VIERNES DE LA SEMANA 26ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Ba 1, 15-22

1-1.

El comienzo de esta oración está marcado por la doctrina de la retribución (Dt 28, 15-68; Lev 26, 14-39). La desgracia castiga al pueblo porque ha pecado, y como todas las generaciones son solidarias en el pecado y el castigo, se trata, para que dicha desgracia sea alejada, de reconocer, en el nombre de las generaciones pasadas, las responsabilidades incurridas.

La confesión de sus faltas es por consiguiente para el pueblo una forma de situarse de nuevo en la historia de la salvación.

La oración penitencial y la confesión de las faltas no tienen ya en el Nuevo Testamento la importancia que tenían en el Antiguo.

El contexto de retribución en el cual se inscriben, en Baruc especialmente, está completamente sobrepasada por Cristo. Dios perdona, en efecto, independientemente de la confesión y a pesar de las faltas: en eso reside toda la diferencia entre la confesión de los hebreos y la de los cristianos. La gestión penitencial no es en principio una especie de recuperación de su inocencia o un reconocimiento de violación del derecho y de la justicia; no hay confesión cristiana y verdadera contrición, sino donde se confiese a Dios y a su inalterable misericordia. La confesión no es una especie de recuperación de una justicia en un momento perdido y que se podía recuperar con ayuda de Dios. No es tampoco una gestión de reconciliación con Dios, como si tuviéramos que tenderle la mano. El Padre perdona indistintamente al justo y al pecador, se reconcilia con los hombres antes incluso de que intenten la menor gestión. La confesión cristiana se sitúa fuera de toda justicia. Por esta razón, si existe una gestión auténtica de conversión, es sobre todo celebración de la gratuidad a la cual invita Dios a todos los hombres.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág 108


1-2. /BA/LIBRO:

El secretario de Jeremías, que se llamaba Baruc, no es el autor del libro que lleva su nombre. En efecto, es muy posterior al destierro, y debió de ver la luz en una comunidad de la diáspora, en tiempos de la rebelión de los Macabeos. De hecho, su autor se valió de las semejanzas entre la catástrofe del año 587 y la persecución de la Seléucidas para proyectar en el pasado los sucesos que había visto desarrollarse ante sus ojos. Este procedimiento, frecuente en la antigüedad, es llamado pseudonimia, ya que, de paso, el autor se aprovechaba del método para poner su obra bajo el patrocinio de algún gran personaje de la historia nacional.

Por lo demás, el libro tiene cuatro partes que no son ni del mismo autor ni de la misma época. Comienza con una introducción histórica, seguida de una confesión nacional. Por sí sola, esta confesión basta para que atribuyamos la obra a una fecha posterior al destierro, ya que fue después de la caída de Jerusalén, dentro del ambiente de las grandes lamentaciones colectivas, cuando nació el género literario de las confesiones.

Estas encontraban normalmente su sitio en las liturgias penitenciales que se celebraron después del regreso del destierro.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS XXII-XXXIV T.O. EVANG.DE LUCAS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág. 91


1-3.

El libro de Baruc se escribió en el siglo anterior a Jesucristo. En este época muchos judíos se encontraban en la Diáspora -Dispersión-, reunidos en pequeñas comunidades en ciudades paganas. Es la experiencia apasionante de una vida religiosa que se mantiene fervorosa, por la oración. En muchos ambientes los cristianos de HOY se encuentran en minoría y dispersos entre unos hombres y mujeres prácticamente extraños a su fe.

-Al Señor, nuestro Dios, pertenece la justicia, a nosotros, en cambio, la confusión del rostro, como es patente en el día de hoy.

La humildad no tiene HOY buena prensa. El mundo se burla de los humildes. Esta postura o estado se considera una dimisión. Y sin embargo, más allá de posibles desviaciones contra las que tenemos que luchar para no contribuir a que esta virtud resulte odiosa a nuestros contemporáneos, la humildad es un valor esencial. Desde un simple punto de vista humano, la humildad es un valor de verdad, lo contrario de la ampulosidad y la suficiencia. Desde el punto de vista religioso, la humildad es el reconocimiento de nuestra verdadera situación delante de Dios.

HUMILDAD/ENC: En el evangelio, la humildad es presentada como una virtud fundamental: el Reino se promete a los humildes y a los pobres. (Mateo 11, 25).

La humildad debe ser muy importante puesto que la Encarnación del Hijo de Dios fue un «anonadamiento» (Filipenses 2, 5) que nos salva del orgullo demencial del primer Adán, que quería «hacerse dios» .

-Sí, hemos pecado contra el Señor, le hemos desobedecido.

En efecto, nuestra "condición humana" no es solamente frágil, limitada, efímera... es pecadora. Es preciso, es verdad, cerrar los ojos para no verlo. Estamos de veras inmersos en un baño de violencia, de sexo, de dinero, de opresión. Y basta mirar lúcidamente el fondo de nuestro interior para descubrir allí esas mismas tendencias.

El solo hecho de «reconocer» este pecado en nosotros es ya liberador: afirmamos por ende cuál es la dirección esencial de nuestra vida. Cuando reconozco que te he desobedecido, Señor, afirmo al mismo tiempo que eres Tú el verdadero sentido de mi vida.

-En nuestra ligereza, no hemos escuchado la voz del Señor.

Cada uno de nosotros, según el capricho de su perverso corazón, hemos ido a servir a dioses extraños, a hacer lo malo a los ojos del Señor, nuestro Dios.

Nuestra libertad profunda no se ejerce de veras más que en los límites de nuestra conciencia real. Nuestra responsabilidad recae en lo que «sabemos». Y Jesús pudo decir de sus verdugos: «perdónalos, Padre, que no saben lo que hacen».

Efectivamente, nuestra ligereza y nuestra inconsciencia nos inducen a satisfacer «nuestros propios caprichos» en lugar de cumplir «la Voluntad de Dios» porque Dios sólo quiere nuestro bien más profundo.

-Por esto, como sucede en este día, se nos han pegado los males.

El pensamiento judío, como también el pensamiento popular de muchos pueblos, piensa que hay una relación entre el pecado y la desgracia. Es la tesis de la «retribución»: ¡cosecha lo que ha sembrado! Cristo ha superado netamente ese punto de vista demasiado estrecho, -defendiendo de toda acusación al ciego de nacimiento- (Juan 9, 3J.

Sigue siendo verdad que la felicidad consiste en seguir a Dios. Y todo aquello que nos desvía de su voluntad, nos aleja también de nuestro bien más profundo. P/CASTIGO

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 316 s.


1-4. /Ba/01/14-22   /Ba/02/01-05   /Ba/03/01-08

Los textos que leemos hoy se han seleccionado así porque contienen una larga oración litúrgica que les da unidad. Esta oración, tanto en la forma como en el contenido, tiene precedentes en otros libros (Dn 9,4b-19; Esd 9,6-15; Neh 1,5-11; 9,6-37), donde el clamor colectivo responde a situaciones parecidas de angustia y desastre nacional. La plegaria empieza con una confesión sincera y lúcida de los pecados de toda la comunidad de ahora y de antes; sigue con el reconocimiento del sentido del castigo divino; termina pidiendo misericordia. En este triple momento se encierra una bella y profunda teología del pecado, de la conversión y del perdón, todo ello en un clima y en un ritmo mental de salud y serenidad.

El pueblo -no sólo el de ahora, sino también el de antes- es responsable en todos sus estratos, son responsables los de arriba y los de abajo, el poder político y el religioso y carismático, los reyes, los magistrados, los sacerdotes, los profetas, el pueblo (1,16). El principal pecado reside en haber despreciado la palabra de Dios: «Desde el día en que el Señor sacó a nuestros padres de Egipto hasta hoy no hemos hecho caso al Señor, nuestro Dios... No escuchamos la voz del Señor, nuestro Dios, que nos hablaba por medio de sus enviados» (1,19.21). Se recuerda constantemente el beneficio del éxodo, que contrasta con la contumacia del pueblo.

El desprecio secular de la palabra de Dios explica las calamidades en que se encuentra el pueblo. Entre los desastres más graves se mencionan las escenas de antropofagia que se produjeron durante el asedio de Jerusalén en cumplimiento de una amenaza ya anunciada: «Una nación... te sitiará en todas tus ciudades, y te comerás el fruto de tu vientre, la carne de los hijos e hijas que te haya dado Yahvé tu Dios» (Dt 28,53). Otro castigo es la sujeción a pueblos extranjeros, que los escarnecen.

Esta situación ha hecho que el pueblo reflexione sobre su «historia nacional» de pecado y clame a Yahvé. Tal clamor, que en lenguaje bíblico significa conversión, indica también la esperanza de poder ser nuevamente pueblo de Dios.

Según esta visión, el hombre se encuentra sometido a la exigencia total de la palabra divina, y su vida depende enteramente de tal palabra: «Esta palabra es vuestra vida» (Dt 32,47). La religión bíblica es esencialmente la religión de la palabra escuchada, a la cual el hombre, con sus obras, debe dar la fisonomía de la respuesta. La afirmación fundamental del NT se resume en esta proposición: la palabra de Dios es el hombre Jesús de Nazaret.

En este hombre, Dios se hace palabra definitiva y se percibe quién es Dios para nosotros.

F. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 362 s.


2.- Jb 38, 1.12-21; 39, 33-35

2-1.

Después de dejar hablar a los «amigos» de Job...

Después de haber escuchado la vacilante y dolorosa búsqueda de Job...

Dios, a su vez, toma la palabra. Y no es para condenar a Job como le sugerían sus amigos, sino para aprobarlo.

-Desde el seno de la tempestad, dijo el Señor a Job: «¿Has mandado una vez en tu vida a la mañana, has asignado a la aurora su lugar?» Job, lo había dicho ya.

Dios es grande, no hay ordenes para Dios.

¡Cuán presuntuosa es la inteligencia humana que quisiera penetrar todos los misterios, incluso el secreto del mal, siendo así que no hace más que rozar el misterio de las cosas!

¿Quién manda salir el sol? dice Dios.

¿Quién inventó la «luz»? ¿Qué es la «luz»? ¿Quién decidió la velocidad de la luz: 300.000 kms. por segundo? Ayúdanos, Señor, a saber contemplar tu obra. Ayúdanos a saber admirar. Ayúdanos a reconocer nuestros límites y nuestras ignorancias, dános esta humildad radical que nos viene de la constatación de nuestra «condición humana»: soy "criatura", y Tú eres mi «Creador», y no al revés... dependo totalmente de Ti, y no... a la inversa.

-¿Has penetrado hasta las fuentes del mar? Has explorado el fondo del abismo? ¿Has descubierto las puertas de la muerte? Dime... ¿dónde está la morada de la luz? Y ¿cuál es el sitio de las tinieblas? ¿Puedes conducirlas a su casa?

El hombre ha preguntado a Dios. Y es normal.

¡Y Dios replica con una ráfaga de «preguntas»! Es verdad. En el fondo, es Dios quien «interroga al hombre». No se tendrían que invertir los papeles. El hombre es una parte del universo... El universo existe antes que él y es exterior a él... ¿cómo puede el hombre pretender ser la regla, la medida y el censor de ese universo? El hombre es infinitamente «pequeño» ante el universo y ante Dios. Quizá no nos agrada que nos lo recuerden, pero esto no cambia en nada la realidad: es así queramos o no lo queramos. Entonces, ¿por qué no lo «reconocemos»?

Concédenos, Señor, que sepamos someternos a la realidad y aceptarla.

-Job contestó al Señor: «Soy muy poca cosa para replicar. Taparé mi boca con la mano y ya no insistiré...»

El hombre debe aceptar esas zonas formidables de misterio. El científico y el técnico lo admiten con dificultad porque su afán es reducirlo todo a su servicio y utilidad. Al hombre moderno, Job le recuerda que las cosas no existen solamente en vistas a satisfacer sus necesidades: un misterio sigue subsistiendo en ellas, incluso cuando cree haberlas pesado, disecado, medido, analizado, definitivamente.

Danos, Señor, el sentido del misterio: lo que comprendo de los seres, y de las personas no agota su insondable misterio.

Concédenos ser capaces de callar y de admirar en silencio.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 316 s.


2-2. /Jb/38/01-30   /Jb/40/01-05

Al fin, agotados los argumentos de los hombres, habla Dios. Es claro que el autor de Job no pretende saber siempre cuál será el proceder de Dios; de ser así, nos habría explicado todo desde el comienzo. Dios continúa siendo enigmático y desconcertante, más enigmático y desconcertante cuando habla que cuando guarda silencio. Aquí radica lo mejor de la teología de Job: Dios no es un Dios matemático, claro y comparable a lo que conoce el hombre. La crisis de la sentencia tradicional es, precisamente, la demostración de que la conducta de Dios no es reducible a fórmulas. Si los sabios tuviesen razón, Dios estaría en el mismo nivel que el hombre. Por eso ataca Job la sentencia de los sabios diciendo que Dios está por encima de ellos.

La falta de fe puede provenir de ahí: de creer que tenemos a Dios atado con nuestros razonamientos y que, forzosamente ha de obrar de esta manera o de la otra.

Eso es más peligroso cuando se trata de interpretar la historia. De ahí las opresiones e injusticias de los hombres, especialmente graves cuando se cree que son avaladas por Dios.

La teología de Job no parte de la historia, donde, como ha dicho sin rodeos, el proceder de Dios trasciende al hombre, sino más bien de la historia natural: al parecer, en los fenómenos de la naturaleza impera con más claridad el misterio.

Hay, evidentemente, argumentos que en la actualidad pueden resultar pueriles. Los sabios no han descifrado todos los enigmas ni han explicado por completo las anomalías de que habla Dios. Sigue habiendo misterios.

Ante ese cuadro espectacular y maravilloso, Job no tiene una respuesta adecuada. Ha invitado a Dios a discutir con él, pero Dios no puede aceptar el desafío y reduce a la nada, tan pronto como comienza a hablar, la pretensión de Job.

Job lo comprende: se excedió en su osadía, no volverá a discutir con Dios.

J. MAS BAYÉS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 311 s.


3.- Lc 10, 13-16           

3-1.

Ayer, al final de sus consignas para el "envío en misión", Jesús daba una última consigna: "Cuando no seáis recibidos, salid a las plazas y decid:

-"Hasta el polvo de este pueblo que se nos ha pegado a los pies nos lo limpiamos, ¡para vosotros! De todos modos sabed: que ya llega el reino de Dios".

Es así como Jesús decididamente consideró el fracaso, el rechazo a escuchar. Incluso ante ese rechazo las consignas de pobreza y de no violencia permanecen: ¡id a otra parte! gesto de impotencia; pero la advertencia permanece también: que lo queráis o no, Dios "reinará". Pero no es incumbencia de los apóstoles hacer ese Juicio que se acerca.

-"Yo os digo: El día del Juicio le será más llevadero a Sodoma que a ese pueblo".

Y es entonces cuando estallan las maldiciones de los labios de Jesús:

-"¡Ay de ti Corazoín, ay de ti Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que habrían hecho penitencia cubiertas de sayal y sentadas en ceniza.

Las ciudades de Corazoín, Betsaida y CAFARNAUN, al nordeste del Lago de Tiberíades, delimitan el triángulo, el "sector" en el que más trabajó Jesús. Esas ciudades recibieron mucho... Serían ricas de grandes riquezas espirituales si hubiesen querido escuchar. Si se las compara a las ciudades paganas de Sodoma, Tiro y Sidón, éstas son unas "pobres" ciudades que no han tenido la suerte de oír el evangelio: pues bien, una vez más, Jesús se queda con éstas, prefiere las pobres.

Esas amenazas hay que escucharlas en el día de HOY.

Las "riquezas espirituales", de ningún modo constituyen una seguridad: cuanto más abundantes son las gracias recibidas, tanto más hay que hacerlas fructificar.

-Por eso, en el Juicio, habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras.

¿Pensamos a menudo en ese "juicio de Dios" sobre nosotros? Jesús lo nombra sin cesar como punto de referencia. Para apreciar una cosa, un acto, una situación, se necesita una medida de comparación: algo es pequeño o grande según el punto de referencia...

Para Jesús el punto de referencia del hombre, en cuanto a su verdadero valor, es el juicio de Dios. Esta apreciación "del punto de vista de Dios" es a menudo bastante diferente de las apreciaciones corrientes del mundo: las ciudades paganas, que no recibieron tanta predicación como las cristianas, serán tratadas menos severamente que las ciudades privilegiadas por una presencia de Iglesia más abundante. ¿Estoy convencido de esto? Y si es así, ¿qué exigencia me sugiere?

-Y tú CAFARNAUN, ¿piensas encumbrarte hasta el cielo? No, te hundirás en el abismo. CAFARNAUN es la ciudad que Jesús había adoptado como centro de su predicación, quizá porque en ella Simón Pedro tenía su casa y su oficio. Es la ciudad más nombrada en el evangelio -dieciséis veces.

Sí, CAFARNAUN fue una ciudad privilegiada. Jesús hizo de ella "su ciudad" (Mateo 9, 1). Jesús hizo en ella numerosos milagros. (Lucas 4, 23) Jesús ciertamente quiso que sus habitantes entraran en el "Reino de Dios". Pero la oferta no fue aceptada.

-Quien os escucha a vosotros, me escucha a mí; quien os rechaza a vosotros, me rechaza a mí.

Esas sorprendentes palabras hacen que resalte la grandeza de la tarea apostólica o misionera: es una participación a la misión misma de Jesús. Dios necesita de los hombres.

Hay hombres por los cuales habla Dios...

¿Con qué amor, con qué atención estoy delante de los "enviados" de Dios? Y en principio, acepto yo que Dios me envíe otros hombres, hermanos débiles como yo, pero con el peso de esta responsabilidad?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 208 s.


3-2.

1. (Año I) Baruc 1,15-22

a) Hoy y mañana leemos una selección del libro de Baruc, también de la época del destierro de Babilonia y la vuelta a Sión.

Este Baruc es probablemente el secretario y hombre de confianza del profeta Jeremías.

Le encontramos en Babilonia, con los desterrados, a la muerte de Jeremías, hacia el 580 antes de Cristo.

Aquí leemos su oración emocionada, humilde, en la que reconoce que son culpables de lo que les está pasando, porque todos han sido infieles a Dios, empezando por los políticos y sacerdotes: "no obedecimos al Señor que nos hablaba, seguimos nuestros malos deseos, haciendo lo que el Señor nuestro Dios reprueba".

b) Nos viene bien a todos recapacitar y sentir humildemente "vergüenza" por lo que nos está pasando. Y reconocernos culpables, porque "pecamos contra el Señor no haciéndole caso".

Tenemos que aprender las lecciones que nos da la historia. Los períodos de decadencia de una persona o de la Iglesia se deben, seguramente, a muchas causas. Una de ellas es nuestra propia dejadez y nuestra infidelidad a la Alianza que habíamos prometido a Dios.

Sembramos vientos y recogemos tempestades. Olvidamos la base sólida del edificio y luego nos quejamos de que la primera ventolera ha derrumbado sus paredes.

La oración de Baruc sigue siendo actual. Solemos excusarnos echando las culpas a los demás o a las instituciones o al mundo que nos rodea. Pero entonar el "mea culpa" de cuando en cuando, con golpes en el pecho bien dados -en el nuestro, no en el de los demás-, nos ayuda a progresar en nuestra vida de fe. Lo hacemos normalmente al empezar la Eucaristía, con el acto penitencial. Lo hacemos, sobre todo, cuando celebramos el sacramento de la Reconciliación. Eso nos ayuda a reflexionar sobre si estamos "siguiendo nuestros malos deseos sirviendo a dioses ajenos". Y nos invita a corregir la dirección de nuestra vida para no llegar hasta la ruina total.

Hagamos nuestro el salmo y sus sentimientos: "¿hasta cuándo, Señor? ¿vas a estar siempre enojado? Que tu compasión nos alcance pronto. Socórrenos, Dios, Salvador nuestro, líbranos y perdona nuestros pecados". Es una buena manera de afirmar que no estamos conformes ni con nuestra vida ni con la situación de la sociedad, si la vemos decadente, y que estamos dispuestos a luchar por su mejora.

1. (Año II) Job 38,1.12-21; 39,33-35

a) Después del silencio de Dios, ahora escuchamos su respuesta a Job y a sus amigos.

Habla desde la tormenta, subrayando la grandeza de su poder.

No es, en rigor, una respuesta racional al interrogante. A lo más que llega la reflexión sapiencial del libro de Job es a constatar que Dios lo sabe todo, que son impenetrables sus designios y que nos deberíamos fiar de él, que conoce los secretos del cosmos y de la vida y de la muerte.

Por eso Job adopta una actitud de humilde aceptación: "me siento pequeño, ¿qué replicaré?". Se queda sin habla y decide callar. El silencio como respuesta sabia, sin pretender dar respuesta a lo que se sabe que no la tiene.

b) La revelación de Jesús nos hace dar pasos adelante en esta reflexión sobre el problema del mal, como veíamos hace días resumiendo la carta Salvifici doloris de Juan Pablo II.

Nosotros, además de apoyarnos en el inmenso poder y sabiduría de Dios, hemos aprendido de Jesús a recordar más el amor que Dios nos tiene. Y aunque tampoco sepamos explicar el misterio, por ejemplo, de la muerte prematura e injusta, tenemos mayores motivos para confiar en los designios de Dios. Él no es el que quiere el mal, ni lo permite -el mal no es de él- sino que saca bien para nosotros incluso del mal.

Tampoco parecía tener sentido la muerte del Inocente por excelencia, Jesús, pero resultó ser la salvación para todos. Dios ha asumido el dolor y le ha dado un valor de redención y de amor.

¡Qué serenidad nos infunde el salmo 138, invitándonos a poner toda nuestra confianza en el Dios que nos conoce y nos ama!: "Señor, tú me sondeas y me conoces... tú has creado mis entrañas...te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras".

2. Lucas 10,13-16

a) Jesús y los suyos tenían ya experiencia de fracaso en su trabajo evangelizador.

Acababan de dejar Galilea, de donde conservaban algunos recuerdos amargos. En su paso por Samaria no les habían querido hospedar. En Jerusalén les esperaban cosas aún peores.

Jesús anuncia que, al final, habrá un juicio duro para los que no han sabido acoger al enviado de Dios. Tres ciudades de Galilea, testigos de los milagros y predicaciones de Jesús, recibirán un trato mucho más exigente que otras ciudades paganas: hoy se nombra a Tiro y Sidón, y ayer a Sodoma. Los de casa -el pueblo elegido, los israelitas- son precisamente los más reacios en interpretar los signos de los tiempos mesiánicos.

b) Lo que le pasó a Cristo le pasa a su comunidad eclesial, desde siempre: bastantes llegan a la fe y se alegran de la salvación de Cristo. Pero otros muchos se niegan a ver la luz y aceptarla. No nos extrañe que muchos no nos hagan caso. A él tampoco le hicieron, a pesar de su admirable doctrina y sus muchos milagros. La libertad humana es un misterio. Jesús asegura que el que escucha a sus enviados -a su Iglesia- le escucha a él, y quien les rechaza, le rechaza a él y al Dios que le ha enviado. Ése va a ser el motivo del juicio. No valdrá, por tanto, la excusa que tantas veces oímos: "yo creo en Cristo, pero en la Iglesia, no". Sería bueno que la Iglesia fuera siempre santa, perfecta, y no débil y pecadora como es (como somos). Pero ha sido así como Jesús ha querido ser ayudado, no por ángeles, sino por hombres imperfectos.

Jesús nos enseña a reaccionar con cierta serenidad ante el rechazo del mundo. Que no pidamos que baje un rayo del cielo y destruya a los no creyentes. Ni que mostremos excesivo celo en eliminar la cizaña del campo. Nos pide tolerancia y paciencia. Aunque hoy también nos asegura que el juicio, a su tiempo, dará la razón y la quitará.

"Hemos pecado contra el Señor no haciéndole caso" (1ª lectura I)

"Me siento pequeño, no añadiré nada" (1ª lectura II)

"Señor, tú me sondeas y me conoces" (salmo II)

"Quien a vosotros escucha, a mí me escucha" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 132-135


3-3. 2001

COMENTARIO 1

vv. 13-16. «¡Ay de ti Corozaín..., Betsaida..., Cafarnaún!». Jesús contrasta tres ciudades de Galilea con Sodoma, Tiro y Sidón, tres ciudades paganas. Se trata de dos descripciones com­pletas (tres nombres), a la par que reales (nombres propios), de dos situaciones antagónicas. Con esta sentencia Jesús prevé ya que la respuesta de los paganos será muy superior a la del pueblo escogido. No siempre los hombres religiosos y observantes son el mejor terreno de cultivo para la experiencia del reino.

COMENTARIO 2

La soberbia humana ha construido una sociedad injusta que se resiste a aceptar el mensaje liberador de Dios. Como el Faraón que no quiere dejar vivir dignamente al pueblo de Dios y como el opresor babilónico, los detentores del poder en la ciudad inhumana que vivimos encuentran a cada paso la justificación para oponerse al designio de Dios.

El endurecimiento de su corazón hace que el anuncio del mensaje asuma la forma peligrosa de una lucha en que el enviado está enfrentado a fuerzas gigantescas que se le oponen. Frente a la presencia de esas fuerzas nace en él una viva conciencia de la propia impotencia que puede conducirlo al desánimo y a sensación aguda de fracaso.

Para superar esos desalientos y manteniéndose fiel en la lucha contra el mal, que se le ha confiado, el enviado debe tomar conciencia de la profunda identificación entre sus intereses y los intereses de Jesús y de Dios.

Sólo de esa identificación que hace al Enviado semejante a Quien lo envía puede nacer el coraje para afrontar las enormes dificultades que el anuncio encuentra en el orgullo del corazón de los poderosos de este mundo.

Pero junto al aliento y confianza que surge de esta seguridad, brota simultáneamente desde esa identificación un deber para el enviado. Se le exige ser capaz de renunciar a todo interés y egoísmo propio a fin de hacer transparente a Jesús y al designio divino. Sólo si está convencido de esta verdad, podrá realizar con éxito la misión confiada y continuar su tarea hasta el fin.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-4. 2002

Situémonos en el final de la perícopa evangélica que hemos leído hoy. Allí está el mensaje central del relato proclamado. Lucas deja bien en claro y sin titubear que Jesús, es el enviado del Padre, autorizado por Dios para presentar a la humanidad el designio insondable del Creador.
Así como Jesús es el enviado del Padre, los discípulos son los enviados de Jesús. Jesús, los autoriza para que anuncien el Reino y lo extiendan por todos los lugares conocidos. Jesús sabe que a él solo, como hombre, la tarea del anuncio del Reino, lo sobrepasa. Él "no hace alarde de su condición de Dios", por eso siente la necesidad de hacerse ayudar de hombres y mujeres y para hacer que el Reino llegue a toda la tierra por el trabajo de muchos que de buena voluntad se matriculen en esa gran empresa.
Toda persona o comunidad que rechace a los discípulos, está rechazando a Jesús mismo, y todo aquel que rechaza a Jesús, rechaza a quien le envió: el Padre. Esta advertencia de Jesús, no tiene por qué llenarnos de falso orgullo; sino que tiene una exigencia profunda: quien más ha sido favorecido por el mensaje de Jesús, más responsabilidad tiene, y a quien mucho se le da, mucho se le exige.
Hoy, nosotros, tenemos que evaluar nuestra actitud frente al Reino. También hemos sido elegidos por gracia. No tenemos mérito alguno para ser escogidos. Pero tenemos que responder a este llamado de Dios con altura y con responsabilidad. Es una exigencia y debemos cumplirla.
Dejemos el juicio a Dios. Nosotros anunciamos a tiempo y a destiempo el Reino de Dios con todos sus valores. No perdamos el tiempo, ni las oportunidades que nos ofrece la vida para que la soberanía de Dios se a una realidad en los corazones y las conciencias que todas las personas. El Reino nos urge, nos llama, tiene que ser tarea de todos, pero iniciativa única de Dios. Dispongámonos a ser obreros del Reino con alegría y con disponibilidad, pero también con mucha apertura, para que otros accedan a él, con la libertad y la alegría de verdaderos hijos e hijas de Dios.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-5. Viernes 3 de octubre de 2003
 
Bar 1, 15-22: Confesión de los pecados
Salmo responsorial: 78, 1-5.8-9
Lc 10, 13-16: !Ay de ti...!

Junto al texto del envío misionero de los setenta y dos -símbolo quizá de la misión a los gentiles- Lucas nos transmite en el texto de hoy, unos ayes contra las ciudades de Galilea que se han opuesto o han rechazado reconocer los signos de Jesús.

Aunque Jesús haya lanzado la propuesta del Reino para todos los pueblos, muchos no quisieron acogerla. Corazaín, Betsaida y Cafarnaún, a pesar de haber recibido la gracia de Dios a través de la predicación y los milagros de Jesús, no aceptaron el plan salvífico de Dios, por eso Jesús las maldice y las compara con Tiro y Sidón, dos ciudades paganas que -dice Jesús- si hubieran recibido las manifestaciones de Dios, se habrían convertido. Todo parece indicar que la predicación y las acciones milagrosas de Jesús sólo fueron para ellos hechos extraordinarios del momento, que no les cambiaron la vida; no las interpretaron a la luz de la fe, por eso Jesús les advierte sobre su condenación en el juicio final.

En nuestra vida, Dios sigue haciendo milagros, sigue hablando a nuestro corazón y a veces nuestra respuesta es la indiferencia. Muchas veces nos quedamos en palabras bonitas, nos impresionamos con hechos extraordinarios, pero no pasamos de ahí, seguimos con el corazón endurecido, como la gente de Corazaín, Betsaida y Cafarnaún; peor aún, creemos que ya tenemos la solución, nos creemos salvados, convertidos definitivamente. Puede ser que Jesús en el juicio final nos rechace por lo que pudimos haber hecho y no lo hicimos, por no haber amado a quienes pudimos amar, por no haber sido solidarios con los más necesitados, porque nuestro corazón estuvo siempre endurecido por nuestro egoísmo y por nuestra falta de amor.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-6. ACI DIGITAL 2003

13. Él ¡ay! del Señor se ha cumplido de modo espantoso. Las ruinas de esas ciudades lo denuncian hasta hoy. Cf. 11, 21 - 23: "Cuando el hombre fuerte y bien armado guarda su casa, sus bienes están seguros. Pero si sobreviniendo uno más fuerte que él lo vence, le quita todas sus armas en que confiaba y reparte sus despojos. Quien no está conmigo, está contra Mí; y quien no acumula conmigo, desparrama".

16. Véase Mat. 10, 40: "Quien a vosotros recibe, a Mí me recibe, y quien me recibe a Mi, recibe a Aquel que me envió"; Juan 13, 20: "En verdad, en verdad, os digo, quien recibe al que Yo enviare, a Mí me recibe; y quien me recibe a Mí, recibe al que me envió".


3-7. 2003

LECTURAS: BAR 1, 15-22; SAL 78; LC 10, 13-16

Bar. 1, 15-22. El llamado que Dios nos hace a la conversión es el inicio de la manifestación de su amor misericordioso hacia nosotros. No podemos ser gratos ante Él; no podemos presentarnos ante Él como sus hijos amados, si antes no hemos reconocido que le fallamos, que fuimos rebeldes a la Alianza nueva y definitiva que pactó con nosotros. Y no sólo hemos de reconocer nuestras faltas, sino que hemos de arrepentirnos y pedir perdón, lo cual nos ha de llevar a reiniciar un volver a caminar con lealtad en la presencia del Señor. Dios es siempre fiel a su amor por nosotros. Jamás dejará de amarnos, por muchas ofensas y rebeldías que hayamos hecho en contra suya, pues en medio de nuestras infidelidades, Él permanece fiel, ya que no puede desdecirse a sí mismo. Si a veces, por culpa nuestra, la vida se nos complica, no podemos hacer responsable a Dios de lo que nosotros mismos hemos provocado. Si queremos disfrutar de una sociedad más sana y más en paz, nosotros, que decimos creer en Cristo como nuestro Dios hecho Hombre, escuchemos su voz y, como fieles discípulos suyos, pongámosla en práctica; hagamos la prueba y veremos qué bueno es el Señor y cuán rectos son sus caminos.

Sal.78. Dios, por medio de Jesús, su Hijo, ha descubierto su brazo a la vista de nuestros enemigos y nos ha liberado de ellos. Dios escucha el clamor de sus pobres y está pronto a sus plegarias para librarlos de la muerte. Aún en medio de nuestras más grandes miserias, aún cuando hayamos vivido demasiado lejos del Señor, volvamos a Él nuestra mirada y nuestro corazón, pues el Señor es rico en misericordia y su bondad nunca se acaba. Retornemos a Él dispuestos a dejar que nos purifique de nuestras maldades y nos revista de su propio Hijo, de tal forma que no sólo participemos de sus bienes, sino que, bien calzados nuestros pies, vayamos a anunciar el Evangelio de la paz y de la misericordia que el Señor nos ha manifestado, y del cual quiere que participen los hombres de todos los lugares y tiempos.

Lc. 10, 13-16. No basta estirar las manos para recibir los dones de Dios; es necesario esforzarse por vivir conforme al don recibido, pues a base de sólo recibir sin vivir, sin dar testimonio, podemos volver estéril nuestro mundo. Dios nos ha enviado a su propio Hijo, quien nos ha dado el perdón de nuestros pecados y nos ha hecho partícipes de su propia Vida y de su Espíritu. ¿Por qué nuestro mundo continúa, entonces, dominado por tantos egoísmos y tantos males provocados, incluso, por personas que se confiesan cristianas? ¿Acaso vivimos a profundidad nuestra fe? ¿No nos habremos quedado, más bien, en una profesión de fe hecha con los labios, por mera costumbre o tradición familiar, mientras nuestro corazón está lejos del Señor? Ojalá y no rechacemos al Señor alejándolo de nuestra vida, sino que, conforme a la fe que en Él profesamos, sepamos escuchar su Palabra y ponerla en práctica; aceptar su Vida y su Espíritu y dar testimonio, por medio de nuestras buenas obras, de su presencia en nosotros.

El Señor nos ha llamado para que estemos con Él en esta Eucaristía. A Él no se le oculta nuestra fragilidad; ante Él están nuestras miserias y traiciones. Sin embargo se muestra misericordioso para con todos; y a pesar de que nosotros somos quienes hemos tomado por caminos equivocados y Él ha permanecido fiel, hoy sale a nuestro encuentro para ofrecernos su perdón, su bondad, su misericordia, su protección. Sólo espera de nosotros el que estemos dispuestos a recibir, a hacer nuestra su oferta de perdón y de salvación. Mediante la celebración del Memorial de su Pascua quiere, no sólo que comprendamos y aceptemos su amor hacia nosotros, sino que, aceptando su Vida en nosotros, su Espíritu nos renueve de tal forma que en adelante nos convirtamos en testigos suyos y en constructores de su Reino. Ojalá y no sólo vengamos como espectadores a esta Eucaristía, sino con la plena disposición de entrar en comunión de vida con el Señor.

El Señor nos envía como discípulos suyos a proclamar su Evangelio y a construir su Reino. No vamos sólos. Él, además de comunicarnos su Vida, ha derramado en nuestros corazones su Espíritu Santo. No podemos volver a casa para encerrarnos en nuestras cavilaciones personales y vivir nuestra fe sin proyección hacia la vida social. Es cierto que encontraremos muchos ambientes hostiles a la fe; es cierto que quien proclame el Nombre del Señor podrá convertirse en objeto de burla para quienes no quieren un compromiso real de fe; es cierto que muchos no sólo rechazarán, sino que perseguirán e incluso tratarán de acabar con la vida del enviado. Esto no puede acobardarnos, pues, efectivamente, no hemos recibido un espíritu de cobardía, sino el Espíritu que viene de Dios, que nos hace fuertes en la fe. No queramos, por defender nuestra vida, vivir con doblez: como hombres de fe en el templo, y como descreídos y cómplices de la maldad en el mundo. Si en verdad queremos no sólo arrodillarnos ante Dios en su templo, sino convertirnos en testigos del Señor y constructores de su Reino, aceptemos el compromiso que tenemos de vivir como sus enviados para impulsar el nacimiento de una humanidad que, día a día, se vaya renovando en Cristo.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la Gracia de poder vivir con lealtad nuestra fe, como colaboradores esforzados en la construcción de su Reino en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia. Amén.

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3-8.

Contemplar l'Evangeli d'avui

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Día litúrgico: Viernes XXVI del tiempo Ordinario

Ref. del Evangelio: Lc 10,13-16

Texto del Evangelio: En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que, sentados con sayal y ceniza, se habrían convertido. Por eso, en el Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado».

Comentario: Mn. Jordi Sotorra i Garriga (Sabadell)

«Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha»

Hoy vemos a Jesús dirigir su mirada hacia aquellas ciudades de Galilea que habían sido objeto de su preocupación y en las que Él había predicado y realizado las obras del Padre. En ningún lugar como Corazín, Bet-Saida y Cafarnaúm había predicado y hecho milagros. La siembra había sido abundante, pero la cosecha no fue buena. ¡Ni Jesús pudo convencerles...! ¡Qué misterio, el de la libertad humana! Podemos decir “no” a Dios... El mensaje evangélico no se impone por la fuerza, tan sólo se ofrece y yo puedo cerrarme a él; puedo aceptarlo o rechazarlo. El Señor respeta totalmente mi libertad. ¡Qué responsabilidad para mí!

Las expresiones de Jesús: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!» (Lc 10,13) al acabar su misión apostólica expresan más sufrimiento que condena. La proximidad del Reino de Dios no fue para aquellas ciudades una llamada a la penitencia y al cambio. Jesús reconoce que en Sidón y en Tiro habrían aprovechado mejor toda la gracia dispensada a los galileos.

La decepción de Jesús es mayor cuando se trata de Cafarnaúm. «¿Hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás!» (Lc 10,15). Aquí Pedro tenía su casa y Jesús había hecho de esta ciudad el centro de su predicación. Una vez más vemos más un sentimiento de tristeza que una amenaza en estas palabras. Lo mismo podríamos decir de muchas ciudades y personas de nuestra época. Creen que prosperan, cuando en realidad se están hundiendo.

«Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha» (Lc 10,16). Estas palabras con la que concluye el Evangelio son una llamada a la conversión y traen esperanza. Si escuchamos la voz de Jesús aún estamos a tiempo. La conversión consiste en que el amor supere progresivamente al egoísmo en nuestra vida, lo cual es un trabajo siempre inacabado. San Máximo nos dirá: «No hay nada más agradable y amado por Dios como el hecho de que los hombres se conviertan a Él con sincero arrepentimiento».


3-9. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

Job 38, 1,12-21; 40, 3-5 ¿Has mandado a la mañana o has entrado por los hontanares del mar?
Salmo responsorial: 138, 1-3. 7-8. 9.10. 13-14ab Guíame, Señor, por el camino eterno.
Lc 10, 13-16: Quien los escucha a ustedes, me escucha a mí.

El misionero cristiano debe contar de antemano con el rechazo de cierto sector de sus destinatarios. El evangelista cita la lamentación de Jesús sobre dos ciudades judías, Corozaín y Betsaida, limítrofes del lago de Galilea, cuyo comportamiento había sido peor de lo que sería de imaginar de ciudades paganas como Tiro y Sidón. Corozaín y Betsaida contemplaron la fuerza liberadora de Jesús, pero no se convirtieron. El rito de la conversión se expresaba en tiempos de Jesús vistiéndose de una ropa ruda (saco) y sentándose sobre cenizas que se echaban por la cabeza en señal de arrepentimiento. Jesús se lamenta especialmente de una tercera ciudad, Cafarnaún, centro de su actividad misionera durante su estancia en Galilea y testigo de sus curaciones, dirigiéndose a ella con el mismo lamento con que Dios se dirige a la ciudad de Babilonia, enemiga del pueblo de Israel, en el libro de Isaías (14, 13.15). Este lamento de Jesús expresa su profunda decepción y tristeza por el rechazo que ha recibido de ésta y de sus ciudadanos y se presenta como una última oportunidad de conversión para esta ciudad, que igualará en el castigo a la de Babilonia, cuyo orgullo será abatido (bajará hasta el abismo).

Pero el misionero no debe desalentarse en su tarea de anunciar el evangelio, pues tanto en la acogida que recibe como en el rechazo que padece se hace patente la identificación solidaria entre él, Jesús y el Padre Dios. Quien lo acoge o rechaza rechaza a Jesús o a Dios. Aunque la experiencia del rechazo es siempre dolorosa, en esta situación los discípulos encontrarán consuelo tomando conciencia de su identificación y comunión con Jesús y con el Padre. No están solos en la misión. Jesús y Dios están con ellos para que el desaliento no los descorazone y el evangelio pueda seguir siendo anunciado y liberando a la gente.


3-10.

Comentario: Rev. D. Jordi Sotorra i Garriga (Sabadell-Barcelona, España)

«Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha»

Hoy vemos a Jesús dirigir su mirada hacia aquellas ciudades de Galilea que habían sido objeto de su preocupación y en las que Él había predicado y realizado las obras del Padre. En ningún lugar como Corazín, Bet-Saida y Cafarnaúm había predicado y hecho milagros. La siembra había sido abundante, pero la cosecha no fue buena. ¡Ni Jesús pudo convencerles...! ¡Qué misterio, el de la libertad humana! Podemos decir “no” a Dios... El mensaje evangélico no se impone por la fuerza, tan sólo se ofrece y yo puedo cerrarme a él; puedo aceptarlo o rechazarlo. El Señor respeta totalmente mi libertad. ¡Qué responsabilidad para mí!

Las expresiones de Jesús: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!» (Lc 10,13) al acabar su misión apostólica expresan más sufrimiento que condena. La proximidad del Reino de Dios no fue para aquellas ciudades una llamada a la penitencia y al cambio. Jesús reconoce que en Sidón y en Tiro habrían aprovechado mejor toda la gracia dispensada a los galileos.

La decepción de Jesús es mayor cuando se trata de Cafarnaúm. «¿Hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás!» (Lc 10,15). Aquí Pedro tenía su casa y Jesús había hecho de esta ciudad el centro de su predicación. Una vez más vemos más un sentimiento de tristeza que una amenaza en estas palabras. Lo mismo podríamos decir de muchas ciudades y personas de nuestra época. Creen que prosperan, cuando en realidad se están hundiendo.

«Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha» (Lc 10,16). Estas palabras con las que concluye el Evangelio son una llamada a la conversión y traen esperanza. Si escuchamos la voz de Jesús aún estamos a tiempo. La conversión consiste en que el amor supere progresivamente al egoísmo en nuestra vida, lo cual es un trabajo siempre inacabado. San Máximo nos dirá: «No hay nada tan agradable y amado por Dios como el hecho de que los hombres se conviertan a Él con sincero arrepentimiento».


3-11. Viernes, 1 de octubre del 2004

¿Has mandado a la mañana
o has penetrado hasta las fuentes del mar?

Lectura del libro de Job 38, 1. 12-21; 40, 3-5

El Señor respondió a Job desde la tempestad, diciendo:

«¿Has mandado una vez en tu vida a la mañana,
le has indicado su puesto a la aurora,
para que tome a la tierra por los bordes
y sean sacudidos de ella los malvados?
Ella adquiere forma como la arcilla bajo el sello
y se tiñe lo mismo que un vestido:
entonces, a los malvados se los priva de su luz
y se quiebra el brazo que se alzaba.

¿Has penetrado hasta las fuentes del mar
y has caminado por el fondo del océano?
¿Se te han abierto las Puertas de la Muerte
y has visto las Puertas de la Sombra?
¿Abarcas con tu inteligencia la extensión de la tierra?
lndícalo, si es que sabes todo esto.

¿Por dónde se va adonde habita la luz
y dónde está la morada de las tinieblas,
para que puedas guiarla hasta su dominio
y mostrarle el camino de su casa?
¡Seguro que lo sabes, porque ya habías nacido
y es muy grande el número de tus días!»

Y Job respondió al Señor:
«¡Soy tan poca cosa! ¿Qué puedo responderte?
Me taparé la boca con la mano.
Hablé una vez, y no lo voy a repetir;
una segunda vez, y ya no insistiré».

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 138, 1-3. 7-10. 13-14b

R. ¡Llévame por el camino eterno, Señor!

Señor, Tú me sondeas y me conoces,
Tú sabes si me siento o me levanto;
de lejos percibes lo que pienso,
te das cuenta si camino o si descanso,
y todos mis pasos te son familiares. R.

¿A dónde iré para estar lejos de tu espíritu?
¿A dónde huiré de tu presencia?
Si subo al cielo, allí estás Tú;
si me tiendo en el Abismo, estás presente. R.

Si tomara las alas de la aurora
y fuera a habitar en los confines del mar,
también allí me llevaría tu mano
y me sostendría tu derecha. R.

Tú creaste mis entrañas,
me plasmaste en el seno de mi madre:
te doy gracias porque fui formado de manera tan admirable.
¡Qué maravillosas son tus obras! R.

EVANGELIO

El que me rechaza rechaza a Aquél que me envió

a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 10, 13-16

Jesús dijo:

¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre ceniza. Por eso Tiro y Sidón, en el día del Juicio, serán tratadas menos rigurosamente que ustedes.

Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno.

El que los escucha a ustedes me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes me rechaza a mí; y el que me rechaza rechaza a Aquél que me envió.

Palabra del Señor.

Reflexión:

Job. 38, 12-21; 40, 3-5. Y por fin se presenta Dios ante los ojos de Job; y le habla para decirle que hay muchas cosas incomprensibles; pero aún en medio de los grandes desórdenes, como si se trataran del caos inicial, Él sabrá poner orden para que todo contribuya a la salvación de los que le aman y le permanecen fieles. ¿Sabemos a fondo el por qué de los diversos acontecimientos? Queremos investigar por qué suceden las cosas y poco disfrutamos de ellas y de la vida. Es bueno el investigar y el tratar de dar solución a los diversos males que aquejan a la humanidad, aun cuando nunca terminemos de llegar al hombre perfecto. No podemos detenernos; pero no podemos vivir llenos de angustia, sino llenos de paz cuando sabemos que hemos hecho lo que debíamos de hacer, y que no pasamos por la vida como unos flojos e inútiles. Sepamos que, aun en medio de grandes desgracias, Dios jamás se ha alejado de nosotros, pues si Él se preocupa por todas las cosas, ¿cómo no va a preocuparse más por nosotros, que somos sus hijos? Por eso hemos de acudir a Dios no sólo para orarle conforme a nuestros planes, sino para conocer su planes y esforzarnos por llevarlos adelante, de tal forma que logremos llegar a la plenitud del hombre que alcanza su madurez en Cristo. Por eso, conforme vamos avanzando en nuestra perfección interior, a pesar de los momentos de dolor que tengamos que padecer, cada día nos hemos de manifestar como quienes en verdad van siendo más rectos y más capaces de esforzarse por la paz, y por verse libres de aquellas esclavitudes que impiden a muchos caminar en la luz por haber quedado atrapados en las tinieblas del pecado y de su propio egoísmo.

Sal. 139 (138). El Señor siempre está junto a nosotros; no hay algún lugar en el cual pudiésemos escondernos de su mirada. Y Él nos contempla con todo su amor y su ternura, pues no es enemigo a la puerta, sino nuestro Padre, que vela por sus hijos. Si acudimos a Él para que no nos deje caer en la tentación que nos haga destruirnos o destruir a los demás, Él se convierte en nuestro poderoso protector y en el que guía nuestros pasos por el camino del bien. El Señor nos invita en este día a ser conscientes de su mirada amorosa sobre nosotros, no para que vivamos como forzados a hacer el bien, sino para que, llenos de paz y de un modo consciente, optemos por la Vida en nosotros y en los demás y para que hagamos el bien y no el mal, para que amemos a nuestro prójimo, a pesar de que muchas veces veamos el mal que haga externamente, y que, a partir de ese amor fraterno, le ayudemos a dejar los caminos de maldad y de muerte y a retomar el camino que le conduzca a la Vida. Pero no hagamos esta obra como una iniciativa nuestra, meramente humana; dejemos, más bien, que el Espíritu de Dios conduzca a su Iglesia para que realice no una obra de salvación conforme a líderes humanos, sino la obra de salvación que, venida de Dios, nos hermana en Cristo y nos hace caminar hacia la Patria eterna mediante el servicio amoroso a los demás. Entonces, tanto nosotros seremos un prodigio, como todo lo que la Iglesia haga a favor del bien de los demás serán las obras prodigiosas del mismo Dios.

Lc. 10, 13-16. Los prodigios, los milagros no pueden ser ocasión de una curiosidad malsana acerca de Jesús. No puede uno acercarse a Él únicamente para recibir sus favores. Si no hay un auténtico compromiso de fe en Él lo demás sale sobrando, pues de nada nos aprovecha en orden a nuestra salvación eterna. El Hijo de Dios vino no como un milagrero, sino como Salvador nuestro para conducirnos al Padre. Por eso nos invita a la conversión y a la penitencia para que, unidos a Él lleguemos a ser elevados a la participación de la Gloria que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre. Y ahora, en nuestros días, esta Misión el Señor se la ha confiado a su Iglesia, de tal forma que por medio de ella el mundo lo siga escuchando y experimentando el amor y la misericordia de Dios. El Señor no quiere de nosotros sólo el culto que le tributamos de un modo personal o junto con los demás hermanos; no quiere que lo busquemos sólo para recibir sus favores y después olvidarnos de Él; Él quiere que tengamos la apertura suficiente para recibir su Vida y su Espíritu en nosotros y convertirnos en testigos suyos en el mundo; esa es la vocación que tiene su Iglesia para llegar a la participación de la vida divina de su Señor y no a su precipitación en el abismo. Mientras caminamos por este mundo como testigos de Cristo y de su Obra salvadora, y sabiendo que somos frágiles e inclinados al pecado, roguémosle al Señor que sea Él quien abra nuestros corazones y nos conceda un sincero arrepentimiento para que, dejando nuestra antigua situación de pecado, en adelante vivamos como hijos suyos. Así, transformados en Cristo Jesús y hechos en Él hijos de Dios, esforcémonos en dar a conocer al mundo entero el amor que Dios nos tiene, sabiendo que vamos no con nuestro poder, ni apoyados sólo en lo erudito de nuestros estudios, sino como testigos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Ojalá y vengamos a esta celebración con un verdadero silencio interior para encontrarnos a solas con Dios; pues, aun cuando realizamos esta celebración en comunidad, nuestro encuentro con el Señor no puede dejar de ser un encuentro personal, pues es cada uno de nosotros el que se dirige al Señor; y es cada uno de nosotros el que acepta o rechaza su compromiso con Él teniendo como testigos a nuestros hermanos y contando con la oración de unos por otros ante nuestro Dios y Padre. La Eucaristía es el lugar privilegiado que tenemos los cristianos para encontrarnos con el Señor. Él es el creador de todo y el que conoce todo lo que hay en el mundo y hasta lo más íntimo de nuestros pensamientos. Su amor hacia nosotros le ha llevado a entregar su vida para perdonarnos, para hacernos una digna morada suya y para fortalecernos en nuestro camino por este mundo, hasta que nos encontremos definitivamente con Él y participemos de su Gloria eterna. Por eso no podemos venir a esta celebración con la sola intención de pedirle su ayuda ante nuestros problemas, o a que cure nuestras enfermedades, o nos socorra en nuestras pobrezas. Lo más importante que hemos de buscar no son sus dones, sino a Él para que nos hagamos uno mediante una auténtica comunión de Vida, que nos haga ser un signo de su amor en el mundo para que, por medio de su Iglesia, Él continúe realizando su obra salvadora entre nosotros, transformándonos, día a día, en hijos de Dios que caminan hacia su perfección en Cristo hasta alcanzar la meta que el mismo Señor nos marcó: Ser santos, como Dios es Santo.

Cuando uno piensa que Dios se alejó de nosotros podemos hablar de más. Podemos revelarnos en contra del mismo Dios y convertirnos en unos destructores como venganza de sentirnos abandonados a nuestra suerte. Pero el Señor siempre estará no sólo junto a nosotros sino de nuestra parte, pues Él es nuestro Creador y nuestro Padre. Él continúa realizando grandes obras entre nosotros, pues se ha comprometido a que por medio de su Iglesia el mundo lo siga escuchando, lo siga contemplando, siga experimentando las pruebas de su amor. Por eso los que creemos en Cristo Jesús somos, en nuestro tiempo, los responsables de la presencia del Señor Jesús en el mundo. No podemos, por tanto, vivir al margen de las angustias, tristezas, dolores y enfermedades de las gentes de nuestro tiempo. No podemos conformarnos con predicar a Cristo con los labios, debemos hacerlo presente ante los demás con un abajarnos hasta el hombre que sufre para salvarlo, para darle voz ante las injusticias de que es víctima, para remediar sus males, para ayudarle a salir de las esclavitudes en que fue atrapado por el pecado, por la maldad o por el vicio. Si no vivimos con lealtad esta Misión salvadora que Cristo confió a su Iglesia, no el mundo, sino nosotros seremos dignos de ser precipitados en el abismo por nuestra incongruencia entre fe anunciada y fe vivida.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir con lealtad nuestra unión a Cristo, para que no sólo nos llamemos hijos de Dios, sino que lo seamos en verdad, para que el mundo crea. Amén.

Homiliacatolica.com


3-12.

Reflexión

¿Alguna vez te has detenido a ver la obra que Dios ha hecho en tu vida? Estoy seguro que si miras hacia atrás y eres honesto contigo mismo verás el paso de Dios por tu vida. Cada una de nuestras historias personales está marcada por la delicadeza y el amor de Dios. Incluso de aquellos momentos que nos han parecido menos buenos. Si el hombre es honesto descubrirá en su vida el rastro amoroso de Dios. De este Dios que nos busca, que no se cansa de hacernos el bien, de un Dios que a pesar de nuestras infidelidades continúa manifestándose con amor. Jesús hoy reprocha a estas ciudades que no fueron capaces de descubrir todo lo que Dios había hecho por ellas; no fueron capaces de cambiar su vida ni aun viendo la obra de Dios en ella. No permitas que esto pase en tu vida… Dios espera de ti un cambio, sobre todo hacia él y hacia los que viven a tu alrededor. Quizás valdría la pena reflexionar este fin de semana ¿Cómo he respondido a todo el amor que Dios ha derramado en mi vida?

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-13. 01 de Octubre 2004

146. Preparar el alma

Viernes de la Vigésima Sexta Semana del Tiempo Ordinario

I. Jesús pasó muchas veces por diversas ciudades derramando innumerables bendiciones sobre sus habitantes, pero éstos no se convirtieron; no hicieron penitencia, y sin esa conversión del corazón, acompañada de la mortificación, la fe se obscurece y no se sabe descubrir a Cristo que nos visita. Cristo sigue pasando por nuestras ciudades y continúa derramando sus bendiciones sobre nosotros. Saber escucharle y cumplir su voluntad hoy y ahora es de capital importancia para nuestra vida. La Sagrada Escritura llama dureza de corazón cuando existen malas disposiciones y resistencia a la gracia (Éxodo 4, 21; Romanos 9, 18). A veces alegamos dificultades de algún tipo, pero en realidad se trata de resistencia a abandonar un mal hábito o a luchar decididamente contra algún defecto que impide una mayor correspondencia a lo que el Señor pide. Hemos de quemar con la mortificación, las malas hierbas que tienden a crecer en nuestra alma, para convertir nuestro corazón en tierra buena que espera la semilla para dar fruto.

II. La mortificación no es algo negativo; por el contrario, rejuvenece el alma, la dispone para entender y recibir los bienes divinos, y nos sirve para reparar por nuestros pecados pasados. Por eso pedimos frecuentemente al Señor enmendationem vitae, spatium verae paenitentiae: Un tiempo para hacer penitencia y enmendar la vida (MISAL ROMANO, Formula intentionis misae). Encontramos tres campos para la mortificación: la aceptación amorosa y serena de los contratiempos que cada día nos llegan: cosas que nos son contrarias, aquellas que no son como nosotros quisiéramos, o que llegan de modo inesperado y que nos exigen cambiar de planes. El Señor que permite el mal, sabe sacar bienes en beneficio de nuestra alma (J. URTEAGA, Los defectos de los santos). No dejemos nosotros de convertirlo en motivo de amor, de crecimiento interior.

III. El segundo campo de nuestras diarias mortificaciones es el cumplimiento del deber, con el que nos hemos de santificar. Ahí encontraremos cada día la voluntad de Dios para nosotros; y hacerlo con perfección, con puntualidad y con amor, requiere sacrificio. El tercer campo de mortificaciones está en aquellas que buscamos voluntariamente con deseo de agradar al Señor, y de disponernos mejor para la oración, para vencer las tentaciones, y para ayudar a nuestros amigos a acercarse al Señor: “Una sonrisa puede ser, a veces, la mejor muestra del espíritu de penitencia” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja) Nuestro Ángel Custodio nos ayudará a vencer los estados de ánimo y el cansancio... será muy grato al Señor y una gran ayuda a quienes están con nosotros.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


3-14. 26ª Semana. Viernes

«¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que han sido hechos en vosotras, hace tiempo que habrían hecho penitencia sentados en saco y ceniza. Sin embargo, Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que vosotras en el juicio.

Y tú, Cafarnaún, ¿acaso serás exaltada hasta el cielo? Hasta el infierno serás abatida.

Quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia; y quien a mí me desprecia, desprecia al que me ha enviado». (Lc 10,
13-16)

I. Jesús, hoy me recuerdas una de las grandes verdades de la fe católica: Quien a vosotros oye, a mí me oye. Tu misión no se acaba con los apóstoles, sino que has venido para salvar a los hombres de todos los tiempos: Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo [60]. Por eso cuando dices vosotros no sólo te refieres a esos pescadores de Galilea, sino también a todos sus sucesores, los obispos. Quien oye a los obispos -y en especial a Pedro, al Papa- cuando hablan sobre verdades de fe, no escuchan a unos predicadores más o menos inteligentes con los que se puede estar más o menos de acuerdo. Te escuchan a Ti.

Jesús, quieres dejarme esta idea bien clara, porque la tentación es peligrosa.

Que fácil es pensar que yo sé más, que yo puedo interpretar la Biblia tan bien o mejor que el Magisterio de la Iglesia. Que difícil, en cambio, es obedecer.

Hoy en día parece que el valor más importante es una libertad sin límites, y que -por tanto- nadie me puede imponer su autoridad. Y por entronizar una libertad mal entendida, muchos se alejan de la verdad, de Ti.

Quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia; y quien a mí me desprecia, desprecia al que me ha enviado. Jesús, aunque el Papa y los Obispos sean hombres como yo -y, por tanto, puedan cometer errores-, en materia de fe tienen una especial asistencia del Espíritu Santo. Por eso se explica que durante dos mil años, a pesar de las debilidades humanas y de las difíciles circunstancias por las que ha pasado la Iglesia -persecuciones, divisiones, herejías, presiones de todo tipo-, las verdades de fe se han mantenido intactas.

Para mantener a la Iglesia en la pureza de la fe transmitida por los apóstoles, Cristo, que es la Verdad, quiso conferir a su Iglesia una participación en su propia infalibilidad. Por medio del «sentido sobrenatural de la fe», el pueblo de Dios «se une indefectiblemente a la fe», bajo la guía del Magisterio vivo de la Iglesia [61].

II. Dice Jesús: «Quien a vosotros oye, a mí me oye». ¿Crees todavía que son tus palabras las que convencen a los hombres?... Además, no olvides que el Espíritu Santo puede valerse para sus planes del instrumento más inepto [62].

Jesús, indirectamente, también te refieres a todos los cristianos -puesto que todos somos discípulos tuyos- cuando dices: Quien a vosotros oye, a mí me oye.
Cuando hablo de Ti a algún amigo, lo importante no es tanto la lógica de mis argumentos, ni mi facilidad de palabra, sino mi unión personal contigo, mi vida interior. Sólo de esta manera seré un buen instrumento tuyo y mis palabras serán eco fiel de las tuyas.

Jesús, si no son mis palabras las que convencen a los hombres, sino la gracia del Espíritu Santo, se comprende que el primer apostolado sea la oración y la mortificación por las personas a las que quiero acercar a Ti. Por más inepto que sea el instrumento, y por más difíciles que sean mis amigos, si rezo con fe y ofrezco pequeños sacrificios por ellos, Tú les darás la gracia necesaria para que mejoren y te amen.

¡Ay de ti, Corazín!... Jesús, quieres recordarme que a quien más se le da, más se le va a pedir. Yo he tenido una educación y unos ejemplos que me han facilitado mucho el camino de la fe. Otros, en cambio, han recibido menos.
Que tenga el sentido de responsabilidad de hacer fructificar esos talentos que me has dado.

[60] Mt 28, 20.
[61] Catecismo, 889.
[62] Forja, 671.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-15. CLARETIANOS 2004

Queridos hermanos y hermanas,

¡Dios habló por fin a Job! ¿Eran ciertas las acusaciones que sobre él vertían sus amigos? ¿Acaso Job tenía razón? ¿Merecería ser castigado por expresarse como lo hizo en el resto del libro? Nada de esto parece ocurrir ahora. Dios ha hablado y eso es precisamente lo que Job deseaba. La desolación se ha apartado de su corazón.
Añadamos algo a la reflexión que nos hacíamos al inicio de la semana. El salmo responsorial nos empuja a ello: ante el misterio de las cosas y los acontecimientos que nunca acabamos de comprender, se nos invita, como hace Job, a hacernos pequeños, guardar silencio... dejar que sea Dios quien hable.
Por otro lado, hoy tenemos en la lectura del Evangelio la continuación de donde nos quedábamos ayer. En boca de Jesús hallamos una condena y un testamento. La condena va dirigida a las ciudades de Israel que se consideraban creyentes y que, paradógicamente, no reconocen al Mesías verdadero. El testamento es la firme convicción de que Jesús se identifica plenamente con sus discípulos.
El mensaje último puede estar dirigido también a aquellas situaciones de rechazo que muchas veces experimentamos tanto dentro como fuera de nuestras comunidades cristianas: la certeza de que Jesús está donde la obra bien hecha.

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