EL
PLACER: CONTROL Y DESCONTROL
49 Todos reconocen que el dolor es un mal. Y lo que se opone al dolor es el
placer. Por eso, aunque puede haber placeres malos, todos incluyen el placer en
la trama de la felicidad.
50 El placer se presenta íntimamente asociado a nuestra naturaleza. Por eso los
educadores se sirven del placer y del dolor como de un timón para dirigir a la
infancia.
51 La causa de la conducta animal es simple, pero en el hombre es compleja, pues
el deseo y la razón no siempre están de acuerdo. Apetito y razón nos
acompañan desde el nacimiento, y son los dos caracteres por los que definimos
lo que es natural.
52 Es completamente distinto vivir de acuerdo con la razón o con las pasiones.
Por eso, de cara a los hábitos, es importante acostumbrarse a disfrutar con los
placeres convenientes, y rechazar los inconvenientes. Esto tiene una importancia
enorme, ya que todos los hombres persiguen lo agradable y rehuyen lo molesto.
53 Por naturaleza se desea el bien, y en contra de la naturaleza y por
perversión se desea el mal. La corrupción y la perversión tienen siempre
origen en el placer y en el dolor, porque el hombre está hecho de tal manera
que lo agradable le parece bueno, y lo más agradable mejor, mientras que lo
penoso parece malo, y lo más penoso, peor.
54 El hombre íntegro se complace en las acciones virtuosas y siente desagrado
por las viciosas, lo mismo que el músico disfruta con las buenas melodías y no
soporta las malas.
55 No debemos pasar por alto estas cuestiones, y más si consideramos que se
prestan a grandes controversias. Pues unos dicen que el bien es el placer, y
otros, por el contrario, lo consideran vil, pues esclaviza a la mayor parte de
los hombres.
56 Eudoxo pensaba que el placer es el bien supremo, porque todos los seres
aspiran a él, tanto los racionales como los irracionales. Además, no se desea
con un fin ulterior: nadie se pregunta con qué fin goza, y ahí se manifiesta
que el placer es elegible por sí mismo.
57 Sin embargo, hay placeres que derivan de actividades nobles, y otros de
vergonzoso origen. Y no debemos complacernos en lo vergonzoso, como nadie
elegiría vivir con la inteligencia de un niño para disfrutar con lo que
disfrutan los niños.
58 Los placeres son malos cuando hacen al hombre brutal o vicioso. Ese peligro
es mayor en la juventud, porque el crecimiento pone en ebullición la
sensibilidad, y en algunos casos produce la tortura de los deseos violentos.
59 También muchas de las cosas por las que merece la pena luchar, no son
placenteras. Por tanto, ni el placer se identifica con el bien, ni todo placer
se debe apetecer.
60 El placer perfecciona la actividad. Y como la vida es actividad, el deseo
universal de placer manifiesta el deseo universal de vivir.
61 Cada actividad es intensificada por el placer correspondiente, y por eso sabe
más el que se ejercita en algo con placer. Por ejemplo, son mejores
científicos los que disfrutan con la ciencia, y lo mismo ocurre con los
artistas, los arquitectos, etc.
62 No hay nada que nos sea siempre agradable, porque nuestra naturaleza no es
simple ni perfecta. Si la naturaleza de alguno fuera simple, la actividad más
agradable para él sería siempre la misma.
63 Actividades específicamente distintas producen placeres específicamente
distintos, que no pueden experimentarse unidos. Así, el aficionado a la
literatura es incapaz de prestar atención a una conversación si está leyendo.
De hecho, cuando disfrutamos mucho con algo, no hacemos a la vez otra cosa. Por
eso, los que comen golosinas en el teatro lo hacen sobre todo cuando los actores
son mediocres.
64 Las acciones humanas pueden ser nobles, vergonzosas o indiferentes, y lo
mismo ocurre con los placeres correspondientes. Pero valoramos los mismos
placeres de forma muy diferente, pues las cosas que agradan a unos molestan a
otros. En tal caso, la valoración correcta ha de ser la del hombre bueno, y si
lo que le parece molesto resulta agradable a alguno, ello no es de extrañar,
pues en los hombres hay muchas corrupciones y vicios.
65 Los animales no son viciosos ni virtuosos, porque no tienen facultad de
elegir ni de razonar. Por eso, ser animal no es tan malo como ser vicioso,
aunque es más terrible. En el animal no se da corrupción de la facultad
superior, pues carece de ella. Es menos dañina la maldad del que tiene menos
capacidad de obrar. Y como la inteligencia confiere al hombre una enorme
capacidad de acción, un hombre malo puede hacer mil veces más mal que un
animal.
66 Si los poderosos, por no haber gustado nunca un placer puro y libre, se
entregan a los del cuerpo, no se ha de pensar por ello que éstos son
preferibles: también los niños creen que lo que a ellos les gusta es lo mejor.
Y si las cosas valiosas no son las mismas para los niños y para los hombres, es
lógico que tampoco lo sean para los buenos y para los malos. Pero el juicio
recto sobre el bien y el mal ya hemos dicho que corresponde al hombre virtuoso.
67 Llamamos templanza al término medio respecto a los placeres. Pero conviene
precisar que se refiere sólo a algunos placeres corporales. En concreto, al
tacto y al gusto respecto a la comida, la bebida y los placeres sexuales. Se
puede considerar el gusto como una forma de tacto, y por eso un glotón pedía a
los dioses que su gaznate se volviera más largo que el de una grulla, por
atribuir al contacto el placer que experimentaba.
68 Por tanto, el más común de todos los sentidos, el que poseen todos los
animales, es el que origina la falta de templanza. Una falta que se censura con
razón, porque se da en nosotros no por lo que tenemos de hombres sino de
animales. Así pues, complacerse en estas cosas y buscarlas por encima de todo
es propio de bestias. Y si alguien viviera sólo para los placeres del alimento
y del sexo, sería absolutamente servil, pues para él no habría ninguna
diferencia entre haber naci-do bestia u hombre.
69 La falta de templanza consiste en buscar el pla-cer donde no se debe, o como
no se debe. Es evidente que el exceso en los placeres conduce al desenfreno y es
censurable.
70 Llamamos incontinente al hombre que obra de acuerdo con sus apetitos y
contrariamente a la razón. Pero en su conducta no desaparece el dolor, pues
aunque se alegra de obtener lo que desea, siente el malestar de saber que obra
mal.
71 No existen personas que no estimen los placeres, porque tal insensibilidad no
es humana. Si para alguien no hubiera nada placentero, o fuera completamente lo
mismo una cosa que otra, estaría lejos de ser un hom-bre. Y no hay nombre para
tal defecto porque no se da casi nunca.
72 El hombre moderado es el término medio entre ambos extremos, pues no se
complace en la deprava-ción sino que le disgusta. La moderación no busca lo
que no debe, y no hace nada en exceso. Cuando faltan los placeres, el hombre
templado tampoco se aflige demasiado. Desea moderadamente y como es debido lo
agradable y lo saludable, y siempre se deja guiar por la recta razón.
73 La moderación no se refiere al placer de la vista -salvo en el apetito
sexual -, ni tampoco a la música o a los olores. Moderación e intemperancia se
refieren sólo a los dos tipos de placeres que también experimen-tan los
animales. Con ellos tienen que ver la embria-guez, la gula y la lascivia.
74 Muchos consideran involuntarios tanto el amor como algunos deseos e impulsos
naturales, porque son poderosos por encima de la naturaleza. Y somos indul-gentes
con ellos por su capacidad de violentar a la misma naturaleza.
75 Es mucho más fácil acostumbrarse a los placeres que a los dolores, pero el
desenfreno parece más vo-luntario que la cobardía, porque el dolor se rehuye
mientras que el placer se elige. El dolor, además, altera y puede destruir la
naturaleza del que lo padece, hasta impedir que sea dueño de sí; el placer, en
cambio, no hace nada de esto. Es, por tanto, más voluntario, y por eso es
también más censurable.
76 La palabra templanza es muy apropiada, pues hay que templar o frenar todo lo
que aspire a cosas feas y pueda desarrollarse mucho. Esa tendencia es propia de
los apetitos, y también de los niños, porque los niños viven según sus
apetitos, y en ellos se da por encima de todo el deseo de lo agradable. Un deseo
que si no se encauza y somete a la autoridad, llegará demasiado lejos, pues el
deseo de lo placentero es insaciable, y alimentarlo significa reforzar la
tendencia congénita hasta arrinconar el raciocinio. Por eso, los apetitos deben
ser moderados, pocos, y siempre obedientes a la razón. Eso es lo que significa
estar encauzados y refre-nados. Y lo mismo que el niño debe vivir de acuerdo
con la dirección del preceptor, así los apetitos de acuer-do con la razón.