VIERNES DE LA SEMANA 29ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Rm 7, 18-25a

1-1. H/DIVIDIDO P-O:

En la página que vamos a meditar hallaremos la más dramática descripción de la «condición humana»: el hombre es un ser dividido, que aspira al bien y que hace el mal.

-Bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi naturaleza carnal. En efecto, soy capaz de querer el bien, pero no soy capaz de cumplirlo.

El mal está pegado a nuestro ser, «habita» en nosotros.

Así, incluso antes de que el hombre tome una decisión, el mal está ya en él. Más que una simple solicitación «exterior» la tentación es interior, está «en el corazón» de mí mismo. Es siempre un error y es superficial, acusar a los demás, al mundo, para justificar o excusar las propias caídas: el mal es mucho más radical que todo esto, «habita» en el hondón de nuestra conciencia que está falseada. Es un mal anterior a nuestra decisión, un mal «original».

-No hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero.

¡Cuán verdadero es este análisis de la debilidad humana! ¿Quién de nosotros no ha hecho esta experiencia?

Es la impotencia radical de toda voluntad sin la ayuda de la gracia. Sé muy bien lo que «tendría que hacer»... ¡Bien quisiera hacerlo!... Y no lo logro.

-Simpatizo con la Ley de Dios, en tanto que hombre razonable, pero advierto otra ley en mis miembros, que lucha contra la ley de mi inteligencia y me encadena a la ley del pecado.

El pecado es la verdadera «alienación del hombre»: el mal aliena al hombre comprometiéndolo a un destino que contradice sus aspiraciones profundas y la vocación a la que Dios le llama.

El pecado es destructor del hombre.

Y lo más sorprendente es que nos damos perfecta cuenta de ello.

Nuestra inteligencia, nuestra razón están de acuerdo con Dios. Y esto es lo mejor de nosotros mismos. Este es nuestro verdadero ser. Señor, mira en mí esta parte de mí mismo que simpatiza contigo, y que está de acuerdo con tu ley.

Pero hay otro lado de mi ser que está «encadenado» al pecado, dice san Pablo. Y san Pablo no se coloca fuera de esta constatación. Por el contrario, habla en primera persona: «Yo simpatizo... pero yo advierto... que me encadena...» ¡Qué confesión personal más conmovedora! ¿Por qué hemos sido hechos así, Señor?

¿Por qué esa «lucha» en el fondo de nuestro ser? ¿Por que hay en nosotros lo mejor y lo peor?

-¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?

Hay que repetir esta oración. Porque es en verdad una oración. Podemos repetirla con san Pablo. Y darle todo el contenido de nuestras debilidades y de nuestra indigencia.

-Por esta liberación, gracias sean dadas a Dios por Jesucristo, nuestro Señor.

Acción de gracias. Alegría. ¡Que mi debilidad termine siempre con ese grito de confianza!

El optimismo fundamental de san Pablo no es ingenuo, irreal. Es la conclusión de un análisis riguroso de la impotencia del hombre para salvarse.

En el momento mismo en que corremos peligro de salvarnos, «la mano de Dios viene a asirnos y nos salva».

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 352 s.


2.- Ef 4, 1-6

2-1.

-Yo, preso por Cristo, os exhorto a que viváis de una manera digna de la vocación a la que habéis sido llamados...

Pablo está "en la cárcel" ¡Los judaizantes han logrado atraparle! Le hicieron prender por la policía del Imperio, como un perturbador del orden establecido que suscitaba motines y tumultos. (Hch 22, 22-29) Pero no está abatido sino que orgulloso de ser «cautivo de una causa divina», anima a sus fieles a mantenerse firmes.

-Todo con mucha humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros por amor... Reunidos en la paz, poniendo empeño en conservar la unidad en un mismo Espíritu.

Pablo no tardará en elevarse a las altas esferas teologales lo que para él no es quedarse en abstracciones. Su fe no es sólo una idea hermosa y justa, es una convicción que compromete todo su ser, y que le obliga a adoptar unos comportamientos muy concretos, muy prácticos en la vida corriente... en particular en el ámbito de las relaciones humanas elementales.

Humildad, Dulzura, Paciencia, Ayuda mutua.

Cuidado de conservar la unidad.

Señor, ayúdame a mirar mi vida cotidiana desde este ángulo.

-Un solo Cuerpo... Un solo Espíritu... Un solo Dios y Padre...

Fórmula Trinitaria: la exigencia de la unidad de todos los hombres es absoluta, esencial... el secreto de la «unidad» del género humano procede de la vida común de las Tres divinas personas. En el esquema sobre la Iglesia, el Concilio (_VAT-II) ha revalorizado esta convicción: «La Iglesia es el sacramento, es decir, el «signo» e «instrumento» de la intima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano... Las condiciones de estos tiempos añaden a este deber de la Iglesia una nueva urgencia. Es preciso que todos los hombres, unidos hoy más íntimamente entre ellos por toda clase de relaciones sociales, técnicas y culturales, consigan también la plena unidad en Cristo» (Lumen Gentium 1) TRI/UNIDAD-I: «La Iglesia se manifiesta como una muchedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Lumen Gentium 4) Quiero contemplar, Señor, tu Dinamismo Trinitario obrando en el mundo: el progreso de toda solidaridad, de todo trabajo en equipo, de todo acuerdo entre gentes que no se entendían, de todo compromiso al servicio de los demás, de todo servicio prestado... etc. Dios está allí donde «varios forman uno solo».

Quisiera, Señor, que toda mi vida concreta, humilde, modesta, pequeña, cotidiana, marchase en el sentido de tu Dinamismo Trinitario.

-Cristo... El Espíritu... El Padre...

Tal es el orden -no habitual- en el que les coloca Pablo.

El Padre ocupa el tercer lugar, en lugar del primero... porque Pablo quiere precisamente indicar una «unidad» dinámica que se está construyendo, que está llegando a ser, y no una unidad estática, terminada: en una unidad que se va haciendo progresivamente por la labor de Cristo, en el Espíritu, hasta el Padre. La humanidad parte de la división... y se remonta hacia la unidad.

-Una sola esperanza... Una sola fe... Un solo bautismo...

Dios es la oportunidad de la humanidad. El es el único «porvenir» del hombre.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 352 s.


3.- Lc 12, 54-59

3-1. SIGNO-TIEMPOS/INTERPRETACION:

-Cuando véis subir una nube por el poniente decís enseguida: "Tendremos lluvia", y así sucede. Cuando sopla el viento sur decís: "Hará calor", y así sucede.

Por medio de esas palabras, Jesús reprocha a sus conciudadanos no saber interpretar los "signos de los tiempos", cuando son perfectamente capaces de interpretar los signos metereológicos.

La Iglesia contemporánea cuida especialmente de ser fiel a esa invitación de Jesús. En el Concilio Vaticano II decía: "Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura... Es necesario, por ello, conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el rasgo dramático que con frecuencia le caracteriza (_VAT-II:G.S.4).

-¡Hipócritas! si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo es que no sabéis interpretar el "momento presente"? Analizando el estado actual del mundo, "el momento presente", el Concilio ha reconocido algunos "signos de los tiempos" esenciales.

He ahí algunos:

- la solidaridad creciente de los pueblos (A.S.,14)

- el ecumenismo (D: Ecum. 4)

- la preocupación por la libertad religiosa (L.R.15)

- la necesidad del apostolado de los laicos (A.L.I).

"Movido por la fe que le impulsa a creer que quien le conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, el pueblo de Dios se esfuerza en discernir en los acontecimientos, las exigencias y los deseos que le son comunes con los demás hombres de nuestro tiempo y cuáles son en ellos las señales de la presencia o de los designios de Dios". (G.S. 11).

"¡Darnos cuenta" del momento en que nos encontramos! Dios conduce la historia, Dios sigue actuando HOY.

Más que dolernos añorando la Iglesia del pasado...

Más que evadirnos soñando la Iglesia de mañana...

Es preciso, según la invitación de Jesús, "darnos cuenta del momento en que nos encontramos". Sus contemporáneos en la Palestina de aquella época no supieron aprovechar la actualidad prodigiosa del tiempo excepcional que estaban viviendo. ¿Y nosotros? La finalidad de la "revisión de vida" es tratar, humildemente de "reconocer" la acción de Dios en los acontecimientos, en nuestras vidas... para "encontrarlo" y participar en esa acción de Dios... a fin de "revelarlo", en cuanto fuere posible, a los que lo ignoran. Señor, ayúdanos a vivir los menores acontecimientos de nuestras vidas, como los mayores, a ese nivel. Reconocer participar, revelar tu obra actual.

-Y ¿por qué no juzgáis vosotros mismos lo que se debe hacer? El tiempo en el que "yo" estoy viviendo es el único verdaderamente decisivo para mí.

"Juzgad vosotros mismos"... Nadie, nadie más que yo puede ponerse en mi lugar para la opción fundamental. No puedo apoyarme en el juicio de los demás... si bien no es inútil que el suyo me dé alguna luz.

La breve parábola siguiente nos repetirá la urgencia de esa toma de posición.

-"Cuando vas con tu contrincante a ver al magistrado, haz lo posible para librarte de él mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel..."

En Mateo, esa misma parábola (Maten 5, 25) servía para insistir sobre el deber de la caridad fraterna. Lucas coloca esa parábola en una serie de consejos de Jesús sobre la urgencia de la conversión: no hay que dejar para mañana la "toma de posición", el discernimiento de los "signos de los tiempos".

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 244 s.


3-2.

1. (Año I) Romanos 7,18-25

a) La teoría es muy hermosa, y Pablo la había expuesto con entusiasmo: por el Bautismo hemos sido introducidos en la esfera de Cristo, lo cual supone ser libres del pecado. Pero la práctica es distinta. La lucha continúa, y Pablo la describe dramáticamente en sí mismo: "el bien que quiero hacer no lo hago, y el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago". Es como un análisis psiquiátrico de su propia existencia.

Al final, a modo de grito muy sincero, exclama: "¿quién me librará de este ser mío presa de la muerte?". La respuesta viene tajante: "Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias". La tesis que ha repetido en toda la carta -y en la de los Gálatas- aparece ahora aplicada a sí mismo: no podrá liberarse del pecado por sus solas fuerzas, sino por la gracia de Dios.

b) Es también nuestra historia. Todos sabemos lo que nos cuesta hacer, a lo largo del día, el bien que la cabeza y el corazón nos dicen que tenemos que hacer: situar a Dios en el centro de la vida, amar a los hermanos, incluso a los enemigos, vivir en esperanza, dominar nuestros bajos instintos...

Solemos saber muy bien qué tenemos que hacer. Pero, cuando nos encontramos en la encrucijada, tendemos a elegir el camino más fácil, no necesariamente el más conforme a la voluntad de Dios. Sentimos en nosotros esa doble fuerza de que habla Pablo: la ley del pecado, que contrarresta la atracción de la ley de la gracia.

Hagamos nuestro el grito de confianza: nosotros somos débiles y el "mal habita en nosotros", pero Dios nos concede su gracia por medio de Cristo Jesús. La Eucaristía, entre otros medios de su gracia, nos ofrece en comunión al que "quita el pecado del mundo".

1. (Año II) Efesios 4,1-6

a) Los primeros capítulos de la carta habían sido más teológicos. Pablo, "prisionero por Cristo" -está detenido en Roma-, nos ha presentado con entusiasmo el misterio de Cristo y de su Iglesia. Ahora, a partir del capítulo cuarto, entra en una sección más exhortativa y práctica.

La aplicación del misterio a la vida pide que "andemos como pide la vocación a la que hemos sido convocados". Pablo concreta en seguida: la primera consecuencia es que vivamos la unidad dentro de la Iglesia.

La raíz última de esta unidad es que todos tenemos un solo Espíritu, un solo Señor, un solo Dios y Padre. También todos tenemos una misma fe y una única esperanza, un solo Bautismo. Pero en concreto todo eso no se verá si no se cumplen las otras recomendaciones suyas: "sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor".

b) Se ve que todos los argumentos en favor de la unidad, por profundos y teológicos que sean -la fe y la esperanza comunes, la vocación compartida, nuestra alegría por tener un solo Dios Padre, Hijo y Espíritu-, si no existe la caridad y el amor en nuestras comunidades, no valen mucho en la práctica.

Ahí tenemos el retrato ideal de una comunidad cristiana, según la intuición y la experiencia de Pablo. La tarea sigue siendo difícil también hoy, porque nuestras debilidades hacen que la Iglesia no esté tan radiante de fe y de amor como debería estar, y que no presente una imagen de unidad como la que Pablo quisiera. Tenemos una lista estupenda de motivos por los que deberíamos estar unidos, pero no lo estamos del todo, ni con los otros cristianos ni entre nosotros mismos. La unidad eclesial no es una mera coexistencia pacífica y civilizada: debe basarse en estas raíces de fe y concretarse en una mutua tolerancia y amor, que es lo que crea un ambiente de fraternidad y también de credibilidad apostólica.

Las últimas líneas de la lectura de hoy se han convertido -por obra por ejemplo de L. Deiss, buen biblista y músico- en un himno que cantamos con gusto: "Un solo Señor, una sola fe". El texto de nuestros cantos tiene particular eficacia cuando se inspira en la Palabra revelada.

En uno de los prefacios dominicales le damos gracias a Dios porque ha querido que su Iglesia esté "unificada por virtud y a imagen de la Trinidad" y que aparezca "ante el mundo como cuerpo de Cristo y templo del Espíritu". Y como en la práctica no es así siempre, en otras Plegarias pedimos a Dios: "danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado" (Plegaria V b), y también que "crezcamos en la fidelidad al evangelio, que nos preocupemos de compartir en la caridad las angustias y las tristezas, las alegrías y las esperanzas de los hombres" (Plegaria V c).

2. Lucas 12,54-59

a) Con un ejemplo tomado de la naturaleza y de la sabiduría popular, Cristo se queja de la poca vista de sus contemporáneos: no ven o no quieren ver que han llegado ya los tiempos mesiánicos.

Los hombres del campo y del mar, mirando el color y la forma de las nubes y la dirección del viento, tienen un arte especial, a veces mejor que los meteorólogos de profesión, para conocer el tiempo que va a hacer.

Pero los judíos no tenían vista para "interpretar el tiempo presente" y reconocer en Jesús al Enviado de Dios, a pesar de los signos milagrosos que les hacía. Jesús les llama "hipócritas": porque sí que han visto, pero no quieren creer.

Otra recomendación se refiere a los dos adversarios que se ponen de acuerdo entre ellos, antes de ir a los tribunales, que se ve que sería peor para los dos. También eso es tener buena vista y ser previsores.

b) La ofuscación no era exclusiva de los contemporáneos de Jesús. Hay algunos -¿nosotros mismos?- muy hábiles en algunas cosas y necios y ciegos para las importantes. Espabilados para lo humano y obtusos para lo espiritual. Cuando Jesús se queja de esta ceguera voluntaria, emplea la palabra "kairós" para designar "el tiempo presente". "Kairós" significa tiempo oportuno, ocasión de gracia, momento privilegiado que, si se deja escapar, ya no vuelve.

Nosotros ya reconocemos en Jesús al Mesías. Pero seguimos, tal vez, sin reconocer su presencia en tantos "signos de los tiempos" y en tantas personas y acontecimientos que nos rodean, y que, si tuviéramos bien la vista de la fe, serían para nosotros otras tantas voces de Dios.

El Concilio invitó a la iglesia a que supiera interpretar los signos de los tiempos (GS 4). Nos daría más ánimos y nos interpelaría saludablemente si supiéramos ver como "voces de Dios" y signos de su presencia en este mundo, por ejemplo, las ansias de libertad que tienen los pueblos, la solidaridad con los más injustamente tratados, la defensa de los valores ecológicos de la naturaleza, el respeto a los derechos humanos, la revalorización de la mujer en la sociedad y de los laicos en la Iglesia...

Podríamos preguntarnos hoy si tenemos una "visión cristiana" de la historia, de los tiempos, de los grandes hechos de la humanidad y de la Iglesia, viendo en todo un "kairós", una ocasión de crecimiento en nuestra fe. Por ejemplo en el acontecimiento, sencillo, pero profundo y transformador, del Jubileo del año 2000.

"¿Quién me librará de este ser mio presa de la muerte? Dios, por medio de nuestro Señor Jesús" (1ª lectura I)

"Sed siempre humildes y amables, sobrellevaos mutuamente con amor" (1ª lectura ll)

"¿Cómo no sabéis interpretar el tiempo presente?" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 207-210


3-3.

Ef 4, 1-6: Mantener la unidad del Espíritu

Lc 12, 54-59: Los augurios del tiempo presente

Esta sección, a diferencia de la anterior, está dirigida a toda la multitud. Jesús apela a la experiencia popular que ya tiene unos esquemas con los que interpretar el clima. Estos esquemas le permiten anticipar el tiempo venidero y prever las aciones necesarias por si hace calor o por si llueve. Sin embargo, este conocimiento no se extiende más allá al conocimiento de la realidad.

Jesús exhorta a la multitud a que interprete los signos de los tiempos, a que analice la realidad y a que no se contente con vivir el día. Pues, el pueblo no puede conformarse con ver cómo los hechos ocurren y los cambios se producen. El pueblo se debe preocupar por descifrar y anticipar las señales del tiempo presente. Pues, de otra manera sólo seguirá siendo la eterna víctima de circunstancias que otros previeron y decidieron.

De igual modo, Jesús exhorta a la multitud a que desarrolle un criterio de justicia, a que forme juicios de valor. Pues la multitud, era muy propensa a dejar la decisión sobre lo justo y lo injusto en manos ajenas, de escribas y fariseos. Desarrollar un criterio propio es una necesidad imperiosa y un síntoma de madurez humana. Mientras el pueblo se atenga ciegamente a lo que las voces autorizadas le dicen, a escuchar únicamente la "opinión pública" de ciertos grupos de poder, seguirá siendo un menor de edad dependiente e impulsivo.

Las palabras que Jesús dirige a la multitud en esta primera sección son duras e hirientes, sin embargo, no buscan apesadumbrar a la multitud sino despertarla a una nueva conciencia.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-4. CLARETIANOS 2002

Hace años no me gustaba mucho la carta a los efesios. Me parecía muy "especulativa". Hoy encuentro en ella mucha luz para iluminar nuestro camino de fe en un contexto que guarda bastantes parecidos con el que se vivía en las regiones de Asia Menor a finales del siglo I. El fragmento de hoy podría titularse así: "Llamados a la unidad". ¿Por qué tenemos que vivir unidos? Porque compartimos la fe en un solo Dios, Padre de todo, en un solo Señor, porque tenemos una sola fe, un solo bautismo, porque formamos un solo cuerpo, porque nuestra meta es la esperanza en la vocación recibida. ¿A alguien se le ocurre algún otro motivo de más envergadura?

Ahora bien, ¿cómo se pone en marcha la unidad? El autor de la carta nos recuerda que se trata de la "unidad del Espíritu", que es como decir que la verdadera unidad sólo la puede crear un experto en unidad. Debemos acoger el don. Todo empeño obsesivo por superar las diferencias acaba consiguiendo el resultado contrario: refuerza nuestra autoafirmación, agota nuestro sistema nervioso, hace que nos sintamos más responsables de la cuenta. Es más fácil unirse con gente humilde que con gente superpreocupada por la unidad. La preocupación cierra la apertura al don del Espíritu. La humildad la dilata. Por eso, en la carta se nos recuerdan las actitudes que favorecen la auténtica unidad. Son de andar por casa: la humildad, la amabilidad, la comprensión. ¿Tienen algo que ver con nuestra experiencia? ¿Son aplicables a nuestros problemas de desunión familiar, comunitaria, social? ¿Podrían indicarnos en qué dirección debe caminar el diálogo ecuménico?

Del evangelio me sorprende lo chusco de la traducción litúrgica. ¿Os imagináis a Jesús diciendo eso de "Chaparrón tenemos"? Este curioso hipérbaton me recuerda a los juegos verbales que hacíamos en mis tiempos de adolescente. Había la moda de alterar el orden de las palabras. Uno podía decir, por ejemplo, "Liado la hemos". Bromas aparte, la llamada de Jesús a interpretar el momento presente sigue conservando su vigor..

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-5. 2001

COMENTARIO 1

ES NECESARIO INTERPRETAR CORRECTAMENTE
LOS SIGNOS DEL TIEMPO PRESENTE

El comienzo de este texto es una invitación al discerni-miento: «Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: 'Chaparrón tenemos', y así sucede. Cuando sopla el viento del sur, decís: 'Hará bochorno', y lo hace. ¡Hipócritas!, si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo es que no sabéis interpretar el momento presente?» (12,54b-56). El lenguaje de Jesús no tiene nada de religioso; todos los motivos que emplea son profanos, sacados de la vida.

Las multitudes esperaban un caudillo poderoso, rodeado de atributos divinos. Esperaban de él señales eficaces, una interven-ción masiva por parte de Dios y de su Mesías en la historia del pueblo. Jesús los tilda de hipócritas. La hipocresía era el fermento o levadura de los dirigentes religiosos (cf. 12,1). Las multitudes oprimidas habían oído decir que Jesús hacía frente al sistema teocrático de Israel y habían ido en su busca para convertirlo en su líder. Esto les impedía interpretar correctamente los signos claros y transparentes que les iba dando: el Mesías no ha venido a hacer la revolución, para que otros se aprovechen de la subver-sión de la sociedad. El ha invertido, en efecto, la escala de valores de la sociedad, pero ha condicionado su plena realización al cambio profundo de la mentalidad de cada uno: «Y ¿por qué no juzgáis vosotros mismos lo que se debe hacer?» (12,57). Es necesario hacer las paces con el contrincante, eliminando todo lo que te enemista con el hermano. Y no esperar que te lo haga el magistrado, y éste te arrastre ante el juez, que te entregue al alguacil y te meta en la cárcel. Entonces tendrás que pagar hasta el último céntimo (cf vv.. 58-59). No se puede jugar con dos barajas: Dios tiene siempre las cartas boca arriba.


COMENTARIO 2

Las previsiones sobre diversos ámbitos de la existencia humana ocupan un lugar importante en la vida humana de nuestros contemporáneos. Ellas se multiplican con mayor o menor fundamento, según los casos. Su utilidad reside en el hecho de que nos brindan la información necesaria para no convertirnos en seres pasivos conducidos al margen de nuestro querer por los acontecimientos, y la posibilidad de encuadrar dichos acontecimientos en el marco de nuestros objetivos y fines.

La preocupación por las múltiples previsiones (sobre el tiempo, las tendencias económicas etc,) no tiene su correspondencia en el ámbito más importante de la historia humana, es decir, en el ámbito de la relación de las personas con su Creador. Las señales de la presencia de Dios en Jesús, aunque fácilmente reconocibles, no suscitan ningún interés.

De este modo, las señales de Dios pasan desapercibidas para hombres y mujeres ocupados en descubrir otras señales. De ahí la necesidad de retornar sobre lo más importante, de juzgar "nosotros mismos sobre lo que es justo" (v.57).

Esta vuelta a las preocupaciones esenciales de la existencia se nos presenta hoy cargada de la urgencia en que son colocadas por el cercano juicio de Dios. Esta cercanía, mayor o menor según los casos, fundamenta la exhortación a un cambio de vida en la que "lo justo" ocupe el lugar central que debe ocupar en toda vida humana.

En este cambio de vida, se juega la realización personal de cada integrante de la familia humana llamado a realizar la reconciliación con Dios y con sus hermanos.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-6. 2002

No hay mejor lugar para aprender a orar que cuando uno va en un barco y éste, sacudido por las olas y azotado por los vientos, está en peligro de naufragar. Cuando los problemas nos caen encima, cuando nos encontramos con lo que ya es inevitable, entonces nos acordamos de que había que haber puesto las soluciones. Son muchas cosas las que dejamos pasar en nuestra vida. Las dejamos para el día siguiente, pensando que siempre habrá tiempo disponible para...
A los que hacemos esto Jesús nos llama desde el más fuerte "hipócritas" hasta el más suave "gente superficial", según las diferentes traducciones. Nos sucede demasiadas veces que tenemos una visión excelente de lo que sucede a otros o de cómo hay que arreglar las cosas, pero no tenemos valor para aceptar y poner en práctica lo que tenemos que hacer con nuestras propias vidas. Jesús nos recuerda que ser libres y responsables no es un distintivo que podemos usar para hacer más solemnes los días de fiesta. Ser libres y responsables significa tomar aquí y ahora las riendas de nuestra vida, tomar las decisiones oportunas y asumir sus consecuencias. ¿Para cuándo vamos a dejar el tomarnos nuestra vida en serio? ¿Cuándo vamos a leer el Evangelio sin miedo? ¿Cuándo nos vamos a reconciliar de verdad con Dios y con nuestros hermanos? ¿Cuándo vamos a salir de nuestro cómodo cascarón y mirar los nubarrones que se ciernen en nuestro horizonte?

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-7. DOMINICOS 2003

Palabra de verdad sincera

Carta de san Pablo a los romanos 7, 18-25:

“Hermanos: Sé muy bien que no es bueno eso que habita en mí, es decir, en mis bajos instintos: porque el querer lo bueno lo tengo a mano, pero el hacerlo, no. El bien que quiero hacer no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago...

Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente con lo malo en las manos. En mi interior me complazco en la ley de Dios, pero percibo en mi cuerpo un principio diferente que guerrea contra la ley que aprueba mi razón...

¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, presa de la muerte? Dios, por medio de nuestro Señor Jsucristo, y le doy gracias”.

El realismo de estas palabras nos hace a san Pablo muy próximo a nuestros problemas y debilidades. Él, como nosotros, pensaba una cosa y la deseaba, pero la carne exigía su parte, y le frenaba sus impulsos de bondad. Gracias, Pablo, por mostrarnos que es en la debilidad donde se hace presente y actuante el poder de Dios misericordioso y fiel.

Evangelio según san Lucas 12, 54-59:

“Jesús decía a la gente: Cuando veis subir una nube por el poniente, ¿no decís en seguida: “chaparrón tenemos”...? Cuando sopla el sur ¿no decís “Va a hacer bochorno”...?¡Hipócritas! Si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo es que no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo es que no sabéis vosotros mismos lo que se debe hacer?...”

Jesús pide un lenguaje y unas actitudes de coherencia. Si trabajamos a partir de la razón natural y de sus conocimientos, es obligado ser coherentes. ¿Y cómo no vamos a serlo si trabajamos a partir de una actitud de fe?

 

Momento de reflexión

¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?

El pensamiento paulino, en el texto que hemos copiado, es tan hermoso, tan sugestivo, tan propio de nuestra condición humana, que no conviene desvirtuarlo con comentarios.

Leámoslo muchas veces y pongámonos en la piel del Apóstol.

El santo verdadero, hombre/mujer, es siempre de carne y hueso; y si eso no se nota en la biografía de cada uno es que la hemos tergiversado. Pablo se nos presenta, ante todo espiritualmente, tal cual es: discípulo de Cristo, incondicional en su seguimiento, dispuesto a cualquier sacrificio por el Evangelio que se le ha confiado.

Pero, afortunadamente, es hombre y siente su propia debilidad en el reclamo de la carne, de las pasiones, de los honores, que pide satisfacciones. Eso no es innoble sino más bien signo de nobleza: hay que saber y querer triunfar desde la debilidad.

¿Cómo se alcanza esa meta?  Contando con la propia voluntad positiva y con el río de gracia que el señor nos envía. No hay más caminos de éxito.

Sepamos cada uno interpretar el tiempo presente.

¿Por qué será, sugiere Jesús,  que personas bien adiestradas en el conocimiento de las tierras, vientos, nubes, leyes, aconteceres de interés más o menos material,  no se muestran también expertas en discernir los signos del tiempo presente, que es tiempo de Cristo y del Espíritu?

Nos encontramos ante el misterio de Dios, de la Libertad y del Hombre. Sólo quien vive abierto al Espíritu percibe su voz, su llamada, su presencia. Por eso hay que estar alerta siempre y en disposición de convertirse a la Verdad.

Nuestro tiempo es único, el que nos ha tocado en suerte, y en él hemos de fructificar espiritual, cultural, socialmente.


3-8. 2003

LECTURAS: ROM 7, 18-25; SAL 118; LC 12, 54-59

Rom. 7, 18-25. Por pura gracia de Dios hemos sido perdonados por la muerte de Cristo, y justificados por su gloriosa Resurrección. Así hemos sido liberados de la esclavitud del pecado y de la muerte. Sin embargo no podemos negar que el pecado y la muerte siguen presentes en nuestro mundo. ¿Acaso nosotros mismos no tenemos la experiencia del pecado? ¿Acaso no hemos sufrido las consecuencias del pecado en una múltiple manifestación de signos de muerte? Ya el Señor había manifestado en tiempos pasados: El corazón del hombre está inclinado al mal desde muy temprana edad. Nuestro cuerpo, dominado muchas veces por la ley del pecado, hace que realicemos el mal que no queremos y evitemos el mal que deseamos. Pero, puesto que el cuerpo no es algo distinto a nosotros, por eso somos responsables de nuestros pecados y maldades. ¿Acaso podremos nosotros liberarnos de nuestras malas inclinaciones y dejar de pecar? Gracias a Dios, y no a nosotros mismos, la Redención de Cristo alcanza a nuestro cuerpo, esclavo de la muerte, y lo libera de esa esclavitud. Así, más que volver a aquella inocencia del paraíso terrenal, entramos en la perfección del mismo Hijo de Dios con el corazón inclinado al bien, dispuestos en todo a obedecer y a hacer la voluntad de Dios. Creamos realmente en Dios y dejemos que su Vida invada todo nuestro ser, y que su Espíritu nos guíe, libres de todo mal y de toda inclinación al pecado, hasta la posesión definitiva de la Vida eterna.

Sal. 118. La Ley del Señor es perfecta y reconforta el alma. Dios no nos dio en la Ley una trampa para que pecáramos y nos condenáramos. Quien ama al Señor cumple con amor sus mandamientos. Así, la Ley nos conduce hacia Dios para que, uniéndonos a Él, en Él tengamos la salvación. En el corazón del creyente, que es fiel a la voluntad del Señor, habita la Trinidad Santísima, pues lo ve como al Hijo amado en quien el Padre se complace. Que Dios nos conceda vivir intensamente, de un modo especial, el precepto del amor, en el que se resumen la Ley y los profetas.

Lc. 12, 54-59. Si conociendo las Escrituras percibimos que en Jesús se están cumpliendo lo que del Mesías anunció Dios por medio de la Ley y los Profetas, ¿Habrá razón para rechazarlo? ¿Habrá razón para seguir esperando otro Mesías? Nosotros decimos creer en Él, ¿Somos sinceros en nuestra fe? o ¿Actuamos con hipocresía de tal forma que, a pesar de nuestros rezos, vivimos como si no conociéramos a Dios y a su Hijo, enviado a nosotros como Salvador? No podemos llamarnos realmente hombres de fe en Cristo cuando, según nosotros, vivimos en paz con el Señor, pero vivimos como enemigos con nuestro prójimo. Si al final llegamos ante el Señor divididos por discordias y egoísmos, en lugar de Vida encontraremos muerte; en lugar de una vida libre de toda atadura de pecado y de muerte, estaremos encarcelados y sin esperanzas de la salvación, que Dios concede a quienes aman a su prójimo como Cristo nos ha amado a nosotros.

En esta Eucaristía el Señor nos reúne para hacernos partícipes de su perdón y de su paz; para hacernos partícipes de su vida y de su amor. Él se convierte en fortaleza nuestra para que el pecado no vuelva a dominarnos. Viviendo en comunión de vida con Él, su victoria será eficaz en nosotros; entonces nos convertiremos en una continua alabanza del Nombre de Dios y en un signo real y concreto del amor para nuestro prójimo. Por eso la participación en la Eucaristía es un compromiso de fidelidad al Señor que nos libra de la esclavitud de la muerte y nos hace caminar a impulsos no ya de nuestras inclinaciones pecaminosas, sino a impulsos de la Vida de Dios y de su Espíritu en nosotros. Abramos, pues, nuestro corazón y todo nuestro ser, a la comunicación de la Gracia que el Señor nos ofrece.

Vayamos a nuestra vida diaria con el corazón renovado y la mirada limpia; vayamos con un corazón capaz de amar a nuestro prójimo y de hacerle el bien. Seamos un signo de Cristo en nuestro mundo. Que todos alcancen a percibir que la Salvación, que Dios ofrece a la humanidad, se ha cumplido en nosotros. No vivamos pecando, no vivamos destruyéndonos, no vivamos divididos. Quien vive esclavo del pecado, aun cuando con los labios confiese a Jesús como Señor, con sus obras estará denigrando su Santo Nombre. Seamos, pues, constructores de un mundo más fraterno, más libre de signos de muerte. Entonces, realmente, podremos decir que el Reino de Dios no sólo se ha acercado a nosotros, sino que ya está dentro de nosotros.

Que Dios nuestro Padre nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, vivir en fidelidad a su Voluntad; de tal forma que por medio de la eficacia de su Palabra y la acción del Espíritu Santo en nosotros, seamos, ya desde ahora, santos como Dios es Santo. Entonces la Iglesia será en el mundo un signo creíble de Cristo, el cual, por medio de ella, conducirá a todos los hombres a la eterna Salvación. Amén.

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3-9. Los signos de los tiempos

Desde siempre los hombres se han interesado por el tiempo y por el clima, especialmente los agricultores y los marinos, para tener un pronóstico en razón de sus tareas. En el Evangelio de la Misa (Lucas 12, 54-59), Jesús advierte a los hombres que saben prever el clima, pero no saben discernir las señales abundantes y claras que Dios envía para que conozcan que ha llegado el Mesías. El Señor sigue pasando cerca de nuestra vida, con suficientes referencias, y cabe el peligro de que en alguna ocasión no lo reconozcamos. Se hace presente en la enfermedad o en la tribulación, en las personas con las que trabajamos o en las que forman nuestra familia, en las buenas noticias esperando que le demos las gracias. Nuestra vida sería bien distinta si fuéramos más conscientes de la presencia divina y desaparecería la rutina, el malhumor, las penas y las tristezas porque viviríamos más confiados de la Providencia divina.

La fe se hace más penetrante cuanto mejores son las disposiciones de la voluntad. Cuando no se está dispuesto a cortar con una mala situación, cuando no se busca con rectitud de intención sólo la gloria de Dios, la conciencia se puede oscurecer y quedarse sin luz para entender incluso lo que parece evidente. Si la voluntad no se orienta a Dios, la inteligencia encontrará muchas dificultades en el camino de la fe, de la obediencia o de la entrega al Señor (J. PIEPER, La fe, hoy). La limpieza de corazón, la humildad y la rectitud de intención son importantes para ver a Jesús que nos visita con frecuencia. Rectifiquemos muchas veces la intención: ¡para Dios toda la gloria!

Todos vamos por el camino de la vida hacia el juicio. Aprovechemos ahora para olvidar agravios y rencores, por pequeños que sean, mientras queda algo de trayecto por recorrer. Descubramos los signos que nos señalan la presencia de Dios en nuestra vida. Luego, cuando llegue la hora del juicio, será ya demasiado tarde para poner remedio. Este es el tiempo oportuno de rectificar, de merecer, de amar, de reparar, de pagar deudas de gratitud, de perdón, incluso de justicia. A la vez, hemos de ayudar a otros que nos acompañan en el camino de la vida a interpretar esas huellas que señalan el paso del Señor cerca de su familia, de su trabajo... Hemos de saber descubrir a Jesús, Señor de la historia, presente en el mundo, en medio de los grandes acontecimientos de la humanidad, y en los pequeños sucesos de los días sin relieve. Entonces sabremos darlo a conocer a los demás.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-10. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Ef 1,11-14 Ya esperábamos en Cristo, y también vosotros habéis sido marcados con el Espíritu Santo
Salmo responsorial: 32, 1-2. 4-5. 12-13 Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Lc 12 1-7: Cuidado con la levadura de los fariseos.

Ante una aglomeración de gente como nunca, Jesús va a denunciar la levadura-enseñanza de los fariseos. La acción de la levadura consiste en reblandecer en poco tiempo una masa de harina fresca. Este proceso se convirtió en imagen de un influjo que se extiende a todo, especialmente en sentido negativo. Cuando los israelitas salieron de Egipto, no pudieron hacer fermentar la masa por falta de tiempo (Ex 12,39). En memoria de este hecho, cuando se celebraba la fiesta de los panes ázimos en la que recordaban la salida apresurada de Egipto, no se debía guardar levadura alguna en la casa. Ese puñado de levadura era considerado como impuro; había que tirar la levadura antigua para favorecer un nuevo comienzo, en armonía con la voluntad de Dios. San Pablo se refiere a la levadura en este sentido negativo cuando dice a los cristianos de Corinto: “Haced buena limpieza de la levadura del pasado para ser una masa nueva, conforme a lo que sois: panes sin levadura. Porque Cristo, nuestro cordero pascual, ya fue inmolado; ahora a celebrar la fiesta, pero no con levadura del pasado, no con maldad y perversidad, sino con panes sin levadura, que son candor y autenticidad” (1 Cor 5,6-8). Lucas identifica la levadura de los fariseos con su hipocresía, con la incoherencia que hay en sus vidas entre el decir y el hacer, confundiendo lo esencial con lo accidental o secundario. Ellos fingen un conocimiento, una bondad o virtud que no tienen. Se hacen pasar por buenos, pero son malos. Esta hipocresía, en boca de Jesús, será desenmascarada un día. Los cristianos no deben perder la confianza. Como lo demuestra la experiencia, todo acaba sabiéndose. Por ello los cristianos tienen que ser nítidos y transparentes, sin dar lugar al menor resquicio de hipocresía, al anunciar el mensaje. No se deben dejar intimidar por las amenazas, proclamando lo que creen, ni amedrentarse al anunciar el evangelio temiendo a los que pueden matar el cuerpo. Dios saldrá siempre a su defensa. ¿Tenemos nosotros ese convencimiento interior fuerte? ¿O andamos todavía aliados con el miedo que amordaza al creyente y le impide anunciar con decisión y claridad el evangelio? Miedo y seguimiento de Jesús están reñidos. Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?


3-11. servicio bíblico latinoamericano 2004

Ef 4, 1-6 Un solo cuerpo, un Señor, una fe, un bautismo
Salmo responsorial: 23, 1-2. 3-4ab. 5-6 Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor.
Lc 12, 54-59: ¿Cómo es que no saben interpretar el momento presente?

Interpretar el momento presente, a veces, no resulta fácil. Jesús invita a las multitudes a la práctica del discernimiento para saber lo que es conveniente hacer y lo que no en cada momento. La gente esperaba de Dios el envío de un mesías de poder, un mesías político que, por la fuerza, los liberase de la dominación romana y de los aprietos económicos. Pero Jesús –el Mesías de Dios- no está de acuerdo con esto y tacha a la gente de “hipócritas”, como lo había hecho con los fariseos. No es por el poder, la fuerza y la dominación de unos sobre otros por donde se alumbrará una nueva sociedad. No. Será más bien por el diálogo, el consenso, el acuerdo con el otro por el que se saldrá airoso de la situación presente. Con el contrincante en un pleito es mejor hacer las paces que declararle la guerra. Así eliminas todo lo que te enemista con él, dejas de considerarlo enemigo y lo abres a él también a la vía del amor, del diálogo y del consenso. Si no se adopta ese método, uno mismo, en lugar de probar la libertad, tendrá que soportar las cadenas (cuando vas con tu contrincante a ver al magistrado, haz lo posible por librarte de él mientras van de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel).

El momento presente es tiempo de enmienda y de cambio; hay que provocar un cambio fuerte de mente que nos lleve a practicar la unión y no la división, el reparto y no el acaparamiento, el servició y no la sumisión, la liberación y no la esclavitud. Y este cambio en profundidad no puede hacerse sin un amor que, como decía Pablo, “es paciente, afable, no tiene envidia, no se jacta ni se engríe, no es grosero ni busca lo suyo, no se exaspera ni lleva cuentas del mal, no simpatiza con la injusticia, sino con la verdad, disculpa siempre, se fía siempre, espera siempre, aguanta siempre” (1 Cor 13,4-7). Quien va por este camino sabe ya discernir el momento presente y está anticipando un futuro mejor para sí y para los demás.


3-12. Viernes 22 de Octubre de 2004

Temas de las lecturas: Un solo cuerpo, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo

* Si saben interpretar el aspecto que tienen el cielo y la tierra, ¿por qué no interpretan entonces los signos del tiempo presente? .

1. El Camino Hacia la Unidad
1.1 La primera lectura, de la Carta a los Efesios, nos recuerda que, si bien es cierto que Cristo ya derribó el muro de división entre judíos y gentiles, nuevos muros están siempre pronto s a levantarse y por ello la unidad es siempre don y siempre tarea.

1.2 De modo hermoso el documento conciliar Unitatis Redintegratio hace un balance esperanzador del camino hacia la unidad visible de los cristianos. Hoy es oportuno recordar algunas de aquellas palabras, tomadas de su n. 1: "El Señor de los tiempos, que prosigue sabia y pacientemente el plan de su gracia para con nosotros pecadores, últimamente ha comenzado a infundir con mayor abundancia en los cristianos separados entre sí el arrepentimiento y el deseo de la unión. Muchísimos hombres, en todo el mundo, han sido movidos por esta gracia y también entre nuestros hermanos separados ha surgido un movimiento cada día más amplio, con ayuda de la gracia del Espíritu Santo, para restaurar la unidad de los cristianos. Participan en este movimiento de unidad, llamado ecuménico, los que invocan al Dios Trino y confiesan a Jesús como Señor y Salvador; y no sólo individualmente, sino también reunidos en grupos, en los que han oído el Evangelio y a los que consideran como su Iglesia y de Dios. No obstante, casi todos, aunque de manera diferente, aspiran a una Iglesia de Dios única y visible, que sea verdaderamente universal y enviada a todo el mundo, a fin de que el mundo se convierta al Evangelio y así se salve para gloria de Dios."

1.3 En tono semejante nos enseñan también las palabras del Papa Juan Pablo II cuando destaca la importancia de mantener abiertas las puertas del diálogo: "En el ámbito del movimiento ecuménico, el diálogo teológico es el modo apropiado de afrontar juntos las cuestiones por las cuales los cristianos han estado divididos, y de construir juntos la unidad a la que Cristo llama a sus discípulos (cf. Jn 17, 21). En este diálogo aclaramos nuestras posiciones respectivas y examinamos las razones de nuestras diferencias. Así, nuestro diálogo se convierte en un examen de conciencia, una llamada a la conversión, en la que ambos interlocutores examinan en presencia de Dios su responsabilidad con el fin de hacer todo lo posible para superar los conflictos del pasado. El Espíritu nos infunde el deseo de confesar juntos que hay "un solo cuerpo y un solo Espíritu, (...) un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Un solo Dios, Padre de todos, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo inva de todo" (Ef 4, 4-6). Sentimos esto como un deber, como algo que debe hacerse para que "el mundo crea" (Jn 17, 21). Por esta razón, el compromiso de la Iglesia católica en favor del diálogo ecuménico es irrevocable" (Alocución a la Comisión Mixta Internacional de Diálogo entre la Iglesia Católica y la Alianza Mundial de Iglesias Reformadas, Lunes 18 de septiembre de 2000).

1.4 Ya en tono de profeta había escrito en el n. 102 de su Encíclica sobre el Ecumenismo, Ut Unum Sint: "La fuerza del Espíritu de Dios hace crecer y edifica la Iglesia a través de los siglos. Dirigiendo la mirada al nuevo milenio, la Iglesia pide al Espíritu la gracia de reforzar su propia unidad y de hacerla crecer hacia la plena comunión con los demás cristianos. ¿Cómo alcanzarlo? En primer lugar con la oración. La oración debería siempre asumir aquella inquietud que es anhelo de unidad, y por tanto una de las formas necesarias del amor que tenemos por Cristo y por el Padre, rico en misericordia. La oración debe tener prioridad en este camino que emprendemos con los demás cristianos hacia el nuevo milenio. […] ¿Cómo alcanzarlo? Con la esperanza en el Espíritu, que sabe alejar de nosotros los espectros del pasado y los recuerdos dolorosos de la separación; El nos concede lucidez, fuerza y valor para dar los pasos necesarios, de modo que nuestro empeño sea cada vez más auténtico. Si nos preguntáramos si todo esto es posible la respuesta seria siempre: sí. La misma respuesta escuchada por María de Nazareth, porque para Dios nada hay imposible."

2. Los Signos de los Tiempos
2.1 Las palabras acres del Señor en el evangelio de hoy nos apremian a descubrir los "signos de los tiempos". Es una exhortación que nos envía a leer la vida, es decir, a no limitarnos a "escribir" cada día una página de ese libro que es vivir: antes de escribir, ¿por qué no leer un poco?

2.2 Kant dijo que el mundo, básicamente gracias a la Ilustración, había llegado a su mayoría de edad. Parece que Jesucristo se le adelantó unos siglos. La pregunta de Jesús en el texto de hoy nos llama a madurez, a edad adulta: "¿Por qué, pues, no juzgan por ustedes mismos lo que les conviene hacer ahora?".

2.3 Hay en esto una apelación a la propia conciencia, pero no sólo a ella. Bernard Lonergan, eminente teólogo de la segunda mitad del siglo XX, hablaba de los cuatro preceptos trascendentales, y creo que cabe citarlos aquí, como un modo de disponernos a leer la vida. En ellos se trata básicamente de la decisión de hacerse más atento, más inteligente, más razonable, más responsable. Es decir: despertar y enriquecer nuestra atención, inteligencia, razón y responsabilidad.


3-13.

Comentario: Rev. D. Frederic Ràfols i Vidal (Barcelona, España)

«¿Cómo no exploráis este tiempo? ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?»

Hoy, Jesús quiere que levantemos nuestra mirada hacia el cielo. Esta mañana, después de tres días de lluvia persistente, el cielo ha aparecido luminoso y claro en uno de los días más espléndidos de este otoño. Vamos entendiendo en el tema de cambios de tiempo, ya que ahora los meteorólogos son casi como de la familia. En cambio, nos cuesta más entender en qué tiempo estamos o vivimos: «Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo?» (Lc 12,56). Muchos de los que escuchaban a Jesús dejaron perder una ocasión única en la historia de toda la Humanidad. No vieron en Jesús al Hijo de Dios. No captaron el tiempo, la hora de la salvación.

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Gaudium et Spes (n. 4), actualiza el Evangelio de hoy: «Pesa sobre la Iglesia el deber permanente de escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio (…). Es necesario, por tanto, conocer y comprender el mundo en que vivimos y sus esperanzas, sus aspiraciones, su modo de ser, frecuentemente dramático».

Cuando observamos la historia, no nos cuesta mucho señalar las ocasiones perdidas por la Iglesia por no haber descubierto el momento entonces vivido. Pero, Señor: ¿cuántas ocasiones no habremos perdido ahora por no descubrir los signos de los tiempos o, lo que es lo mismo, por no vivir e iluminar la problemática actual con la luz del Evangelio? «¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?» (Lc 12,57), nos vuelve a recordar hoy Jesús.

No vivimos en un mundo de maldad, aunque también haya bastante. Dios no ha abandonado su mundo. Como recordaba san Juan de la Cruz, habitamos en una tierra en la que anduvo el mismo Dios y que Él llenó de hermosura. La beata Teresa de Calcuta captó los signos de los tiempos, y el tiempo, nuestro tiempo, ha entendido a la beata Teresa de Calcuta. Que ella nos estimule. No dejemos de mirar hacia lo alto sin perder de vista la tierra.


3-14. DOMINICOS 2004

Un Señor, Una fe, Un bautismo

Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes.
El la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos.
¿Quién puede subir al monte del Señor?...
El hombre de manos inocentes y puro corazón que no confía en los ídolos...
A éste le hará justicia el Dios de salvación (Salmo 23).

En la liturgia de hoy se nos encarece la necesidad de vivir intensamente la vocación a que hemos sido llamados: la vocación de hijos de Dios, en unidad de Espíritu, de amor, de fe, de compromiso fiel.

A esa luz, tenemos que saber interpretar en su justo valor “el tiempo presente”, no sea que nos sorprenda la voz del Señor que nos convoca en la hora final.

En la liturgia de hoy hagamos una oración especial por el Papa Juan Pablo II cuyo 27º aniversario del comienzo de su pontificado celebramos.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Carta de san Pablo a los efesios 4, 1-6:
Hermanos: Yo, el prisionero por Cristo, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos. Sobrellevaos mutuamente con amor. Esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre todo, que los trasciende todo y lo penetra todo, y lo invade todo.

Evangelio según san Lucas 12, 54-59:
“En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: Cuando veis subir una nube por el poniente, ¿no decís en seguida: ‘chaparrón tenemos”? Cuando sopla el sur, ¿no decís “Va a hacer bochorno?

¡Hipócritas! Si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo es que no sabéis interpretar el tiempo presente ¿Cómo es que no sabéis vosotros mismos lo que se debe hacer?...”


Reflexión para este día
Correspondencia entre la llamada de Dios y nuestra respuesta.
Hoy Pablo, prisionero, probablemente en Roma, escribe a los fieles de Éfeso y de otras comunidades, y les encarece la fidelidad a la vocación de hijos a que han sido llamados.

Es secundario describir en qué ámbito haya de desarrrollarse esa vocación; lo importante es la fidelidad en su realización, nuestra respuesta como padres, hermanos, administradores, políticos o sacerdotes....

Entre el plan amoroso de Dios -con sus dones e invitación a vivir la vocación en el amor- y nuestra respuesta fiel, debe haber sintonía perfecta. Pero eso no se da, no se logra fácilmente. Para sintonizar con lo divino en la vida humana hace falta apertura de espíritu y ejercicio de virtudes, percibir lo que Dios nos pide y exige, y mantenerse en comunicación alegre y generosa, arraigada en humildad, amabilidad, paciencia, abnegación.

Pidamos al Señor un alma grande y tratemos de alcanzarla con el noble cumplimiento de nuestro deber, día a día, sintiéndonos hijos y hermanos.


3-15. Viernes, 22 de octubre del 2004

Hay un solo Cuerpo, un solo Señor,
una sola fe, un solo bautismo

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 4, 1-6

Hermanos:

Yo, que estoy preso por el Señor, los exhorto a comportarse de una manera digna de la vocación que han recibido. Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor. Traten de conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz.

Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 23, 1-4b. 5-6

R. ¡Benditos los que buscan tu rostro, Señor!

Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella,
el mundo y todos sus habitantes,
porque Él la fundó sobre los mares,
Él la afirmó sobre las corrientes del océano. R.

¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor
y permanecer en su recinto sagrado?
El que tiene las manos limpias y puro el corazón;
el que no rinde culto a los ídolos ni jura falsamente. R.

Él recibirá la bendición del Señor,
la recompensa de Dios, su Salvador.
Así son los que buscan al Señor,
los que buscan tu rostro, Dios de Jacob. R.

EVANGELIO

Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo,
¿cómo no saben discernir el tiempo presente?

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 12, 4-59

Jesús dijo a la multitud:

Cuando ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen en seguida que va a llover, y así sucede. y cuando sopla viento del sur, dicen que hará calor, y así sucede.

¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente?

¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo? Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y éste te ponga en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.

Palabra del Señor.

Reflexión:

Ef. 4, 1-6. El Señor nos ha llamado a vivir unidos a Cristo; hechos uno con Él y en Él, no podemos generar divisiones entre nosotros mismos. Esa unidad es fruto de la presencia del mismo Espíritu en nosotros, que hemos de ser humildes, siempre puestos al servicio del bien que hemos de hacer a los demás; además hemos de ser amables y comprensivos unos con otros. El Señor nos invita a vivir como hermanos en torno a nuestro único Dios y Padre, que reina sobre todos, de tal forma que nadie es más importante para los demás, pues, aun cuando algunos sean considerados importantes conforme a los criterios de este mundo, ante Dios todos somos sus hijos y nadie tiene una importancia superior a los demás. Él actúa a través de todos; nadie puede apropiarse de modo exclusivo la obra de salvación de Dios, pues cada uno colabora, en y desde la Iglesia conforme a la Gracia que a cada uno se le ha concedido para el bien de todos. Nuestro Dios y Padre vive en todos. Él ha hecho su morada en nosotros y, a pesar de nuestras fragilidades y miserias Él permanece fiel y no retira su gracia de nosotros; y esa gracia no es sólo su ayuda, sino su presencia en nosotros. Por eso hemos de vivir en oración y vigilantes, de tal forma que no perdamos el Don de Dios; y para que, reconociéndonos pecadores, vivamos en una continua conversión que nos haga cada vez más dignos hijos de Dios y mejores hermanos entre nosotros.

Sal. 24 (23). Dios es el Creador de todo. Y aun cuando la tierra se vio por un tiempo sometida al poder del mal, ahora ha sido liberada de ese poder gracias a Cristo Jesús. Por eso ya no nos pertenecemos ni siquiera a nosotros mismos, sino a Aquel que murió y resucitó por nosotros. El Señor nos llama a vivir no en la impureza, sino en la santidad. Entonces seremos dignos de entrar en su Recinto Santo unidos al Hijo de Dios, pues seremos copartícipes de su misma herencia. Acudamos con gran fe al Señor y pidámosle que nos conceda su Gracia y su Espíritu, de tal forma que en adelante vivamos ya no tras las obras de la maldad y del pecado, sino con la dignidad de hijos de Dios. Busquemos al Señor no sólo para recibir sus dones, sino para escuchar su Palabra y ponerla en práctica. Entonces Dios hará su morada en nosotros y nos llevará sanos y salvos a su Reino Celestial.

Lc. 12, 54-59. Hay muchos esfuerzos que llevan a lograr grandes descubrimientos para bien de la humanidad. Apenas se vislumbra un poco de luz y no se descansa hasta lograr la luz meridiana que disipe enfermedades y problemas. Se siguen las señales que marcan el camino hacia las más altas conquistas. ¿Seguimos las señales que nos conducen hacia nuestra plena realización en Cristo, como hijos de Dios? Nuestros esfuerzos no pueden quedarse en el intento de querer construir sólo un paraíso terrenal. ¡Qué bueno que construyamos la ciudad terrena y que todos podamos disfrutar de una vida temporal cada vez más digna y libre de todo aquello que nos hace vivir encadenados al dolor y al sufrimiento! Sin embargo, sin pretender querer ponernos como aguafiestas, no podemos negar que llegará el momento en que se cumpla el ciclo de vida que nos correspondió vivir. Ojalá y hayamos aportado lo mejor de nosotros para el buen desarrollo de la vida, y ojalá y nosotros mismos hayamos disfrutado del fruto de nuestros esfuerzos. Pero no todo termina con la muerte. Más allá está la eternidad junto a Dios en una vida de plenitud en Él. Caminar hacia esa vida nos pone en camino no sólo junto a Cristo, sino en Cristo, Cabeza de nosotros, que somos su Cuerpo o Iglesia. Además de nuestras labores diarias vivimos abiertos hacia el prójimo en un verdadero y sincero amor fraterno, de tal forma que nos convertimos para él en un signo concreto de Cristo que hoy sigue preocupándose de aquellos que viven esclavos de la injusticia para liberarlos, o esclavos del pecado y de la muerte para devolverles su dignidad de hijos de Dios y su dimensión de eternidad. Por eso el campo en que se desenvuelve nuestra vida no puede ser sólo el campo de lo temporal y pasajero, sino el campo de la salvación y de la eternidad.

Dios nos ha llamado a la fe en Cristo Jesús, para que, unidos a Él, sea nuestra la salvación eterna. Pero no podemos vivir desligados de nuestros compromisos temporales. Somos hombres de fe, con la mirada puesta en el horizonte, donde Cristo nos espera; pero con los pies puestos en la vida diaria, donde vivimos como hombres de fe, dándole su verdadero sentido y dimensión a lo temporal. Y mientras vamos como peregrinos hacia la Patria eterna, el Señor se hace presente entre nosotros con todo el poder de su Misterio Pascual, que hoy se hace Memorial para nosotros. El Señor realmente permanece con nosotros todos los días, hasta el final del tiempo. Su obra salvadora es nuestra en este día y el Señor hoy nos da el signo más grande de su amor por nosotros: su muerte que nos libera del pecado, y su resurrección mediante la cual tenemos vida nueva. Así quedamos fortalecidos y hechos hijos de Dios. Y Él derrama sobre nosotros su Espíritu Santo para que quedemos capacitados para continuar su obra salvadora en el mundo. Este es el sentido de nuestra comunión con Cristo que, de un modo misterioso y arcano, se hace realidad en nosotros mediante nuestra participación en esta Eucaristía.

La Iglesia de Cristo nos quiere como un signo de su amor hasta el extremo para la humanidad de todos los tiempos y lugares. Debemos vivir unidos como hermanos, pues mientras surjan divisiones entre nosotros no podremos ser un signo creíble del amor de Dios en el mundo. Por eso hemos de buscar estar en paz unos con otros y no pasar la vida viviendo como enemigos que aparentan vivir en Cristo, pero que en realidad están muy lejos de la unión de todos en Él. ¿Quién de nosotros puede decir que no tiene pecado? Si todos necesitamos la comprensión y el amor de Dios, seamos también comprensivos unos con otros, y trabajemos por ir superando todo aquello que ha opacado el Rostro amoroso de Dios entre nosotros. Seamos una Iglesia humilde, es decir, puesta al servicio de los demás. No busquemos honores, sino sólo el saber entregar a Cristo, su Evangelio, su Salvación al mundo entero en aquellos acontecimientos, culturas y ambientes en que se desarrolla la vida de las personas. A nosotros corresponde ser levadura que le dé sentido de salvación y de eternidad a lo que es la vida común de aquellos con quienes convivimos. Por eso vivimos con gran amor y con un fuerte sentido de ser portadores de Cristo para la humanidad entera. ¿Será realidad no sólo en nuestra mente, sino en nuestras obras y actitudes que nuestra vida misma es un signo de Cristo capaz de ser leído por los demás?

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber transparentar ante el mundo la presencia salvadora de Cristo. Amén.

Homiliacatolica.com


3-16. Signos de los tiempos

Autor: Misal Meditaciones

Reflexión

Cuando se levanta una nube en el occidente va a llover, cuando sopla del sur va a hacer bochorno... cuando Cristo se pasa la vida diciéndonos que Dios nos ama y que nos tenemos que preparar para acoger su amor y ser felices para toda la eternidad, significa que algo grande nos espera allá en el cielo y que merece la pena hacer cuanto sea posible para que el mayor número de almas pueda gozar de ello.

Cristo quiere que exploremos el tiempo, y el tiempo para Él consiste en que con su venida hemos llegado a la plenitud: «la plenitud de los tiempos». Es una plenitud real, no imaginaria, que no hay que confundir con el fin del mundo, sino con la manifestación más clara y plena del amor de Dios por los hombres. El primer acto de amor de Dios al hombre ha sido la creación. Le hizo pasar de la nada a la existencia. Luego se le reveló para que supiera que lejos de estar solo se encontraba bajo la protección de un Dios omnipotente. Ahora, con la plenitud de los tiempos se hace uno de nosotros y muere como sacrificio de expiación. Pero no sólo esto, sino que después de resucitado Cristo no se va al cielo y nos espera. No soporta la idea de dejarnos solos y nos envía al Espíritu Santo para que nos ayude en el camino hacia el cielo. Pero su amor es tan grande que no se conforma y se queda aquí, en el sagrario de cada iglesia, con el único fin de estar.

¿Puede el hombre pedir algo más? Lo inteligente en el hombre es atisbar el tiempo y saber decir cada día «gracias, Dios, por tu amor tan presente y cercano». Hoy es un buen día para contemplar sin más el amor de Dios. A lo largo de nuestra vida, de nuestra lucha por ser cristianos siempre luchamos buscando un fin, el fin particular de obtener una virtud o de extraer un defecto, o el fin general de ir al cielo. Pues Bien, la Vida Interior de Dios, que es La Santísima Trinidad, nos ama sin ningún fin, no persigue nada, ni busca nada, ni se dirige a nada, ama sin más.


3-17. 22 de Octubre 2004

167. Los signos de los tiempos

Viernes de la Vigésima Novena Semana del Tiempo Ordinario

I. Desde siempre los hombres se han interesado por el tiempo y por el clima, especialmente los agricultores y los marinos, para tener un pronóstico en razón de sus tareas. En el Evangelio de la Misa (Lucas 12, 54-59), Jesús advierte a los hombres que saben prever el clima, pero no saben discernir las señales abundantes y claras que Dios envía para que conozcan que ha llegado el Mesías. El Señor sigue pasando cerca de nuestra vida, con suficientes referencias, y cabe el peligro de que en alguna ocasión no lo reconozcamos. Se hace presente en la enfermedad o en la tribulación, en las personas con las que trabajamos o en las que forman nuestra familia, en las buenas noticias esperando que le demos las gracias. Nuestra vida sería bien distinta si fuéramos más conscientes de la presencia divina y desaparecería la rutina, el malhumor, las penas y las tristezas porque viviríamos más confiados de la Providencia divina.

II. La fe se hace más penetrante cuanto mejores son las disposiciones de la voluntad. Cuando no se está dispuesto a cortar con una mala situación, cuando no se busca con rectitud de intención sólo la gloria de Dios, la conciencia se puede oscurecer y quedarse sin luz para entender incluso lo que parece evidente. Si la voluntad no se orienta a Dios, la inteligencia encontrará muchas dificultades en el camino de la fe, de la obediencia o de la entrega al Señor (J. PIEPER, La fe, hoy). La limpieza de corazón, la humildad y la rectitud de intención son importantes para ver a Jesús que nos visita con frecuencia. Rectifiquemos muchas veces la intención: ¡para Dios toda la gloria!

III. Todos vamos por el camino de la vida hacia el juicio. Aprovechemos ahora para olvidar agravios y rencores, por pequeños que sean, mientras queda algo de trayecto por recorrer. Descubramos los signos que nos señalan la presencia de Dios en nuestra vida. Luego, cuando llegue la hora del juicio, será ya demasiado tarde para poner remedio. Este es el tiempo oportuno de rectificar, de merecer, de amar, de reparar, de pagar deudas de gratitud, de perdón, incluso de justicia. A la vez, hemos de ayudar a otros que nos acompañan en el camino de la vida a interpretar esas huellas que señalan el paso del Señor cerca de su familia, de su trabajo... Hemos de saber descubrir a Jesús, Señor de la historia, presente en el mundo, en medio de los grandes acontecimientos de la humanidad, y en los pequeños sucesos de los días sin relieve. Entonces sabremos darlo a conocer a los demás.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-18. 29ª Semana. Viernes 2004

Decía a las multitudes: «Cuando veis que sale una nube por el poniente, en seguida decís: "Va a llover", y así sucede. Y cuando sopla el sur decís: "Viene bochorno", y sucede. ¡Hipócritas! Sabéis interpretar el aspecto del cielo y de la tierra: entonces, ¿cómo es que no sabéis interpretar este tiempo? ¿Por qué no sabéis discernir por vosotros mismos lo que es justo?

Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura ponerte de acuerdo con él en el camino, no sea que te obligue a ir al juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último céntimo». (Lc 12, 54-59)

I. Jesús, te quejas de que la gente acepte signos más o menos indicativos sobre el tiempo atmosférico, y que, por el contrario, no quiera aceptar los evidentes signos del tiempo mesiánico que le proporcionas. ¿Cómo es que no sabéis interpretar este tiempo? Se han cumplido todas las profecías, has hecho milagros portentosos, ¿qué más puedes hacer?

Jesús, no es un problema sólo de conocimiento, sino sobre todo de voluntad. No te entienden porque no quieren entender, porque están tan aferrados a sus ideas que ya no saben discernir lo que es justo. No les llamas incultos, sino hipócritas, porque viven una doble vida: muestran una fachada llena de honradez y obediencia a Dios, y en su interior están llenos de egoísmo y soberbia.

Debemos considerar en todas las señales que fueron dadas tanto al nacer como al morir el Señor, cuánta debió ser la dureza de corazón de algunos judíos, que no llegaron a conocerle ni por el don de la profecía, ni por los milagros. Todos los elementos han dado testimonio de que ha venido su Autor. Porque, en cierto modo, los cielos le reconocieron como Dios, pues inmediatamente que nació lo manifestaron por medio de una estrella. El mar le reconoció sosteniéndole en sus olas; la tierra le conoció porque se estremeció al ocurrir su muerte; el sol le conoció ocultando a la hora de su muerte el resplandor de sus rayos; los peñascos y los muros le conocieron porque al tiempo de su muerte se rompieron; el infierno le reconoció restituyendo a los muertos que conservaba en su poder. Y al que habían reconocido como Dios todos los elementos insensibles, no le quisieron conocer los corazones de los judíos infieles y más duros que los mismos peñascos [123].

Jesús, ¿cómo es mi vida cristiana? ¿Me limito a cumplir exteriormente algunos mandatos y tradiciones religiosas, o realmente busco enamorarme de Ti y darme a los demás? Que no me ocurra lo de aquella gente; que sepa interpretar el sentido de los sacramentos y de la gracia; que sepa discernir lo que es justo y lo que es pecado, de modo que luche por evitar el mal y que, si alguna vez te ofendo, acuda prontamente a la confesión, sin excusarme, sin engañarme.

II. Me dices que tienes en tu pecho fuego y agua, frío y calor, pasioncillas y Dios ...: una vela encendida a San Miguel, y otra al diablo.

Tranquilízate: mientras quieras luchar no hay dos velas encendidas en tu pecho,
sino una, la del Arcángel [124].

Jesús, mi vida es como un camino que he de recorrer antes de llegar a mi destino eterno. Tú eres el juez que me juzgará en el último día y me darás el premio o el castigo que me merezca. Durante este caminar terreno, además de tu compañía, siento también cerca al demonio, el adversario de mi vida espiritual. Su voz agridulce me promete todo tipo de placeres si accedo a sus continuas insinuaciones.

Jesús, a veces me da la impresión de tener una vela encendida a San Miguel, y otra al diablo. No acabo de desprenderme de esas pasioncillas: vanidad, impureza, comodidad. Mientras voy de camino en esta tierra, quiero tener este «acuerdo» con mi adversario: luchar cada día por mejorar en mi vida interior, sin cansarme, sin darme por vencido.

Jesús, si de verdad lucho cada día, tratando de mejorar en algún punto concreto y dejándome ayudar en la dirección espiritual, al final del camino, cuando tengas que juzgarme, no tendré nada que temer. Y me premiarás con el premio de los escogidos, porque habré sabido amarte con obras y de verdad.

[123] San Gregorio, Homilía 10 sobre los Evangelios.
[124] Camino, 724.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-19.

Reflexión

Es increíble hasta donde puede llegar la ceguera del hombre. Para la gente que vivió en el tiempo de Jesús no eran suficientes todos los signos… los milagros, las cientos de curaciones que hizo, etc.. ¿Y qué decir de nosotros? Somos muy inteligentes para conocer hasta los más recónditos misterios de la ciencia, pero muchas veces nos pasa desapercibido el Dios del amor que día a día nos da muestras de su presencia entre nosotros y nos invita a vivir en él. Hoy se habla mucho de visiones, de catástrofes, de violencia, etc.. Es cierto, estos son “signos de los tiempos”; por lo tanto palabra de Dios. Es una palabra que nos hace ver que el pecado solo lleva a la destrucción, que la fe verdadera es creer como creyó Abraham, como creyó María: En la oscuridad. Debemos pues estar atentos: Dios nos habla… su palabra es, ha sido y será siempre: “Yo te amo”.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-20. CLARETIANOS 2004

¡Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor!

Queridos hermanos:

¿Cómo es este grupo que viene a la presencia del Señor?

La Palabra de Dios nos lo describe de un modo exhaustivo hoy. Veamos.

En una primera instancia en el Evangelio se le describe como algo” torpe”, incapaz de interpretar el tiempo presente, incapaz de juzgar lo que se debe hacer. ¡Qué descripción tan realista de lo que somos y de cómo nos sentimos ante un mundo en constante cambio y confusión!. Pero Dios no suscita jamás interrogantes para dejarlos sin respuesta. Él sí que sabe cuál es el rostro del grupo que viene a su presencia, del grupo que le invoca desde su pobreza e incapacidad, porque tiene la experiencia de que su Dios mira y se complace en la pequeñez de sus hijos, que inclina su oído y escucha sus palabras siempre. Un grupo que ha experimentado muchas veces cómo este Dios es un Dios que lo guarda como a las niñas de sus ojos y que sabe que la sombra de sus alas los protege en los momentos de peligro y de angustia (cf. antífona de Entrada de la Eucaristía)

Pablo también nos hace un retrato precioso de todo grupo que busca al Señor y que viene una y otra vez y siempre a su presencia. Creo que merece nuestra atención y nuestra más honda y comprometida meditación.

-Es un grupo que anda como pide la vocación a la que ha sido convocado.

-Un grupo cuyos miembros tratan de ser humildes y amables.

-Un grupo que constantemente se impulsan unos a otros a ser comprensivos y a sobrellevarse mutuamente con amor.

-Un grupo que se esfuerza en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la Paz. Que sabe vivamente que forman todos un solo cuerpo y un solo Espíritu porque son por el Bautismo hijos de un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo y lo penetra todo y lo invade todo.

La Eucaristía fue desde los comienzos la fuente y el signo más elocuente de la comunión y la unidad que estaban llamados a vivir los primeros cristianos. Los testimonios son numerosos y emocionantes. Me viene a la mente la frase de los mártires de Abitene (s. IV) que decía: ¡no podemos vivir sin la celebración de la Eucaristía! En todo tiempo, y especialmente en época de persecución, la Eucaristía ha sido el secreto de la vida de los cristianos: la comida de los testigos, el pan de la esperanza.

Eusebio de Cesare recuerda que los cristianos no dejaban de celebrar la Eucaristía ni siquiera en medio de las persecuciones: Cada lugar donde se sufría era para nosotros un sitio para celebrar… ya fuese en el campo, un desierto, un barco, una posada, una prisión… (Historia Eclesiástica VII). El martirologio del s. XX está lleno de narraciones conmovedoras de celebraciones clandestinas de la Eucaristía en campos de concentración. ¡Porque sin la Eucaristía no podemos vivir!

Jesús a través de su Cuerpo y de su Sangre nos ha hecho ser Iglesia: cuerpo eucarístico que nos hace cuerpo de Cristo. Sí, la Eucaristía nos hace uno en Cristo. Cirilo de Alejandría recuerda: Para fundirnos en unidad con Dios y entre nosotros, y para amalgamarnos unos con otros, el Hijo unigénito… inventó un medio maravilloso: por medio de un solo cuerpo, su propio cuerpo, él santifica a los fieles en la mística comunión, haciéndolos concorpóreos con él y entre ellos.

Somos una sola cosa: ese uno que se realiza en la participación en la Eucaristía. El Resucitado nos hace uno con Él y con el Padre en el Espíritu. En la unidad realizada por la Eucaristía y vivida en el amor recíproco, Cristo puede tomar en sus manos el destino de los hombres y llevarlos a su verdadera finalidad: un solo Padre y todos hermanos.

La Eucaristía es sacramento de unidad en la Iglesia, como lo proclama san Pablo: "Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1Cor 10,17). Cristo mismo, en la oración que elevó al Padre por sus discípulos, después de haber instituido la Eucaristía, expresa su anhelo de que todos sean uno y permanezcan en Él, como Él permanece en el Padre (cfr. Jn 17,20-23).

Los Hechos de los Apóstoles nos muestran la realización eficaz de una comunidad de vida y de sentimientos en torno a la fracción del pan (cfr. Hech 2,42-47). Es la unidad que simboliza y produce la Eucaristía.

Estamos llamados a dar al mundo el espectáculo de comunidades donde se tenga en común no sólo la fe, sino que se compartan verdaderamente gozos y penas, bienes y necesidades espirituales y materiales.

Pablo VI acuñó este estupendo programa: Hacer de la Eucaristía una escuela de profundidad espiritual y una tranquila pero comprometida palestra de sociología cristiana. (Insegnamenti di Paolo VI, VII. 1969)

Jesús, Pan de Vida, impulsa a trabajar para que no falte el pan que muchos necesitamos todavía: el pan de la justicia y de la paz, allá donde la guerra amenza y no se respetan los derechos del hombre, de la familia, de los pueblos; el pan de la verdadera libertad, allí donde no rige una justa libertad religiosa para profesar abiertamente la fe; el pan de la fraternidad donde no se reconoce y realiza el sentido de la comunión universal en la paz y en la concordia; el pan de la unidad entre los cristianos, aún divididos, en camino para compartir el mismo pan y el mismo cáliz. Lo cierto es que somos nosotros, es nuestra vida, la única Eucaristía de la que se alimenta el mundo tantas veces sediento, aún sin saberlo, de Dios.

Vuestra hermana en la fe,
Carolina Sánchez (carolinasasami@yahoo.es)