JUEVES DE LA SEMANA 32ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Sb 7, 22-8, 1

1-1.

-Pues hay en la «sabiduría» un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, penetrante, puro, sincero, amable... amigo de los hombres, apacible...

El autor enumera así veintiuna cualidades de la sabiduría.

Este elogio es como un elogio de Dios

Poco tiempo antes de Jesucristo se tiene una especie de anuncio o indicio. Jesús es la Sabiduría de Dios. En El, en Jesús, la Sabiduría de Dios descrita aquí, se encarnó verdaderamente.

-La movilidad de la Sabiduría supera todo movimiento. Todo lo atraviesa y penetra.

Es una visión sorprendente: Dios presente en todos y en todas partes, pero penetrando todos los seres, animando todo lo que se mueve, todo lo que vive

Es preciso dejarse captar por esta visión, por esta contemplación .

-Porque es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, el reflejo de la gloria eterna, el espejo sin mancha de la actividad de Dios, la imagen de su bondad...

Todo esto puede aplicarse directamente a Jesús

Verdaderamente en un último esfuerzo de explicitación, la «revelación» estaba madura para atreverse a afirmar el misterio de la Trinidad: unas personas divinas, distintas y unidas.

Efectivamente, muchos textos del Nuevo Testamento no harán más que repetir esas palabras para aplicarlas al Verbo encarnado (Hb 1, 3; Jn 1, 9; Col 1 15).

De hecho, en estas imágenes, se tiene la idea de una actividad de Dios en el hombre. Hay que reconsiderar cada palabra empleada. "Emanación", «Reflejo», "Espejo", «Imagen»: en todas estas palabras, estamos ante una realidad que "viene de un ser", que es "distinta" y a la vez depende de este ser en el que encuentra su origen.

-La Sabiduría es única y lo puede todo. Sin salir de sí misma, renueva todas las cosas.

La Sabiduría de Dios trabaja en el corazón del hombre, de todo hombre.

¡Cuán bueno es, Señor, que nos repitas esto!

Con frecuencia no vemos más que los pequeños aspectos de las personas y de las situaciones. Mientras tanto se está desarrollando un misterio grandioso y divino.

Uno de los esfuerzos de la oración debería penetrar en nuestro interior para «re-visar» nuestra vida desde esa nueva mirada. Descubrir a Dios obrando. Señor, ¿qué estás obrando ahora en tal... y un tal... y una tal...? ¿Qué estás «renovando» en tal persona? ¿En qué podría yo ayudarte, Señor, unirme a tu trabajo en el corazón de aquellos que me rodean?

-En todas las edades, entrando en las almas santas, la Sabiduría forma en ellas amigos de Dios y profetas.

Ninguna religión se ha atrevido, hasta este punto, a concebir que la transcendencia divina podría "transmitirse" al mismo corazón del hombre.

Una centella divina en el hombre. Que hace del hombre el amigo de Dios.

-La Sabiduría es más hermosa que el sol... Se despliega de un confín al otro del universo y gobierna todas las cosas.

Presencia bienhechora y activa. De la que el sol no es más que un pálido símbolo.

Nuestro sol, el que, sin embargo, hace crecer y anima todo viviente.

Dios, Sabiduría, ayúdanos a dejarnos animar por Ti.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 386 s.


1-2. /Sb/07/15-30  GOBERNANTES/Sb 

Salomón, el modélico rey de Israel reconoce humildemente su condición de hombre mortal, hijo de la tierra, rodeado de llantos y angustias como la humanidad entera. La realeza, el poder sobre los súbditos, la suntuosidad del palacio, el cetro y el trono, el oro, la plata y las piedras preciosas no son más que arena y barro en comparación con la sabiduría de Dios. «Por eso supliqué y se me concedió la prudencia. Invoqué al Señor y vino a mí el espíritu de sabiduría» (v 7). Salomón no es sabio por descender del linaje de David su padre. Ha obtenido la sabiduría como fruto de una plegaria suplicante, como don gratuito de Dios. La ha preferido a cetros y tronos y, en comparación con ella, ha tenido por nada la riqueza.

Esa es la opción radical que la sabiduría recomienda a los gobernantes, pero que pocos -por no decir ninguno- llegan a tomar, ya que supone invertir las categorías mentales y las opciones prácticas. «La aprendí sin malicia, la reparto sin envidia y no me guardo sus riquezas; porque es un tesoro inagotable para los hombres; los que la adquieren se atraen la amistad de Dios, porque el don de su enseñanza los recomienda» (13-14). El elogio de la sabiduría mediante el encadenamiento de 21 atributos nos describe las cualidades personales y el dinamismo del Espíritu de Dios, su polivalencia y unidad, su sutileza y su presencia en toda la creación, especialmente en el espíritu del hombre, del que es amigo y compañero. La Sabiduría aparece unas veces como el espíritu de Dios, inteligente y santo, el espíritu profético que entra en las personas buenas de cada generación y hace amigos de Dios y profetas, mientras que otras se presenta como imagen de la bondad de Dios, como reflejo de la luz eterna y espejo nítido de la actividad de Dios; se trata de imágenes que el NT y los Padres emplearán luego para describir la igualdad de naturaleza del Hijo con el Padre: «Reflejo de su gloria, impronta de su ser» (Heb 1,3), «imagen de Dios invisible» (Col 1,15).

La revelación del Padre, manifestada por el Hijo, y la experiencia del Espíritu derramado por él sobre la comunidad cristiana contribuyeron a precisar estas dos características fundamentales de la sabiduría, que más tarde cristalizaron en una doble identificación de la sabiduría como Espíritu Santo (Ireneo) o como Hijo de Dios (Orígenes). La sabiduría penetra hasta el fondo de la persona y le manifiesta el plan de Dios escondido desde siempre, mora en ella y le comunica la experiencia de un orden nuevo, de la vida que Dios ha decidido comunicar a los hombres para hacerlos hijos suyos.

J. RIUS CAMPS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 404 s.


1-3. /Sb/07/07-16  /Sb/07/22-30

La lectura de hoy forma parte del grupo de textos (6,22-9,18) que hablan de la sabiduría en sí misma. En una primera parte, «Salomón», prototipo del maestro de sabiduría, ruega para obtenerla (vv 7-12) y para que le sea posible comunicarla (13-17). «Salomón» explica cómo la ha adquirido, cómo la conoció. Para conseguirla se dirige a Dios (1 Re 3,6-9: «...Da a tu siervo un corazón prudente para juzgar a tu pueblo y poder discernir entre el bien y el mal; porque ¿quien, si no, podrá gobernar a este pueblo tuyo tan grande?»), tal como se relata de una manera más extensa todavía en 9,1-18. El orante se eleva al Dios de los padres, que por medio de la sabiduría creó el universo y le dio al hombre el dominio sobre todo lo creado, y le suplica que le conceda esta sabiduría para poder comprender la voluntad de Dios y serle totalmente grato. La sabiduría, en el banquete preparado a los discípulos (cf. Prov 9,1-6: «... venid y comed mi pan y bebed mi vino que he mezclado...»), les comunica conocimiento experimental, inteligencia y profecía. Todo ello actúa ya en los discípulos escuchándolo. «Salomón» invita a sus interlocutores a que antepongan la sabiduría a cualquier valor terrenal, porque únicamente ella, madre de todos los bienes, puede colmar al hombre en plenitud.

En la segunda parte (13-17), en que se pide la fuerza para comunicar la sabiduría, aparece la vocación misionera, testimonial, del judío creyente. El autor rompe con la resistencia de la mayoría, que se niega a que los paganos participen de la salvación y de la amistad con Dios que concede la sabiduría «a través de las generaciones» (7,27).

El NT reunirá y ampliará muchos aspectos de estas reflexiones. La sabiduría aumenta el conocimiento recibido en la fe, otorga una inteligencia más profunda del acontecimiento de la salvación, de la voluntad divina y de las obligaciones morales que de ella derivan. Escrito está maravillosamente en Col 1,9s: «Por esta razón nosotros, desde el momento que nos enteramos, oramos por vosotros sin cesar; pedimos a Dios que os dé pleno conocimiento de su designio, con todo el saber e inteligencia que procura el Espíritu. Así viviréis como el Señor se merece agradándole en todo: dando fruto creciente en toda buena actividad gracias al conocimiento de Dios». Dicha sabiduría no es una especulación veleidosa, sino que está unida a la madurez moral. El creyente sólo puede ser «doctor» si se ha hecho doctus, si su sabiduría no procede de la carne (2 Cor 1,12), sino de Dios.

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 867 s.


2.- Flm 7-20

2-1.

VER DOMINGO 23C


3.- Lc 17, 20-25

3-1.

Jesús, al pronunciar las palabras de los versículos 20-21, quería sin duda desanimar a sus discípulos para que no intentaran seguir pensando en la fecha concreta de la instauración del Reino y anunciarles la próxima venida del Espíritu (cf. Act 1, 7-8; rechazo de las computaciones y anuncio del Espíritu).(...) Además, el verbo "observar" del versículo 20 designa la actitud de aquellos que estaban oficialmente encargados de seguir las fases de la luna para determinar exactamente las fiestas del calendario. Jesús enseña a los suyos a renunciar a una venida del Reino que se pudiera calcular, antes bien ellos deben aficionarse a la venida del Espíritu "dentro de los corazones".(...) Al situar los versículos 20-21 delante precisamente de un texto escatológico (vv. 22-25), Lucas quiere ciertamente predeterminar su interpretación e impedir un comentario demasiado apocalíptico.

Lucas piensa que el Reino está ya presente en la vida moral de cada uno y es separarse de esta interpretación el esperar masivamente los acontecimientos de tipo apocalíptico.

Debe servir de lección el ejemplo de Cristo que vivió hasta el final siendo fiel a su condición de hombre (v. 25): él no esperó un "día" extraordinario, su día fue continuamente el día de su fidelidad a la vida cotidiana.

El Reino de Dios no se inscribe ya en el tiempo de los antiguos, observable externamente en los signos de la naturaleza, sino en el tiempo que define el hombre mismo mediante su compromiso con el momento presente.

Hasta que llegó Cristo, el hombre consideró el tiempo como una fatalidad que se le imponía desde fuera.

TIEMPO/ETERNIDAD: Inclusive el judío que ansiaba ya más un tiempo de tipo lineal e "histórico", seguía concibiendo su evolución como una iniciativa exclusiva de Dios. Festejar el tiempo era conformarse con una evolución de la que no se poseían las llaves. Con Jesucristo, el primer hombre que percibió la eternidad del presente porque era Hombre-Dios, el hombre festeja su propio tiempo en la medida en que busca la eternidad de cada instante y la vive en la vida misma de Dios.

ETERNIDAD/PRESENTE: La vida cotidiana avanza según esto al compás de un calendario preestablecido; la memoria del pasado y los proyectos hacia el futuro solo sirven para contribuir al valor de eternidad que se encierra en el presente. No existe ningún día que haya que esperar más allá de la historia; cada día encierra en sí la eternidad para quien lo vive en unión con Dios.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUÍA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág 243


3-2. RD/OCULTO

-Los fariseos preguntaron a Jesús; «¿Cuándo va a llegar el reino de D;os?»

El «Reino de Dios», palabra mágica que contenía, como en concentrado, toda la espera febril de Israel: un Día, Dios tomaría el poder, y salvaría a su pueblo de todos sus opresores... Era la espera de «días mejores», la espera de la «gran noche», el deseo de «una sociedad nueva», el sueño de una humanidad feliz.

No eran sólo los fariseos los que deseaban ese Día. Los Doce, ellos también, en el momento en que Jesús iba a dejarles, se acercaban aún a preguntarle: «¿Es ahora cuando vas a restaurar el Reino para Israel?» (Hch 1, 6) ¿Es este también hoy nuestro deseo?

¿Deseamos que Dios reine? ¿Qué incluimos, con nuestra imaginación, en ese deseo? ¿Qué espero de Dios en este momento? ¿De qué está más fuertemente deseosa la humanidad de hoy?

Jesús les contestó: "El Reino de Dios viene sin dejarse sentir".

Esa respuesta debió de decepcionar profundamente a los fariseos. Y, te lo confieso, Señor, también a mí me decepciona.

No me resulta fácil pensar que Dios reina de una manera tan discreta, tan modesta, «sin dejarse sentir».

¡Señor, sana mi deseo! Ayúdame a sentir agrado por las tareas modestas, ayúdame a promover el reino de Dios en las «cosas pequeñas», en las cosas sin apariencia.

-Ni podrán decir: «¡Míralo aquí o allí!" porque el Reino de Dios ya está entre vosotros.

Los cálculos, los presagios de catástrofes, los signos precursores del castigo de la humanidad, no tienen valor para Jesús: la próxima llegada del reino de Dios no puede observarse... no puede decirse: «Míralo aquí o allí»... simplemente porque ¡ya ha llegado!

¡Ese Reino está oculto!

Para detectarlo es necesaria mucha agudeza de atención, buenos oídos finos para oír su susurro, y ojos nuevos para discernirlo «en la noche».

¡Ese Reino es misterio!

No se le encuentra nunca en lo espectacular y ruidoso sino tan sólo en humildes trazos, en pobres «signos», en los sacramentos de su presencia oculta. Pero, como precisamente un signo es siempre frágil y ambiguo, hay que descifrarlo, interpretarlo... ese es el papel de la Fe.

-Llegará un tiempo en que desearéis vivir siquiera un día con el Hijo del hombre y no lo veréis. Os dirán: «¡Míralo aquí, míralo allí!" No vayáis, no corráis detrás.

¡Siempre tenemos la tentación de ir a buscar los signos de Dios en otra parte ! «¡No vayáis!» dice Jesús. Es en vuestra vida cotidiana donde se encuentra Dios.

-Porque igual que el fulgor del relámpago brilla de un extremo a otro del cielo, así ocurrirá con el Hijo del hombre cuando vendrá en "su Día" Pero antes tiene que padecer mucho y ser rechazado por esa generación.

Sí , «un Día» vendrá para Gloria de Dios, para el Esplendor de Dios, para el Triunfo de Dios y de su Cristo. Será como el estruendo del trueno, como el rayo que cruza el firmamento: imprevisible, sorprendente, súbito.

Pero, entre tanto, es el tiempo del «sufrimiento», del «rechazo», de la «humillación y vergüenza». Antes de ese triunfo de Jesús y de su Padre, ambos, escarnecidos, humillados, arrastrados en el lodo y la sangre... negados por los ateos, dejados de lado por los indiferentes... ridiculizados por todos los descreídos... y, por desgracia, traicionados por «los suyos».

¡Señor, ten piedad de nosotros!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 278 s.


3-3.

Una tercera prueba (directa) de que Jesús afirmaba la actualidad del reino de Dios la tenemos en Lc 17,20:

Habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el reino de Dios, les respondió: El reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán vedlo aquí o allá, porque el reino de Dios está ya entre vosotros.

La célebre traducción de Martín Lutero del v. 21 dice: "pues ved, el reino de Dios está dentro de vosotros". La inteligencia popular ha favorecido una interpretación, entre las muchas posibles, que enlaza el reino de Dios e interioridad [69,26s], pero éste no es, en absoluto, el sentido originario. Más bien lo contrario, aquí Jesús rechaza concepciones corrientes. Teorías sobre el tema "venida del reino de Dios", cálculos previos y especulaciones apocalípticas, observación de presagios como la que luego practicará la apocalíptico cristiana, todo ello aquí es descaminado como lo es también, y además es desproporcionado, la concepción de que el reino de Dios existirá en algún lugar y en algún tiempo: sólo necesitaremos correr hacia allí para encontrarlo y tenerlo (v. 21). No, el reino de Dios no llegará cuando sea, según un horario determinado. Y tampoco deberemos buscarlo, "porque el reino de Dios está ya entre vosotros", es decir, el reino de Dios es una realidad palpable aquí y ahora. Allí donde Dios a través de Jesús interviene y salva una vida, allí donde hay hombres como Jesús que tienen el valor y la fe suficientes para comprender que esta salvación es un don de Dios, allí ha empezado ya el reino de Dios.

El reino de Dios está aquí. Esto califica el tiempo de Jesús como tiempo de cumplimiento.

El tiempo anterior fue de expectación, una época distinta, diferente cualitativamente del tiempo actual. Por eso son bienaventurados los que escuchan y ven lo que ahora sucede:

ECKART OTT
FIESTA Y GOZO
Ediciones Sígueme. Salamanca 1983. Págs. 136


3-4.

1. (Año I) Sabiduría 7,22 -8,1

a) Hoy leemos un magnífico himno a la sabiduría. El autor acumula una letanía de alabanzas, exactamente veintiuna, cosa que los entendidos en ciencias bíblicas afirman que no es casual: es el producto de tres por siete, lo que indica plenitud y perfección.

Llama la atención que diga que la sabiduría es "efluvio del poder divino", "reflejo de la luz eterna", "espejo de la actividad de Dios", "imagen de su bondad", "emanación de la gloria de Dios".

La sabiduría se va personificando cada vez más. Ya se notaba esto mismo en el libro de los Proverbios y el Eclesiástico, pero aquí todavía más, subrayando su carácter divino. Se está preparando la venida de Jesús, la Palabra viviente de Dios.

b) Nosotros no podemos leer este hermoso elogio de la sabiduría sin pensar en Cristo Jesús: él es, no sólo el Maestro que Dios nos ha enviado, sino la Palabra misma, hecha persona: "la Palabra se hizo hombre". Él es la Sabiduría en persona. (La basílica de Santa Sofía en Estambul no está dedicada a ninguna santa, sino a la "Santa Sabiduría", que es Cristo).

Pero a la vez tenemos que preguntarnos si, teniendo más luces que los creyentes del AT, estamos asimilando de hecho esta sabiduría de Dios. Cuando escuchamos la Palabra de Dios en las lecturas bíblicas, ¿vamos identificando nuestra mentalidad con la de Dios, vemos las cosas con sus mismos ojos? Cristo nos enseñó una jerarquía de valores, una lista de bienaventuranzas: se trata de que vayamos mirándonos a su espejo para ir actuando como él.

La sabiduría es el mejor don que podemos apetecer. Una sabiduría que no sólo es sentido común y sensatez humana, que no es poco, sino también luz que impregna nuestra visión de las cosas y de los acontecimientos, viéndolo todo desde Dios. Hay personas sencillas que pueden tener esta sabiduría, mientras que nosotros, que tal vez nos afanamos de tantos conocimientos y talentos, somos sabios para otras cosas, pero no para las de Dios.

El salmo nos vuelve al recto camino: "tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo; la explicación de tus palabras ilumina y da inteligencia a los ignorantes... enséñame tus leyes".

1. (Año II) Filemón 7-20

a) Esta carta de Pablo a Filemón es breve y entrañable. El esclavo Onésimo, perteneciente a Filemón, un cristiano de la comunidad de Colosas, había huido, con evidente enfado de su amo.

Por esas casualidades de la vida, este esclavo, que debía ser una buena pieza, se encontró con Pablo en la cárcel (¿de Éfeso? ¿de Roma?), y se convirtió al cristianismo.

Pablo le llama "Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado en la prisión". Y ahora intercede con esta carta ante Filemón para que le perdone y le acepte de nuevo, más aún, que lo acepte "no como esclavo, sino como hermano querido", ya que ahora los dos, el amo y el esclavo, son cristianos. Pablo apela al amor y la gratitud que Filemón siente por el apóstol, para que reciba bien a Onésimo: "si te debe algo, ponlo en mi cuenta: yo, Pablo, te firmo el pagaré de mi puño" (claro que Filemón no esperaría que Pablo se lo pagara).

b) El tema no es tanto la esclavitud y su supresión. Al igual que Cristo con las cuestiones políticas y económicas, tampoco Pablo ni la primera comunidad pueden cambiar de golpe la situación social: por ejemplo el grado de marginación del niño o de la mujer y ahora del esclavo. Eso sí, Pablo, implícitamente, parece que le está pidiendo a Filemón que conceda la libertad a Onésimo. Y, sobre todo, da consignas que, a su tiempo, harán evolucionar desde dentro la situación social y llegarán a suprimir la esclavitud.

A nosotros esta carta nos interpela sobre el trato que damos a los demás, libres 0 esclavos, familiares o extraños, hombres o mujeres, niños o mayores.

¿Qué es lo primero que se nos ocurre esgrimir: nuestros derechos, los agravios que nos han hecho, la justicia? ¿o tenemos sentimientos de misericordia y tolerancia? Los que nos sabemos gratuitamente perdonados y salvados por Dios, ¿tenemos luego con los demás sólo exigencia e intransigencia, como aquel empleado de la parábola de Jesús, al que se le perdonó una suma enorme de dinero y luego no supo perdonar una pequeña cantidad a su compañero?

Cada vez que celebramos la Eucaristía, recibiendo al "Cristo que se entrega por nosotros", deberíamos hacer el propósito de conceder alguna amnistía a nuestro alrededor, sabiendo olvidar agravios, "liberando" a alguien de nuestros juicios condenatorios, cerrando un ojo ante sus defectos, mostrándonos disponibles y serviciales: todo ello "no por la fuerza, sino con toda libertad", sin darnos importancia ni pregonar nuestra generosidad. Entre padres e hijos, empresarios y trabajadores, pastores y fieles, superiores y súbditos: ¿nos tratamos como hermanos?

2. Lucas 17,20-25

a) Una de las curiosidades más comunes es la de querer saber cuándo va a suceder algo tan importante como la llegada del Reino. Es lo que preguntan los fariseos, obsesionados por la llegada de los tiempos que había anunciado el profeta Daniel.

Jesús nunca contesta directamente a esta clase de preguntas (por ejemplo, a la que oíamos hace unos días: ¿cuántos se salvarán?). Aprovecha, eso sí, para aclarar algunos aspectos. Por ejemplo, "que el Reino de Dios no vendrá espectacularmente" y que "el Reino de Dios está dentro de vosotros".

Por tanto, no hay que preocuparse, ni creer en profecías y en falsas alarmas sobre el fin. "Antes tiene que padecer mucho".

b) El Reino -los cielos nuevos y la tierra nueva que anunciaba Jesús- no tiene un estilo espectacular. Jesús lo ha comparado al fermento que actúa en lo escondido, a la semilla que es sepultada en tierra y va produciendo su fruto.

Rezamos muchas veces la oración que Jesús nos enseñó: "venga a nosotros tu Reino".

Pero este Reino es imprevisible, está oculto, pero ya está actuando: en la Iglesia, en su Palabra, en los sacramentos, en la vitalidad de tantos y tantos cristianos que han creído en el evangelio y lo van cumpliendo. Ya está presente en los humildes y sencillos: "bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos".

Seguimos teniendo una tendencia a lo solemne, a lo llamativo, a nuevas apariciones y revelaciones y signos cósmicos. Y no acabamos de ver los signos de la cercanía y de la presencia de Dios en lo sencillo, en lo cotidiano. Al impetuoso Elías, Dios le dio una lección y se le apareció, no en el terremoto ni en el estruendo de la tormenta ni en el viento impetuoso, sino en una suave brisa.

El Reino está "dentro de vosotros", o bien, "en medio de vosotros", como también se puede traducir, o "a vuestro alcance" (en griego es "entós hymón", y en latín "intra vos"). Y es que el Reino es el mismo Jesús. Que, al final de los tiempos, se manifestará en plenitud, pero que ya está en medio de nosotros. Y más, para los que celebramos su Eucaristía: "el que me come, permanece en mí y yo en él".

"Dios ama a quien convive con la sabiduría" (1ª lectura I)

"Te recomiendo a Onésimo, recíbelo a él como a mí mismo" (1ª lectura Il)

"El Reino de Dios está dentro de vosotros" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 277-281


3-5.

Flm 1, 7-20: Onésimo, el hombre servicial

Lc 17, 20-25: El Reinado de Dios es impredecible.

Algunos profetas de mal agüero anuncian el "fin de la historia". Para ellos, el desastre actual es el Reino que todo ser humano debe esperar. Su clarividencia tan sólo los habilita para ver un mundo dominado por el imperio de la producción sofisticada y el olvido de las continentes pobres. Tamaña visión del futuro exclusivamente cabe en las estrechas mentes de quienes piensan que la petrificación de la historia es el mejor bien de la humanidad. Para estos profetas del imperio, el único futuro posible es el mantenimiento del orden vigente.

Jesús enfrentó una situación similar, "vivió en una época en la que parecía que el mundo iba a llegar a su fin". El imperio romano había impuesto un orden que exclusivamente beneficiaba a los poderosos. Los pobres rondaban las aldeas y las grandes ciudades viviendo por completo de la limosna. El desempleo era generalizado y los impuestos incrementaban a una velocidad vertiginosa la miseria de la población y la riqueza de los poderosos. En contrapartida, no existía en el pueblo de Israel una práctica política que hiciera frente a las imposiciones imperiales. La mayoría de grupos aspiraban a un gobierno puramente nacionalista que propusiera la reivindicación de Israel en el campo internacional. Pero, estas iniciativas no pretendían mejorar las condiciones de vida de la población o hacer distribuciones equitativas de las riquezas. Su único interés era restaurar la teocracia judía, pero sin restaurar las leyes que defendían el derecho de los pobres.

Ante esta situación Jesús predijo el fin de la nación de Israel a manos de los romanos. Para él, la solución no estaba en fortalecer las estructuras vigentes de poder, sino en crear una alternativa que hiciera frente al régimen establecido, fuera romano o judío. Para Jesús, la verdadera liberación no llegaría por la vía de la violencia, ya fuera esta psicológica, física o moral. Para Jesús, la alternativa era un grupo de hombres y mujeres que vivieran auténticamente la vida e hicieran del respeto y la misericordia la base de las relaciones interhumanas.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6. CLARETIANOS 2002

La carta a Filemón es tan breve que ni siquiera está dividida en capítulos. Y, sin embargo, en pocos versículos aborda una cuestión que nos dará guerra siempre: ¿Cómo debe influir la experiencia cristiana en la transformación de las estructuras sociales? Pablo ofrece algunos criterios a partir de la historia de dos cristianos que se encuentran en situaciones diferentes: Filemón es un amo y Onésimo es un esclavo. Recordemos a grandes rasgos lo esencial de su historia.

Onésimo, esclavo fugitivo del cristiano Filemón, llega donde Pablo y se convierte a la fe. Pablo reconoce los derechos civiles de Filemón sobre Onésimo. Por eso devuelve el esclavo a su amo con una carta de recomendación. Le da a entender que podría obligarlo, en virtud de su autoridad apostólica, a dejar libre a Onésimo, pero prefiere renunciar a este derecho y apelar a la condición cristiana de Filemón. Este debe acoger ahora a Onésimo como hermano querido en la fe. Pablo espera, además, que Filemón saque consecuencias civiles de este hecho, implícitas en una fe que no hace distinción entre esclavos y libres: "Quizá se apartó de ti para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino mucho mejor: como hermano querido".

Hoy nos enfrentamos a muchas realidades nuevas sobre las que la Palabra de Dios no nos ofrece una receta para ser aplicada sin más. Pensemos en las complejas cuestiones relacionadas con la economía, con la ingeniería genética, con la política internacional, con la sexualidad ... Los cristianos nos ponemos humildemente a buscar, caminando con los científicos, con los economistas, con los políticos, con los pensadores ... Pero no buscamos a ciegas, sino desde el horizonte de la fe. En el fondo, cualquier cuestión, por compleja que parezca, siempre se reduce a una pregunta sencilla: ¿Cómo se puede vivir mejor el amor en esta situación? No nos preguntamos en vacío, abiertos a cualquier viento de doctrina. Nos preguntamos desde la experiencia de haber sido amados y desde nuestra vocación al amor.

En esto consiste el Reino de Dios. Y esto no depende de nuestra capacidad para ir encontrando respuestas. Jesús nos dice que "el Reino de Dios está dentro de vosotros". No se refiere, naturalmente, a que el Reino de Dios sea sólo una experiencia íntima, que no tiene nada que ver con las estructuras sociales. Creo que las palabras de Jesús son una advertencia para con confundir el Reino con los ídolos que cada generación construye: "Si os dicen que está aquí o está allí, no os vayáis detrás".

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-7. 2001

COMENTARIO 1

EL REINADO DE DIOS ESTA A VUESTRO ALCANCE

Esta breve secuencia gira toda ella en torno a la pregunta formulada por los fariseos sobre el momento de la llegada del reinado de Dios (17,20a). La presencia de los fariseos dentro de la 'aldea', símbolo de cerrazón, donde entró Jesús en la secuencia anterior (v. 12), no había sido detectada hasta aho­ra. Tampoco la de los discípulos, que aparecerán a continuación (v. 22). Allí se hablaba simplemente de «leprosos», de margina­dos por la institución religiosa de Israel. Ya hemos visto que estos «leprosos» eran precisamente los discípulos. Por eso nunca se dice de ellos que «entraran en la «"aldea"», puesto que siempre han estado allí, si bien como unos perfectos marginados. Al mencionar, ahora, a los fariseos, nos enteramos de quiénes son los causantes de la marginación. «Los que se tienen por justos», una especie de definición descriptiva del grupo fariseo, están profundamente preocupados por el momento de la llegada del reino. Ellos pretendían que éste no llegaría mientras no se obser­vase la Ley en sus mínimas prescripciones por parte de todo el pueblo. Hacían ostentación de ello delante de todo el mundo, y por este motivo eran muy bien considerados. Pero Jesús, por lo que se ve, no hablaba nunca de este «momento». Ahora pretenden que se defina.

Jesús no cree en una venida súbita, desde fuera: «La llegada del reinado de Dios no está sujeta a cálculos, ni podrán decir: "Míralo, está aquí", o: "Está allí"; porque, mirad, el reinado de Dios está a vuestro alcance» (17,20b-21). Por culpa de una mala traducción, «el reino de Dios está dentro de vosotros», se diluye la respuesta de Jesús. ¿Cómo puede decir a los fariseos que tienen el reino de Dios dentro de ellos? Los zelotas, fanáticos nacionalistas, querían provocar su llegada mediante la violencia; los fariseos, por medio de la observancia. Jesús no acepta ni una ni otra solución. Está al alcance de todos, les dice: depende de la colaboración del hombre. Ya está presente, pero sólo en aque­llos que han optado por los valores del reino y han enfocado su vida en función de estos valores.



LAS FALSAS EXPECTATIVAS DE LOS DISCÍPULOS,

COMO LAS DE LOS FARISEOS

No basta haber hecho una opción radical por Jesús, de una vez por todas. Es necesario renunciar poco a poco a los falsos valores que nos atenazan y que continúan vigentes, no obstante la opción. Es lo que les sucedió a los discípulos. Pensaban que Jesús se movía también dentro de los parámetros judíos. Por eso Jesús, al ampliar ahora la respuesta a sus discípulos, viene a decirles lo mismo que había dicho a los fariseos: «Llegarán días en que desearéis ver aunque sea el primero de los días del Hom­bre (es decir, el día de su parusía), y no lo veréis. Y os dirán: "Míralo, es allí", o: "Míralo, es aquí ; no vayáis, no corráis detrás» (17,22-23). El reinado de Dios no se implantará de ma­nera triunfalista ni se podrá localizar en un lugar determinado, en el desierto o en determinado pueblo o nación. Lo mismo que ha dicho a los fariseos. Observad la perfecta inversión en forma de cruz: «aquí / allí // allí / aquí». Todos los que viven en esta «aldea» participan de la misma mentalidad, aunque unos sean los marginados y otros los que marginan. Jesús quiere desvincular a sus discípulos de la mentalidad hipócrita de los fariseos.



DEL LENGUAJE ASTROLÓGICO AL METEOROLÓGICO

Los cálculos astronómicos sobre el gran Día del Mesías esta­ban al orden del día. Todo el mundo hacía sus apuestas. Se tenían que verificar escrupulosamente. Jesús, en cambio, se sirve de la observación de los fenómenos atmosféricos: «Porque, igual que el relámpago relampagueando resplandece de un extremo al otro del cielo, así será también el Hombre en su día» (17,24). Cuando se manifieste, será evidente a todos. Sin embargo, pun­tualiza: «Pero antes tiene que padecer mucho y ser rechazado por esta generación» (17,25). El designio divino, sobrentendido en el impersonal «tiene que/es inevitable», no determina la his­toria, sino que padece sus consecuencias. El Mesías ha de ser rechazado precisamente por aquellos que esperan la manifesta­ción religiosa para su provecho. Antes de su venida manifiesta, ha de ser rechazado por los dirigentes judíos.


COMENTARIO 2

La cuestión sobre el final de los tiempos muchas veces está motivada por la curiosidad y, por ello, se busca encontrar una respuesta a ella en grandes prodigios y señales extraordinarias que lo manifiesten..

Jesús nos pone alerta frente a esa curiosidad que, en lugar de ayudarnos a descubrir a Dios y a su Reino, nos impide descubrir las verdaderas señales del paso de Dios por nuestra existencia. El presente de salvación que ofrece la misericordia de Dios no puede residir en señales sensibles, sino que sólo puede ser descubierto desde la fe en Jesús.

Gracias a la fe, el Reino de Dios está a nuestro alcance, en medio de nosotros, y debemos tener la capacidad y apertura necesarias para descubrirlo en todos los ámbitos en vez de correr de un lugar a otro en que se anuncia su realización. En el Jesús rechazado y maltratado por sus contemporáneos debemos descubrir la presencia de Dios en la historia y en la vida de los hombres.

Este descubrimiento del presente, sin embargo, no se agota en este momento y nos remite también a la expectativa sobre la venida gloriosa del Reino. Pero ella tampoco se concilia con el anuncio de señales acontecidas aquí y allí. Preparados por una actitud de recepción del Reino aprendida en el presente de la vida cristiana, habremos de descubrir la clara venida del Hijo del Hombre que llevará aquel presente a su realización plena.

El Reino exige, por tanto, conciliar en cada momento de la vida la atención al presente y la tensión al futuro. Sólo desde esta conciliación podremos realizar nuestra vida conforme al querer divino.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-8. 2002

Tengo la sensación de que a veces los análisis de la realidad que hace la jerarquía de la Iglesia o las comunidades cristianas o los mismos teólogos, son sólo oráculos de pesimismo. La realidad aparece en ellos siempre oscura, casi absolutamente vacía de sentido. Todo es malo. Parecemos profetas de desgracias. El Evangelio de hoy nos comunica una perspectiva bien diferente. El Hijo del Hombre será como los relámpagos. Imagino esas noches de tormenta en que los relámpagos alumbran por un momento el cielo pesado de nubarrones con una intensidad tal que parece que es de día. ¡Dichosos los que son capaces de ver en nuestro mundo esos relámpagos de la presencia del Reino!
Porque ciertamente Jesús no miente. Si nos quitamos las habituales gafas oscuras que nos hacen ver todo con ojos pesimistas, podremos descubrir esa presencia. A veces son pequeños detalles en nuestra comunidad o en nuestra familia. A veces son noticias que aparece en los informativos de la televisión o en los periódicos. Pero siempre en alguna parte, hay alguien que se esfuerza por poner paz donde hay guerra, reconciliación en medio del odio, justicia entre la explotación. Y, sobre todo, amor en el corazón de las personas. Ahí está el Reino de Dios, su presencia viva y vivificante. Entre nosotros. Iluminando este mundo de esquina a esquina.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-9. ACI DIGITAL 2003

20. Jesús se presentó en la humildad para probar la fe de Israel; pero las profecías, como también los milagros, mostraban que era el Mesías. Cf. 16, 16 y nota. Como observan el P. de la Briere y muchos otros, el sentido no puede ser que el reino está dentro de sus almas, pues Jesús está hablando con los fariseos.

24. Ahora Jesús habla con los discípulos y alude a su segunda venida, que será bien notoria como el relámpago (Mat. 24, 23; Marc. 13, 21; Apoc. 1, 7). Antes de este acontecimiento se presentarán muchos falsos profetas y será general el descreimiento y la burla como en tiempos de Noé y de Lot (Gén. 7, 7; 19, 25; II Pedr. 3, 3 ss.). No cabe duda de que nuestros tiempos se parecen en muchos puntos a lo predicho por el Señor. Cf. 18, 8 y nota: "Yo os digo que ejercerá la venganza de ellos prontamente. Pero el Hijo del hombre, cuando vuelva, ¿hallará por ventura la fe sobre la tierra?". ¿Hallará la fe sobre la tierra? Véase 17, 23 s. Obliga a una detenida meditación este impresionante anuncio que hace Cristo, no obstante haber prometido su asistencia a la Iglesia hasta la consumación del siglo. Es el gran misterio que S. Pablo llama de iniquidad y de apostasía (II Tes. 2) y que el mismo Señor describe muchas veces, principalmente en su gran discurso escatológico. Cf. Mat. 13, 24, 33, 47 ss. y notas.


3-10. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Jueves 13 de noviembre de 2003
Leandro

Sab 7,22 - 8,1: Elogio a la Sabiduría
Salmo responsorial: 118, 89-91.130.135.175
Lc 17, 20-25: "El Reino de Dios ya está entre ustedes"

En 17, 20 - 37 tenemos el así llamado "Pequeño Apocalipsis" de Lucas. El discurso apocalíptico mayor está en 21, 5 - 38. El discurso comienza con un 'cuándo' y termina con un 'dónde'. Lc. 17, 23-35 sigue sólo la fuente Q. Lc 21, 5 - 38 sigue a Mc 13, 1-37. Mateo en 24, 1-44 une las dos fuentes de este sermón apocalíptico de Jesús: Q y Marcos.

En el pequeño apocalipsis hay dos partes: primero una respuesta de Jesús a los fariseos sobre cuándo llegaría el Reino de Dios (vv. 20-21). Segundo un discurso a los discípulos sobre los tiempos del Hijo del Hombre (vv. 22-37).

La respuesta a los fariseos sobre el cuándo llegaría el Reino de Dios es propia de Lucas y es muy iluminadora y significativa. Jesús -según Lucas vv. 20-21- dice tres cosas sobre el Reino de Dios: (1) no viene con advertencia (observación), (2) no está aquí o allí (3), sino entre ustedes. El término 'advertencia' (paratéresis) indica observación empírica, como hacen los médicos o los astrólogos. Una traducción dice: "El Reino de Dios viene sin dejarse sentir". Por eso se agrega que no podemos decir que está aquí o allá. La tercera frase es más ambigua. La palabra griega 'entós' puede traducirse 'dentro' o 'entre'. Como Jesús habla a los fariseos, no sería comprensible que está 'dentro' los fariseos. Por eso mejor es traducir: 'el Reino de Dios está entre ustedes'.

El discurso a los discípulos en los vv. 22-37 trata sobre los tiempos o días del Hijo del Hombre. Se distinguen dos tiempos, aunque la distinción es un poco confusa:

(1) el día de la Resurrección de Jesús: vv. 22-25. Será como un relámpago. Pero antes debe padecer mucho. Jesús resucitado no está aquí o allá. No puede ser discernido empíricamente. Lo mismo se decía del Reino en el v. 21. Igual que el Reino, podríamos agregar también que Jesús resucitado esta entre nosotros. Se excluye toda histeria apocalíptica.

(2) el día de la Revelación (Apocalipsis) de Jesús: vv. 26 - 35 (este texto lo veremos mañana).

La experiencia del Reino de Dios es ahora en nuestra historia presente: 'ya está entre nosotros'. La experiencia de Cristo resucitado, después de su pasión, tiene las mismas características: 'no está aquí o allá'. No es una presencia empírica. Pero es real. La presencia del Reino de Dios y de Jesús resucitado en nuestra historia, es la dimensión trascendente de nuestra historia, que no perciben nuestros sentidos, pero que es tan real como la dimensión empírica que los sentidos. La historia no es sólo lo que se ve. Hay una dimensión invisible de la misma historia que sólo se vive y se discierne a la luz de la fe. La realidad del Reino de Dios y de Cristo resucitado es el hecho 'escatológico' o 'apocalíptico' fundamental, que le da un sentido nuevo a nuestra historia.


3-11. DOMINICOS 2003

Palabra, efluvio del divino poder

Del libro de la Sabiduría 7, 22-8,1:

“La sabiduría es un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, penetrante, inmaculado, lúcido, bondadoso, amigo del hombre, que penetra todos los espíritus inteligentes, puros, sutilísimos...

Es efluvio del poder divino y emanación genuina del Omnipotente; por eso nada inmundo se le pega. Es reflejo de la luz eterna, espejo nítido de la actividad de Dios e imagen de su bondad...

Alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna el universo con acierto”

Este canto a la ‘sabiduría’ nos sirve para valorar el gran  don de la ‘inteligencia’, de la ‘prudencia’, del ‘discernimiento’, del ‘sentido común’ por el que hemos de gobernarnos responsablemente. Poseerlo cada uno, y tratar de que lo posean los demás, es misión de toda persona que viva en dignidad y honor.

Evangelio según san Lucas 17, 20-25:

“Unos fariseos preguntaron a Jesús cuándo iba a llegar el Reino de Dios, y Jesús les respondió: El Reino de Dios no vendrá en forma espectacular, ni anunciarán que está aquí o allá. [¿Sabéis donde está] El Reino de Dios está dentro de vosotros.

Y luego dijo a sus discípulos: Mirad, llegará un día en que desearéis vivir con el Hijo del hombre, y no podréis...”

El mensaje de las palabras de Jesús es muy profundo: el Reino de Dios es reino de amor, de corazones, de sentimientos, de fe, de fidelidad, de entrega; y todo esto no se da a toque campana o con cohetes que lo anuncian sino con una intimidad abierta a la acción del Espíritu, de la Verdad, del Bien.

 

Momento de reflexión

Nada inmundo se le pega a la Sabiduría.

Esta afirmación rotunda coloca a tal altura el reinado de la ‘sabiduría’ que se parece a una paloma hermosa que se nos va de las manos. Es que la auténtica ‘sabiduría’, como se repite en la primera lectura, equivale al obrar perfecto, con criterios de virtud que no toleran sombras de manipulaciones, injusticias, egoísmos, actitudes fratricidas, guerras y hambres...

Verdadero ‘sabio’ es el santo, el amigo de Dios y de los hombres, el que no duda en sus certezas de que es hijo de Dios y hermano de los hombres, y obra en consecuencia, sean unas u otras las circunstancias de su vida.

No es ‘sabio’, poseedor y discípulo de la sabiduría, quien se muestra insensible ante la muerte de millones de personas en África, enfermas y abandonadas, cautivas e incultas. No lo es quien se concede a sí mismo las licencias y privilegios que condena en los demás. No lo es quien desprecia la vida de los demás  o su dignidad moral o su paz personal y familiar...

Dios y la Sabiduría, dentro de mí.

Es revelador de su grandeza poder decir del hombre que posee dentro de sí el Reino de Dios, de la Sabiduría, de la Verdad, de la Justicia, del Amor. ¡Perla maravillosa de mil caras, de inmensa gracia, destellos deslumbrantes que brillan al interior de cada uno para que haga el bien a la luz pública!

Es muy importante la amonestación de Jesús: No hagamos de la presencia del Reino un acontecimiento, un ‘espectáculo’ al que invitamos a los demás, porque nos vemos ‘preferidos’ en el amor. El Reino de Dios, como Dios mismo, se insinúa, penetra en nosotros, y pone su trono en nuestro corazón y en nuestra mente cuando le dejamos actuar con delicadezas y audacias y cruces de amigo.


3-12. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:
El magnífico himno a la Sabiduría que nos recoge la primera lectura constituye, sin duda, la mejor descripción que se puede encontrar en toda la Biblia del Espíritu Santo y de su magnífica obra en los creyentes. Su sutileza, su invulnerabilidad, su capacidad de vivificar, de entrar en todas partes. La tercera persona de la Santísima Trinidad es definida como el Amor hecho persona, la reciprocidad del amor entre el Padre y el Hijo que ha sido comunicado a los hombres y que escapa siempre de los intentos del hombre por atraparle, por definirle. El es la luz que no podemos ver, pero que nos hace ver. Su simplicidad, su pureza, su no referirse nunca a sí mismo, porque es puro amor que nos proyecta siempre hacia Jesús o hacia el Padre.

Es el protagonista oculto de toda nuestra vida cristiana, pues nos es dado en el Bautismo y se acomoda a nuestro estilo, a nuestra libertad, a nuestros tiempos para hacernos crecer para ayudarnos a seguir a Jesús. El maestro interior cuya voz sutil es preciso aprender a discernir entre todos los ruidos que habitan en nuestra conciencia.

Tendríamos que aprender a reconocer los signos de la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Cada vez que hemos sentido un impulso a hacer el bien, a realizar un acto de caridad, a entrar en una Iglesia para rezar un poco, a pedir perdón cuando hemos hecho algo negativo, a restablecer la comunión cuando nos hemos enfadado, detrás estaba la sugerencia del Espíritu que como la voz de la conciencia atrae suavemente hacia el Bien.

El problema es que sólo el amor comprende al Amor, y sólo si nos ponemos en esa actitud de olvido de nosotros mismos, para preocuparnos por el prójimo, de desprendimiento de nuestras exigencias, para acoger las del hermano, aprenderemos a volvemos sensibles a las llamadas del Espíritu. ¡Cuantas veces nos hemos dado cuenta, más tarde, de que hemos perdido una magnífica ocasión para hacer el bien a alguien, que se nos ha pasado por falta de atención, por no estar atentos a la voz del Espíritu! Tendríamos que aprender a establecer y hacer crecer tener una relación personal con esta Tercera Persona de la Santísima Trinidad que nos sólo nos acompaña desde nuestro bautismo, que no sólo nos busca para ayudarnos a crecer en Cristo, sino que llevará nuestra alma al Padre y nos resucitará en el último día.

Vuestro hermano en la fe.

Carlos García Andrade cmf. (garciaandr@tiscali.it)


3-13. 2003

LECTURAS: SAB 7, 22-8, 1; SAL 118; LC 17, 20-25

Sab. 7, 22-8, 1. Tal vez no pueden decirse cosas más bellas acerca de la Sabiduría, eligiéndola muy por encima de todo. Ella es Luz de Luz. Quien la contemple estará contemplando al mismo Dios. Ella no hace sino lo que le ve hacer a Dios. Ya sólo faltó que, en el tiempo en que se escribió este Libro, se nos revelara lo que en la Nueva Alianza se nos dirá en el Evangelio de San Juan: Y el Verbo era Dios. Así, Aquel que ha sido engendrado desde la eternidad por el Padre Dios, no sólo se encarnó y puso su morada entre nosotros, sino que, en una alianza más fuerte y más íntima que el mismo matrimonio humano, habita en nosotros y nos hace ser y actuar conforme a la imagen del mismo Hijo de Dios. Por eso, quienes hemos aceptado esa Alianza nueva y eterna con el Señor, debemos ser tan santos y tan puros como Él.

Sal. 118. Al iniciarse el libro del Génesis se nos hace ver que por la Palabra de Dios fueron creadas todas las cosas. Quienes permitamos que, por la fe, la Palabra de Dios haga su morada en nosotros, estamos permitiéndole al Señor continuar formándonos constantemente como hijos de Dios, hasta lograr la perfección en Él. Por eso, quien acepta a Aquel que el Padre Dios envió como salvación y camino que nos lleva a la unión con Él, debe estar dispuesto, como María, a escuchar la Palabra de Dios y a ponerla en práctica. Y para que esto se haga realidad en nosotros, hemos de escuchar al Señor, meditar profundamente su Palabra, dejarnos instruir por su Espíritu Santo para que vivamos esa Palabra hasta sus últimas consecuencias. Entonces podremos proclamar a los demás la Palabra que nos salva siendo, nosotros mismos, un reflejo de la Sabiduría de Dios en el mundo, y colaborando para que todos lleguen a alabar y a glorificar el Nombre de Dios.

Lc. 17, 20-25. El Reino de Dios. Ojalá y ya esté no sólo entre nosotros, sino dentro de nosotros. Cuando al final del tiempo vuelva el Señor para dar a cada uno según sus obras, nos llena de esperanza el saber que Él nos recibirá para siempre en su presencia, pues vivimos, ya desde ahora, esforzándonos denodadamente por su Reino, y caminamos, en medio de pruebas y riesgos por nuestra fidelidad al Evangelio, trabajando para que el amor del Señor se haga realidad entre nosotros en todas y cada una de las personas. ¿Acaso nos angustia la segunda venida de Cristo? ¿Nos dejaremos espantar por esos charlatanes que nos dicen que el Señor ya está aquí o allá? Si les hacemos caso viviremos entre angustias y temores, y tal vez nos olvidemos de seguir luchando por un mundo más justo y más fraterno. El Señor no nos ha revelado el día ni la hora de ese momento para que no perdamos la fe y continuemos viviendo en una constante conversión, para que cuando termine nuestra vida personal, nos presentemos ante el Señor como hijos en el Hijo porque su Reino haya cobrado vida en nosotros.

Habiendo entrado en comunión de vida con el Señor; estando el Señor en nosotros y nosotros en Él, a través de la historia continuamos su Obra de salvación. A nosotros corresponde seguir proclamando el Evangelio, para que en quienes lo escuchen se despierte la fe en Jesucristo. Al continuar la Iglesia la obra salvadora que le confió su Señor, Cristo Jesús, se ha de convertir en un signo vivo del amor de Dios en el mundo. Nuestra mirada ha de estar puesta en Cristo para escucharlo, para dejarnos instruir por Él, de tal forma que no hagamos nuestra voluntad, sino la suya. Contemplándolo a Él aprenderemos a ser justos, a hacer el bien, a perdonar y a socorrer a los necesitados. Tenemos la esperanza cierta de que Él volverá al final de los tiempos para llevarnos, junto con Él, a la Gloria del Padre. Sin embargo no podemos vivir angustiados, engañados por supuestas revelaciones, o por interpretaciones equivocadas de la Escritura, o por charlatanes que quieren ganar adeptos a costa de infundir temores infundados en las mentes de quienes tienen una fe demasiado frágil. El Señor vendrá, y vendrá con seguridad. ¿Cuándo? Nadie lo sabe. Por eso debemos vivir vigilantes y permitirle al Señor que venga a habitar en nuestro corazón, pues esa venida es la más importante, ya que definirá nuestra vida a favor del Señor y de su Reino, poniéndonos en el Camino seguro que nos conduce a la posesión de los bienes eternos.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la Sabiduría necesaria para poder vivir con lealtad nuestra fe, convirtiéndonos, así, en testigos del Mundo Nuevo, inaugurado por Cristo e impulsado en nosotros por el Espíritu Santo. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-14. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Flm 7-20: Onésimo hermano en Cristo
Salmo responsorial: 145
Lc 17, 20-25: ¿Cuándo llegará el Reino de Dios?

De nuevo cambia el auditorio. Los fariseos le preguntan a Jesús cuándo va a llegar el Reino de Dios. Esta pregunta aparece varias veces en los evangelios, muy seguramente porque hace parte de las grandes expectativas mesiánicas que tienen los diferentes grupos políticos y religiosos de la época de Jesús. Los discípulos debieron hacer una y otra vez la misma pregunta. Incluso después de la resurrección, los discípulos le preguntaron a Jesús: “Señor, ¿vas a restablecer ahora el reino de Israel?” (Hch. 1, 6).

Aquí nos encontramos con un planteamiento claro de Jesús que corrige las ideas equivocadas acerca del Mesías. Los grupos políticos y religiosos pensaban que el Mesías iba a ser el rey y el liberador de Israel del poder imperial romano, el que iba a establecer un imperio mundial que tenía como capital a Jerusalén.

Ante estos ideales mesiánicos de la gente de su tiempo, Jesús presenta el Reino de Dios como la transformación más radical de valores que jamás se haya podido anunciar. Porque es la negación y el cambio, desde sus cimientos, del sistema social establecido. Este sistema, como sabemos de sobra, se basa en la competitividad, la lucha del más fuerte contra el más débil y la dominación del poderoso sobre el que no tiene poder.

Frente a eso, Jesús proclama que Dios es padre de todos por igual. Y si es padre, eso quiere decir obviamente que todos somos hermanos. Y si hermanos, por consiguiente iguales y solidarios los unos con los otros. Además, en toda familia, si a alguien se privilegia, es precisamente al menos favorecido, al despreciado y al indefenso. He ahí el ideal de lo que representa el reinado de Dios en la predicación de Jesús.

Jesús fue tajante a este respecto. Jamás, en su predicación, dio pie para que el reino de Dios se interpretara en ese sentido nacionalista. Es más, sabemos que Jesús defraudó y hasta irritó positivamente a los fanáticos nacionalistas, como constata expresamente el pasaje que cuenta el evangelio de Lucas cuando Jesús predicó en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,14-30).

Decididamente, los planteamientos de Jesús no van por el camino de ningún nacionalismo político, ni tampoco por la vía de las alianzas con el poder de este mundo. Por eso el reinado de Dios no se identifica con ninguna situación socio-política determinada. De ahí que el reinado de Dios tampoco consiste en una situación que se vaya a implantar por la fuerza de las armas o el poderío de los ejércitos. Ni el reino de Dios consiste en una especie de golpe militar, que por la fuerza haga que las cosas cambien. Todo eso está en el extremo contrario del mensaje de Jesús.

Por otra parte, el reinado de Dios tal como lo presenta Jesús no era, ni podía ser, el resultado de aplicar y vivir al pie de la letra la ley religiosa de Israel. Este ideal de la ley estaba muy vivo en ciertos sectores del pueblo judío en tiempos de Jesús. A eso se reducía, en definitiva, la aspiración de los fariseos. Pero también Jesús defrauda las aspiraciones de su tiempo y de su pueblo a ese respecto.

En el mismo sentido hay que decir que el reinado de Dios no es tampoco el resultado de una práctica fiel y observante de las obras religiosas: el culto, la piedad, los sacrificios. Jesús tampoco se refiere a eso en su predicación. Con lo cual defraudó también las ideas y aspiraciones de muchos hombres de su pueblo y de su tiempo: sacerdotes, saduceos, quizás algunos grupos de esenios.

Y todo esto, en última instancia, es así porque el reinado de Dios es la buena noticia, concretamente la buena noticia para los pobres, los que sufren, los perseguidos y los marginados. Pero es claro que la única "buena noticia" que se les puede dar a tales gentes es que van a dejar de ser pobres, van a dejar de sufrir y van a salir de su situación desesperada. He ahí la significación profunda del reinado de Dios en la predicación de Jesús y en su sentido histórico y concreto para nosotros.


3-15. DOMINICOS 2004

La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Carta de san Pablo a Filemón 7-20:
“Querido hermano Filemón: Me alegró y animó mucho tu caridad, pues has aliviado los sufrimientos del pueblo santo.

Por eso, aunque como cristiano tengo plena libertad para indicarte lo que conviene hacer, yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús, prefiero rogártelo, apelando a tu caridad.

Te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado en la prisión... Me hubiera gustado retenerlo junto a mí..., pero no he querido retenerlo sin contar contigo... Quizá él se apartó de ti para que lo recobres ahora para siempre.

Evangelio según san Lucas 17, 20-25:
“Unos fariseos preguntaban a Jesús cuándo iba a llegar el Reino de Dios, y él les contesto: El Reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí, porque, mirad, el Reino de Dios está dentro de vosotros...”


Reflexión para este día
Te lo ruego, apelando a tu caridad.
Filemón y Onésimo eran siervo y amo; y si eso no se tiene en cuenta no se entiende el texto tomado de la carta de Pablo a Filemón. Pablo, conforme al contexto histórico de las relaciones de subordinación excesiva (esclavitud) que existían entre siervo y señor en el siglo 1, entendía que Onésimo, siervo que había huido de su señor, tenía que volver a su propiedad, y que él no podía retenerlo, contra la ley o tradición. Por eso, se lo devuelve pidiendo que le dé perdón, acogida y libertad.

Pero hoy en este párrafo más que el lamentable la época de esclavitud (afortunadamente superada para nosotros) debemos subrayar y meditar lo que significan las bellísimas palabras de Pablo a Filemón: tengo poder para indicarte lo que conviene hacer, pero no voy a decírtelo, sino que prefiero rogártelo, apelando a tu caridad.

Es decir, Pablo cree que puede ordenar a Onésimo lo que debe hacer, pero estima que a un buen cristiano o buen hombre debe bastar ‘sugerirlo en conciencia’, para que obre en justicia y caridad.

¡Qué maravilla sería nuestra vida familiar y social nos bastara a cada uno con que se nos insinuara el bien para hacerlo “apelando a la caridad”! Dios estaría dentro de nosotros.


3-16. 11 de Noviembre 2004

Como ciudad amurallada

I. La Epístola a Filemón es una de las más breves, y la más entrañable que escribió San Pablo. El tono que emplea el Apóstol no es de mandato, aunque podría haberlo hecho dada su autoridad, sino de súplica humilde en nombre de la caridad. Le pide a Filemón que reciba de nuevo a Onésimo, su esclavo que se había fugado, y ahora regresaba convertido al cristianismo: si me tienes como hermano en la fe –le dice- acógelo como si fuera yo mismo. Y agrega con buen humor y afecto: Si en algo te perjudicó o te debe algo, cárgalo en mi cuenta. Nosotros hemos de aprender de aquellos primeros cristianos a vivir la caridad con hondura, muy especialmente con nuestros hermanos en la fe –éste debe ser nuestro primer apostolado- para que perseveren en ella, y con quienes se encuentran lejos de Cristo, para que a través de nuestro aprecio se acerquen a Él y le sigan.

II. El hermano ayudado por su hermano es fuerte como una ciudad amurallada, leemos en el Libro de los Proverbios. La fraternidad es la mejor defensa contra todos los enemigos, la caridad bien vivida nos hace fuertes y seguros como una plaza inexpugnable a todos los ataques. Llevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo, exhorta San Pablo a los Gálatas (Gálatas 6, 2). Es responsabilidad de los cristianos estar siempre atentos ante el bien de los demás, especialmente de aquellos que, por diferentes razones, el Señor nos ha encomendado. No podemos permitir que nadie sienta la dureza de la soledad en momentos difíciles. La caridad es nuestra fortaleza.

III. La caridad lleva consigo una serie de virtudes anejas que son a la vez su apoyo y su defensa, y a través de las cuales se manifiesta: la lealtad, la gratitud, el respeto mutuo, la amistad, la deferencia, la afabilidad, la delicadeza en el trato, el buen humor, la serenidad, el optimismo. Los defectos contarios suelen revelar ausencia de finura interior, de vida sobrenatural, de unión con Dios. San Juan nos dejó un programa de vida: En esto hemos conocido el amor, en que Él dio su vida por nosotros, y nosotros debemos dar la nuestra por nuestros hermanos (1 Juan 3, 16). Y el Señor nos dice por medio del
Apóstol: En esto conocerán todos que sois mis discípulos: Si tenéis caridad unos para con otros (Juan 13, 34-35).

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-17.

Reflexión

Dos enseñanzas fundamentales nos deja hoy nuestro Señor: Primera, y quizás la más importante: “El Reino de los cielos es ya una realidad”. Es decir, el cielo está ya entre nosotros. Sin embargo es una realidad que sólo es visible y puede ser vivida en la medida en que entramos en la esfera divina mediante la gracia que produce el Espíritu Santo. En otras palabras, en la medida que alimentamos al Espíritu en nuestra vida por medio de la oración, los sacramentos y la meditación diaria de la palabra de Dios, se abre delante de nosotros el horizonte del Reino, en donde el amor, la alegría y la paz son una verdadera realidad. La segunda, y que se sigue de ésta, es: ¿quién estará preocupado por la llegada definitiva de Jesús, si Jesús es ya una realidad en nuestros corazones y en nuestra vida? Las profecías “apocalípticas” son sólo para los que no viven en gracia… ellos sí tienen por qué preocuparse.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-18.

El Reino de Dios entre nosotros

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Juan Gralla

Reflexión:

El Reino de Dios ya está entre nosotros, aunque no completamente. Está entre nosotros porque Jesús ya ha venido a la tierra y nos ha dejado su presencia. Pero todavía falta algo. Es necesario que el Reino llegue al corazón de cada hombre. Sólo entonces podremos decir que ya ha llegado en toda su plenitud.

Jesús advierte que no se trata de un reino de ejércitos, de emperadores, de palacios, etc. sino que es algo mucho más sutil, menos notorio. Es un gobierno sobre los corazones, cuya ley es la caridad y Cristo es el soberano.

Dejar que Jesús reine en mi alma significa abrirle las puertas para que Él haga lo que quiera conmigo. Y El sólo entra y se queda a vivir si encuentra un alma limpia, es decir, sin pecado. Un alma en pecado es un lugar inhabitable para Dios. Por eso decimos que hay que vivir en continua lucha con nuestro peor enemigo, que es el pecado, porque sólo él nos aleja de Dios, la meta de nuestra vida.

¡Cómo sería el mundo si todos los hombres viviesen en gracia, en amistad con Dios! ¡Qué diferentes serían las cosas si todos los países adoptaran el mandamiento de la caridad universal como ley suprema!

Entonces, sí que podríamos decir que el Reino de los cielos ha llegado a la tierra. Empecemos por nuestro corazón y por nuestra casa.


3-19. Fray Nelson Jueves 11 de Noviembre de 2004

Temas de las lecturas: Recíbelo, pero ya no como esclavo, sino como hermano amadísimo * El Reino de Dios ya está entre ustedes.

1. Un modo extraño de cambio social
1.1 Los estertores del comunismo aún resuenan en nuestros oídos. Los ecos de la caída del muro de Berlín todavía son un himno a la libertad recobrada. La conclusión pareciera ser que no esposible concebir al mundo sino en términos de democracia, libre comercio, moral laica y consumismo rampante. En efecto, el comunismo es la última gran utopía de cambio social que hemos soñado (o padecido) en Occidente. Cambiar el mundo significó, durante décadas enteras: revolución; y revolución significó, durante un siglo de hierro: armas y violencia.

1.2 La carta a Filemón, un documento breve y de tono coloquial, deja asomar una lógica diversa. Pablo renuncia a su autoridad y quiere hablar en nombre del amor. Su planteamiento es fascinante en su sencillez. Resulta que Filemón era dueño de un esclavo llamado Onésimo, que se fugó y fue a parar junto a Pablo. Tanto Filemón como Onésimo han sido evangelizados por Pablo y el incidente de la fuga motiva una carta tan cálida en su expresión como profunda en sus propuestas.

1.3 Pablo no propone una ley que prohiba la esclavitud; ni siquiera pide que se proscriba esa palabra. Pero dinamita por dentro la idea de que alguien pueda disponer de otra persona a su antojo. A Filemón le recuerda que Cristo es Señor de todos; todos somos esclavos de este bendito Señor, que ha sido primero en servirnos y primero en amarnos. No importa entonces tanto cómo nos llamemos en una escala social, importa lo que seamos en la asamblea de los elegidos y reidmidos.

1.4 Es una revolución extraña a nuetsros ojos, quizá porque estamos acostumbrados a cambiar primero los nombres de las cosas para luego decir que las cosas son distintas. Aquí Pablo procede al revés: no cambia los nombres pero hace nacer realidades nuevas. No proclama unos "Derechos Humanos", pero los hace realidad. Los cambios de palabras a menudo son instrumento de propaganda o de demagogia. Los cambios de corazones y en los hechos son obras del amor de Dios.

2. Un Reino sin ostentación; un Rey sin fasto
2.1 En el mismo sentido nos habla el evangelio de hoy cuando presenta la llegada del Reino de Dios como algo desprovisto de todo espectáculo. No triunfa por la grandiosidad de esas "señales" que tanto le reclamaban a Jesús para admitir su autoridad o el origen de su misión en Dios. El Reino prospera ciertamente; avanza sin detenerse; incoado por el ministerio del Mesías, ya ha sido irreversiblemente decretado para la historia humana; y sin embargo, no aplasta, no se impone por encima de los hombres sino desde "dentro" de ellos. Por eso dice el Señor: " el Reino de Dios ya está entre ustedes" (Lc 17,21).

2.2 Hay algo profundo aquí: Dios no reina "por encima" sino "adentro" de la historia. Reinar por encima es crear la y sostener la apariencia, emitir declaraciones sonoras, promulgar leyes trascendentes en el marco de reuniones al más alto nivel. Poco o nada queda de todo ello, si quienes han de cumplir esas leyes y ser consecuentes con esas declaraciones carecen de la generosidad interior y la tremenda abnegación que siempre se necesitan para lidiar con la raza ingrata y egoísta de Adán.

2.3 Por eso el misterio de la cruz, trono de nuestro Rey sin fasto. La cruz es la señal de un Rey y de un reino que nada deben a los poderes de esta tierra. Un reino sin negocios, y por lo tanto, más allá de todo consenso y de todo comercio. Un reino que se vuelve ámbito de amor sin condiciones y de donación sin límites. Como Jesús en la Eucaristía.


3-20. Comentario: Fray Josep Mª Massana i Mola OFM (Barcelona, España)

«El Reino de Dios ya está entre vosotros»

Hoy, los fariseos preguntan a Jesús una cosa que ha interesado siempre con una mezcla de interés, curiosidad, miedo...: ¿Cuándo vendrá el Reino de Dios? ¿Cuándo será el día definitivo, el fin del mundo, el retorno de Cristo para juzgar a los vivos y a los difuntos en el juicio final?

Jesús dijo que eso es imprevisible. Lo único que sabemos es que vendrá súbitamente, sin avisar: será «como relámpago fulgurante» (Lc 17,24), un acontecimiento repentino y, a la vez, lleno de luz y de gloria. En cuanto a las circunstancias, la segunda llegada de Jesús permanece en el misterio. Pero Jesús nos da una pista auténtica y segura: desde ahora, «el Reino de Dios ya está entre vosotros» (Lc 17,21). O bien: «dentro de vosotros».

El gran suceso del último día será un hecho universal, pero ocurre también en el pequeño microcosmos de cada corazón. Es ahí donde se ha de ir a buscar el Reino. Es en nuestro interior donde está el Cielo, donde hemos de encontrar a Jesús.

Este Reino, que comenzará imprevisiblemente “fuera”, puede comenzar ya ahora “dentro” de nosotros. El último día se configura ahora ya en el interior de cada uno. Si queremos entrar en el Reino el día final, hemos de hacer entrar ahora el Reino dentro de nosotros. Si queremos que Jesús en aquel momento definitivo sea nuestro juez misericordioso, hagamos que Él ahora sea nuestro amigo y huésped interior.

San Bernardo, en un sermón de Adviento, habla de tres venidas de Jesús. La primera venida, cuando se hizo hombre; la última, cuando vendrá como juez. Hay una venida intermedia, que es la que tiene lugar ahora en el corazón de cada uno. Es ahí donde se hacen presentes, a nivel personal y de experiencia, la primera y la última venida. La sentencia que pronunciará Jesús el día del Juicio, será la que ahora resuene en nuestro corazón. Aquello que todavía no ha llegado, es ya ahora una realidad.


3-21.

Reflexión:

Flm. 7-20. La auténtica conversión del cristiano sólo llega a su plenitud cuando, además de aceptar a Dios por Padre, se acepta al prójimo como hermano. Entre nosotros no debe haber esas distinciones que existen en la sociedad civil y que son propias de ella. Todos nosotros somos uno en Cristo, pues participamos de un mismo Espíritu. Recibir o rechazar a nuestro prójimo, significa recibir o rechazar al mismo Cristo, pues lo que hagamos a los demás se lo hacemos al Señor. Cristo nos ha liberado de la esclavitud de nuestros pecados, pagando nuestro rescate con su propia sangre. Por eso no hemos ya de vivir para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Así nuestra vida ya no debe ser de inutilidad, sino de un auténtico y constante trabajo a favor del Evangelio, pues los que hemos sido rescatados por Cristo hemos de dar testimonio de lo misericordioso que ha sido Dios para con nosotros. Vivamos, pues, ya no como esclavos de nuestras pasiones ni de lo pasajero, sino como hijos de Dios que, sin olvidar sus obligaciones temporales, se esfuerzan en ganar a todos para Cristo.

Sal. 146 (145). Dios, siempre fiel a su Palabra y a sus promesas de salvación; se ha convertido en el Dios cercano a nosotros. Él vela por los derechos del pobre y de la viuda y toma al forastero a su cuidado, pues para Él todos somos sus hijos. Nosotros hemos de experimentar el amor que Dios nos tiene. Sólo así conoceremos a Dios personalmente y no de oídas. Entonces sabremos que Dios es misericordioso para con todas sus criaturas y que a todos nos toma a su cuidado. Por eso acudamos a Él con gran amor y confianza, pues es nuestro Dios y Padre, lleno de ternura por nosotros. Esto nos ha de llevar a dejar nuestros caminos de maldad, de lo contrario nuestra conversión y nuestra fe en Cristo serían sólo una hipocresía. El Señor Jesús nos quiere presentar ante su Padre Dios como hijos y no como esclavos del pecado. Dejemos que en verdad el Espíritu de Dios habite en nosotros y que nos fortalezca para que estemos siempre al servicio del Evangelio, pues los que hemos experimentado el amor de Dios podemos hablar de Él desde la misericordia que el Señor nos ha manifestado.

Lc. 17, 20-25. El Reino es Cristo. Y nosotros estamos llamados a vivir unidos a Él. Él permanece con nosotros todos los días, hasta el fin del tiempo. A nosotros corresponde esforzarnos bajo el impulso del Espíritu Santo, a incrementar ese Reino de Dios entre nosotros, pues la humanidad entera está llamada a lograr su madurez en Cristo Jesús. Cada uno de nosotros es miembro de Cristo, que, unido a los demás hermanos en la misma fe, se ha de esforzar por lograr manifestar con las obras y la persona misma, que realmente el Reino de Dios está presente en el mundo, y se convierte en signo y camino único de salvación para todos los pueblos. Llegará el día en que el Señor vuelva para darle plenitud a su Reino. Mientras llega ese día del Señor no vivamos angustiados, ni dejemos que otros nos engañen con supuestas revelaciones, pues lo único que nos ha de preocupar es que el Señor nos encuentre vigilantes y trabajando conforme a la Misión que nos encomendó: hacer que su Evangelio llegue hasta el último rincón de la tierra.

Jesús, el Reino, se hace presente entre nosotros, con toda su fuerza salvadora, en este momento en que celebramos el Memorial de su Misterio Pascual. Por Cristo y en Cristo nos sentimos reconfortados, pues, a pesar de que éramos pecadores, Él nos recibe ahora como hermanos suyos muy queridos. Él nos ha liberado del pecado y de la muerte y nos ha destinado a la Gloria, junto con Él, a la diestra del Padre Dios. Mediante esta Eucaristía nosotros renovamos nuestra Alianza de amor con Dios, y nos hacemos uno en Cristo participando, no sólo de un mismo Pan, sino también de un mismo Espíritu. El Señor está aquí, entre nosotros. Nosotros fuimos convocados a esta Asamblea Litúrgica no sólo para estar cerca del Señor, sino para que Él haga su morada en cada uno de nosotros y podamos, unidos como Iglesia, ser un signo real y creíble del Señor entre nosotros. Entonces el mundo conocerá que realmente el Reino de Dios ha llegado a él y le llama a la salvación mediante la Gracia venida de Dios, pero también mediante el amor fraterno nacido de la participación de un mismo Espíritu.

No queramos ver la llegada del Reino de Dios de un modo aparatoso. El Hijo de Dios, hecho uno de nosotros, nació de María Virgen y vivió de un modo demasiado sencillo, enseñándonos que el camino de la humildad es el camino mejor para manifestar a los demás el Reino de Dios entre nosotros. Por eso no debemos buscar signos especiales que hablen de que el Reino de Dios está llegando a nosotros, pues ese Reino ya habita en el corazón de los creyentes. El día de la venida del Señor al final de los tiempos no debe angustiarnos, ni debe ser motivo de infundir miedo en el corazón de aquellos que vuelvan a Dios, pues el Señor más que querernos ver temerosos nos quiere ver como testigos de la Vida nueva que ha infundido en nosotros. Anunciemos el Nombre de Dios; preocupémonos de que su Evangelio llegue a más y más personas; tratemos de ganar a todos para Cristo; vivamos sin odios y sin divisiones, pues sólo siendo uno en Cristo podremos hacer creíble el anuncio del Señor a todos los pueblos.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber trabajar por su Reino de tal forma que se vaya haciendo realidad, ya desde ahora, entre nosotros, hasta que llegue a su plenitud al final de los tiempos. Amén.

Homiliacatolica.com


3-22. 32ª Semana. Jueves 2004

Interrogado por los fariseos sobre cuándo llegaría el Reino de Dios, él les respondió: «El Reino de Dios no viene con espectáculo; ni se podrá decir: vedlo aquí o allí; porque, mirad, el Reino Dios está ya en medio de vosotros». Y dijo a los discípulos: «Vendrá un tiempo en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del Hombre, y no lo veréis. Entonces os dirán: "Vedlo aquí, o vedlo allí". No vayáis ni corráis detrás. Pues, como el relámpago fulgurante brilla de un extremo a otro del cielo, así será en su día el Hijo del Hombre. Pero es necesario que antes padezca mucho y sea reprobado por esta generación». (Lc 17, 20-25)


I. Jesús, los fariseos esperaban un Reino de Dios en la tierra: un reino político que pondría fin a la dominación romana con gran poder y signos extraordinarios. Si Tú eras de verdad el Mesías, ¿cuándo ibas a empezar este reino? Hacía falta organizarse; diseñar planes para tomar el poder; reunir tal vez un ejército.

Jesús, tu respuesta dejaría perplejos a alguno de aquellos hombres: El Reino de Dios no viene con espectáculo; está ya en medio de vosotros. Habría quien llegaría a pensar que se estaban montando brigadas secretas y guerrillas. Tan convencidos están de su interpretación política del Mesías que acabarán por negarte e incluso por llevarte a la cruz. Días antes de tu muerte llorarás ante Jerusalén con estas palabras: ¡Si conocieras también tú en este día lo que te lleva a la paz!; sin embargo, ahora está oculto a tus ojos [183].

Jesús, Tú has venido a traer un Reino de paz, no de guerra; un Reino de amor, no de odio. Es un Reino que se conquista sin batallas ruidosas ni aparatosas, y que está en medio de nosotros: en el alma en gracia de cada bautizado.

Porque el Reino de Dios consiste en vivir de Ti, en Ti y por Ti. Y esto se consigue, ya en la tierra, cuando Tú habitas en mi alma en gracia por obra del Espíritu Santo; pues si uno no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios [184]. Desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor «a fin de santificar todas las cosas llevando a la plenitud su obra en el mundo» [185].

II. Cristo, Señor Nuestro, fue crucificado y, desde la altura de la Cruz, redimió al mundo, restableciendo la paz entre Dios y los hombres. Jesucristo recuerda a todos: «et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum», si vosotros me colocáis en la cumbre de todas las actividades de la tierra, cumpliendo el deber de cada momento, siendo mi testimonio en lo que parece grande y en lo que parece pequeño, «omnia traham ad meipsum», todo lo atraeré hacia mí. ¡Mi reino entre vosotros será una realidad! [186]. Jesús, muriendo en la cruz has redimido al mundo, restableciendo la paz entre Dios y los hombres. Has abierto las puertas del Cielo para que pueda sentarme a tu mesa en tu Reino [187]. Pero no me obligas a entrar. Es verdad que desde la cruz, levantado sobre la superficie de la tierra, atraes todas las cosas hacia Ti. Sin embargo, esta atracción no coarta mi libertad; es una atracción de amor. Clavado en el madero santo me miras y me dices: yo no puedo hacer más por Ti; Tú, ¿qué haces por mí?

Jesús, ¿qué puedo hacer por Ti para que, de verdad, reines en el mundo? En primer lugar, he de dejarte reinar en mi alma: aquí estoy, Señor, para lo que Tú necesites. Y luego, he de intentar ponerte en la cumbre de todas las actividades humanas: haciendo mi trabajo con mayor perfección posible, y con el espíritu de servicio, honestidad, sencillez y alegría propios de un cristiano.

Si me comporto así, Jesús, los que me rodean te descubrirán a través de mi ejemplo e intentarán ponerte también en la cumbre de sus actividades humanas.

De esta manera, a través de mi testimonio en lo que parece grande y en lo que parece pequeño -pero que no lo es, si lo hago con amor-, los demás se sentirán atraídos por Ti: ¡Mi reino entre vosotros será una realidad!

[183] Lc 19, 42.
[184] Lc 22, 30.
[185] Catecismo, 2818.
[186] Es Cristo que pasa, 183.
[187] Cfr. Lc 22, 30.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-23. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

El Reino de Dios no vendrá espectacularmente. ¿Aún lo estamos dudando?. En otra parte del Evangelio, Marcos nos dice que ya está entre nosotros. ¿Aún lo estamos dudando? ¿No lo atisbamos?

Es hora de echar mano al corazón y ver cómo se ha materializado no sólo en nosotros sino en nuestras realidades.

El Reino de Dios es como una semilla que va creciendo y que siempre hay que sembrar. Se me antoja decir que es una labor de cada día, cada generación, cada instante… el Reino es siempre hoy, pero también es futuro. Un futuro incierto pero seguro a la vez que depende de todos nosotros, los que sabemos que el reino se gesta como un embarazo, desde dentro de nuestro ser y que se manifiesta de manera concreta en Justicia, paz y alegría que sólo da el Espíritu Santo. Por eso, podemos mirar y ver los frutos que de Dios se van recogiendo y si el Reino está instaurado ya, preguntarnos cuántos participan de él para gozarse y vivir en plenitud de lo que se nos ofrece.

El Reino ya está aquí, en medio de nosotros ¿no lo notáis? ¿Seguimos preguntándonos como los fariseos sobre realidades constatables? ¿No vemos los cambios que se dan en los humildes y sencillos, en cómo se nos abren los ojos cerrados a las certezas de Dios?

Sólo nacerá cuando en ti y en mí no quede nada, cuando las ramas viejas se corten y den lugar a otras ramas. Hay que dejarlo salir desde dentro, desde lo que ya tenemos sembrado para que dé frutos de Dios, porque tenerlo lo tenemos, pero hay que hacer que pueda llegar a todos y disfrutarlo juntos.

Que Dios nos bendiga y seamos bendición para muchos.

Vuestra hermana en la fe:

Maria Jesús Arija
mjarija@jesusa.jazztel.es