LAS
RIQUEZAS Y LA AMBICIÓN
77 Hablemos a continuación de la generosidad. Parece consistir en el término
medio respecto a las riquezas, pues el generoso no es alabado por su valor, por
su templanza o por su prudencia, sino por el modo de dar y tomar riquezas, sobre
todo de dar.
78 La generosidad es el término medio entre la prodigalidad y la avaricia,
exceso y defecto respectivamente. Son avaros los que se afanan por las riquezas
más de lo debido: pecan por defecto en dar y se exceden en tomar. Son pródigos
los que gastan sin freno y, al final, malgastan su hacienda. Así, el pródigo
puede arruinarse a sí mismo. El pródigo también se excede en no tomar.
79 Lo propio del generoso no es tomar sino dar, pues es más propio de la virtud
hacer el bien que ser objeto de él. Por eso la gratitud se tributa al que da,
no al que toma. Es también más fácil no tomar que dar, porque a los hombres
les cuesta más desprenderse de lo suyo que no recibir lo ajeno. De hecho, el
nombre de generoso se reserva para los que dan, porque los que no toman no son
llamados generosos sino justos.
80 Los generosos son quizá los hombres más amados entre los que lo son por su
virtud, porque la virtud de dar, también les hace útiles. El que da a quien no
debe o lo hace por interés, no es generoso. Tampoco el que da con dolor, pues
prefiere su dinero a la acción hermosa. El generoso no da a cualquiera, sino a
quien debe y cuando debe. También es propio del generoso excederse en dar,
hasta dejar poco para sí mismo, pues el generoso se olvida de sí.
81 La generosidad guarda relación con la fortuna, pues no consiste en la
cantidad de lo que se da, sino en la disposición del que da. Nada impide, por
tanto, que sea más generoso el que da menos, si su fortuna es menor. El hombre
generoso es el más fácil de tratar en cuestiones económicas, pues se le puede
perjudicar, ya que no hace demasiado aprecio al dinero.
82 La mayoría de los pródigos derrochan pronto sus recursos y se ven forzados
a recuperarlos donde no deben. También dan a quien no lo merece, y no dan a
quien lo merece. Dan, por ejemplo, a los que les adulan o les consiguen
placeres. Por esta razón suelen ser depravados, pues derrochan para sus vicios.
Y esta falta de rectitud es la que corrompe lo que podían tener de generosos.
83 El pródigo puede ser encauzado hacia la generosidad, en cambio la avaricia
parece incurable, y crece con la vejez. También es más connatural a la
condición humana, pues los hombres suelen ser más amantes del dinero que
dadivosos. Además hay muchas clases de avaricia. Llamamos tacaño, cicatero o
mezquino a todo el que se queda corto en dar. También son avaros los que
intentan sacar provecho de todas partes y no les importa dedicarse a negocios
sucios como la prostitución o la usura. También lo son el jugador, el ladrón
y el bandido. Unos y otros soportan la mala fama por afán de lucro.
84 Otra virtud relativa a las riquezas es la magnificencia. A diferencia de la
generosidad, no se extiende a todas las acciones que tratan de dinero, sino
únicamente a las grandes sumas. Por eso, el espléndido es generoso, pero el
generoso no por ello es espléndido. Tampoco un pobre puede ser espléndido, y
si lo intenta es un insensato, pues carece de recursos.
85 Los gastos del espléndido son elevados y oportunos, siempre por motivos
dignos, con gusto y desprendimiento. Motivos dignos son todos los relacionados
con el culto a los dioses, y también la solidaridad. El espléndido no gasta
para sí mismo sino para los demás.
86 El defecto de esta virtud se llama mezquindad, y el exceso ostentación y mal
gusto. La ostentación consiste en gastar mucho por motivos ridículos, con un
brillo fuera de tono: por ejemplo, invitando a los amigos como si fuera una
boda. El ostentoso no se excede por nobleza sino para exhibir su riqueza y
pensar que por ella consigue la admiración general.
87 El mezquino es el que debe gastar mucho pero se queda corto en todo, y se
lamenta y estudia la manera de gastar lo menos posible. Ostentación y
mezquindad son vicios que no acarrean deshonra porque no perjudican a los demás
ni son vergonzosos.
88 La magnanimidad, como su nombre indica, tiene por objeto cosas grandes. Se
considera magnánimo al que tiene grandes pretensiones y es digno de ellas, pues
si carece de condiciones es necio y vanidoso. En cambio, si se juzga inferior a
lo que puede, es pusiláni-me. El que sólo es capaz de cosas pequeñas y las
pretende es modesto, pero no magnánimo: la magna-nimidad implica grandeza.
89 La magnanimidad es el mejor modo de ser, y acompaña a todas las virtudes. El
magnánimo sólo se interesa de verdad por pocas cosas e importantes. Y se
preocupa más de la opinión del hombre bueno que de la opinión de la multitud.
No se inquieta por la vida y las riquezas. Le aflige ser gobernado por una
persona indigna. Y su mayor alegría es alcanzar el honor.
90 El magnánimo tiene que ser bueno, pues la maldad y la magnanimidad son
contradictorias. El magnánimo pone sus aspiraciones en el honor, que es la
recompensa adecuada a los grandes méritos. Parece que los dones de la fortuna
facilitan la magnanimidad, pues el que más tiene es el que más puede. Pero las
riquezas sin virtud no hacen a los hombres magnáni-mos sino altaneros e
insolentes. El magnánimo no ama el peligro, pero lo afronta y arriesga su vida
cuando merece la pena, pues piensa que la vida no es digna de vivirse de
cualquier manera.
91 El magnánimo hace favores y responde a ellos con otros mayores. No suele
necesitar nada, pero está muy dispuesto a prestar servicios. Suele ser altivo
con los que gozan de elevada posición, y mesurado con los humildes. Habla y
actúa con franqueza. Sus simpatías y antipatías son manifiestas, porque
ocultarlas es propio del miedoso y del que pone la opinión ajena por encima de
la verdad. No es adulador, porque esa actitud es servil. Tampoco es propenso a
la admiración, porque nada es grande para él. Ni rencoroso, pues no guarda
memoria de los agravios. Le tiene sin cuidado que le alaben o le critiquen, y
tampoco él alaba o critica.
92 El pusilánime y el vanidoso se equivocan por defecto y por exceso, pero no
se les considera malos sino equivocados, pues no hacen mal a nadie.