MARTES DE LA SEMANA 24ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- 1Tm 3, 1-13

1-1.

-Es cierta esta afirmación: si alguno aspira a ser responsable de una comunidad de Iglesia, desea una noble función.

La palabra traducida aquí por «responsable de una comunidad de Iglesia», es el término griego «epíscope» del que deriva el de obispo. Propiamente hablando no se trata del cargo episcopal tal como existe HOY, sino, más bien, de las funciones de presidencia de una comunidad local.

En todo caso está claro que las comunidades están organizadas según una cierta jerarquía: ningún grupo humano es estable sin un mínimo de estructuras.

Y san Pablo dice que es una noble función animar a una comunidad cristiana. Ocasión ésta para rogar por las vocaciones para que sean muchos los hombres que acepten y «deseen» esa función.

-Un responsable de una comunidad ha de ser irreprochable, casado una sola vez, hombre comedido, sensato, reflexivo, hospitalario...

Son cualidades simplemente humanas, bastante comunes.

No es necesario estar extraordinariamente dotado.

Lo que cuenta, ante todo, es ser equilibrado, ponderado, hombre de buen sentido y capaz de relacionarse.

Puedo orar por los responsables de las comunidades que conozco.

-Capaz de enseñar...

Además de ser animador de la liturgia -pasaje que sigue inmediatamente después de las prescripciones sobre la oración-, la función esencial parece ser, en efecto, la enseñanza de la doctrina.

-Ni bebedor, ni violento, sino sereno, pacífico, desinteresado.

Otra vez esas virtudes sencillas que hacen agradables las relaciones. De ningún modo se pone el acento sobre la autoridad, el poder... sino sobre la bondad y la paciencia.

Todo un ideal humano, valedero para todos los que tienen responsabilidades familiares, profesionales, cívicas.

-Un hombre que gobierne bien su propia casa, que sepa mantener a sus hijos obedientes y respetuosos. Porque un hombre que no sabe gobernar a los suyos, ¿cómo podría encargarse de una Iglesia de Dios?

Se pone de manifiesto que la controversia actual sobre la cuestión de ordenar sacerdotes a hombres casados, no existía entonces. Y aún san Pablo desea que un «responsable de comunidad de Iglesia» tenga experiencia probada de saber animar y conducir a su propia familia.

-No debe ser un neo-converso... no fuera a hincharse de orgullo...

En efecto, unas ciertas garantías de estabilidad son necesarias... Y además no hay que perder la cabeza creyendo que «se ha llegado»: nada de considerarse entre los notables.

-Es necesario también que tenga buena fama entre los de fuera para que no caiga en descrédito y en las trampas del diablo.

La comunidad cristiana no es un club cerrado ni un ghetto.

Vive a la luz del día. Se la juzga desde el exterior. Son ya numerosos los fenómenos de opinión pública. ¿Qué aspecto presentamos?

-También los diáconos deben ser dignos de respeto.

Para esta otra responsabilidad las mismas cualidades son, más o menos, necesarias.

-Lo mismo decimos respecto a las mujeres...

Parece también que algunas mujeres se ocupaban de ciertos ministerios. Toda una reflexión y búsqueda se está haciendo en la Iglesia de HOY sobre ese tema.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 286 s.


1-2. /1Tm/03/01-16

Después de ordenar el culto, Pablo pasa a hablar de los que tienen ministerios en la comunidad, de los llamados «obispos» y de los «diáconos».

Pablo no trata de los obispos en el sentido moderno de la palabra. Los «obispos» de las «pastorales» son los encargados o superintendentes de la comunidad, sus dirigentes en general, presbíteros o laicos. El título era conocido en el helenismo profano: eran empleados de la magistratura, cajeros... No es aquí donde podemos ir en busca de luz para comprender cuál ha de ser el comportamiento de los líderes de una comunidad cristiana. En cambio, nos puede iluminar el término "mevaquer". Mevaquer (=inspector) era un título oficial en Qumrán entre los dirigentes de la comunidad esenia. La mayoría de las cualidades exigidas a estos dirigentes no hace sino explicitar lo que Pablo nos quiere decir. El, educado en la escuela del fariseísmo, ciertamente podría firmarlas todas: «Esta es la regla del inspector... debe instruir a la gente sobre las obras de Dios y enseñarles sus gestas... debe tener misericordia para con ellos como un padre se compadece de sus hijos. y reunirá todas las ovejas descarriadas como un pastor hace con su rebaño. Desatará todas las cadenas que las oprimen para que en su comunidad no exista ningún oprimido ni ningún hombre abrumado» (Documento de Damasco XIII, 7-10).

Pablo exige que el responsable de la comunidad sea íntegro en su vida moral, marido de una sola mujer (probablemente que el divorciado no vuelva a casarse) sobrio, prudente, honrado... ¡Ni una sola palabra sobre sus dotes de organizador que tanto nos gustan!

Pablo y la Iglesia primitiva no se mostraron originales hablando de los dirigentes («obispos») de las comunidades cristianas. Era un título cuyas funciones ya habían vivido o visto en comunidades judías. Pero la originalidad del ministerio cristiano se manifiesta en la creación del "diácono". Este título reúne la quintaesencia del mensaje cristiano: servir.

Recuerda la imagen del Siervo de dolores en la última cena, lavando los pies a los apóstoles: un servicio hasta la muerte (Jn 13,1). Este es el sentido de la palabra «diácono», que ha de impregnar todos los ministerios de la comunidad cristiana.

E. CORTES
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 341 s.


2.- 1Co 12, 12-14.27-31

2-1. CR/CUERPO-DE-CRISTO:

Nos vamos dando cuenta de que los cristianos de Corinto como los de nuestra época, estaban muy divididos. Para dar respuesta a esta situación concreta Pablo desarrolla el tema del «Cuerpo de Cristo».

-Nuestro cuerpo forma un todo aunque tiene muchos miembros y todos los miembros, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo. Así también Cristo.

Aquí Cristo tiene un sentido colectivo que engloba a Jesús de Nazaret... y a todos los que, por la Fe están unidos a El.

En esta imagen del «cuerpo» se insiste sobre la unidad: Cristo es un «unificador», conduce a la unidad, nos hace llegar a ser «un solo cuerpo», el suyo.

Me detengo a contemplar este misterio: los cristianos somos un solo Cuerpo. Aquellos de los que me aparto, a los que critico, a los que acuso, a los que hago sufrir... ¡son miembros de Cristo! Hago sufrir a un miembro de Cristo.

¿Qué consecuencias deduciré de ello para mi vida?

-Todos, judíos o gentiles, esclavos o libres, hemos sido bautizados en el único Espíritu para formar un solo cuerpo.

En tiempo de san Pablo, esas oposiciones raciales y sociales eran extremadamente notorias: entre un «esclavo» y un «hombre libre» no había ningún punto común... ni siquiera tenían los mismos derechos elementales en la sociedad civil.

Las oposiciones de HOY tienen otras formas, pero son también muy marcadas. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de hoy de esta mística de la unidad! Que se levanten en todos los países, de todas las razas y de todas las clases sociales, hombres y mujeres "destructores de fronteras" que, como Martín Luter King y tantos otros, antepongan la "fuerza de amar" a todo lo demás.

-Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo... Sois miembros de este cuerpo.

Yo, X..., ¡soy el «cuerpo de Cristo»! ¿Es notorio? ¿Se reconoce así?

Esta expresión significa, en primer lugar, que dependemos de Cristo, como del organismo que nos comunica la «vida»: recibo un influjo vital del Señor Jesús... del mismo modo, en un organismo humano, hay un influjo vital del cerebro que anima los miembros. ¿Me dejo influenciar, guiar y animar por esta «cabeza»? ¿Dejo que el «pensamiento de Jesús» anime de veras mi vida?

¿Qué suelo hacer regularmente para unirme vitalmente a Cristo: oración meditada de la Palabra de Jesús, sacramentos de la conversión y de la comunión?

Esta expresión «sois el cuerpo de Cristo», significa también que debemos ser la «visibilidad» de Cristo, el signo de su presencia actual en el mundo: somos su «rostro», somos sus «manos», somos su «corazón». El puede actuar a través de nuestra conducta, puede servir, a través de nuestras manos, puede amar HOY a través de nuestros corazones.

-Cada uno por su parte... Apóstoles, profetas, maestros, médicos...

Después de subrayar la «unidad» del cuerpo de Cristo, san Pablo valora también su «diversidad». Nuestro trabajo en el mundo no es el mismo para todos, no somos parecidos.

La Iglesia, cuerpo de Cristo, es un organismo complejo, con ministerios funcionales.

Ayúdanos, Señor, a encontrar nuestro lugar propio y a respetar el lugar y la misión de los que no son parecidos a mí.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 286 s.


3.- Lc 7, 11-17

3-1.

San Lucas es el único de los cuatro evangelistas que nos relata esa resurrección.

-Jesús se dirigía a una ciudad llamada Naím. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda.

Un gentío considerable acompañaba a esa mujer.

Su marido... su hijo... habían tenido pues una muerte prematura.

En aquel tiempo, la condición de las mujeres era especialmente dura si no tenían ni marido ni hijo varón para protegerlas jurídicamente.

El gran número de personas, que se habían desplazado para acompañar a la pobre mujer, expresa la piedad y compasión de la muchedumbre.

-Al verla el Señor, sintió lástima de ella y le dijo: "¡No llores!" Ese titulo solemne -"El Señor~- es otorgado más de veinte veces a Jesús por Lucas, mientras que Mateo (21, 3) y Marcos (11, 3) lo utilizan una sola vez cada uno.

Sí, Señor, eres el más grande de todos los profetas. Tienes una personalidad misteriosa.

Por eso te llamamos "El Señor". Creemos que Tú eres Hijo de Dios, igual al Padre.

Sin embargo, eres también el más sencillo y el más normal de los hombres: delante de un gran sufrimiento, te emocionas, te compadeces. En esos momentos quiero contemplar la emoción que embarga tu corazón; y quiero escuchar las palabras que dices a esa madre: "¡No llores!" Delante de todos los muertos de la tierra tienes siempre los mismos sentimientos; y tu intención es siempre la misma: quieres resucitarles a todos... quieres suprimir todas las lágrimas (Apocalipsis 21, 4) porque tu opción es la vida, porque eres el Dios de los vivos y no el de los muertos.

Yo avanzo, lo sé, hacia mi propia muerte.

Pero creo en tu promesa: creo que mi muerte no será el último acto, sino el penúltimo.

Antes de acusar a Dios, como se oye tan a menudo -"¡Si existiera Dios, no tendríamos todas esas desgracias!"- se debería comenzar por no parar la historia humana con ese penúltimo acto. El proyecto final de Dios, es la "vida eterna". Pero hay que creer en ella.

-Jesús dijo: "¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!" Entonces el muerto se incorporó, se sentó y se puso a hablar.

Es muy importante caer en la cuenta de que ese tipo de resurrección, por muy notable que sea como signo, no nos muestra más que una pequeña parte de las posibilidades de Jesús y de su mensaje real sobre la Resurrección: ciertamente aquí Jesús reanima a un muchacho, pero no es más que una recuperación temporal de la vida, -¡ese muchacho volverá a morir cuando sea!- Jesús, por su propia Resurrección nos revelará otro tipo de vida resucitada: una vida nunca más sometida a la muerte, un modo de vida completamente nuevo que sobrepasa todos los marcos humanos.

Todos mis amigos, mis parientes, que he contemplado en su lecho de muerte, cerrados los labios, inmóvil el pecho... todos revivirán a esa vida definitiva "Creo en la resurrección de la carne y en la vida perdurable".

-Y Jesús se lo entregó a su madre.

¿Pensaba quizá en la suya? Lucas no pierde ocasión de valorizar a "la mujer" tan fácilmente repudiada en el mundo antiguo.

-Todos quedaron sobrecogidos y daban gloria a Dios... La noticia del hecho se divulgó por todo el país judío y la comarca circundante.

¡La sorpresa... pero también la alabanza! ¿Vivo yo en acción de gracias? La eucaristía es una acción de gracias por la vida resucitada de Cristo. Jesús celebró la Cena, la víspera de su muerte, "dando gracias".

La palabra concerniente a Jesús sobrepasa ya los límites de Palestina.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 178 s.


3-2.

1. (Año I) 1 Timoteo 3,1-13

a) ¿Qué cualidades debe tener un responsable en la comunidad cristiana?

Pablo habla de los "epíscopos" y de los "diáconos". "Epíscopos" en griego significa "inspector" y es la palabra de la que deriva "obispo", aunque no necesariamente correspondan las funciones de entonces con las de ahora. Mientras que el "diácono" ("servidor") sí parece que se corresponde con el actual.

Las cualidades que pide de ellos son las que se pedirían de cualquier persona a la que se le encomienda un cargo de responsabilidad: sensatez, equilibrio, fidelidad, buena educación, dominio de sí, comprensión, buen gobierno de su propia casa, que sean hombres de palabra, no envueltos en negocios sucios, ni "dados al vino", sino irreprochables.

Cuando habla de "las mujeres", de las que pide que sean respetables, sensatas y no chismosas, no se sabe si se refiere a las mujeres de los diáconos (es lo más probable, según el contexto) o a otras que tienen algún ministerio en la comunidad.

El salmo se hace eco de un aspecto que Pablo subrayaba, que los ministros de la comunidad sepan antes gobernar bien su propia casa: "andaré con rectitud de corazón dentro de mi casa... el que sigue un camino perfecto, ése me servirá".

b) Las virtudes humanas son la base también para la vida cristiana, y fundamentales para el ministerio de gobierno.

Esto no se aplica sólo a los obispos o a los ministros ordenados o a los superiores y superioras de comunidades religiosas. Todos, de alguna manera, tenemos misiones que cumplir que suponen una cierta responsabilidad en algún aspecto de la vida comunitaria. Todos, por tanto, podemos examinarnos de esa lista, de esas "asignaturas" que deberíamos aprobar en nuestro quehacer comunitario.

La madurez personal y el equilibrio, el buen corazón, la fidelidad a los nuestros, el control de nosotros mismos, la honradez y la ejemplaridad... Haremos bien en repasar el programa y respondernos nosotros mismos con sinceridad. En esta autoevaluación conviene que seamos exigentes, pensando que la comunidad o la familia también nos están evaluando continuamente, y sobre todo Dios, que espera de nosotros más de lo que estamos dando.

1. (Año II) 1 Corintios 12,12-14.27-31

a) La comparación de la comunidad con el cuerpo humano es muy pedagógica, y Pablo la usa para convencer a los Corintios de que tienen que construir entre todos una Iglesia más unida.

La motivación no es sólo social, sino también teológica. No somos sólo una asociación con fines comunes a la que, para ser eficaz, le interesa mantenerse unida. Esta comunidad que se llama Iglesia está convocada y unida por el Dios Trino: "todos hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo", "vosotros sois el cuerpo de Cristo", "Dios os ha distribuido en la Iglesia... apóstoles, profetas, maestros...".

Pablo nombra una serie de ministerios y carismas que hay en la comunidad: todos, cada uno desde su identidad, intentan construir una comunidad viva y dinámica.

b) Ayer nos urgía Pablo a crecer en unidad fraterna porque celebramos la Eucaristía que es la donación del Señor Resucitado a todos. Hoy argumenta desde otro punto de vista teológico: la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, y como tal Cuerpo debe mantener su unidad con la Cabeza y entre los varios miembros.

En la comunidad cristiana hay una rica pluralidad, una diversidad admirable de ministerios, gracias y cualidades. Pero esta pluralidad debe conjugarse dinámicamente con la unidad. La unidad que nos da el ser todos hijos del mismo Padre, miembros de Cristo, unidos todos vitalmente por el mismo Espíritu.

El salmo recurre al símil del pueblo y del rebaño, que es más superficial: "el Señor es Dios, él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño".

Para Pablo la perspectiva es más profunda: somos miembros de Cristo Cabeza y también miembros los unos de los otros, para la construcción de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, articulado orgánicamente y animado por el Espíritu.

Pensemos si en nuestro ambiente eclesial -parroquia, comunidad religiosa, diócesis- actuamos unidos en la construcción del Cuerpo de Cristo: sacerdotes, religiosos y laicos, hombres y mujeres, jóvenes y mayores. ¿O cada uno va por las suyas, sin colaborar en el conjunto? ¿entendemos las cualidades o los ministerios que tenemos sólo para provecho nuestro, o para el bien común?

¡Cuánto más eficaz sería nuestro crecimiento en la vida de fe y nuestra influencia evangelizadora en medio del mundo si actuáramos desde esta unidad orgánica en el Espíritu de Cristo!

2. Lucas 7,11-17

a) Esta vez el gesto milagroso de Jesús es para la viuda de Naín. Un episodio que sólo Lucas nos cuenta y que presenta un paralelo sorprendente con el episodio en que Elías resucita al hijo de la viuda de Sarepta (1 R 17).

Cuántas veces se ve en el evangelio que Jesús se compadece de los que sufren y les alivia con sus palabras, sus gestos y sus milagros! Hoy atiende a esta pobre mujer, que, además de haber quedado viuda y desamparada, ha perdido a su único hijo.

La reacción de la gente ante el prodigio es la justa: "un gran profeta ha surgido entre nosotros: Dios ha visitado a su pueblo".

b) El Resucitado sigue todavía hoy aliviando a los que sufren y resucitando a los muertos. Lo hace a través de su comunidad, la Iglesia, de un modo especial por medio de su Palabra poderosa y de sus sacramentos de gracia. Dios nos tiene destinados a la vida. Cristo Jesús, nos quiere comunicar continuamente esta vida suya.

El sacramento de la Reconciliación, ¿no es la aplicación actual de las palabras de Jesús, "joven, a ti te lo digo, levántate"? La Unción de los enfermos, ¿no es Cristo Jesús que se acerca al que sufre, por medio de su comunidad, y le da el alivio y la fuerza de su Espíritu?

La Eucaristía, en la que recibimos su Cuerpo y Sangre, ¿no es garantía de resurrección, como él nos prometió: "el que me coma vivirá por mí, como yo vivo por el Padre"?

La escena de hoy nos interpela también en el sentido de que debemos actuar con los demás como lo hizo Cristo. Cuando nos encontramos con personas que sufren -porque están solitarias, enfermas o de alguna manera muertas, y no han tenido suerte en la vida- ¿cuál es nuestra reacción? ¿la de los que pasaron de largo ante el que había sido víctima de los bandidos, o la del samaritano que le atendió? Aquella fue una parábola que contó Jesús. Lo de hoy no es una parábola: es su actitud ante un hecho concreto.

Si actuamos como Jesús ante el dolor ajeno, aliviando y repartiendo esperanza, por ejemplo a los jóvenes ("joven, levántate"), también podrá oírse la misma reacción que entonces: "en verdad, Dios ha visitado a su pueblo". La caridad nos hace ser signos visibles de Cristo porque es el mejor lenguaje del evangelio, el lenguaje que todos entienden.

"Tiene que ser irreprochable, sensato, equilibrado, bien educado, comprensivo, no agresivo ni interesado" (1ª lectura 1)

"Andaré con rectitud de corazón dentro de mi casa" (salmo I)

"Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo" (1ª lectura II)

"Dios ha visitado a su pueblo" (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 71-74


3-3. CLARETIANOS 2002

La carta a los corintios sigue introduciéndonos en la más elemental gramática cristiana. Nos habla de la comunidad como el cuerpo de Cristo. Pablo utiliza una expresión atrevida que no conviene rebajar: "Vosotros sois el cuerpo de Cristo". A partir de aquí se ilumina todo lo demás: la vinculación Cristo-Iglesia, la unidad y la diversidad, la primacía de la vida sobre la mera estructura, etc. Por desgracia, hoy no nos atrevemos a hablar en estos términos. Ni los conservadores ni los progresistas. Nos parece exagerado. Decimos que se presta a malentendidos. Es sólo signo de temor.

Si yo sintiera a fondo que soy el cuerpo de Cristo con todos mis hermanos y hermanas creyentes, es probable que enjuiciara de otro modo la vida de la comunidad. Miraría a cada uno y lo vería con otros ojos. Un cuerpo es portador de vida. Haría todo lo posible por contribuir a su salud y a su armonía.

El relato del evangelio de Lucas nos presenta a Jesús como "dador de vida". A Jesús le "da lástima" el dolor de una viuda que ha perdido a su hijo único. Es como si en esa viuda estuviera viendo premonitoriamente el dolor de su propia Madre, María. Devolver la vida al muchacho es ... anticipar su propio y definitivo triunfo. Y el nuestro. Porque nosotros -una vez más- somos "el cuerpo de Cristo".

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-4. COMENTARIO 1

EL JUDAÍSMO ATRAVIESA UNA SITUACIÓN MUY CRÍTICA

Emparejada con la anterior, Lucas presenta una nueva descripción, esta vez del judaísmo en vías de extinción como Pueblo de Dios. Se produce un cambio de temática y de escenario. La nueva datación -«Después de esto fue...» (7,1la)- vincula estrechamente esta escena a la anterior. La escena se sitúa en un pueblo llamado Naín, una ciudad amurallada. Lucas hace confluir en ella dos comitivas: la de Jesús, acompañado de los discípulos y de una gran multitud portadora de vida, y la de la multitud de la ciudad que acompaña a una viuda, que estaba de luto por la muerte de su hijo único. A diferencia del paganismo, Jesús se acerca por propia iniciativa, sin que nadie se lo pida: «Cuando se acercaba a las puertas de la ciudad resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; una considerable multitud de la ciudad la acompañaba» (7,12).

Una progresión de rasgos calificantes pone en evidencia la situación crítica que atraviesa el judaísmo: «y mirad» (lit.), forma literaria de llamar la atención sobre un personaje concreto; «sacaban a enterrar», marca una duración, una comitiva fúnebre, como dirá en seguida; «un difunto», muerto y bien muerto, según indica el uso del perfecto griego; «hijo único», excluye un posible recambio, otro hijo que sustituyese al difunto; «para su madre» (lit.), la única posesión que le quedaba, subrayando a la vez la relación «hijo/madre»; «que era viuda», última precisión, punto culminante de la progresión: no hay esperanza humana posible.

Naín representa la sociedad israelita incapaz de dar vida. La viuda es la personificación del Israel infiel que se ha quedado sin Dios-el Esposo. El hijo único, fruto de una relación de amor que, desgraciadamente, ahora ha quedado truncada, era la esperanza de Israel. La ciudad, amurallada, es como un seno materno lleno de muerte. La comitiva se confunde y se identifica con la viuda: sin vitalidad, lo único que queda son los ritos propios de una religión de muertos. Ni siquiera se han enterado de la proximidad de Jesús y menos aún de su fuerza liberadora y vivificante. En el extremo opuesto, fuera de la ciudad, se encuentra Jesús: se acerca a la ciudad, como en otro tiempo Dios se había acercado al Pueblo de Israel humillado y sometido, «haciéndose prójimo» de un pueblo en situación precaria, sin esperanza.


JESUS, NUESTRO DIOS COMPASIVO Y BENIGNO

En el caso del paganismo ha sido suficiente una «palabra» (v. 7b: «Pero con una palabra tuya se curará mi criado»). Es el mensaje universal de vida que Jesús anunció a los cuatro vientos. En el caso del judaísmo, Jesús, «Señor» de la vida, muestra su compasión hacia su pueblo, personificado por la viuda: «Al verla el Señor, se conmovió y le dijo: "No llores"» (7,13), y se dispone a remover el obstáculo que impedía la vida: «Acercándose, tocó el ataúd (los que lo llevaban se pararon) y dijo: "¡Joven, a ti te hablo, levántate!"» (7,14). Primero era necesario transgredir («tocó el ataúd») el tabú religioso sobre la impureza legal de un cuerpo muerto (cf. Nm 19,11.16). Jesús no respeta las prescripciones de la impureza levítica; al contrario, conculca la Ley de una manera ostentosa.

Seguidamente llama a la vida al «muchacho», al adolescente que apenas acaba de abrirse a ella y que ya está bien muerto.

Tampoco en esta escena hay nombres propios. Se trata de una descripción ideal de la crítica situación del judaísmo y de la fuerza liberadora de Jesús. La escena recuerda de cerca la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta por obra de Elías (3Re [1Re] 17,8:24 LXX). Lucas prepara, de esta manera, la identificación de Jesús con Elías por parte de las multitudes, a que se hará referencia más adelante (cf. Lc 9,8.19).

Por primera vez los presentes sacan conclusiones sobre la persona de Jesús: «"Un gran profeta ha surgido entre nosotros." Y también: "Dios ha visitado a su pueblo"» (7,16b). El gesto de Jesús de hacer 'levantar' al muchacho es interpretado en el sentido de que finalmente Dios se ha decidido a liberar a Israel. Reconocen que Jesús es «un gran profeta»: su gesto es profético. Detrás de la resurrección del muchacho entrevén la resurrección de Israel. Poco a poco se va planteando la cuestión, a la que se dará respuesta al final de esta estructura paralela, sobre quién es Jesús. La noticia de este clamor popular sobre la identidad de Jesús se divulgó «por todo el país judío y todo el territorio circundante» (7,17), a saber: por toda la Judea y por la diáspora. Se confirma, así, que con las figuras del 'muchacho' y la 'viuda' de Naín se describía la situación de miseria absoluta de Israel privado, por su infidelidad, del Dios-Esposo que se había comprometido a intervenir en la historia del hombre.

¡Cuántas veces Jesús no se habrá compadecido de nuestra Iglesia, cuando, en lugar de dar vida... se ha comportado como una religión de muertos! La transgresión de la Ley mosaica por parte de Jesús, cuando ésta asfixiaba al hombre hasta arrebatarle toda posibilidad de vida, es un serio aviso dirigido a toda clase de leyes que no estén al servicio del hombre. En nombre de Dios no es licito formular ningún principio que avasalle al hombre: «El hombre es señor del precepto sabático» y, por tanto, de cualquier mandamiento o precepto. Educar al hombre en la libertad y el respeto a las leyes que regulan la vida comunitaria es una tarea tan ardua como necesaria. La resurrección del adolescente nos hace ver que, por muy negra que sea la crisis, siempre hay posibilidad de reavivar la comunidad cristiana, como está sucediendo actualmente en las comunidades latinoamericanas que nosotros los europeos mirábamos de reojo, considerando que estaban colapsadas por la superstición y el eclecticismo religioso.


COMENTARIO 2

El presente pasaje es un episodio de la tradición evangélica exclusivo del evangelio según Lucas. El trasfondo veterotestamentario hace referencia a 1 Re 17,17-24 y 2 Re 4,18-37: dos resurrecciones obradas por Elías y Eliseo. Se trata siempre de hijos únicos de madres viudas. Lucas intenta, en este sentido, poner a Jesús en la línea de los antiguos profetas, como proclama entusiasta la muchedumbre. Del resto, toda la atención del Evangelio está dirigida a Jesús (intención cristológica).

Jesús sale al encuentro del dolor humano, caracterizado por el drama fúnebre y el llanto de una mujer, viuda, madre del difunto. Nos encontramos ante temas preferidos de Lucas: la compasión o misericordia de Jesús ante la marginación total. Jesús, portador de la vida, tiene un contacto con la muerte (tocó la camilla donde llevaban al joven muerto) y hace posible una resurrección. Es el poder máximo de la vida sobre la muerte: por eso actualiza dichos antiguos (Dt 32,39; Tob 13,2; Sab 16,13); y, a la luz de la Pascua, prefigura, anticipa, su resurrección.

Este pasaje, tan divino y humano, nos pone en contacto con la más auténtica misión de Jesús y su Iglesia: vino a compartir nuestras alegrías y tristezas, nuestras angustias y esperanzas. El dolor se expresa en los millones de crucificados de nuestra historia. Nuestra misión, en continuidad con la de Jesús, es la de comunicar vida, no la de permanecer indiferentes.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-5. Martes 16 de septiembre de 2003

1 Tim 3, 1-13: Los servidores de la comunidad
Salmo responsorial: 100, 1-3.5-6
Lc 7, 11-17: Resucita al hijo de la viuda de Naín

El texto de Lucas se ajusta al esquema habitual de los relatos de milagro:

Introducción: motivo de la llegada del taumaturgo (v. 11-12a).

Exposición: el caso lamentable, el pobre difunto y aquella que lo representa, su madre, viuda, acompañada de la gente (v. 12b).

Episodio central: el milagro realizado por la compasión del taumaturgo (v. 13-15).

Conclusión: reacción de la gente, aclamación (v. 16-17).

Lucas nos dice que Jesús se puso en camino con sus discípulos y con mucha gente que lo seguía, hacia un pueblo llamado Naín. A la entrada del pueblo, se encontró con un cortejo fúnebre; había muerto un joven, hijo “único” de una viuda. El encuentro es conmovedor, la mujer viuda había perdido la “única” posibilidad que tenía en la vida de poder subsistir, porque en el tiempo de Jesús la seguridad y el bienestar de una mujer, y más aún de una viuda, dependía de los hombres de su familia. Las viudas eran dignas de compasión, tenían pocos derechos y no podían heredar la propiedad de sus maridos fallecidos, dependían del todo de sus hijos varones. La muerte de su “único” hijo había dejado a la viuda de este relato bíblico sin esperanza y desprotegida en todo sentido. Ante esta situación, Jesús reacciona con gran ternura y compasión. “No llores”, le dijo Jesús a la viuda; detuvo el cortejo, y tocó el féretro sin temor de contaminarse. La gente enmudeció. “Muchacho, levántate” le ordenó Jesús. El muchacho se incorporó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.

El suceso provocó en el pueblo de Naín y en todos los que seguían a Jesús una confesión de fe en El y en la misericordia de Dios. “Es un gran profeta el que nos ha llegado. Dios ha visitado a su pueblo”. La respuesta de la gente estaba motivada por el hecho de que Jesús hacía los mismos milagros que los grandes profetas del Antiguo Testamento, como Elías (1 Re 17, 17-24), pero lo que ha hecho Jesús no podemos interpretarlo como una señal profética como lo dice la gente al presenciar el milagro. Jesús se presenta con estas señales como el Mesías de Israel, el Hijo de Dios y el Señor de la vida y de la muerte que sabe compadecerse de las necesidades humanas. De esta manera, Dios se hace presente, “ha visitado a su pueblo” para enjugar las lágrimas de los que lloran, para dar esperanza a los abatidos y consuelo a los tristes. Es el Dios de la vida que sale al encuentro del ser humano mostrándole su misericordia. Misericordia proclamada en el discurso “de la llanura” (Lc 6, 36) y propuesta como modelo para que los discípulos la puedan imitar, se manifiesta ahora en una acción compasiva de Jesús en favor de una viuda.

El relato muestra, en definitiva, cómo la felicidad recobrada de los que estaban en la desgracia aumenta la fama de Jesús. Al devolver el hijo a su madre, Jesús se revela como Señor de la vida y de la muerte y como el Mesías, el Hijo de Dios.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-6. DOMINICOS 2003

Palabra de animación y consejo

Primera carta de san Pablo a Timoteo 3, 1-11:

“Querido hermano: Está muy bien dicho que quien aspira a ser obispo no es poco lo que desea, porque un obispo tiene que ser irreprochable, fiel a su mujer, sensato, equilibrado, bien educado, hospitalario, hábil para enseñar, no dado al vino ni amigo de reyertas, comprensivo, no agresivo ni interesado. Tiene que gobernar bien su propia casa y hacerse obedecer de sus hijos con dignidad. Uno que no sabe gobernar su casa, ¿cómo va a cuidar de una asamblea de Dios? Que no sea recién convertido, por si eso se le sube a la cabeza y lo condenan como al diablo...

También los diáconos tienen que ser respetables, hombres de palabra, no aficionados a beber mucho ni a negocios sucios, fieles a la fe revelada...”

Es lección compartida: quien ha de asumir especial responsabilidad en la dirección, animación y gobierno debe hacerlo con dignidad, discreción, virtud, ejemplaridad. A pesar de las debilidades, haya actitud de superación.

Evangelio según san Lucas 7, 11-17:

“Iba Jesús camino de una ciudad, Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando estaban cerca de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda... Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: mujer, no llores; y se acercó al ataúd. Lo tocó y dijo: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate... Y se lo entregó a su madre.

Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo...”

La caridad, compasión, cercanía, amistad, buena voluntad, deben unirnos a todos. Pero la gracia de ‘salvación’ o de ‘curación’ es don de Dios. Éste se pide en fe, confianza, amor. Y la realiza sólo Dios.

 

Momento de reflexión

Danos, Señor, pastores santos.

La descripción que hace san Pablo de cómo deben ser las personas llamadas a ejercer el episcopado, el sacerdocio o el diaconado, nos puede servir de espejo a cualquier cristiano para analizar nuestra propia vida en fidelidad a Jesucristo. Siempre que miramos al otro, y queremos que su vida sea ejemplar, lo blindamos con larga serie de cualidades y condiciones a través de las cuales resplandezca el rostro de Cristo en su rostro. Y en verdad a ello habríamos de aspirar todos y cada uno de los cristianos. Pero ¡qué lejos nos encontramos de ese ideal, excepto los santos! Y aún éstos son imperfectos en el amor y en sus obras.

Reflexionemos, no obstante (pues nos interesa a todos),  sobre las cualidades que quisiéramos ver encarnadas en los obispos, y , a su nivel, en sacerdotes y diáconos: irreprensibles en su fe y bien dotados para enseñar a los demás, fieles en su vida matrimonial, familiar, educativa, convivencial, social, equilibrados, sensatos, prudentes, comprensivos en sus juicios, con autoridad, acogedores, hospitalarios, experimentados y no recién convertidos a la fe ...

En caridad, ayudémosles todos los cristianos con nuestra propia nobleza de vida en Cristo, para que traten de alcanzar ese ideal.

A Jesús le dio lástima del llanto de la viuda.

Ante el hijo muerto de la viuda de Naín hay muchas personas: amigos, orantes, curiosos. Entre ellas, sólo uno es profeta, taumaturgo, sanador, Mesías, rostro del Padre: Cristo Jesús.

Él, con entrañas de misericordia y compasión, se coloca al lado de la viuda pobre, hambrienta, enferma, marginada por la ausencia del hijo, y le devuelve el tesoro perdido... ¿Poseemos también nosotros entrañas de misericordia? 

¡Gracias, Señor, porque eres Amor, Corazón, Vid,  Luz,   Sabiduría, Salvación...! ¡Eres Dios, Hijo de Dios, y en tus ojos hay lágrimas  de ternura!


3-7.

LECTURAS: 1TIM 3, 1-13; SAL 100; LC 7, 11-17

1Tim. 3, 1-13. Imposible que alguien pueda convertirse en maestro, en guía de los demás en la fe y en el amor a Cristo si primero no vive él mismo su compromiso con el Señor. No basta tener ciencia, sino experiencia de Cristo, pues nadie da lo que no tiene. Si en algún momento nosotros proclamamos el Nombre del Señor, pero vivimos en contra de aquello que anunciamos, lo único que hacemos es que la fe caiga en descrédito, y nosotros mismos dejaremos de ser creíbles y perderemos autoridad moral. Por eso, con humildad, meditemos la Palabra de Dios para que comprendamos cuál es la esperanza a que hemos sido llamados por él; cuál es la riqueza de la gloria otorgada por Él en herencia a los santos; y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa manifestada en el misterio Pascual de su Hijo. Sin embargo, recordemos que no basta con meditar y conocer la voluntad de Dios; es necesario lleva a cabo las enseñanzas del Señor para que la proclamación del Evangelio no la hagamos conforme a nuestra ciencia humana, sino conforme a lo que Dios espera de nosotros para que, por nuestra experiencia personal de su Palabra, seamos convertido en signos creíbles de esa misma Palabra para los demás.

Sal. 100. Hemos de ser los primeros en actuar de un modo correcto. Libres de la maldad y de todo afecto desordenado, unidos a Cristo, nuestro esfuerzo continuo se ha de dirigir a lograr que la maldad deje de encadenar a muchos corazones. Nuestra lucha no es en contra de los pecadores, sino en contra del pecado que se ha adueñado de quienes han sido llamados a participar de la misma vida de Dios. Cristo ha venido no a destruirnos, sino a perdonarnos, buscando a todos los pecadores para salvarlos, como el pastor busca la oveja descarriada para llevarla de vuelta al redil. Quienes creemos en Cristo hemos de hacer nuestra esa misma Misión y preocupación del Señor buscando al hombre pecador no para condenarlo, sino para conducirlo a un encuentro personal con Él y poder así, junto con nosotros, disfrutar de la salvación que Dios ofrece a todos.

Lc. 7, 11-17. Los discípulos de Jesús, que somos su Iglesia, hemos de ser conscientes de que nunca actuamos al margen de Jesús. Más bien la Iglesia prolonga la primera encarnación del Hijo de Dios. Por medio nuestro es el Señor quien exhorta y llama a todos a la conversión; por medio nuestro es el Señor quien continúa ofreciendo su amor misericordioso y salvador al pecador. Por medio nuestro el Señor continúa siendo, en el mundo, el Dios-con-nosotros; Aquel que permanece con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Caminando con nosotros, con nosotros sale al encuentro del hombre que ha sido dominado por el autor del pecado y de la muerte y le anuncia una Palabra de conversión capaz de levantarlo de sus miserias y capaz de hacerle testigo de la Buena Nueva del amor de Dios. Así, vuelto el pecador al seno de la Iglesia podrá ser motivo de que todos glorifiquen el Nombre del Señor, pues su testimonio, nacido de una experiencia vital de la misericordia divina, se convertirá en un anuncio no inventado, sino vivido del amor que Dios tiene a todos aquellos a quienes ha venido a buscar para salvarlos y no para condenarlos.

En esta Eucaristía Dios sale a nuestro encuentro para ofrecernos su perdón y la participación en su vida divina. Celebrar la Eucaristía no es sólo estar presentes en este acto litúrgico, sino entrar en comunión con el Señor de la vida, para que, junto con Él nos convirtamos en fuente de vida para todos aquellos con quienes nos relacionemos. Así, caminaremos junto con el Señor haciendo el bien y no el mal; junto con Él seremos capaces de detenernos ante la miseria humana y no permitir que la existencia de quienes van por un camino equivocado se deteriore cada vez más, sino que recuperen su dignidad de hijos de Dios y, vueltos a la vida de la gracia, puedan, nuevamente cantar la maravillas del Señor.

Al igual que Cristo, pasemos siempre haciendo el bien a todos. Estemos del lado de Cristo como fieles discípulos suyos; caminemos con Él. Sepamos que, estando el Señor con nosotros, debemos convertirnos en portadores de su amor que salva, que devuelve la vida, que levanta a los abatidos y a los de corazón apocado. Quien dice creer en Cristo y actúa como portador de signos de muerte, como alguien que destruye la paz y la alegría de los demás, como quien desestabiliza naciones u hogares, no puede considerarse portador del Evangelio; pues aun cuando pronuncie discursos muy bellos sobre Cristo, su vida, sus actitudes, sus obras estarán indicando que más que llevar un espíritu vivificado por Cristo, carga un espíritu dañado, muerto a causa del pecado que le ha dominado. Dejemos que el Señor nos perdone, nos devuelva a la vida, infunda en nosotros su Espíritu; que su Palabra nos santifique y nos haga portadores de su amor, de su verdad, de su paz, de su bondad y de su misericordia para todos los pueblos.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, la gracia de dejarnos amar por Dios, para que nos transforme en signos creíbles de su vida ante nuestros hermanos; y así, guiados por su Espíritu, colaboremos para que todos se encuentren con el Señor de la Vida y se dejen transformar por Él. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-8. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

1 Cor 12, 12-14.27-31
Salmo responsorial: 99
Lc 7, 11-17: Un gran profeta ha surgido entre nosotros.

El evangelio de hoy nos enseña quién es y en qué consiste ser profeta. Con frecuencia se confunde al profeta con el adivino que averigua el futuro antes de que éste suceda. Sin embargo, no es ésta la imagen del profeta que se deduce de la lectura del evangelio, porque la gente, después de ver a Jesús, reanimando el cadáver del joven de Naín, no lo aclama como taumaturgo u obrador de milagros, sino que exclama: “Un gran profeta ha surgido entre nosotros”.

Y es que el profeta es diferente del adivino o del agorero. En tiempos de Jesús la gente intuyó cuál era la verdadera misión del profeta que hablaba en nombre del Dios de la vida. Gran profeta es quien, como Jesús, devuelve la vida, la ilusión, la esperanza, la confianza en el futuro, a un mundo que, como la viuda de Naín, ha perdido su porvenir, su único hijo. Quienes no creen en la profecía, en la fuerza de la palabra, piensan que todo está perdido, que sólo nos queda asistir al entierro del planeta, como el pueblo de Naín. Pero los que se suman al grupo de los profetas están soñando otro mundo, anunciando por doquier que todavía es posible la vida, otra vida para los que malvivimos la presente. Eso sí, tal vez, no sea ya suficiente con un profeta: necesitamos grupos de profetas cada vez más numerosos que se levanten contra las armas, contra la destrucción sistemática de la naturaleza, contra la explotación, la droga, el hambre, el paro, la marginación, la guerra, el terrorismo, la violencia y la insolidaridad humanas. Y “ojalá que todo el pueblo profetizara”, alzándose con el arma de la palabra contra este desorden establecido que produce a gran escala catástrofes y muerte. Entonces comprenderíamos que la palabra del profeta es más poderosa que el ruido de los cañones; estos llevan a la muerte; aquella, a la vida.


3-9.El hijo de la viuda de Naím

Fuente: Catholic.net
Autor: P . Clemente González

Reflexión:

Hay una diferencia abismal entre las demás “religiones” y el Cristianismo. En las demás, el hombre va en busca de Dios. En el Cristianismo es Dios el que busca al hombre. Y en la Iglesia Católica, fundada por Cristo, lo vemos todos los días. Este Evangelio es una prueba más del amor de Dios hacia nosotros, que es infinito. Tiene el arrojo y tesón del amor de padre y el candor y profundidad del amor de madre. Cristo al ver a la viuda que se le había muerto todo lo que tenía en el mundo, se compadece de ella. Del Corazón de Cristo brota esa necesidad de consolar a la viuda y le vuelve a entregar a su hijo. Y así como Cristo entregó alegría a esta viuda, hoy día Cristo entrega a muchos padres angustiados su joven hijo que se fue de casa días atrás, ablanda los corazones de los esposos a punto de separarse, inspira a los grandes empresarios a cambiar de actitud hacia sus colaboradores y, en vez de hundirles en deudas estratosféricas, hacen un trato para arreglar cuentas, etc.

Dios sigue obrando milagros para que nosotros podamos ser felices en Él. Es imposible que a Dios le guste vernos tristes, porque nos ama. Pero si lo estamos... ¿acaso será porque no le hemos permitido a Cristo entrar en nuestras vidas? Pidamos hoy esta gracia a Cristo Eucaristía.


3-10.

Reflexión

Una de las características del evangelio de San Lucas es el hecho de que nos presenta la gran misericordia de Jesús para con todos, especialmente para con los que sufren, por ello es llamado el “evangelio de la misericordia”. Para Jesús todo sufrimiento era su sufrimiento, lo cual es evidente cuando leemos como al ver a la pobre madre que perdido al único hijo, se conmueve y se lo regresa vivo. Es pues necesario pedirle al Señor que nos enseñe a “sentir” con el otro, que abra nuestros ojos y nuestro corazón a las necesidades de aquellos que conviven diariamente con nosotros, de manera fundamental, a las necesidades de nuestra propia familia, la cual por el hecho de vivir con nosotros, pasa muchas veces desapercibida y no somos capaces de participar de los sufrimientos y alegrías de nuestros seres queridos. No sabemos cuando nosotros necesitaremos también de la misericordia de los demás, por eso, seamos misericordiosos, para que la Bienaventuranza se realice en nosotros y podamos ser sujetos de la misericordia de los demás... y especialmente de la misericordia divina.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-11. 24ª Semana. Martes

Sucedió, después, que marchó a una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y una gran muchedumbre. Al acercarse a la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar un difunto, hijo único de su madre, que era viuda, y la acompañaba una gran muchedumbre de la ciudad. Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: «No llores». Se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron; y dijo: «Muchacho, a ti te digo, levántate». Y el que estaba muerto se incorporó y comenzó a hablar; y se lo entregó a su madre. Y se llenaron todos de temor y glorificaban a Dios diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros, y Dios ha visitado a su pueblo». Esta fama acerca de él se divulgó por toda Judea y por todas las regiones vecinas. (Lc 7, 11 -17)

I. Jesús, llegas a Naín acompañado de una gran muchedumbre. Y en la puerta de la ciudad te encuentras a aquella viuda que viene con otra gran muchedumbre.

Dos muchedumbres; y en medio Tú, la viuda y el muchacho recién fallecido. Sin embargo, no son las muchedumbres lo que te mueve, sino el dolor de aquella mujer que había perdido a su hijo único.

Jesús, Tú entiendes de sufrimientos, de soledad, de dolor. Has querido pasar por todas estas experiencias tan humanas hasta el límite, de modo que yo aprenda también a saber sufrir con sentido sobrenatural. Tú sufres cuando sufro; si permites aquel dolor físico o moral es porque le puedo -y le debo- sacar un mayor provecho espiritual. Para ello, he de ofrecerte aquella dificultad, uniéndome a Ti en la cruz, por la salvación de los demás y el bien de la Iglesia.

El sufrimiento es también una realidad misteriosa y desconcertante. Pues bien, nosotros, cristianos, mirando a Jesús crucificado encontramos la fuerza para aceptar este misterio. El cristiano sabe que, después del pecado original, la historia humana es siempre un riesgo; pero sabe también que Dios mismo ha querido entrar en nuestro dolor, experimentar nuestra angustia, pasar por la agonía del espíritu y del desgarramiento del cuerpo. La fe en Cristo no suprime el sufrimiento, pero lo ilumina, lo eleva, lo purifica, lo sublima, lo vuelve válido para la eternidad [5].

II. Jesús ve la congoja de aquellas personas, con las que se cruzaba ocasionalmente. Podía haber pasado de largo, o esperar una llamada, una petición. Pero ni se va ni espera. Toma la iniciativa, movido por la aflicción de una mujer viuda, que había perdido lo único que le quedaba, su hijo. El evangelista explica que Jesús se compadeció: quizá se conmovería también exteriormente, como en la muerte de Lázaro. No era, no es Jesucristo insensible ante el padecimiento, que nace del amor, ni se goza en separar a los hijos de los padres: supera la muerte para dar la vida, para que estén cerca los que se quieren, exigiendo antes y a la vez la preeminencia del Amor divino que ha de informar la auténtica existencia cristiana.

Cristo conoce que le rodea una multitud, que permanecerá pasmada ante el milagro e irá pregonando el suceso por toda la comarca. Pero el Señor no actúa artificialmente, para realizar un gesto: se siente sencillamente afectado por el sufrimiento de aquella mujer, y no puede dejar de consolarla. En efecto, se acercó a ella y le dijo: «No llores». Que es como darle a entender: no quiero verte en lágrimas, porque yo he venido a traer a la tierra el gozo y la paz.

Luego tiene el lugar el milagro, manifestación del poder de Cristo Dios. Pero antes fue la conmoción de su alma, manifestación evidente de la ternura del Corazón de Cristo Hombre [6].

Jesús, no eres sólo Dios; eres también hombre. Por eso me quieres como me quieren los hombres: te alegra lo que me alegra, y te hace sufrir lo que me hace sufrir. Pero como los buenos padres cuando piden algún esfuerzo a sus hijos por su propio bien, para educarlos, a veces me pides algún pequeño o gran sacrificio, para que me una más a tu cruz, a Ti.

Jesús, dame la fortaleza y la visión sobrenatural necesarias para aceptar siempre cualquier sufrimiento que encuentre en mi camino. Hazme entender, en esos momentos difíciles y oscuros, que sólo en el Cielo no hay problemas, y que el sacrificio en la tierra es una oportunidad de abrazarte amorosamente en la Cruz.

[5] Juan Pablo II, Alocución, 24-III- 1979.
[6] Es Cristo que pasa, 166.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA


3-12.

Al sur-oeste de Nazaret, en Galilea, aproximadamente a 10 km. Se encuentra Nain. En aquel tiempo, se dirigía Jesús a esa población, como siempre lo hacía acompañado de sus discípulos y de mucha gente que lo seguía, al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, este hijo era el único de una viuda. La acompañaba una gran muchedumbre. Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: «No llores».

Jesús le esta diciendo, «No llores», llorar no es solo derramar lágrimas, cuando esta referido a un suceso desgraciado, es lamentarlo y sentirlo profundamente, cuando hemos perdido una vida amiga o familiar, y perder es algo que se tiene y se deja de tenerlo, pero es «No llores», es deja el llanto para el que no tiene fe, para el que ha perdido toda esperanza, pero también es un deja de dudar y no dejes de creer, y estamos diciendo dejar, como sinónimo de abandonar, y no dejar como de no permitir.

Si creemos ¿porque lloramos?., a caso ¿no creemos en la infinita bondad del Señor?, ¿no creemos en la disposición y el cuidado que se toman Dios para evitarnos un daño?, ¿no creemos que nuestro Padre busca nuestro bien?

Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, Jesús tiene una inclinación natural a tener un sentimiento de pena y lástima por la desgracia y por el sufrimiento ajeno, aquí tiene compasión de la madre privada de su hijo, y a nosotros nos enseña que debemos tener compasión de todos cuantos sufren, porque el que sufre inspira compasión al que conoce de sentimientos, y si nos sentimos impresionados por el dolor, y llegamos angustiarnos por los oprimidos, y llorar juntos con ellos, estamos sintiendo a un hermano como lo sentía Cristo y así entenderemos mejor esta compasión del Señor.

Jesús acercándose al ataúd, lo tocó. Los que lo llevaban se detuvieron. Entonces, dijo: «Joven, yo te lo mando: levántate». Inmediatamente el muerto se levantó y comenzó a hablar; y Jesús se lo entregó a su madre. Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo».La noticia del hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas.

Jesús nos enseña quién es y en qué consiste ser profeta, pero un profeta del Pueblo de Dios que da la vida a los muertos, porque solamente los profetas de Dios, pueden hablar con autoridad del mismo Dios, pero además El es que ha sido anunciado como tal por los antiguos profetas de la Sagradas Escrituras, El es el Mesías prometido, es el mayor de todos, los anteriores y los posteriores.

A veces pensamos que profeta es aquel que nos anticipa el futuro, pero este evangelio no nos entrega esta imagen de profeta, porque la gente, después de ver a Jesús, reanimando el cadáver del joven de Naín, no lo aclama como un obrador de milagros, sino que exclama: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo». En tiempos de Jesús la gente intuyó cuál era la verdadera misión del profeta que hablaba en nombre del Dios de la vida. Jesús, devuelve la vida, la ilusión, la esperanza, la confianza a un mundo que, como la madre y viuda de Naín, que ha perdido su único hijo, Jesús lo hace, el va de pueblo en pueblo anunciando que es posible la vida, y que su palabra es para hacer una buena vida, aquella que el hombre se dedica a destruir, con una irreverencia incomprensible, aceptando el hambre, la drogadicción, la marginación, enterrando las esperanza de paz con la guerra y el terrorismo, con la violencia vista en cada esquina del mal y siendo permisivo para que estas cosas ocurran.

Es así, como si somos seguidores de Jesucristo, seamos consecuente, con el llamado de Jesús, detener esta marcha fúnebre en el que transita el mundo, para darle la vida, la vida de la gracia, del amor y la esperanza, asumamos el papel profético frente a este cadáver, porque Dios quiere que vivamos, y porque el es Señor de la vida, no de la muerte.

 


3-13.