"El libro de Emmanuel" (Is 7-12)

José L. Caravias S.I.

Estos capítulos forman una unidad literaria.

Es importante entender el marco histórico de la época. Estamos en el siglo VIII. Asiria es un gran imperio, sumamente cruel. Dos pequeños reinos, donde todavía no entró Asiria, deciden reunirse para defenderse y hacer frente a Asiria: son Siria, con capital en Damasco, e Israel, cuya capital es Samaría. Estos le piden a los países pequeños del sur que se alíen con ellos. Entre ellos está Judá. El gobierno de Jerusalén dice que no a la alianza antiasiria. Pero una parte de la población la apoyan. Por eso Siria e Israel declara la guerra a Judá, para cambiar al gobierno y poner en su lugar al partido "pro-alianza". Entonces el gobierno de Judá se dirige a Nínive, la capital de Asiria, para denunciar a Siria e Israel y pedir protección contra ellos.

Hay una posición sin salida aparente: Si Judá se alía a Asiria, la destruyen sus vecinos. Si se alía con sus vecinos, Asiria la destruirá.

Isaías ve la realidad desde Dios y propone una salida. En primer lugar, de parte de Yavé, intenta tranquilizar al rey de Jerusalén: "Quédate tranquilo. No tengas miedo al ver ese par de tizones humeantes" (7,4). Se refiere a los reyes de Samaría y Damasco.

En segundo lugar, Isaías le anuncia un camino de salida: aceptar la presencia de Dios dentro de su pueblo. Por eso le cambia el nombre a Judá; lo llama Emmanuel: "Dios con nosotros".

Dios es santo, poderoso y lleno de vida. Pero se manifiesta en lo pequeño, débil y sencillo; su presencia es suave y delicada, pero llena de esperanza: es como el murmullo del arroyo (8,6), llena de hermosas ilusiones como una jovencita embarazada (7,14) o un niño recién nacido (9,5), tierna y esperanzadora como el brote de un árbol (11,1).

Isaías pide que el pueblo tenga fe en sí mismo. Aunque sea pequeño, como un arroyo, un niño o un brote, junto con su Dios, es más poderoso que Samaría y Damasco. En cambio, si se alían con la poderosa Nínive, irán al fracaso.

Detengámonos en las cuatro comparaciones con las que Isaías explica cómo es la realidad del pequeño Judá si es que siente dentro de sí la presencia de Dios:

- "La virgen está embarazada" (7,14). Por supuesto que no se refiere directamente a la Virgen María. Lo que quiere decir, es que Judá es como una chica jovencita embarazada: linda, hermosa, tierna y llena de esperanza. El niño que nacerá de ella comerá "leche cuajada y miel" (7,15): dos cosas limpias y sanas, su propia cultura, su propio ser: tierra que mana leche y miel…

- "Las aguas de Siloé que corren mansamente dentro de ti" (8,5). Judá es como un lindo, manso y tranquilo arroyo que pasa por el medio de su pueblo. Ellos desprecian su hermosa identidad y quieren fiarse de las embravecidas aguas del río Eufrates, símbolo de Asiria. Pero si se fían de los poderosos, éstos los pasarán por encima. Será como una terrible inundación (8,7s). La alternativa es tajante: refugiarse en Dios, presente en medio de ellos, o en los poderosos, que lo pueden arrasar todo.

En 8,8 aclara Isaías que Emmanuel es el mismo pueblo de Judá.

"No temas lo que ellos temen" (8,12). Isaías quiere hacer descubrir al pueblo su vocación. Al poderoso le basta con soltar el miedo al pueblo, y el pueblo mismo se encargará de contagiárselo y hacerlo crecer. La fe en Dios como refugio seguro debe echar afuera todo temor (8,14).

- Un niño recién nacido (9,1-7): No hay creatura más débil e inútil, pero al mismo tiempo un niño es lo más lindo y esperanzador del mundo. Ese Dios que se presenta como un niño chiquito es capaz de quebrar el yugo, de destruir las botas militares (invento de los asirios) y los mantos manchados de sangre del ejército que los aterroriza. Es la paradoja, el misterio de Dios: cómo puede enfrentar un niño a semejante fuerza. Y sin embargo, esa es la fe que Dios pide. Ese niño pequeño está llamado a vencer y a convertirse en más poderoso que los imperios (9,5-7).

En el capítulo 10,1-4, Isaías aclara que los "que organizan la opresión" no son sólo los enemigos de Judá. También hay opresores dentro del país, en su propio gobierno corrupto….

- El brote de Jesé (11): Un brote de un tronco cortado es algo chiquito, lindo y frágil, pero sin embargo está llamado a ser muy fuerte. Puede llegar hasta quebrar las piedras. Judá es también pequeño, pero lindo y está llamado a ser fuerte y grande. Tienen que creer en la belleza y esperanza de su propia identidad. Lo que tiene dentro y lo hace fuerte es su savia: el Espíritu de Yavé: la honradez interna, y la sabiduría y valentía para gobernarse conforme a los preceptos de Yavé. Si es pueblo de Yavé, será como Yavé. Sus características serán la justicia, la lealtad y la paz Pero para ello tienen que "conocer a Yavé y respetarlo" (11,2).

Todo ello está narrado en una hermosa alegoría en la que los animales llegarán a vivir todos en armoniosa fraternidad (11,6s). Ya no se comerán unos a los otros, porque comerán todos lo mismo. "La vaca y el oso pastarán en compañía y sus crías reposarán juntas, pues el león comerá pasto, igual que el buey". Lo que está anunciando es la conversión de los poderosos, una vez que todos lleguen a conocer de veras a Dios.

Isaías, nacido de entre los poderosos, tuvo la experiencia del Dios fuerte que se manifiesta en lo pequeño. El experimentó que el conocimiento de Dios transforma el corazón humano. No se trata de matar al lobo y al puma, sino de confiar en la fuerza de ese Dios que es capaz de conseguir que el lobo no se alimente más de corderos, sino que los dos amigablemente pasten juntos.

Pero el pueblo no le hizo caso a Isaías. No se quiso fiar de Dios, sino de la poderosa Nínive, y terminó más inútil que cacharro viejo. Pusieron su confianza en la fuerza terrible de Nínive. Se alegraron porque el lobo se comió a los dos cabritos de arriba (Israel y Siria). Pero el lobo le exigió su precio: el río Eufrates lo inundó todo. Asiria se anexionó casi todas las ciudades de Judá, excepto Jerusalén y un poquito de tierra alrededor que apenas le alcanzaba para la subsistencia.

Nosotros tenemos más claridad que la gente del tiempo de Isaías: Esto que era simbólico, luego se hace realidad en Jesús: el niño chiquito acostado en un pesebre, la virgen embarazada, el brote, el arroyo insignificante. Está más claro la fuerza de lo pequeño en lo que actúa Dios (Rom. 8: Si Dios está con nosotros, no debemos temer nada). Dios está con nosotros, y actúa a través de los pequeños.

El Dios de Isaías nos conduce a beber de nuestro propio pozo. En nuestra identidad es donde permanece Dios con nosotros.

El Dios de Isaías es el Dios de la reconciliación, del amor y del perdón, y no el Dios de la guerra. El muestra su santidad construyendo justicia. Dios que se hace luz en la obscuridad, que libera, que trae la paz, que rompe el palo de los opresores y el bastón de los que oprimen malvadamente.

Dios que llama a la confianza, no sólo en el presente, sino también en el futuro, a pesar de las desgracias que están sucediendo. "Los sobrevivientes de la familia de Jacob ya no se apoyarán más en el que los explota, sino que le pedirán, sinceramente, la ayuda de Yavé, el Santo de Israel" (10,20).

Para terminar esta meditación les invito a rezar en comunidad el capítulo 12, redactado años más tarde por los pobres de Yavé, discípulos seguidores del mensaje de Isaías.