LUNES DE LA SEMANA 17ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Ex 32, 15-24.30-34

1-1.

Moisés baja del Sinaí con las Tablas de la Ley. Sin duda, ha aprendido en Egipto el arte de escribir; el uso de escribir sobre la piedra es ya conocido en su época. Es muy posible incluso que sea uno de los primeros en utilizar la escritura protoalfabética, cuyos testimonios más antiguos, conservados, son originarios precisamente del Sinaí. El dedo de Moisés, al grabar el decálogo sobre la piedra, es al mismo tiempo el dedo de Dios (versículo 16).

a) A su regreso al lugar donde estaba acampado el pueblo de Israel, Moisés descubre el becerro de oro (vv. 17-18) y, ante un divorcio tan descomunal entre el monoteísmo y el espiritualismo contenidos en aquellas tablas y el culto materialista y naturista que tenía ante sus ojos, se queda anonadado. En su cólera destruye las tablas al mismo tiempo que la estatua (versículos 19-20), que reducida a añicos, es tirada al río en donde los hebreos calman su sed y se refrescan, como para recordarles continuamente el pecado que acababan de cometer y hacerles beber hasta las heces aquel agua contaminada por la idolatría.

b) Aarón se defiende tan torpemente de su complicidad en el culto del becerro de oro (vv. 23-24), que apenas si se puede confiar ya en su sacerdocio para reconciliarse con Yahvé. Sólo Moisés es suficientemente íntegro para ejercer su "mediación". Así sucederá a menudo en Israel, en donde el clero, demasiado comprometido, deberá ser reemplazado por el profeta y, más adelante, por el profeta único Jesucristo. Pero la mediación de Moisés no impedirá que el castigo divino caiga sobre el pueblo, aunque sin comprometer su marcha hacia la salvación.

Se enfrentan aquí dos concepciones de la religión. O bien Dios se esconde detrás de la naturaleza, siendo entonces preciso interponer un símbolo terreno de fuerza y fecundidad (el becerro de oro) entre el hombre abatido por su pobreza y el Dios todopoderoso, o bien está en el interior del hombre inspirando su conducta a seguir (los mandamientos escritos en piedra por Moisés), y solo una persona podrá interponerse entre Dios y el hombre, capaz de representar a uno y otro. Desde Jesucristo, optamos por el segundo tipo de religión, la única que promociona al hombre.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VI
MAROVA MADRID 1969. Pág. 200


1-2.

-Moisés bajó de la montaña con las dos tablas de la ley.

Cuando llegó cerca del campamento vio el becerro de oro y los coros de danzar.

La historia del pueblo de Dios está jalonada por los beneficios de Dios y por los pecados de ese pueblo. Acababa de festejarse la celebración solemne de la Alianza. Moisés había vuelto al Sinaí. Durante su ausencia, Israel fabrica un «becerro de oro» y le profesa culto cantando y bailando a su alrededor. Ese "becerro de oro" ha pasado a ser, en Occidente, una imagen clásica para simbolizar la idolatría, en particular el culto de la riqueza. Esta interpretación no es falsa, pero es demasiado limitada.

De hecho Aaron había pedido a la gente que aportara sus joyas: el pueblo se despojó pues de sus riquezas para ofrecerlas a Dios. Su falta no era pues ésta.

-Yo les dije: «¿Quién tiene oro?» Ellos se despojaron de sus riquezas y me las dieron.

Descubrimos aquí toda la ambigüedad del pecado. Los israelitas creen hacer el bien y honrar a Yavéh.

Pobre gente ¡cuán parecidos son a nosotros! que a menudo caemos también en la trampa del mal sin darnos del todo cuenta de nuestro error ¡Señor, haznos lúcidos!

Ayúdanos a reconocer claramente y a desenmascarar el pecado que no descubrimos .

Entonces, ¿cuál fue pues su verdadera falta? BECERRO-ORO:

Me dijeron: "Haznos un dios que vaya delante de nosotros; porque no sabemos qué le ha sucedido a Moisés, el hombre que nos sacó de Egipto". Su pecado era pues haber querido «representar» a Dios; siendo así que Dios es invisible, Dios es misterio. Pero el hombre ha tendido siempre a localizar, a materializar a Dios, para estar seguro y, por así decirlo, tenerlo al alcance de la mano. «Haznos dioses que caminen como nosotros, que podamos verlos.» Los primeros mandamientos del Decálogo afirmaban el monoteísmo y el espiritualismo. Y ese culto a una estatua de becerro corría el riesgo de conducir a Israel a las religiones naturistas, a los cultos a la fecundidad, que eran los de tantos pueblos de entonces. Es pues la pureza de la fe, la autenticidad del Dios escondido lo que Moisés defiende al dejarse llevar de una santa cólera.

Efectivamente Señor, Tú eres el totalmente-otro. Nadie puede alcanzarte con la mano.

Queremos creer que de veras haces camino con nosotros aunque no te veamos.

Purifica nuestra fe de sus ambigüedades. Ten piedad de nuestra debilidad.

-Al día siguiente dijo Moisés al pueblo: «Habéis cometido un gran pecado. Yo voy a subir ahora donde el Señor. Acaso pueda obtener la expiación de vuestro pecado.» La actitud de Moisés es verdaderamente ejemplar.

Lejos de desolidarizarse del pueblo pecador, vuelve donde Dios para implorar el perdón.

El «mediador» es precisamente el que se deja dividir entre dos partes opuestas, para acercar la una a la otra: Moisés es solidario de Dios y defiende su causa... pero es también solidario de su pueblo y va a defenderlo ante Dios.

¿Somos también nosotros capaces de condenar al pecador? ¿Suelo interceder por los que me dañan?

Moisés es el tipo mismo de la "intercesión" y por ello preanuncia a Jesús.

Pensando en las múltiples formas de "becerros de oro" de HOY, ruego por el mundo pecador... del cual también formo parte.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 200 s.


1-3. /Ex/32/01-06 /Ex/32/15-34:

El tema de nuestra lectura es la infidelidad de Israel y la fidelidad inconmovible de Yahvé.

Es preciso interpretar el alcance del pecado del pueblo. Israel, en esta ocasión, no pretende abandonar a Yahvé para ir tras otro dios, sólo quiere conseguir que Yahvé se dé a ver. Hasta ahora, Moisés tenía la misión de ser signo de la presencia y de la voluntad de Yahvé ante el pueblo. Pero ahora Moisés no está con ellos. Ha subido al Sinaí y no ha descendido de la montaña, y el pueblo teme que haya sido tragado por la tempestad, arrebatado por Dios. Se trata, pues, de sustituir a Moisés y su misión (v 1). Con ello, el pueblo corrige los planes de Dios y se convierte en director de sus destinos. Suplanta a Dios y, en lugar de seguir el camino que él le ha trazado, que es el único camino de salvación, trata de asentar su confianza en otra realidad o, al menos, en una realidad de signo distinto. De ese modo, niega la verdadera fe y se convierte en «in-fiel» a la alianza.

Sorprende el espectáculo de Moisés, el mediador, tirando y rompiendo al pie de la montaña las tablas de piedra que le había dado Yahvé en la cima del Sinaí. Aquel documento de piedra era el signo visible de la alianza entre Dios y el pueblo. Ahora el pueblo ha roto la alianza; el signo, pues, ya no tiene razón de ser: es un signo sin contenido una mentira que es preciso destruir para que no engañe a nadie. Cuando el pueblo por la penitencia y la conversión, vuelva a la fidelidad de la alianza, Dios les dará un nuevo signo, unas nuevas tablas de piedra. Por otro lado, este gesto de Moisés nos lo muestra dentro de su contexto humano: por más que fuera un hombre lleno de Dios, tenía su genio difícil de controlar en algunas ocasiones. Sacar el genio puede ser un defecto, pero también puede ser una manifestación de responsabilidad. Recordemos a Jesús expulsando a los mercaderes del templo. ¡Grandeza y limitación de la naturaleza humana! Por esto conviene que una práctica constante del autodominio nos lleve al equilibrio.

¿Cómo se desarrolló el episodio del becerro de oro? ¿Narra el capítulo 32 un incidente ocurrido en un solo día? Ahí parecen estar concentrados numerosos materiales de distintas procedencias. Lo que se intenta presentar es la actitud completamente limpia de Moisés y de un grupo de levitas frente a la actitud desviada del pueblo y del espíritu blando, condescendiente, cobarde e infiel de cierta clerecía que demasiado a menudo claudica de su misión de guiar al pueblo por los caminos de la exigencia de la fe y termina pactando con el mal. Nos hallamos ante una disputa religiosa que termina en una rebelión y un enfrentamiento entre hermanos.

J. M. ARAGONÉS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 140 s.


2.- Jr 13, 1-11

2-1.

El episodio de la faja podrida es, sin duda, una parábola, y no un hecho real llevado a cabo por el profeta: es muy difícil imaginarse que Jeremías haya recorrido cuatro veces los mil kilómetros que separaban su patria del río Eufrates.

Lo mismo que Jeremías embellece su atuendo con una faja nueva que se ciñe a la cintura, de igual modo Yahvé se embellece con Israel. Este pueblo era para Dios un verdadero ornamento colocado directamente sobre su piel: tan íntimas eran sus relaciones.

Pero Israel se ha desligado de Yahvé con la misma facilidad con que se desprende uno del cinturón; y así como el cinturón del profeta se ha podrido en contacto con la humedad del Eúfrates, así Israel quedará reducido a la más absoluta inutilidad (v. 10).

La imagen es elocuente. Yahvé ha hecho de Israel algo entrañablemente suyo, y este pueblo vive de la intimidad misma que Dios le propone. En cuanto Israel rompe sus compromisos con su Señor, pierde automáticamente su razón de ser; como el cinturón de cuero expuesto a la humedad, enmohece y su aniquilación no se hace esperar.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VI
MAROVA MADRID 1969.Pág. 201


2-2.

Los profetas hablan no sólo con sus palabras sino con su vida. Hemos visto a Oseas y a Isaías proclamar un mensaje a través de sus hijos. Vamos a ver hoy -«ver»... es un termino moderno, que encaja en nuestra época «audio-visual»--, como en el cine, veremos pues un mensaje en una acción simbólica.

-Vete a comprar una faja de lino y póntela a la cintura... toma la faja que has comprado, levántate, vete al Eúfrates, y escóndela en una grieta de la peña...

El primer aspecto de esta parábola en actos es que Dios está unido a su pueblo, como una faja ceñida a la cintura.

Trato de dejarme captar por esa imagen concreta.

Una faja.

1. es algo útil: sirve para sujetar el pantalón o la falda.

2. es un adorno: puede ser un detalle elegante.

3. se adapta al cuerpo, sigue doquiera...

Por sorprendente que todo ello pueda parecer, Dios se atreve explícitamente a aplicar esos tres simbolismos a sus relaciones con su pueblo.

1. La faja resultará que «no sirve para nada», por consiguiente sólo será útil para Dios. (versículo 7)

2. La faja debía servir para el «renombre y la gloria de Dios»... (versículo 11)

3. Dios se había unido a su pueblo. (versículo 11)

-Pasaron muchos días cuando el Señor me dijo: «Levántate, vete al Eúfrates y recoge allí la faja que te mandé que escondieras... Fui allí, y he ahí que se había echado a perder, la faja no valía para nada.

El segundo aspecto de esta parábola, es el anuncio simbólico de la deportación. El Eúfrates es el río de Babilonia y de Asur, las grandes potencias del Este que amenazan a Israel sin cesar.

Algunos piensan que Jeremías escondió de hecho su faja en el curso del río Fara, que fluye a seis kilómetros al norte de Anatot, su pueblo natal: el nombre de ese riachuelo -Fara es peral en hebreo- evocaría el Eúfrates.

-Del mismo modo echaré a perder la mucha soberbia de Jerusalén. Ese pueblo malvado que rehúsa «oír» mis palabras, que camina según la dureza de su corazón y que va en pos de otros dioses para servirles... Que sea como esta faja que no vale para nada.

Ser un pueblo "utilizable", un pueblo útil para Dios. Con ese comentario Jeremías nos sugiere que el papel, la utilidad del pueblo creyente es "escuchar" a Dios.

¿Soy un hombre que escucha? ¿Cuál es mi capacidad de atención a la Palabra de Dios... en la Escritura, y en la vida corriente? ¿Tengo también un corazón endurecido, que va en pos de los ídolos de nuestro tiempo, que se hace esclavo de toda clase de cosas?

En ese caso no "valgo nada" para Dios. "Si la sal se vuelve insípida, dirá Jesús, no vale nada. Se tira y se pisotea". (Mateo 5, 13)

-Como una faja... de tal modo hice apegarse a mí toda la casa de Judá...

¿Estoy apegado a Dios? ¿Está Dios apegado a mí?

-Para que fuese mi pueblo, mi nombradía, mi honor y mi prez. Pero ¡no han "escuchado"!

La comunidad creyente debería ser el honor de Dios, su nombradía, HOY diríamos su "publicidad", su atractivo... porque resultaría ser ¡muy hermosa!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 200 s.


3.- Mt 13, 31-35

3-1.

A la imagen del campo sembrado se añaden hoy las parábolas del granito de mostaza y de la levadura. El Señor vuelve a permitirnos una ojeada en las escondidas células del crecimiento del reino de Dios. En el silencio vemos las manos eternas de Dios en plena obra de la redención del mundo. La simiente ha sido echada. Vino Cristo, el Verbo divino del Padre, y se hizo semilla fértil en el desolado campo del mundo. La tierra recibió su cuerpo sacrificado y la semilla de su sangre rindió el uno por mil. Su palabra cayó en la esponjosa tierra de los corazones y dio infinitos frutos de sazón. Nosotros nos hallamos en pleno milagro de este crecimiento.

¡Qué cantidad de preciosos frutos no ha guardado en sus trojes el Padre de familias celestiales, desde los días fecundos de la Iglesia de los mártires, cuando la semilla de la sangre de Cristo se abrió para dar purpúreos frutos y flores! Ahora precisamente, en la fiesta de Todos los Santos, dentro del ciclo de fiestas del año, se nos han abierto los tesoros celestiales, y hemos contemplado atónitos el acervo de frutos: el innumerable ejército de los Santos de Dios. Y la vida que ha germinado de una semilla, sigue aún creciendo. Inagotable es su fecundidad. Ya en el mundo natural admiramos la inmensa abundancia y variedad de la vida, la fuerza germinadora de la naturaleza, en un continuo rejuvenecerse, y bendecimos al Creador que ha encerrado en cada una de las más pequeñas simientes una tal plenitud de vida.

¡Imagen y semejanza del mundo espiritual y sobrenatural! De una sola simiente, Cristo hace crecer la plenitud de su cuerpo místico, la Iglesia; hace crecer en ramas sin número el árbol del reino de Dios en la tierra.

El Señor no trae porque sí a colación la imagen del crecimiento natural. Poco a poco y en silencio, la Iglesia de Cristo crece, crece la obra de la redención, crece el reino de los redimidos; como también, poco a poco, va creciendo la semilla, y en silencio echa un brote, y éste crece. No en una sola noche se ha levantado allí el árbol; únicamente al cabo de muchos años, si alzamos los ojos y nos fijamos en él, exclamamos: ¡Cuán grande se ha hecho! Y lo mismo sucede cuando una mujer mezcla la levadura entre la masa de la blanca harina: va expansionándose poco a poco, hasta que por fin la fermenta toda y la masa del pan ya está lista. Así también obran en el mundo la palabra redentora y la fuerza santificante de Cristo. Despacio y en silencio hacen las veces de una levadura. Pero debemos volver a detenernos y decirnos maravillados: mas ¿cómo sale un pan tan sabroso del asqueroso salvado del mundo? ¡Cuán eficaces resultan esas imágenes de la naturaleza, tan simples y diarias y asimismo tan maravillosas siempre! ¡Cuán profunda su muda lección! El reino de Dios va creciendo despacio. Todo lo grande crece en el silencio: como el pan en los labrantíos. No hace ningún rumor. ¿Qué podemos nosotros hacer?

Esponjar y abonar la tierra, sembrar la semilla.

Lo que viene después es una grande obra. Así crece la semilla de Dios en los corazones, así crece la Iglesia.

¿Qué podemos nosotros hacer? Esa es la gran pregunta que de continuo está levantando ruido y llena a muchos de turbación.

¿Qué podemos nosotros hacer para que crezca la Iglesia, para que crezca el bien? ¡Ah, nuestro obrar nada consigue! Pero la simiente germina, y el pan crece; Dios lo obra. Dejarle hacer reverentes y en silencio; ser tierra abierta para El, para su majestuosa y siempre operante fuerza; quitar del paso lo que pudiera obstaculizar esta fuerza, sanear la tierra; eso es todo.

Poco es, encerrados como estamos, en los límites de nuestra humana impaciencia, la cual quisiera llevarlo todo a cabo con la propia fuerza y dar cima al reino de Dios en un solo día. Pero mucho es lo que hace por su parte Dios, quien es el único que actúa y en quien actúa todo aquel que deja que El actúe. (...) La obra de Dios es la tranquilidad y la paz. No se oye ni se ve la obra del Señor, el crecimiento de su reino. A diario publica su palabra por el Evangelio y toda la liturgia de su Iglesia. A diario se nos hace penetrar en su presencia vital, al ser cobijados por la casa de Dios, que está llena de su Espíritu.

Cada día cobra realidad esta presencia en nosotros; cada día experimentamos la fuerza transformadora de su sacrificio; cada día es echado en nosotros su Cuerpo como simiente. Las aguas del Bautismo fluyeron y el óleo de la Confirmación nos ungió.

De mil maneras se nos comunica, bajo sagrados signos, la fuerza del Señor; no debemos hacer más que dejarla obrar; no hemos de ponerle obstáculo alguno en el camino. Dios obra por sus sacramentos y éstos no son nada fuera de lo normal: un granito de mostaza, un poco de levadura. Pero realizan lo mayor que realizarse puede: transformar el mundo.

Ellos llevan a cabo la redención y echan los cimientos del eterno reino de la paz. Dios obra y la iglesia crece. Basta que creamos y nos hallemos dispuestos. "Que siempre suspiremos por aquello por lo cual en verdad vivimos" (Poscomunión), esto es, que nos abramos a la operación misteriosa de Dios. Que no cavilemos, que no vayamos con preguntas, que no queramos hacer nada solos o por nuestras propias fuerzas. Vaca Deo et videbis! (Sal 45, 11), "¡tómate tiempo, está libre para Dios, y verás!" Verás y admirarás la gloria de su obra y su crecer silencioso en los suyos.

He aquí la lección que la parábola evangélica nos da en sus imágenes. La realidad práctica nos la muestra la epístola. Pablo (/1Ts/01/02-10) ve verificada en sus tesalonicenses la parábola del granito de mostaza y de la levadura. Les ha dado el Evangelio: no como una pura enseñanza de palabra humana, antes bien como fuerza y espíritu de Dios. Y ellos ¿que han hecho? Lo dice el Apóstol: han cumplido una sola obra, la obra de la fe.

Han creído en el Evangelio, han abierto sus corazones a la nueva vida, la han recibido, la han dejado que tomara realidad y creciera en ellos.

No ha sido esto cosa fácil; ha costado fatiga: han debido renunciar a todo; debe uno arrojar de sí muchas cosas para llegar a ser libre para Dios. El "vacare Ceo" no es cosa cómoda. Los tesalonicenses tienen experiencia de ello; han tenido que separarse de sus ídolos, han tenido que hacerse ajenos al tren de vida de los gentiles; en una palabra, han debido echar de sí su entero yo. No ha sido eso una nonada, pues lo más duro que puede hacer un hombre es el dejarse a sí mismo. Esta es la grande obra que Cristo verifica en nosotros; los tesalonicenses la ven cumplida. Se les ha ido a poner inquietud, a originarles confusión, pero ellos se han mantenido firmes. En la alegría del Espíritu Santo se han dado a la nueva vida. El Señor les ha comunicado la fuerza que necesitaban.

Así pues, el Apóstol da gracias al Padre celestial por los tesalonicenses, por la fe y la caridad que han sabido conservar en la tribulación. Ellos son la obra de Dios. Cada día prosigue su obra en ellos, para que se mantengan en la esperanza y en el aguardar a Cristo en medio de los gentiles y de los servidores de los ídolos. Se han convertido así en imitadores del Apóstol y del mismo Señor, amados de Dios, y realmente "de Cristo". Ellos, en persona, se han hecho operantes, puesto que han dejado que Dios operase en ellos.

Ahora actúan sobre los demás hombres que aún no han reconocido al Señor. No con discursos ni grandes obras, sino con su simple existencia: son como una forma en la que se puede reconocer la imagen de Cristo. Quien traba contacto con ellos, recibe la impronta de la misma imagen, con tal que sea dúctil y se preste al buen influjo. Por eso le basta al Apóstol llamarles la atención sobre lo que es la verdadera vida de Cristo. La semilla se ha puesto a vivir en los tesalonicenses, ha echado brote y da señales de su nueva vida. Son para el Apóstol levadura que él mezcla entre la masa de los gentiles, hasta que todo haya fermentado y se convierta en pan de Cristo.

Incluso a nosotros, los tesalonicenses nos comunican su forma, por la que debemos dejarnos acuñar. Nos muestran cómo tiene que ser recibida la palabra y la vida de Cristo: sin chistar, en la fe. Hay que dejarla crecer en las más pacientes fatigas, en la caridad. Y, en todo y por todo, mantenerse aguardando a Cristo; para glorificarnos. Esto es lo que significa "rationabilia": un reflexionar en sentido sobrenatural sobre lo que es racional y espiritual, como pide la oración del día.

Todo lo dicho no es nada extraordinario, no es ninguna grandiosa obra. Es manifestar una existencia humilde y dejarse moldear según la imagen del Señor, quien ha pedido: Fiat voluntas tua! Repítámoslo: no hay acción mayor que este soportar la voluntad de Dios. Únicamente por esto es como participamos de la operación de Dios, somos en sus manos levadura que hace fermentar al mundo y puede tornarlo pan saludable. Con ello prestamos un callado auxilio a nuestros guías, a los que anuncian el Evangelio: somos una forma que todo lo acuña según la imagen de Cristo, en silencio y a escondidas; somos verdaderos tesalonicenses; sentimos una alegría continua y un vital incentivo a dar gracias al Señor sin cesar por la obra de la fe que ha llevado a cabo en nosotros.

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO II
 EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 376 ss.


3-2.

-El reino de lo cielos...

El "reino de Dios"... Si Dios fuese, efectivamente, el rey de la humanidad, si los hombres se sometiesen a su proyecto de amor, si la inteligencia de los hombres se dejase iluminar por la sabiduría divina, si el corazón de los hombres se dejase inflamar por la capacidad del don de sí que hay en Dios...

De vez en cuando es necesario soñar en ese "reinado", en ese éxito de la obra de Dios.

Pero, ¿por qué, Señor, el mundo está tan lejos de ese hermoso proyecto?

-Se parece a un grano de mostaza... que un hombre siembra...

Un "grano"... un grano "sembrado"....

Hay que haber hecho esta experiencia: tomar una semilla y sembrarla. No hay nada como esta experiencia vital para comprender la potencia escondida de la vida. Aparentemente hay poca diferencia entre una semilla y una piedrecita. Pero si pongo las dos en la palma de mi mano, sé que una es un germen viviente, de la que saldrá un brotecillo verde, mientras que la otra es un pedazo de muerte.

-Siendo la más pequeña de las semillas, cuando crece, sale por encima de las hortalizas y se hace un árbol, hasta el punto que vienen los pájaros a anidar en sus ramas.

La ley del crecimiento, la ley de la paciencia es la ley esencial de la vida.

¿Por qué Señor el mundo parece tan alejado de tu Reino? ¿Qué hay que pensar Jesús del pequeño número de los que te siguen realmente? ¿Es digno de Dios y de todo el trabajo que Tú te has tomado para salvarnos, contar sólo con esos "doce" hombres que te siguen? Toma en tu mano, dice Dios, la más pequeña de todas las simientes: ¡así es el Reino! Las "pequeñas cosas" son a veces grandes, a los ojos que saben ver.

No son las apariencias las que cuentan.

Jesús veía el gran árbol que estaba ya presente en la palabra que El "sembraba".

Señor, ayúdanos a "ver" el esplendor, la fecundidad y la belleza de la vida... ¡que se preparan HOY en la pequeñez y la modestia algunos granos de mostaza! Que yo, como Tú pueda contemplar los pájaros que anidarán mañana, y que cantarán en el árbol salido de esa semilla.

-El reino de los cielos se parece a la levadura que mezcló una mujer en 4O kilos de harina hasta que toda la pasta hubo fermentado.

¡Es la misma desproporción! ¡Una pizca de levadura, minúscula, mezclada en más de 40 kilos de harina! Mirado exteriormente el ministerio de Jesús aparece como insignificante.

Pero Jesús veía más allá, Jesús tenía unas miras más amplias: veía el final de los tiempos... su mirada se extendía hasta la dimensión "escatológica", cuando "Dios será todo en todos", usando toda la pasta habrá fermentado, cuando toda la humanidad habrá sido transformada desde el interior... en la plenitud de los tiempos.

Pero, ¿cómo trabajar ahora en vistas a ello? En primer lugar, ¿soy "levadura" ? ¿Soy "amor"? a imagen de Dios.

Y luego, ¿estoy "escondido en"? ¿mezclado en el mundo que hay que transformar? ¡Un hombre, una mujer, que se han dejado transformar en levadura, y esconder en la pasta humana... llegan a ser, según Jesús. una fuerza de vida que se comunica a todo el ambiente en que se hallan inmersos! El amor que habita en un ser, la fe que da sentido a su vida elevan insensiblemente, lentamente, invisiblemente, a todos los que toca.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 92 s.


3-3.

1. (Año I) Éxodo 32,15-24.30-34

a) La escena de hoy nos relata el pecado del pueblo de Israel, el más emblemático de su larga historia de infidelidades a Yahvé: la construcción y adoración del becerro de oro. El pueblo se cansa fácilmente, no soporta la ausencia de Moisés («ese Moisés que nos sacó de Egipto, no sabemos qué le ha pasado») y pide «un dios que vaya delante de nosotros». No se sabe si el pecado consistió en adorar a otros dioses, o que se atrevieron a representar a Yahvé en forma de becerro, en contra de lo que estaba severamente prohibido, para evitar el peligro de los dioses falsos: hacer imágenes de Dios.

Por la debilidad de Aarón y de otros responsables, se llega a la escena que leemos hoy, con la ruidosa fiesta en torno al becerro y la ira de Moisés, que rompe las tablas de la Alianza y tritura el becerro hasta convertirlo en polvo y hacerlo beber con agua al pueblo (acción simbólica de cómo la idolatría penetra hasta lo más profundo del ser humano).

La escena termina con un gesto magnífico de Moisés, que sube de nuevo al monte para interceder por su pueblo, pidiendo el perdón de Dios. Hasta tal punto, que le dice: «o perdonas a tu pueblo o me borras del libro de tu registro». Dios escucha a Moisés. El castigo llegará a su tiempo (no entrarán en la tierra prometida), pero, de momento, sigue la historia de la liberación.

El salmo es un eco de la lectura, describiendo cómo «en Horeb se hicieron un becerro, adoraron un ídolo de fundición, cambiaron su gloria por la imagen... Dios hablaba de aniquilarlos, pero Moisés se puso en la brecha frente a él».

b) Podemos aplicarnos la lectura de hoy, pensando si imitamos la ligereza del pueblo de Israel. ¿Nos hacemos dioses a nuestra medida? A los israelitas les gustaban más los dioses que habían abandonado en Egipto o los de los pueblos que iban encontrando en el camino.

Querían un dios visible, no invisible.

Puede ser que también nosotros nos fabriquemos ídolos a nuestro gusto, más permisivos, sin tantas exigencias de conducta moral según la Alianza. O bien, nos hacemos una imagen de Dios, o de Cristo, a nuestra medida.

¿Cuál es nuestro «becerro de oro» preferido, al que, de alguna manera, rendimos culto, más o menos a escondidas? Tendríamos que ser consecuentes con la Alianza y deshacernos de nuestros ídolos.

También podemos espejarnos en Moisés. Como él, tal vez sufrimos por la pérdida de la fe y por los ídolos que se adoran en torno nuestro. No romperemos tablas de la ley ni trituraremos becerros, pero sí podemos tener la tentación de dejarlo correr y de abandonar la tarea de la evangelización o del testimonio cristiano.

¿Cómo reaccionamos ante el mal que vemos en la sociedad o en la Iglesia? ¿somos capaces de compaginar nuestro disgusto con la solidaridad y la súplica ante Dios? ¿hubiéramos subido, como Moisés, de nuevo al monte a interceder ante Dios, haciendo causa común con esta humanidad? ¿oramos por nuestros contemporáneos, o sólo se nos ocurre criticarlos? ¿sabemos ser tolerantes y perdonar, o somos de los precipitados que quisieran arrancar en seguida la cizaña que crece en el campo?

Gracias a la oración de Moisés, Dios perdonó y continuó conduciendo a su pueblo por el desierto. Dios no condena definitivamente. Deja margen a la rehabilitación. Tiene paciencia.

1. (Año II) Jeremías 13,1-11

a) Las acciones simbólicas les sirven a los profetas para expresar su mensaje con una pedagogía popular. En este caso, Jeremías hace el gesto del cinturón de lino.

Un cinturón de lino puede ser un adorno muy hermoso, ceñido al vestido. Pero si se deja mojar y no se cuida, se estropea y ya no sirve para nada. Así le pasa al de Jeremías: escondido en el río Éufrates, al cabo de un tiempo, está ya totalmente podrido y no se puede ni presentar.

La intención es simbólica. El cinturón es el pueblo de Israel, que en otro tiempo fue tan hermoso que el mismo Dios se «lo ponía» como adorno y se alegraba de él. Pero la idolatría lo ha estropeado. Ya aquí, en su tierra, tentado por otros dioses. Pero mucho más en los países paganos del Norte: el Eufrates en Babilonia, que sería el lugar del destierro y de la contaminación. No hace falta pensar que Jeremías viajó hasta allá (más de mil kilómetros). Es un gesto que simboliza los «viajes» que el pueblo infiel hace fuera de la casa paterna. Y, entonces, Israel ya no sirve para nada.

b)Se nos puede aplicar muy bien la parábola a nosotros.

Los cristianos -y más si somos religiosos o ministros ordenados- deberíamos ser el adorno de la Iglesia, y Dios mismo tendría que poder estar orgulloso de nosotros. Como de un lazo vistoso y de un cinturón que adorna el vestido.

Pero corremos también el peligro de estropearnos por la «humedad», por las tendencias anticristianas del mundo en que vivimos.

Ojalá no tengamos que oír el lamento del salmo de hoy: «despreciaste a la Roca que te engendró y olvidaste al Dios que te dio a luz... Ellos me han dado celos con un dios ilusorio, me han irritado con ídolos vacíos». El amor va unido a los celos de los que habla el salmo.

¡Cuántas veces comparan los profetas el amor -y el desamor- entre Dios y su pueblo con la fidelidad o la infidelidad en la vida conyugal. «Pero no me escucharon».

Jesús nos dijo que si la sal se estropea, ya no sirve. Que si una luz se esconde, ya no tiene ninguna utilidad. Aquí se nos dice que un adorno estropeado es mejor tirarlo. ¿Nos toca algo de la queja?

2. Mateo 13,31-35

a) Estamos todavía en el capítulo de las parábolas de Jesús: esta vez, dos muy breves, la del grano de mostaza y la de la levadura en el pan.

Un grano de mostaza se convierte en una planta respetable. La intención es clara: Dios parece elegir lo pequeño e insignificante, pero luego resulta que, a partir de esa semilla, llega a realizar cosas grandes.

La levadura también es pequeña, pero puede hacer fermentar toda una masa de harina y permite elaborar un pan sabroso.

Es el estilo de Dios. No irrumpe espectacularmente en el mundo, sino a modo de una semilla que brota y germina silenciosamente y se convierte en planta. Como la levadura, que, también silenciosamente, transforma la masa de harina.

b) Esta manera de actuar de Dios, a partir de las cosas sencillas, se ha visto sobre todo con Jesús. Se encarnó en un pueblo pequeño (a su lado había otros como Egipto, Grecia y Roma), y se valió de personas sin gran cultura ni prestigio (no recurrió a los sumos sacerdotes o doctores de la ley). Pero el Reino que él sembró, a pesar de que fue rechazado por los dirigentes de su tiempo, se ha convertido en un árbol inmenso, que abarca toda la tierra, transformando la sociedad y produciendo frutos admirables de salvación.

También en nuestros días tenemos la experiencia de cómo sigue obrando Dios. Con personas que parecen insignificantes. Con medios desproporcionados. Con métodos nada solemnes ni milagrosos, pero eficaces por su fuerza interior. Y suceden maravillas, porque lo decisivo no son los medios y las técnicas humanas, sino Dios, con su Espíritu, quien da fuerza a esa semilla o a esos gramos de levadura.

La Eucaristía que celebramos es algo muy sencillo. Unos cristianos que nos reunimos, que escuchamos lo que Dios nos quiere decir, y realizamos ese gesto tan sencillo y profundo como es comer pan y beber vino juntos, que el mismo Jesús nos ha dicho que son su Cuerpo y Sangre. Pero esa Eucaristía es como el fermento o el grano que luego fructifica -debería fructificar- durante la jornada, transformando nuestras actitudes y nuestro trabajo.

Tal vez nos gustarían más las cosas espectaculares. Pero «el Reino está dentro» (Lc l 7,20), y no fuera. Y, si le dejamos, produce abundante fruto y transforma todo lo que toca.

Como es increíble lo que puede producir un granito pequeño sembrado en tierra, es increíble y esperanzador lo que puede hacer la semilla del Reino -la Palabra de Dios, la Eucaristía- en nuestra vida y en la de los demás, si somos buen fermento y semilla dentro del mundo.

«Este pueblo ha cometido un pecado gravísimo, pero ahora perdona su pecado» (1ª lectura I)

«Dad gracias al Señor porque es bueno» (salmo I)

«Este pueblo que sigue a dioses extranjeros, ya no sirve para nada» (1ª lectura II)

«El Reino de los Cielos se parece a la levadura» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 194-198


3-4.

Jr 13, 1-11: Un pueblo infiel

Mt 13, 31-35: El grano de mostaza

El Reino de Dios se manifiesta de manera muy sencilla, es una realidad casi imperceptible. Sin embargo, a medida que crece muestra sus frutos. Las dos parábolas ilustran esta verdad.

El grano de mostaza simboliza el proyecto de Jesús. La mostaza es un arbusto que no les quita la luz a las demás plantas de la huerta. En él tienen cabida las aves que vienen de lejos. Así es el Reino de Dios. Una nueva realidad que no sofoca a las demás. Se manifiesta con sencillez y deja espacio para que coexistan otras alternativas. Una nueva realidad donde tienen espacio todos los seres humanos. La imposición, la opresión y la marginación están lejos de su proyecto.

La levadura no es nada comparada con la cantidad de harina. Sin embargo, bastan unos cuantos gramos de ésta para fermentar muchos kilos. La presencia del Reino en medio de la comunidad cristiana es capaz de transformar a la masa de creyentes. El talante del Reino es sumamente discreto pero eficaz. Es una acción invisible a los ojos de los espectadores pero transforma lentamente toda la realidad.

Nosotros aspiramos a que nuestras obras, comunidades e iglesias sean grandes conglomerados que den respuesta a todo. La propuesta de Jesús apunta en sentido contrario. La comunidad de discípulos no es un imperio, no es un árbol que tape el huerto de la creación. La comunidad, donde se hace efectivo el Reino, es un espacio donde los seres humanos pueden llegar a ser personas. Allí van creciendo sin oprimir a los demás y se abren para que otros hombres y mujeres también crezcan.

Muchas veces queremos signos portentosos. Sin embargo, la acción del Reino es discreta y no está sujeta a nuestra voluntad. Irrumpe allí donde hay hombres de buena voluntad dispuestos a vivir como hijos de Dios.

Servicio Bíblico Latinoamericano


3-5.

Ex 32, 1-6.15-24.30.34: Este pueblo está inclinado hacia el mal

Sal 105

Mt 13, 16-17: ¡Dichosos los que ven la obra de Dios!

La tradición nos cuenta que San Joaquín y Santa Ana fueron los padres de la Virgen María. Ellos son de alguna forma el símbolo de la espera confiada del pueblo de Israel. Fueron muchos a lo largo de los siglos los que esperaron contra toda esperanza. Los que, a pesar de los pesares, siguieron levantándose cada mañana con el corazón despierto y la confianza puesta en el Dios de sus padres. Sabían, creían, que el Dios de los antepasados, el que los había liberado de la esclavitud de Egipto y los había llevado a la Tierra Prometida, no les podía fallar. La mayoría de ellos murieron sin ver llegar el Mesías esperado. Posiblemente lo mismo sucedió a Joaquín y Ana.

Pero, alentando día a día su esperanza, supieron comunicarla a la siguiente generación. María creció en ese ambiente. Por eso, cuando llegó la oferta de Dios, supo decir "Sí" sin reparos, con generosidad. De estos modelos deberíamos los cristianos aprender a mantener el ritmo de nuestra espera. La liberación vendrá de nuestro Dios, aunque las adversidades parezcan muchas e invencibles. Dios, el Dios de nuestros padres, no nos fallará.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6. 2001

COMENTARIO 1

vv. 31-32: Les propuso otra parábola: Se parece el reino de Dios al grano de mostaza que un hombre sembró en su campo; 32siendo la más pequeña de las semillas, cuando crece sale por encima de las horta­lizas y se hace un árbol, hasta el punto que vienen los pájaros a anidar en sus ramas.

Segunda parábola preceptiva que corresponde a Mc 4,30-32. Comparada con la profecía de Ez 17,23, a la que se enlaza por la mención de los pájaros, muestra su sentido polémico: el rei­nado de Dios no será un gran cedro que domina a todos los ár­boles del bosque, sino un modesto arbolito que sube por encima de las legumbres de un huerto. No procederá de lo ya existente (cogollo del cedro, Ez 17,22); es una planta nueva. Para ponderar la pequeñez de algo se comparaba con el grano de mostaza. Con­traste entre la pequeñez de la semilla y el árbol que resulta. A este modesto árbol confluirán los pueblos paganos (los pájaros).

Jesús se opone así frontalmente a la esperanza de grandeza y de dominio universal propia del mesianismo nacionalista. Israel no dominará a las demás naciones ni el reinado de Dios tendrá en la historia la figura de un gran imperio. Por eso habla en parábolas, porque la multitud, imbuida de nacionalismo, no podría aceptar la exposición abierta de esta realidad.



vv.33: Les dijo otra parábola: Se parece el reino de Dios a la levadura que metió una mujer en medio quintal de harina; todo acabó por fermentar.

«Medio quintal»: lit. «tres sata». El saton era una medida de unos 14 kilos; en total, unos 42 kilos de harina, cantidad enorme para un pellizco de levadura. En la traducción se ha buscado un equivalente aproximado que dé la sensación de gran cantidad. «Tres medidas», sin indicar de algún modo su gran capacidad, no expre­saría la oposición que establece el texto, paralela a la del grano de mostaza con el árbol que resulta.

Eficacia de la levadura en la masa. Todo acabará por realizarse. La pequeñez del grano de mostaza y la levadura y su efecto des­proporcionado coinciden con lo expresado en 5,17s. Todo se reali­zará a partir de los mandamientos mínimos. La levadura no se confunde con la masa, pero actúa sobre ella. Esta parábola com­pleta la del grano de mostaza. No solamente hay hombres que acuden al reino, sino que la presencia de éste influye en toda la humanidad, hasta llevarla a su madurez. La mujer «mete» (lit. «ocultó») la levadura en la masa; el reinado de Dios actúa desde dentro de la humanidad misma, desde lo más profundo de ella. Así como la parábola anterior se fijaba sobre todo en su aspecto externo y visible, ésta considera su acción invisible, a la que no se puede poner límite y que no puede constatarse hasta el final. Re­fleja un poco la situación y el optimismo de la parábola de la semilla y la tierra de Mc 4,26-29, pero a nivel global.



vv. 34-35: Todo eso se lo expuso Jesús a las multitudes en parábolas; sin parábolas no les exponía nada, 35para que se cumpliese el oráculo del profeta:

Abriré mis labios para decir parábolas,

proclamaré cosas escondidas

desde que empezó el mundo (Sal 78,2).

En el hecho de que Jesús hable en parábolas a las mul­titudes ve Mt el cumplimiento de Sal 78,2; para él, todo el AT tiene valor profético (cf. 5,17; 11,13). La mención de las parábolas y de las multitudes cierra la inclusión abierta en 13,3. La razón de este hecho es la aducida antes por Jesús mismo: las multitudes están incapacitadas para recibir el mensaje claramente, debido a la ideología mesiánica nacionalista que espera la restauración gloriosa del reino de Israel.

"Las cosas escondidas" corresponden al secreto del reino (13,10). Nunca se había dado una revelación semejante del reinado de Dios.

Estas parábolas revelan un concepto de Dios muy diferente del que aparece en el AT. No es el Dios triunfador, sino el Dios hu­milde; dentro de la historia su obra no es esplendorosa, sino mo­desta (mostaza); no se hace sin obstáculos, sino entre ellos (cizaña). El amor es al mismo tiempo fuerte y débil. Termina aquí la instrucción a las multitudes.


COMENTARIO 2

Lo significativo de las dos parábolas de hoy no está precisamente en asegurar la "grandeza" futura del Reino ni mucho menos en simbolizar su actual "pequeñez". Lo que nos quieren expresar las parábolas es que el Reino, una vez que se ponga en movimiento, él mismo se desarrollará desde la pequeñez hasta la grandeza total, porque tiene una fuerza interior que nada ni nadie podrá frustrar.

El grano de mostaza: la parábola no llama la atención sobre el largo proceso de crecimiento de la planta; pasa sin transición de la siembra, realizada en malas condiciones, a la planta en plena madurez. Con esto deberíamos entender que el sentido de crecer que expresa la parábola no tiene que ver con el proceso biológico interior sino con el aumento de volumen, de extensión, de fuerza. En este sentido: la pequeñez del grano simboliza la precariedad actual del Reino; y la planta llegada a su pleno crecimiento, representa al Reino en su manifestación definitiva y pujante. Esta pequeña semilla que se hace un árbol con ramas poderosas que sirven de cobija para las aves del cielo, está bien escogida para anunciar la grandeza futura del Reino sembrado en la pequeñez por Jesús.

La levadura: la introducción, al igual que en la parábola anterior, es una fórmula redaccional. El término de comparación no se toma, como en las tres parábolas anteriores, del trabajo agrícola, sino de una cotidiana experiencia casera ofrecida por la levadura cuando se amasa el pan. Moler el trigo y amasar el pan era oficio propio de mujeres; por eso la parábola habla de levadura que una mujer, tomándola, la metió en tres medidas de harina, hasta que todo queda fermentado. Tres veces una medida de harina es una gran cantidad de masa que se pone en contraste con el poquito de la levadura. La pequeñez de la levadura no será impedimento para que fermente toda la masa; de la misma manera, el Reino, inaugurado en la debilidad, "fermentará-levantará" un día toda la masa de la humanidad.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-7. DOMINICOS 2003

Palabras, ley y parábolas

Libro del Éxodo 32, 15-24.30-34:
“Moisés volvía del monte con las tablas de la ley en las manos... Las tablas eran hechura de Dios, y la escritura era escritura de Dios... Cuando Moisés y Josué bajaron y se acercaron al campamento de los israelitas, vieron que éstos habían hecho un becerro y que danzaban en torno a él [adorándolo]. Entonces Moisés, enfurecido, tiró las tablas y las rompió al pie del monte. Después agarró el becerro, lo quemó y lo trituró hasta hacerlo polvo... Al día siguiente, Moisés dijo al pueblo: Habéis cometido un pecado gravísimo. Subiré, pues, al Señor a expiar vuestro pecado... Subió Moisés y dijo al Señor: Este pueblo ha cometido un pecado gravísimo haciéndose dioses de oro. Pero ahora, o perdonas su pecado o me borras del libro de tu registro... Y el señor respondió:... Vete y guía a tu pueblo...; mi ángel irá delante de ti...”

Esta lectura nos ofrece una confesión más de nuestra incoherencia humana: Moisés está hablando con Dios a favor del pueblo, y el pueblo, tardado de que no baja (símbolo de la prueba de fidelidad), se olvida de Dios y fabrica sus ídolos. Comprensible el furor de Moisés que hace trizas las tablas de la ley. El pueblo no las quería, prefería hacer fiesta y danzas.

Evangelio según san Mateo 13, 31-35:
“En aquel tiempo, Jesús propuso esta parábola a la gente: El Reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta... El Reino de los cielos se parece a la levadura. Una mujer la amasa con tres medidas de harina, y ella basta para que todo fermente. Jesús expuso todo esto en parábolas, y sin parábolas no les exponía nada...”

Lección que hemos de aprender de Jesús para bien de todos: no pretendamos comprender los misterios de Dios; contentémonos con vislumbrar su profundidad y grandeza a base de ‘semejanzas’, ‘parecidos’. Los humanos no disponemos de palabras para penetrar en los secretos divinos. La fe es luz, pero no plena claridad.



Momento de reflexión
Contraste entre incoherencia humana y coherencia de Dios.
Una y mil veces diremos y confesaremos que la conducta humana, fruto y expresión de su libertad, nos hace grandes, pero que muchas veces es hija y fruto también de nuestras imbecilidades.

No olvidemos que incluso las personas más cuerdas tienen que luchar con sus flaquezas. Nadie puede presumir de fortaleza, pues quien no tiene una espina visible clavada en su cuerpo tiene muchas llagas ocultas en su alma.

Reparemos, por nuestro bien, en la paradoja que presenta el texto que hoy leemos en el libro del Éxodo. Es sorprendente y aleccionadora. En un momento, el pueblo de Dios, su caudillo Moisés, y Dios mismo, cantan a la libertad del ser creado, y entonces el pueblo y sus profetas-patriarcas suspiran por formar, al amparo del Señor, una ‘familia, sociedad, comunidad nueva’, fiel a Dios. Pero en un segundo momento una inmensa mayoría de ese pueblo se impacienta con la espera: ¿cómo es que Moisés tarda en bajar con el mensaje del Señor? ¿Reacción? Volver las espaldas a Dios y volver la cara a divinidades sustitutorias y adorarlas en un becerro, obra de sus manos. Es decir, planteamos a Dios las alternativas: si no se atiene a nuestros deseos, renunciamos a Él y a su señorío. ¡Qué imbéciles somos!

Menos mal que Dios es padre, sabio, providente, perdonador...

A veces no queremos entender a Dios ni por medio de sus parábolas.
Jesús estaba empeñado (y sigue estándolo) en que nos entren por los ojos las verdades, los afectos, los misterios de salvación, y nos dice: sois sarmientos de mi vid, sois miembros de mi cuerpo, sois hijos de mi Padre, sois levadura, sois luz, tenéis morada en el cielo... Seguidme. Pero su palabra se pierde. No le hacemos caso. Cuando no hay voluntad de entrega, ni disponibilidad hacia el bien, ni confianza, ni apertura a luces del más allá, siempre nos quedamos jugando con becerros de oro.


3-8. CLARETIANOS 2003

Se puede empezar las vacaciones deseando desconectar de todo. Es comprensible. Pero la realidad se nos impone. Las noticias de la guerra en Liberia nos muestran la fragilidad de nuestro mundo. ¡Se nos rompe la fraternidad a cada paso! Muchas de nuestras conquistas son como un castillo de naipes. Un suave soplo las derrumba. ¿Dónde está la fuerza del Resucitado? ¿Cómo contribuye el cristianismo a construir “otro mundo posible”? ¿De qué sirven las vacaciones si la injusticia sigue segando vidas humanas?
¿Cuáles son los “dioses de oro” que nos hemos construido y a los que estamos adorando? ¿Podremos abrir los ojos para caer en la cuenta de que son dioses sin aliento, que no nos regalan razones para vivir sino excusas para matar?

La verdadera vida –dice Jesús- es como un grano de mostaza. Parece insignificante, pero contiene en sí la energía para crecer.

Hace falta abrir mucho los ojos para ver estas diminutas semillas. Pero existen. Lo que sucede es que las que de verdad pueden dar vida “están siempre enterradas”. No hay ninguna semilla de Reino a ras de tierra.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-9. Lunes 28 de julio de 2003

Ex 32, 15-24.30-34: El becerro de oro
Salmo responsorial: 105, 19-23
Mt. 13, 31-35: El grano de mostaza

La dinámica de Dios es distinta a la dinámica de los seres humanos.

Estamos acostumbrados a deslumbrarnos ante los grandes acontecimientos y las cosas extraordinarias y despreciamos la fuerza de lo pequeño. En cambio el proceder de Dios es diferente: se manifiesta siempre en lo que no cuenta, en lo que es insignificante, en lo cotidiano, en lo pequeño. De ahí que al ser humano le cuesta mucho descubrir por dónde va Dios, y pretende encontrarlo aplicando sus propios criterios.

El profeta, en el Antiguo Testamento, buscaba a Dios en la tormenta o en una manifestación fuerte de la naturaleza, pero sólo lo encontró en la brisa suave. Un gran edificio comienza en la base, un gran discurso comienza con una palabra, los grandes movimientos sociales empiezan por ser la idea de unos cuantos que poco a poco van contagiando a otros. Jesús sabe que el Reino no se instaura a partir de un acontecimiento extraordinario, sino a partir de la vida cotidiana vivida en la dimensión de la justicia y del amor.

El grano de mostaza es insignificante pero tiene por dentro la capacidad de producir la vida. Al estar dentro de la tierra tiene la fuerza suficiente para irrumpir, brotar hacia arriba y convertirse en árbol y poder abrigar a los pájaros del cielo. Pero este proceso requiere de tiempo. A veces somos demasiado impacientes y más aún en estos nuestros días en que se espera eficiencia, rendimiento y utilidad en el menor tiempo posible. Los avances tecnológicos han encontrado la forma de acelerar muchos procesos. Nos hemos vuelto más impacientes, hemos ido perdiendo la capacidad de esperar.

Quien acepta el Reino de los Cielos debe comenzar desde lo de simple e insignificante, pero apuntando con fuerza hacia el ideal de mejorar la capacidad de producir, de mantener y de recrear la vida en el amor y en la justicia. La comparación de la levadura es semejante a la del grano de mostaza aunque también tiene sus diferencias. Ambos nos indican lo que sucede al interior de las personas, recordándonos que la fuerza que transforma y hace crecer viene de adentro. Pero también es un reto para los cristianos, que deben ser como el grano de mostaza y la levadura, para el mundo.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-10.

Jer. 13, 1-11. El pueblo de Israel es algo muy querido para Dios. Para simbolizar el grado de cercanía en que le tiene, el Señor hace que el profeta Jeremías ocupe el lugar del mismo Dios ante el Pueblo; y que se ciña a la cintura una faja de lino, que representará al Pueblo. Así ama Dios a los suyos y vela por ellos. Sin embargo, ante las amenazas de otros pueblos los Israelitas buscan alianza con Babilonia, y, al hacerlo, lo único que están haciendo es desprenderse de su intimidad con Dios, e irse a esconder en un agujero junto a dioses que no son Dios, y que en lugar de darles vida les llevarán a su propia destrucción. Quienes tal hacen lo único que buscan de modo irremediable es su propia perdición. Nosotros, bautizados en Cristo Jesús, en Él somos hijos de Dios, participando de su misma Vida y de su mismo Espíritu. Dios vela por nosotros como Padre lleno de amor y de ternura por sus hijos. Sin embargo cuando dejamos de confiar en Él y nos dejamos deslumbrar y embotar por las cosas pasajeras, al perder el sentido de lo trascendente, nos diluimos en las cosas de este mundo y dejamos de caminar hacia nuestra plena realización, de tal forma que, al buscar nuestros propios intereses llegamos a ser capaces incluso de levantarnos orgullosamente sobre nuestro prójimo, pisoteándole sus derechos o, por desgracia, incluso asesinándolo para lograr nuestros turbios intereses. Así estamos manifestando que el pecado ha deteriorado grandemente nuestro corazón. El Señor nos quiere unidos a Él para que, participando de su amor y de su vida seamos capaces de construir un mundo que tenga como base la civilización del amor y no la ley de la selva y de la destrucción.

Deut. 32, 18-21. También nosotros debemos meditar sobre las muchas veces que hemos abandonado a Dios a causa de nuestros pecados, o a causa de entregarle nuestro corazón a los falsos ídolos creados por nosotros mismos; pues, efectivamente, aquello que ocupa el centro de nuestro corazón, de nuestros pensamientos y acciones, ese es el dios en quien hemos puesto nuestra esperanza y que le da sentido a nuestro trabajo y a nuestros desvelos, y en quien hemos cifrado la búsqueda de nuestra felicidad. Si es otra cosa o persona distinta al Señor Dios quien ocupe ese centro de nuestra vida, por más que en algunos momentos nos acordemos de Dios y lo invoquemos, finalmente sabremos que en realidad Él no es nuestro Dios. Centremos nuestro corazón en Aquel que le da su verdadero sentido a nuestra vida, pues Aquel que nos creó a su imagen y semejanza es el único que le da su verdadero sentido a la plena realización del hombre; y no tanto porque nos quiera de rodillas ante Él, sino porque, como consecuencia de nuestro trato personal con Él, viviremos comprometidos en la realización de un mundo más justo y fraterno, desde el cual podamos iniciar el gozo de los bienes eternos ya desde este mundo.

Mt. 13, 31-35. El Reino de Dios no sólo inició entre nosotros como la más pequeña de las semillas a causa del poquito número de los que al principio creyeron, sino también porque, a pesar de que se ha extendido por el mundo entero, sólo pertenecen a Él los de corazón humilde y sencillo, pues cuando somos débiles es cuando somos fuertes, ya que no trabajamos nosotros, sino la gracia de Dios con nosotros para el bien de todos. Unidos a Cristo, purificados de nuestros pecados y llenos del Espíritu Santo, el Señor quiere que en verdad seamos fermento de santidad en el mundo para que poco a poco vayamos ganando a todos para Cristo. La vida recta, la justicia con la que vivamos, la preocupación por el bien de todos, especialmente de los más desprotegidos, nuestra honestidad ante la corrupción que ha dominado muchos ambientes, harán que no sólo proclamemos el Evangelio con los labios, sino también con nuestras obras, con nuestras actitudes y con nuestra vida misma. Esta sinceridad de nuestra fe, y el no crear una dicotomía entre fe y vida harán que incluso aquellos que se han alejado del Señor se unan a la Iglesia, encontrando en ella no sólo refugio, sino el lugar desde el cual puedan manifestar su compromiso no sólo con Dios, sino también con el hombre.

Cuando el sembrador siembra la semilla en el suelo y la cubre de tierra pareciera que esa semilla ha sido vencida por la muerte. Sin embargo, al paso del tiempo de esa semilla germinará una nueva vida, que, con los debidos cuidados, producirá un fruto abundante. Cuando Cristo nos dice que el Reino de Dios ya está entre nosotros nos habla de su vida frágil, rechazada y perseguida por aquellos que no le pertenecen a Dios. Cristo es el Reino de Dios entre nosotros. Él, en un aparente fracaso, fue sepultado, pero al tercer día resucitó glorioso para que nosotros tengamos vida y vida en abundancia. Este es el fruto de esa pequeña semilla sembrada en tierra. Él no volverá al cielo con las manos vacías, sino con las manos llenas, llevando consigo a todos aquellos por quienes Él entregó su vida. Y hoy nos reúne el Señor para celebrar este Misterio de Vida que nos ofrece convertido en Pan de Vida eterna para nosotros. La levadura que fermenta la Eucaristía para que sea Pan de Vida es el mismo Espíritu de Jesús. Quienes nos alimentamos de Él somos transformados en el Hijo de Dios, que continúa entregando su vida y derramando su sangre para el perdón de los pecados del mundo entero. Aprendamos, junto con Cristo, a morir a nosotros mismos no sólo para ganar a Cristo para nosotros, sino para ganar a todos para Cristo.

Hay en la Escritura unas palabras terribles: Aquel que es la Palabra, vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron. Pero también hay otras palabras consoladoras: A cuantos lo acogieron les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Nuestro corazón es como un terreno; ojalá y sea buen terreno para acoger a Aquel que es la Palabra, y para que alojado en nuestra vida, produzca abundantes frutos de salvación. La Iglesia jamás puede rechazar a alguna persona. Todo aquel que se acerque a ella debe encontrar el apoyo para su vida y la posibilidad de desarrollarse plenamente. Más aún, debe encontrar la capacidad de convertirse en alimento substancioso y no venenoso para cuantos le traten. El Señor espera que su Iglesia sea fiel a la fe que profesamos en Él. Él no tanto nos lleva en su cintura cuanto en su corazón. Ahí hemos de aprender a amar y servir como nosotros hemos sido amados y servidos por Él. Lejos de Él tal vez a lo único que llegaremos es a ser unos charlatanes del Evangelio, pero no Profetas Testigos de Dios; entonces lo único que daremos a luz será viento y no hijos de Dios, pues estos no nacen del orgullo de la ciencia del hombre, sino de la humildad y sencillez con que actúa el Espíritu Santo en el seno de su Iglesia.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir en plena comunión con Cristo Jesús, para que sea Él quien, desde su Iglesia, continúe realizando su obra de salvación en el mundo. Amén.

Homiliacatolica.com


3-11. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

A lo largo de toda esta semana nos irá acompañando el profeta Jeremías. En la primera lectura de hoy se nos presenta lo que en lenguaje bíblico se denomina una acción simbólica en la que, por medio de los símbolos de la faja, el río y el desgaste de material se representa a Judá, Babilonia y el destierro que sufre el pueblo de Israel en el destierro, respectivamente. Este pueblo, llamado a adherirse al Señor por medio de la Alianza, ha dejado de escuchar su Palabra, dejándose llevar por sus propias ideas y siguiendo a otros diosecillos, es decir, se ha alejado de su vocación de Pueblo de Dios. De ahí la comparación con la faja podrida que ya no sirve para nada. Quizá sea ésta una buena ocasión para preguntarnos cuánto de adheridos o de alejados estamos nosotros del Señor en este momento de nuestra vida... ¿somos faja ajustada o faja podrida?

El caso es que nuestro Dios es el Dios de las pequeñas cosas, de los pequeños detalles, que espera que le sigamos en lo cotidiano, en lo de cada día. y así, desde nuestra pequeña entrega, Él hace obras grandes, como nos narra en las parábolas del grano de mostaza y de la levadura; como hizo también de la vida de San Joaquín y Santa Ana, los dos santos cuya fiesta celebramos hoy.

La tradición dice que Joaquín y Ana fueron los padres de María, la madre de Jesús. Dos personas grandes a los ojos de Dios por su sencillez y humildad, por su gran fe y porque supieron esperar contra toda esperanza. Ya sus nombres nos hablan de ellos: Joaquín significa “preparación del Señor, trabajo y constancia”. Por su parte, Ana significa “amor y plegaria”. Ojalá nos sirvan de ejemplo.

Vuestra hermana en la fe,
Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana (lidiamst@yahoo.es)


3-12. 2004. Comentarios Servicio Bíblico Latinoamericano

Ahora Jesús contesta directamente a la pregunta de por qué les habla por medio de parábolas. Lo hace refiriéndose a las palabras del profeta Isaías, que se citan inmediatamente con bastante extensión (13,14s). El profeta había recibido directamente de Dios el encargo de endurecer el corazón de este pueblo. Este corazón está maduro para la completa aniquilación, porque es obstinado, nunca siguió realmente el llamamiento de Dios ni obedeció al Señor de la alianza. La aniquilación empieza con el endurecimiento del corazón, que ya no puede oír ni entender, y por consiguiente no puede capacitarse para la curación. Dios encarga al profeta que anuncie el juicio sobre el pueblo. Juicio que ya tiene lugar con sus palabras.

Se tiene que conocer este punto de partida para comprender la respuesta de Jesús. Sólo un desengaño que perduró a través de los siglos, y una desobediencia que se había ido acumulando, hacen que llegue a ser comprensible este juicio de Dios, pronunciado por el profeta contra el pueblo. Jesús había empezado de nuevo y acabada de proclamar el mensaje de la gracia. Cualquiera podía acercarse y nadie estaba excluido. Pero también aparece en la generación de Jesús el misterio de la obstinación. Sólo un pequeño grupo se le había unido y había creído en él. Pero los demás han visto y, sin embargo, no han visto; han oído y sin embargo, no han entendido.

Así pues, ya está dictada la sentencia contra ellos, así como antes contra la generación de los profetas. No se les anuncia abiertamente el misterio, sino con un encubierto lenguaje en parábolas, porque han permanecido estériles y han desperdiciado la oportunidad. Así se vieron las cosas más tarde: las comunidades creyentes, que habían conocido el misterio real de Jesús después de su resurrección, volvieron sus ojos a los tiempos de Cristo.

Pero el conocimiento pleno propio de aquellas comunidades no es adecuado para medir aquella predicación en parábolas, que, naturalmente, se limita a insinuar y envuelve su contenido en imágenes. Los judíos de aquel tiempo no eran dignos de este conocimiento, porque no habían creído.

De aquí conocen los fieles (y ello puede servirles de ejemplo) que la misma Palabra que trae la vida, puede convertirse en perdición. La ocasión desperdiciada puede tener consecuencias irreparables para la vida. La decisión ya se abre camino al primer momento en que uno se abre con prontitud o se cierra con dureza de corazón.

En estos versículos Jesús dirige la palabra directamente a los discípulos llamándolos dichosos. Sus ojos son felices, porque ven , y sus oídos lo son, porque oyen. Hay una doble acción de ver y oír. Es una percepción óptica y acústica de la realidad que muchos profetas y justos desearon ver y oír. ¿Qué cosa? En primer lugar la actuación preparatoria del Bautista y luego el mismo Jesús con la proclamación de su mensaje, las señales prodigiosas y las palabras llenas de Espíritu. La realidad del Reino de Dios, su venida misericordiosa y su manifestación en obras y palabras.

Jesús les llama dichosos porque han encontrado el camino y las huellas. Han encontrado el propio, el verdadero objetivo, no solamente para su vida personal y para su última consumación, sino el objeto final del mundo y de la historia. Hay pocas palabras de Jesús que irradien y resplandezcan como éstas. Es el tiempo de la consumación, tiempo decisivo y tiempo de gracia, tiempo de la visitación de Dios, única e irrepetible. En esta actitud de conciencia se hace presente el Señor. Podemos decir que quien se ha hecho cargo de esto y, en consecuencia, puede aplicarse a sí mismo estas palabras, es también dichoso: el que ve y conoce, el que oye y entiende. Dichoso el que cree y ha experimentado en Jesús el misterio de Dios.


Por esta razón, al celebrar a Joaquín y Ana se les considera dichosos, pues la promesa hecha a Abraham, próxima a su realización, pasó también a través de ellos, padres de la Virgen María, abuelos maternos de Jesús. Es el misterio fundamental del mundo, que estaba escondido y ahora se ha manifestado en Cristo Jesús (cf. Col. 1,24ss).

 


3-13.

Reflexión

Cada una de las parábolas de Jesús busca ilustrar por medio de imágenes algo que sobrepasa a nuestro limitado conocimiento. Por ello Jesús siempre dice: “Es semejante a…” y con ello nos da una idea de que es o que significa el Reino. Jesús hoy propone dos ideas que están unidas por el termino: Crecer. El Reino no es algo estático sino es algo vivo y que se desarrolla (imagen del árbol), y al mismo tiempo es algo que tiene que abarcarlo todo (imagen de la levadura). Las dos ideas tienen en común que comienza con algo muy pequeño pero que termina por abarcarlo todo y ser la casa de todos. A veces, pensando en nuestros ambientes poco cristianos, podríamos sentir la tentación de decir: “Todo mi esfuerzo por instaurar los valores del Reino en mi medio (escuela, oficina, barrio, etc.) es tan poco… soy el único.., etc. Jesús te dice; tu eres ese gran de mostaza, tu acción en tu propio ambiente es la levadura… si eres fiel y constante, el grano crecerá y la levadura terminará por fermentar a toda la sociedad. La obra de Dios siempre empieza con poco. Nuestra evangelización empezó con solo 12 hombres que actuando como levadura llagaron a impregnar a toda la sociedad con los valores del Reino. Tú y yo, a pesar de nuestra pequeñez y miseria, podemos ser también los elementos para que el Reino llegue a abarcarlo todo. ¡Animo!

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-14.

El grano de mostaza

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Clemente González

Reflexión

Cuando vemos que la sociedad vive cada vez más descristianizada, nos lamentamos y vemos lo poco que podemos hacer. Ese sentimiento de impotencia es natural. Sin embargo, los mecanismos del Reino de los Cielos funcionan de manera diferente. ¿Por qué? Porque el verdadero actor es Dios, y como Él es Todopoderoso puede hacer que cambie hasta lo más difícil.

Al contemplar la vida de los santos, como la de S. Francisco de Asís, vemos cómo se realiza una gran obra a través de ese “pequeño instrumento”. Esto es lo que Jesús quiere decirnos: “no te preocupes si sólo eres una semilla diminuta. Siémbrate en mi Corazón y verás hasta dónde puedes”.

Así lo hicieron un grupo de gente sencilla que siguió a Jesús: sus apóstoles. ¿Quién les iba a decir que después de dos mil años la Iglesia estaría presente en tantos lugares y atendería las necesidades materiales y espirituales de millones de personas? Esto se debe a que la fuerza de la Iglesia no está en lo que pueda hacer cada uno por su cuenta, sino en el poder de Dios con las personas que se entregan a fondo.

El secreto consiste en cambiar el propio corazón por el de Jesús, pareciéndonos a Él en todo lo posible. Así se transforma también nuestra familia y las personas de nuestro entorno. Y entre todos, impulsados por Cristo, podemos traer a este mundo la civilización del amor.


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