcciones, una de la razón, en las fuentes, con la acogida del neoplatonismo que conoce en la obra de Dionisio, del Liber de Causis, de Agustin y tantos otros, y sobre todo en la comprensión del ser como acto y por ello en la relación del ente con el ser, y otra en todo lo que no sea comforme con la fe cristiana. Tomás analiza los tres estadios que ha recorrido la filosofía en su lenta ascensión hacia el ser, uno con los presocráticos, una segunda navegación con Anaxágoras y con la altísima especulación de Parmenides, Platón y Aristóteles, y una tercera que solo ha sido posible con la revelación del origen del ente por creación, como participación del acto infinito del ser. Esa vía tiene su origen titubeante en Avicena, y se realiza solo en Tomás.

 

La primera obra en que ya aparece es el tratado De ente et essentia, la obra juvenil que contiene la gran intuición de Tomás. En ella inicia y abre su propio sendero, que solo lentamente, más bien de modo implícito, lo lleva a cabo. Esta es la «tercera navegación», obra de Tomás, aunque él no se lo atribuya. El progreso se ha hecho paulatim et pedetentim. El salto hacia un nuevo horizonte es el salto del ente al ser y del ser al ente, entendiendo el ser como acto.

 

Aristóteles habia iniciado la ascensión del pensamiento hacia el acto al proponer el alma humana como acto del cuerpo, y haber descubierto la actualidad y la potencialidad en lo real. Es el momento cumbre del pensamiento griego. Pero no pasó de ahí. Su metafisica es una teoria de la sustancia. En cambio Tomás, bien apoyado en él, intuyó la plenitud el acto de ser, y llegó a la comprensión por la via de la resolución y de la participación. Así desveló el ente a la luz del ser y la participación del ser en los entes. Su camino filosófico queda trazado, el ser como acto es el acto de los actos y la perfección de las perfecciones . El ser como acto es la raiz de todo cuanto acontece en el ente. No se trata del ser común, abstracto, sino del acto de ser que implica el salto de la nada al ser, y la recepción en los sujetos. La filosofia hasta ese momento se había fijado solo en la esencia, la forma, las categorias, pero había dejado el acto de ser. En nuestro tiempo Heidegger, que había estudiado de joven la filosofía y la teología de Tomás, con una beca en la Universidad de Friburgo, descubre el olvido del ser que Tomás había intuido, denuncia ese olvido, pero por motivos que oculta, no es capaz de darle solución.

Tomás nos situa frente al ente en la relación hacia el ser, y al ser en el punto de partida de todos los procesos de emanación de los entes.

 

Situado en esa perspectiva de total novedad, Tomás da razón de la persona y la define desde el ser. La fórmula bien sencilla y densa es esta: La persona significa la realidad más perfecta, un ser concreto de naturaleza racional: Persona significat id quod est perfectissimum in tota natura, scilicet substantia in rationali natura. El acto de ser radical es lo más opuesto a la nada. Es la maravilla que sorprende siempre, y la sopresa llega cuando el hombre se encuentra ante la realidad existente más perfecta, la realidad singular, que excluye toda abstracción, y solo se expresa bien en el «yo soy».

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