JUEVES DE LA SEMANA 29ª DEL TIEMPO ORDINARIO

1.- Rm 6, 19-23

1-1.

San Pablo tiene conciencia de no llegar a expresar totalmente lo que siente: «os hablo un lenguaje muy humano en atención a vuestra debilidad»... Ha empleado la imagen de la esclavitud para hablar de la «sumisión a Dios»... de la «docilidad a las inspiraciones del Espíritu». Pablo sabe muy bien que no es éste el lenguaje conveniente. Ningún lenguaje humano puede traducir perfectamente la relación del hombre con Dios. En la página que meditamos HOY, Pablo juega con la oposición entre «esclavo» y «libre». ¡EI cristiano es un hombre libre!

-En otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y llegasteis al desorden... Cuando erais esclavos del pecado, ¿qué frutos cosechasteis? Aquellas cosas que ahora os avergüenzan, pues su fin es la muerte.

Antes de su bautismo, los destinatarios de esta Carta habían vivido como paganos. Pablo apela a sus recuerdos.

¡Acordaos de vuestros pecados! ¿Erais verdaderamente dichosos? ¿Os avergonzáis de vosotros mismos evocando vuestros pecados?

La invitación de san Pablo es válida también para nosotros incluso si fuimos bautizados al nacer. Tenemos también la experiencia de esa «esclavitud». Debemos detenernos a reflexionar sobre nuestros pecados, a sentirlos como límites de nuestra libertad. No por morosidad, sino para desear tanto más la «liberación» que Cristo propone.

-Ahora pues, haced de vuestros miembros esclavos de la justicia para llegar a la santidad.

P/CONCIENCIA-DE: La experiencia del pecado no lleva a san Pablo hasta el pesimismo, es el medio pedagógico de conducir al pecador a la santidad. Nadie puede salir del pecado si se complace en él. Hay que sentir la «náusea» de esta mala vida para desear salir de ella.

JUSTO/QUE-ES-SER: «Someterse a la justicia» . A menudo podría traducirse ese término por el de precisión. Lo que es «justo» es lo que conviene exactamente, lo que es verdadero, lo que corresponde al ser. Una puerta que cierra exactamente, ni demasiado grande, ni demasiado pequeña. Un reloj de precisión, es el que da la hora exacta sin adelantar ni retrasar. Esta precisión -en francés justesse- es cualidad esencial del ser. Para un hombre, ser justo, es ser «verdaderamente un hombre», es corresponder exactamente a «la imagen que Dios tiene de él», siendo así que es Dios el que lo ha creado.

SANTIDAD/QUÉ-ES: «Llegar a la santidad». Es una especie de sinónimo: justicia=precisión= perfección=santidad.

El único que realiza esta perfección del hombre es Jesús: la perfecta realización del hombre, según Dios.

-Libres del pecado y esclavos de Dios fructificáis para la santidad; y el fin es la vida eterna.

Notemos la equivalencia establecida por san Pablo: esclavos de la justicia=esclavos de Dios.

Dios, el ser Justo por excelencia. Dios, el ser Perfecto.

Dios el ser Santo. Someterse a Dios es ser libre, porque es someterse a la perfección. «Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto». Señor, Tú lo sabes, la santidad da miedo a muchos hombres, porque al ver las «vidas de santos» la imaginan como excepcional. Y, sin embargo, Tú quieres que seamos santos, como Tú eres Santo.

Concédenos realizar modestamente, cotidianamente, el máximo de perfección. Tratar de hacer «lo mejor posible» las cosas más pequeñas.

-Porque el salario del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna, en Cristo Jesús. 

Pecado=esclavitud=muerte...

Justicia=libertad=vida=Dios...

San Pablo evita hablar de «salario» para la vida eterna, cuando uno lo expresaría en la frase: la vida eterna es un «don».

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 350 s.


2.- Ef 3, 14-21

2-1.

-Doblo mis rodillas ante el Padre, que es la fuente de toda paternidad. «Doblar las rodillas» para prosternarse: de ordinario los judíos oraban de pie o sentados... el gesto de postrarse -con todo el cuerpo inclinado hasta el suelo- ponía de relieve, según ellos, un profundo sentimiento de adoración. A los orientales, en sus templos o en sus mezquitas donde no hay sillas... les es grato siempre este gesto profundo para expresar una intensa adoración. Nos conviene hallar de nuevo unas expresiones corporales que expresen y faciliten la oración. «En casa» esto es siempre posible. «En público» en nuestra civilización nos es a menudo difícil singularizarnos.

«Dios fuente de toda paternidad en el cielo y en la tierra»: gracias, oh Padre de habernos hecho partícipes de tu propia alegría de ser «padre», de ser «madre».

En todo hombre, en toda mujer que ama y da la vida Dios está presente.

Y no es sólo una «delegación» de paternidad porque Dios «continúa» personalmente siendo el Padre de esos niños de los cuales somos el padre. Somos «padres» con El, o, más profundamente, le damos la misteriosa ocasión de tener otros seres a quienes amar. Esto es verdad para todos, casados o célibes.

-Que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior Potencia, fuerza. Dones divinos.

¡Haznos fuertes con tu fuerza, Señor!

«El hombre interior» es esta parte de nosotros mismos que está bajo la influencia del Espíritu... y que se renueva de día en día, aun cuando «el hombre exterior» vaya «decayendo» (II Corintios, 4-16) "En "mi interior" ciertamente me complazco en la Ley de Dios, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado" (Romanos, 7-22)

¡Oh Señor! Afianza en mí a «ese hombre», a ese hombre que ama, que es generoso y acogedor, a ese hombre casto, comprometido en el servicio de todos, a ese hombre conducido por tu Espíritu... a pesar del «otro hombre» que bulle también en el fondo de mí mismo, el hombre egoísta, mezquino, cerrado, impuro, perezoso, indócil...

-Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones.

He ahí el verdadero hombre: «el hombre interior», en mí, es cierta reproducción, cierta connivencia... un Cristo que se desarrolla en el hondón de mi vida. ¡Qué sea así verdaderamente, Señor!

-Permaneced arraigados en el amor... Cimentados en el amor...

"El hombre interior", el Cristo interior es, concretamente, el amor. Dios es amor. Ser amado por el Espíritu de Dios es amar.

-Así seréis capaces de comprender cual es «la anchura» y «la longitud», «la altura» y «la profundidad»...

Conoceréis el amor de Cristo que excede a todo conocimiento. ¡Entonces seréis colmados hasta la total Plenitud de Dios!

Un amor infinito, que nunca se acaba. Un amor inmenso, inconmensurable. Un amor «amplio». Un amor «extenso». Un amor «elevado». Un amor «profundo». Me dejo impregnar por esas imágenes.

«¡Conoceréis... Io que excede a todo conocimiento!» Nunca habremos terminado de conocer a Dios, a Cristo.

Siempre descubriremos algo nuevo. «¡Conocer!» No a la manera seca, fría, intelectual de la ciencia, sino conocer afectivamente, con el corazón. Conocer el amor de Cristo: saborear, adivinar intuitivamente, pasando largos momentos con aquel a quien se quiere conocer.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 350 s.


2-2. /Ef/03/18:

En la magnífica carta 147 a Paulina sobre la visión de Dios, funde ·Agustín-san el pensamiento paulino y joánico sobre un fondo de platonismo y nos ofrece una perspectiva sobre la fórmula que determina su propia piedad. Uniendo un texto paulino y otro joánico (Ef 3,18 y Jn 14,9), dice el santo: «El que ha conocido cuál sea la altura y anchura, lo largo y profundo de la caridad de Cristo que sobrepuja todo conocimiento, ése ve a Cristo y ve también al Padre.» Y prosigue: «Yo suelo entender así las palabras del apóstol Pablo: la anchura significa las buenas obras de amor al prójimo, la largura es la perseverancia hasta el fin, la altura la esperanza de la recompensa celeste, la profundidad el designio inescrutable de Dios por el que esta gracia llega a los hombres» (Ep 147, 14, 33 en CSEL 44, p. 307). La existencia cristiana abarca estas cuatro dimensiones que Agustín ve representadas simbólicamente en la cruz, que así se convierte realmente en fórmula fundamental de la vida cristiana. La anchura es el palo transversal, en que están extendidas las manos del Señor en un gesto en que son una sola cosa inseparable la adoración y el amor a los hombres. La largura es la parte del palo vertical que corre hacia abajo desde el palo transversal, en que cuelga el cuerpo como símbolo de la perseverancia paciente y generosa. La altura es la parte del palo vertical que lleva hacia arriba desde el palo transversal, en que se apoya la cabeza como signo de la esperanza que apunta hacia arriba. La profundidad, finalmente, significa la parte de la cruz hundida en la tierra, que lo sostiene todo; así indica el libre designio de Dios, único que funda en absoluto la posibilidad de que el hombre se salve (Ibid. 307s). La piedad cristiana es según Agustín piedad que arranca de la cruz, y como tal comprende el palo vertical y el transversal, la dimensión de la altura y la de la anchura: solo va al Padre en unidad con la madre, que es la santa Iglesia de Jesucristo.

JOSEPH RATZINGER
EL NUEVO PUEBLO DE DIOS
HERDER 101 BARCELONA 1972.Págs. 56 s.


2-3. /Ef/03/14-21

El texto de hoy nos lleva a considerar uno de los motivos profundos de la plegaria de Pablo por los fieles: que Dios obre en ellos lo que sólo él puede hacer. El Apóstol es consciente, con toda lucidez, de la gratuidad total del don de Dios que pide para los creyentes y, a la vez, de la importancia radical que tiene para su vida cristiana el recibirlo.

Este don no está al alcance del esfuerzo humano, cualquiera que sea, propio o ajeno, ni se puede reducir a una simple conversión de conciencia que trata de eliminar el mal para obrar siempre el bien. Pablo pide más: que el Espíritu de Dios robustezca con su energía a los fieles, haciéndoles crecer en el hombre interior (v 16), que Cristo se establezca de forma permanente -por la fe- en sus corazones, que estén arraigados y cimentados en el amor (17). Sólo así, por la acción de Dios, regalo y misterio al mismo tiempo, que los transforma de manera insospechada y oculta, podrán gozar de esta especie de autonomía personal cristiana, que hace que el hombre creyente no viva de otra inteligencia y comprensión que la de Cristo y su amor, conocido con un conocimiento que sobrepasa a cualquier otro conocimiento humano posible sobre él (18s). En el fondo, Pablo ruega «de rodillas ante el Padre» (14) que sea concedido a los creyentes, personalmente y unidos a los demás, vivir de Cristo, conscientes de lo que esto significa para ellos. Y, por otra parte, libres de vínculos humanos que puedan condicionar y entorpecer su conducta cristiana, como podría ser el afecto y dependencia hacia la persona de Pablo, cuya prisión y tribulaciones hicieran vacilar su fe.

Por tanto, aquí no propone Pablo a los creyentes un camino. Más bien, reconociendo por una parte los límites insuperables de su propia acción apostólica, hace tomar conciencia a los fieles de su situación personal respecto a Dios: el don de Dios es puro don, y el hombre no puede hacer nada por conseguirlo. Pero este mismo Dios que ha desarrollado su potencia en ellos es el que, por encima de todo, puede hacer mucho más de lo que pidan y entiendan (20). De esa convicción brota su gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, en todas partes y siempre (21).

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 720 s.


3.- Lc 12, 49-53

3-1.

Ver DOMINGO 20C


3-2.

-He venido a traer fuego a la tierra...

Reconsiderando esa hermosa imagen de Jesús, un himno de comunión canta: "Mendigo del fuego yo te tomo en mis manos como en la mano se toma la tea para el invierno... Y Tú pasas a ser el incendio que abrasa el mundo..."

En toda la Biblia, el fuego es símbolo de Dios; en la zarza ardiendo encontrada por Moisés, en el fuego o rayo de la tempestad en el Sinaí, en los sacrificios del Templo, donde las víctimas eran pasadas por el fuego, como símbolo del juicio final que purificará todas las cosas:

- Jesús se compara al que lleva en su mano el bieldo para aventar la paja y echarla al fuego (Mateo 3, 12).

- Habla del fuego que quemará la cizaña improductiva. (Mateo 13, 4O).

- Pero Jesús rehúsa hacer bajar fuego del cielo sobre los samaritanos. (Lucas 9, 54).

- La Iglesia, en lo sucesivo, vive del "fuego del Espíritu" descendido en Pentecostés. (Hechos 2, 3).

- Ese fuego ardía en el corazón de los peregrinos de Emaús cuando escuchaban al Resucitado sin reconocerlo... (Lucas 24, 32).

-¡Y otra cosa no quiero sino que baya prendido!

Cuando Jesús, en las páginas precedentes nos recomendaba que nos mantuviéramos en vela y en actitud de servicio, nos invitaba a una disponibilidad constante a la voluntad de Dios. El mismo Jesús dio ejemplo de esa disponibilidad, de ese deseo ardiente de hacer venir el Reino de Dios.

No hay que estar durmiendo...

"¡Cómo quisiera que el fuego haya prendido y esté ardiendo!" Hay que despegarse de la banalidad de la existencia, hay que "arder"... en el seno mismo de las banalidades cotidianas.

-Tengo que recibir un bautismo, y ¡cuán angustiado estoy hasta que se cumpla! La renovación del mundo por el Fuego de Dios, la purificación de la humanidad, son como una obsesión para Jesús.

Sabe que para ello tendrá que ser sumergido -bautizado- en el sufrimiento de la muerte, que será vapuleado como las olas del mar vapulean a un ahogado. Este pensamiento le llena de angustia.

La salvación del mundo... la Purificación, la redención de los hombres... no se han llevado a cabo sin esfuerzo, ni sin sufrimientos inmensos. No lo olvidemos nunca.

¿Cómo podría extrañarnos que eso nos cueste, puesto que ha costado tan caro a Jesús? Señor, danos la gracia de participar a tu bautismo.

-¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Os digo que no, sino división.

El Mesías era esperado como Príncipe de la Paz (Isaías 9, 5; Zacarías 9, 10; Lucas 2, 14; Efesios 2-14).

La paz es uno de los más grandes beneficios que el hombre desea; aquel sin el cual todos los demás son ilusorios y frágiles. Los Hebreos se saludaban deseándose la paz: "Shalom". Jesús despedía a los pecadores y pecadoras con esa frase llena de sentido: "Vete en paz" (Lucas 7, 50; 8, 48; 10, 5-9). Y sus discípulos tenían que desear la "paz" a las casas donde entraban. Pero...

Ese saludo, esa paz nueva, viene a trastornar la paz de este mundo.

No es una paz fácil, sin dificultades: es una paz que hay que construir en la dificultad.

-Porque de ahora en adelante una familia de cinco estará dividida: Tres contra dos, y dos contra tres... El padre contra el hijo, y el hijo contra el padre... La madre contra la hija, y la hija contra la madre...

Vemos cada día en muchas familias ese tipo de conflictos que anuncia Jesús. Llegará un día en que habrá que decidirse, por, o contra Jesús; y en el interior de una misma familia, la separación, la división resulta dolorosa...

Te ruego, Señor, por las familias divididas por ti: ¡cuán seria es esa toma de posición que Tú exiges! ineluctable, inevitable, necesaria.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 242 s.


3-3.

1. (Año I) Romanos 6,19-23

a) Sigue Pablo con el tema de ayer: por el Bautismo hemos sido liberados del pecado.

La comparación con la esclavitud le parece muy idónea para estimularnos a cambiar nuestra vida. "Antes" toda nuestra persona, incluido el cuerpo, era esclava "de la impureza y de la maldad". "Ahora, en cambio", liberados del pecado, en todo caso somos "esclavos de Dios", que "nos regala vida eterna por medio de Cristo Jesús".

Antes "hacíamos el mal" y los frutos de esa esclavitud nos llevaban a la muerte, porque el pecado paga con la muerte. Ahora, entregados a Dios, "producimos frutos que llevan a la santidad y acaban en vida eterna".

b) Nosotros hemos creído y pertenecemos "al Dios libertador". Nuestra fe cristiana es libertad interior, victoria sobre el mal y sus instintos. A eso conduce nuestra unión con Cristo, que es el que ha vencido al mal y al pecado con su entrega de la cruz. Una de las actitudes que más hemos de aprender de Cristo es su libertad. Cuando él estaba delante de Pilato, él era mucho más libre que Pilato, a pesar de que sus manos estuvieran atadas.

Podemos detenernos a pensar un momento si en verdad somos libres: en nuestro cuerpo, en las costumbres, en nuestra actitud ante las modas y tendencias del mundo. Si somos dueños de nuestras pasiones, de nuestros defectos, de nuestros sentimientos (de odio o de excesivo afecto). A veces nos rodean tentaciones de fuera. Otras, no hace falta que nos tiente nadie, porque nosotros mismos nos las arreglamos para hacernos el camino difícil. Es adulto aquél que es libre. Es maduro aquél que no se deja llevar como una veleta o como un niño por el último que habla, sino que ha robustecido sus convicciones y las sigue libremente.

Una vez más el salmo 1 nos sirve de pauta para evaluar nuestra conducta. El camino del justo conduce a la vida. El del impío, a la perdición: "dichoso el que no sigue el consejo de los impíos, sino que su gozo es la ley del Señor".

1. (Año II) Efesios 3,14-21

a) Termina Pablo la primera parte de la carta, la más teológica, con una oración y una doxología final de alabanza al Dios Trino.

La oración es muy sentida: "doblando las rodillas ante el Padre", pide, para los Efesios, que se afiancen más en las actitudes de fe que ya tienen:

"robusteceros en lo profundo de vuestro ser",

"que Cristo habite por la fe en vuestros corazones"

"que el amor sea vuestra raíz y cimiento",

"comprendiendo lo que trasciende toda filosofía: el amor"

"y así llegaréis a la plenitud, según la plenitud de Dios".

Todo apunta a lo que la fe y la vida cristiana de los Efesios se arraigue cada vez en profundidad y se vigorice con la fuerza de Dios.

b) Necesitamos que Pablo rece también por nosotros, para que lleguemos a esa mayor profundidad y fuerza en nuestra vida de fe.

Él está tan convencido de la riqueza del plan de Dios, que quiere a toda costa que se cumpla en los Efesios. La catequesis y la teología se han convertido, en su carta, en oración. ¿Rezamos nosotros así por nuestra comunidad, por nuestra familia, pidiendo a Dios que conceda a todos mayores ánimos y alegría para vivir su fe? ¿tenemos confianza en el poder de la oración, y en ese Dios "que puede hacer mucho más de lo que pedimos, con ese poder que actúa entre nosotros"?

Otra lección: tanto para nuestra fe personal como para nuestra evangelización a los demás, el centro de todo, la plenitud de todo, la clave para entender la historia y las personas, es el amor. El amor "trasciende toda filosofía".. No hay fuerza más eficaz para transformarlo todo. De otras cosas podemos olvidarnos, pero del amor, no. Si vamos creciendo en el amor, iremos madurando hacia la plenitud de la vida que Dios nos ha concedido.

2. Lucas 12,49-53

a) Jesús hace hoy unas afirmaciones que pueden parecernos un tanto paradójicas: desea prender fuego a la tierra y pasar por el bautismo de su muerte; no ha venido a traer paz, sino división.

El fuego del que habla aquí Cristo no es, ciertamente, el fuego destructor de un bosque o de una ciudad, no es el fuego que Santiago y Juan querían hacer bajar del cielo contra los samaritanos, no es tampoco el fuego del juicio y del castigo de Dios, como solía ser en los profetas del AT.

Está diciendo con esta imagen tan expresiva que tiene dentro un ardiente deseo de llevar a cabo su misión y comunicar a toda la humanidad su amor, su alegría, su Espíritu. El Espíritu que, precisamente en forma de lenguas de fuego, descendió el día de Pentecostés sobre la primera comunidad.

Lo mismo pasa con la paz y la división. La paz es un gran bien y fruto del Espíritu. Pero no puede identificarse con una tranquilidad a cualquier precio. Cristo es -ya lo dijo el anciano Simeón en el Templo- "signo de contradicción": optar por él puede traer división en una familia o en un grupo humano.

b) A veces son las paradojas las que mejor nos transmiten un pensamiento, precisamente por su exageración y por su sentido sorprendente a primera vista.

El Bautista anunció, refiriéndose a Jesús: "yo os bautizo con agua, pero viene el que es más fuerte que yo: él os bautizará en Espíritu Santo y fuego" (Lc 3,16). El fuego con el que Jesús quiere incendiar el mundo es su luz, su vida, su Espíritu. Ése es el Bautismo al que aquí se refiere: pasar, a través de la muerte, a la nueva existencia e inaugurar así definitivamente el Reino.

Ésa es también la "división", porque la opción que cada uno haga, aceptándole o no, crea situaciones de contradicción en una familia o en un grupo. Decir que no ha venido a traer la paz no es que Jesús sea violento. Él mismo nos dirá: "mi paz os dejo, mi paz os doy". La paz que él no quiere es la falsa: no quiere ánimos demasiado tranquilos y mortecinos. No se puede quedar uno neutral ante él y su mensaje. El evangelio es un programa para fuertes, y compromete. Si el Papa o los Obispos o un cristiano cualquiera sólo hablara de lo que gusta a la gente, les dejarían en paz. Serían aplaudidos por todos. ¿Pero es ése el fuego que Jesús ha venido a traer a la tierra, la evangelización que nos ha encargado?

Jesús aparece manso y humilde de corazón, pero lleva dentro un fuego que le hace caminar hacia el cumplimiento de su misión y quiere que todos se enteren y se decidan a seguirle. Jesús es humilde, pero apasionado. No es el Cristo acaramelado y dulzón que a veces nos han presentado. Ama al Padre y a la humanidad, y por eso sube decidido a Jerusalén, a entregarse por el bien de todos.

¿Nos hemos dejado nosotros contagiar ese fuego? Cuando los dos discípulos de Emaús reconocieron finalmente a Jesús, en la fracción del pan, se decían: "¿no ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras?". La Eucaristía que celebramos y la Palabra que escuchamos, ¿nos calientan en ese amor que consume a Cristo, o nos dejan apáticos y perezosos, en la rutina y frialdad de siempre? Su evangelio, que a veces compara con la semilla o con la luz o la vida, es también fuego.

"El pecado paga con la muerte, mientras Dios regala vida eterna por medio de Cristo Jesús" (1ª lectura i)

"Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento" (1ª lectura Il)

"He venido a prender fuego en el mundo" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 203-206


3-4.

Ef 3, 14-21: Que el amor sea la raíz y el fundamento de sus vidas

Lc 12, 49-53: El bautismo de Jesús

En el evangelio se encuentra un episodio dedicado al bautismo de Jesús (Lc 3, 21). Él acude al llamado de Juan a la orilla del Jordán y, como el pueblo, se hace bautizar. Para todos él era, simplemente, el hijo de José (Lc 3, 23). Allí Jesús comienza su camino. Se fue sumergido en las aguas del Jordán... como para iniciar un nuevo estilo de vida. Esa opción que Jesús toma se le va mostrar paulatinamente como una inserción en la vida del pueblo, a través de su acción con los discípulos, los enfermos, los marginados, las mujeres y todo el pueblo que se congrega alrededor de su persona y de su palabra.

El evangelista nuevamente conecta el tema del bautismo de Jesús con la instrucción que le dirige a los discípulos y discípulas. Pues, las exigencias que él plantea no son condiciones de un contrato, sino parte del testimonio que ofrece a sus seguidores. Jesús, primero se ha insertado en las condiciones del pueblo, en sus conflictos y ha afrontado con decisión muchas ambigüedades. Ahora, muestra cómo el bautismo que un día recibió se hace vida en su trabajo de promoción del Reino. De modo que el sacramento no quedó estancado en las aguas, sino que ha fluido como un río dando vida a todos los que encuentra a su paso.

Este testimonio es una invitación a los discípulos para que afronten, desde la coherencia de vida, los conflictos y ambigüedades que la lucha por el Reino les depara. Los cristianos tienen que ser fuego que purifica y luz que ilumina las tinieblas en que la corrupción y la injusticia envuelven al mudo. Deben ser muy entusiastas de su trabajo y convencidos de su misión. No rehuir el inevitable conflicto que se genera en las familias y en las comunidades. Pues, el Espíritu de Dios los llama a dar un testimonio a favor de Dios y en contra de todas las opresiones, incluso de aquellas que anidan al interior de sus propias familias. Los cristianos inevitablemente también afrontarán las interminables ambigüedades de la naturaleza humana, que experimentarán en sí mismos y en todos los hermanos. Pero lo harán no desde la debilidad de la consciencias, sino desde el Espíritu de fortaleza que Dios nos da.

Esta reflexión nos hace tomar conciencia de que nuestro bautismo no queda estancado en las aguas del pasado, sino que fluye como agua vivificadora de todos los proyectos de humanización.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5. 2001

COMENTARIO 1

La secuencia relativa a la instrucción de los discípulos concluye con una serie de sentencias: «Fuego he venido a lanzar sobre la tierra, y ¡qué más quiero si ya ha prendido!» (12,49). El fuego que trae Jesús no es un fuego destructor ni de juicio (contra la expectación de Juan Bautista, cf. 3,9.16.17), sino el fuego del Espíritu (cf. Hch 2,3), fuerza de vida que él infunde en la historia y que causa división entre los hombres. La reacción de la sociedad no se hará esperar: «Pero tengo que ser sumergido por las aguas y no veo la hora de que eso se cumpla» (Lc 12,50). La sociedad reaccionará dándole muerte («ser sumergido por las aguas»), pero él sabe muy bien que la plena efusión del Espíritu será fruto de su muerte, llevando a término así su obra (cf. 23,46 y Hch 2,33). «¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Os digo que paz no, sino división. Porque, de ahora en adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; se dividirá padre contra hijo e hijo contra padre, madre contra hija e hija contra madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra» (Lc 12,51-53). Jesús viene a romper la falsa paz del orden establecido (cf. Miq 7,6). El juicio lo hace la actitud misma que la persona adopte ante el mensaje. Los vínculos que crea la adhesión a Jesús son más fuertes que los de sangre.

COMENTARIO 2

El supremo anhelo de Jesús fue llevar a término la misión encomendada a él por el Padre. Por ello presenta su misión como la de Aquel que vino a traer fuego a la tierra y como la de Aquel que vino a recibir un bautismo. El motivo fundamental de su venida no puede ser otra que completar la obra comenzada, ya que la naturaleza propia del fuego es la encender lo que toca y el bautismo, por su propia dinámica, debe llegar a su consumación.

Esta misión de Jesús no puede realizarse en el ocultamiento de conflictos y, por ello, no puede ser adecuadamente expresada con el término de "paz". La paz prometida y pretendidamente realizada por los detentores del poder enmascara y oculta las graves tensiones en que una sociedad está inmersa. Llamar paz a tal realidad es continuar la práctica de los falsos profetas que aplauden lo que a Dios desagrada.

Por ello los seguidores de Jesús deben prepararse para tomar sobre sí los conflictos y aceptar la carga dolorosa de la división que la misión produce y que ellos deben cargar sobre sus débiles hombros.

Dicha división toca al discípulo en todos los órdenes de su vida. Por eso su misma tranquilidad familiar desaparece y la aprobación de las personas de los ámbitos más cercanos se convierte en hostilidad.

Llamado a repetir las condenas de Dios respecto al egoísmo humano sabe que el silencio en este punto sería una traición fundamental a la Palabra divina. Ella lo impulsa a desenmascarar la maldad escondida en acciones y palabras.

El supremo anhelo de Jesús fue llevar a término la misión encomendada a él por el Padre. Por ello presenta su misión como la de Aquel que vino a traer fuego a la tierra y como la de Aquel que vino a recibir un bautismo. El motivo fundamental de su venida no puede ser otra que completar la obra comenzada, ya que la naturaleza propia del fuego es la encender lo que toca y el bautismo, por su propia dinámica, debe llegar a su consumación.

Esta misión de Jesús no puede realizarse en el ocultamiento de conflictos y, por ello, no puede ser adecuadamente expresada con el término de "paz". La paz prometida y pretendidamente realizada por los detentores del poder enmascara y oculta las graves tensiones en que una sociedad está inmersa. Llamar paz a tal realidad es continuar la práctica de los falsos profetas que aplauden lo que a Dios desagrada.

Por ello los seguidores de Jesús deben prepararse para tomar sobre sí los conflictos y aceptar la carga dolorosa de la división que la misión produce y que ellos deben cargar sobre sus débiles hombros.

Dicha división toca al discípulo en todos los órdenes de su vida. Por eso su misma tranquilidad familiar desaparece y la aprobación de las personas de los ámbitos más cercanos se convierte en hostilidad.

Llamado a repetir las condenas de Dios respecto al egoísmo humano sabe que el silencio en este punto sería una traición fundamental a la Palabra divina. Ella lo impulsa a desenmascarar la maldad escondida en acciones y palabras.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-6. 2002

Hay una violencia que es provocada por las personas. Pero también hay una violencia que es fruto de la misma vida; y es absolutamente necesaria, porque sin ella la vida no tendría lugar. Desde el primer momento de su existencia la vida, cualquier vida, tiene algo de lucha. La vida sufre violencia para nacer. También para crecer, para madurar. Todo cambio es doloroso porque supone romper con lo que era para empezar a ser de una forma nueva. Jesús era bien consciente de esta realidad.
El cambio que su predicación y su presencia ofrecía a las gentes de su tiempo no se podía producir sin dolor, sin violencia. Suponía cambios grandes en la sociedad y en el interior de las personas. Muchos no estaban interesados en ese cambio. Eso creó enfrentamiento en torno a Jesús. Eso ha creado problemas a cuantos se han tomado en serio el Evangelio a lo largo de poco más de dos mil años. Hoy el Reino de Dios también sigue provocando violencia. El Reino supone cambios y conversión en nuestra vida personal y social. Son cambios que a muchos no nos gustan, aunque nos confesemos cristianos y frecuentemos las iglesias.
Pero es el único camino para alcanzar la libertad y la vida que Jesús nos ofrece en el Reino del Padre. Como dice Juan Pablo II en su encíclica Centesimus Annus, los cristianos no nos enfrentamos a nadie, sólo luchamos por la justicia. Lo que sucede es que, a veces, el conflicto es inevitable con los que se oponen a ella.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-7. Jueves 23 de octubre de 2003

Rom 6, 19-23:Emancipados del pecado se van consagrando a Dios
Salmo responsorial 1,1-4 6
Lc 12, 49-53: No he venido a traer paz, sino división

Cuánto dista la imagen de este Jesús que ha venido a lanzar fuego a la tierra de esa otra imagen del Sagrado Corazón de Jesús con la mirada perdida en el cielo, de rostro dulce y afeminado, mostrando a pecho abierto su corazón...

Las palabras de Jesús resultan con frecuencia incomprensibles; tal vez por eso, unas veces las hemos silenciado y otras malinterpretado. Sin embargo, ahí quedan, aunque puede que haya que entenderlas en otro sentido distinto del tradicional. Porque si algo resulta claro por los evangelios es que Jesús no es un personaje violento que pretenda cambiar por la fuerza la situación de este mundo injusto.

El fuego que él trae no es un fuego destructor, como el anunciado por el Bautista para quienes no se convirtiesen, sino el fuego del Espíritu, o lo que es igual, el Espíritu que es fuego y que se manifestó en Pentecostés en forma de lenguas de fuego, que se posaron sobre los discípulos, haciendo de ellos hombres libres y sin miedo para anunciar que es posible una sociedad en la que todos los hombres se entiendan a pesar de hablar lenguas diferentes.

El fuego que él ha venido a traer es el Espíritu, esto es, una fuerza de vida y amor que transforma el corazón del ser humano y hace el milagro de instaurar una nueva relación entre los hombres –relación de amor- acabando con toda clase de discriminación, dominación o desigualdad.

Pero, para ello, Jesús pagó un precio muy alto, el de ser sumergido por las aguas, metáfora con la que se alude a la muerte que le dará la sociedad injusta. Dando la vida por amor, Jesús abre el camino a la verdadera paz, que no es la mera ausencia de guerra, ni el resultado de la dominación de unos sobre otros, sino el pleno desarrollo humano.

Quien actúa como Jesús y está dispuesto a dar la vida para dar vida, si fuese necesario, crea inevitablemente la división incluso en el seno de la familia, pues no son muchos los llamados a seguir el camino de la libertad, del amor y del servicio, el único que conduce a la verdadera vida.

Él no ha venido a traer la paz, sino la división, esto es, ha venido para que todos se decanten por el bien del hombre y quede claro quién lo hace y quién no.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-8. DOMINICOS 2003

Palabra salvífica

Carta de san Pablo a los romanos 6, 19-23:

“Hermanos: Voy a usar lenguaje corriente, adaptándome a vuestra debilidad, propia de hombres. Quiero decir esto: si antes cedisteis vuestro cuerpo como esclavo a la impureza y a la maldad, ponedlo ahora al servicio de Dios libertador, para que os santifiquéis.

Cuando erais esclavos del pecado, no pertenecíais al Dios libertador... Ahora, en cambio, emancipados del pecado y hechos esclavos de Dios, producís frutos que llevan a la santidad y acaban en vida eterna...”

Leídas estas palabras, teniendo ante los ojos la imagen de san Juan de Capistrano, es fácil aplicarlas a la propia vida. Nuestra vocación no es la del pecado, con servidumbre que nos atenaza, sino la de hijos libres que se atienen a la Ley de Cristo, verdad y amor.

Evangelio según san Lucas 12, 49-53:

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: He venido a prender fuego en el mundo, y ¡ojalá estuviera ya ardiendo!. Tengo que pasar por un bautismo, y ¡qué angustia hasta que se cumpla!

¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división... Una familia de cinco se dividirá: tres contra dos y dos contra tres...”

Cristo siente urgencia por comunicarnos la grandeza, la dificultad, el espíritu de la Ley de amor que ha traído a la tierra. Ése es el fuego que quiere encender. Pero nosotros lo convertimos incluso en fuego devastador, cuando nos dividimos entre nosotros mismos.

 

Momento de reflexión

Vida eterna con Cristo y por Cristo.

La vida en pecado tiene un final lastimoso: la muerte.

En cambio, la vida en gracia, con Cristo, tiene otro final: la vida eterna. Así concluye el texto de san Pablo hoy. Y entre esos dos polos, vida y muerte o gracia y pecado, se encuentra todo el proceso de abandono del mal, conversión a Dios y fidelidad a sus designios amorosos.

Quienes hemos tenido la fortuna de conocer el rostro de Dios por Cristo y en Cristo no podemos permanecer en la maldad; hemos de avanzar hacia la perfección en la fidelidad, contemplando al Señor que se dignó morir por nosotros.

Ya no somos esclavos sino hijos, no somos marginados sino atraídos a la casa del Padre, no somos condenados por nuestra pobreza, enfermedad, incomprensión, sino que en esa situación –sea cual fuere- recae sobre nosotros la mirada del corazón del Padre.

Amor en la venida, prueba de fuego, división no deseada.

De las tres cosas nos habla Jesús en el Evangelio, y las tres debemos meditarlas, pues nos interesa situarnos en postura de equilibrio personal.

Pero hay más: Jesús prevé que esa ansia de transformación del mundo, de cambio en los corazones, de vida nueva, va a originar lastimosamente muchas divisiones entre los hombres, entre los redimidos, entre los hijos de Dios.

Y el motivo será que unos optarán por seguir el camino de la nueva fidelidad en el amor, la justicia y la paz, mientras que otros seguirán malgastando sus energías y adorando los tesoros del mundo.

¡Qué dura y lamentable realidad: la cruz, la redención, la gracia, la religión, se pueden convertir en campo de batalla y piedra de tropiezo, por nuestra infidelidad!


3-9. 2003

LECTURAS: ROM 6, 19-23; SAL 1; LC 12, 49-53

Rom. 6, 19-23. Quien acepta a Jesucristo como Señor en su vida recibe como un don gratuito la Vida eterna. Si en verdad hemos aceptado que el Señor nos libere de nuestra esclavitud al pecado, no podemos continuar siendo esclavos de la maldad. Quien continúe sujetando su vida al pecado, por su servicio a él recibirá como pago la muerte; ese pago llegará a esa persona en una diversidad de manifestaciones de muerte ya desde esta vida. Quienes dicen creer en Cristo y son causantes de guerras fratricidas o las apoyan en otros; quienes destruyen nuestra sociedad con acciones criminosas; quienes envenenan a los demás para enriquecerse ilícitamente a costa de enviciarlos y destruirles la vida, no pueden hablar realmente de que han hecho suya la Victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Cristo nos quiere libres del pecado; nos quiere consagrados a Él para que, como resultado de eso, al final tengamos la vida eterna. Esto no será obra nuestra, sino la obra final de Dios en nosotros. Por eso estemos atentos a las inspiraciones de su Espíritu en nosotros y dejémonos conducir por Él.

Sal. 1. Pongámonos en manos de Dios y tendremos vida. Alejémonos del camino de la maldad, que nos lleva a la muerte. Quien une su vida a Dios y es fiel a sus mandatos, no puede andar en malos pasos. El participar de la Vida de Dios nos ha de llevar a amar a nuestro prójimo. Hundidas las raíces de nuestra vida en Dios hemos de dar frutos de santidad, de justicia, de bondad, de misericordia, de solidaridad con los que sufren. Si vivimos sumergidos en Cristo, desde nuestro bautismo en Él, no podemos marchitarnos de tal forma que dejemos de producir los frutos de las buenas obras que proceden de Él, pues, así, estaríamos a un paso de convertirnos en malvados por perder nuestra relación, nuestra unión, nuestra comunión con el Señor. Unidos a Cristo no nos quedemos como las plantas estériles; no hagamos ineficaz en nosotros la fecundidad del Espíritu de Cristo al entristecerlo con una vida pecaminosa o cobarde.

Lc. 12, 49-53. Por medio de Cristo Dios ha enviado fuego para purificarnos y probar la fidelidad de nuestro corazón. Por medio del Bautismo de Cristo, recibido en su pasión y muerte, nosotros hemos sido liberados de la esclavitud al pecado. Quienes nos sumergimos en su muerte participamos del perdón que Dios nos ofrece en su Hijo, que nos amó hasta el extremo. Y al resucitar junto con Él, participamos de su Victoria sobre el pecado y la muerte, y vivimos hechos justos y convertidos en una continua alabanza de Dios. Muchos le aceptarán y muchos, al rechazarlo, nos rechazarán también a nosotros, cumpliéndose aquello que hoy nos anuncia el Señor, de que hasta los de nuestra misma familia se levantarán en contra nuestra a causa de nuestra fe en Él. Así se cumple también la profecía del anciano Simeón: este niño está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, como signo de contradicción, quedando al descubierto las intenciones de muchos corazones. Que el Señor nos conceda ser fieles a nuestra unión con Él a pesar de todos los riesgos que, por su Nombre, tengamos que afrontar.

En la Eucaristía que celebramos el Señor nos convoca para santificarnos, purificándonos de nuestras esclavitudes al pecado. Él no quiere que, a causa de nuestros pecados, vayamos hacia nuestra muerte eterna. Él nos ama y da su vida por nosotros para que en Él tengamos Vida eterna. Si hemos venido con sinceridad de fe a esta celebración del Memorial de la Pascua de Cristo, estemos dispuestos a permanecer firmemente afianzados en Él, sin importarnos el ser criticados o perseguidos por su Nombre. Él nos dice: No tengan miedo. ¡Ánimo! yo he vencido al mundo. Que por nuestra continua unión con el Señor, Él nos vaya perfeccionando por el Fuego de su Espíritu, que, habitando y actuando en nosotros, nos transforme en una imagen cada día más perfecta del Hijo de Dios.

Quienes participamos de la Vida eterna que Dios nos da gratuitamente, hemos de manifestar frutos de buenas obras, que procedan de la presencia de la Vida del Señor en nosotros. No llevemos una vida impura, sino sagrada, pues somos miembros de Cristo y su Espíritu habita en nosotros. Quien siembra maldad cosecha la muerte. Por eso no sembremos odios, maldades, vicios, injusticias, guerras, desilusiones, divisiones; no nos convirtamos en perseguidores de los inocentes, ni demos escándalo a los débiles, pues al final dejaríamos un mundo más deteriorado de como lo recibimos. Por el contrario, manifestemos nuestro amor no sólo a Dios dándole culto, sino también a nuestro prójimo haciéndole el bien y esforzándonos por construir un mundo más fraterno, más comprometido en la justicia social, más solidario con los que sufren a causa de la pobreza o de situaciones difíciles. No tengamos miedo a ser un signo creíble de Cristo en nuestro mundo, aun cuando seamos criticados o perseguidos por hacer el bien, o por darle voz a los desvalidos, o por luchar por los derechos justos de quienes han sido explotados o perseguidos injustamente. Cristo nos pide una fe más comprometida en la vida diaria y que no nos deje sólo de rodillas en su presencia.

Roguémosle a Dios, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la Gracia de vivir nuestra fe firmemente enraizados en Cristo, de tal manera que, desde nosotros, Dios continúe realizando su obra salvadora en favor de todos. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-10. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:

A veces tengo la sensación de que nos complicamos mucho las cosas, sobre todo cuando me encuentro delante de algo claro, límpido, cristalino. Pablo nos dice hoy: el pecado paga con muerte, mientras Dios regala vida eterna por medio del Mesías, Jesús Señor nuestro. ¿Qué más queremos? ¿Qué extraña exégesis hay que hacer de este pasaje? Además lo que nos cuenta la lectura lo tenemos delante de nuestros ojos todos los días: la arrogancia de los poderosos, la injusticia, la guerra nos pagan, segundo a segundo, con muerte, mientras que el perdón, el amor, la paz son dones de Dios que nos dan vida, nos hacen vivir.

La tentación entonces sería la de quedarnos ahí y de no leer el Evangelio: Fuego he venido a encender en la tierra... ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Os digo que no, división y nada más... Una familia de cinco estará dividida... Padre contra hijo... Intento imaginarme las caras de los discípulos de Jesús escuchándole decir todo eso y sólo puedo ver ojos abiertos como platos o mirando desconsoladamente al suelo o buscando el consuelo de otros ojos.

Es una palabra incómoda, no nos apetece escucharla, preferiríamos quedarnos exclusivamente con lo que nos dice Pablo, pero creo que son las dos caras de la misma moneda. El seguimiento de Jesús exige claridad, la misma claridad con la que nos habla Pablo; vamos a tener que enfrentarnos a las dificultades que surgen cuando tenemos que tomar una decisión importante en nuestras vidas siendo conscientes de que está en juego algo muy serio como la vida y la muerte. ¿El camino? ...por medio del Mesías, Jesús Señor nuestro.

Carlo Gallucci (ciudadredonda@ciudadredonda.org)


3-11. No he venido a traer paz, sino la guerra

Autor: P. Luis Gralla

Lucas 12, 49-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! ¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división.

Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

Reflexión:

Cuando se ha entendido que la esencia del cristianismo se halla en la Caridad, en el apasionado amor a Dios y sus cosas, estas palabras del Señor no deberían sonar extrañas o contradictorias. ¡Fuera de esto sino todo lo contrario! Es más, Cristo está empleando un lenguaje contradictorio en apariencia para dar a entender precisamente en qué consiste el verdadero amor a Él. Sí, porque el amor, realmente como lo ha de entender el cristiano está muy lejos de ser un diluido sentimiento de afecto, bonito y pasajero como una flor de primavera. Más bien es como el fuego que a la vez lo enciende todo y va consumiendo una y otra cosa; es algo que se extiende, que tiende por su naturaleza a expandirse con calor, con pasión y que divide a los corazones fríos y mezquinos que nada más piensan en llenar sus pobres pretensiones. Así es la caridad. Ese es el fuego que Cristo espera arder en los corazones de los que le amen. Están, por tanto, muy lejos de ser sus palabras interpretadas con la literalidad de la carne. Hay que haber experimentado el fuego de su amor para entenderlas correctamente.

Pidamos, por tanto, el don de la caridad, de un amor apasionado a Cristo que traiga la guerra a las fuerzas que quieren destruir la verdadera paz en la tierra. Pidamos saber amar hasta ser incomprendidos por los egoístas de nuestro mundo. Pidamos vivir en estado de lucha, en la lucha del que cree en la fuerza del amor y consigue que el mayor número de seres humanos conozca a ese Dios que se entregó por ellos por puro amor. En esto conocerán los demás que somos de Cristo. Y a tener confianza en Él. Porque el amor siempre logrará la victoria definitiva sobre el pecado y la muerte.


3-12. servicio bíblico latinoamericano 2004

Ef 3, 14-21 Que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dio
Salmo responsorial: 32, 1-2. 4-5. 11-12. 18-19 La misericordia del Señor llena la tierra.
Lc 12, 49-53: Fuego he venido a lanzar a la tierra

Estas palabras del evangelio resultan desconcertantes, demasiado duras para haber sido pronunciadas por Jesús, presentado con frecuencia como persona de talante conciliador, cuya imagen dulce se ha utilizado para mantener el “desorden establecido” y cuya “mansedumbre” se ha confundido con neutralidad; ese Jesús resulta inquietante y provocador cuando se le devuelve su rostro originario, libre de tanta ganga sobreañadida a lo largo del tiempo.

Jesús ha venido a prender fuego a la tierra, como había anunciado Juan Bautista: “El os va a bautizar con Espíritu Santo y fuego” (Lc 3,216). Pero este fuego no significa destrucción y muerte. Es el fuego del Espíritu, como aparece en Hch 2,3: “Y vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que se repartían posándose encima de cada uno de ellos”. Ese Espíritu-fuego viene a prender en la tierra para devolverle la unidad perdida desde Babel, momento en que Dios confundió las lenguas de los hombres, dispersándolos. El Espíritu-fuego, que viene a traer Jesús, es la fuerza de una vida cualitativamente distinta en la que la norma suprema no sea el enfrentamiento con Dios o con el prójimo por la rivalidad, la competencia, la dominación, el egoísmo o la violencia del homo homini lupus.

Jesús ha venido también a traer división dentro incluso del seno de la familia, aunque esto pueda parecer extraño. El anuncio del reinado de Dios y la entrada en la comunidad cristiana va a crear también la división incluso dentro de los miembros de una familia, según se adhieran o no a él. Se va a crear con esta una nueva familia formada por todos los que se oponen al evangelio para luchar contra los que se adhieren a él. Con el anuncio del evangelio se acaba esto que llamamos “paz social”, que no pasa con frecuencia de ser un “desorden consensuado” en el que los privilegios de unos pocos –una minoría- chocan frontalmente con los derechos de la inmensa mayoría.


3-13.

Comentario: Rev. D. Joan Marqués i Suriñach (Vilamarí-Girona, España)

«He venido a prender fuego en el mundo»

Hoy, el Evangelio nos presenta a Jesús como una persona de grandes deseos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!» (Lc 12,49). Jesús ya querría ver el mundo arder en caridad y virtud. ¡Ahí es nada! Tiene que pasar por la prueba de un bautismo, es decir, de la cruz, y ya querría haberla pasado. ¡Naturalmente! Jesús tiene planes, y tiene prisa por verlos realizados. Podríamos decir que es presa de una santa impaciencia. Nosotros también tenemos ideas y proyectos, y los querríamos ver realizados enseguida. El tiempo nos estorba. «¡Qué angustia hasta que se cumpla!» (Lc 12,50), dijo Jesús.

Es la tensión de la vida, la inquietud experimentada por las personas que tienen grandes proyectos. Por otra parte, quien no tenga deseos es un apocado, un muerto, un freno. Y, además, es un triste, un amargado que acostumbra a desahogarse criticando a los que trabajan. Son las personas con deseos las que se mueven y originan movimiento a su alrededor, las que avanzan y hacen avanzar.

¡Ten grandes deseos! ¡Apunta bien alto! Busca la perfección personal, la de tu familia, la de tu trabajo, la de tus obras, la de los encargos que te confíen. Los santos han aspirado a lo máximo. No se asustaron ante el esfuerzo y la tensión. Se movieron. ¡Muévete tú también! Recuerda las palabras de san Agustín: «Si dices basta, estás perdido. Añade siempre, camina siempre, avanza siempre; no te pares en el camino, no retrocedas, no te desvíes. Se para el que no avanza; retrocede el que vuelve a pensar en el punto de salida, se desvía el que apostata. Es mejor el cojo que anda por el camino que el que corre fuera del camino». Y añade: «Examínate y no te contentes con lo que eres si quieres llegar a lo que no eres. Porque en el instante que te complazcas contigo mismo, te habrás parado». ¿Te mueves o estás parado? Pide ayuda a la Santísima Virgen, Madre de Esperanza.


3-14. Jueves, 21 de octubre del 2004

Arraigados y edificados en el amor;
para ser colmados por la plenitud de Dios

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo los cristianos de Éfeso 3, 14-21

Hermanos:

Doblo mis rodillas delante del Padre, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra. Que Él se digne fortificarlos por medio de su Espíritu, conforme a la riqueza de su gloria, para que crezca en ustedes el hombre interior. Que Cristo habite en sus corazones por la fe, y sean arraigados y edificados en el amor. Así podrán comprender, con todos los santos, cuál es la anchura , la longitud, la altura y la profundidad, en una palabra, ustedes podrán conocer el amor de Cristo, que supera todo conocimiento, para ser colmados por la plenitud de Dios.

¡A Aquél que es capaz de hacer infinitamente más de lo que podemos pedir o pensar, por el poder que obra en nosotros, a Él sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las generaciones y para siempre! Amén.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 32, 1-2. 4-5. 11-12. 18-19

R. La tierra está llena del amor del Señor:

Aclamen, justos, al Señor;
es propio de los buenos alabarlo.
Alaben al Señor con la cítara,
toquen en su honor el arpa de diez cuerdas. R.

Porque la palabra del Señor es recta
y Él obra siempre con lealtad;
Él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor. R.

El designio del Señor permanece para siempre,
y sus planes, a lo largo de las generaciones.
¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que Él se eligió como herencia! R.

Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.

EVANGELIO

No he venido a traer la paz,
sino la división

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 12, 49-53

Jesús dijo a sus discípulos:

Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!

¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

Palabra del Señor.

Reflexión:

Ef. 3, 14-21. Que Dios nos conceda que su Espíritu nos fortalezca interiormente y que Cristo habite por la fe en nuestros corazones. Entonces Cristo y su Iglesia serán una sola cosa. Y quienes seamos miembros de la Iglesia conoceremos a Cristo no tanto mediante el conocimiento humano, sino mediante la experiencia que tengamos de su amor. Entonces podremos hablar de Cristo no de oídas, sino conforme a lo que de Él hemos conocido de un modo personal y experiencial. Que al Padre de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra, le sea dada la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, pues Él ama a su Iglesia con el mismo amor que le tiene a su Hijo amado, en quien Él se complace. Si en verdad queremos ser testigos de Dios, de su amor, para el mundo entero seamos los primeros en vivir nuestra cercanía a Dios, dejándonos no sólo amar por Él, sino llenar de su Espíritu y permitirle a Jesucristo ser huésped de nuestra propia vida, para que, hechos uno con Él podamos dar un fiel testimonio de su amor en el mundo.

Sal. 33 (32). Somos Reino y Familia de Dios. Sea Dios bendito por siempre, pues sin mérito alguno de parte nuestra, nos llamó para que formáramos su Pueblo Santo. Él es nuestro único Dios y vela de nosotros como un Padre lo hace con sus hijos. Él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. Este es el Plan de Dios sobre nosotros. Y a pesar de que muchas veces nos hemos alejado de su presencia como hijos rebeldes a su amor y a la fidelidad a su Voluntad, Él jamás ha dejado de amarnos, ni ha dado marcha atrás en su voluntad de salvarnos, pues Él no nos llamó a la vida para condenarnos sino para que vivamos con Él eternamente. Por eso, después de pasar por muchas tribulaciones a causa de nuestra fe, tenemos la esperanza cierta de que, junto con su Hijo, nos salvará de la muerte y nos llevará sanos y salvos a su Reino celestial. Que su Nombre sea bendito y alabado por siempre entre nosotros.

Lc. 12, 49-53. El fuego del amor es el único capaz de purificarnos. Y ese fuego del amor arde con toda su fuerza y crudeza desde la cruz. Es un amor que se hace entrega, que se hace oblación, que se convierte en perdón, que purifica, que renueva, que santifica. No basta contemplar al crucificado; no basta creer en Él tan sólo con los labios. Hay que identificarse con Él en el amor. Hay que tomar la propia cruz y echarse a andar tras sus huellas. Sólo el que ame como Él nos ha amado será capaz de hacer llegar a todos la salvación que el Señor nos ofrece. No basta anunciar a Cristo con los labios. Hay que entregar a Cristo a los demás. Y lo entregaremos desde la propia vivencia, desde la propia experiencia, desde su presencia en nosotros. Por eso lo que nos une a los demás ya no son los vínculos de sangre; es el amor el que nos hace ser hermanos y tener un sólo Dios y Padre. El que viva rechazando a Dios vive separado del Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia y no puede ser de nuestra propia sangre y raza. Por eso hemos de trabajar para que el Señor sea conocido, aceptado y amado por la humanidad entera, especialmente por aquellos que son de nuestra familia conforme a los lazos humanos. Sólo entonces realmente seremos uno en Cristo Jesús.

Y en la Eucaristía llega a su plenitud nuestra comunión con Cristo y nuestra comunión como Iglesia, Cuerpo de Cristo. Es en este momento en que Dios Padre nos fortalece interiormente con la gracia del Espíritu Santo, de modo que Cristo pueda habitar por la fe en nuestros corazones. Es aquí donde llegamos a comprender cómo Cristo ha amado a los suyos, y los ama hasta el extremo. Mediante su Misterio Pascual Él no sólo ha logrado reconciliarnos con el Padre Dios perdonándonos nuestros pecados, sino que ha logrado para nosotros el primer fruto de su Pascua: el Don del Espíritu Santo, que el Padre Dios derrama en el corazón de los creyentes. Así quedamos capacitados para proclamar el Evangelio de la Gracia a todas las naciones. Por eso la Eucaristía nos hace vivir totalmente comprometidos con Cristo y con la difusión de su Evangelio para la construcción de su Reino entre nosotros.

Dios tiene un designio de salvación universal para la humanidad de todos los tiempos y lugares. Los que hemos experimentado el amor misericordioso de Dios sabemos que así como nosotros hemos sido llamados a la comunión de Vida con Dios por medio de Cristo Jesús, así son llamados todos los pueblos sin diferencia ni distinción. Como Iglesia sabemos que el Señor nos ha constituido en instrumento de salvación para la humanidad entera. Al reconocer nuestra fragilidad y de cómo el Señor nos llamó de detrás del rebaño, de pisar la majada de nuestra maldad, y nos puso como testigos de su amor y de su misericordia, no podemos conformarnos con caer de rodillas ante nuestro Dios y Padre para darle gracias por tan gran prueba de misericordia para con nosotros; sino que hemos de ponernos en camino, llevando el fuego del amor divino para que no sólo ilumine, sino encienda el corazón de todos y cada uno de los miembros de la humanidad, hasta que todos lleguemos a ser uno en Cristo Jesús.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir con la máxima responsabilidad y amor la misión que nos ha confiado, de ser portadores del fuego de su amor y de su gracia a todos los pueblos. Amén.

Homiliacatolica.com


3-15. DOMINICOS 2004

Prendamos fuego a la tierra

Cristo habite, por la fe, en nuestros corazones.
Sea el amor la fuente y alimento de todas nuestras acciones.
El testimonio de vida sea la lámpara que encendemos para todo el día.

Pablo acentúa en su carta el anhelo de que todos los fieles poseamos el Espíritu de Jesús; que él esté con nosotros y nos posea. Eso es lo que el apóstol, hincado de rodillas ante Dios, nos pide: que seamos habitados por Cristo en la fe y caridad, y que aprendamos la sublime sabiduría del amor-caridad.

Se trata, claro está, de una sabiduría que ve mucho más allá de todos los pensamientos del saber humano filosofal. Es decir, de una sabiduría que enseña a vivir de tal forma en Dios que nuestro sentir y pensar sea el suyo. Magnifico deseo y proyecto: es el proyecto de santidad.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Carta de san Pablo a los efesios 3, 14-21:
“Hermanos: Doblo las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, y le pido que, de los tesoros de su gloria, os conceda, por medio del Espíritu, robusteceros en lo más profundo de vuestro ser: que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; para que así, con todo el pueblo de Dios, logréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano...”

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 12, 49-51:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: He venido a prender fuego en el mundo, y ¡ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, y ¡qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división... Una familia de cinco se dividirá: tres contra dos y dos contra tres...


Reflexión para este día
Jesús quiere inflamar al mundo, con fuego de amor.
Puede resultarnos sorprendente la revelación que Jesús nos hace: él ha venido al mundo con ansia de prender fuego en nuestros corazones: pero el fuego del amor. Eso le va a costar muchas horas de angustia, y hasta la muerte en cruz. Tratar de encender el fuego de la verdad, justicia y amor, le va a costar incluso -sin pretenderlo. la división entre los hombres, entre los redimidos, entre los hijos de Dios. Porque unos aceptarán que el camino de fidelidad en el amor, la justicia y la paz, resulte costoso, esforzado, y otros lo querrán más cómodo y placentero con malgasto de energías y adoración de tesoros mundanales.

¡ Qué dura y lamentable realidad: la cruz, la redención, la gracia, la religión, se pueden convertir en campo de batalla y piedra de tropiezo, por nuestra in­fidelidad! Tratemos de que no caiga sobre nuestras conciencias esa maldición, pues la voluntad de Dios es nuestra santificación y salvación.


3-16. No he venido a traer paz

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Clemente González

Reflexión:

Cuando se ha entendido que la esencia del cristianismo se halla en la caridad, en el apasionado amor a Dios y sus cosas, estas palabras del Señor no deberían sonar extrañas o contradictorias. ¡Fuera de esto sino todo lo contrario! Es más, Cristo está empleando un lenguaje contradictorio en apariencia para dar a entender precisamente en qué consiste el verdadero amor a Él. Sí, porque el amor, realmente como lo ha de entender el cristiano está muy lejos de ser un diluido sentimiento de afecto, bonito y pasajero como una flor de primavera. Más bien es como el fuego que a la vez lo enciende todo y va consumiendo una y otra cosa; es algo que se extiende, que tiende por su naturaleza a expandirse con calor, con pasión y que divide a los corazones fríos y mezquinos que nada más piensan en llenar sus pobres pretensiones.

Así es la caridad. Ese es el fuego que Cristo espera arder en los corazones de los que le amen. Están, por tanto, muy lejos de ser sus palabras interpretadas con la literalidad de la carne. Hay que haber experimentado el fuego de su amor para entenderlas correctamente.

Pidamos, por tanto, el don de la caridad, de un amor apasionado a Cristo que traiga la guerra a las fuerzas que quieren destruir la verdadera paz en la tierra. Pidamos saber amar hasta ser incomprendidos por los egoístas de nuestro mundo. Pidamos vivir en estado de lucha, en la lucha del que cree en la fuerza del amor y consigue que el mayor número de seres humanos conozca a ese Dios que se entregó por ellos por puro amor. En esto conocerán los demás que somos de Cristo. Y a tener confianza en Él. Porque el amor siempre logrará la victoria definitiva sobre el pecado y la muerte.


3-17. 21 de Octubre 2004

166. ¡Fuego he venido a traer a la tierra!

Jueves de la Vigésima Novena Semana del Tiempo Ordinario

I. El Señor manifiesta a sus discípulos el celo apostólico que le consume: Fuego he venido a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que yo arda? (Lucas 12, 49) San Agustín, comentando este pasaje del Evangelio de la Misa, enseña: “los hombres que creyeron en Él comenzaron a arder, recibieron la llama de la caridad. Inflamados por el fuego del Espíritu Santo, comenzaron a ir por el mundo y a inflamar a su vez...” Somos nosotros quienes hemos de ir ahora por el mundo con ese fuego de amor y de paz que encienda a otros en el amor a Dios y purifique sus corazones. “El fuego que Jesús ha traído a la tierra es Él mismo, es la Caridad: ese amor que no sólo une el alma a Dios, sino a las almas entre sí” (CH. LUBICH, Meditaciones) Hoy es un buen día para considerar en nuestra oración si nosotros propagamos a nuestro alrededor el fuego del amor de Dios.

II. El apostolado en medio del mundo se propaga como un incendio. Cada cristiano que viva su fe se convierte en un punto de ignición en medio de los suyos, en el lugar de trabajo, entre sus amigos y conocidos... Pero esa capacidad sólo es posible cuando se cumple en nosotros el consejo de San Pablo a los cristianos: Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús (Filipenses 2, 5): esto nos lleva a pensar, mirar, sentir, obrar y reaccionar como Él ante las gentes. Jesús se compadecía de los hombres: su amor era tan grande que no se dio por satisfecho hasta entregar su vida en la Cruz. Este amor ha de llenar nuestro corazón: entonces nos compadeceremos de todos aquellos que andan alejados del Señor y procuraremos ponernos a su lado para que, con la ayuda de la gracia, conozcan al Maestro. Todas las almas interesan al Señor. Cada una de ellas le ha costado el precio de su Sangre. Imitando al Señor, ninguna alma nos debe ser indiferente.

III. Después de cada encuentro único que tenemos con el Señor en la Santa Misa, nos ocurrirá como aquellos hombres y mujeres que fueron curados de sus enfermedades en algún lugar de Palestina: no cesaban de pregonar por todas partes las maravillas que el Maestro había obrado en su alma o en su cuerpo. Cada encuentro con el Señor lleva esa alegría y a la necesidad de comunicar a los demás ese tesoro. Así propagaremos un incendio de paz y de amor que nadie podrá detener. Y también, llenos de gozo, podremos repetir muy dentro del corazón: He venido a traer fuego a la tierra, ¿y qué quiero sino que arda? Es el fuego del amor divino, que trae la paz y la felicidad a las almas, a la familia, a la sociedad entera.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-18.

Reflexión

Este pasaje podría prestarse a una interpretación equivocada por lo que hay que tomarlo dentro del contexto en que Jesús lo dice. Jesús en todo este capítulo está hablando de la necesidad de ser fieles al Evangelio, de estar preparados. Esta fidelidad al evangelio nos pude llevar incluso a encontrarnos con problemas aun dentro de nuestra propia familia. Dado que el Reino es una invitación que se hace de manera personal, cada uno, aun los de nuestra propia familia, pueden, si no rechazarla, si al menos no tomarla tan en serio como el mismo Evangelio nos lo demanda. Esto causará división, pues no siempre los criterios del mundo van de acuerdo a los del Evangelio. Cuando el fuego del amor de Dios arde en el corazón del cristiano, la vida no siempre se ve como la ve el resto del mundo. Esto no quiere decir, que el cristiano será el causante de la división sino el mismo Evangelio que se opone al egoísmo, a la mentira, a la injusticia. Si llegas a vivir una situación así en tu casa, en medio de esta tormenta recuerda las palabras de san Pablo: “Cree tú y creerán los de tu casa” (Act 16,31).

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-19. 29ª Semana. Jueves 2004

«Fuego he venido a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que ya arda? Tengo que ser bautizado con un bautismo ¡y cómo me siento urgido hasta que se lleve a cabo! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, os digo, sino división. Pues desde ahora, habrá cinco en una casa divididos: tres contra dos y dos contra tres, se dividirán el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra». (Lc 12, 49-53)


I. Jesús, como profetizó Zacarías cuando nació su hijo Juan el Bautista, Tú has venido al mundo para iluminar a los que yacen en tinieblas y en sombra de muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz [118]. ¿Cómo dices ahora que no has venido a traer paz sino división? Lo que pasa es que me hablas de dos paces distintas: la paz del alma, que se consigue a base de lucha personal contra los propios defectos, y la paz exterior, que es la tranquilidad producida por el consenso y la unidad.

Ambas paces son buenas, pero lo importante es la paz interior, fruto de la santidad personal. No hemos de temer a adversarios exteriores. El enemigo vive dentro de nosotros: cada día nos hace una guerra intestina. Cuando le vencemos, todas las cosas del exterior que pueden sernos adversas pierden su fuerza, y todo se pacifica y allana [119].

De hecho, sólo la paz interior contribuye eficazmente a la paz exterior. La unidad conseguida por la fuerza o el consenso fruto de la negociación política no son estables. Jesús, Tú has venido a enseñarme el camino de la paz del alma, fruto del amor a Dios. Ésa es la paz que he de llevar a los demás. Como a los apóstoles también me dices: en la casa en la que entréis decid primero: paz a esta casa [120].

Jesús, quieres que el cristiano sea un sembrador de paz y alegría [121], fruto de su unión con Dios. Pero eso no significa que me tenga que amoldar a los demás, hasta el punto de transigir en la doctrina que me has enseñado. El cristianismo es un mensaje fuerte, exigente, divino, y por eso no todo el mundo lo acepta. De ahí la división que produce; no por el lado del cristiano -que debe buscar la comprensión y el entendimiento-, sino por el del que se opone con todas sus fuerzas a la luz de la fe.

II. Con la maravillosa normalidad de lo divino, el alma contemplativa se desborda en afán apostólico: «me ardía el corazón dentro del pecho, se encendía el fuego en mi meditación.» ¿ Qué fuego es ése sino el mismo del que habla

Cristo: fuego he venido a traer a la tierra y qué he de querer sino que arda?

Fuego de apostolado que se robustece en la oración: no hay medio mejor que éste para desarrollar, a lo largo y lo ancho del mundo, esa batalla pacifica en la que cada cristiano está llamado a participar: cumplir lo que resta padecer a Cristo [122].

Jesús, el fuego que has venido a traer a la tierra, es el fuego del amor de Dios, que abrasa todo egoísmo y purifica todo deseo orgulloso o impuro. Es el fuego del Espíritu Santo que se posa sobre los apóstoles y que les impulsa a salir al mundo para encender esa llama y esa luz en otros corazones. Es el fuego del apostolado que se robustece en la oración. ¿Cómo cuido mis ratos de oración personal contigo? ¿Me sirven para encenderme por dentro, para llenarme de amor a Ti y de afán apostólico?

Jesús, Tú has venido a traer fuego a la tierra, y ese fuego ha prendido en el corazón de los apóstoles y de tus discípulos de todos los tiempos hasta llegar a mí. Ahora me toca a mí recoger esa llama, tomar esa antorcha de la fe y recorrer mi parte en esta batalla pacífica en la que cada cristiano está llamado a participar. No quiero enfriarme y dejar que ese fuego se apague.
Para ello y para que esa llama alumbre y dé calor a muchos otros, he de unirme a Ti cada día en la oración.

[118] Lc 1, 79.
[119] Casiano, Instituciones, 5.
[120] Lc 10, 5.
[121] Cfr. Es Cristo que pasa, 30.
[122] Es Cristo que pasa, 120.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-20. CLARETIANOS 2004

¡Ojalá estuviera ya ardiendo!

Queridos amigos y amigas:
La oración de Pablo por la comunidad de Éfeso es estremecedora. Os invito a guardarla, meditándola, como nuestra Señora, en el corazón.

Doblo las rodillas ante el Padre, pidiéndole que, de todos los tesoros de su gloria, de los muchos que ni podemos imaginar ni abarcar, pido en concreto que el Padre, por medio de su Espíritu:

-os robustezca en lo profundo de vuestro ser
-os conceda la gracia de que Cristo habite por la fe en vuestros corazones
-os permita que el AMOR sea vuestra raíz y vuestro cimiento

Sólo así comprenderemos lo más esencial, lo más importante, ese cristal que dará sentido y color a toda nuestra vida, a todos nuestros caminos. ¿Cuál es esa piedra angular, esa piedra de toque? El AMOR CRISTIANO, es decir el Amor al estilo de Cristo, el Amor de Cristo amando en y a través de nuestro corazón, de nuestras manos, de nuestros pies, de nuestras miradas, palabras… ¡Éste y no otro es el fuego que vino a prender en el mundo… y ¡ojalá estuviera ya ardiendo!

¿Podemos imaginar nuestro mundo prendido en el fuego del AMOR de Cristo?

El amor cristiano. Así de sencillo, de claro…y así de inmenso e insondable… el único camino de plenitud, la plenitud total de Dios que es la nuestra.

Una vez más acudimos a la Eucaristía, escuela de amor activo al prójimo (Dominicae Cenae,6), donde aprendemos de modo único que participar del sacrificio de Cristo implica continuar este mismo sacrificio en una vida de entrega a los demás. Así como Él se ha ofrecido en sacrificio bajo la forma de pan y vino, así debemos darnos nosotros mismos, con fraterno y humilde servicio, a nuestros semejantes, teniendo en cuenta sus necesidades más que sus méritos, y ofreciéndoles el pan, o sea, lo más necesario para una vida digna. El pan y el vino que presentamos en el altar, nos están remitiendo a esa comida o bebida que debiera estar en la mesa de todo ser humano, porque hay muchos hombres y mujeres que no pueden disfrutar de tal derecho, bien porque no tienen qué comer o porque les falta con quién compartir, lo que representa una clamorosa injusticia. La Eucaristía, celebrada y participada como banquete, nos invita a unir la fracción del pan con la comunicación de bienes. La Eucaristía actualiza la diakonía o servicio de Cristo, y es lugar de renovación de la misión de la Iglesia, sobre todo a favor de los más necesitados. Así, la Eucaristía es escuela, fuente de amor y diakonía que necesariamente tiende a realizarse en la vida. Esto supone que en la Eucaristía, sean promovidos los valores de acogida fraterna, de solidaridad y de comunicación de bienes. Este testimonio de amor es un elemento indispensable de la verdadera evangelización. No podemos ignorar la invitación a ser, como Él, pan que se parte y comparte, sangre que se derrama para la vida del mundo; de otra manera, la celebración de la Eucaristía, sin compromiso, no sería plenamente anuncio del Evangelio. (cf. N. 52-56.63)

Elevemos el corazón uniéndonos a las palabras finales de Pablo:

Al que puede hacer mucho más sin comparación de lo que pedimos o concebimos, con ese poder que actúa entre nosotros, a él la gloria de la Iglesia y de Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén.

Y, apoyados en esta plegaria, asumamos generosamente nuestro compromiso de vida: dejar que Cristo nos habite para que el amor nos prenda y podamos ser, como Claret, hombre y mujeres que abrasan por donde pasan.

Vuestra hermana en la fe,
Carolina Sánchez (carolinasasami@yahoo.es)