MARTES DE LA SEMANA 32ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Sb 2, 23-3, 9

1-1. ALMA/CUERPO INMORTALIDAD ALMA/INMORTAL

El autor escribe sin duda durante la persecución que el pueblo sufrió de parte de Ptolomeo Latiro (88-80 antes de Jesucristo).

Los judíos, por sus usos y costumbres, su anticonformismo y su repulsa en colaborar con la sociedad política de la época, irritan a los paganos que quieren acabar con un pueblo tan rebelde. Conviene, pues, revelar a los miembros del pueblo elegido la significación del proceso del que son objeto.

a) La idea de retribución terrestre, que animaba todavía a los círculos piadosos a los cuales el autor se dirige, no respondían ya apenas a las nuevas condiciones que habían surgido a raíz de la persecución. ¿Cómo un justo, fiel a Dios, puede ver su vida cortada por la sola voluntad de los hombres? Una doctrina así no podía apagar la inquietud de los fieles que eran conducidos prematuramente a la muerte. Por eso el autor propone una doctrina nueva, inspirada en el helenismo, según la cual el alma subsiste después de la muerte. Tal visión no pertenece a la revelación bíblica anterior, tiene inclusive aires de dicotomía y encratismo que un judío no podía admitir, pero permite al autor explicar que la muerte no es un final, sino una intervención del diablo (v.24) que no ensombrece para nada el plan de Dios (v. 23). Por tanto no hay por qué inquietarse: no se acaba todo con la muerte y aquel que con todo derecho busca la retribución de sus méritos debe mirar hacia Dios (v. 9) para que El le recompense después de la muerte (vv. 1-4).

Por consiguiente, todo cambia si la muerte tiene un más allá: los justos disfrutarán de la retribución que esperaron y los perseguidores se encontrarán delante de sus víctimas que se habrán convertido en sus jueces (vv. 7-9).

b) El fiel puede, pues, ir a la muerte con confianza y ponerse en las manos de Dios. De esta manera la muerte queda vencida por la misma actitud con que se toma y que es un medio para afirmar el carácter incorruptible del alma (v. 23) y la voluntad del hombre de triunfar sobre Satanás, su autor (v. 24). Esta actitud es también una actitud sacrificial (vv. 5-6) en la medida en que transforma la muerte en un paso hacia Dios y permite convertirla en un acto libre y voluntario.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUÍA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág 234


1-2.

El autor escribe su libro en una época en la cual el poder de los Ptolomeos, reinante en Alejandría, persigue a los judíos. Por sus particulares costumbres de vida, por su no-conformismo y su rechazo a colaborar con la religión oficial, los judíos irritan a los paganos y éstos buscan el modo de suprimir una secta tan contestataria. El autor del Libro de la Sabiduría trata de revelar al pueblo elegido la significación del proceso de que son objeto.

-Dios creó al hombre para una existencia imperecedera, le hizo imagen de su misma naturaleza. La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo.

Admirable expresión, con conceptos griegos de tipo abstracto, de una verdad tradicional de toda la Biblia; recordemos el relato concreto del Génesis que dice lo mismo.

Dios creó al hombre para la vida, para la "¡existencia!", ¡para «existir»!

Pues Dios «en Sí-Mismo» es el gran viviente, el gran Existente .

Y el hombre participa de esa realidad de Dios, es "imagen de Dios".

¡La muerte no es normal! es un incidente de tránsito. Y el autor se atreve a escribir que no es Dios quien ha previsto y querido la muerte. Para aceptar estas Palabras hay que admitir que "la vida humana no se destruye, sino que se transforma" por ese momento que llamamos "la muerte",.

Ayúdanos, Señor, a creer. Nuestros difuntos están en una "existencia imperecedera".

-La vida de los justos está en la mano de Dios. Ningún tormento puede alcanzarles. No hay que tratar de imaginar esas cosas. Hay que recibirlas sencillamente tal como se nos dicen.

A los ojos de los insensatos pareció que habían muerto, su partida de este mundo se tuvo como una desgracia, se los creía destruidos, pero ellos están en la paz. Aunque a los ojos de los hombres hayan sufrido castigo por su esperanza poseen ya la inmortalidad.

Las palabras elegidas son las más idóneas, las más ajustadas. No se trata de "muertos", sino de "vivos": han partido, nos han dejado...

Humanamente hablando es una desgracia, es como un aniquilamiento. Y así es. Sin embargo, «están en la paz», "tienen ya la inmortalidad".

El evangelio no hallará nada más hermoso para decir esas cosas. Hay que repetirlas.

Orar con esas fórmulas admirables. a la vez ¡tan modestas, tan humanas y tan serenas!

-Por una corta corrección recibirán largos beneficios, pues Dios los sometió a prueba y los halló dignos de El.

Se comprende que los mártires, los perseguidos, puedan hallar en esta certeza, un estímulo para su modo de morir.

-Como un sacrificio ofrecido sin reserva, los «acogió»...

El cristiano puede pues ir a la muerte con confianza y remitirse a Dios. La muerte es un «pasaje hacia Dios». La muerte no es un caer en el vacío, en la nada, se nos «acoge»...

Y podemos hacer de la muerte un acto libre y voluntario, una ofrenda, un sacrificio, un don de sí a Dios.

Si nuestra fe en esas Palabras divinas fuese muy viva no tendríamos miedo alguno. No acaba todo con la muerte.

Todo empieza. Todo continúa.

En el fondo se trata de que, durante nuestra vida, vivamos ya en estado de ofrenda y de sacrificio a Dios. En este caso, la muerte es la consagración de la vida.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 382 s.


1-3. /Sb/03/01-19

Inconscientemente proyectamos nuestras categorías mentales sobre escritos de otras épocas y mentalidades. El uso que la liturgia de difuntos ha hecho de este pasaje y el filtro de nuestra visión dualista del hombre han contribuido a fijar una concepción alienante de la salvación prometida por Dios a los justos, concepción que podría resumirse en la frase: los padecimientos y las injusticias sufridos estoicamente en esta vida serán recompensados en la otra. Basta cambiar la concepción estática (alma) por la dinámica (vida) -única que da razón del texto en el ambiente judeo-alejandrino- para que nuestro texto se convierta en profecía: «La vida (¡el alma!) de los justos está en manos de Dios y no los tocará el tormento. La gente insensata pensaba que morían, consideraba su tránsito como una desgracia..., pero ellos están en paz» (vv 1-3).

Y es que los justos viven plenamente la esperanza de la inmortalidad, gracias a que el Justo por excelencia, Jesús el Mesías, ha triunfado de la muerte que le infligió la sociedad opresora de su tiempo. El Padre tuvo en cuenta su compromiso en favor de los más débiles y oprimidos y lo resucitó de entre los muertos mediante el Espíritu vivificador. El Espíritu de la sabiduría lo había ungido Rey y Mesías, confiriéndole la fuerza para anunciar el comienzo decisivo del reinado de Dios entre los hombres. En la cruz asumió, de una vez para siempre, la realeza que Dios, de mala gana, había cedido a Israel en tiempos de Samuel: Jesús de Nazaret, Rey de los judíos. Es la «hora de la visita», el momento propicio en que Dios visita a su pueblo resucitando a Jesús y a muchos de los justos que habían muerto (Mt 27,52), como señal de una nueva y definitiva intervención de Dios en la historia: «A la hora de la cuenta resplandecerán como chispas que prenden en un cañaveral; gobernarán naciones, someterán pueblos, y el Señor reinará sobre ellos eternamente» (vv 7-8).

Todos los cristianos somos reyes. La experiencia personal del Espíritu que nos hace sentirnos hijos de Dios y gritar ¡Abba, Padre! es garantía inequívoca de la nueva vida que la presencia de Jesús hace brotar en medio de la comunidad. Aparentemente acorralada por una sociedad que todo lo cifra en el dinero, la eficacia y el triunfo personal, la comunidad cristiana aprende ya a vivir una vida inmortal.

RIUS CAMPS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 399 s.


2.- Tt 2, 1-8.11-14

2-1.

-Vosotros los hombres de edad... Vosotras las mujeres de edad... Vosotros los jóvenes...

Cada uno recibe el evangelio según su estado, su situación y su edad. No hay que copiarse los unos a los otros.

Cada uno tiene un papel diferente según sus posibilidades.

Según mi situación, ¿qué papel debo cumplir yo?

-Sobriedad... Dignidad... Ponderación... Fortaleza en la fe... Caridad... Perseverancia... Gente de buen consejo... Sensatez... Buenas amas de casa...

Los consejos dados son muy «humanos»: se trata de virtudes naturales. La cualidad más recomendada a todas las categorías es ¡la «ponderación»! ¡Los cretenses debían de ser algo fogosos!

-Muéstrate dechado de buenas obras y conducta intachable... Para que el adversario se avergüence no teniendo nada malo que decir de nosotros.

Todavía HOY, es lo primero que nos exigen los no creyentes. Que los cristianos den prueba de lo que «dicen», en primer lugar ¡viviendo los valores esenciales de la simple humanidad!

¡Perdón, Señor, por dar tan a menudo, una mala imagen de Ti!

-Porque la gracia salvadora de Dios se ha manifestado a todos los hombres. Por ella aprendemos a rechazar el pecado y las pasiones.

Hasta aquí se podría pensar que se trata de un buen curso de moral griega elemental: san Pablo predicaba simplemente un buen humanismo... no embriagarse, amar a su mujer o a su marido, llevar bien el cuidado de la casa, tener buena conducta... Pero, todo esto es obra de Dios: la gracia, el don gratuito de Dios está ahí. En el fondo, Dios quiere, en primer lugar ¡que seamos hombres cabales! Y, para ello, nos da su gracia.

-Para vivir en el mundo presente con sensatez, justicia, piedad...

¡Qué modestia en todo esto!

¿Soy «sensato»? ¿Soy «justo»? ¿Soy «piadoso»? Pienso en lo que esto puede significar para mí, como comportamientos concretos.

-Aguardando la dicha que esperamos y la Manifestación de la gloria de Jesucristo, nuestro gran Dios y Salvador.

¡He ahí el «sentido»!

Es el carácter específico del cristiano: hombre como todos los demás, invitado a vivir los mismos valores que sus contemporáneos, «sabe a donde va», está orientado, su conducta tiene un Sentido, un objetivo final. Y, para Pablo, ese objetivo del hombre, que justifica y polariza todos sus esfuerzos, es el encuentro de Jesucristo.

«Aguardad la dicha».

«Cuando Jesucristo se manifestará.» ¿Voy yo hacia allá?

-Porque se entregó por nosotros para rescatarnos de todas nuestras faltas, y purificarnos para hacer de nosotros un pueblo elegido, entregado a hacer el bien.

Toda la «bondad» del mundo dimana de su sacrificio.

Todo el «bien» que se hace en el mundo proviene del don de sí mismo que nos ha sido hecho.

¡Señor Jesús, purifícanos!

¡ Señor Jesús, haz que seamos «entregados» en la práctica del bien!

¿Qué «bien» podré hacer HOY con ardor y entrega? Dame, Señor, mucho entusiasmo, mucho ardor: haz de mí un apasionado de Ti.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 382 s.


3.- Lc 17, 7-10

3-1.

Ver DOMINGO 27C


3-2.

A partir del cap. 14, el evangelista pone a sus lectores en guardia contra los fariseos y los ricos, especialmente. De igual modo, solicita su atención para con los débiles y los pobres.

Es muy posible que la parábola del siervo inútil (vv. 7-10) haya sido pronunciada por Jesús para censurar duramente a los fariseos, que creen tener derechos sobre Dios. Lucas hace creer que esta parábola va dirigida a los apóstoles (v. 5), para invitarlos a la modestia.

Pero la relación apóstoles-siervo inútil es bastante deficiente, ya que ningún apóstol se hallaba en la situación descrita en el v. 7 ("¡Quién de vosotros...?").

a) Las relaciones amo-esclavo designan a menudo, en los Evangelios, las existentes entre Dios y sus siervos, entre los escribas y los fariseos (Mt 25, 14-30). Dios es presentado como un amo exigente, que se preocupa muy poco de los sufrimientos o aspiraciones de su esclavo. Pero la parábola subraya, sobre todo, que los fariseos -esos creyentes que pesan sus méritos e intentan hacer valer sus derechos sobre Dios- son, en realidad, ante El, unos pobres siervos totalmente incapaces de hacer algo meritorio.

La parábola opone la fe pura e ingenua (v. 6) de los pobres e ignorantes al cálculo sobre sus propios méritos y a la confianza en sí mismo de los fariseos y de los ricos: la actitud de confianza incondicional en el señor, a las protestas bajo cuerda de los que sitúan la religión en el plano de los méritos y del derecho a la recompensa (cf. Mt 20, 13).

b) Colocada en otro contexto donde Jesús llama la atención, esta vez, a los apóstoles (v. 5), esta parábola considera su ministerio como inútil (v. 10). Nos equivocaríamos si creyéramos que es esa la intención de Jesús. Dios necesita a los hombres, y Cristo tiene necesidad de su Iglesia. En realidad, la expresión contenida en este versículo apunta a lo que hay de fariseo y autoritario en el corazón de cada uno, cuando el hombre se atribuye a sí los méritos de una acción que sin Dios le sería imposible realizar: cuando el hombre considera las ventajas y los privilegios de la misión que desempeña como otros tantos derechos a la vida eterna y cuando se glorifica a sí mismo en vez de "glorificarse en el Señor" (1 Cor 9, 16; 1, 31; 2 Cor 10, 17; Fil 3, 3; Gál 6, 14).

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUÍA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág 236


3-3.

-Jesús decía: «Cuando un criado vuestro, labrador o pastor, vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dirá: "Ven enseguida a la mesa?" No, más bien le decís: «Prepárame de cenar, ponte el delantal y sírveme mientras yo como y bebo. Después comerás y beberás tú.»

En primer lugar, dejemos que esa situación nos escandalice. ¡Es algo casi insostenible!

En tiempo de Jesús, esa exigencia y esa dureza debían de ser bastante corrientes... puesto que ninguno de los oyentes parece protestar del: «quién de vosotros...?»

Pero, no seamos fariseos: en nuestro tiempo, ¿no existen en absoluto, situaciones equivalentes... y yo, guardada toda proporción, no tengo con los demás algunas exigencias de ese tipo?

Jesús no justifica esa situación. Hay muchos otros pasajes del evangelio que nos prueban que Jesús está a favor del espíritu de servicio.

Pero se sirve de esa comparación para exponernos una idea importante.

-¿Se tendrá que estar agradecido al criado porque ha hecho lo que se le ha mandado?

Pues sí, Señor habría que estarlo.

Pero tu intención, Señor, a partir de esa paradoja es decirnos una idea absolutamente esencial.

Así también vosotros. Cuando hayáis hecho todo lo que Dios os ha mandado...

De modo que es aquí a donde querías llegar.

En ese relato, no se trata de una lección sobre las relaciones sociales, sino una lección sobre las relaciones con Dios.

«Hacer todo lo que Dios ha mandado». En la mente de Jesús es constante ese pensamiento, Dios es su referencia constante. La imagen que se nos da aquí nos orienta hacia un Dios «amo»: es una imagen muy austera y que sería vano oponerla a tantas otras, en las que Jesús nos habla de Dios como de un «padre» amante y servicial que se desvivirá por sus servidores: «¿Qué hará el dueño de la casa? Yo os lo digo, se pondrá en actitud de servicio, hará que se coloquen a la mesa, y, pasando junto a ellos, los servirá.» (Lucas 12, 37)

Pero aquí Jesús insiste en otra cosa. Hay que aceptar esas aparentes contradicciones.

Acepto, Señor, situarme ante ti como un humilde «servidor», atento a satisfacer fielmente los deseos de su amo.

Siguiendo el ejemplo de la Virgen y de tantos santos, hacerse el servidor, la servidora de Dios. ¡Dios primer servido! ¡Dios, primero en ser obedecido!

Decid: «Somos servidores inútiles, hemos hecho lo que debíamos hacer.»

Finalmente, esa es la lección esencial: los hombres no tienen ningún derecho a hacer valer ante Dios.

Se sabe que los fariseos ¡habían acabado por persuadirse que a fuerza de buenas obras, adquirían unos derechos sobre Dios, por sus propios méritos! Una parte de la argumentación de San Pablo en la Epístola a los Romanos iba destinada a destruir esa arrogancia.

Era lo que ya decía Jesús, sin grandes argumentos teológicos: no os gloriéis de vuestras obras ante Dios... Cuando habéis hecho lo que Dios manda, decíos, ¡que sólo habéis hecho lo que debíais!

Santa Teresa de Lisieux (·TEREN) había comprendido muy bien esa lección capital cuando decía que se presentaría ante Dios con «las manos vacías»

Nadie termina nunca su «servicio». Nunca se ha hecho lo suficiente.

Obrar ante Dios gratuitamente: sin esperar recompensa.

Concédenos, Señor, estar a tu servicio desinteresadamente.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 274 s.


3-4.

1. (Año I) Sabiduría 2,23 -3,9

a) Uno de los aspectos en que el libro de la Sabiduría supone un progreso en relación con el resto del AT es su visión sobre la vida futura.

El interrogante de la vida y de la muerte preocupa a todos. Antes que nada, aquí se dice que Dios sólo creó la vida, "creó al hombre incorruptible, le hizo imagen de su misma naturaleza". El mal, el pecado y, como consecuencia, la muerte, entró después, "por envidia del diablo", como dice el autor.

Pero, sea cual sea el origen de la muerte, lo que es más importante es el más allá después de la misma. Los justos están destinados a la vida: "la gente insensata pensaba que morían, pero ellos están en paz; la gente pensaba que eran castigados, pero ellos esperaban seguros la inmortalidad".

b) Esta perspectiva es la que da sentido a nuestra vida y la que nos llena de esperanza.

La muerte no es una pared con la que chocamos al final de la carrera. Con ojos humanos, es un misterio sin sentido, un fatalismo sin esperanza. Pero ya desde estas últimas páginas del AT se nos orienta hacia una visión luminosa del más allá. Los justos vivirán en Dios, en el amor, en la felicidad. Que antes hayan tenido que pasar por tribulaciones y pruebas, pierde importancia ante la intensidad de lo que les espera: "sufrieron un poco, pero recibirán grandes favores". Dios los ha probado como se prueba el oro en un crisol "y los halló dignos de sí''.

La sabiduría humana se contenta con la perspectiva de aquí abajo. Y, por tanto, la muerte la considera la desgracia total: "la gente insensata pensaba que morían, consideraba su tránsito como una desgracia". Pero no es así, en los planes de Dios.

Nosotros, con mayores razones que el autor del AT, sabemos que estamos destinados a compartir con Cristo su existencia gloriosa: "los que en él confían, conocerán la verdad y los fieles permanecerán con él en el amor". En el año litúrgico, para celebrar el recuerdo de los Santos, no elegimos el día en que nacieron: su auténtico "dies natalis" es el día en que murieron, su verdadero nacimiento a la vida definitiva.

1. (Año II) Tito 2,1-8.11-14

a) Tito, como pastor de la comunidad de Creta, debe saber enseñar oportunamente a todos. Pablo le dicta unas consignas que debe transmitir a diversas clases de personas de su comunidad y, sobre todo, cómo debe comportarse él mismo.

A los ancianos: que sean sobrios, serios y bienpensados, robustos en el amor y la paciencia. A las ancianas, que sean decentes en el porte, no chismosas ni dadas al vino (los vinos de Creta eran y son famosos) y que den buen ejemplo a todos, a los familiares y a los más jóvenes. A los jóvenes, que tengan ideas justas y se presenten como modelos de buena conducta.

Y él, Tito, el obispo de la comunidad, que sea íntegro y sensato, intachable, de manera que nadie pueda achacarle nada.

b) Aunque las recomendaciones parezcan de virtudes humanas, la motivación que pone Pablo siempre es de fe: en el tiempo intermedio que transcurre entre la "aparición de la gracia de Dios" hasta "la aparición gloriosa de nuestro Salvador Jesucristo", los cristianos debemos llevar una vida, no según "los deseos mundanos", sino "sobria, honrada y religiosa", de modo que seamos un "pueblo purificado, dedicado a las buenas obras", ya que Jesús se entregó por nosotros "para rescatarnos de toda impiedad".

Tanto la motivación como los ejemplos siguen siendo válidos. Creer en Cristo Jesús tiene consecuencias en nuestra vida. Al examen que ayer nos invitaba a hacer Pablo, hoy se añaden nuevos matices. Nos podemos preguntar si en verdad somos "robustos en la fe, en el amor y en la paciencia", "sobrios y serios", "bondadosos y sumisos" unos a otros, "modelos de buena conducta" para los que nos ven, de casa y de fuera de casa.

O si, por el contrario, se nos tendrá que recordar que no seamos chismosos, malpensados, dados al vino, ni nos dejemos llevar por "los deseos mundanos", o sea, por los criterios de este mundo, muchas veces opuestos a los del evangelio de Cristo.

Desde el obispo hasta el último bautizado hemos de llevar una vida digna de nuestra identidad cristiana, "un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras", con la mirada puesta en Jesús. Unos a otros hemos de ser de buen ejemplo, los ancianos para los jóvenes y los jóvenes para los ancianos, los responsables para la comunidad, y todos para la sociedad que nos rodea, de modo que no puedan criticarnos por ninguna conducta inconveniente.

Sólo a partir de esa base de las virtudes humanas, podremos avanzar en otros aspectos más elevados. De nuevo el salmo insiste en las cualidades básicas: "haz el bien, practica la lealtad, sea el Señor tu delicia, apártate del mal y haz el bien".

A Pablo le preocupa la ortodoxia de la doctrina que Tito enseñe ("habla lo que es conforme a la sana enseñanza", "en la enseñanza sé íntegro y grave"), pero sobre todo quiere que el mismo pastor de la diócesis dé un ejemplo intachable a todos.

2. Lucas 17,7-10

a) El pasaje de hoy es un poco extraño: parece como si Jesús defendiera una actitud tiránica del amo con su empleado. Cuando éste vuelve del trabajo del campo, todavía le exige que le prepare y le sirva la cena.

Jesús no está hablando aquí de las relaciones laborales ni alabando un trato caprichoso.

Lo que le interesa subrayar es la actitud de sus discípulos ante Dios, que no tiene que ser como la de los fariseos, que parecen exigir el premio, sino la humildad de los que, después de haber trabajado, no se dan importancia y son capaces de decir: "somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer".

b) Tenemos que servir a Dios, no con el propósito de hacer valer luego unos derechos adquiridos, sino con amor gratuito de hijos.

Y lo que decimos en nuestra relación con Dios, también se podría aplicar a nuestro trabajo comunitario, eclesial o familiar. Si hacemos el bien, que no sea llevando cuenta de lo que hacemos, ni pasando factura, ni pregonando nuestros méritos. Que no recordemos continuamente a la familia o a la comunidad todo lo que hacemos por ella y los esfuerzos que nos cuesta.

Sino gratuitamente, como lo hacen los padres en su entrega total a su familia. Como lo hacen los verdaderos amigos, que no llevan contabilidad de los favores hechos. Con la reacción que describe Jesús: "hemos hecho lo que teníamos que hacer: somos unos pobres siervos". ¡Cuántas veces nos ha enseñado Jesús que trabajemos gratuitamente, por amor! Eso sí, seguros de que Dios no se dejará ganar en generosidad: "alegraos y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo" (Lc 6,23), "porque con la medida con que midáis se os medirá" (Lc 6,38).

Si al final de la jornada nos sentimos cansados por el trabajo realizado, seguro que también estaremos satisfechos, porque nada produce más alegría que lo que se ha logrado con sacrificio. Pero sin darnos importancia ni ir diciendo a todo el mundo lo cansados que estamos. Entre otras cosas, porque también los otros trabajan. Y además, si hemos recibido gratis de Dios, es justo que demos gratis, sin quejarnos demasiado si nadie nos alaba ni nos aplaude. Dios seguro que sí nos está aplaudiendo, si hemos dado con amor.

"Los que en él confían conocerán la verdad y los fieles permanecerán con él en el amor" (1ª lectura I)

"La gracia de Dios nos enseña a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos" (1ª lectura II)

"Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 270-274


3-5.

Tit 2, 1-8.11-14: Una imagen vale más que mil palabras

Lc 17, 7-10: Somos servidores inútiles: solo hicimos lo que debíamos hacer.

Dice un dicho popular: "Nadie es necesario, pero todos podemos ser útiles". Este refrán reúne, de alguna manera, la misma enseñanza del evangelio. Muchas personas consideran que su servicio o ministerio es indispensable para su comunidad. Que sin ellos su Iglesia no sería nada. Pero, pensando así se equivocan. El único indispensable es el Señor, mientras él no falte, se tiene todo.

La enseñanza que en este pasaje nos dirige Jesús nos ayuda a descubrir el verdadero sentido de los ministerios o servicios en la Iglesia. Los ministerios no son una escala jerárquica en que va ascendiendo en importancia y necesidad. Cuanto más alto, más importante y más necesario. Definitivamente no es esto lo que propone el evangelio. Éste nos propone que valoremos nuestro servicio en relación con la misión que el Señor nos ha encomendado y no por los méritos que nosotros le atribuimos.

No es nuestro el mérito de la misión que se nos encomienda en la Iglesia. El mérito pertenece sólo al Espíritu de Dios que actúa de forma eficaz y no a nuestra eficiencia empresarial. Cuando una obra sale adelante y comienza a producir frutos de solidaridad, justicia y amor, es el Señor el que allí actúa y no la diligencia de los servidores.

El ministro, el servidor, el apóstol y el discípulo deben reconocer que su lugar está entre los hermanos y no usurpando el lugar del Señor y del Maestro. Todos los que prestan algún servicio en la Iglesia deben estar conscientes que ese ministerio no ha sido instituido en orden al crecimiento personal, sino al crecimiento de la comunidad. Por eso, feliz la comunidad que pueda decir el día del juicio: «hemos sido servidores inútiles porque únicamente hemos hecho lo que nos correspondía».

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6. CLARETIANOS 2002

El fragmento de la carta de Tito que leemos hoy está repleto de advertencias a los ancianos, a los jóvenes y a los dirigentes de la comunidad. Todas ellas se reducirían a un recetario un poco cansino si no arrancaran de la experiencia de la gracia. Me parece que el vértice del texto lo constituye una frase que la liturgia nos propone también en la noche de Navidad: "Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres". Esta es la fuente de una nueva manera de vivir. En la monotonía de nuestra existencia, en los pozos negros de nuestro pecado, Dios mismo se hace el encontradizo con nosotros. Pero no es el Dios que te pasa factura por los incumplimientos del contrato sino el Dios que trae salud, esperanza, el Dios que abre un boquete para respirar. ¿Quién puede resistirse a un Dios así?

El evangelio puede herir nuestra sensibilidad moderna. Hace tiempo que en la vida social y política dejamos de ser súbditos para convertirnos en ciudadanos. Nos gusta recordar que Jesús mismo ya no nos llama siervos sino "amigos". Nos hemos vuelto extremadamente sensibles a nuestros derechos e incluso a los derechos de la naturaleza. Creemos que nuestros servicios deben ser remunerados. Así funciona la economía.

¿A qué viene entonces afirmar que "somos unos pobres siervos, que hemos hecho lo que teníamos que hacer"? Creo que lo que Jesús nos dice es que sus seguidores "no pasan factura" por lo que hacen, sencillamente porque lo más preciado no tiene precio. Ser siervos significa sencillamente ser agradecidos, reconocer que todo lo mejor de nuestra vida nos es dado. De vez en cuando oigo en la televisión declaraciones de famosos que dicen frases como estas: "Yo he llegado arriba por mis méritos. A mí nadie me ha regalado nada". Supongo que quieren acentuar el esfuerzo personal en la consecución de algunas pequeñas metas, pero no pueden ser tomadas muy en serio. En la vida a todos se nos regala lo mejor. ¿Quién hace méritos para nacer? ¿Quién se merece tener amigos? ¿Cómo se puede comprar la sensibilidad moral, estética o religiosa? ¿Dónde se alquila la capacidad de sonreír?

Os recuerdo que la liturgia de hoy nos propone la memoria de San Josafat, un santo bastante desconocido en nuestros ambientes, pero con un perfil que debemos conocer. Habréis observado que cada vez que la liturgia nos propone la memoria de algún santo procuro ofrecer un vínculo con alguna de las muchas páginas que nos ofrecen sus biografías. La razón es muy simple: no hay mejor comentario a la Palabra que el que nos ofrecen los hombres y mujeres que han vivido de la Palabra.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-7.  2001

COMENTARIO 1

Mientras «los apóstoles» sigan creyendo que su fuerza radica en los medios humanos y su eficacia depende de la observancia religiosa, tendrá validez para ellos la triste comprobación de Jesús: «Pues vosotros lo mismo: cuando hayáis hecho todo lo que os han mandado», la observancia minuciosa de la Ley, «de­cid: "No somos más que unos simples criados, hemos hecho lo que teníamos que hacer"» (17,10). Es curioso que muchos, en­tendiendo mal este dicho irónico de Jesús, se identifican con estos «criados», ignorando que son «hijos» de Dios.


COMENTARIO 2

Con frecuencia intentamos colocar nuestra comunicación con Dios en el mismo plano que establece toda relación comercial y , de esa manera, transferimos a aquella las leyes vigentes en este último ámbito. La convicción de que Dios tiene que atender a nuestras peticiones a causa de nuestros méritos, de haber respondido de forma adecuada a sus exigencias, es un peligro que acecha a la vida de los cristianos.

La parábola propuesta por Jesús a sus discípulos quiere rectificar ese modo erróneo en que muchos de nosotros podemos enfocar la relación religiosa. Y desde la comparación con una estructura injusta de la relación entre los seres humanos nos coloca ante el auténtico modo de toda relación con Dios.

La profunda distancia entre la condición de Dios y la de sus servidores, mucho mayor que la que pueda existir entre los seres humanos, pone de manifiesto el error de concebir el acercamiento a él como un intercambio recíproco de dones. En realidad todo don procede de la acción divina y las más loables de nuestras acciones tienen en él su origen.

La realización, por nuestra parte, de dichas acciones sólo tienen como finalidad la de mantenernos en el espacio doméstico de Dios, en un ámbito de participación con él que nos lleva a considerarnos como "servidores inútiles".

La conciencia de gratitud nace en nosotros por haber sido llamados a realizar todas las tareas que Dios nos ha encomendado. La realización de ellas no es otra cosa que el "hacer lo que debíamos hacer".

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-8. 2002

Sé de una parroquia en una gran ciudad donde los religiosos que la atendían decidieron que era necesario construir un nuevo templo. Inmediatamente, pusieron manos a la obra. El edificio que levantaron era realmente bello, pero estaba vacío. Allí se celebraban misas todos los domingos, pero no había una comunidad cristiana que animase aquellas piedras. Siempre fue un lugar frío e inhóspito. Es que los templos materiales son nada sin una comunidad cristiana que los anime, que los levante, que les dé calor de fraternidad. El templo cristiano no pasa de ser un lugar de reunión.
La presencia sacramental de Jesús pasa siempre por la presencia viva de los creyentes que forman el cuerpo vivo de Cristo. Ése es el templo real. Ése es el que hay que construir con cuidado. El edificio material vendrá luego, pobre o rico, bonito o feo, pero siempre lleno de vida porque hay una comunidad cristiana que hace de fundamento. Son los miembros de la comunidad, ladrillos vivos, los que dan testimonio de fe, los que son signo de unidad, de reconciliación, de amor. Ese templo vivo está siempre por construir. Siempre hay detalles que terminar. Pero, cuando está vivo y animado por la fuerza del Espíritu, no hay fuerza humana que lo destruya.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-9. ACI DIGITAL 2003

10. "Entregarse todo entero y considerarse siervo inútil es una cosa preciosa para el hombre espiritual. Porque el que lo ha hecho es el que descubre fácilmente cuán mal sabe hacerlo. Y como desea hacerlo cada vez más, pues ha encontrado en ello su reposo, vive pidiendo al Padre que le enseñe a entregarse, comprendiendo que todo cuanto pueda hacer en ese sentido es también obra de la gratuita misericordia de ese Dios cuyo Hijo vino a buscar pecadores y no justos, y sin el cual nada podemos. De ahí que al hombre espiritual ni siquiera se le ocurre pensar - como lo hace el hombre natural - que es dura e injusta esa palabra de Jesús al decir que nos llamemos siervos inútiles, pues el espiritual se da cuenta de que ser así, inútil, no sólo es una enorme verdad que en vano se pretendería negar, sino que es también lo que más le conviene para su ventaja, pues a los hambrientos Dios los llena de bienes, en tanto que si él fuera rico espiritualmente (o mejor: si pretendiera serlo) sería despedido sin nada, como enseña María (Luc. 1, 53). Vemos, pues, que en esto de ser siervo inútil está, no una censura o reproche de Jesús, sino todo lo contrario: nada menos que la bienaventuranza de los pobres en el espíritu (Mat. 5, 3 y nota). Así es la suavidad inefable del Corazón de Cristo: cuando parece exigirnos algo, en realidad nos está regalando. Y bien se entiende esto, pues a Él ¿qué le importaría que hiciéramos tal cosa o tal otra, si no buscara nuestro bien... hasta con su Sangre? De ahí que la característica del hombre espiritual sea ésta: se sabe amado de Dios y por eso no se le ocurre suponerle intenciones crueles, aunque El a veces disimule su bondad bajo un tono que nos parece severo, como al niño cuando el padre lo manda a dormir la siesta. Porque Él nos dice que no piensa en obligarnos sino en darnos paz (Jer. 29, 11)". Sobre la diferencia entre el hombre espiritual y el que no lo es, véase I Cor. 2, 10 y 14.


3-10. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Martes 11 de noviembre de 2003
Martín de Tours, Valentín

Sab 2,23 - 3,9: Por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo
Salmo responsorial: 33, 2-3. 17-19
Lc 17, 7-10: No ser siervos inútiles de la ley, sino Hijos de Dios

Este es un texto difícil. Es propio de Lucas. No lo toma ni de Marcos ni de la fuente Q (fuente de los dichos de Jesús). La explicación más posible e inteligible la encontramos en la interpretación del texto en el contexto del enfrentamiento de la Iglesia cristiana helenista con el judaísmo tradicional de la ley o quizás con la Iglesia judeo-cristiana más judaizante. El 'ustedes' del v. 10 sería aquel grupo judío, ‘esclavos de la ley’. Jesús no nos llama a ser siervos inútiles de la ley, sino hijos de la casa.

Una interpretación más moralizante, pero menos probable, es la que llama a la humildad y contra la arrogancia. Debemos cumplir todos nuestros deberes y considerarnos siervos inútiles, sin esperar grandes recompensas. No debemos estimarnos por encima de lo que somos.

Es mejor una interpretación histórica. El contexto literario de 17, 1-10 es por lo demás eclesiológico. En los Hechos de los Apóstoles se da una confrontación entre cristianos helenistas y hebreos (cap. 6 -15) y luego entre Pablo y los grupos judaizantes de Jerusalén (cap. 15-28). Este texto del Evangelio iría contra estos grupos hebraizantes y judaizantes, que ponían la observancia de la ley por encima de todo, como un absoluto. El texto expresa la situación que viven los que están bajo el yugo de la ley, sean judíos o cristianos. Su situación es cumplir la ley con el sentimiento de ser siervos inútiles. Su puesto no es la mesa de los hijos de la casa.

La Iglesia judeo-cristiana judaizante actúa como el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo: 'hace tanto años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya…'. Los apóstoles no pueden optar por una Iglesia de la Ley, donde no hay mesa, casa, fraternidad, eucaristía. La Iglesia de la Ley es una Iglesia ordenada, pero al mismo tiempo una Iglesia inútil. También hoy tenemos una Iglesia que busca la santidad y la justicia en el perfecto cumplimiento de la Ley. No es una Iglesia que da testimonio de la Libertad del Espíritu frente a Ley, una Iglesia de la Gracia, del Perdón, del Amor y de la Vida. Los cristianos que buscan a Dios en el perfecto cumplimiento de la Ley son siervos inútiles, cuya única alegría es haber hecho lo que tenían que hacer. Nuestras Iglesias están llenas de estos siervos inútiles. Debemos reconstruir una Iglesia de Hijos de Dios, y como decía el texto anterior (17, 1-6): una Iglesia que opta por los pobres, una Iglesia del perdón, cuyos dirigentes vivan clamando a Dios para que aumente su fe.


3-11. DOMINICOS 2003

Palabra de luz y vida

Del libro de la Sabiduría 2, 23-3,9:

“Dios creó al hombre incorruptible, y le hizo imagen de su misma naturaleza. La muerte entró en el mundo por envidia del diablo, y la experimentan  quienes le pertenecen. En cambio, la vida de los justos está en manos de Dios y no los tocará el tormento.

La gente insensata pensaba que morían, consideraba su tránsito como una desgracia..., pero ellos están en paz.... Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí; los probó como oro en crisol, los recibió como sacrificio de holocausto. En el día de la cuenta resplandecerán como chispas que prenden por un cañaveral...”

La muerte es un hecho. innegable. Nadie se sustrae a ella. Pero hay dos modos de enfrentarse a ella: en condición de pecado no purificado, siendo enemigos del Creador, y en condición de gracia y perdón, de misericordia y esperanza filial. Sea ésta nuestra actitud y esperanza.

Evangelio según san Lucas 17, 7-9:

“Un día dijo Jesús: Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor. Cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “enseguida, ven y ponte a la mesa”?  No le diréis más bien: “prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tu” ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Pues, lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho lo mandado, decid: “somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”.

Jesús, basándose en un hecho real –el modo como trabajaba un siervo para su señor- se dirige a nosotros, sugiriéndonos cuánto debe ser nuestro desprendimiento y capacidad de sacrificio. No aprueba o alaba la actitud del ‘señor’. Simplemente nos dice que estemos disponibles y seamos fieles a la gracia.

 

Momento de reflexión

Apunte de eternidad.

El fragmento tomado del libro de la sabiduría corresponde a una época ya avanzada de la revelación divina al pueblo de Israel y a sus profetas.

 Fijémonos solamente en un detalle y alegrémonos de lo que nos dice. “Dios creó al hombre incorruptible; le hizo a imagen de su naturaleza”. Y después agrega que la “muerte” entró por envidia del diablo, y que éste se queda sólo con quienes le siguen como “pecadores”, hijos de muerte, pues los “santos, los justos” no morirán.

¿De qué muerte y de qué vida se trata en este libro? De la muerte que acaba para siempre con la “persona”, con este “yo” que siente, ama, piensa, espera. La persopna que es “hija y amiga del pecado” va a la muerte; la persona que es “hija de la justicia, de la verdad, de la santidad”, va a la eternidad bienaventurada.

La visión del libro de la Sabiduría es todavía limitada: según él, solo tendrán vida eterna los justos. Esto es poco. La revelación se enriquecerá y vendrá a decirnos que toda persona está llamada a vivir para siempre.

¡Somos unos pobres siervos!

Este lenguaje nos agrada muy poco en la modernidad. Creemos que cualquier lenguaje de “esclavitud” o “servidumbre” rebaja sociológica-mente la condición humana, y lo rechazamos. Pero el texto corresponde al tiempo de Jesús, y hemos de entender ese lenguaje en el contexto bíblico-teológico del “anonadamiento de Cristo, siervo de los siervos”.  En otras  ocasiones nos dijo que quien se adhiere a él y entra en el Reino ya no se llama “siervo” sino “amigo” e “hijo”.


3-12. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:
Uno de las herencias más erradas, que quizá más han pesado en la tradición cristiana, es llegar a considerar la resurrección y la vida eterna que el Señor nos ha prometido como un premio en respuesta a nuestras buenas obras. Entender la salvación como un intercambio, casi como una compra-venta, ha desarrollado una conciencia ‘comercial’ de nuestra relación con Dios que la desnaturaliza por completo. Como si el objetivo de la vida cristiana fuese ir acumular ‘réditos espirituales’ en una especie de ‘cuenta corriente celestial’ para que, al final de la vida, si el ‘saldo’ era positivo, recibir el premio merecido. El don de la vida definitiva es gratuito por parte de Dios y no se puede “merecer”, entre otras cosas porque se nos da previamente. El mensaje evangélico de hoy nos previene de este riesgo: cuando hayáis hecho todo lo mandado decid: “somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”.

Pero la cosa es más seria, porque, en realidad, la salvación no está sólo en la meta, sino en el camino. Es decir, quien entra en la dinámica del amor, del don, del servicio, ya experimenta la salvación (la vida de Dios en su corazón), aun con todos los límites y pruebas características de nuestra vida terrena. Que Dios nos haya llamado a la salvación no significa más que Dios nos ha invitado a participar en esa comunión de amor entre Padre Hijo y Espíritu que en Cristo se nos ha regalado. Quién entra en esa dinámica, experimenta, como nos sugiere la lectura del libro de la Sabiduría, esa plena seguridad, esa plena paz, porque saben que su vida está en manos de Dios, que Dios en plenitud de amor y misericordia, y saben que el amor permanece para siempre, empiezan a conocer ya en este mundo la verdad, pero no se apropian de ella, ni la exhiben como una conquista, pues, en realidad, sienten más que la verdad les ha poseído a ellos que no que sean ellos lo que la poseen. Perciben que ha sido Dios el que los ha alcanzado, más que haber sido ellos los que han alcanzado a Dios. En una palabra: se saben agraciados con un don que les sobrepasa y servir y dar la vida por ese don no es un acto virtuoso o meritorio: es simplemente un acto inteligente que da vida: hace lo que tenían que hacer.

Vuestro hermano en la fe.

Carlos García Andrade cmf. (garciaandr@tiscali.it)


3-13. 2003

LECTURAS: SAB 2, 23-3, 9; SAL 33; LC 17, 7-10

Sab. 2, 23-3, 9. Dios nos creó para que fuéramos inmortales. Tenemos la esperanza cierta de llegar a donde ha llegado Cristo, nuestra Cabeza y principio. Él nos invita a tomar nuestra cruz de cada día y a seguirlo, para que donde Él está estemos también nosotros. Vamos de camino hacia la eternidad. Ojalá y no perdamos de vista esta vocación a la que hemos sido llamados. Imitemos a San Pablo en su lanzarse en la carrera para alcanzar la corona de la victoria de la que, junto con Cristo, somos coherederos. Cierto que seremos blanco de muchas tentaciones, persecuciones y tribulaciones, que hemos de padecer por haber depositado nuestra fe en Cristo. Sin embargo, no hemos de temer la muerte, pues nuestra vida está en manos de Dios; y si le permanecemos fieles, aun cuando tengamos que pasar por la muerte, no pereceremos como los animales, sino que será nuestra la vida eterna, que Dios ha reservado para quienes le viven fieles.

Sal. 33. Dios, cuando nos vio caídos y dominados por la maldad, no nos abandonó a la muerte, sino que, lleno de amor y de compasión por nosotros, nos envió a su propio Hijo para que, hecho uno de nosotros, nos rescatara del pecado y de la muerte y nos hiciera hijos de Dios para llevarnos, junto con Él, a la participación de la Gloria del Padre. Dios sabe que somos pecadores y que nadie puede permanecer de pie en su presencia; pues si hasta en los ángeles encontró maldad, qué será de nosotros, humanos, entre quienes hasta el justo peca siete veces al día. Pero Dios, que nos creó por amor, no se ha arrepentido de habernos llamado a la vida y está a nuestro lado para librarnos de la mano de nuestros enemigos, para cuidar de nosotros y conducirnos al gozo eterno de su Reino celestial. ¿Cómo no dar testimonio del amor que Dios nos ha tenido? Por eso hemos de hacer nuestra la orden de Cristo: Vuelve a tu casa, junto a los tuyos, y cuéntales todo lo que el Señor te ha hecho y cómo tuvo misericordia de ti.

Lc. 17, 7-10. ¿Estamos dispuestos en todo a hacer la voluntad de Dios? Por muchas riquezas, poder y justificación que tengamos, jamás podremos decir que nos hemos igualado a Dios en su perfección. Siempre estaremos a la altura del siervo, dispuesto en todo a hacer la voluntad de su Señor. Y lo que Él espera de nosotros es que estemos siempre dispuestos, como el Buen Pastor, a cuidar de los suyos. No podemos sentarnos a la mesa mientras no lo sirvamos en los hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos y encarcelados. Cuando lo hagamos debemos ser conscientes no sólo de que somos fortalecidos por su Espíritu en nosotros, para dar a nuestros hermanos esas muestras de afecto del amor de Dios, sino que también hemos de ser conscientes de que el mismo amor con que actuamos viene de Dios. Ojalá y pudiésemos decir que lo que realizamos lo hacemos porque tenemos el mismo poder de Dios y, sin Él, al margen de Él, podemos hacer lo mismo que Él hace; esto no es posible. Sin embargo, unidos a Él realizaremos las obras de Dios y trabajaremos conforme a la Gracia recibida. Por eso sólo podremos decir: "No somos más que siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer.

Celebramos el Misterio Pascual de Cristo, mediante el cual el Sacrificio del Señor fue aceptado por el Padre Dios como un holocausto agradable. A pesar de que Jesús padeció la muerte, esos momentos fueron breves a comparación de la abundante recompensa recibida. Así se cumplen las palabras de Jesús: Era necesario que el Hijo del Hombre padeciera todo esto para entrar, así, en su Gloria. El Señor, como si fuera el siervo de la casa, nos sienta a su Mesa y parte su pan para nosotros. Al final podrá, satisfecho, decirle a su Padre: Todo está cumplido; en tus manos encomiendo mi Espíritu. Así experimentamos el amor de Dios que, a pesar de nuestras fragilidades, miserias y ofensas, nos sigue amando y contemplando cariñosamente para protegernos como lo hace un padre amoroso con sus hijos.

Quienes entramos en comunión de vida con Cristo estamos llamados a comportarnos a la altura del bien que hemos recibido de Dios. Identificados con Cristo por la fe y el bautismo, debemos continuar trabajando para que la salvación llegue a todos. En este aspecto no podemos escatimar esfuerzos. Dios espera de nosotros que seamos esforzados trabajadores de su Reino proclamando la Buena Nueva a todos. Nuestro amor, convertido en un signo del amor de Dios entre nuestros hermanos, debe propagarse como chispas en un cañaveral o en rastrojo. Y esa propagación no sólo se hará mediante palabras que, con erudición expliquen el Evangelio, sino también, y de modo especial, con toda nuestra vida puesta al servicio de todos, preferencialmente a favor de los pobres para socorrerlos, y de los pecadores para ayudarles a encontrar el Camino de salvación, que es Cristo. Con tal de lograr cumplir en nosotros la voluntad de Dios, que nos ha confiado tan noble misión, estemos dispuestos, incluso, a derramar nuestra sangre. Al socorrer a los pobres, al anunciar el Evangelio a los pecadores para que vuelvan a Dios, al asumir con amor todas las consecuencias que por ello nos venga, estamos derramando nuestra sangre por los demás; sangre que se convierte en un holocausto agradable a Dios, asumido por Cristo en el momento de su entrega por nosotros.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la Gracia de hacer en todo su voluntad, sabiendo que ese es el único camino que nos mantiene unidos a Cristo para ser, junto con Él, coherederos de la Gloria del Padre. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-14. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Tit 2, 1-8,11-14: Recomendaciones a los fieles
Salmo responsorial: 36
Lc 17, 7-10: Siervos inútiles somos

La parábola de hoy es el final de un gran bloque de recomendaciones que Jesús hace a sus discípulos sobre las condiciones que deben tener para ser parte de la comunidad de creyentes. Les dice que la gracia no es fruto de recompensa, sino fruto de la entrega y el servicio a los demás.

Un efecto negativo del legalismo religioso en Israel es el tipo de persona que genera: gente interesada, que no piensa en el valor de una causa a la que haya que entregarse sin medida, sino en el estricto cumplimiento de la ley de donde depende su premio. La mentalidad de Jesús era otra cosa: estaba absorbida por el valor de la causa de su Padre (la justicia y la misericordia) y su mayor premio era servir a esta causa.

Jesús quería contagiar de esto a sus seguidores. Y en la parábola del siervo infatigable prácticamente resume su propia vida: como la del servidor que después de un trabajo (sembrar, arar), le viene otro (servir a la mesa). Y todo esto le parece natural, y no exige recompensa ni mejor trato porque su causa es estar al servicio de su amo. En contra de la mentalidad de quien está al servicio del poder y que espera recompensa en esta misma línea. A quien está convencido de ser servidor de la causa de la justicia, no le extraña que esta causa le pida un servicio tras otro, ni que padezca carencias en su servicio. Él no es buscador de premios, sino simple servidor de una causa.

La parábola nos describe la actitud que el hombre debe tener ante Dios. Le servimos con humildad sabiendo que no somos indispensables. Todo lo que recibimos de él es gracia y toda nuestra vida debe ser una respuesta agradecida a sus dones y no una búsqueda de recompensa, que en cualquier caso sería siempre inmerecida. Con esta parábola, Jesús se opone a la mentalidad de los fariseos que pensaban que con el cumplimiento de la ley obligaban a Dios a premiarlos por su comportamiento. Sin embargo, Jesús piensa que los dones de Dios al siervo cumplidor no son un derecho que se puede reivindicar, sino un don gratuito porque la conciencia del deber cumplido es una recompensa suficiente.


3-15. 9 de Noviembre 2004

186. Siervos inútiles

I. Desde nuestra llegada a este mundo hasta la vida eterna a la que hemos sido destinados, todo procede de Dios como un inmenso regalo. Hemos sido elevados, sin mérito de nuestra parte, a la dignidad de hijos de Dios, pero por nosotros mismos no sólo somos siervos, sino siervos inútiles, incapaces de llevar a cabo lo que nuestro Padre nos ha encargado, si Él no nos ayuda. La gracia divina es lo único que puede potenciar nuestros talentos humanos para trabajar por Cristo. Nuestra capacidad no guarda relación con los frutos sobrenaturales que buscamos. Sin la gracia santificante para nada serviríamos. Somos lo que “el pincel en manos del Artista” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino) Si somos humildes –“andar en verdad” es ser conscientes de que somos siervos inútiles- nos sentiremos impulsados a pedir la gracia necesaria para cada obra que realicemos.

II. San Pablo enseñó que Dios es quien obra en nosotros el querer y el obrar según su beneplácito (Filipenses 2, 13). Esta acción divina es necesaria para querer y realizar obras buenas; pero ese querer y ese obrar son del hombre: la gracia no sustituye la tarea de la criatura, sino que la hace posible en el orden sobrenatural. La liturgia de la Iglesia nos hace pedir constantemente esa ayuda divina, de la que andamos tan radicalmente necesitados. El Señor no la niega nunca, cuando la pedimos con humildad y confianza. Nosotros pondremos todo nuestro empeño en lo que tenemos entre manos, como si todo dependiera de nosotros. A la vez, recurriremos al Señor como si todo dependiera de Él. Así hicieron los santos. Nunca quedaron defraudados.

III.¡Qué maravilla sentirnos cooperadores de Dios en la gran obra de la Redención! Para que el pincel sea un instrumento útil en manos del pintor, ha de subordinar su propia cualidad al uso que de él quiera hacer el artista, y debe estar muy unido a la mano del maestro: si no hay unión, si no secunda fielmente el impulso que recibe, no hay arte. Nosotros que queremos serlo en manos del Señor, nos mantendremos muy unidos a Él y le pedimos continuamente Su gracia. Nuestra Madre nos ayudará a ser eficaces instrumentos del Señor. Nuestro Ángel Custodio enderezará nuestra intención y nos recordará que somos siervos inútiles en manos del Señor.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-16.

Reflexión

A cada uno de nosotros Dios lo ha puesto en un lugar particular para que sirva a la construcción del Reino. Algunos como profesionistas, otros como empleados, otros más como padres de familia, como hijos, etc. En cada una de nuestras actividades estamos obligados por nuestro bautismo a construir el Reino, que de acuerdo con san Pablo es “justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”. Pues bien, una vez que hayamos hecho crecer la justicia en nuestros lugares de trabajo o estudio, que hayamos sido un vehículo para fomentar la paz y la concordia en nuestras familias y vecindarios, y cuando hayamos sembrado la semilla de la alegría en todo nuestro alrededor, lo único que podremos decir: No he hecho sino lo que era mi obligación hacer como discípulo de Cristo.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-17. 32ª Semana. Martes 2004

«Si uno de vosotros tiene un siervo en la labranza o con el ganado y regresa del campo, ¿acaso le dice: "Entra en seguida y siéntate a la mesa?". ¿No le dirá, al contrario: "Prepárame la cena y dispónte a servirme mientras como y bebo, que después comerás y beberás tú?". ¿Es que tiene que agradecerle al siervo el que haya hecho lo que se le había mandado? Pues igual vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os había mandado, decid: "Somos unos siervos inútiles; no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer" ». (Lc 17, 7-10)


I. Jesús, con este ejemplo no me estás aprobando la actitud abusiva de aquel amo, sino utilizando una situación conocida y corriente de tu tiempo para enseñar una verdad sobrenatural perenne: que somos, en el fondo, criaturas; y tenemos el deber de servir a nuestro creador.

El servir a Dios nada le añade a Dios, ni tiene Dios necesidad alguna de nuestra sumisión; es él, por el contrario, quien da la vida, la incorrupción y la gloria eterna a los que le siguen y le sirven, beneficiándolos por el hecho de seguirle y servirle, sin recibir de ellos beneficio alguno [176].

Cuando sirvo a Dios y a los demás, no te estoy haciendo, Jesús, ningún favor: me lo estoy haciendo a mí mismo. Porque servir es lo propio del ser espiritual; por eso Tú no has venido a ser servido sino a servir [177]. Servir es una exigencia del amor a Dios; es un deber cristiano.

¿Por qué es mejor servir que ser servido, dar que recibir? Porque al servir crece nuestra capacidad de amar y, por tanto, nuestra capacidad de ser felices. Por el contrario, el que no piensa más que en sí mismo, se hace egoísta; y el egoísta es como un saco roto: insaciable y triste. Pero servir cuesta, como cuesta todo lo que vale la pena. He de aprender a decir que no a mis gustos, a mi comodidad, a mi soberbia.

Los ángeles fueron probados por su capacidad de servicio y los demonios fueron expulsados al infierno por su incapacidad de amar, reflejada en el grito: no serviré. Jesús, yo quiero servir, ser útil a los demás amando de verdad, día a día, servicio a servicio. Ayúdame a seguir tu ejemplo de entrega; ayúdame a seguir el ejemplo de tu Madre, María, que se hizo la esclava del Señor [178]. Ayúdame a seguir el ejemplo de tantos cristianos que han hecho de su vida una vida de servicio a los demás.

II. Permitidme que insista en esto; es muy claro y lo podemos comprobar con frecuencia a nuestro alrededor o en nuestro propio yo: ningún hombre se escapa a algún tipo de servidumbre. Unos se postran delante del dinero; otros adoran el poder; otros, la relativa tranquilidad del escepticismo; otros descubren en la sensualidad su becerro de oro. Y lo mismo ocurre con las cosas nobles. Nos afanamos en un trabajo, en una empresa de proporciones más o menos grandes, en el cumplimiento de una labor científica, artística, literaria, espiritual. Si se pone empeño, si existe verdadera pasión, el que se entrega vive esclavo, se dedica gozosamente al servicio de la finalidad de su tarea.

Esclavitud por esclavitud -si, de todos modos, hemos de servir, pues admitiéndolo o no, ésa es la condición humana-, nada hay mejor que saberse, por Amor, esclavos de Dios. Porque en ese momento perdemos la situación de esclavos, para convertirnos en amigos, en hijos. Y aquí se manifiesta la diferencia: afrontamos las honestas ocupaciones del mundo con la misma pasión, con el mismo afán que los demás, pero con paz en el fondo del alma; con alegría y serenidad, también en las contradicciones: no depositamos nuestra confianza en lo que pasa, sino en lo que permanece para siempre. No somos hijos de la esclava, sino de la libre [179].

Jesús, quiero ser, por Amor, esclavo de Dios; quiero hacer siempre y en todo -porque me da la gana, con plena libertad- lo que Tú me pidas. Sin pedir vacaciones ni descansos; sin creerme nada más que un siervo inútil que cumple con su deber. Porque eso soy. Sólo entonces, todas las demás esclavitudes y limitaciones terrenas desaparecen. Y se mira todo con una nueva luz, con paz en el fondo del alma; con alegría y serenidad, también en las contradicciones.

[176] San Ireneo, Tratado contra las herejías, 4.
[177] Cfr. Mt 20, 28.
[178] Lc 1, 38.
[179] Amigos de Dios, 34-35.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA