La creación en marcha

Cuando recibí la invitación del P. Miguel Ángel a compartir con vosotros estas reflexiones de Adviento, pensé que lo mejor que podría entregarles es un destilado de los 40 años que he dedicado con pasión a la investigación cerebral y a la búsqueda del Señor. Siempre me ha parecido que lo mejor que uno puede dar a los demás es uno mismo.

Con frecuencia se habla en distintos foros del conflicto ciencia-fe. Tengo la convicción, que dicho conflicto no existe, que en realidad es una entelequia la que de cualquier manera ha alimentado esfuerzos interesantes y fructíferos. Lo que si, en cambio, puede haber es algún problema de fe en la vida de un científico. En realidad, esto es algo que empezó a interesarme y a perturbarme desde hace 40 años en que siendo un joven cristiano comprometido empecé a investigar algunos aspectos del cerebro, entre ellos sus cambios a través de la evolución.

Y mis entusiasmos y mis pasiones pronto empezaron a empañarse por las dudas y las preguntas sin respuestas... que me empujaron hacia una zona de penumbras y oscuridades, en las que viví largos años. Como una especie de náufrago sobre la balsa de la ciencia, seguí avanzando hacia algún lugar, esperando encontrar algo o alguien que me volviera a mi centro. Mi único patrimonio fue una cierta receptividad, una expectante disponibilidad. Hasta que ese Alguien me dijo, en el medio de la noche, “No temas. Soy yo”..., y me condujo al encuentro primero con Teilhard de Chardín, quien fue fundamental para que reconciliara mi fe en Dios y mi amor por la ciencia, y luego con San Juan de la Cruz, quien está siendo un notable guía para caminar en forma simple y recta hacia el Señor. Poco a poco me fui dando cuenta que un poco de ciencia estimula la soberbia y nos aleja de Dios, y que muchos años de honesta búsqueda científica terminan por devolvernos la humildad, y con ella la posibilidad del re-encuentro con Dios.

Teilhard fue uno de los grandes científicos del siglo XX y un notable sacerdote de la Iglesia. Aún recuerdo vívidamente lo que significó para mi conocer cómo él había vivido su experiencia de hombre de ciencia y sacerdote de Cristo.

En la madurez de su vida, en su ensayo “Como yo creo”, Teilhard nos cuenta: “La originalidad de mi creencia consiste en que tiene sus raíces en dos dominios de la vida, habitualmente consideradas antagonistas. Por educación y formación intelectual yo pertenezco a los “hijos del Cielo”. Pero por temperamento y estudios profesionales yo soy “un hijo de la tierra”. Situado así por la vida en el corazón de dos mundos, no he erigido ningún tabique interior, sino que he dejado actuar en plena libertad, uno sobre otro. Después de treinta años consagrados a perseguir la unidad interior, tengo la impresión de que se ha operado una síntesis entre las dos corrientes que me solicitan. Una no ha matado a la otra. Hoy creo más que nunca en Dios y, desde luego, más que nunca en el mundo”.

¿No está aquí, a una escala individual, la solución particular, esbozada al menos, del gran problema espiritual al que se enfrenta, en la hora presente, el frente de avance de la humanidad ?”

Al menos lo está para muchos científicos cristianos, entre los cuales me incluyo.

Si, el no levantar muros interiores, o si ya los hemos erigidos, ir poco a poco derrumbándolos, tiene consecuencias notables para el hombre de ciencia.

Empieza a vivir una vida simple, unificada, no parcelada, en que los conflictos artificiales desaparecen …

Investigar ya no sólo es una pasión humana, sino que es ir contemplando, asombro tras asombro, las maravillas de la creación. Recuerdo con cierta nostalgia mis primeros veinte años de investigador en que a través del recién inventado microscopio electrónico viajábamos por el interior de las células, asombrados por tanta complejidad y perfección. Hoy el viaje es entre las moléculas y los átomos. El viajar cada día hacia lo infinitamente pequeño nos hermanó con los astrónomos y astrofísicos que lo hacían hacia lo infinitamente inmenso.

Para quien ya no tiene tabiques interiores, un descubrimiento ya no es un desafio a Dios o a la fe, sino un encuentro con Dios. Porque ¿ qué es realmente un descubrimiento ? Es develar lo que está oculto, es tener la especial experiencia de caminar por un sendero nunca antes transitado por otro ser humano, es tener el enorme privilegio de encontrar un rastro, una pisada del creador. No se parece este encuentro en algo a la Eucaristia ?

Y así como me encuentro con el Señor en el laboratorio, no pocas veces me encuentro con la ciencia en un templo … Recuerdo que al menos dos de mis mejores experimentos se me ocurrieron estando en la iglesia, y obviamente que ello me alegró y se lo agradecí al Señor por haberme ayudado a derribar otro muro interior.

Si, ciertamente el derribar nuestros muros interiores nos hace a todos los seres humanos más simples, más cercanos unos a otros, más cercanos a Dios, más plenos…

Una de las cosas de Teilhard que más me sedujo en mi juventud, en los años sesenta, es su visión sobre el tiempo y el espacio. Según Teilhard la superioridad que hemos adquirido respecto del Hombre primitivo, y que nuestros descendientes incrementarán en proporciones insospechadas, es la de mejor conocernos y mejor situarnos en el tiempo y en el espacio, hasta el punto de que hemos llegado a ser concientes de nuestras conexiones y responsabilidades universales.

Nuestros ancestros de hace un siglo creían que el hombre había nacido hacía 4.000 años, hoy sabemos que es la punta de un proceso de biogénesis de unos 4.000 millones de años. Es decir, somos un pequeño punto en el tiempo biológico. En el otro eje, en la dimensión del espacio, el hombre ha amasado una pequeña esfera con la desesperante superficie de la tierra, y la ha lanzado a través de los astros, y hemos comprendido que no es más que un grano de polvo cósmico.

“Como un torrente de lava sorprendido por un enfriamiento, el mundo y los vivientes de la tierra aparecen, a quien los mira y los palpa, como un poderoso ímpetu petrificado. Pero mirad desde lejos y desde lo alto: la Naturaleza aparece maleable y en movimiento ! La vida progresa metódica e irreversiblemente hacia estados de conciencia cada vez más elevados” (T.Ch.). La aparición recientísima del Hombre sobre la tierra es sólo el resultado de un proceso iniciado en los orígenes de nuestro planeta. Y mirad el hombre, es la última especie en aparecer, pero miradlo bien, desde el australopitecos al pitecántropos y desde éste al homo sapiens, y veréis que esta evolucionando, que está creciendo, y que es la única especie que lo está haciendo, y lo hace hacia una zona de cada vez mayor conciencia. El hombre actual no debería ya cometer el mismo error de soberbia y sentirse que es el fruto final de un proceso de biogénesis de 4.000 millones de años y de un fenómeno de antropogénesis de 4 millones de años. La única actitud que cabe es la expectante, la humilde, la honesta, la de sentirse incompleto y en crecimiento. Y por lo tanto, la buena noticia, la alimenta de verdad nuestra esperanza, es que la creación no ha terminado, sino que está en marcha, y que el hombre, al tiempo que esta siendo creado, está siendo partícipe de la creación. Es como si hubiéramos tomado conciencia que estamos en el octavo día de la creación.

“Humillados y engrandecidos por nuestros descubrimientos, nos hemos ubicado poco a poco en las inmensas dimensiones del tiempo y del espacio y, como si despertáramos de un sueño, estamos comprendiendo que nuestra realidad consiste en servir, en tanto que átomos inteligentes, a la obra que se realiza en el Universo” (T.Ch.).

¿ Qué representa esta conquista ? ¿ Es sólo un lujo intelectual ? No, es un notable Progreso. Pero no el Progreso en el que creen la mayoría de los hombres. Progreso no es ni el bienestar ni la paz; tampoco es el descanso; ni es siquiera la virtud. “Progreso es esencialmente una Fuerza; es la Conciencia de todo cuanto es y de todo lo que puede ser”. Teilhard afirma con toda su fuerza:

“Aún cuando se levante un clamor indignado, aunque se hieran todos los prejuicios, hay que decirlo: Ser más es, antes que nada, saber más”. Ello explica el misterioso atractivo que, a pesar de todas las batallas perdidas, lleva invenciblemente a los hombres de ciencia como hacia la fuente de la Vida. Más fuerte que todos los razonamientos, y que todos los fracasos, llevamos en nosotros la intuición de que, para ser fieles a la existencia, hay que saber, saber más cada vez, y para esto buscar, buscar cada vez más, no sabemos exactamente qué, pero “Algo que algún día surgirá ante quienes hayan sondeado la Realidad hasta el último límite” (T.Ch.). Esta fuerza de progresar en esta dirección hoy nos regala un extraordinario espectáculo: los hombres más diferentes en educación y creencias se sienten muy cerca unos de otros, confundidos en la pasión común de buscar.

Los que investigan la tierra y el universo, los que investigan la vida y el átomo, los que se lanzan a la conquista del espacio, y los que investigan o trabajan por mejor servir al hombre, es decir, todos los que han entregado y entregan su vida por un ideal. ¿ Qué dicen o escriben en sus cartas y memorias estos hombres ? ¿ Qué transmiten sus confidencias ? La alegría, una alegría superior y profunda. ¡ La alegría de una vida que ha encontrado, por fin, un espacio interminable para expandirse ! ¡ La alegría de lo Interminable !

Cuanto más nobles son los deseos y las acciones de un hombre, más avidez tiene de logros superiores y sublimes. Llegado un punto, ni su familia, ni el aspecto remunerador de su actividad serán ya plenamente satisfactorios. Necesitará abrir caminos nuevos, descubrir verdades, tener un ideal que sostener y alimentar. Y así, poco a poco, el obrero de la tierra deja de pertenecerse a sí mismo y empieza a buscar en lo Inagotable.

Y cada día, Señor, tu estás cerca de los anónimos que forman la masa innumerable de los vivientes: los que vienen y van de prisa, y sobre todo aquellos que, conociéndote o ignorándote, en sus oficinas, en los laboratorios o en las fábricas, creen en el progreso de las Cosas, y perseguirán, hoy, apasionadamente seguir adelante. Porque este hombre que tu acabas de empezar a crear, que recién está dando sus primeros pasos y que crece hacia una zona de cada vez mayor conciencia, está lentamente caminando en dirección hacia ti.

Señor, gracias por compartir con nosotros el octavo día de la creación …, por permitir que el esfuerzo humano contribuya a tu creación inacabada, ¡ gracias por hacernos sentir que estamos en marcha !

Señor, gracias por consumarte poco a poco en la suma de nuestros esfuerzos individuales a través de los tiempos.

Señor, gracias, por hacernos comprender que con la lucecita que aporta cada hombre podemos dar sustancia a nuestra esperanza…

Y te pedimos Señor que todo ello de como fruto el amor, para que éste se extienda poco a poco, de prójimo en prójimo, en círculos cada vez más grandes, hasta alcanzarte a ti.



Esteban Rodríguez
www.pastoral.upsa.es