MIÉRCOLES DE LA SEMANA 19ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Dt 34, 1-12

1-1.

-Moisés subió de las estepas de Moab al monte Nebó sobre una cima frente a Jericó.

De lo alto de esta montaña se domina el Mar Muerto y el Valle del Jordán y, si el día es claro, toda la comarca de Jerusalén, «la tierra de Palestina».

Sobre esta montaña murió Moisés, muy cerca de la Tierra prometida.

-El Señor le mostró todo el país y le dijo: «Esta es la tierra que bajo juramento prometí a Abraham, a Isaac y a Jacob, dar a su descendencia. Te dejo verla, pero no entrarás en ella.

Después del desierto del Negueb, después de las estepas de Moab, es un verdadero país de Jauja lo que Moisés tiene a la vista: el verde palmeral de Jericó, los cultivos irrigados de las orillas del Jordán. Es el oasis, la abundancia tras las duras marchas bajo el sol, el hambre y la sed.

Este es el resultado final de toda la vida de un hombre que ha dado lo mejor de sí mismo para «liberar a su pueblo» y conducirlo a esa «Tierra de libertad y de felicidad», ¡una tierra que mana leche y miel!

Episodio emocionante, Moisés no entrará en ella.

Esa mirada de Moisés es todo un símbolo.

Danos, Señor, el valor de emprender, en la Fe, aunque no podamos humanamente terminar lo emprendido: ¡hay que empezar! ¡hay que proseguir!

-Allí murió Moisés, servidor del Señor, en el país de Moab, según la palabra del Señor.

Fue enterrado en el Valle frente a Bet-Peor en el país de Moab. Nadie hasta hoy ha conocido su tumba.

Misterio de la muerte.

Si es el punto final de una vida de hombre, nada más absurdo.

Pero nuestra Fe nos dice que la muerte es sólo un episodio: Dios continúa viviendo y pasamos a El para vivir su vida.

En la montaña de la Transfiguración, Moisés estaba de pie con Elías, cerca de Jesús, hablando con El (Mc 9, 4).

La vida continúa.

El proyecto de Dios continúa. El Nuevo Testamento es continuación de Moisés.

¿Creo de veras que Dios prosigue siempre HOY su proyecto?

-No ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés, a quien el Señor trataba cara a cara.

Moisés «servidor de Dios» «profeta que el Señor trataba cara a cara». Se le recordaba como a un hombre excepcional... ¡como a alguien de los que ya no quedan!

Pero los evangelistas presentarán, precisamente, a Jesús como el «nuevo Moisés», el verdadero servidor de Dios, aquel que, más aún que Moisés, conocía a Dios cara a cara.

En las controversias con sus contemporáneos, Jesús hablará a menudo de Moisés. A quien se consideraba como el mediador y el protector de los judíos delante de Dios: Jesús se atreverá a presentarlo como su acusador (Juan 5, 45-46) porque los judíos no querían comprender que el verdadero sentido de la Ley estaba en orientar hacia la revelación definitiva que Jesús aportaba. «Si la Ley fue dada por Moisés, la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo". (Jn 1, 7). «En verdad, no fue Moisés quien os dio pan del cielo, es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo". (Jn 6, 32).

Contemplo interiormente la continuidad de las obras de Dios. Moisés y el pueblo de Israel... Jesús y la Iglesia de hoy... El Padre, incansablemente, prosigue su designio.

La historia contemporánea está inmersa en ese gran movimiento. ¿Participo yo de él?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 228 s.


1-2. /Dt/32/48-52   /Dt/34/01-12

La muerte de Moisés cierra el libro del Deuteronomio y todo el Pentateuco. Son momentos solemnes: la última conversación que Moisés mantiene con Yahvé en la tierra.

Es también la hora del "testamento" que el gran líder y profeta va a dejar al pueblo. Aunque no va a pisar la tierra de Canaán, tantas veces soñada, Yahvé le concede contemplar la panorámica. Sus ojos escudriñan la geografía de la promesa. En este último capítulo, del libro y de su vida, hay un dramatismo subterráneo: ni los sentimientos de Moisés ni los del pueblo aparecen en la superficie del texto. El relato es esquemático, una crónica sobria de los últimos momentos de Moisés. El ojo humano no podría abarcar todos los territorios que ve Moisés («Yahvé le mostró toda la tierra»: 34,1): es una visión simbólica. Moisés ve "con el corazón", toma por adelantado posesión de una tierra que Yahvé había prometido a Abrahán, Isaac y Jacob (34,4). MOISES/TUMBA

El desamparo de Israel, que pierde a su guía y profeta, queda paliado con la sucesión: «Josué, hijo de Nun, poseía grandes dotes de prudencia, porque Moisés le había impuesto las manos» (34,9). La imposición de manos significaba la investidura del cargo y, sobre todo, la transmisión del espíritu. El relato de la muerte de Moisés está íntimamente relacionado con la sucesión carismática de Josué (como ocurre con Elías y Eliseo); en ambos, la narración es el resultado de una «teología» profética del Espíritu. La desaparición de Moisés no podía ser menos numinosa que la de Elías: «Lo enterró en el valle», habría que traducir, para ajustarse al texto hebreo. Es decir, lo enterró Yahvé, fórmula que explica el hecho inexplicable de que «hasta el día de hoy nadie ha conocido el lugar de su tumba» (6). Sobre el lugar de sus restos surgió toda una literatura, de la que hay huellas en el NT («el arcángel Miguel, cuando altercaba con el diablo disputándole el cuerpo de Moisés...: Jds 9). Según la tradición rabínica, la tumba de Moisés estaba preparada allí (en las llanuras de Moab) desde los seis días de la creación, para expiar por el pecado de Israel (idolatría: Nm 25) (Rashi, ad loc. = Aboth 5,9). En realidad, la tumba de Moisés no será centro de peregrinaciones, porque Moisés sigue viviendo en su pueblo.

Profeta grandioso («ya no surgió en Israel otro profeta como Moisés»: v 10), cuya plenitud y superación sólo se encuentran en Jesús: «La ley se dio por medio de Moisés, el amor y la verdad se hicieron realidad en Jesucristo» (Jn 1,17), fuente de vida para todos.

R. VICENT
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 550 s.


2.- Ez 9, 1-7;  10, 18-22

2-1.

La página que leeremos hoy tiene, como otras muchas, ciertos caracteres chocantes.

Ezequiel era un visionario.

Sus imágenes son brillantes y fuertes como en una película de violencia.

Atendiendo a nuestro estado de espíritu y a nuestras necesidades espirituales, podemos, según los casos:

--dejarnos alertar profundamente por las amenazas que expresan...

--orar a partir de los elementos más positivos que contienen...

-El Señor Dios gritó con voz fuerte a mis oídos:

Con frecuencia el Dios de Ezequiel es un Dios que «grita». ¡Eran tantas las personas que en aquella época vivían de ilusiones, sin percatarse de la amenaza que se aproximaba!

También Jesús, en sus últimos discursos, subrayará el descuido culpable de tanta gente que no toma en serio su frágil condición humana: «estad alerta, guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje y venga aquel día de improviso sobre vosotros como un lazo» (Lucas 21, 34)

-«¡Se acercan los castigos de la ciudad, cada uno con su instrumento de destrucción...!»

Pascal tradujo en términos inolvidables la condición del hombre siempre amenazada, subrayando, la increíble ligereza de los que no quieren pensar en ello: «Un hombre, encarcelado, que desconoce si ha sido dada la orden de detención contra él y cuando falta sólo una hora para saberlo, resulta completamente antinatural que emplee esa hora, no para enterarse de si ha sido dada la orden de detención, y tratar de revocarla sino para jugar a las cartas.» Señor, ¡que sepamos emplear bien las horas que nos quedan!

-«Recorre la ciudad y marca una cruz en la frente de todos los hombres que gimen y lloran por todas las abominaciones que se cometen en ella...» Los salvados son los lúcidos, los que saben reconocer el pecado del mundo y llorar por este pecado.

San Juan, en su Apocalipsis repetirá textualmente esta imagen: «Esperad, no causéis daño a la tierra hasta que marquemos la frente de los servidores de nuestro Dios.» (Apocalipsis 7, 3)

Que sea yo también una de esas almas sensibles que sienten en profundidad su solidaridad con el pecado del mundo para «cargar con su peso» y, en lo posible, «salvarlo».

-La gloria del Señor abandonó el umbral del Templo y se posó sobre los querubines. Los querubines desplegaron sus alas y se elevaron del suelo ante mis ojos... Era el ser vivo que yo había visto debajo del Dios de Israel, junto al río Kebar.

Tras esta imagen hay una verdad extremadamente importante.

Dios abandona el Templo de Jerusalén para ir a reunirse con los deportados, allá donde sufren, a orillas del río de Babilonia. Es una intuición extraordinaria.

Más que permanecer gimiendo inútilmente por el drama de la ruina del Templo, el profeta ve a Dios que va a habitar en tierra extranjera: el Señor no está ligado a un santuario, ni a un lugar determinado... está presente en todas partes, especialmente allá donde los hombres creen en El, allá donde los hombres sufren.

Ayúdame, Señor, a tener yo también esta convicción, que Tú estás conmigo, en el lugar mismo de mis actividades, en el centro de mis pruebas.

A la samaritana que le preguntaba por el lugar más favorable para dar culto a Dios, Jesús le dirá: «Créeme, mujer, viene la hora que ni en esta montaña, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad.» (Juan 4, 21-23)

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 228 s.


2-2. /Ez/10/18-22 /Ez/11/14-25

Como culminación de los dos capítulos leídos ayer con la acusación y castigo por parte de Dios, vemos en la lectura de hoy cómo la gloria del Señor ( = su presencia) se aleja del templo y de su ciudad: castigo del pecado de los habitantes de Jerusalén. Dios abandona el templo y la ciudad, pero porque el pueblo antes le ha abandonado a él. Sin embargo, no es eso lo que creen los habitantes de Jerusalén: ellos son más optimistas.

Creen que ellos no han sido deportados a Babilonia y son los «elegidos», los buenos, ya que Dios no los ha castigado con el exilio. Los exiliados, en cambio, son los pecadores, los culpables.

Pero el pensamiento de Dios es diferente: en primer lugar, aunque Dios ha deportado a muchos judíos a Babilonia, no se ha alejado de ellos, ha continuado viviendo en medio de ellos siendo su Dios, aunque con un culto más interior y que quiere propiciar la conversión.

Y, además, Dios hace ahora la gran promesa de un nuevo y maravilloso éxodo. Un éxodo, sin embargo, muy diverso, pues en este caso Dios mismo les arrancará el corazón de piedra, el corazón dividido entre diversos dioses, y les dará un corazón de carne, con el que sean capaces de eliminar todas las bajezas y abominaciones (v 18). Cuando Israel salió de Egipto, camino de la tierra prometida, Dios no les arrancó su corazón pecador.

Por eso, incluso en la tierra prometida, el pueblo continuó pecando. Así explica la Biblia muchas injusticias que cometen algunos judíos contra sus propios hermanos: no tienen ahora un faraón que les oprima, pero ellos mismos se convierten en «faraones», en opresores de sus hermanos ( 1 Re 12,1-16- o también Os 4,2ss). Los ejemplos podrían multiplicarse. Pero ahora va a ser diferente: el pueblo cumplirá todos los mandamientos de Dios, porque Dios mismo le dará un corazón adecuado para ello. La renovación que Dios hará será total: interna y externa.

Y es que no basta cambiar las estructuras externas si al mismo tiempo no se cambian las personas que mueven y actúan en tales estructuras. Será insuficiente que Dios rompa las estructuras de cautividad (de Babilonia), por más que haya que romperlas (como ocurrió en Egipto), si al mismo tiempo Dios no les da un corazón sensible a las nuevas exigencias de Dios y del prójimo. Y ésta será la obra del Espíritu en nosotros.

J. PEDROS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981. Pág. 805 s.


3.- Mt 18, 15-20

3-1.

Ver DOMINGO 23A


3-2.

El tema importante de este pasaje es el perdón. Cristo recuerda su obligatoriedad (vv. 21-23 y al mismo tiempo da poderes para concederlo (vv. 15-18). La nueva era se caracteriza porque el Señor ofrece al hombre la posibilidad de liberación del pecado, no solo triunfando del suyo en la vida personal, sino también triunfando del de los demás por medio del perdón.

No será inútil recordar las principales etapas de la legislación judía que han provocado y autorizado esta ley sobre el perdón.

La sociedad primitiva se manifestaba violentamente contra la falta del individuo, porque carecía de medios para perdonarle y tan solo podía vengar la ofensa mediante un castigo ejemplar setenta y siete veces más fuerte que la misma falta (Gn 4, 24).

Se producirá un progreso importante cuando la ley establezca el talión (Ex 21, 24). El Levítico (Lev 19, 13-17) da un paso más hacia adelante.

Propiamente hablando no establece la obligación del perdón (el único caso de perdón en el Antiguo Testamento es: 1 Sam 24 y 1 Sam 26), pero insiste en la solidaridad que une a los hermanos entre sí y les prohíbe acudir a los procedimientos judiciales para arreglar sus diferencias.

La doctrina de Cristo sobre el perdón señala un progreso decisivo. El Nuevo Testamento multiplica los ejemplos: Cristo perdona a sus verdugos (Lc 23, 34); Esteban (Act 7, 59-60), Pablo (1 Cor 4, 12-13) y otros muchos hacen lo mismo.

Generalmente, la exigencia del perdón va ligada a la inminencia del juicio final: para que Dios nos perdone en ese momento decisivo es necesario que nosotros perdonemos ya desde ahora a nuestros hermanos (sentido parcial del v. 35) y que tomemos como medida del perdón la misma que medía primitivamente la venganza (v. 22; cf. Gén 4, 24).

Basado en la doctrina de la retribución (Mt 6, 14-15; Lc 11, 4; Sant 2, 13), este punto de vista es todavía muy judío. Pero la doctrina del perdón se orienta progresivamente hacia un concepto típicamente cristiano: el deber del perdón nace entonces del hecho de que uno mismo es perdonado por Dios (Mt 18, 23-25; Col 3, 13). El perdón que se ofrece a los demás no es, pues, tan solo una exigencia moral; se convierte en el testimonio visible de la reconciliación de Dios que actúa en cada uno de nosotros (2 Cor 5, 18-20).

El perdón no podía concebirse dentro de una economía demasiado sensible a la retribución y a la justicia de Dios entendida como una justicia distributiva. Corresponde a una vida dominada por la misericordia de Dios y por la justificación del pecador.

Eco de esta manera de concebir las cosas, Mt 18, 15-22 la formula aún a la manera judía. Pero al menos el evangelista es consciente de que la Iglesia es una comunidad de salvados que no puede tener otras intenciones que salvar al pecador. Si no lo consigue es porque el pecador se endurece y se niega a aceptar el perdón que se le ofrece (v. 17). La comunidad cristiana se diferencia, pues, de la comunidad judía en que no juzga al pecador sino perdonándole. Por consiguiente, la condena solo puede caer sobre él si se niega a vivir en el seno de esa comunidad acogedora.

El pecador no descubre el perdón de Dios si no toma conciencia de la misericordia de Dios que actúa en la Iglesia y en la asamblea eucarística. Los miembros de una y de otra no viven tan solo una solidaridad nacional que les obligaría a perdonar tan solo a sus hermanos; están incorporados a una historia que arrastra a todos los hombres hacia el juicio de Dios y que no es otra cosa que su perdón ofrecido en el tiempo hasta su culminación eterna.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VI
MAROVA MADRID 1969.Pág. 252


3-3.

-Si tu hermano te ofende...

Ya se ha tratado este caso en el pasaje precedente: y Jesús había dicho que no había que despreciar al extraviado sino ir en su busca... La Iglesia no es una comunidad de "puros" -cátaros-. Cuando nos echan en cara que los "cristianos no son mejores que los demás", debemos reconocer sencillamente que es verdad, y que Jesús lo ha previsto y ha establecido una serie de actitudes a tomar en este caso.

-Ve y házselo ver a solas entre los dos. Si te hace caso, has ganado a tu hermano. El hermano que ha notado el "mal" en otro ha de dar el primer paso. Pero éste será discreto, a solas los dos para que el mal no trascienda, en lo posible... y el hermano pueda conservar su reputación y su honor.

¿Somos nosotros delicados como lo fue Jesús... o bien nos apresuramos a publicar los defectos de los demás? ¿Tenemos el sentido de los "contactos personales"... o bien preferimos ser un enderezador publico de entuertos? ¿Nuestras intervenciones intentan "salvar", "ganar" a nuestros hermanos... o contribuyen a hundirles mas todavía?

-Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos para que toda la cuestión quede zanjada por la palabra de dos o más testigos.

Si no los escucha, díselo a la comunidad de la Iglesia. Si rehúsa escuchar a la Iglesia, considéralo como un pagano o un publicano.

En esa gradación progresiva, hay varias indicaciones importantes:

1º No resignarse a los fracasos; continuar, por otros medios, a querer salvar.

2º No usar las grandes condenas sin haber probado otros medios.

3º No fiarse del propio juicio personal y, en fin, remitirse al juicio del conjunto de la comunidad, de la Iglesia.

4º Consideremos por fin que es el hermano mismo, quien se ha situado fuera de la comunidad, por sus rechazos repetidos. La dureza de la última frase -"considéralo como un pagano"- no se explica, precisamente, más que ¡por el hecho de haberlo probado todo para la retractación del pecador! ¿Adoptamos esas actitudes misericordiosas en nuestros grupos, en nuestras comunidades, en la Iglesia? El gran riesgo de todos los grupos "fervientes" es hacerse sectarios, es encerrarse en capillitas que pasan el tiempo en excluir a los que no piensan como ellos: ;condenar, criticar, rebatir... a los demás!

-Todo lo que desatéis en la tierra, quedará desatado en el cielo, y todo lo que atéis en la tierra, quedará atado en el cielo.

¡Sorprendente! Jesús repite ahora a toda la comunidad lo que había dicho personalmente a Pedro (Mateo 16, 19). Así pues, por las palabras de Jesús, todos los miembros de la comunidad quedan encargados de perdonar a sus hermanos. Y esto es verdad, y muy psicológico: muchas personas no descubrirán el "perdón de Dios" -perdón del cielo- si no descubren, cerca de ellos a unos hermanos -en la tierra- que lleven a la práctica, en su conducta humana, una actitud concreta de misericordia y de perdón.

La Iglesia es el lugar maravilloso de la misericordia. Los cristianos "obligan" a Dios. Entre "cielo" y "tierra" hay semejanza: ¡qué responsabilidad!

-Además en verdad os digo: Cuando dos o tres personas se reúnen en mi nombre -apelando a mí- Yo estoy allí en medio de ellas.

Hay que rezar "juntos". No hay que encerrarse en las propias y mezquinas intenciones o en actitudes personales.

"Estar-con". La Iglesia hoy, desde el Concilio Vaticano II, ha revalorizado esta necesidad de la participación de todos en la misma plegaria, y la dimensión colectiva de todos los sacramentos.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 120 s.


3-4.

I. (Año I) Deuteronomio 34,1-12

a) Terminamos hoy la lectura del Deuteronomio, y con él, la del Pentateuco el grupo de los primeros cinco libros de la Biblia. Y lo hacemos con el relato sobrio por demás, de la muerte del gran protagonista de las últimas semanas.

Muere a la vista de la tierra que Dios había prometido a Abrahán y sus descendientes.

Los ciento veinte años no habría que entenderlos como números aritméticos, sino simbólicos: Moisés muere habiendo llevado a cabo la misión que se le había encomendado.

La historia sigue. Ahora, bajo la guía de Josué, el pueblo se dispone a la gran aventura de la ocupación de la tierra de Canaán. Pero, dentro de la discreción del pasaje, es lógico que se haga un breve resumen de la figura de Moisés y que se nos diga que «ya no surgió en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara».

Gran profeta, amigo de Dios, solidario de su pueblo, hombre de gran corazón, líder consumado, gran orante, convencido creyente, que ha dejado tras sí la impresión de que no es él, un hombre, sino Dios mismo el que ha actuado a favor de su pueblo. El protagonista ha sido Dios. Incluso en su muerte, Moisés es discreto: no se conoce dónde está su tumba.

El salmo parece que pone en sus labios esta invitación: «Aclama al Señor, tierra entera, cantad himnos a su gloria, venid a ver las obras de Dios... venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo: a él gritó mi boca y lo ensalzó mi lengua».

b) Ojalá se pudiera resumir nuestra vida, y la misión que realizamos, cada cual en su ambiente, con las mismas alabanzas que la de Moisés. Recordemos las veces que lo nombra el mismo Jesús. Y cómo en la escena de la Transfiguración en el monte, aparece Moisés, junto con Elías, acompañando a Jesús en la revelación de su Pascua y de su gloria.

¿Se podrá decir de nosotros que hemos sido personas unidas a Dios, que hemos orado intensamente? ¿y que hemos estado en sintonía con el pueblo, sobre todo con los que sufren, trabajando abnegadamente por ellos? ¿se podrá alabar nuestro corazón lleno de misericordia?

Tal vez no se nos permitirá ver el fruto de nuestro esfuerzo, como Moisés no vio la tierra hacia la que había guiado al pueblo durante cuarenta años de esfuerzos y sufrimientos. Pero no se nos va a examinar por los éxitos y los frutos a corto plazo, sino por el amor y la entrega que hayamos puesto al colaborar en la obra salvadora de Dios.

1. (Año II) Ezequiel 9,1-7;10,18-22

a) El profeta Ezequiel está en el destierro de Babilonia, pero, en espíritu, más bien se encuentra en Jerusalén y nos presenta un cuadro impresionante de matanzas y desgracias.

Un personaje misterioso -el hombre vestido de lino- marca en la frente a los que «gimen por las abominaciones que se cometen en la ciudad», o sea, a los que han resistido a la tentación de la idolatría y son fieles a la Alianza con Dios. Los que llevan esa marca se salvan: serán el «resto» de Israel. Los otros, empezando por los ancianos y dirigentes, son exterminados. Naturalmente los verdugos son los ejércitos babilonios. Pero aquí, dramáticamente, se atribuye la acción a la voluntad de Dios, que así se serviría de ellos como de instrumentos de su castigo.

Hay un detalle simbólico que deja un resquicio de optimismo: el profeta ve cómo la Gloria del Señor sale del Templo y se dirige, con los deportados, hacia el Norte. Esto se puede interpretar como castigo para los de Jerusalén: Dios les abandona a su suerte por tercos.

Pero, sobre todo, como signo de esperanza: Dios acompaña a los desterrados.

b) En medio de un mundo que nos puede parecer corrupto e idólatra, el «resto» de la nueva Israel, la Iglesia, deberíamos ser como el fermento y la semilla de una nueva humanidad. Porque Dios sigue teniendo planes de salvación. Sigue creyendo en la humanidad.

La visión de Ezequiel iba dirigida también a los judíos que ahora vivían en tierra pagana, Babilonia, rodeados de tentaciones religiosas y morales. Si los idólatras de Jerusalén eran castigados, igual destino podrían tener los idólatras del destierro.

La marca en la frente de las personas, que según Ezequiel es la garantía de su salvación, aparece de nuevo en el Apocalipsis, otro libro simbólico y guerrero. Las familias de los judíos, en Egipto, en la noche decisiva del paso del ángel exterminador, se libraron de la muerte por la marca de la sangre del cordero en sus puertas. En la visión de Ezequiel, se salvaron los que llevaban la señal en la frente. En el Apocalipsis, «los ciento cuarenta y cuatro mil sellados de Israel» (Ap 7,3).

Para nosotros, la marca salvadora es la Cruz de Jesús. Los que creemos en él, los que evitamos las idolatrías de este mundo, los que celebramos bien su Eucaristía -participando en su Cuerpo y Sangre de la Cruz y viviendo después coherentemente- estamos en el camino de la salvación y podemos ser el núcleo de la nueva humanidad, como el alma en el cuerpo, vivificando todas las realidades en que vivimos.

Conscientes de que, tanto si estamos dentro de las murallas seguras de Jerusalén como en la aventura dolorosa de un destierro, Dios está con nosotros para ayudarnos.

2. Mateo 18,15-20

a) Sigue el «discurso eclesial o comunitario» de Jesús, esta vez referido a la corrección fraterna.

La comunidad cristiana no es perfecta. Coexisten en ella el bien y el mal. ¿Cómo hemos de comportarnos con el hermano que falta? Jesús señala un método gradual en la corrección fraterna: el diálogo personal, el diálogo con testigos y, luego, la separación, si es que el pecador se obstina en su fallo.

b) Todos somos corresponsables en la comunidad. En otras ocasiones, Jesús habla de la misión de quienes tienen autoridad. Aquí afirma algo que se refiere a toda la comunidad: «lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo», «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

Cuando un hermano ha faltado, la reacción de los demás no puede ser de indiferencia, que fue la actitud de Caín: «¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?». Un centinela tiene que avisar. Un padre no siempre tiene que callar, ni el maestro o el educador permitirlo todo, ni un amigo desentenderse cuando ve que su amigo va por mal camino, ni un obispo dejar de ejercer su gula pastoral en la diócesis. No es que nos vayamos a meter continuamente en los asuntos de otros, pero nos debemos sentir corresponsables de su bien. La pregunta de Dios a Caín nos la dirige también a nosotros: «¿qué has hecho con tu hermano?».

Esta corrección no la ejercitamos desde la agresividad y la condena inmediata, con métodos de espionaje o policíacos, echando en cara y humillando. Nos tiene que guiar el amor, la comprensión, la búsqueda del bien del hermano: tender una mano, dirigir una palabra de ánimo, ayudar a rehabilitarse. La corrección fraterna es algo difícil, en la vida familiar como en la eclesial. Pero cuando se hace bien y a tiempo, es una suerte para todos: «has ganado a un hermano».

Una clave fundamental para esta corrección es la gradación de que nos habla Cristo: ante todo, un diálogo personal, no empezando, sin más, por una desautorización en público o la condena inmediata. Al final, podrá ocurrir que no haya nada que hacer, cuando el que falta se obstina en su actitud. Entonces, la comunidad puede «atar y desatar», y Jesús dice que su decisión será ratificada en el cielo. Se puede llegar a la«excomunión», pero eso es lo último. Antes hay que agotar todos los medios y los diálogos. Somos hermanos en la comunidad.

Corrección fraterna entre amigos, entre esposos, en el ámbito familiar, en una comunidad religiosa, en la Iglesia. Y acompañada de la oración: rezar por el que ha fallado es una de las mejores maneras de ayudarle y, además, nos enseñará a adoptar el tono justo en nuestra palabra de exhortación, cuando tenga que decirse.

«No surgió en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara» (1ª lectura I)

«Alabad, siervos del Señor, alabad el nombre del Señor» (salmo II)

«Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 258-262


3-5.

Ez 9, 1-7.10.18-22: Visión del castigo de Jerusalén

Mt 18, 15-20: La reconciliación entre hermanos

En la comunidad son inevitables los conflictos interpersonales, pero lo importante es que esté preparada para enfrentar las dificultades.

La preparación no consiste en la formulación de un conjunto de leyes o un curso de relaciones humanas. La comunidad asume el conflicto interno ante todo con la buena formación de sus integrantes. Seres humanos que se han abierto al Espíritu de Dios y son capaces de vivir un clima de diálogo, tolerancia, compresión y escucha. Personas dispuestas a construir una comunidad de hermanos en la que no prevalezcan ninguna clase de ventajas particulares, pues los únicos privilegiados son las personas más pobres y necesitadas.

Esta formación lleva al ofendido a buscar a la persona que le ha causado el problema y trata de hacerle ver el error. De este modo, se rompe el círculo vicioso de las ofensas mutuas porque el ofendido toma una actitud reconciliadora. Si el que ofende se niega a reconocer el error cometido, entonces se llama a dos testigos, no para recriminarle la falta, sino para ayudarle a entrar en razón. Cuando esto no funciona, entonces, el problema pasa a manos de la comunidad. Ésta examina si la persona es factor permanente de discordia y crea mal ambiente en la comunidad, entonces, actúa aislándolo, siendo indiferente con su actitud pendenciera.

Hoy necesitamos que nuestras comunidades ofrezcan excelentes espacios de formación. Comunidades abiertas al diálogo, tolerantes y comprometidas con las necesidades de quienes lo necesitan. Iglesias donde las personas que se sientan agredidas por el hermano, se adelanten a ayudarle al otro a reconocer su falta. De esta manera, se enfrentarán los problemas no con la ley en la mano, sino con una actitud cordial, respetuosa y ante todo, fraterna.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6. 2002

COMENTARIO 1

v. 15: Si tu hermano te ofende, ve y házselo ver, a solas en­tre los dos. Si te hace caso, has ganado a tu hermano.

La ofensa crea división en la comunidad y ésa ha de ser repa­rada lo antes posible. Por eso, Jesús no prescribe al ofensor que vaya a pedir perdón al ofendido, sino, al contrario, es éste quien ha de tomar la iniciativa, para mostrar que ha perdonado y facilitar la reconciliación. El ofensor ha de mostrar su buena voluntad re­conociendo su falta. Dado lo anormal que es esta situación en la comunidad y el daño que puede producir, no se dará publicidad al asunto. Es un caso particular del expuesto en la parábola de la oveja perdida. Cuando el extravío tiene por causa una falta contra un miembro de la comunidad, que nadie sabe más que éste, ha de considerarse responsable de atraer a la unidad al culpable.



vv. 16-17: Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que toda la cuestión quede zanjada apoyándose en dos o tres testigos (Dt 19-15).

17Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un recaudador.

En caso de que el ofensor no quiera reconocer su falta, algunos otros miembros pueden apoyar la oferta de reconciliación. Mt cita Dt 19,15. Se mueve en ambiente judío. Si el individuo tam­poco acepta el arbitraje y se niega a restablecer la unidad, el ár­bitro será la comunidad entera. Si fracasa el intento, el ofendido se desentiende del ofensor, lo considera como un extraño para sí.

El uso de los términos «pagano» y «recaudador» es sorprenden­te, dado que Jesús era llamado amigo de pecadores y recaudado­res (11,19). Pero el texto no habla de individuos, sino de situaciones. Jesús no aprobaba la situación de recaudadores y pecadores, aunque no la consideraba definitiva y les ofrecía la posibilidad de salir de ella. Sin embargo, esas situaciones eran objetivamente de error e injusticia: el pagano equivale al que no conoce al verda­dero Dios; el recaudador, al que, conociéndolo, hace caso omiso de su voluntad.



v. 18: Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra que­dará desatado en el cielo.

. Se dirige Jesús a la comunidad, repitiendo las palabras di­chas a Pedro como primer creyente (16,19). Todos los que profesan la misma fe en Jesús pueden decidir sobre admitir o expulsar de la comunidad. Se ve que Pedro en aquella escena era prototipo de la comunidad misma. La decisión humana está refrendada por Dios.



vv. 19-20: Os lo digo otra vez: Si dos de vosotros llegan a un acuerdo aquí en la tierra acerca de cualquier asunto por el que hayan pedido, surtirá su efecto por obra de mi Padre del cielo, 20pues donde están dos o tres reunidos apelando a mí, allí en medio de ellos, estoy yo.

Jesús repite el mismo principio con otras palabras. La traducción de este pasaje es difícil.

La correspondencia temática de los dos versículos se aprecia por la oposición entre tierra y cielo y entre hombres y Dios (implí­cito en los verbos pasivos de v. 18). El tema común es que lo acor­dado por los hombres queda confirmado por Dios.

Entra, sin embargo, en la segunda formulación el elemento de la petición. La eficacia del acuerdo se debe a la presencia de Jesús entre los que apelan a él. No se toman, pues, las decisiones a la ligera, ni resultan tampoco del mero parecer humano: se hacen contando con la presencia del Señor en el grupo cristiano a quien se dirige la petición. Las expresiones «por el que hayan pedido» (19) y «apelando a mí» (20) son equivalentes.


COMENTARIO 2

La actuación de la salvación está ligada a la comunidad salvífica. Esta convicción ya presente en el Antiguo Testamento sigue vigente en la comunidad de los discípulos de Jesús. Por ello, dicha temática aparece como el objeto principal de las recomendaciones de Jesús, transmitidas en este pasaje evangélico. Desde esta perspectiva más amplia se toman en cuenta dos componentes particulares de la vida comunitaria: la corrección fraterna (vv.15-18) y la oración (vv.19-20).

Frecuentemente la presencia divina aparece ligada al Templo en el Antiguo Testamento y en la consideración de algunos contemporáneos de Jesús. En tiempos de Mateo, debido a la destrucción del Templo, la presencia divina era considera en la interpretación farisea en relación a su interpretación de la Ley.

Frente a estas concepciones, la comunidad de Mateo conecta la realización de la salvación a la comunidad salvífica de Jesús y a la presencia de éste en la vida comunitaria. Apartarse de la comunidad eclesial es hacerse merecedor del calificativo de “pagano o recaudador”, la función judicial de absolver o condenar está ligada a la “Iglesia”, Jesús está situado “en el medio” de dos o tres reunidos que se ponen de acuerdo en lo que es necesario para la actuación del designio de Dios.

Por consiguiente, tanto la corrección fraterna cuanto la oración comunitaria sólo pueden ser rectamente comprendidas en el marco de esta presencia divina.

Respecto al primero de los puntos, Jesús enseña que cada integrante de la comunidad debe sentirse responsable de la preservación de la fidelidad de la comunidad a la voluntad divina. A partir de un caso hipotético, pero profundamente real, en la relación comunitaria “Si un hermano te ofende" o “peca contra ti” se dispone un proceso de corrección cuyo fin no es avergonzar al hermano sino “ganar” al hermano, reintegrándolo a la comunidad salvífica. Esta finalidad sólo puede alcanzarse mediante una metodología gradual que sea capaz de expresar esta finalidad. Por ello, en primer lugar, aún antes de que el pecador manifieste cualquier tipo de arrepentimiento, cada integrante de la comunidad debe sentirse responsable de la comprensión del error por parte de quien se ha equivocado y “hacérselo ver” (v.15). Sólo luego del fracaso de este intento se deberá llamar “a otro o a otros dos” integrantes de la comunidad para “resolver la cuestión apoyándose en dos o tres testigos” (v.16). Si también este intento fracasa se exige recurrir a la “comunidad o Iglesia” responsable último de la fidelidad al designio salvador de Dios. A ella está ligada, lo mismo que en Mt 16,18-20, el “atar y desatar”.

Después de la consideración de la corrección fraterna, Jesús pone de manifiesto la eficacia de la oración. La oración eficaz sólo puede ser fruto de la superación de la propia agresividad, adecuándose a la práctica histórica de Jesús, único medio de alcanzar la auténtica unidad en un mundo marcado por divisiones lacerantes y por la agresividad producida por el egoísmo de los hombres.

El verdadero consenso sólo puede tener lugar por la presencia de Jesús. Y sólo desde el consenso realizado por este medio puede surgir la eficacia de la oración y de la auténtica comunicación con el “Padre del cielo” (v.19).

1. Juan Mateos, El evangelio de Juan. Texto y comentario. Ediciones El almendro, Córdoba 2002 (en prensa).

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).


3-7. DOMINICOS 2003

La palabra de Dios nos guíe
Deuteronomio 34, 1-12:
“En aquellos días, Moisés subió a la estepa de Moab, al monte Nebo, a la cima del Fasga que mira a Jericó; y el Señor le mostró toda la tierra, de Galaad hasta Dan..., y le dijo: Esta es la tierra que prometí a Abrahán, a Isaac y a Jacob... Te la he hecho ver con tus propios ojos, pero no entrarás en ella.

Y allí murió Moisés, siervo del Señor, en Moab... Le enterraron en el valle de Moab, frente Bet Fegor; y hasta el día de hoy nadie ha conocido el lugar de su tumba...”

El texto reitera las ideas y hechos que ya hemos comentado en días anteriores: Moisés guió y animó a su pueblo, pero sin consumar la posesión de la tierra prometida. Muchas mediaciones humanas habrán de ser necesarias para que poco a poco Israel se vaya situando y consolidando como pueblo, tierra, nación. La vida y misión de cada uno queda enmarcada en estrechos límites. No asumirla es malograrla.

Evangelio según san Mateo 18, 15-20:
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos... Si no les hace caso, díselo a la comunidad; y si no hace caso siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.

Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.

Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

Tres mensajes: 1) corrección fraterna, 2) poder para atar y desatar, 3) fuerza de la oración. Detengámonos en el primero. La corrección fraterna ha de comenzar por lo más sencillo, inmediato, privado. Si esto basta, será una bendición, pues habría buen espíritu. Si no, lamentablemente habrá de intervenir la comunidad y juzgar.



Momento de reflexión
Elogio de una vida en que caridad y corrección se dan la mano.
Sería muy hermoso que nuestra vida en familia, grupo convivencial, sociedad, comunidad religiosa, iglesia, estuviera tan impregnada de ardiente caridad que en ella no se dieran debilidades y pecados. Pero eso es pura utopía. Somos hombres de carne y hueso, de pasiones y calmas, de turbulencias y silencios..., y las miserias nos acompañan siempre. Por eso mismo hemos de ser todos mutuamente comprensivos, tolerantes, perdonadores, animadores.

Pero en esa convivencia hay enorme diferencia entre personas y grupos que están abiertos a la mutua corrección, primero individual, luego en pequeño grupo, y finalmente en comunidad o asamblea, y personas o grupos que se cierran y niegan a todo tipo de corrección.

Si esto adquiere proporciones notables, está en peligro manifiesto la cordialidad, acogida mutua, fraternidad, paz interior y exterior. Adoptemos, pues, como norma, si fallamos y ofendemos a otro u otros, restablecer pronto el trato y amistad, no sea que el mal se agrande y nos hagamos infelices y amargados.

Elogio de las mediaciones de perdón.
Es admirable en el plan divino de justificación y salvación que Dios nos ame y trate como a hijos directamente, en intimidad. ¿Cómo podremos agradecérselo?

Pero es admirable también que, por medio de Cristo, Hijo de Dios encarnado, haya instituido unos cauces de perdón, como son los sacramentales, para que descubriendo el corazón arrepentido, experimentemos la gracia que devuelve, paz, amor, filiación, acogida en la casa del Padre.

Un poco de humildad, sinceridad y verdad nos es necesario para alcanzar un mejor conocimiento de nosotros mismos, como pecadores, y para levantar nuestro ánimo a la contemplación del rostro de Dios como rostro de Padre que se goza en los hijos.

Señor, haz que en la Iglesia santa, bañada en la sangre de Cristo, vivamos todos los fieles como auténticos hermanos, prontos a reconocer nuestras debilidades, a perdonar las de los otros y a agradecer el inmenso amor divino que siempre tiene abierta la puerta de la casa del Padre para los hijos pródigos.


3-8. 2003

Dt 34, 1-12: Moisés muere en el país de Moab
Salmo responsorial: 65, 1-3.5.8.16-17:Bendito seas Señor, Dios de mi vida
Mt 18, 15-20:Si te escucha, habrás salvado a tu hermano.

Este apartado es una enseñanza, e invitación a la vez, de Jesús a la moderación en el uso de ciertas reglas de disciplina comunitaria. El juicio condenatorio del hermano es posible sólo cuando persevera en el mal y rechaza cualquier corrección y perdón (vv. 15-17). En ese caso, Dios ratifica la acción de su Iglesia. Sería precipitado llamar a otro “pecador”. Jesús dice: “el hermano que comete una culpa”. Hay gran diferencia entre el que falla de vez en cuando y el que es de verdad pecador. Jesús pide que, si uno ve que un hermano peca, se le acerque en privado para retraerlo del mal. Si lo logra, ¡qué ganancia tan magnífica ha obtenido! Porque el objetivo es salvar al que peca, ayudándolo a que se aparte del mal. Si se resiste, se le debe amonestar en presencia de dos o tres personas. Si se resiste aún, se acude a la comunidad, y sólo después se puede declarar que aquél se ha separado de la comunidad, pues no actúa como miembro de ella.. La expresión hebrea “atar y desatar” indica la capacidad ilimitada del perdón. Una actitud del todo diferente de nuestra tendencia a condenar... como cristianos, hemos de reconocernos como perdonados que deben también perdonar.

Los vv. 19-20 nos indica donde reside el verdadero poder de la comunidad (Rom 15,30; 1Tes 5,25; Col 4,3), se interpreta la confirmación divina de la actuación de los que actúan en sintonía con Jesús. La presencia de Jesús en medio de su pueblo para dirigir y guiar proporciona la seguridad divina de que las inquietudes en que dos concuerdan están motivadas por la voluntad de su Padre celestial (v. 14; cf. Mal 3,16-18).


El texto va dirigido a una comunidad cristiana en la que existen problemas de convivencia y en continuidad con el día de ayer Dios no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños... Por esta razón los dirigentes de la comunidad, y todos nosotros también, antes de decidirnos a separar a alguien que se haya “extraviado”, debemos seguir el camino de la corrección fraterna.

Si decimos pertenecer y trabajar por el reino debemos abordar el pecado de un hermano a la luz del interés del Padre porque nadie perezca. Nuestro objetivo en las relaciones con nuestros prójimos es recuperar al hermano para que no tropiece ni haga tropezar a otros. Consiguientemente, movido por el amor y la solicitud, ha de hablar a solas con el otro (cf. Lv 19,17-18). Si no hace caso se nos invita a buscar a “uno o dos” no como testigos de un juicio, que es la acción que aplicamos (cf. Dt 17,6; 19,15), sino para urgirle a volver a la fidelidad. Si el hermano sigue sin querer escuchar, el discípulo debe decírselo “a la Iglesia”, la comunidad de quienes pertenecen al reino. La finalidad de esta actuación no es otra que eliminar toda piedra de escándalo, traer de vuelta al descarriado a la comunión con toda la comunidad.

De esta manera es como los que nos llamamos y somos hijos de Dios debemos ejercitar la responsabilidad de las llaves del reino. Las palabras dirigidas a Pedro en 16,19, “lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”, se dirigen ahora a la Iglesia, a toda la comunidad convocada por Jesús (v.18). Con esto se nos anima a experimentar el respaldo de la autoridad divina en ciertas actuaciones realizadas por la comunidad a través de sus jefes, cuando éstos “excluyen” e “incluyen”, imponen obligaciones y liberan de ellas, declaran la culpa y el perdón. Estos no son actos meramente humanos, pues unos actos divinos (realizados “en el cielo”) los autorizarán y ratificarán. No obstante, lo que se subraya sigue siendo el llevar la buena noticia a los perdidos, y no tanto una actuación disciplinaria.

A la luz de lo anterior los últimos versículos que nos hablan de la fuerza de la oración, indican que el acto de la corrección fraterna se debe realizar en un ambiente de unidad y oración, que asegura la presencia de Jesús resucitado.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-9. ACI DIGITAL 2003

15. Las palabras "contra ti" faltan en los mejores códices y proceden quizá del v. 21 o de Luc. 17, 4. Buzy y otros modernos las suprimen. Cf. Lev. 19, 17; Deut. 19, 17; I Cor. 6, 1 ss.

17. "Por lo cual los que están separados entre sí por la fe o por el gobierno no pueden vivir en este único cuerpo (Iglesia) y de este su único Espíritu" (Pío XII, Encíclica del Cuerpo Místico). Cf. I Cor. 5, 3 ss.

18. Los poderes conferidos a S. Pedro (16, 19) son extendidos a todos los apóstoles (vv. 1, 17 y 19 s.); sin embargo no habrá conflicto de poderes, ya que Pedro es la cabeza visible de la Iglesia de Cristo, pues sólo él recibió "las llaves del reino de los cielos". Véase Juan 20, 22 ss.; Hech. 9, 32. Cf. Hech. 2, 46; Col. 4, 15.

19. De entre vosotros: A todos los que queremos ser sus discípulos nos alcanzan estas consoladoras palabras.

20. Grandiosa promesa: Jesús es el centro y el alma de tan santa unión y el garante de sus frutos.


3-10. CLARETIANOS 2003

Ha llegado la hora de la muerte de Moisés. Su certificado médico es impecable: a los ciento veinte años no había perdido la vista ni las fuerzas. Da la impresión de que su amigo, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, que tanto lo ha acompañado, tiene un feo detalle al final de una trayectoria tan larga. Le pone los dientes largos haciéndole ver la tierra prometida, pero tú no entrarás en ella. Al relato sólo le falta añadir algo así como “¡Te fastidias!” (o cualquiera de sus múltiples versiones). Nunca acabamos de acostumbrarnos a un Dios políticamente incorrecto. Nos da la impresión de que, en algunos casos, nosotros lo haríamos mejor. Pero basta asomarse a la reciente película Como Dios para ver en qué podría terminar el experimento.

Frente a la pacífica muerte de Moisés, podemos contemplar la dramática muerte de 51 jóvenes claretianos hace 67 años. Hoy celebramos su memoria. Podéis conocerlos uno a uno contemplando las fotos de los Beatos Mártires Claretianos de Barbastro. Lo que importa es que, detrás de esas fotos envejecidas por la pátina del tiempo, hay una historia viva, que llega hasta hoy y nos transmite un mensaje de fidelidad, de entrega, de alegría y de perdón.


3-11.

Comentario: Rev. D. Pedrojosé Ynaraja i Díaz (El Muntanyà-Barcelona, España)

«Si tu hermano llega pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos»

Hoy, en este breve fragmento evangélico, el Señor nos enseña tres importantes procederes, que frecuentemente se ignoran.

Comprensión y advertencia al amigo o al colega. Hacerle ver, en discreta intimidad («a solas tú con él»), con claridad («repréndele»), su equivocado proceder para que enderece el camino de su vida. Acudir a la colaboración de un amigo, si la primera gestión no ha dado resultado. Si ni aun con este obrar se logra su conversión y si su pecar escandaliza, no hay que dudar en ejercer la denuncia profética y pública, que hoy puede ser una carta al director de una publicación, una manifestación, una pancarta. Esta manera de obrar deviene exigencia para el mismo que la practica, y frecuentemente es ingrata e incómoda. Por todo ello es más fácil escoger lo que llamamos equivocadamente “caridad cristiana”, que acostumbra a ser puro escapismo, comodidad, cobardía, falsa tolerancia. De hecho, «está reservada la misma pena para los que hacen el mal y para los que lo consienten» (San Bernardo).

Todo cristiano tiene el derecho a solicitar de nosotros los presbíteros el perdón de Dios y de su Iglesia. El psicólogo, en un momento determinado, puede apaciguar su estado de ánimo; el psiquiatra en acto médico puede conseguir vencer un trastorno endógeno. Ambas cosas son muy útiles, pero no suficientes en determinadas ocasiones. Sólo Dios es capaz de perdonar, borrar, olvidar, pulverizar destruyendo, el pecado personal. Y su Iglesia atar o desatar comportamientos, trascendiendo la sentencia en el Cielo. Y con ello gozar de la paz interior y empezar a ser feliz.

En las manos y palabras del presbítero está el privilegio de tomar el pan y que Jesús-Eucaristía realmente sea presencia y alimento. Cualquier discípulo del Reino puede unirse a otro, o mejor a muchos, y con fervor, Fe, coraje y Esperanza, sumergirse en el mundo y convertirlo en el verdadero cuerpo del Jesús-Místico. Y en su compañía acudir a Dios Padre que escuchará las súplicas, pues su Hijo se comprometió a ello, «porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20).


3-12.

Reflexión:



Ez. 9, 1-7; 10, 18-22. Volvamos al Señor, rico en misericordia para quien se arrepiente y lo invoca con fe y con amor. Él jamás se olvida de nosotros ni nos deja sin amparo. Pero si nosotros lo hemos abandonado y recae sobre nosotros la desgracia, no lo culpemos de aquello que nosotros mismos hemos provocado. El Señor se elevará en su gloria y se alejará de aquel que lo ha rechazado, no porque lo deje de amar, sino porque se le cerró la puerta dejándolo fuera. Sin embargo siempre estará dispuesto a volver con todo su amor de Padre cuando con sinceridad se le busque, y cuando arrepentidos le pidamos perdón y estemos dispuestos a ir por sus caminos. El Señor nos ha marcado y sellado con su Sangre. Pero no nos confiemos; es necesario manifestar, con una vida intachable, que realmente somos sus hijos y le permanecemos fieles. Él seguirá siendo siempre el Dios-con-nosotros, y nos buscará hasta encontrarnos para ofrecernos la restauración de la Alianza con Él, pues no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y se salve. Él sea bendito por siempre.

Sal. 112. El Dios cuya gloria está por encima de los cielos se ha hecho Dios-con-nosotros. Él nos amó y se entregó por nosotros. Él no sólo ha bajado su mirada desde su excelso Santuario para contemplar tierra y cielo, sino que no retuvo para sí mismo el ser igual a Dios, y se anonadó a sí mismo tomando nuestra condición humana. Él se hizo en todo semejante a nosotros; Él experimento nuestros dolores y pobrezas para poder compadecerse de todos. Por eso alabémoslo, bendigámoslo y vivámosle siempre fieles porque su amor por nosotros perdura eternamente. Él permanece en medio de nosotros por medio de la Iglesia; Él nos instruye mediante su Palabra; Él sigue salvándonos mediante los diversos Sacramentos, especialmente mediante la Eucaristía. Su amor es eterno. Bendito sea.

Mt. 18, 15-20. Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por Él. Así, quien vive en Cristo es una criatura nueva en Él, pues todo don perfecto viene de Dios, que nos ha reconciliado consigo mismo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación. No podemos, por tanto, satanizar y condenar a los malvados y pecadores. El Señor, que hecho uno de nosotros, entregó su vida para salvar a la humanidad entera, nos ha enviado a continuar su misión de Buen Pastor, buscando a la oveja descarriada hasta encontrarla para que, cargándola sobre nuestros hombros, la llevemos de vuelta a la comunión con Dios y con la Iglesia. Hemos de agotar hasta el último recurso con tal de liberar a nuestro prójimo de sus esclavitudes al pecado y a la muerte. No atemos, no condenemos; más bien desatemos y salvemos. El Señor ha confiado ese poder a su Iglesia. Cuando pareciera que ya todo es imposible, sin dejar de trabajar por el bien de los demás, acudamos al Señor y roguémosle que conceda su amor, su perdón, su paz, la salvación y la vida eterna a quienes pareciera que ya no tienen esperanza de ser renovados. Puesto que la salvación es un Don gratuito y libre de parte de Dios hacia nosotros, acudamos con fe al autor de nuestra salvación para que nos renueve y nos haga no sólo llamarnos sino vivir como hijos suyos, pues lo que a los ojos de los hombres es imposible, es posible para Dios.

El Dios paciente, lleno de amor y de misericordia hacia nosotros, nos reúne en esta Eucaristía para ofrecernos su perdón. A pesar de todo aquello que nos alejó de Él, Él quiere que renovemos nuestra Alianza de amor. Él no se complace en la muerte del pecador, sino en que se convierta y viva. Para eso el Señor derramó su Sangre por nosotros. Él intercede ante el Padre Dios por nosotros para que nos contemple con amor y nos perdone. ¿Habrá alguien que nos haya amado como Él? Dios no quiere alejarse de nosotros. Él está a la puerta y llama; si alguien le abre Él entrará y cenará con Él. Él nos sienta a la Mesa en esta Cena Pascual. No sólo quiere llegar a nosotros como visitante, sino como huésped que, al habitar en nosotros, nos convierta en templos suyos para que seamos santos, como Él es Santo. No cerremos nuestro corazón a su presencia salvadora. Ojalá y escuchemos hoy su voz y no endurezcamos nuestro corazón en su presencia.

La Iglesia de Cristo es un comunidad en diálogo; en diálogo permanente con su Señor para conocer su voluntad y para poder cumplirla con la ayuda del Espíritu Santo; en diálogo permanente con los demás miembros de este Cuerpo Místico de Cristo, de tal forma que viviendo la comunión pongamos mutuamente nuestros carismas para nuestra mutua edificación; en diálogo permanente con toda la humanidad para vivir la solidaridad que nos ayude a remediar los males y las pobrezas de muchos hermanos nuestros, pues desde Cristo ya no podemos hablar sólo de prójimos, sino de hermanos, que tal vez dispersó el pecado y los alejó en un día de tinieblas y nubarrones, pero que Dios no ha dejados de amarlos, ni ha dejado de llamarlos a la plena unión con Él. Como Iglesia no vayamos a los demás para condenarlos y alejarlos, sino para atraerlos a todos hacia Cristo para que en Él encuentren la salvación, y recuperen el compromiso de trabajar por la unidad y la paz.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de sabernos perdonar mutuamente; de no pasar de largo ante el pecado de nuestro prójimo; de no acercarnos a él para condenarlo sino para salvarlo, aún a costa de nuestra propia vida, pues esa es la medida con que nosotros hemos sido amados por Dios, y, quienes en Cristo somos sus hijos, no podemos seguir un camino diferente al que Él nos mostró en la Cruz. Amén.

Homiliacatolica.com


3-13. DOMINICOS 2004

Santa Clara de Asís

Alabad al Señor el cielo, la tierra y el mar.
Alabad al Señor la belleza del cuerpo y la pureza de corazón.
Alabad al señor ángeles y hombres, reyes y pueblos, doncellas y madres.

Clara de Asís, nacida en 1193, dicen que era una auténtica belleza desde niña. Y en su pubertad se prodigaron los ‘pretendientes’. Pero no todos los sentimientos humanos se agotan en el amor carnal, en el atractivo de ser madre, en el placer de ser admirada.

Clara tuvo auténtica admiración, desde su infancia, por las maravillas que se contaban del joven Francisco de Asís con su revolución espiritual-social-religiosa, y pensó que una vida como la suya, en pobreza, desprendimiento, pureza de corazón, canto de alabanza al Creador..., sería tan envidiable y dichosa como cualquier otra opción de vida. Y hacia ello se encaminó.

Habló con Francisco, se preparó para vencer la oposición familiar a una posible ‘consagración a Dios’, y entró en un monasterio de benedictinas para ir madurando un proyecto de monasterio paralelo al de Francisco y a tono con su estilo y espíritu evangélico. Y todo lo consiguió, fundando la familia de monjas clarisas que pueblan el mundo y enriquecen a la Iglesia de Cristo.

¡Cuánto puede una mujer, movida por el Espíritu, en servicio del amor y de la alabanza divina!


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Profeta Ezequiel 9, 1-7; 10, 18-22:
“Yo, Ezequiel, en éxtasis, oí al Señor que decía en alta voz: Acercaos, verdugos de la ciudad, empuñando cada uno su arma mortal.

Inmediatamente aparecieron seis hombres por la puerta de arriba, la que da al norte, empuñando mazas. Y en medio de ellos había un hombre vestido de lino, con los avíos de escribano a la cintura...

El Señor llamó al hombre vestido de lino y le dijo: Recorre la ciudad, atraviesa Jerusalén, y marca en la frente a los que gimen afligidos por las abominaciones que en ella se cometen.

Y a los otros les dijo: Recorred la ciudad detrás de él, golpeando sin compasión y sin piedad a viejos, mozos y muchachas, a niños y mujeres, y acabad con ello. Pero a ninguno de los marcados lo toquéis. Empezad por mi santuario..., profanad el templo... salid a matar por la ciudad...

Luego, la gloria del Señor salió, levantándose del umbral del templo, y se colocó sobre los querubines...”

Evangelio según san Mateo 18, 15-20:
“Jesús habló así a sus discípulos {sobre la corrección fraterna}: Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, díselo a la comunidad. Y si no hace caso siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. Y prosiguió hablando: Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros os ponéis de acuerdo en la tierra para pedir algo, os lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.


Reflexión para este día
Vi una figura que parecía de hombre.
El profeta Ezequiel nos hace una descripción de cuanto –en éxtasis- fue contemplando ante el trono de Dios, envuelto en su gloria. Todo lo descrito no es más que un preludio del cúmulo de revelaciones y oráculos que va a lanzar en nombre de Dios. Ezequiel juega con su imaginación, utiliza y recompone materiales artísticos que conoce, y trata de ponernos en situación para que purifiquemos nuestro corazón y volvamos al Dios del amor y de la vida, diciendo con humilde fe:

¡Sea la gloria a ti, nuestro Dios y Señor!

¡Nada somos, Señor, pobres pecadores, peana de tus pies, servidores de tu bondad y palabra, necesitados de vestir la blanca hermosura de la gracia!

Aprendamos hoy la lección de Clara de Asís y devolvamos a Dios, en actitud de fidelidad y alabanza, de desprendimiento y pobreza, de generosidad y solicitud, cuanto de él hemos recibido por naturaleza y gracia.


3-14.

Todo lo que atéis en la tierra

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Clemente González

Reflexión:

En pocas líneas, Jesús presenta tres cuestiones muy importantes. La primera podría llamarse “la defensa de la verdad”, porque es una invitación a todos los cristianos a defender los principios de la moral. Con frecuencia se muestran comportamientos equivocados (por ejemplo, en materia económica, sexual, etc.) y se presentan como si fueran conductas “normales” o “aceptables”. Sin embargo, Jesús nos pide que demos a conocer la verdad, con claridad y respeto, porque nos importan los demás y queremos que también se salven. El Catecismo es una valiosa ayuda para eso, porque nos da los criterios muy precisos.

La segunda idea se refiere al gran poder que dio el Señor a los apóstoles. Ellos y sus sucesores (el Papa y los obispos, auxiliados por los sacerdotes) tienen la misión de procurar que los hombres se desaten del pecado. La manera de hacerlo es a través de la predicación y, sobre todo, por el sacramento de la Penitencia, donde pueden realmente perdonar los pecados en nombre de Dios.

El último tema nos dice que Jesús promete estar con aquellos que le invocan a través de la oración, y que las peticiones serán más eficaces si entre varias personas suplican a Dios en nombre de su Hijo Jesucristo.


3-15.