LUNES DE LA SEMANA 20ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Jc 2, 11-19

1-1.

Entre la primera entrada en la Tierra Prometida bajo el mando de Josué, hacia el año 1.200 a. d. J. C. y la constitución de una monarquía estable con Saúl y luego David hacia el año 1.000, pasaron dos siglos. Es el «tiempo de los Jueces». Los hebreos se van instalando poco a poco en Palestina: las tribus, aún muy individualistas, son acechadas sin cesar por la hostilidad de las poblaciones locales y se dejan llevar fácilmente a adoptar los cultos idolátricos de esas poblaciones de Canaán. Entonces, «bajo la inspiración del Espíritu de Yavéh», surgen los jueces, es decir, unos héroes que vienen a restablecer la situación política comprometida...

La página que meditamos hoy es un prólogo doctrinal, una especie de teología de la historia en cuatro tiempos:

1. El pueblo de Israel abandona al verdadero Dios para seguir a los falsos dioses...

2. El castigo divino llega en forma de fracasos militares...

3. El pueblo suplica a Dios que le salve y hace penitencia...

4. Dios perdona y envía a un Juez para librarlos...

1. Después de la muerte de Josué, los hijos de Israel hicieron lo que desagradaba al Señor y dieron culto a los Baales... Siguieron a otros dioses de los pueblos de alrededor...

No nos quedemos en la situación de "aquella época", evocada aquí. Nuestra época, nuestra Iglesia, nosotros los cristianos de HOY ¿no caemos también en esa misma infidelidad? que, como entonces, consiste precisamente en dejarse contaminar por el paganismo materialista que nos envuelve. ¿No adoptamos, también nosotros, la mentalidad del ateísmo del dejarse llevar, del culto del dinero y del confort? Me detengo a considerar mi vida y a descubrir como me dejo intoxicar... quizá sin darme cuenta de ello.

2. Entonces se encendió la ira del Señor contra Israel. Los puso en manos de salteadores, los abandonó a los enemigos del alrededor y fueron incapaces de resistirles... Fueron sumidos en un gran desamparo.

Notemos que el castigo viene del mal mismo: se es castigado por donde se ha pecado.

Los vecinos, a los que se ha imitado, son los que se encargan de hacer sufrir a los israelitas. Así puede ocurrir que la desacralización misma produzca como una especie de vacío: un estar abandonado a una vida sin Dios, a la angustia metafísica de la condición humana... En el fondo no hay peor castigo.

3. El Señor se conmovió por los gemidos que proferían los israelitas bajo la violencia de sus opresores.

Es una verdad permanente: si no hay fidelidad, no hay tampoco Alianza posible con Dios.

No puede contar con ser amigo de Dios aquel que hace el mal voluntariamente; porque no existe medida común entre Dios santo y justo y nuestras injusticias y bajezas.

Pero, por parte de Dios, la Alianza hecha con la humanidad sigue en pie. Esta es otra verdad permanente: la fidelidad incansable de Dios no renuncia nunca a querer salvar y perdonar. Pero es preciso consentir en aceptar esa gracia.

4. Entonces el Señor suscitó jueces que les salvaran de los salteadores... Cuando el Señor hacia surgir para ellos un juez, les salvaba de la mano de sus enemigos.

La liberación de los enemigos temporales es una primera aproximación de una «salvación, cuya verdadera naturaleza se irá revelando a lo largo de la historia sagrada: ¡Dios salva! La salvación definitiva será Jesucristo, vencedor del pecado y de la muerte.

Gracias, Señor. ¡Sálvanos!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 236 s.


1-2. /Jc/02/06-23  /Jc/03/01-04  /Jc/LIBRO:

Una vez muerto Josué, las diversas tribus continuaron instalándose en la tierra prometida. No faltaron los conflictos con los pueblos allí establecidos, mientras los israelitas intentaban hacerse un lugar entre los pueblos cananeos. Durante este tiempo los recién venidos iban asimilando una cultura sedentaria y agrícola, iban obrando una integración que, de hecho, ponía a prueba la antigua fe en Yahvé. Leyendo el libro de los Jueces, vemos que los altibajos de apostasía y de conversión fueron constantes. Seducidos por los dioses de la fertilidad, por los dioses del éxito, abandonaban una y otra vez al Dios misterioso pero liberador de sus padres.

El libro de los Jueces, después de hacer una introducción histórica (c. 1), continúa con una segunda introducción, de carácter marcadamente deuteronómico, en la que anticipa a grandes rasgos las etapas teológicas del drama: o Israel tiene presentes las grandes gestas libertadoras de Yahvé (2,7.10) o Israel se desintegra. Según la visión del autor, el Dios único no se queda pasivo. Los éxitos o fracasos históricos son interpretados como un efecto de la acción de Yahvé, que toma una actitud severa, que se indigna, que les es contrario, que hasta los «vende» a los enemigos (14), pero que por medio de unos hombres escogidos los libera, cuando el pueblo con su clamor manifiesta un inicio de conversión. Es la historia de la fe de un pueblo, una historia no siempre edificante, una historia que es lugar de encuentro entre Dios y su pueblo, una historia que es en todo caso motivo de reflexión.

Es también la historia del amor de Dios. Un amor que, visto en una perspectiva deuteronómica, es apasionado y celoso (Dt 6,15ss), que no soporta la infidelidad (Dt 7). La responsabilidad del hombre y su obediencia a los preceptos del Señor son indispensables si el hombre quiere vivir feliz en la tierra prometida (Dt 28).

Pero este amor del Señor es fundamentalmente gratuito. Los simples gemidos del pueblo oprimido (18) bastan para mover al Señor a actuar. Entonces suscita "jueces", que en este caso son jefes carismáticos, los cuales saben aglutinar una o más tribus en torno de la fe en Yahvé y pueden hacer frente victoriosamente a los adversarios.

En esta segunda introducción hallamos anticipado el esquema teológico de muchos episodios del libro, esquema que se puede resumir en cuatro momentos: pecado de los israelitas, caída en manos de los enemigos, conversión y liberación.

D. ROURE
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 645 s.


2.- Ez 24, 15-24

2-1.

Como ya hemos visto varias veces, también hoy un acontecimiento personal de la vida del profeta será el símbolo de una situación de todo el pueblo de Israel.

La mujer de Ezequiel muere el mismo día de la caída de Jerusalén; lo que es para él, ocasión de vivir, de algún modo, el drama de Dios.

-La palabra del Señor me fue dirigida.

Si sabemos estar atentos, Dios se dirige verdaderamente a nosotros, en medio de todas nuestras situaciones humanas.

-Mira, voy a quitarte súbitamente tu mujer, el encanto de tus ojos.

Hay ternura en estas palabras: "el encanto de tus ojos".

De hecho, también para Dios, Jerusalén era hermosa, una esposa a la que se había unido por amor, y que era "el encanto de sus ojos".

A partir de esta expresión, nada me impide imaginar lo que es el corazón de Dios para la humanidad, para mí...

Todas las experiencias humanas han sido aprovechadas por los profetas para decirnos algo respecto a Dios. La experiencia conyugal, en particular, es una de las más utilizadas.

¿Suelo orar a partir de mis experiencias?

La experiencia de la separación de un ser amado: Dios sabe lo que esto supone y nos lo revela en esta página.

-Pero tú no te lamentarás, no llorarás, no derramarás ni una lágrima. Suspira en silencio, no hagas ostentación de luto.

¿Que significa esa aparente insensibilidad?

Ezequiel tendrá que explicar a la gente este comportamiento insólito. El día que caerá Jerusalén, nadie tendrá ni siquiera tiempo de llorar, tal será la prisa por subir a los carros de los deportados que partirán hacia Babilonia. Además, aquel día, todo será ya inútil y demasiado tarde para lamentarse: Se tendría que haberlo hecho mucho antes.

Mensaje riguroso y casi desesperante.

Demasiado tarde.

Hay un momento, dice Dios, ¡en que es demasiado tarde!

-Yo hablé al pueblo por la mañana, y por la tarde murió mi mujer. Al día siguiente obedecí la orden recibida.

Mucho valor es necesario para ser profeta.

Señor, danos el valor de asumir todas nuestras pruebas, descubriendo en ellas, si es posible una significación.

-Haréis lo que yo he hecho: no lloraréis...

A veces en el paroxismo del sufrimiento, no hay ánimo ni para llorar, se está al tope, no se puede más.

-Os consumiréis a causa de vuestros pecados y gemiréis los unos con los otros.

¡El pecado!

Cada página de la Biblia nos revela su temible presencia en la humanidad. Quisiéramos a veces olvidar su presencia; pero permanece aquí. Es un don saber desenmascararlo.

Sentirme agobiado por mis pecados, ser más consciente, gemir por mis faltas, reconocer que soy pecador... todo ello es finalmente un gran beneficio.

Cuando circunstancias dolorosas de nuestra vida nos conducen a un tal reconocimiento, de nuestras culpas hay que dar gracias a Dios de esta luz, que nos permitirá reemprender el camino.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 236 s.


2-2. /Ez/24/15-27

Con frecuencia quedamos sorprendidos por las experiencias personales de los diferentes profetas, sea la infidelidad de la esposa en Oseas o diversos gestos simbólicos en Jeremías. Pero pocos llegan a la profundidad de sentimientos que nos presenta el gesto simbólico que leemos hoy. Tiene dos partes: la primera (vv 15-24) nos habla de la muerte de la esposa de Ezequiel y de la prohibición que éste recibe de hacerle duelo, y en la segunda (25-27) se anuncia la llegada de un fugitivo del asedio de Jerusalén, que dará a los exiliados la noticia de la destrucción de la ciudad. En realidad, las dos partes tienen el mismo objetivo: anunciar la destrucción inminente de Jerusalén, y que los israelitas acepten esto como un castigo por parte de Dios.

Ezequiel recibe de Dios la noticia de la muerte de su esposa ("encanto de tus ojos": v 16), pero no la debe llorar. Para entender el sentido y la grandeza del gesto que se le pide hay que tener presentes las grandes manifestaciones de duelo que se producen en el Próximo Oriente cuando muere alguien (recordemos Mt 9,23; nuestro texto mismo indica algunas: ir con la cabeza descubierta, descalzo, etc.). No llorar a esposa tan querida podía hacer pensar a la gente que él no tenía sentimientos o bien que no la amaba tanto. Pero, de hecho, la acción resultaría sorprendente para todos los exiliados. La muerte de la esposa simboliza la destrucción de Jerusalén, y la actitud de Ezequiel, la actitud del pueblo cuando esto ocurra. Ezequiel es un signo. Cuando Dios permita la destrucción del templo («encanto de los ojos de los judíos», como la esposa lo era para Ezequiel), entonces el dolor, la consternación, la desesperación, el destierro, serán tan inesperados que a los de Jerusalén no les dará tiempo ni de hacer las señales de duelo, los de Babilonia serán incapaces incluso de llorar, de grande que será su sorpresa.

Todo les desaparece: los hijos y parientes que podían tener en la ciudad, la belleza del templo que tanto dicen amar, la ciudad misma. Cuando llegue el fugitivo anunciando la verdad de lo que ha predicado Ezequiel conocerán los exiliados realmente quién es Yahvé. Este es el objetivo de toda la acción simbólica: conocer y reconocer a Yahvé.

La obligación del profeta no es sólo la de proclamar la palabra en un momento o en unas horas determinadas, sino que toda su vida se ve envuelta en esa misión: ha de profetizar con su vida, en todas las circunstancias de su existencia, toda la persona y toda la vida han de ser una proclamación. De esta forma, un mensaje hecho vida es mucho más comprensible y cautivador para el que ve o escucha.

J. PEDROS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981. Pág. 814 s.


3.- Mt 19, 16-22 

3-1. 

JOVEN-RICO: Paralelo Mc 10, 17-30: Domingo 28B


3-2.

EL JOVEN RICO: EL OFRECIMIENTO DE UNA AMISTAD "NUEVA".

Ante todo, reflexionemos juntos sobre el episodio de Jesús con el joven rico, exegéticamente lleno de problemas; sólo me referiré a alguno.

Esta narración, hasta hace unos veinte años, se la consideraba como el pasaje típico de la vocación religiosa. Sobre la base de esta narración se distinguía la doble vocación: la observancia de los mandamientos, la aceptación de los consejos evangélicos, sobre todo de la pobreza. En cambio, si leen a los exégetas de los últimos diez, quince años, se darán cuenta que casi nadie considera esta pasaje como típico de la distinción entre vocación común y vocación a la perfección. En esto, me parece, nos hemos alineado con la opinión, común desde hace siglos entre los protestantes, los cuales siempre han negado la distinción entre los dos estados.

Ahora nosotros, sin negar la realidad de esta llamada a la perfección en la Iglesia, reconocemos que en este trozo se habla del hombre, no se tiende a dividir a la gente en dos categorías: hasta aquí para todos, después sigue la elección. Es un pasaje que habla de la existencia humana, de la situación existencial, como se dice, de la vida de cada día, por tanto, de cada uno de nosotros. Por eso en cierto modo nos vemos en él, aunque se trata de un trozo difícil de explicar en todos sus particulares.

Les propongo una explicación, que me parece corresponde al conjunto y que encuentro muy clara en los comentarios exegéticos. Vemos, pues, que Jesús se dirige hacia Jerusalén, y cerca de la ciudad se tratan dos grandes problemas de la existencia humana que se encuentran en este capítulo: el problema del matrimonio, del divorcio y del celibato, en la primera parte, y después el problema de la riqueza. Entre los dos, como intermedio y punto de referencia, encontramos la frase de Jesús respecto de los pequeños: "El que no se haga como estos pequeños no entrará en el reino".

Leámoslo así, con sencillez, sin profundizar demasiado el contexto, sino tratando de comprender, palabra por palabra, lo que nos dice. Pidámosle al Señor que nos haga entrar en esta situación, que también esta vez la leamos desde adentro.

-La confianza en el "poseer" y en el "hacer".

He aquí que uno viene y dice: Maestro, ¿qué tengo que hacer para poseer la vida eterna?. Si reflexionamos bien, esta pregunta es de por sí muy significativa, porque ninguno de nosotros, como nos enseña la sicología moderna, abre la boca sin revelarse a sí mismo, sin revelar su mundo interior.

Este hombre pregunta: "¿Qué tengo que hacer?" Aquí ya nos parece un hombre muy preocupado del "hacer": qué tengo que hacer yo, qué bienes tengo que emplear. Después sabremos que es rico: es un hombre acostumbrado a comprar, sabe que todo tiene un precio, que el hombre rico puede hacer muchas cosas. Cree que tiene mucha confianza en la eficiencia: Señor, ponme una meta, aunque sea alta, de modo que yo pueda intentar. Un hombre que dice inmediatamente cuánto cuesta, estoy dispuesto a pagar. Es, pues, un hombre práctico.

"Para poseer la vida". Aquí también el verbo significa: para que yo la tenga en mano, esté seguro de tenerla. Es un hombre acostumbrado a comprar y a poseer mediante el dinero, por tanto hasta la vida eterna la quiere con seguridad.

Jesús, con mucha amabilidad, no lo rechaza, me parece, aunque hago una lectura que no es muy evidente por las palabras. Supongo que este hombre se presenta con un poco de vanidad, porque se necesita una cierta seguridad de sí para hacer semejante pregunta delante de toda la gente que escuchaba. Jesús se presta al juego, ve que este hombre en el fondo tiene buena voluntad (Marcos añade nada menos que Jesús "lo amó"), aunque probablemente es un poco pretencioso y quiere hacer buena figura delante de toda la gente. Jesús le contesta comenzando a corregirlo con amabilidad. La frase es muy misteriosa, y los exégeta se ponen también aquí sus problemas. Dice: "¿Qué me preguntas acerca de lo que es bueno? Uno sólo es el bueno". ¿Qué quiere decir? Se entiende Marcos, en donde el joven pregunta: "Maestro bueno" y Jesús contesta: "Uno sólo es bueno: Dios". Pero aquí, ¿en qué sentido lo entendió Mateo?.

Yo lo leo así, precisamente según la hipótesis sicológica que he hecho: este es un hombre bastante preocupado de las cosas y Jesús le dice: cuidado, el bien no es una cosa, sino una persona. Tú te preocupas por hacer una cierta cantidad, en cambio estamos en el mundo de las relaciones, de las cualidades. No se trata de un bien, sino de una persona buena. Jesús no continúa, se limita a hacer benévola corrección a esta actitud demasiado mercantil de quien lo ha interrogado; vuelve sobre la pregunta, corrigiéndola también, no "si quieres poseer la vida", sino "si quieres entrar en la vida". Dios te ofrece la vida, por tanto, no es que tú puedas poseerla; sino, si quieres participar en ella, observa los mandamientos.

Jesús no se desconcertó, no dijo absolutamente nada de nuevo, se quedó en el terreno de la pregunta, corrigiéndola suavemente, de modo que la persona comprenda que no está en la justa posición, de preguntar partiendo de una cierta presunción, tal vez inconsciente, pero de la que Jesús trata de revelarle la existencia. Jesús le da una respuesta que se encuentra en el libro del Levítico, en toda la tradición Vetero-testamentaria. Para tener una respuesta del género, tan evidente, no había necesidad de hacer una pregunta tan solemne, en medio de la muchedumbre.

¿Qué edad tendría? Claro que no era un muchachito; el término "rico" indica un hombre joven, de unos 25 a 30 años, un hombre que ya tiene algo propio, tiene un porvenir por delante. Todavía no se ha casado, por eso está reflexionando sobre sí mismo, tiene ambiciones, aun de carácter filantrópico y moral, un hombre que sabe que la vida no se juega con poco, sino que hay que gastarla en cosas grandes.

Este hombre añade: "¿Cuáles mandamientos?". Aquí también Jesús sigue en su terreno, le da una respuesta evidente: "No matar, no robar, no fornicar, no decir falsos testimonios, honrar al padre y a la madre, amar al prójimo como a sí mismo". Como notan muy bien los exégetas, y como lo pueden ver ustedes también, aquí Jesús habla de la segunda Tabla de los mandamientos, es decir, de las relaciones con el prójimo: ten buenas relaciones con el prójimo, dice Jesús, no lo engañes en nada, da a cada uno lo que le pertenece: las cosas, la esposa, el honor al padre y a la madre, la verdad a todos.

Solamente Mateo añade una cosa que disturba un poco a los exégetas, es decir, el mandamiento general: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Es bastante indicativo, porque con esta palabra de Jesús Mateo hace referencia exactamente al juicio final.

Prácticamente Jesús le contesta: ten buenas relaciones con todos, más aun, ámalos a todos.

-La exigencia de "algo más".

El diálogo debería haber terminado aquí, pero llega la sorpresa, pues el discurso continúa, como si Mateo quisiera contestar a una pregunta implícita: ¿cómo se pueden hacer obras de caridad sin cambiar el corazón? O también: ¿cómo es posible querer hacer estas obras de caridad y sin embargo no hacerlas, no ser capaces ni siquiera de verlas cuando se presentan? Hay algo más, pues, que el ejercicio material de las obras de caridad, hay algo más profundo.

En efecto, el joven dice: "Todo esto lo he observado". Por tanto, este joven no sólo ha sido honesto en la administración de su patrimonio, no ha robado, no ha mentido, ha honrado a sus padres, sino que también ha amado: ha dado limosnas, ha sido generoso con los pobres, se ha preocupado de los enfermos... E insiste: "¿Qué me falta todavía?".

Aquí me detengo un momento, pues quisiera preguntarle a este joven: ¿pero qué te pasa, por qué sigues preguntando? Por qué no dices: gracias, Señor, todo esto lo he observado y me voy para mi casa contento; ¿por qué te pones en problemas, haciendo todavía una pregunta que te hará quedar mal? El joven podría contestar: sentía que a pesar de todo no estaba satisfecho. Mi pregunta era una pregunta sincera. Había hecho todo bien, tenía amigos, administraba bien mis riquezas, me consideraban una persona honesta, pero yo soy joven, me siento llamado a hacer cosas grandes en la vida, yo quiero saber...

En el fondo de nosotros mismos se encuentra esta exigencia de algo más: nos damos cuenta que no es suficiente hacer "razonablemente" bien las cosas. O mejor, ya lo hemos visto y volveremos a verlo, hacer razonablemente bien las cosas es imposible, a menos que nos abramos a algo más.

Este joven ha comprendido perfectamente que el hombre, que es deseo infinito, de profundidad, de relaciones sin límites, no se detiene en las cosas ordinarias, a menos que acepte una existencia superficial y vana. En nosotros hay algo que exige más, que exige profundidad de relaciones, relaciones personales que van hasta el fondo, y esto se verifica principalmente con Dios. Por eso, este joven pregunta todavía: ¿qué me falta? También aquí encontramos esa presunción: quiero llegar a la plenitud.

-Una petición paradójica.

Ahora la respuesta se hace solemne: "Le dijo Jesús". Al principio Jesús se había quedado en la superficie, pero al ver que la persona salió con algo mejor, esto es, en el fondo se ha demostrado verdadera, expresando el deseo de aquel "más" que hace ver que la pregunta no era sólo conveniencia humana, sino auténtica sed de saber, entonces también Jesús va a la profundidad, destapa las cartas: "Si quieres ser perfecto, anda, vende cuanto tienes y dalo a los pobres; y tendrás un tesoro en los cielos; después, ven y sígueme".

Fijémonos en el modo como se formula esta respuesta: "Si quieres ser perfecto". Aquí Jesús no habla de una acción supererogatoria, sino que dice: si verdaderamente quieres ser lo que como hombre estás llamado a ser, haz este acto paradójico que hasta ahora no te ha venido ni siquiera a la mente, es decir, libérate de todo lo que es la vida habitual, de todo lo que es la rutina de tu existencia, de todo aquello sobre lo que te apoyas, sin saberlo, y que hace tu vida tan inmóvil, tan estática, tan carente de sorpresas, tan burguesamente honesta.

Tienes que aceptar hacer aquel gesto paradójico que nadie hace casi nunca, en tu situación, que la gente considera loco: ¿qué le ha pasado, ahora, que le dio por vender todos sus bienes? ¡Se ha vuelto loco! Probablemente tenía deudas secretas, jugaba, no lo sabíamos, pero ahora finalmente se descubre todo; lo creíamos quién sabe quién... Así la gente comienza a maliciar.

A este joven le disgusta no sólo dejar todo, sino también el qué dirá la gente, el ser tenido por loco o que quién sabe qué se propone, porque en el fondo la gente no cree nunca que uno haga las cosas porque quiere hacerlas, por generosidad. Este hombre se siente llevado por Jesús a una situación que para él es verdaderamente absurda.

Jesús le explica amablemente el porqué de esta paradoja que se le pide: "Tendrás un tesoro en los cielos". Habitualmente, ¿por qué no logras equilibrar tu vida? Porque tu tesoro está en las cosas que posees. Probablemente ni siquiera te das cuenta, porque hasta ahora te has apoyado en ellas como en una evidencia; pero cuando te falten, verás realmente cómo te maniataban; verás cómo llegarás a ser libre, si pones tu punto de equilibrio fuera de ti, en los cielos, es decir, en Dios: verás cómo llegarás a una relación con Dios.

Hasta ahora era una relación de comodidad, de quien se siente seguro y entonces le ofrece a Dios su vida, su fidelidad, la observancia de los mandamientos, pensando: en todo caso estoy tranquilo, tengo las cosas que me sostienen. En cambio, así te colocas en una relación de enemistad con la sociedad que te rodea, que, como mínimo, por lo menos no te comprenderá; así te pones en una situación de dependencia total delante de Dios, te la jugaste toda por él. Hasta ahora podías jugar en dos ruletas distintas, apuntabas a veces aquí y a veces allá; ahora lo haces sobre una sola, por tanto tienes que perder el equilibrio por la fuerza. ¿Ves la racionalidad de esta paradoja? Tendrás un tesoro en los cielos. Sólo entonces podrás seguirme.

Nos encontramos aquí ante un concepto muy importante para Mateo; para él es necesario seguir a Jesús. En cambio, este hombre no podía seguirlo porque no había perdido el equilibrio. Sólo entonces, continúa Jesús, serás lo que verdaderamente debes ser, tendrás la plenitud de la vida y la autenticidad a la que aspiras secretamente, habrás vencido ese sutil descontento que te corroe, que está presente en todas las cosas que haces bien, en todas las alabanzas que recibes, en todos los honores que te brinda la gente a quien sirves. Entonces serás auténtico. Esta es la propuesta de verdad.

-La imposibilidad de salir de la propia esclavitud.

Conocemos la respuesta que Mateo transmite con toda solemnidad. "Al oír esto, el joven se fue entristecido". Estas palabras se pueden entender como la Palabra de salvación definitiva, clara, la que necesitabas. Tú insististe por tenerla, la pediste repetidamente, tres veces: ahora se te ha dado, ahora ya conoces la verdad, sabes que en el fondo estás apegado a tus cosas, a tu mundo, a tus costumbres: comprendes que los demás te han marcado como rico y tú no te puedes liberar de esta marca, estás condenado a seguir así marcado, muy a pesar tuyo.

"Y el joven se fue entristecido". ¿Por qué triste?. Porque se dio cuenta que era esclavo. Extraña condición la de este joven que llegó libre, orgulloso, seguro de sí, y se va reconociendo su esclavitud, reconociéndose estancado en su vida, esclavo del juicio ajeno y de lo que posee y con un porvenir cerrado. "Se fue porque tenía muchas riquezas", o mejor muchas cosas que lo poseían.

En esta meditación les sugiero que no se queden aquí, sino que vayan a casa con este joven, que lo acompañen y vean lo que hace. Ciertamente comenzará a dar órdenes, se presentará airoso, tratará de olvidar, pero por la noche estará inquieto: ¿por qué me metí en esto? ¿Por qué hice esa pregunta? ¿No había sido mejor estar en casa? ¿Y mañana qué voy a hacer? Ahora voy a hacer cosas grandes, trabajaré...

Pero siempre vivirá con ese descontento: se fue entristecido, porque se dio cuenta que no es auténtico, no es verdadero. Podemos seguirlo durante los días siguientes, aparentemente contento, lleno de alegría, airoso. Tal vez se vuelva más piadoso, más devoto, trate de rezar más, para demostrarse a sí mismo que es una persona honesta, justa, recta. Va al Templo, da grandes ofertas a la sinagoga, limosnas a los pobres, todos lo consideran una persona verdaderamente devota, religiosa, pero no se siente satisfecho.

Podemos seguir adelante con la fantasía, para luego regresar al Evangelio, aunque no nos estemos alejando demasiado. Yo creo que a un cierto punto este joven debió de pensar: quiero otra vez hablar con Jesús, no me basta con la primera vez, no me doy por vencido. Lo busca, se informa y decide, porque no puede ya vivir sin ir a buscarlo.

Supongamos que nos pide consejo a cada uno de nosotros para saber, cuando volverá donde Jesús, qué decir, cómo comportarse.

Tal vez le diremos: toma una póliza y escribe: "todas mis riquezas las doy a los pobres" y la entregas a Jesús. ¿Sería el comportamiento justo? O, ¿qué otro consejo le podremos dar? ¿Cómo podríamos decirle que se presente a Jesús siendo auténtico, no haciéndose lo que no es?.

Si este joven es honesto, como lo presenta el Evangelio, al final elegirá el camino justo. Es decir, probablemente se acerca a Jesús en un momento en el que estaba un poco solo (ya no se atreve a hablar delante de la gente, porque la otra vez había quedado impresionado con una respuesta pública) y le dirá: Señor, tú dijiste la verdad. Tienes razón, soy muy malo, pero ya no puedo más. No tengo nada que traerte, todas mis riquezas están allá, pero no sirven. No entiendo por qué no logro moverme. Te pido, Señor, que me expliques qué es lo que está sucediendo en mí. Haz que yo entienda mejor.

Señor, comprendo que no soy un héroe. Veo mi incapacidad, mi pobreza; no soy nada, pero ahora te lo digo, y al decírtelo me siento más tranquilo. Te pido una sola cosa: hazme comprender por qué no he sido capaz, por qué no he aceptado, por qué todavía me siento pesado, tan dividido internamente...

Y volvamos al Evangelio. Jesús le dirá: mira, tú no podías menos de comportarte así. Tal vez nos parezca extraño, pero empezaría precisamente por excusarlo: no podías obrar de otro modo, porque tu tesoro estaba allá y tú no podías cambiar el lugar de tu tesoro.

CARLO M. MARTINI
EL EVANGELIO ECLESIAL DE S.MATEO
EDIC. PAULINAS/BOGOTA 1986. Pág. 64ss.


3-3.

-Se acercó a Jesús y le preguntó: "Maestro, ¿qué tengo que hacer de "bueno" para conseguir "vida eterna?"

Este hombre conoce el fin del hombre: la vida eterna.

Conoce también el camino: hacer el "bien". La bondad de la vida de aquí abajo, prepara la bondad de la vida sin fin...

-¿Por qué me preguntas por lo "bueno"? Uno sólo es "bueno"...

Penetremos en la psicología de Jesús. Dios está siempre presente en su pensamiento. Cuando se le pregunta sobre el "bien", El, inmediatamente hace referencia a Dios: Dios sólo es "bueno"... un único Ser es "bueno"...

-Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.

La única bondad del hombre es también conformarse con Dios: pues lo mandamientos vienen de El. "Que yo haga, Señor, tu voluntad en la tierra como en el cielo".

-¿Cuáles? dijo. -Jesús le contestó: "No mataras... no cometerás adulterio... no robarás... no darás falso testimonio... honra a tu padre y a tu madre... y también amarás a tu prójimo como a ti mismo."

¡Es absolutamente sorprendente! Jesús cita el Decálogo, pero salta algunos mandamientos y añade uno.

Jesús omite los "tres primeros mandamientos" del decálogo que conciernen a nuestros deberes para con Dios. Y no cita más que los deberes para con los hombres. Y a estos añade el mandamiento del amor al prójimo.

Sin embargo, ¡Jesús no olvida a Dios! Acabamos de verlo.

Pero, justamente, por aquí nos sugiere lo que dirá San Juan explícitamente: "el que no ama a su prójimo a quien ve, no podrá amar a Dios a quien no ve". Dios es obedecido y amado cuando queremos a nuestros hermanos. Dios se considera afectado por la falta de amor con la cual frustramos a nuestros hermanos.

Notemos también la simplicidad de esos "mandamientos": no tienen nada de original... es la ley de la conciencia universal más corriente... Así para Jesús, el camino de la vida eterna consiste simplemente en seguir las leyes de la conciencia humana. La "conciencia", dice el Concilio, es "una voz de Dios que habla en lo secreto del corazón humano". ¡Qué reconfortante es esto, cuando uno piensa en tantos hombres rectos que no tienen la Fe, pero que son fieles a esos mandamientos de su conciencia! Ayúdanos, Señor, a obedecer a nuestra conciencia en todo lo "bueno".

-Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?

Ese joven, manifiestamente esperaba una respuesta más original, más inédita. "¿De verdad? ¿es todo lo que hay que hacer?" Jesús se conforma, muy sencillamente, a la tradición de su pueblo... y del conjunto de la humanidad.

-Si quieres ser "perfecto"...

Es el horizonte habitual de Jesús. Incluso en lo cotidiano, lo banal, el saber ordinario de los buenos principios corrientes... Jesús no olvida la "perfección": "Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto". (Mateo 5, 48.)

-Si quieres ser perfecto, vete a vender lo que tienes y dáselo a los pobres, que Dios será tu riqueza; luego ven y sígueme...

Cuando el joven oyó aquello, se fue muy triste pues tenía muchas posesiones.

Estar abierto a Dios. Según Jesús ese joven no es "perfecto" porque su corazón no pertenece del todo a Dios... su corazón pertenece también a sus posesiones. Está bloqueado por ellas. Esos supuestos "bienes" le estorban, le ponen trabas en vez de ayudarlo. Y el resultado es la tristeza.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 128 s.


3-4.

1. (Año I) Jueces 2,11-19

De hoy al jueves leeremos el Libro de los Jueces, siguiendo la historia del pueblo de Israel. Va a ser el último de la serie de libros del AT que hemos ido leyendo durante nueve semanas, a partir del Génesis y la historia de Abrahán, para pasar, desde el lunes que viene, al NT.

El Libro de los Jueces nos cuenta la historia desde la muerte de Josué, cuando ya se estaba completando la entrada en la tierra de Canaán, hasta que unos dos siglos más tarde, se estableció la monarquía, con Saúl como primer rey. Más o menos, desde el 1200 al 1000 antes de Cristo.

Es un período difícil, porque la instalación de las doce tribus en esta nueva tierra, aunque fuera la prometida a Abrahán, no les resultó nada fácil: como es natural, los pueblos allí residentes no aceptaban de buen grado a los nuevos vecinos. Además, los israelitas se habían acostumbrado a una vida nómada, por el desierto, y les costaba adaptarse a una cultura más sedentaria y agrícola.

Dios les guió durante estos dos siglos suscitando a los Jueces, personas carismáticas que les ayudaban a defenderse del continuo acoso de los enemigos y les transmitían la voluntad de Dios. No vamos a leer la actuación de todos los Jueces (por ejemplo de Sansón o de Débora): sólo de dos de ellos, Gedeón y Jefté.

a) En la página de hoy se nos dice cuál va a ser el «esquema» de esta historia esquema que repite, de forma más poética, el salmo:

- el pueblo peca contra Dios, cayendo en la idolatría a la que le tientan los dioses de los pueblos cananeos (antes habían sido los de Egipto y los del desierto); «se fueron tras otros dioses, irritando al Señor»; ahora eran Baal y Astarté, los dioses de la fecundidad;

- viene el castigo medicinal de Dios: «los entregó a bandos de saqueadores, los vendió a los enemigos... llegando a una situación desesperada»;

- el pueblo recapacita, se arrepiente y se dirige a Dios para pedirle perdón y ayuda;

- Dios, con un corazón siempre lleno de misericordia y amor, «escucha sus gritos», como dice el salmo, y «hace surgir Jueces, que los libran de las bandas de salteadores».

Con esto parecía que la cosa se remediaba, pero el mismo libro nos anuncia que «ni a los Jueces hacían caso», sino que, al cabo de poco, «en cuanto moría el Juez», volvían a las andadas, «recaían y se portaban peor que sus padres», «prostituyéndose con otros dioses».

b) La historia se repite. La humanidad no aprende. Nosotros, tampoco. En la vida de la Iglesia hay períodos difíciles de adaptación a los cambios culturales, que han ido acompañados de desviaciones y han necesitado correcciones posteriores. En nuestra vida personal también se dan altibajos notorios.

Adorar a otros dioses no se refiere sólo a un culto litúrgico de fiestas o sacrificios.

Conlleva otras cosas: «emparentaron con los gentiles, imitaron sus costumbres... se mancharon con sus acciones y se prostituyeron con sus maldades», como dice el salmo.

Adorar a Baal suponía un género de vida que no era precisamente el que Israel había pactado con Yahvé, ni en el terreno de la vida sexual ni, sobre todo, en el de la justicia social.

La dialéctica es la misma. Somos débiles y volvemos a las andadas, por más voces proféticas que oímos y por más escarmientos que nos hacen recapacitar. A un período más o menos floreciente, sigue otro de deterioro, en que volvemos a dejarnos contaminar por la mentalidad de los dioses circundantes. ¿Cuántas veces ha habido que acometer reformas en la historia de la Iglesia, porque las cosas no podían continuar como estaban? ¿no ha sido el Concilio Vaticano una revisión a fondo de nuestras comprensiones teológicas y de nuestras actitudes vitales? ¿no han tenido que reflexionar seriamente las familias religiosas sobre el camino que han seguido hasta ahora y el que se espera que sigan en el futuro, purificándose de adherencias que las empobrecían y desviaban?

Algo parecido debemos hacer cada uno de nosotros, sobre todo en días de retiro o de ejercicios, o en los tiempos fuertes de la liturgia: examinar la marcha de nuestra vida, para que no se desvíe de los caminos de Dios.

Menos mal que, por encima de nuestros fallos, está la bondad de Dios, que no se cansa de amar y de perdonar: «él miró su angustia y escuchó sus gritos» como nos ha dicho el salmo.

1. (Año II) Ezequiel 24,15-24

a) A veces, los profetas convierten acontecimientos de su vida personal en signos de la voluntad de Dios para con su pueblo. Así le pasó a Jeremías, con su celibato, y a Oseas, con la infidelidad de su mujer.

Aquí a Ezequiel se le muere la mujer, «el encanto de sus ojos», en tierras de Babilonia. Muere precisamente el día en que, allá a lo lejos, empieza el asedio de Jerusalén. Dios le dice que no llore ni se aflija ni se quite el turbante ni se descalce ni se cubra la cara: o sea, que no haga duelo por ella.

Es una señal para todo el pueblo. Un gesto simbólico. Así como el profeta ha perdido a la mujer que amaba, todos van a perder a Jerusalén y su Templo, «el encanto de vuestros ojos, el tesoro de vuestras almas». Y no tendrán ni tiempo de hacer duelo. Además, no conviene que hagan duelo, porque Dios abrirá salidas de esperanza.

b) De nuevo, la afirmación de que un profeta es «señal para el pueblo». El profeta se mete de lleno en la historia. A veces le dice al pueblo lo que tiene que hacer por medio de palabras. Otras, con su propia actuación.

Un profeta debe ser valiente, como Ezequiel, para ayudar a recapacitar a la sociedad -y, también, a la comunidad eclesial-, sobre dónde está su pecado. Como hace hoy el salmo, que señala los fallos que han llevado a Israel al descalabro del destierro: «despreciaste a la Roca que te engendró y olvidaste al Dios que te dio a luz... son una generación depravada, unos hijos desleales... me han irritado con ídolos vacíos».

¿Somos capaces de discernir los signos de los tiempos y de hablar con claridad ante nuestros contemporáneos, apreciando los valores de nuestra generación, pero, al mismo tiempo, ayudando a darse cuenta de lo que va mal, aunque la sociedad lo esté aplaudiendo?

No todo es malo. Pero tampoco todo es bueno. Hay valores y contravalores en nuestra cultura.

Un profeta -un cristiano- debe ayudar a descubrir la voluntad de Dios a través de su propia vida. «Ezequiel os servirá de señal». ¿Nos preguntan también a nosotros, viendo nuestro estilo de vida, distinto del de la sociedad, cuál es el motivo de nuestra conducta? ¿hacemos creíble nuestra tarea de evangelización con el lenguaje que todos entienden, el de las obras: nuestra opción por la esperanza, nuestra entrega desinteresada?

2. Mateo 19,16-22

a) La escena del joven que se acerca a Jesús porque quiere ser perfecto, se ha convertido en el prototipo de la llamada vocacional a una vida de seguimiento más cercano de Jesús.

Ese joven estaba bien dispuesto. No se conformaba con lo común, sino que buscaba un sentido más profundo para su vida. Los mandamientos los cumplía ya (por cierto, Jesús le recuerda, no los que se refieren a Dios, sino los que miran al prójimo). Pero, cuando oyó la respuesta de Jesús sobre lo que le faltaba -«vende... dalo a los pobres... vente conmigo»-, se asustó y no se atrevió a dar el paso. Se marchó triste. Era rico. Jesús también se quedó triste, lo mismo que los apóstoles que habían oído el diálogo.

b) Muchos cristianos no se conforman con cumplir los mandamientos. Quieren un ritmo de vida más significativo y generoso. Y, en efecto, Jesús nos ha propuesto un estilo de vida más exigente: vende lo que tienes, sígueme. Muchos lo han hecho y han decidido servir a Dios y a sus hermanos en la vida religiosa o consagrada o desde el ministerio ordenado.

No siempre tuvo éxito Jesús a la hora de llamar a sus seguidores. Algunos, como Pedro y los demás apóstoles, lo dejaron todo -redes, barca, casa, familia, la mesa de los impuestos- y le siguieron. Pero otros creyeron que el precio era excesivo.

Sea cual sea nuestra vocación especifica -también la de tantos laicos comprometidos en trabajos apostólicos y misioneros-, hoy nos sentimos interpelados por las palabras de Jesús y animados a renovar nuestro propósito de entregar nuestras mejores energías a colaborar con él en la mejora de este mundo.

Ya sabemos que, para conseguirlo, hemos de renunciar a ciertas cosas. A Jesús no se le puede seguir con demasiado equipaje. El joven se marchó triste: no logró vencer el apego al dinero. ¿A qué hemos renunciado nosotros?. «Vende lo que tienes, dalo... sígueme». Es la aventura de la pobreza o del desapego. Renunciar a algo por una causa noble es lo que más alegría interior nos produce, también en la vida humana.

«Abandonaron al Señor Dios y se fueron tras otros dioses» (1ª lectura I)

«Despreciaste a la Roca que te engendró olvidaste al Dios que te dio a luz» (salmo II)

«Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos» (evangelio)

«Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y vente conmigo» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 278-282


3-5.

Ez 24, 15-24: Una olla podrida

Mt 19, 16-22: Cómo ganarse la vida eterna

Mucha gente se preocupa por asegurar esta vida y la otra. Para alcanzar ese objetivo escogen muchos caminos. Algunos optan por tener una economía sólida y una vida más o menos ordenada. Otros, procuran cumplir todas las leyes, tanto religiosas como civiles, confiando en las certezas que proporcionan. Así, se acerca a Jesús un joven lleno de preocupaciones y le pregunta por el camino para ganar la vida eterna.

La respuesta de la Jesús se ciñe a la Ley. Le sugiere que cumpla con todos los preceptos religiosos que tienen que ver con el respeto, la solidaridad y el amor al prójimo. Jesús no le exige que cumpla los seiscientos veinticinco preceptos religiosos, sólo aquellos que permiten una sana convivencia. Pero, el joven desea más seguridades. Jesús entonces le sugiere que devuelva su riqueza a los pobres y que lo siga. De este modo tendrá las manos libres para recibir los dones de Dios.

El joven entonces se entristece. El quería asegurar esta vida y la otra y lo que le propone Jesús lo coloca en apuros. El seguimiento de Jesús significaba la eliminación de toda seguridad económica, familiar y social. Esto era un contrasentido al estilo de vida que la mentalidad vigente consideraba como "buena vida".

La mentalidad actual se basa en las falsas seguridades. Propone un ideal de amor que sólo tiene en cuenta el sexo y la pasión. El ideal de vida sólo se refiere a un montón de posesiones que dan posición social. Así las cosas, se somete a la persona a una continua ilusión que la conduce al fracaso afectivo, existencial y humano. El ser humano debe descubrir su verdadero valor en la absoluta libertad y en una actitud desprendida ante la vida.

Servicio Bíblico Latinoamericano


3-6. CLARETIANOS 2002

Qué buenas maneras apunta el joven rico. Se acerca, fascinado, a Jesús; inquieto, le hace preguntas; conoce bien y cumple los mandatos de la ley. Parece tierra a punto. Como que Jesús le hace la propuesta clara, rotunda, inmediata: Vende lo que tienes, y ven conmigo. Y cambia la escena. El joven se aleja triste, y Jesús lo cuenta en imágenes: Es más fácil que un camello...
Jesús pasa pronto del mandamiento a la utopía, al ideal. El rico había cumplido con fidelidad hasta lo que entonces estaba mejor considerado moralmente, hasta amar al prójimo. Es más, estaba en disposición de hacer más cosas: "Qué me falta?" Pero el Maestro no se queda en las cosas. Señala un horizonte de vida, quiere un compromiso total para seguirle. No basta con dar a los pobres; es la vida entera la que entra en el compromiso. Dedicar un tiempo, entregar dinero, ir unos meses a países del tercer mundo, alistarse como voluntario, es algo estupendo. Jesús apunta más alto: Sed perfectos como el Padre del cielo, poned vuestro tesoro en el cielo.
Seguirle así es soltar todas las amarras, perder todas las humanas seguridades, lanzarse a la aventura cada día. Siempre saldrán las piedras al camino. Habrá mil obstáculos que tiren de nosotros. Será la riqueza, o la comodidad, o la seguridad, o tantas cosas. Pero merece la pena seguir a Jesús. ¡Tántos millones de personas que han vivido y muerto por él! Hacer las cosas por el Reino es una razón que cautiva. Al final, aun exigente, es dulce seguir, enamorados, a la persona amada. ¿Dónde está nuestro tesoro?, nos preguntamos inquietos. No temamos. El Señor lo repite dos veces. "Si quieres..."
Es un canto a la libertad y al desafío.

Conrado Bueno, cmf.
(ciudadredonda@ciudadredonda.org)


3-7. 2001

COMENTARIO 1

v. 16: En esto se le acercó uno y le preguntó: Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para conse­guir vida definitiva?

Mt modifica la redacción de Mc. El individuo no corre ni se arrodilla y, en su pregunta, lo llama simplemente «Maestro» (Mc 10,17: «Maestro bueno/insigne»), mientras lo «bueno» califica lo que tiene que hacer; sustituye el verbo «heredar» de Mc por «obtener». Cambia también la respuesta de Jesús; lo más saliente es la imprecisión de la frase: «El Bueno es uno solo», que no dis­tingue (al contrario de Mc) entre Dios y Jesús. Los cambios de redacción se explican por la calidad de éste expresada en Mt 1,23: «Dios entre nosotros.» Todo lo que se atribuye a Dios se atribuye igualmente a Jesús.

v. 17: Jesús le contestó: ¿Por qué me preguntas por lo bueno? El Bueno es uno solo; y si quieres entrar en la vida guarda los manda­mientos.

Jesús corrige la formulación de su interlocutor: para obte­ner la vida definitiva se requiere no la relación a un código («¿qué tengo que hacer de bueno?»), sino a una persona (cf. Sal 145,9); la observancia de los mandamientos es consecuencia de esa relación personal: los mandamientos son buenos porque expresan la volun­tad del Bueno (Am 5,4.6.14.15; Miq 6,8).

La relación personal de que habla Jesús se tenía en el AT con Dios; ahora, con Jesús mismo. El joven está aún en el primero y debe atenerse a la voluntad de Dios tal como le fue manifestada. Si se decide a seguir a Jesús, conocerá una manifestación más profunda de esa voluntad.



vv. 18-19: 18Él le preguntó: ¿Cuáles ? Jesús le contestó: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, 19sustenta a tu padre y a tu madre y ama a tu prójimo como a ti mismo» (Ex 20,12-16).

Intercalando una nueva pregunta, subraya Mt la calidad de los mandamientos exigidos para obtener la vida eterna, es decir, la salvación final. Enuncia solamente los que tocan al prójimo (Ex 20,12-16; Dt 5,16-20; 24,14): es la relación con los hombres la que determina la relación con Dios. Como Mc y Lc, pone en último lugar el que se refiere a los padres, indicando que el amor al círcu­lo familiar es un caso particular del amor a la humanidad. Como compendio, añade la regla del amor al prójimo en general (Lv 19, 18; cf. Mt 7,12).

Con su respuesta, muestra Jesús que para obtener vida eterna o salvación final no se requiere la adhesión a él; los mandamientos propuestos formulan la honradez elemental según el concepto de toda cultura o filosofía humana. La ética salva al hombre. Así se expresará en el juicio de las naciones, es decir, de los paganos que no conocen a Jesús ni la ley de Moisés (25,32).

v. 20: El jovencito le dijo: Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?

Mt caracteriza al individuo como un «joven» (gr. neaniskos, diminutivo de neanis, «joven»). Según Filón (Querub. 114,1; 159), «joven» designa la edad entre los veinticuatro y cuarenta años, cuando empieza el «hombre hecho/maduro» (teleios anér). Ambos conceptos aparecen en esta narración. El diminutivo indica que está al principio de su juventud. A pesar de su observancia de los mandamientos, el joven piensa que aún le falta algo; por eso pre­guntaba al principio («¿qué tengo que hacer de bueno?»).

v. 21: Jesús le declaró: Si quieres ser un hombre logrado, vete a vender lo que tienes y dáselo a los pobres, que tendrás en Dios tu riqueza; y, anda, sígueme a mi.

«Un hombre» (gr téleios), llegado al final, al término (cf 5,48; Flp 4,15). En este contexto, en oposición a neaniskos, «joven/ muchacho», situado inmediatamente antes y después (20. 22) significa «hombre adulto/hecho/logrado» (cf 1 Cor 2, 6) según la división de las edades en aquel tiempo. El termino está en relación con la designación "hombres adultos" (gr. ándres) que ha aparecido en los episodios de los panes (14, 21; 15, 38). Al invitarlo a ser discípulo, Jesús le ofrece el pleno desarrollo, imposible bajo el régimen de la Ley, que basta para obtener vida eterna (v. 16), pero conserva al hombre en el infantilismo (cf. Gál 3,24; 4,1-5). Idiomá­ticamente puede traducirse «si quieres ser un hombre» o, utili­zando la forma dinámica en lugar de la estática (cf. 13,12), «si quieres hacerte un hombre».

«Que Dios será tu riqueza»: lit. «que tendrás un tesoro/riquezas en el cielo». «Cielo» no debe interpretarse en sentido local, es símbolo de Dios mismo (cf. 5,12); la seguridad del que lo deja todo está en Dios (cf. 6,20). Jesús propone al rico la opción expre­sada en la primera bienaventuranza (5,3), condición para entrar en su grupo.

El joven debe deshacerse de lo que tiene sin esperanza de re­torno («dar a los pobres»); dejada la seguridad de la riqueza en­contrará otra seguridad superior (6,25-34). Jesús le propone la opción entre dos señores, Dios y el dinero (6,24; cf. Sal 73,25s); lo llama a la nueva fidelidad (5,20), al amor a todo hombre, como el Padre del cielo (5,48). Jesús exige la condición y la fidelidad expresadas en la primera y última bienaventuranza (5,3), que corresponden a las condiciones del seguimiento (16,24).

v. 22: Al oír aquello, el jovencito se fue entristecido, pues tenía muchas posesiones.

El joven no responde a la invitación. Se va triste, en su misma condición de joven, incapaz de llegar a la madurez. Ha oído el mensaje, pero la seducción de las riquezas lo ha ahogado (cf. 13,22).


COMENTARIO 2

Los vv.16-30 constituyen una gran unidad temática muy propia de Mateo, cuyo contenido esta centrado en la pobreza. En los vv. 16-22 nos encontramos con un relato breve, después unas declaraciones de Jesús sobre el tema a las que siguen unas observaciones de los discípulos y una respuesta de Jesús: vv. 23-26; luego una intervención de Pedro, que subraya las renuncias hechas por los discípulos para seguir a Jesús, intervención comentada inmediatamente por el maestro, vv. 27-29; finalmente, un dicho o sentencia de Jesús, v. 30.

Como hemos dicho anteriormente, Jesús va camino de Jerusalén y es en este caminar donde se dan las condiciones para cimentar las características del auténtico discípulo. El turno le corresponde ahora a la pobreza como característica fundamental para seguir a Jesús. Para reafirmar esto, el autor se servirá del recuerdo de un "joven" que, por no renunciar a sus bienes, renunció al seguimiento de Jesús.

Un joven se acerca a Jesús, quiere conseguir la vida eterna y por eso le pregunta qué debe hacer para lograrlo; Jesús le responde que debe guardar los mandamientos, es decir, cumplir la ley de Dios; al joven le parece la respuesta demasiado común e insiste en preguntar, como si esperara una fórmula nueva. Le dice, pues: "¿Cuáles mandamientos? Pero la respuesta de Jesús consagra la validez del catecismo elemental citando algunos mandamientos para recordar el conjunto del Decálogo al cual agrega el mandamiento del amor al prójimo. El joven, como judío practicante, hace observar que se ha esforzado por ser fiel a la ley, pero como tantos otros de su tiempo, buscaba otra cosa.

La última pregunta: "¿qué me falta aún?", expresa la insatisfacción del que está lleno de sí, pero sigue sintiendo un vacío de algo más. Jesús le propone al joven romper con todas las ataduras que genera el dinero y lo invita a que libre de todo esto lo pueda seguir. Jesús invita al joven a que venda primero sus bienes, que elija la pobreza y que después lo siga. De esta manera la pobreza se presenta como parte de un programa permanente de un estilo de vida. Seguir a Jesús es la realización del ideal de ser perfecto.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-8. 2002

El texto nos transmite un diálogo entre Jesús y un muchacho (v.20 y 22) a propósito de la perfección evangélica y el rechazo por parte de este último de asumir las exigencias del seguimiento debido a sus numerosas posesiones.

A partir del episodio se nos quiere poner en guardia sobre el peligro representado por la abundancia de bienes que impiden al corazón humano la aceptación de lo gratuito de la llamada y de la perfección humana.

El muchacho se acerca a Jesús para preguntarle sobre el bien que debe hacer para obtener la vida eterna. Esta pregunta sobre el bien no se plantea en abstracto; se trata en el fondo de la pregunta sobre el ser mismo de Dios, sumo Bien como se desprende del inicio de la respuesta de Jesús. Si Dios es el Bien, para participar con El es necesario adecuarse a su querer expresado en sus mandatos manifestados desde antiguo al pueblo de Israel.

Ante una búsqueda de determinación de esos mandamientos por parte del joven, Jesús le enumera solamente los mandatos referidos a la relación con el prójimo. Y, como segunda característica sorprendente, coloca los deberes sociales ante que los deberes familiares. Los últimos términos de la respuesta son un resumen condensado en la fórmula “ama a tu prójimo como a ti mismo” (v.19b).

Oyendo la respuesta, el joven en actitud de discípulo, manifiesta su voluntad de ir más allá de un esclarecimiento intelectual. Intenta obtener de Jesús una regla de vida como acostumbraban transmitir los maestros del tiempo.

Ante esta profundización de la pregunta, Jesús plantea las exigencias de la “perfección” que el joven, aún inmaduro, debe realizar para alcanzar su plenitud humana. Estas exigencias no pueden ser otras que las ya expresadas precedentemente en el evangelio por Jesús. Aquí se definen en un doble movimiento respecto a los bienes materiales y a Jesús el Dios con nosotros de este evangelio.

Respecto a los bienes materiales se trata de vender y dar a los pobres el producto obtenido. Por consiguiente, se busca hacer salir del círculo estrecho de la codicia que enturbia las relaciones entre los hombres y colocar a éstas en el ámbito de la gracia. Esta vivencia de la gracia posibilita el experimentar a Dios como valedera “riqueza” (v.21), único camino para alcanzar la plenitud humana.

Respecto a Jesús, la exigencia es una invitación al seguimiento. Esta es la forma concreta detrás de la que andaba en búsqueda el autor de la pregunta. Lamentablemente la invitación no es acogida y en lugar de la plenitud el resultado final es la “tristeza” del rechazo, en lugar del seguimiento la marcha por el propio camino.

El final del v.22 determina el motivo de ese fracaso. Son las “muchas posesiones” las que impiden al joven dar la respuesta adecuada. Imposibilitado de realizar obras gratuitas, encerrado en el círculo del poseer, no puede experimentar al Dios gratuito ni el camino de Jesús marcado por la gratuidad y el don.

De esta forma todo cristiano es llamado a reflexionar sobre el camino que se le exige para encontrar la plenitud de su vida y el medio de conseguirla. A cada uno se le advierte el peligro que encierra el afán de posesión si se quiere ir detrás de Jesús y aceptar el don generoso de su Reino.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).


3-9. DOMINICOS 2003

Palabra de doble filo

Lectura del libro de los Jueces 2, 11-19:

“{Cuando los israelitas trataron de organizarse, según sus tribus, en tierras de Canaán} hicieron algo que el Señor reprueba: dieron culto a los ídolos, abandonaron al Señor Dios de sus padres que los había sacado de Egipto y se fueron tras otros dioses, los de las naciones vecinas, y los adoraron, irritando al Señor... El Señor se encolerizó... y los dejó en manos de bandas de saqueadores... y los israelitas llegaron a una situación desesperada...

Entonces el Señor fue haciendo surgir jueces que los libraran de las bandas de salteadores... Pero en cuanto moría el juez, recaían y se portaban peor que sus padres...”

Estas pinceladas ponen de relieve, en el espejo de la vida, la rapidez con que aun los elegidos se olvidan de su Señor y se contaminan con la maldad. Después de mucho encarecer Moisés y Josué que la fidelidad a Dios es tabla de salvación, seguidamente, como dice este libro de los Jueces, aparece la infidelidad.

Evangelio según san Mateo 19, 16-22:

“En aquel tiempo, uno se acercó a Jesús y le preguntó: Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna? Jesús le contestó: ¿por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos.

Él le preguntó: ¿cuáles? Jesús le contestó: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás... El muchacho le dijo: todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?  Entonces Jesús le añadió: si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo-  y luego vente conmigo. Al oír esto, el joven se fue triste, porque era rico”.

Contraste con la infidelidad del texto anterior. Aquí un joven rico quiere ser noble, digno, incluso santo. Pero resulta que quiere serlo a bajo coste o precio, sin gran desprendimiento de cuanto no sea el amor verdadero e íntegro. Y esto le retrae. Aspiraba a menos. ¡Qué lástima!

 

Momento de reflexión

Pautas para leer el libro de los Jueces y su mensaje.

Fijémonos en el estilo literario del párrafo tomado del libro de los Jueces.

En él se nos indica que su contenido no es estrictamente “histórico” sino más bien una narración “con su tanto de leyenda”.

Se está refiriendo a la vida “heroica” del pueblo de Israel en el periodo que va desde la lenta toma de posesión de la tierra prometida –mediante asentamientos de  tribus sin jerarquía institucional-  hasta el momento siguiente, el de la formación de una Comunidad-Estado que se irá configurando día a día, con Jueces, en camino hacia la Monarquía.

Los redactores de este texto piensan más como personajes religiosos que como historiadores, y han recogido “tradiciones locales noveladas”, y las han organizado de tal forma que el libro resulte ordenado, progresivo, didáctico, aleccionador.

De hecho, un esquema religioso siempre se va repitiendo:

hay un Dios protector que da la tierra, un pueblo que le es infiel y peca, un castigo que el pueblo  sufre, un arrepentimiento que conlleva humillación, y una esperanza en el futuro libertador del pueblo.

Al leer el texto, preguntémonos: Esta historia de fidelidad/infidelidad ¿no es también la nuestra?

Sólo uno es bueno: Dios.

El fragmento del Evangelio tiene otro color. No hay en él nebulosas históricas sino real diálogo entre Jesús Maestro y uno que quiere ser su amigo, pero con condiciones. La cuestión es ésta: ¿Qué pasos sucesivos debemos dar para ser perfectos, santos? Y la solución se da por grados: comencemos cumpliendo los preceptos del Señor, los mandamientos legales; prosigamos afinando nuestro proceder con delicadeza, en caridad; y, movidos por el Espíritu, hagamos opción radical de desprendimiento, conforme a las condiciones de nuestro estado, pues, todos seguimos a Cristo, pero cada cual a su modo; y no todos somos llamados, por ejemplo, a una vida religiosa o sacerdotal, o a la profesión de pobreza, castidad y obediencia.


3-10.

Lunes 18 de agosto de 2003
Elena, Laura, Alberto Hurtado

Jue 2, 11-19: El Señor hace surgir jueces
Salmo responsorial: 105, 34-37.39-40.43-44: Recuerda, Señor, a tu pueblo y perdónalo
Mt 19, 16-22: Si quieres ser perfecto vende todo lo que tienes

Este célebre encuentro de Jesús con el joven rico se halla referido por los tres Sinópticos. Se ha puesto de relieve las diferencias entre Mateo y los otros dos Sinópticos. El joven (sólo Mateo le llama así) se dirige a Jesús llamándole “Maestro” (Maestro “bueno” añaden Marcos y Lucas). Lo más sorprendente se encuentra en la respuesta de Jesús: “¿qué me preguntas acerca de los buenos?”. “Uno solo es el bueno”. Nuestro evangelista ha intentado, como es su costumbre, evitar el escándalo que supondrían las palabras de Jesús según la versión de Marcos y Lucas: “¿por qué me llamas bueno?. Nadie es bueno, sino sólo Dios” (Mc 10,18). Entonces, ¿Jesús no era bueno? ¿Cómo se explican estas palabras?.

Evidentemente Mateo intentó suavizar las palabras de Jesús y la paradoja que suponen, porque, si él no era bueno, ¿con qué derecho interviene en la vida de un hombre imponiéndole las mismas exigencias que a los discípulos más estrictos?. Lo que Marcos parece negar de palabra, lo afirma con los hechos. Mateo dice, más suavemente, lo mismo que Marcos: uno solo es “el bueno” (v. 17). Dios no es mencionado por su nombre. Se le designa por uno de sus sucedáneos, “el bueno”, que se habían inventado para no pronunciar, por respeto, el nombre de Dios. Es la única vez que, en todo el Nuevo Testamento, se llama así a Dios. Por el contrario “lo bueno” se llamaba, desde el profeta Amós, a todo aquello que se halla exigido por la voluntad de Dios: “busquen lo bueno y vivirán” (Am 5,14) es frase paralela con “búsquenme y vivirán“ (Am 5,4.6). Cuando alguien preguntaba por “lo bueno” estaba situándose en la recta relación con Dios.

En la tradición espiritual cristiana, antes del Concilio Vaticano II, esta perícopa sirvió de fundamento principal para establecer una distinción entre los diez mandamientos y los “consejos evangélicos”. Era la llamada “doble vía”. Los llamados consejos evangélicos son una vía especial y privilegiada a la tarea especial del amor cristiano. Esta forma de querer fundamentar la vida consagrada es ya superada y el texto sigue siendo un fundamento bíblico dinámico o germinal para apoyar este estilo de vida dentro de la Iglesia.


Después del encuentro de los niños bendecidos por Jesús, un encuentro de alegría y esperanza, da pena y verdadera tristeza el episodio del rico que se retira ante las exigencias. Le había preguntado al Maestro sobre la “vida eterna”, pero, cuando oyó la respuesta de que para alcanzarla hacía falta renunciar a las riquezas, se echó para atrás y no sirvió de nada que Jesús lo mirara con amor (cf. Mc 10,21). El joven rico pensó que por su propia bondad podría alcanzar lo que básicamente es un deseo egocéntrico de la vida eterna. La respuesta de Jesús es remitirlo al “único que es bueno”, Dios sólo (cf. 20,15), alusión al Shema recitado con regularidad (Dt 6,4.5) y recordatorio de que cada uno ha de estar motivado por el amor a Dios. Es a esa luz como Jesús habla de guardar los mandamientos, que sientan la base de la relación con Dios y el prójimo. Jesús cita la segunda tabla de las estipulaciones de la alianza (Ex 20,12-16; Dt 5,16-20) y termina citando Lv 19,18 como resumen de estos mandamientos. El amor al prójimo viene como resultado del amor a Dios. Que el joven no lo ha entendido resulta evidente por el hecho de que afirma haber guardado todos los mandamientos. Jesús le invita a demostrar su afirmación entregando su riqueza a los necesitados para encontrar, como discípulo, “un tesoro en el cielo”. Aquí está la verdadera prueba de que se pone el reino en primer lugar (6,33) y se le da el máximo valor (cf. 13,44-46); pero se constata que las riquezas terrenas son demasiado fuertes.

Al rico le parece excesivo el precio que tiene que pagar para entrar en el discipulado de Jesús, porque era muy rico. El esperaba de Jesús otra cosa: que le hubiese mandado hacer obras buenas, dar limosna en mayor cantidad, algo que pudiera hacer desde su riqueza sin perturbar su vida. Para ser discípulo de Jesús se pide que el ser humano entero –sin distinción entre lo que él es y lo que tiene- siga las directrices del maestro y llegue, cuando la voluntad de Dios así lo exprese, a renuncias totales, al total desprendimiento de aquello en lo que el ser humano suele apoyarse, teniendo como motivación última “el reino de los cielos”. A todos se hace la propuesta de seguir a Cristo dejándolo todo. Esto es ser “cristianos”.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-11. ACI DIGITAL 2003

16. Véase Luc. 18, 18 ss. y notas. Acerca de lo bueno; en S. Lucas: ¿Por qué me llamas bueno? En ambos casos El nos enseña que la bondad no es algo en sí misma, como norma abstracta, sino que la única fuente y razón de todo bien es Dios y lo bueno no es tal en cuanto llena tal o cual condición, sino en cuanto coincide con lo que quiere el divino Padre (cf. S. 147, 9 y nota). "Alejémonos hermanos queridísimos, de esos innovadores que no llamaré dialécticos sino heréticos, que en su extrema impiedad sostienen que la bondad por la cual Dios es bueno, no es Dios mismo. El es Dios, dicen, por la divinidad, pero la divinidad no es el mismo Dios. ¿Tal vez es ella tan grande que no se digna ser Dios, ya que es ella quien lo hace a Dios?". (S. Bernardo).


3-12. CLARETIANOS 2003

El diálogo entre el muchacho rico y Jesús muestra a las claras dos formas de entender la vida.

El muchacho rico quiere vivir seguro al amparo de sus riquezas, pero al mismo tiempo, tiene interés en asegurarse la vida eterna. Busca simplemente un salvoconducto: ¿Qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna? Todo gira en torno a “lo que tiene que hacer”.

Jesús lo descentra. Primero lo remite a Dios: Solo Uno es bueno. Luego lo confronta con sus verdaderas motivaciones: Si quieres ser persona auténtica. Hay, pues, una doble referencia: a Dios, como fuente de bondad y de salvación, y a sí mismo, como anhelo de vida auténtica. Cuando estas referencias están claras, es posible desprenderse de las demás seguridades y pasar de una actitud autocéntrica a otra de entrega. El programa es claro y liberador.

El relato de Mateo termina así: Al oír aquello, el muchacho se fue entristecido porque tenía muchas posesiones. La seguridad venció la batalla a la libertad. Como nos sucede a nosotros la mayor parte de las veces.

La propuesta de Jesús no es inhumana ni innecesariamente dura. Es liberadora, produce alegría, nos permite ser nosotros mismos. ¿Qué extraña rémora nos impide aceptarla?


3-13.

¿Qué he de hacer para ser bueno?

Señor, si la belleza de mi vida se eclipsa, ayúdame a serte fiel.
Si la incomprensión de los hombres me deja en soledad, estate conmigo.
Si en la defensa del honor, de la vida, de verdad, necesito tu ayuda, haz que te sienta a mi lado y en el corazón.

En la liturgia de la Palabra hoy se nos muestra una experiencia larga de dolor y sufrimientos, de marginaciones y abandonos, por los que pasa el profeta Ezequiel.

Se trata de una dura experiencia externa, pero que está acompañada interiormente por el buen trabajo del Espíritu para que no desista en su noble empeño: ejercitar su vocación y misión de profeta de Yhavé. Que todos sepan que hay un Dios en el cielo y sobre nosotros.

Su lección, dada en turbación y fidelidad, es tan elocuente como para impulsarnos a poner nuestro futuro en manos de Dios y de su providencia, sin desmayar en el trabajo por el Reino.



La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Profeta Ezequiel 24, 15-24:
“Palabra del Señor a Ezequiel: Hijo de Adán, voy a arrebatarte repentinamente el encanto de tus ojos; no llores ni hagas duelo, ni derrames lágrimas; aflígete en silencio, como un muerto...

En esa actitud, yo, Ezequiel, por la mañana hablé a la gente; por la tarde sufrí la muerte de mi mujer; y a la mañana siguiente hice lo que se me había mandado.

Entonces la gente me dijo: ”¿quieres explicarnos qué nos anuncia lo que estás haciendo?”.

Y me vino la palabra del Señor: di a la casa de Israel: voy a profanar mi santuario, vuestro soberbio baluarte..., y los hijos e hijas que dejasteis caerán a espada. Cuando eso suceda, haréis lo que yo he hecho: no os embozaréis la cara, ni comeréis el pan del duelo...; os consumiréis por vuestra culpa y os lamentaréis unos con otros.

Ezequiel os servirá de señal: haréis lo que él ha hecho... y sabréis que yo soy el Señor”

Evangelio según san Mateo 19 16-22:
“En aquel tiempo se acercó uno a Jesús y le preguntó: Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?

Jesús le contestó: ¿por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos.

Él le preguntó: ¿cuáles? Jesús le contestó: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás... El muchacho le dijo: todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?

Jesús le dijo: si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo- y luego vente conmigo. Al oír esto, el joven se fue triste, porque era rico”.



Reflexión para este día
Seamos fuertes y fieles en la debilidad.
El mensaje de Ezequiel ya nos es conocido: llamada de cada uno a su conciencia, reconocimiento del mal que hacemos, apertura a la esperanza de nueva gracia, y conversión de vida. Así es nuestra jornada espiritual, día a día.

Para la jornada de hoy, basta que retengamos las palabras finales de la primera lectura: Ezequiel os servirá de señal, pues en el llanto fue sufrido, en la persecución fue fiel, en el anuncio del mensaje fue humilde, en la aceptación de la voluntad de Dios fue íntegro. ¡Qué hermosura de vida!

Viviendo de ese modo, Ezequiel se mostró más fuerte y santo que el joven eufórico que se presentó a Jesús como fiel cumplidor de la ley, respetuoso con las tradiciones de Israel, y dispuesto a hacer milagros. Pero aquél se desprendió de todo, hasta de sí mismo; en cambio el joven rico no previó desprenderse de su adhesión al dinero y sus frutos.


3-14.

Comentario: Rev. D. Óscar Maixé i Altés (Roma, Italia)

«¿Qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?»

Hoy la liturgia de la palabra pone ante nuestra consideración el famoso pasaje del joven rico, aquel joven que no supo responder ante la mirada de amor con que Cristo se fijó en él (cf. Mc 10,21). Juan Pablo II nos recuerda que en aquel joven podemos reconocer a todo hombre que se acerca a Cristo y le pregunta sobre el sentido de su propia vida: «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?» (Mt 19,16). El Papa comenta que «el interlocutor de Jesús intuye que hay una conexión entre el bien moral y el pleno cumplimiento del propio destino».

También hoy, ¡cuántas personas se hacen esta pregunta! Si miramos a nuestro alrededor, podemos quizá pensar que son pocas las personas que ven más allá, o bien que el hombre del siglo XXI no necesita hacerse este tipo de preguntas, ya que las respuestas no le sirven.

Jesús le responde: «¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno sólo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos» (Mt 19,17). No es solamente legítimo el preguntarse acerca del más allá, sobre el sentido de la vida, sino que... ¡es necesario hacerlo! El joven le ha preguntado qué tiene que hacer para alcanzar la vida eterna, y Cristo le responde que tiene que ser bueno.

Hoy día, para algunos o para muchos —¡qué más da!— puede parecer imposible “ser bueno”... O bien, les puede parecer algo sin sentido: ¡una tontería! Hoy, como hace veinte siglos, Cristo nos sigue recordando que para entrar en la vida eterna es necesario cumplir los mandamientos de la ley de Dios: no se trata de un “óptimo”, sino que es el camino necesario para que el hombre se asemeje a Dios y así pueda entrar en la vida eterna de manos de su Padre-Dios. En efecto, «Jesús muestra que los mandamientos no deben ser entendidos como un límite mínimo que no hay que sobrepasar, sino como una senda abierta para un camino moral y espiritual de perfección, cuyo impulso interior es el amor» (Juan Pablo II).


3-15.

Reflexión:

Ez. 24, 15-24. El Señor nos ama de una forma mucho más perfecta de como el esposo ama a su esposa. Él nos invita a arrepentirnos, pues muchas veces hemos permanecido lejos de Él convirtiendo en Dios nuestro a las obras de nuestras manos. Tal vez cuando nos arrecia el dolor y se cierne sobre nosotros la desgracia vayamos ante Él para derramar lágrimas, pensando que así seremos escuchados. Pero ese llanto, en sí, no puede hacernos propicio a Dios. Él nos quiere a nosotros; Él nos espera a nosotros. Nosotros somos el encanto de sus ojos y el amor de su corazón. Él nos envió a su propio Hijo para que, entregando su vida por nosotros, al creer en Él y hacer nuestra la salvación que nos ofrece, podamos presentarnos ante nuestro Dios y Padre libres de toda culpa. En silencio meditemos sobre la realidad de nuestra fe en Dios y del amor que le tenemos. No cerremos los ojos ante nuestros propios pecados. Mientras aún es tiempo volvamos al Señor, rico en misericordia para cuantos le invocan y quieren vivirle fieles.

Deut 32. Pensamos en quienes se arrodillan ante ídolos construidos por sus manos, hechos conforme a sus imaginaciones, aspiraciones o temores. Tal vez los compadezcamos y pensemos que nosotros tenemos ya una cultura más avanzada, menos encadenada a esas cosas que de nada aprovechan. Sin embargo, al examinar nuestra vida y aquello que le da sentido a la misma, a nuestro trabajo, a nuestras actitudes y esperanzas, podemos encontrarnos con que hemos encadenado nuestro corazón al dinero, a la voluntad de dominar al prójimo, a las ansias de poder, al placer, a la envidia y al odio. Todo esto nos destruye, nos divide, y nos conduce a la muerte. Si creemos en la vida; si creemos en la vida que llega a su plenitud en Cristo, en quien seremos glorificados, no podemos vivir como esclavos de la muerte o de aquello que, finalmente, no puede darnos lo que buscamos: llegar a nuestra perfección. Hay alguien que sí puede hacerlo, Cristo Jesús. Ir tras sus huellas para colmar nuestras esperanzas nos lleva a cargar nuestra cruz, pues no hay otro camino, sino la entrega por amor a los demás, como nosotros viviremos plenamente humanos y plenamente hijos de Dios. Entonces el Señor no se nos esconderá, pues siempre estará con nosotros.

Mt. 19, 16-22. Conseguir la vida eterna. Esto no es algo de última hora. La vida eterna ya es nuestra desde ahora por nuestra unión a Cristo. Esa vida la hacemos parte de los demás cuando dejamos atrás el gesto amenazador contra ellos, cuando no los asesinamos, cuando respetamos el compromiso matrimonial, cuando no despojamos a los demás de sus bienes, cuando no les quitamos su buena fama, cuando honramos y hacemos felices a nuestro padre y a nuestra madre. Entonces somos portadores de vida y no de muerte para los demás. Pero hace falta algo más: amar al prójimo como a nosotros mismos. Y tal vez desde niños seamos muy educados y respetuosos de los demás. Pero esto no basta. Tal vez les demos parte de nuestros bienes para que vivan con dignidad. Pero no basta. Amar en serio al prójimo nos hace contemplar al Hijo de Dios, que no retuvo para sí el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la condición humana, y, hecho uno de nosotros, nos enriqueció con su pobreza, haciéndonos participantes de la gloria y de la herencia que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre. Si quieres ser perfecto: Ve, vende todos tus bienes, dales el dinero a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después ven y sigue a Cristo. Entonces serás amado por el Padre Dios como su hijo amado, en quien Él se complace. Dura es esta doctrina; ojalá y no demos marcha atrás en nuestro seguimiento del Señor, sino que abramos nuestros ojos para procurar el bien, la salvación y la vida digna para todos aquellos hermanos nuestros que pertenecen a las clases más desprotegidas no sólo en nuestra Comunidad de fe, sino en el mundo entero.

El Señor nos ha llamado a participar de esta Eucaristía como amigos y discípulos suyos. Él nos enseña, con su propio ejemplo, lo que es el camino que nos conduce a nuestra plena realización, a nuestra glorificación en Dios. Él se despojó de todo y cargó con el pecado de toda la humanidad. Él nos ha librado de todo aquello que nos condenaba en la presencia de su Padre Dios. Amar hasta ser capaces de dar la vida por los que amamos no nos deja en un amor tan pequeño como sería el entregarlo todo a los pobres. Haciendo esto aún nos queda por delante el seguimiento de Cristo que, cargando su cruz, no se dirige al calvario sino a su glorificación junto a Dios pasando por el calvario. Este Misterio de salvación es el que estamos celebrando. Este Misterio de salvación se convierte en nuestra forma de creer en Cristo y de caminar con Él para llegar, junto con Él, a la perfección, a la glorificación en la que Él, nuestro principio y cabeza, ya ha entrado. Que nuestra Eucaristía no sea sólo un momento de oración y de adoración a Dios, sino un verdadero encuentro con el Señor para volver a hacer nuestro el compromiso de amar a nuestro prójimo como Dios nos ha amado a nosotros.

¿Quieres ser feliz? ¿Quieres conseguir la vida eterna? ¿Qué sentido tiene hacer estas preguntas cuando se disfruta de todo? Muchos trabajaron arduamente para lograr una posición social gracias a una economía desahogada. Lo tienen todo. Pareciera que, en medio de todos sus bienes, no tendrían necesidad de algo más para ser felices. Pero hay un clamor que les impide ser felices: el de las multitudes de aquellos que esperan una vida más digna. ¿Acaso tiene sentido vivir rodeado de todo y rodeados de una soledad tremenda por no saber amar, pero amar en serio, por lo menos a los seres más cercanos? Portarse como dominadores nos hace respetables por el temor que los demás tienen de ofendernos, pero no porque nos amen. Podemos levantarnos y asentar nuestro trono sobre la injusticia, sobre el desprecio y sobre la pobreza y hambre de los demás. Son mentes depravadas las de aquellos que no saben compartir con los demás lo que tienen, pues olvidaron la solidaridad con ellos. Son mentes depravadas quienes consideran a los demás como niños y todo lo acaparan para después vivir esplendorosamente y darles unas migajas a las clases desprotegidas por las que ellos luchan. Ser cristiano es algo muy distinto a un conformarnos con orar, pero con el corazón cerrado hacia nuestro prójimo. Con una actitud así jamás llegaremos a ser perfectos.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, que nos conceda la gracia de no sólo tenerlo a Él en nuestro corazón, sino de abrir también nuestro corazón al amor de nuestro prójimo para procurar su bien en todo. Entonces será nuestra la vida eterna. Amén.

Homiliacatolica.com


3-16.

Reflexión

A la pregunta que le hace este joven a Jesús sobre qué cosa es necesaria para alcanzar al vida eterna (que puede ser traducida como: “entrar en el Reino” esto es: para ser feliz), él le responde: “cumple los mandamientos”. No le pide otra cosa. Es decir lo mínimo que necesitamos para que nuestra vida se desarrolle dentro del Reino es ser fieles a nuestros compromisos bautismales. Hoy en día, como seguramente lo fue en tiempos de este Joven, la gente no es feliz, pues no vive de acuerdo, ni siquiera a estos simples principios establecidos por Dios y que tienen como objeto advertirnos de todo aquello que es dañino para nuestra vida. La ley, podríamos compararla al aviso que le da la mamá al niño para que no se coma el pastel caliente, que aunque se presenta muy sabroso, sabe bien que le hará mal, lo enfermará del estomago. Dios nos ha instruido sobro todo aquello que nos destruye y nos roba la felicidad, por eso Jesús le dice: “Cumple la ley”. Si queremos que nuestra vida tenga las características del Reino, que se desarrolle en la alegría y la paz de Dios, que pueda ser plenamente feliz, debemos empezar por cumplir los mandamientos. ¿Por qué no haces hoy una pequeña revisión de cómo estás viviendo esta enseñanza de Jesús? Pregúntate si en realidad estás buscando vivir los mandamientos?

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-17. El joven rico

Fuente: Catholic. net
Autor: P.Clemente González

Mateo 19, 16-22

Reflexión:

¿Qué debo hacer con mi vida? ¿Huir de ella o aprovecharla? El joven del evangelio sentía una inquietud en el fondo de su alma. Había decidido romper con el pecado. Seguramente tendría amigos refugiados en el egoísmo, los placeres, la violencia, la indiferencia ante el sufrimiento de los demás. Pero él no era así. Quería llegar a la vida eterna, y por eso se acercó a Jesús para preguntarle qué debía hacer.

¿Alguna vez te has hecho esa pregunta? ¿Y cuál ha sido la respuesta? ¿Ha sido una respuesta de amor? Porque este joven, aunque estaba bien dispuesto, no supo estar a la altura y se fue triste. ¡Qué contradicción! Poseía muchos bienes, y en lugar de estar alegre, se marchó con un rostro marcado por la tristeza y el desengaño. En el fondo, no estaba dispuesto a decir sí a Jesús y optó por seguirse a sí mismo.

Seguir a Jesús exige esfuerzo, desprenderse de lo que uno más ama. Significa sacrificio, pero también alegría y realización humana. No hay que tener miedo a lo que nos exija la vivencia auténtica de nuestro cristianismo, porque no estamos solos. ¿Acaso Cristo nos va a abandonar? ¿No nos acompaña con sus sacramentos? ¿No nos va a consolar cada vez que le hablemos en la oración? Seguir a Cristo es el camino para aprovechar bien la vida.