MIÉRCOLES DE LA SEMANA 18ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Nm 13, 2-3.26.31  Nm 14, 1.26-29.34-35

1-1.

Leeremos hoy una de las explicaciones de los «cuarenta años» de estancia por el desierto. Sin duda hubo razones naturales de ese largo plazo... pero en años posteriores, reflexionando en la fe sobre ese hecho, se vio en ello un castigo: ninguno de los que murmuraron contra Dios podrá entrar en la Tierra Prometida... Toda la «generación» culpable morirá antes; tan sólo los hijos podrán beneficiarse de las promesas. Jesús comparó, a menudo a los hombres de su tiempo a esta «generación» del desierto (Mateo 12, 39; Lucas 11, 29)

-Envía algunos hombres, uno por tribu a que exploren el país de Canaan, que doy a los hijos de Israel... Al cabo de cuarenta días volvieron de explorar la tierra... Les hicieron una relación y les mostraron los productos del país...

Hoy, en Israel, en muchos lugares está representada esa escena: se ve a dos hombres con un bastón sobre los hombros y colgado de el llevan un enorme racimo de uvas ¡tan grande que uno solo no podría llevar! Símbolo de la fecundidad extraordinaria de ese país de Jauja ante el cual se encuentran. Para esos nómadas habituados a tantas privaciones en el desierto, es motivo de envidia y de esperanza: ¡la Tierra prometida está allá muy cerca!

-Hemos explorado el país donde nos enviaste. De veras es una tierra que mana leche y miel. Ved ahí los productos.

Expresión simbólica muy evocadora: leche, miel. vino

Y todo esto en abundancia ¡una fuente inagotable de bienes!

Más allá de la materialidad de esos alimentos suculentos, hemos de aceptar la revelación que aquí se nos repite, de un Dios que quiere colmar de felicidad su creación ¿Soy un hombre de esperanza, abierto a la alegría que llega? ¿Creo en profundidad que Dios destina su creación a que el hombre encuentre en ella su propia ALEGRÍA divina, cuyo acceso nos abre? «Servidor bueno y fiel, entra en la alegría de tu señor. » (Mateo 25, 21)

-Todo el pueblo que habita ese país es poderoso. Las ciudades fortificadas son muy grandes. Ese pueblo es más fuerte que nosotros. Todos los que allí hemos visto, son altos. Hemos visto también gigantes. Nosotros nos veíamos ante ellos como saltamontes...

A pesar de la maravillosa descripción precedente, a pesar del deseo de detenerse, de dejar el desierto... el pueblo de Israel escuchará la voz del miedo, mala consejera.

¡Cuán faltos estamos de valor también nosotros! ¡Cuántas ocasiones que se nos habían ofrecido, fallamos!

Ayúdanos, Señor, a aceptar valientemente las oportunidades y las aventuras que están a nuestro alcance. Ayúdanos a no renunciar ante las dificultades de nuestras empresas humanas.

-Entonces toda la comunidad alzó la voz y se puso a gritar. Y el pueblo lloró aquella noche.

Clamor emocionante de los descorazonados de todos los tiempos, a los que hay que saber escuchar y que puede suscitar nuestra oración y nuestra acción...

-El Señor habló a Moisés y a Aarón: «¿Hasta cuando esta comunidad perversa estará murmurando contra mí? En este desierto caerán vuestros cadáveres.»

Esta fue la condenación de andar errabundos durante cuarenta años. Sólo un pueblo "nuevo" podrá entrar en la Tierra prometida. El evangelio nos repetirá también las exigencias de renovación necesarias para entrar en la alegría de Dios: el vestido nupcial para entrar en el festín (Mt 22, 11) el nuevo nacimiento para participar en el Reino (Jn 3, 3), el vino nuevo no puede mezclarse con el vino añejo (Lc 5, 37), la nueva masa purificada de la vieja levadura (I Corintios 5, 7).

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 216 s.


1-2. /Nm/13/01-33

La narración que leemos hoy es importante porque nos da a conocer el motivo de la extraordinaria duración de la travesía del desierto hasta la tierra prometida. De hecho, el paso del desierto se había realizado en poco tiempo: unos tres meses hasta llegar al macizo del Sinaí. Aquí los israelitas estuvieron acampados cerca de un año. Fue una etapa de reflexión y de organización de aquella muchedumbre como pueblo. Después partieron hacia el norte en dirección a Canaán, que avistaron al cabo de unos dos meses de camino.

Ahora se hallaban ya a las puertas de la tierra prometida; aparentemente, el éxodo tocaba a su fin; era necesario, pues, preparar la conquista del país para obtener su posesión. Y aquí surgen las dificultades más fuertes.

En primer lugar se trata de dificultades naturales. La multitud que ha «pasado» a través del desierto no oculta su intención de apoderarse de un territorio para convertirlo en el lugar de su residencia perpetua. La impulsa el deseo y la necesidad de una patria, que a sus ojos aparecen alimentados por una idea religiosa: Yahvé, su Dios, se la ha prometido y ahora les da aquella tierra. Pero los habitantes del país no tienen ninguna intención de abandonarlo ni de compartirlo con los recién llegados, de modo que presentan toda la resistencia que pueden. La tierra prometida tendrá que ser conquistada; Israel lo sabe y se prepara.

Hay que comenzar por trazar un plan de espionaje: es preciso tener ideas exactas sobre el terreno por conquistar, sobre el carácter de sus habitantes, las fortificaciones con que cuentan, etc. (1-3). Con este objeto se mandan exploradores, espías. Son personas de confianza, hombres escogidos de entre los principales y representativos de todo el pueblo (3b-16). Los exploradores vuelven con un informe exacto: informan sobre las excelencias de la tierra y de sus frutos, sobre las ciudades amuralladas y fuertes, pobladas por gentes valientes y de gran talla (27-29). La comparación de esta realidad con la de los hijos de Israel es para desanimar al más optimista. Y aquí radica, según la tradición religiosa, la prueba de fuego de la fe del pueblo: ¿Es Yahvé o el pueblo quien salva? (30). Israel, a la hora de la verdad, opta por valorar más la miseria del grupo que la fuerza de Yahvé. En esta ocasión, algunos de los expedicionarios actúan como un lazo para el pueblo. Se dejan llevar por el aspecto material del problema y, dejando de lado la fe y la confianza en Yahvé, desacreditan la tierra que han explorado. El resultado será la desmoralización del pueblo y su marginación del campo estricto de la fe, que los llevará al fracaso más ruidoso y a tener que dejar los huesos en el desierto para dar paso a una savia nueva a la hora de poblar la tierra prometida. Es lo que veremos en la lectura de mañana.

J. M. ARAGONÉS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 156 s.


1-3. /Nm/14/01-25:

Una vez finalizada la exploración de la tierra que quieren conquistar, los israelitas deben determinar la estrategia que es preciso seguir. El informe de los exploradores es doble y contradictorio; las dos relaciones coinciden en señalar una realidad: la tierra es muy buena (vv 7-8), pero difícil de conquistar (13,32s). Sin embargo, uno de los informes, reconociendo las dificultades, subraya que hay que confiar en la protección de Yahvé, que es en definitiva quien lleva adelante la empresa del éxodo y que juzga -discierne- a los otros dioses. Las divinidades de los cananeos no pueden proteger a sus fieles, mientras que Yahvé está con Israel (19). La consigna de la fe es, pues, no temer a los enemigos y confiar en Yahvé: «El nos hará entrar en esa tierra y nos la dará» (8).

Contra esta visión realista, pero iluminada de la fe, sostenida por una exigua minoría, se alza la opinión de la mayoría de los exploradores, que desacredita la tierra que han explorado; éstos parten de que la empresa de la conquista es responsabilidad exclusiva del pueblo y depende sólo de sus posibilidades. ¿Se trataba originariamente de una discusión religiosa o de un simple enfrentamiento entre dos tendencias a la hora de determinar la estrategia que convenía seguir? Lo cierto es que el autor del libro, sobre el esquema de unos hechos estilizados por la distancia de los siglos -dificultades de la conquista, pobreza de medios de Israel, azote de la peste y necesidad de una retirada, más o menos estratégica-, teje una lección de teología para edificación y aviso de sus contemporáneos.

Una vez más entra en juego el espíritu conciliador de Moisés. A través de una plegaria rebosante de confianza en la bondad de Dios, Moisés esgrime el argumento del honor de Yahvé: todos saben que Yahvé es un Dios fuerte: sacó de Egipto a su pueblo (13), lo ha sustentado en el desierto y habita en medio de ellos (14). Si ahora lo extermina, los pueblos no lo entenderán y creerán que lo ha destruido en el desierto porque no ha podido llevarlo a la tierra prometida (15-16). Dios es justo y, por eso, castiga la iniquidad; pero lo que le caracteriza no es precisamente la justicia, sino la misericordia: Yahvé es tardo a la ira y rico en misericordia. La bondad de Dios se traduce en la práctica, en una fidelidad inconmovible a la alianza, pese a que el pueblo la quebranta a cada paso. Es realmente conmovedora la confianza de Moisés en la bondad de Dios, que le convierte en un atrevido consejero de Yahvé. El éxodo es la historia del pecado del pueblo y, al mismo tiempo, la del perdón de Dios. Al abismo de iniquidad del pueblo, Dios responde con la grandeza de su misericordia (29).

Yahvé accede al ruego de su siervo (20), pero pronunciará la sentencia que obligará a Israel a vagar durante cuarenta años por el desierto (25).

J. M. ARAGONÉS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 157 s.


2.- Jr 31, 1-7

2-1.

-En aquel tiempo -palabra del Señor- Yo seré el Dios de todas las tribus y familias de Israel, y ellas serán mi pueblo

Fórmula de la Alianza: una pertenencia mutua, una reciprocidad de destino. «Yo seré tuyo y tú serás mío» Pero la fórmula está expresada en términos colectivos -se trata de un «pueblo»- y esto tiene una profunda significación, HOY también: en el estudio de los fenómenos históricos, se insiste actualmente en su dimensión colectiva. Lo que atañe a muchas personas, solidarias las unas de las otras, tiene mucha importancia para Dios. Concienciarse de los «pueblos», de los ambientes a los que pertenezco. Y rogar por su evangelización... y trabajar en ellos según mis medios.

La Iglesia es también «un pueblo». La Nueva Alianza tiene siempre un aspecto colectivo.

«Todos juntos» llegamos al cielo y «no los unos sin los otros», dirá Péguy.

Rogar por la Iglesia... y por el conjunto de la humanidad...

-Así habla el Señor: halló gracia en el desierto el pueblo que se libró de la espada. Israel camina hacia su descanso.

Es el tema del «pequeño resto» encontrado ya en Isaías 7-3 (martes de la 15ª semana).

En el vacío de las horas más sombrías, hay que conservar la esperanza. Cuando todo parece perdido, hay que levantar la cabeza. Israel «camina» hacia su descanso.

-De lejos se le apareció el Señor diciendo: con amor eterno te he amado, por eso he reservado gracia para ti.

De nuevo te edificaré y serás edificada, doncella de Israel.

Es el tema de la fidelidad de Dios.

El contrato de Alianza de Dios con su pueblo no es un regateo, «me das, te doy», «si sois fieles yo seré fiel».

¡Dios se ha comprometido a ser fiel aun cuando nosotros no lo seamos! «He reservado gracia para ti» Esto, lo hemos encontrado ya, de modo inolvidable, en el profeta Oseas. Gracias, Señor, de esta fidelidad a toda prueba. Que sea yo lo menos indigno posible. "¡Con amor eterno te he amado!"

Hay que dejar resonar en nuestro interior estas palabras ardientes que Dios nos repite HOY también.

«Habiendo amado a los suyos en el mundo, los amó hasta el fin.» Jesús será pronto el rostro concreto de esta declaración de amor de Dios a la humanidad.

-Doncella de Israel, de nuevo tomarás tus tamboriles de fiesta y pasearás entre danzas festivas.

Imagen inolvidable, que nos muestra la ternura del alma de Jeremías: una doncella feliz que baila de alegría.

Es así como imagina Dios a la humanidad salvada, pasado el tiempo de la prueba.

-Aún volverás a plantar viñas...

Otra imagen de consuelo: un labriego feliz haciendo plantaciones. La viña, promesa del vino «que alegra el corazón del hombre» (Salmo 104, 15)

-Pues habrá un día en que gritarán los centinelas en la montaña de Efraim: «Levantaos y subamos a Sión donde el Señor... Gritad de gozo... Aclamad... Que se oigan vuestras alabanzas... Proclamad: ¡el Señor ha salvado a su pueblo, el resto de Israel!»

Ultima imagen: un pueblo peregrino, un pueblo en marcha hacia Dios, hacia el gozo. Un pueblo «eucarístico» que canta la acción de gracias de los que han sido salvados.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 216 s.


3.- Mt 15, 21-28

3-1.

Ver DOMINGO 20A


3-2.

-Jesús se retiró al país de Tiro y Sidón. Y una mujer Cananea, de aquella región salió y se puso a gritarle...

Jesús pasa una frontera. Su ministerio se extenderá a una tierra pagana.

San Pablo escribirá que Jesús vino para extender a "todas las naciones" la Alianza reservada hasta aquí a Israel.

Escucho el grito de esa mujer.

Las hay quizá a mi alrededor que no acierto a oír.

-"¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija tiene un demonio muy malo." El no le contestó palabra...

La plegaria, el grito, eran hermosos, sinceros y emocionantes.

Y Jesús había dicho: "Todo lo que pediréis se os concederá... Ilamad, y se os abrirá..." No obstante, Jesús calla, no contesta a esa plegaria.

¿Por qué, Señor? ¿Por qué, tan a menudo pareces no responder cuando te imploramos que nos liberes?

-"Concédeselo, que viene gritando detrás..." dicen los apóstoles.

¿Fastidio? ¿Escándalo ante la insistencia de esa "pagana"? ¿Racismo? O bien quizá: ¿verdadera emoción ante la miseria de esa pobre madre?

-Jesús respondió: "He sido enviado sólo para las ovejas descarriadas de Israel." Después del silencio, un rechazo.

¿Por qué, Señor? ¿Por qué aparentas rechazar? Sabemos, sin embargo, que hay ternura en tu corazón, y que has venido para "salvar a todos los hombres".

-Ella se adelantó y se prosternó ante El: "Señor, socórreme".

¡Oh admirable insistencia! ¿Sería ésta la respuesta a nuestros "porqués"? Las pruebas de la Fe, las pruebas de la oración, ¿serían, quizá, una purificación de la Fe, una valorización de la fuerza de la verdadera oración?

-Jesús le contestó: ."No está bien quitarle el pan a los hijos para echárselo a los perrillos".

¡Cuán duro es esto! Tú, Señor, que acabas de multiplicar los panes para toda una multitud, pareces ahora rehusar el "mendrugo" implorado por esa pobreza.

-Pero ella repuso: "Cierto, Señor; pero también los perrillos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos".

No, ella no abandonará su plegaria, irá hasta el fin.

-Jesús le dijo: "¡Qué grande es tu fe, mujer! Que se cumpla lo que deseas." He aquí a donde querías llegar: ¡Oh mujer, grande es tu fe! Es necesario ahora tratar de resumir.

Jesús se limita a cumplir la misión que ha recibido del Padre. Toda la economía de la salvación -y esto es un misterio- viene a través de los hombres: es por mediación del pueblo de Israel que los demás pueblos tendrán acceso a la Alianza, a la Mesa de Dios, al Pan de Dios. Pero una gran esperanza se abre hoy por la Fe de esa pagana. Si Jesús voluntaria y humildemente se ha limitado "a las ovejas descarriadas de Israel", deja entrever y valora el acceso de los paganos a la Iglesia.

Así debo siempre preguntarme hoy: ¿por qué tengo la suerte de tener Fe? ¿por qué soy un privilegiado, un invitado a comer el pan de los hijos de Dios? ¡Que jamás olvide, Señor, la inmensa multitud de los que esperan las migajas de esta mesa! Y yo, que me alimento ya de Dios, debo pensar que esta mesa no es jamás para mí solo. ¿Cómo haré que los demás se aprovechen de ella?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 108 s.


3-3.

1. (Año I) Números 13,2-3.26;14,1.26-30.34-35

a) Estando ya cerca de la tierra soñada, Moisés envió unos exploradores -unos espías- para que reconocieran el terreno y vieran las posibilidades de entrar, por fin, en el país que Dios había prometido a su padre Abrahán.

Es un episodio que tiene importancia en la historia de Israel, porque viene a explicar porqué no entraron ya en Canaán, sino que estuvieron durante cuarenta años -el tiempo de una generación- dando vueltas como nómadas por el desierto, cuando la marcha desde Egipto hasta Palestina podía haberse hecho en unos meses.

El informe de los exploradores es bueno y malo a la vez. Bueno, por las condiciones de la tierra en sí, un poco exageradas (recordemos las imágenes que suelen representar a dos hombres llevando un enorme racimo colgado de un palo). Malo, porque se han dado cuenta de que los pobladores de aquella tierra no están dispuestos -naturalmente- a cederla a otros.

El pueblo reacciona con pesimismo. Se contagian fácilmente la duda y el desánimo. Arrecian las murmuraciones. Antes protestaban del desierto. Ahora, de que tengan que entrar en una tierra difícil. Les falta confianza en Dios y prefieren no acometer todavía la «conquista» de Canaán, a pesar de que hay un grupo, el de Caleb, que sí estaría dispuesto. El castigo son los cuarenta años de peregrinación por el desierto. Se lo han buscado ellos: esta «generación del desierto» no entrará en Palestina (tampoco Moisés y los otros jefes, excepto Josué). Dios les ha dejado a su pereza, a su indecisión, a su falta de iniciativa y valentía.

b) Cuando reflexionamos sobre la situación del mundo de hoy, o leemos estadísticas sobre el estado de la juventud o de la Iglesia, ¿no somos demasiado propensos al pesimismo? ¿llegamos a dudar del futuro de la humanidad, del cristianismo, de la vida religiosa, de esta juventud? ¿sólo contamos con nuestras fuerzas o, sobre todo, con la ayuda de Dios y de su Espíritu?

Sí, es verdad que se pierde la fe, que hay pocas vocaciones, que la familia no es lo que era, que la Iglesia está llena de imperfecciones. En parte, también por culpa nuestra. Podemos decir con el salmo: «hemos pecado, hemos cometido maldades, se olvidaron de Dios, su salvador, que había hecho prodigios en Egipto...».

Pero no debería ser ésa nuestra actitud definitiva, sino la de optar por la confianza.

Confiar no significa cruzarse de brazos, esperando que Dios lo haga todo. Significa seguir trabajando con ilusión, seguros de que la gracia de Dios sigue actuando y realiza maravillas. Que es él quien riega y da eficacia y fruto a nuestro trabajo. Dios no cabe en ningún ordenador. Dios no sale en las estadísticas.

Tendríamos que seguir escuchando, a pesar de las apariencias en contra, la palabra repetida de Dios: «no tengáis miedo... Yo estoy con vosotros». Y seguir creyendo que, después de la noche, viene siempre la aurora. Que al invierno le sigue la primavera. Que la Pascua siempre está activa. Y que dentro de las personas hay muchas cualidades buenas.

Como Moisés, deberíamos estar dispuestos a pedirle a Dios por este mundo concreto en que vivimos, no el que quisiéramos idealmente. Como dice el salmo, «Moisés, su elegido, se puso en la brecha frente a él, para apartar su cólera del exterminio». ¿Pedimos los castigos de Dios sobre este «mundo perverso» o, más bien, intercedemos ante Dios para que siga teniendo paciencia una vez más, como el agricultor con la higuera estéril, dándole tiempo para rehabilitarse?

1. (Año II) Jeremías 31,1-7

a) Siguen las palabras de ánimo de Jeremías. Quiere que el pueblo no pierda la esperanza. El golpe del destierro va a ser duro, pero los caminos de Dios siguen siendo caminos de salvación y reconstrucción.

El lenguaje es entrañable. Dios es el Dios de la Alianza, el que ama, el que ayuda: «con amor eterno te amé, por eso prolongué mi misericordia... doncella de Israel, todavía te adornarás y saldrás con panderos a bailar en corros». Y, aunque parezca que todo está perdido, «todavía te construiré y serás reconstruida».

b) No tiene desperdicio la página de Jeremías también para nosotros, si nos encontramos en situación de desánimo.

Por una parte, haremos bien en aprender las lecciones que nos da la historia, pensando que, seguramente, algo de culpa habremos tenido nosotros en el deterioro de las cosas.

Juan Pablo II, en su carta convocatoria del Jubileo 2000, nos invitaba a un examen de conciencia: «A las puertas del nuevo milenio los cristianos deben ponerse humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que ellos tienen también en relación a los males de nuestro tiempo... Ia indiferencia religiosa... Ia pérdida del sentido trascendente de la vida... Ia atmósfera de secularismo y relativismo ético. ¿Qué parte de responsabilidad deben reconocer también ellos, frente a la desbordante irreligiosidad, por no haber manifestado el genuino rostro de Dios, a causa de los defectos de su vida religiosa, moral y social?» (TMA 36).

Pero, a la vez, el profeta nos invita a la esperanza. El lenguaje es optimista: «halló gracia... camina al descanso... te construiré, serás reconstruida... te adornarás y saldrás a bailar... plantarás... cosecharás...». Eso no pasó sólo hace dos mil quinientos años. Dios quiere que pase también ahora lo que dice el salmo: «el que dispersó a Israel lo reunirá, lo guardará como un pastor a su rebaño... entonces se alegrará la doncella en la danza, gozarán los jóvenes y los viejos...».

No está hoy el mundo peor que en tiempos de Jeremías. Y tuvo solución, porque Dios lo seguía amando. Y ahora ¿quién nos separará del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús?

Que alguien suba hoy a la azotea y grite, con el profeta: «Es de día». E invite a todos: «Levantaos y marchemos al Señor nuestro Dios... gritad de alegría... el Señor ha salvado a su pueblo».

2. Mateo 15,21-38

a) Una mujer extranjera consigue de Jesús la curación de su hija. Es una escena breve, pero significativa. Jesús sale por primera vez fuera del territorio de Israel, a Tiro y Sidón, el actual Líbano.

Mateo no sólo quiere probar el buen corazón de Jesús y su fuerza curativa, sino también el acierto de que la Iglesia en el momento en que escribe su evangelio se haya vuelto claramente hacia los paganos. Eso sí, anunciando primero a Israel el cumplimiento de las promesas, antes de pasar a los otros pueblos.

Desde luego, Jesús no le pone la cosa fácil a la buena mujer. Primero, hace ver que no ha oído. Luego, le pone unas dificultades que parecen duras: lo de Israel y los paganos, o lo de los hijos y los perritos. Ella no parece interpretar tan negativas estas palabras y reacciona con humildad e insistencia. Hasta llegar a merecer la alabanza de Jesús: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas».

b)La mujer pagana es un modelo de fe. Su oración por su hija enferma, que ella cree que está poseída por «un demonio muy malo», es sencilla y honda: «Ten compasión de mí, Señor» (en griego: Kyrie, eleison).

No se da por vencida ante la respuesta de Jesús y va respondiendo a las «dificultades» que la ponen a prueba. Es uno de los casos en que Jesús alaba la fe de los extranjeros (el buen samaritano, el otro samaritano curado de la lepra, el centurión romano), en contraposición a los judíos, los de casa, a los que se les podría suponer una fe mayor que a los de fuera. La fe de esta mujer nos interpela a los que somos «de casa» y que, por eso mismo, a lo mejor estamos tan satisfechos y autosuficientes, que olvidamos la humildad en nuestra actitud ante Dios y los demás. Tal vez, la oración de tantas personas alejadas, que no saben rezar litúrgicamente, pero que la dicen desde la hondura de su ser, le es más agradable a Dios que nuestros cantos y plegarias, si son rutinarios y satisfechos.

«Con amor eterno te amé» (1ª lectura II)

«Nuestros padres en Egipto no comprendieron tus maravillas» (salmo I)

«Es de día. Gritad de alegría, el Señor ha salvado a su pueblo» (1ª lectura II)

«Ten compasión de mí, Señor» (evangelio) 

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 232-236


3-4.

Jr 31, 1-7: Israel reconstruido

Mt 15, 21-28: Una gran fe

Al contrario de lo que le ocurría en tierra judía, Jesús encuentra unas extraordinarias demostraciones de fe en tierra gentil. Respuesta que a Jesús le sorprende, porque aunque su acción estaba dirigida contra las ovejas perdidas de Israel, las expresiones de fe de los extraños superaban con creces las de su pueblo, incluso las de sus propios discípulos.

La mujer cananea se dirige a Jesús con el título mesiánico de "Hijo de David". Jesús guarda silencio y los discípulos, como en la ocasión anterior, se preocupan por despedirla para que no los importune. Jesús responde a la mujer señalando los límites de su misión. Pero, las palabras de ella lo conmueven y actúa por misericordia, no por zafarse de la persona. Reconoce que la fe de esta mujer es capaz de liberar a su hija del mal (demonio) en que ha caído.

La insistente súplica de la mujer se comprende mejor si la ubicamos en su contexto cultural e histórico. En la cultura judía las mujeres estaban marginadas y no podían hablar a los varones, mucho menos a un prestigioso Maestro. Además, las mujeres paganas estaban excluidas por no pertenecer al pueblo judío, y la enfermedad era un nuevo título de exclusión de la comunidad. Muchos motivos de exclusión acumulaba pues esta mujer sobre sí misma. Jesús se salta todas esas barreras de la cultura, de la ley y el protocolo, para mostrar que la solidaridad y la compasión están por encima de cualquier frontera. Cuando Jesús dialoga con mujeres y reconoce sus valores, rompe con la mentalidad vigente y establece el verdadero valor de las personas como hijos de Dios y receptores del Reino.

Nosotros a veces somos como los discípulos: actuamos para liberarnos de las molestias que nos causan los amigos, compañeros y otras personas necesitadas. Para crecer como cristianos debemos tener los mismos sentimientos de Jesús y actuar con misericordia y compasión, aunque nos reconozcamos limitados.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5. CLARETIANOS 2002

El capítulo 31 de Jeremías debería incluirse en una antología de los mejores textos literarios de la historia de la humanidad. En su primera parte es una profecía de regreso feliz a la tierra. El Señor se apiada de los que vagan por el desierto y les promete una vida de felicidad, en la que es posible trabajar ("de nuevo plantarás viñas") y disfrutar ("de nuevo tomarás tus panderos y saldrás a bailar alegremente").

Cada vez que leemos las profecías en las que se habla de restauración tenemos que pensar que ese tiempo ya ha llegado, que ese anuncio no se refiere al final de la historia sino que ya ha acontecido en Jesucristo, que en él reside toda la plenitud. En este sentido, el evangelio de hoy es una realización de la profecía.

Se nos narra el encuentro de una mujer cananea con Jesús en la región de Tiro y Sidón; es decir, fuera de los límites de Israel. La mujer le pide ayuda para curar a su hija endemoniada. Jesús no le responde porque considera que Dios lo ha enviado "sólo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel". La insistencia de la mujer es tan fuerte que "obliga" a Jesús a ensanchar su campo, a comprender que el amor del Padre no tiene límites.

Más que la fe de la mujer, en la que solemos insistir a menudo, lo que me sorprende es la apertura de Jesús, su audacia para ir más allá de lo que considera razonable, su capacidad para creer en un "Dios mayor" y escuchar su voz a través de los gritos de sus criaturas más necesitadas.

Hoy nos encontramos en una situación cultural en la que la fe se ve retada a superar sus límites tradicionales, a entrar en otros campos, a responder a muchos gritos que no encuentran respuesta. El verdadero pastor es el que sabe escuchar los gritos de su pueblo. En las últimas semanas me han llamado la atención algunas declaraciones del nuevo arzobispo de Canterbury, Rowan Williams. Me recuerdan a las del antiguo Maestro General de los dominicos, el P. Timothy Radcliffe. Resultan chocantes, rompen nuestras convicciones tradicionales, pero si no existieran voces de este tipo, ¿cómo podríamos hoy seguir rompiendo barreras? ¿No se convertiría la fe en algo cada vez más irrelevante, reservado a los de siempre? ¿No estaríamos desoyendo los gritos de las muchas personas que quieren tocar a Jesús y sentirse queridas por él?

Gonzalo Fernández , cmf (gonzalo@claret.org)


3-6. 2001

COMENTARIO 1

vv. 21-23: Jesús se marchó de allí y se retiró al país de Tiro y Sidón. 22Y hubo una mujer cananea, de aquella región, que salió y se puso a gritarle: Señor, Hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija tiene un demonio muy malo. 23É1 no le contestó palabra.

La violenta ruptura de Jesús con la doctrina oficial, des­crita en el episodio anterior, lo lleva a salir del país judío.

Es allí donde se encuentra una mujer cananea. Se llamaban cananeos los fenicios que vivían en el territorio ocupado después por los hebreos. Esta designación ar­caica indica que la mujer, aunque pagana, vive entre las israelitas (Mc, «griega», es decir, pagana, «fenicia de Siria»).

Por eso se dirige a Jesús llamándolo «Hijo de David»; muestra así conocer la tradición judía (cf. 9,27; 12,23). Con ello reconoce que la misión de Jesús se limita a Israel. El título de «Señor» es el que dan a Jesús sus discípulos (14,28.30).

vv. 23-26: Entonces los discípulos se le acercaron a rogarle: Atiéndela, que viene detrás gritando. 24Él les replicó: Me han enviado sólo para las ovejas descarriadas de Israel. 25Ella los alcanzó y sé puso a suplicarle: ¡Socórreme, Señor!

«Atiéndela» (en griego, apolyson autên). El verbo significa no sólo «despedir/despachar», sino también atender a una súplica, conce­der una gracia; cf. Mt 18,27. La réplica de Jesús a los discípulos indica ser éste el sentido del texto. «Las ovejas descarriadas», cf. Ez 34,4.6.16; Jr 10,21; Sal 119,176.

La condición de «Hijo» depende de la fe de la persona (cf. 9,2). La aparente repulsa de Jesús estimula la fe de la mujer pagana. Aun reconociendo que no tiene derecho a pedir ayuda, espera ob­tenerla. Como en el caso del centurión (8,10), la fe le obtiene la curación, en espera de la salvación definitiva.

La integración de los paganos en el reino, o, lo que es lo mismo, en el Israel mesiánico, tendrá lugar después de la muerte de Jesús.

Existe un paralelo con el caso del endemoniado sordo y mudo (12,22). En ninguno de los dos pasajes se dice que Jesús expulse al demonio, pero el individuo queda curado. En ambos casos, el demonio o ideología que posee a la persona es la del privilegio de Israel (12,23; 15,22: [el] hijo de David); tampoco la mujer cree en la igualdad de Israel y los paganos; ella misma se considera in­ferior.

vv. 26-28: Jesús le contestó: No está bien quitarle el pan a los hijos para echár­selo a los perros. 27Pero ella repuso: Anda, Señor, que también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos. 28Jesús le dijo: ¡Qué grande es tu fe, mujer! Que se cumpla lo que deseas. En aquel momento quedó curada su hija.

La respuesta brusca de Jesús la lleva a afirmar que la compa­sión está por encima de la discriminación entre pueblos. Sólo en­tonces Jesús cura a la hija. El caso de la mujer es semejante al del centurión que impide a Jesús entrar en su casa. Uno y otra se consideran inferiores a Israel, pero, a pesar de eso, ambos reco­nocen en Jesús una bondad que supera los límites de este pueblo. Esta fe obtiene la curación. Por eso, la frase final en cada episodio (8,13; 15,28) es la misma.

La cananea y su hija, como el paralítico y sus portadores, son dos personajes que representan a un mismo colectivo, aquí el paganismo. El estado de la hija figura la condición de los paganos, poseídos por una ideología contraria a Dios; la petición de la madre repre­senta el anhelo de encontrar salvación en Jesús.


COMENTARIO 2

Nos encontramos con un relato cargado de sentimiento que desnuda la personalidad de Jesús. Sin embargo, el contenido que nos plantean estos versículos dentro del plan de Mateo y ciertas expresiones del texto hacen pensar, más bien, que en el comportamiento de Jesús se debate una grave cuestión planteada a la Iglesia de Mateo. Las palabras y los gestos de Jesús se narran para guiar a las comunidades cristianas en sus opciones históricas y no para alimentar recuerdos sentimentales sobre Jesús. En esta perspectiva, el sentido de este admirable relato podría ser el siguiente: los paganos no podrán pretender un acceso inmediato a la salvación (a la vida de la Iglesia, al Reino); pero si creen, como ha creído esta mujer, no puede negárseles este acceso.

El relato pone de manifiesto la fe de esta mujer no en la invocación de Jesús como hijo de David, sino en la humilde insistencia con que ella pide la ayuda de Jesús; humilde, sobre todo, porque reconoce no tener ningún derecho inmediato a esta ayuda ya que ella es pagana y sabe muy bien "que no se debe alimentar a los perros a costa de los hijos"; así Jesús no debe favorecer a los paganos a costa de Israel. Jesús solo accede a la súplica de la mujer cuando ésta reconoce la separación ordenada por Dios entre el pueblo de Dios y los otros pueblos, es este reconocimiento lo que constituye la fe de la mujer. Ella ha comprendido que Jesús no es un "milagrero" cualquiera que obra individualmente, sino el ministro de un designio de Dios que interesa primeramente al pueblo elegido.

Se ha pensado frecuentemente que estos versículos deben venir de círculos judaizantes del cristianismo primitivo; es probablemente un error. Este diálogo sería judaizante si impusiera a la sirofenicia las condiciones legales judías como respuesta al gesto salvador de Jesús, pero éste no es el caso: a la humilde insistencia de su fe responde toda la gracia de Jesús, porque él otorga gratuitamente su amor a quien quiere. El gesto de Jesús hacia esta mujer muestra suficientemente que estos “paganos" van a tener parte en la totalidad de la salvación.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-7. 2002

La actuación histórica de Jesús hubo de desarrollarse en un ambiente marcado por el racismo y el odio a lo extranjero. Aún en el seno de la comunidad cristiana se suscitaron reacciones que obstaculizaban la concreción de la universalidad de su mensaje. El “problema de las mesas”, es decir, la participación en la misma comida de judíos y gentiles, se convirtió en uno de los puntos de fricción dentro de la Iglesia.

Y aunque en las comunidades paulinas muy pronto, por la acción enérgica de su fundador, la cuestión dejó de tener virulencia, otras comunidades, como la de Mateo tuvieron que seguir enfrentado esta problemática como aparece claramente del texto evangélico que nos ocupa.

En él, se nos presenta a Jesús que “se marchó de allí y se retiró al país de Tiro y Sidón” (v.21). Con esta anticipación se sugiere una característica de la evangelización ya que supone el abandono de la propia patria y la marcha a un país extranjero que, además, era considerado desde el Antiguo Testamento como prototipo de la resistencia a la salvación (cf. Mt 11,21).

La continuación del relato explicita la sugerencia inicial. En él se narra el encuentro de Jesús con una mujer cananea que acaece en la presencia de los discípulos que intervienen en este pasaje como mediadores (v.23).

La cananea se acerca con una actitud semejante a la de los discípulos en la barca (Mt 14,26). Llama “Señor” a Jesús, “se postra”. En esas condiciones expone su necesidad: explica que su hija está poseída del demonio.

Jesús, en un primer momento, no atiende a la petición. Calla y sólo ante la intervención de los discípulos que quieren liberarse de los gritos de la mujer, proclama que su misión está limitada “a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (v.24). Es el mismo límite marcado para la misión de los discípulos en Mt 10,6.

La nueva petición de la mujer recibe una respuesta desconsiderada: el pan es para los hijos y no para arrojarlo a los perritos. La dura contraposición entre ambas categorías refleja la mentalidad racista existente en el pueblo judío de aquel entonces.

Sin embargo, la dureza de la respuesta no hace ceder a la mujer en su intento. Aceptando los términos en que se plantea y , con una actitud de humildad, constata que el pan sobrante de la mesa de los hijos sirve de alimento a los perritos. De esta forma hace posible un nuevo estatuto de los paganos en el Reino. Su fe auténtica le permite el ingreso a éste.

Jesús, entonces, se ve obligado a admirar esa fe de una extranjera como había admirado precedentemente la fe del centurión (Mt 8,10). Como en el caso de este último, se muestra la eficacia de una adhesión que permite alcanzar lo que se quiere (v.28; cf. Mt 8,13).

De esa forma se cumple la profecía de Isaías consignada en Mt 13,15. En la “hija curada” se hace patente la curación de todo aquel que comprende con el corazón y se convierte.

Ante este relato, la comunidad cristiana está llamada a superar los escrúpulos y dudas referentes a la actuación de la dimensión universal del evangelio. Los gritos del paganismo deben llevar de nuevo a los discípulos de la comunidad de Mateo a interceder por ellos a Jesús. Y esta actitud del discípulo debe repetirse cada vez que los particularismos culturales o de cualquier otro tipo obstaculicen la actuación de la salvación universal.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).


3-8.

La cananea, la fe que vence a Dios

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Juan J. Ferrán

Mt. 15, 21-28 y en Mc 7, 24-30.

Nos encontramos el ejemplo de una mujer anónima, llamada "La Cananea" por su origen, no por nombre propio. Nos va a enseñar cómo la fe es capaz de ganarle a Dios ese pulso que Dios le echa. Es un relato tan hermoso que parece casi un cuento de hadas. Sin embargo, aquella mujer se llevó en el corazón aquello que tanto quería: la curación de su hija.

"Ten piedad de mí, Señor. Mi hija está malamente endemoniada". Esta mujer parte de una realidad: nadie, a excepción de Dios, puede solucionarle eso que atormenta tanto su corazón, el tormento de su hija a manos del demonio. En nuestras vidas cuántas veces Dios no entra en nuestros cálculos humanos: son nuestras propias fuerzas, son los demás, es la esperanza en el progreso, es el psicólogo, las primeras puertas a las que llamamos. Cómo nos cuesta poder decir que aquella sencillez de Marta y María: "Señor, el que amas, está enfermo" Cómo nos cuesta ser niños ante Dios y decirle con esta mujer: "Ten piedad de mí".

Parece que Jesús no escucha aquel grito desgarrado, porque no le responde. Sin embargo, cómo le dolió a Cristo aquella súplica. Quiere poner a prueba la fe de aquella mujer para que su fe fuera más grande si cabía. Y son los discípulos quienes intervienen abogando en favor de ella, pero no por motivos profundos, sino para quitársela de encima, pues ya molestaba. Parece que Dios muchas veces no nos escucha, no nos oye. Nos llega a desesperar a veces el silencio de Dios. Es posible que hasta a veces pensemos que a Dios no le interesamos. Y es ahí justamente cuando Dios está esperando ese último gesto de entrega a él, de confianza en su amor de Padre.

Jesús responde a los discípulos, no a ella, que él no ha sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Es como un gesto de desprecio, de rechazo, como queriendo zanjar todo aquello de golpe. Pero ella insiste en su oración: "Señor, socórreme". Hay que ser humildes para aceptar a Dios. "Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos". Ante aquel grito de dolor, Cristo va a poner la última prueba. Le dice que no está bien quitarle el pan a los hijos para dárselo a los perritos. Es como un insulto. Hoy diríamos que Cristo ha pisoteado la dignidad humana de aquella persona. Pero Él sabe lo que está haciendo, y lo que está haciendo es purificar aquel corazón plenamente antes de hacer el gran milagro.

Por ello responde la mujer que también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores. Aquello doblega el corazón de Cristo que ya desde antes venía sufriendo junto con aquella mujer aquel dolor terrible que experimentaba por la enfermedad de su hija. Ya no puede más, y ante tanta humildad dice: "Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas". Y la hija quedó curada. La fe siempre lo puede todo hasta lo imposible. La fe y la humildad de una pobre mujer cananea habían doblegado el Corazón de Dios. "A los humildes Dios los bendice". ¡Cómo se llenaría de gozo el corazón de aquella mujer que ahora contemplaba a su hija curada! Diría: "Ha valido la pena pasar por esto mil veces", y tal vez no se daba cuenta del todo de que había sido su fe perseverante quien había ganado aquel duelo.

Nosotros los cristianos tenemos que aprender de esta mujer muchas cosas hermosas y bellas. A Dios se le vence con la fe, no con el orgullo. De Dios se obtiene todo no con el racionalismo, sino con la confianza. En Dios siempre encuentra uno acogida cuando se le acerca con humildad, no con auto-suficiencia. Por ello, estos ejercicios nos dan la oportunidad de revisar nuestra fe.

¿Es mi fe la primera actitud que define mi relación personal con Dios? O más bien, ¿la fe es el último recurso, cuando ya no cabe ninguna otra esperanza? A Dios le gusta que mi relación habitual, diaria, personal con Él se de siempre en el campo de la fe. Dios quiere que me fíe de Él, que tenga la suficiente confianza como para pedirle cosas de niño, que nunca ponga en duda su amor y su poder.

¿Es mi fe humilde? Parecería una contradicción porque la fe sin humildad no es tal. Pero conviene preguntarse si sé agarrarme de Dios incluso cuando no entiendo nada de nada, cuando no comprendo sus planes, cuando me resulta imposible ver su amor en algo que me ha sucedido. Entonces, tengo que hacerme pequeño y decirle a Dios: "No te entiendo, pero me fío de ti", como tuvo que hacer María al comprobar que duros eran los planes de Dios sobre el modo y el cómo del Nacimiento de su Hijo, o al ignorar cómo se iba a resolver el tema de su embarazo con José, o al escuchar que una espada iba a atravesar su corazón por culpa de aquel niño que llevaba a presentar ante el Señor.

¿Es mi fe tan grande que, incluso no entendiendo nada de nada de los planes de Dios sobre mí o sobre los demás, pongo por delante siempre mi fe absoluta en Él? ¡Cómo nos gustaría escuchar de los labios del mismo Dios: "Qué grande es tu fe. Que se haga como quieres"! Hay que apostar en la vida por Dios y aceptar que Dios nos sobrepasa y nos supera. No somos nada a su lado. Todo lo que de Él venga será bienvenido. No dejemos nunca que el orgullo nos someta y dejemos de curarnos porque se nos hace humillante bañarnos en el río que nos ha aconsejado Dios cuando tenemos ríos tan bellos en nuestra tierra (2 Re 5, 1-15).

El Evangelio de la gracia, la Buena Nueva de Cristo, nos ha enseñado que la fe es fundamental en el cristiano. Incluso cuando uno ve el futuro y siente ansiedad, incluso cuando uno ve los problemas y siente impotencia, incluso cuando uno constata los graves problemas que afligen al mundo, al hombre, a la familia. No hay otra solución que la fe. Dios es más grande que todo eso. Dios es quien me garantiza mi alegría y mi salvación.


3-9. DOMINICOS 2004

4 de agosto, miércoles: San Juan María Vianney

Todos lo conocemos popularmente como ‘el santo Cura de Ars’,1786-1859.

Esas fechas, siglo XVIII-XIX, son años de revoluciones, crisis religiosa, olvido de Dios. Pero son también época de santos, de muchos y selectos amigos de Dios. Y algunos, como Juan María Vianney, son amigos excepcionales de Dios, para confusión de los hombres de poca o ninguna fe.

Era francés, pero no ilustrado, sino humilde pastor de ovejas en tierras de Lyón, y hasta los 17 años no se inició en la cultura. Pero entonces lo hizo con amor y empeño. Y cuando ya supo leer, escribir y comprender los juegos mentales, a los 20 años inició sus estudios preparatorios para ser cura.

Con intención de probar su ingenio –reconocido como menguado- a los 27 años lo recibieron en el Seminario, y muy pronto lo despidieron, como inepto para estudios superiores. Pero pronto rectificaron esa actitud casi despectiva, pues él hizo auténticos esfuerzos por superarse, con una vida ejemplar, heroica, y a los tres años lo ordenaron sacerdote.

Juan María tenía pinta de santo, no de sabio. Y con buen criterio lo destinaron a una pequeña parroquia, la de Ars, pensando en que –cerca del pueblo- su testimonio de vida supliría cualquier otra deficiencia.

¡Buena la hicieron!

Empezó a remover las conciencias; los feligreses descubrieron en él un tesoro de caridad y de prudencia; la iglesia comenzó a atraer gentes necesitadas de conversión; sus predicaciones y su confesonario fueron concurridísimos; y en 34 años sucesivos de acción apostólica todo cambió en su entorno. Hasta le hicieron ‘canónigo honorario’, y Napoleón III le hizo ‘Caballero de la Legión de honor’. Pero, sobre todo, fue reconocido como gran santo, altísimo amigo de Dios.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Profeta Jeremías 31, 1-7:
“Dice el Señor: Yo seré el Dios de todas las tribus de Israel, y ellas serán mi pueblo.

Así dice el Señor: halló gracia en el desierto el pueblo que escapó de la espada; Israel camina hacia su descanso, pues el Señor se le apareció de lejos; con amor eterno te amé; por eso prolongué mi misericordia; todavía te construiré, y serás reconstruida, Doncella de Israel...; todavía plantarás viñas en los montes de Samaría, y los que las planten cosecharán sus frutos.

“Es de día”, gritarán los centinelas en la montaña de Efraín: levantaos, marchemos a Sión, al Señor, nuestro Dios... Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el amor de los pueblos... El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel”.

Evangelio según san Mateo 15, 21-28:
“En aquel tiempo, Jesús salió y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo. Jesús no le respondió.

Los discípulos le dijeron: Señor, atiéndela, que viene gritando. Jesús les replicó: me han enviado sólo a las ovejas descarriadas de Israel.

La mujer les alcanzó y, postrándose ante Jesús, le suplicó: Señor, socórreme. Él respondió: no está bien echar a los perros el pan de los hijos. Ella repuso: Tienes razón, Señor; pero también los perrillos comen las migajas que caen de la mesa de los amos. Entonces Jesús le dijo: mujer, ¡grande es tu fe!; que se cumpla lo que deseas. Y en aquel momento quedó curada su hija”


Reflexión para este día
¡Qué gran fe, corazón, confianza, en la Cananea y en el Cura de Ars!
Detengámonos un momento a repensar metódicamente, y con gratitud, el mensaje que se contiene en el encuentro de Jesús con la mujer cananea.

La cananea tiene una hija y está muy enferma. Enterada de que el judío Jesús de Nazaret ejercita la caridad con poderes milagrosos, se acerca a él con plena confianza, olvidándose de que ella es cananea y él judío. El amor hace todos hermanos.

En un primer momento, Jesús guarda silencio, pero se siente herido en el corazón.

Luego abre sus labios y reconoce que los primeros destinatarios de su mensaje salvífico son los hijos de la Casa de Israel, no los extraños; pero como lo dice con gran ternura, la cananea hace unas frases que manan de su imaginación creadora y del corazón: me bastan las migajas de los perrillos en la Casa del Señor.

Y esto rasga el corazón de Jesús: ¡Grande es tu fe, grande es tu confianza, grande es tu amor!


3-10.

18ª Semana. Miércoles

Después que Jesús partió de allí, se retiró a la región de Tiro y Sidón. En esto una mujer cananea, venida de aquellos contornos, se puso a gritar: ¡Señor, Hijo de David, apiádate de mí! Mi hija es cruelmente atormentada por el demonio. Pero Él no le respondió palabra. Entonces, acercándose sus discípulos, le rogaban diciendo: Atiéndela y que se vaya, pues viene gritando detrás de nosotros. Él respondió: No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa Israel. Ella, no obstante, se acercó se postró ante Él diciendo: ¡Señor, ayúdame! Él le respondió: No esta bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos. Pero ella dijo: Es verdad, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de las mesas de sus amos. Entonces Jesús le
respondió: ¡Oh mujer, grande es tu fe! Hágase como tu quieras. Y quedo sana su hija en aquel instante. (Mt 15, 21-28)


I. Jesús, la mujer cananea del Evangelio de hoy me enseña una gran lección –lección de fe, lección de humildad y lección de perseverancia- a la hora de pedirte lo que necesito para mí o para mis seres queridos. Ojalá aprenda de ella esta tripe lección, y –como ella- consiga de Ti las gracias que necesito.

Lección de fe. La fe es el primer requisito para que mi oración sea escuchada. Jesús, Tu siempre pides fe antes de hacer un milagro. Todo es posible para el que cree [104]. A veces, como en el caso de hoy, pones esa fe a prueba. Incluso puede parecer que no me escuchas, que no me quieres. Haces como el padre que enseña a andar a su hijo: se separa unos pasos, y cuando el niño –con gran esfuerzo- va a llegar a su padre, él se separa uno poco más. No se separa porque no lo quiera, sino para aprender a caminar. Cuando me pides más fe, no me dejes sólo. Me estas esperando para poder decirme: ¡grande es tu! Hágase como tú quieras.

Lección de humildad. Se acercó y se postro ante él, diciendo: ¡Señor, ayúdame! Esta es la actitud del alma humilde que se ve necesitada. Yo también he de acercarme a Ti, y pedirte con humildad: ¡Jesús, ayúdame! Sé que no me merezco nada, después de lo poco que he hecho por Ti. Es verdad Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de las mesas de sus amos. Aunque no me lo merezca, Jesús, ¡Ten piedad de mí!

II. Persevera en la oración. – Persevera, aunque tu labor parezca estéril. –La oración es siempre fecunda [105].

Lección de perseverancia. Los discípulos te piden que atiendas a la mujer cananea pues vienen gritando detrás de nosotros. No se cansa de pedir, a pesar de que Tu no les respondes. Ni siquiera se rinde cuando la pones a prueba diciendo que has sido enviado solo a las ovejas perdidas de la casa de Israel. No por eso desmaye y deje la oración y de hacer lo que todas, que a veces viene el Señor muy tarde, y paga tan bien y tan junto como en muchos años [106]. Esta mujer no se cansa, y por eso recibe.

Perseverar en la oración. Jesús, que no me canse de pedir siempre lo mismo, si hace falta. Se que me escuchas y que me atiendes, pero soy como un hijo pequeño que, a veces, pide lo que no le conviene o en un momento que no conviene. Lo que puedo aprender de los niños pequeños es su perseverancia en el pedir: piden y piden, hasta que reciben.

Persevera, aunque tu labor parezca estéril. Jesús, aunque parezca inútil mi esfuerzo, mi dedicación, mi petición, Tu quieres que siga pidiendo. El simple hecho de pedirte cosas, me fortalece espiritualmente: aumenta mi fe, mi esperanza y mi amor a Ti, me aumenta la gracia. Por eso, a veces, Tú prefieres esperar un poco y aprovechas esa necesidad mía para que pida más y, por tanto, para darme más gracia. Que me convenza, de que la oración es siempre fecunda.

[104] Mc 9,23.
[105] Camino, 101.
[106] Santa Teresa, Camino de perfección, 17,2.


Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo V, EUNSA


3-11.

Mujer, qué grande es tu fe

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Clemente González

Reflexión:

Cuántas angustias y necesidades experimentamos en la vida. El dolor nos visita, los problemas abundan, las tristezas nos sofocan. ¡Ten compasión de mí, Señor! Es el grito del alma a un Dios que siente lejano.

Sin duda, buscamos una respuesta inmediata. Y nos desalentamos si no llega. ¡Cuántas veces pedimos y, quizás, sin resultado! ¿Por qué Dios no nos escucha?

Nos desconcertamos, llegamos a dudar de Dios y hasta nos desesperamos. ¿No será que Dios nos pone a prueba? ¿Hasta cuánto resiste nuestra fe?

Espera un poco. Insiste. Dios permite esa angustia para purificar tu intención, para que sigas creyendo en Él aunque no te atienda a la primera. La mujer cananea del evangelio seguía a Jesús gritando. Los discípulos perdieron la paciencia y obligaron a Jesús a detenerse para atenderla. Nos sorprende la primera reacción de Cristo.

¿Acaso no se conmovió su Corazón, lleno de misericordia? Desde luego que sí. Pero prefirió esperar y ver hasta qué punto la mujer confiaba en Él. Como su fe era grande, Jesús le dijo finalmente: “que se cumpla lo que deseas”.


3-12.

Reflexión

Este pasaje, en el que Jesús podría aparecer como una persona dura y racista, nos da una gran lección a todos los que, como los judíos de su tiempo, piensan que por pertenecer al “Pueblo Escogido” tienen privilegios ante Dios… incluso que basta la pertenencia al “Pueblo” para alcanzar la salvación definitiva. Jesús muestra con toda claridad que no obstante y que su misión sobre la tierra se concretó al pueblo de Israel, lo que hace que los hombres formen parte del pueblo no es la raza, sino la fe. Es importante que tanto en este pasaje como en el del Centurión romano Jesús exclama: “grande es tu fe”. Lo importante no es entonces simplemente el hecho de ser bautizados, sino el hecho de que la fe en Cristo, como Dios y Señor se manifieste a los demás. Fe que debe ser patente en una relación amorosa y confiada en la providencia de Dios, y al mismo tiempo en caridad y misericordia para con los que nos rodean. De nuevo se retorna a aquella expresión de Jesús: “No todo el que me diga Señor, Señor se salvará, sino los que hacen la voluntad de Dios”. Si verdaderamente nosotros creemos que Jesús, es Dios y Señor, nuestra vida debe testimoniarlo. Al mismo tiempo, como lo ha afirmado el Concilio Vaticano II, debemos reconocer que el Espíritu actúa de un modo que solo él conoce en las almas de todos los hombres (GS 22) y por lo que no podemos despreciar ni juzgar a ninguno de nuestros hermanos que no profesan nuestra misma fe.

Que tengas una excelente semana.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


MIERCOLES 3 DE AGOSTO DE 2005

LA PALABRA DEL MAESTRO

San Mateo 15,21-28



Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio». Pero Él no le respondió nada.

Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos».

Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel».

Pero la mujer fue a postrarse ante El y le dijo: «¡Señor, socórreme!»

Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros».

Ella respondió: «¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!»

Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» y en ese momento su hija quedó sana.



Palabra del Señor.

La salvación es ofrecida en primer lugar a los hijos, al pueblo elegido, al Pueblo de la Antigua Alianza.

No importa que no pertenezcamos al Pueblo de Israel. Dios tiene también compasión de nosotros, y hace que nos levantemos de todo aquello que ha puesto en peligro nuestra salvación.

Ya san Pablo nos dice que siendo Cristo el árbol de olivo verdadero, nosotros, cortados del olivo silvestre, hemos sido injertados en el Señor para alcanzar en Él la salvación, que no está reservada a los Israelitas, sino que es herencia del mundo entero.

El Hijo de Dios, enviado por el Padre, ha salido al encuentro de una humanidad amenazada de muerte a causa del pecado, porque nos hemos alejado de Él y, tal vez, hemos renegado de nuestro peregrinar por este mundo. Sin embargo Dios jamás ha dejado de amarnos.

Él nos amó hasta el extremo derramando su sangre por nosotros, para que en adelante ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó.

El Dios de la Vida quiere que esa Vida se haga realidad entre nosotros, para que nos convirtamos en testigos de la misma en el mundo entero



Miércoles, 03 de agosto


El perdón

Qué fácil es hablar de perdón, pero que difícil es darlo.
Algunos han dicho que es un don el saber
que estamos equivocados y que podemos ser perdonados;
pero ¿qué pasa con los que se equivocan y nos hacen daño?
Algunas veces deseamos castigar a dicha persona,
pero quienes salimos más castigados somos
nosotros mismos y para liberarnos es necesario
renunciar a esos sentimientos dolorosos
que no son nuestros, sino que son
de quien nos hizo daño, y hay que dejarlos ir.

Cuando sucede esto, me pregunto,
¿qué hubiera yo hecho en lugar
de la otra persona que me hizo daño,
si yo hubiera estado en la misma
situación y circunstancias?

Casi siempre concluyo que en ese momento,
lo que hizo esa persona fue su mejor opción para él,
aunque no para mí, y lo que la otra persona hizo
fue sólo protegerse, no fue su intención hacerme daño.

¿Acaso no hice sentir yo alguna vez
a otra a otra persona de la misma manera?
O ¿estaré pensando que mis sentimientos
valen más que los de la otra persona?

Y de ahí viene la siguiente reflexión:
Me siento herido, pero eso no significa
que la otra persona sea mala
o en verdad quiera hacerme daño.

Simplemente la otra persona no conoce
toda mi vida ni mi pasado,
igual que yo no conozco el suyo,
y no sabe lo que traigo guardado en mi historia personal.

El perdón se pide, se da ...
Y la razón más importante para darlo
es que me libero de una gran carga.

¿Qué prefieres? ¿Ser feliz o tener la razón?
La tristeza toma fuerzas cuando pecamos en ella."


Lectura del libro de los Números Capítulo 13, 1-2. 25-14, 1. 26-33a

El Señor dijo a Moisés en el desierto de Farán: «Envía unos hombres a explorar el país de Canaán, que Yo doy a los israelitas; enviarás a un hombre por cada una de sus tribus paternas, todos ellos jefes de tribu».

Al cabo de cuarenta días volvieron de explorar el país. Entonces fueron a ver a Moisés, a Aarón y a toda la comunidad de los israelitas en Cades, en el desierto de Farán, y les presentaron su informe, al mismo tiempo que les mostraban los frutos del país. Les contaron lo siguiente: «Fuimos al país donde ustedes nos enviaron; es realmente un país que mana leche y miel, y éstos son sus frutos. Pero, ¡qué poderosa es la gente que ocupa el país! Sus ciudades están fortificadas y son muy grandes. Además, vimos allí a los anaquitas. Los amalecitas habitan en la región del Négueb: los hititas, los jebuseos y los amorreos ocupan la región montañosa; y los cananeos viven junto al mar y a lo largo del Jordán».

Caleb trató de animar al pueblo que estaba junto a Moisés, diciéndole: «Subamos en seguida y conquistemos el país, porque ciertamente podremos contra el». Pero los hombres que habían subido con él replicaron: «No podemos atacar a esa gente, porque es más fuerte que nosotros». Y divulgaron entre los israelitas falsos rumores acerca del país que habían explorado, diciendo: «La tierra que recorrimos y exploramos devora a sus propios habitantes. Toda la gente que vimos allí es muy alta. Vimos a los gigantes -los anaquitas son raza de gigantes-. Nosotros nos sentíamos como langostas delante de ellos, y ésa es la impresión que debimos darles».

Entonces la comunidad en pleno prorrumpió en fuertes gritos, y el pueblo lloró toda aquella noche.

Luego el Señor dijo a Moisés y a Aarón: «¿Hasta cuándo esta comunidad perversa va a seguir protestando contra mí? Ya escuché las incesantes protestas de los israelitas. Por eso, diles: "Juro por mi vida, palabra del Señor, que los voy a tratar conforme a las palabras que ustedes han pronunciado. Por haber protestado contra mí, sus cadáveres quedarán tendidos en el desierto: los cadáveres de todos los registrados en el censo, de todos los que tienen más de veinte años. Ni uno solo entrará en la tierra donde juré establecerlos, salvo Caleb hijo de Iefuné y Josué hijo de Nun. A sus hijos, en cambio, a los que ustedes decían que iban a ser llevados como botín, sí los haré entrar; ellos conocerán la tierra que ustedes han despreciado. Pero los cadáveres de ustedes quedarán tendidos en este desierto. Mientras tanto, sus hijos andarán vagando por el desierto"».


Palabra de Dios.


SALMO RESPONSORIAL 105, 6-7a. 13-14. 21-23


R. ¡Acuérdate de nosotros, Señor!

Hemos pecado, igual que nuestros padres;
somos culpables, hicimos el mal:
nuestros padres, cuando estaban en Egipto,
no comprendieron tus maravillas. R.

Muy pronto se olvidaron de las obras del Señor,
no tuvieron en cuenta su designio;
ardían de avidez en el desierto
y tentaron a Dios en la soledad. R.

Olvidaron a Dios, que los había salvado
y había hecho prodigios en Egipto,
maravillas en la tierra de Cam
y portentos junto al Mar Rojo. R.

El Señor amenazó con destruirlos,
pero Moisés, su elegido,
se mantuvo firme en la brecha
para aplacar su enojo destructor. R.


EVANGELIO

Mujer; ¡qué grande es tu fe!

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo capítulo 15, 21-28

Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio». Pero Él no le respondió nada.

Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos».

Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel».

Pero la mujer fue a postrarse ante El y le dijo: «¡Señor, socórreme!»

Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros».

Ella respondió: «¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!»

Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» y en ese momento su hija quedó sana.


Palabra del Señor.


Reflexión:


Núm. 13, 1-2. 25-14,1. 26-29. 34-35. Nos encaminamos hacia la Tierra Prometida; hacia la Ciudad de sólidos cimientos. Dios es nuestra herencia. Aspiramos a poseer los bienes eternos, que el Señor ha prometido dar a quienes le vivan fieles. No podemos formarnos una idea falsa de Dios. Él jamás se convertirá en un poderoso enemigo a la puerta; Él es nuestro Dios y Padre, cercano a nosotros, amándonos hasta el extremo de entregar a su propio Hijo, con tal de salvarnos. Por eso hemos de confiar siempre en el Señor a pesar de que el sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro y la espada traten de apartarnos del amor de Cristo. En el Señor nosotros tenemos la victoria sobre el autor del pecado y de la muerte; por eso nuestro enemigo ha sido vencido, y nosotros, junto con Cristo, también nos hemos levantado victoriosos, gozando de una vida nueva. Sin embargo esto no nos libra de estar continuamente sometidos a una diversidad de tentaciones; por eso no hemos de confiar en nuestras propias fuerzas, pues nuestra naturaleza está inclinada al pecado, y nuestra concupiscencia fácilmente puede arrastrarnos por caminos de maldad. Hemos, más bien, confiar en el Señor y en la Fuerza de su Espíritu, que Él ha derramado en nosotros. Si sabemos escuchar la voz del Señor y le vivimos fieles lograremos salvar nuestras almas. Que Dios tome nuestra vida en sus manos y nos lleve sanos y salvos a su Reino celestial.


Sal. 106 (105). Hemos de conservar la memoria. No podemos olvidarnos del amor que nuestro Dios y Padre siempre nos ha tenido. Sin embargo sabemos que las preocupaciones de la vida, el afán de poder y por las riquezas de este mundo, nuestras malas inclinaciones y nuestros egoísmos muchas veces han jalonado nuestra vida y la han llevado lejos del amor a Dios y del amor al prójimo. Humildemente postrados ante el Señor reconozcamos que somos pecadores y pidamos perdón; pidamos perdón con la intención de no olvidar lo misericordioso que ha sido el Señor para con nosotros. Pidamos perdón porque queramos reiniciar nuestro camino en el bien, ayudados por la Gracia venida de lo Alto. Dios nos ha amado de tal forma que nos envió a su propio Hijo, no para condenarnos, sino para salvarnos, pues Él no es un enemigo a la puerta, sino nuestro Dios y Padre, cariñoso y comprensivo para con nosotros, que somos sus hijos. Aprovechemos, pues, este tiempo de Gracia, que el Señor nos concede a cada uno de nosotros; no seamos hijos rebeldes, pues, de serlo, al final nosotros mismos habríamos precipitado nuestra vida hacia la perdición y alejamiento eternos de nuestro Dios y Padre.


Mt. 15, 21-28. La salvación es ofrecida en primer lugar a los hijos, al pueblo elegido, al Pueblo de la Antigua Alianza. No importa que no pertenezcamos al Pueblo de Israel. Dios tiene también compasión de nosotros, y hace que nos levantemos de todo aquello que ha puesto en peligro nuestra salvación. Ya san Pablo nos dice que siendo Cristo el árbol de olivo verdadero, nosotros, cortados del olivo silvestre, hemos sido injertados en el Señor para alcanzar en Él la salvación, que no está reservada a los Israelitas, sino que es herencia del mundo entero. Sin embargo aquellos que se oponen tenazmente a la fe y rechazan la salvación en Cristo Jesús, ¿serán dignos de recibir el Pan reservado a los hijos? Es tarea de la Iglesia no cerrarse al amor que debe continuar teniendo siempre a todas las personas, incluso a los más grandes pecadores, para hacer llegar a ellos el Don de la Salvación que procede de Dios. No podemos dar lo que nos sobra. Cuando realmente lo demos todo sin escatimar esfuerzos y sin reservas, entonces los demás comprenderán el amor de Dios y podrán unir a Él su vida para convertirse, también ellos, en testigos del amor y de la Vida que el Señor ha infundido en nosotros.

El Hijo de Dios, enviado por el Padre, ha salido al encuentro de una humanidad amenazada de muerte a causa del pecado, pues nos hemos alejado de Él y, tal vez, hemos renegado de nuestro peregrinar por este mundo. Sin embargo Dios jamás ha dejado de amarnos. Él ha contemplado nuestra vida, muchas veces llena de maldad, y nos ha seguido amando de tal forma que salió a nuestro encuentro en su Hijo Jesús para redimirnos y hacernos hijos de Dios. Él nos amó hasta el extremo derramando su sangre por nosotros, para que en adelante ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Este Amor es el que hoy celebramos en este Memorial del Misterio Pascual de Cristo. El Señor no sólo quiere remediar nuestros males y perdonar nuestros pecados. Él nos quiere como hijos suyos, sentados a su Mesa para participar de su Vida y de su Espíritu. Él nos quiere levantar de todo aquello que nos oprime y destruye. El Dios de la Vida quiere que esa Vida se haga realidad entre nosotros, para que nos convirtamos en testigos de la misma en el mundo entero.

Nosotros no podemos beneficiarnos solos de los Dones del Señor. El Señor nos envía a llevar esta Buena Noticia de su amor a la humanidad entera. No podemos creernos santos con una falsedad de criterios y actitudes. La persona realmente santa tomará el mismo camino salvador de su Señor, preocupándose por el bien de los demás. No cerremos los ojos ante nuestros hermanos que viven esclavos del pecado. No tengamos miedo en hacerles llegar también a ellos el Banquete de Salvación que el Señor nos confió, no sólo para que lo anunciemos con nuestras palabras, sino para que lo entreguemos como alimento que fortalezca las esperanzas de la humanidad. Jamás despreciemos a los demás; por ningún motivo violemos sus derechos humanos; jamás los humillemos. Tratemos de amar, y amar con el mismo amor y entrega con que nosotros hemos sido amados por Dios. Esa es la Misión y el compromiso que tenemos los que formamos la Iglesia. No nos convirtamos, por tanto, en un fraude para la humanidad.

Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser ocasión de salvación para la humanidad entera, para que todos vuelvan a Dios, y encaminen sus pasos hacia la posesión de los bienes definitivos. Amén.


3-13.

Reflexión:

Jer. 31, 1-7. Dios jamás se olvida de los suyos. Él nos amó aún antes de crearnos; Él nos llamó a la vida no para condenarnos, sino para darnos la salvación eterna. Nosotros hemos vivido lejos del Señor a causa de nuestros pecados; y a pesar de que la vida se nos ha complicado y vuelto ingrata, el Señor quiere que volvamos a Él, como el hijo que, habiéndolo malgastado todo, reconoce su propio pecado y vuelve esperanzado para reencontrarse con su Padre, no para continuar en la maldad, sino para trabajar como siervo al servicio del Evangelio. Dios, a pesar de las ruinas a que dejó convertida nuestra vida el pecado, quiere restaurarnos, pues su amor por nosotros es amor eterno y no como una nube mañanera, ni como un espejismo engañoso en el desierto. Dios nos ama. Dejémonos amar por Él, de tal forma que no sólo nosotros alabemos al Señor, sino que al ver los demás nuestras buenas obras también ellos glorifiquen el Nombre de nuestro Dios y Padre.

Jer. 31, 10-13. En Cristo Jesús se nos ha manifestado el amor eterno que Dios nos tiene. Ese amor no puede quedar encerrado en nosotros. El Señor nos ha enviado a proclamar esta Buena Noticia hasta el último rincón de la tierra, hasta las islas más remotas, pues Él quiere reunir de nuevo a los hijos dispersos por el pecado. Él quiere que haya un sólo rebaño y un sólo Pastor. Desde que se consumó el Misterio Pascual de Cristo no podemos continuar viviendo como esclavos del pecado, pues el Señor nos rescató de la mano del poderoso para que nuestros pasos se encaminen hacia la Patria eterna, para gozar eternamente de los bienes del Señor, donde ya no habrá ni llanto, ni luto, ni dolor, sino alegría, gozo y paz eternamente. Pongamos nuestra vida en manos de Dios y dejémonos conducir por su Espíritu Santo, tanto para vivir el Evangelio como para proclamar el Nombre de nuestro Dios y Padre al mundo entero.

Mt. 15, 21-28. La salvación es ofrecida en primer lugar a los hijos, al pueblo elegido, al Pueblo de la Antigua Alianza. No importa que no pertenezcamos al Pueblo de Israel. Dios tendrá también compasión de nosotros, y hará que nos levantemos de todo aquello que ha puesto en peligro nuestra salvación. Ya san Pablo nos dice que siendo Cristo el árbol de olivo verdadero, nosotros, cortados del olivo silvestre, hemos sido injertados en el Señor para alcanzar en Él la salvación, que no está reservada a los Israelitas, sino que es herencia del mundo entero. Sin embargo aquellos que se oponen tenazmente a la fe y rechazan la salvación en Cristo Jesús, ¿serán dignos de recibir el Pan reservado a los hijos? Es tarea de la Iglesia no cerrarse al amor que debe continuar teniendo siempre a todas las personas, incluso a los más grandes pecadores, para hacer llegar a ellos el Don de la Salvación que procede de Dios. No podemos dar lo que nos sobra. Cuando realmente lo demos todo sin escatimar esfuerzos y sin reservas, entonces los demás comprenderán el amor de Dios y podrán unir a Él su vida para convertirse, también ellos, en testigos del amor y de la Vida que el Señor ha infundido en nosotros.

El Hijo de Dios, enviado por el Padre, ha salido al encuentro de una humanidad amenazada de muerte a causa del pecado, pues sus cimientos se han conmovido y las grandes aguas amenazan con derrumbarla. Dios jamás ha dejado de amarnos. Él ha contemplado nuestra vida, muchas veces llena de maldad, y nos ha seguido amando de tal forma que salió a nuestro encuentro para redimirnos y hacernos hijos de Dios. Él nos amó hasta el extremo, derramando su sangre por nosotros, para que en adelante ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Este Amor es el que hoy celebramos en este Memorial del Misterio Pascual de Cristo. El Señor no sólo quiere remediar nuestros males y perdonar nuestros pecados. Él nos quiere como hijos suyos, sentados a su Mesa para participar de su Vida y de su Espíritu. Él nos quiere levantar de todo aquello que nos oprime y destruye. El Dios de la Vida quiere que esa Vida se haga realidad entre nosotros para que nos convirtamos en testigos de la misma en el mundo entero.

Pero no sólo nos hemos de beneficiar de los Dones del Señor. El Señor nos envía a llevar esta Buena Noticia de su amor a la humanidad entera. No podemos creernos santos con una falsedad de criterios y actitudes. La persona realmente santa tomará el mismo camino salvador de su Señor, preocupándose por el bien de los demás. No cerremos los ojos ante nuestros hermanos que viven esclavos del pecado. No tengamos miedo en hacerles llegar también a ellos el Banquete de Salvación que el Señor nos confió no sólo para que lo anunciemos con nuestras palabras, sino para que lo entreguemos como alimento que fortalezca las esperanzas de la humanidad. Jamás despreciemos a los demás; por ningún motivo violemos sus derechos humanos; jamás los humillemos. Tratemos de amar, y amar con el mismo amor eterno con que nosotros hemos sido amados por Dios. Esa es la Misión y el compromiso que tenemos los que formamos la Iglesia. No nos convirtamos, por tanto, en un fraude para la humanidad.

Que nuestro Dios y Padre nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, ser ocasión de salvación para la humanidad entera para que todos vuelvan a Dios, y encaminen sus pasos hacia la posesión de los bienes definitivos. Amén.

Homiliacatolica.com


3-14.

El evangelio de hoy me deja contemplando, primero la actitud de los
discípulos, quiénes, ante la acción de la mujer cananea de ir gritando detrás de ellos se desesperan y piden al Señor que la atienda. Por el otro lado está la actitud de Jesús, la cuál encierra un propósito doble. Primero el de enseñanza a sus propios seguidores, a su pueblo, en tanto esta mujer, que no es del pueblo de Israel y por tanto no ha sido criada en la tradición israelita, insiste e insiste detrás de Jesús pues ella cree que Él tiene poder para curar a su hija. Segundo está la enseñanza ha ella misma en cuanto a perseverar. Ella tiene fe, aunque tal vez no sepa que la tiene, por lo menos no en los términos a que los israelitas están acostumbrado. Sin embargo, a ella no le importan los aparentes rechazos de Jesús y sigue insistiendo. Su perseverancia consigue el reconocimiento de su fe por parte de Jesús ante la multitud que le sigue y la sanación de su hija. Cuántos de nosotros ante la primera insinuación de que debemos perseverar y esperar en la oscuridad de la fe abandonamos el camino, perdemos la batalla, creemos que Jesús nos ha abandonado.

Dios nos bendice,

Miosotis


3-15.

Comentario: Rev. D. Jordi Castellet i Sala (Sant Hipòlit de Voltregà-Barcelona, España)

«Mujer, grande es tu fe»

Hoy escuchamos a menudo expresiones como “ya no queda fe”, y lo dicen personas que piden a nuestras comunidades el bautizo de sus hijos o la catequesis de los niños o el sacramento del matrimonio. Esta palabra ve el mundo en negativo, muestra el convencimiento de que cualquier tiempo pasado fue mejor y que ahora estamos al final de una etapa en la que no hay nada nuevo que decir, ni tampoco nada nuevo por hacer. Evidentemente, se trata de personas jóvenes que, en su mayoría, ven con un cierto tono de tristeza que el mundo ha cambiado tanto, desde sus padres, que quizás vivían una fe más popular, que ellos no se han sabido adaptar. Esta experiencia les deja insatisfechos y sin capacidad de reacción cuando, de hecho, quizás están a la entrada de una nueva etapa que conviene aprovechar.

Este pasaje del Evangelio capta la atención de aquella madre cananea que pide una gracia para su hija, reconociendo en Jesús al Hijo de David: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada» (Mt 15,22). El Maestro queda sorprendido: «Mujer, grande es tu fe», y no puede hacer otra cosa que actuar a favor de aquellas personas: «que te suceda como deseas» (Mt 15,28), aunque parezca que no entran en sus esquemas. No obstante, en la realidad humana se manifiesta la gracia de Dios.

La fe no es patrimonio de unos cuantos, ni tampoco es propiedad de los que se creen buenos o de los que lo han sido, que tienen esta etiqueta social o eclesial. La acción de Dios precede a la acción de la Iglesia y el Espíritu Santo está actuando ya en personas de las que no hubiéramos sospechado que nos traerían un mensaje de parte de Dios, una solicitud a favor de los más necesitados. Dice san León: «Amados míos, la virtud y la sabiduría de la fe cristiana son el amor a Dios y al prójimo: no falta a ninguna obligación de piedad quien procura dar culto a Dios y ayudar a su hermano».