SÁBADO DE LA SEMANA 16ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Ex 24, 3-8 

1-1.

VER CORPUS CICLO/B PRIMERA LECTURA 


2.- Jr 7, 1-11

2-1.

Jeremías es sin duda uno de los primeros en enfrentarse abiertamente al culto formalista del templo de Jerusalén (año 608). Poco después será detenido por haber, en cierto modo, blasfemado, como también lo será Jesús por un motivo semejante (Mt 26, 39-61).

Con su duda ante la calidad de la presencia de Dios en el templo mientras el pueblo se entrega al pecado y se complace en el ejercicio de un culto formalista, Jeremías sienta las bases de una teología de "culto espiritual". No se opone al templo como tal ni a la función sacerdotal; el profeta se limita a criticar la práctica de la segunda y el uso del primero. Sería una sinrazón decir que profetismo y sacerdocio son opuestos irremediablemente. Es cierto que los profetas son hombres de lo absoluto, mientras los sacerdotes son más transigentes; pero nunca los primeros han deseado la desaparición de los segundos.

Solamente han tratado de poner un límite a las desviaciones de una liturgia demasiado formalista, en la que para nada se ha tenido en cuenta la justicia moral.

De hecho, Jeremías reacciona contra la falsa seguridad que el culto del templo hace nacer en el pueblo (cf. Miq 3, 11; 2 Cr 13, 10-11), dispensándole de toda búsqueda y de todo conocimiento de Yahvé, como si la relación litúrgica a Dios pudiera dispensar de un contacto personal, vivo y auténtico.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VI
MAROVA MADRID 1969.Pág. 197


2-2.

-Me fue dirigida la Palabra del Señor: «Párate en la puerta del Templo del Señor y proclama allí esta palabra: «Vosotros todos los que entráis por estas puertas para adorar al Señor... Emprended el buen camino, rectificad vuestra conducta, y Yo habitaré con vosotros en este lugar. No fiéis en palabras engañosas diciendo: «¡Es el Templo del Señor, el Templo del Señor, el Templo del Señor!»

Jeremías reacciona contra una falsa seguridad que el Templo suscitaba. Isaías había lanzado la idea de que Jerusalén no podía ser destruida porque era el lugar de la presencia divina (Isaías 37, 10-20; 33-35). De ahí se deducía la seguridad, demasiado fácil, de que esa protección existiría de nuevo y ¡sin duda alguna de modo incondicional! Y la gente repetía como un talismán: «¡El Templo, el Templo, el Templo!» Fórmula mágica para librarse del peligro.

Podemos imaginarnos en este contexto, el escándalo que supuso la intervención de Jeremías. Como si alguien, a las mismas puertas del Vaticano, anunciase su destrucción. Dios puede abandonar su Templo: Ezequiel verá incluso la Gloria de Dios evadirse de su santuario. (Ezequiel 11, 23) ¿Cuáles son mis seguridades?

-Si emprendéis el buen camino, si rectificáis vuestra conducta, si realmente hacéis justicia tanto a unos como a otros y no oprimís al forastero, al huérfano y a la viuda, si no corréis en pos de dioses extranjeros...

Pero ¿qué? os dedicáis a robar, a matar, a cometer adulterio, a jurar en falso, a incensar a Baal... y luego ¿venís a postraros ante mí, en esta casa que lleva mi nombre? Y decís: "¡Estamos salvados!"

De nuevo una condena del culto formalista. Es un tema continuo. Repetimos, una vez más, que los profetas no condenan el culto como tal. Sacerdocio y profetismo no se oponen forzosamente. Pero, ¡primero es la «vida»! HOY se está tentado de prestar oídos a esas diatribas anticultuales porque «están de moda» y porque con razón, la Iglesia ha puesto el acento sobre la fe en la vida.

Pero se está tentado también HOY de criticar muy duramente la «moral». Ahora bien, si se escucha al profeta hay que escucharle hasta el final: y resulta que es precisamente una vida moral auténtica la que se exige aquí prioritariamente. Como se exigen también las normas más elementales de la conciencia: respetar los bienes del prójimo, respetar la vida, respetar la sexualidad, respetar la verdad...

San Pablo hablará del «culto espiritual» aquel que un hombre recto ofrece a Dios con la rectitud de su vida (Romanos 12, 1;15, 16; Filipenses 3, 3)

Te ofrezco, Señor, mi vida de HOY, todo lo que trataré de hacer según mi conciencia.

Te ofrezco también, Señor, todo lo que los hombres de todas las religiones, y aun los no creyentes, harán HOY siguiendo su conciencia.

-¿Esta Casa que lleva mi nombre, se ha convertido, a vuestros ojos, en cueva de ladrones?

Jesús citará explícitamente esta frase de Jeremías, cuando, también El tratará de purificar el Templo (Mateo 21, 12-13) ¿Cuál es mi participación en las misas o en otros oficios? Mis gestos y actitudes religiosas ¿corresponden a un esfuerzo de conversión verdadera en mi vida ordinaria? ¿Salgo de la misa cada vez más convencido de mejorar mis comportamientos concretos con los demás? Cada una de mis oraciones y de mis plegarias, ¿me «remite» a mis responsabilidades y a mi «deber de estado»?

Sólo entonces el culto adquiere todo su valor, en el núcleo de la existencia.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 198 s.


2-3. /Jr/07/01-20

Hacia el año 608 a. C., a principios del reinado de Joaquín y teniendo en cuenta que la reforma de Josías no había calado demasiado hondo, Jeremías pronunció un discurso en la puerta del templo, que tuvo gruesas consecuencias (cf. Jr 26).

Aquí tenemos dos oráculos diferentes, a pesar de ser uno el tema de fondo: el primero trata directamente del templo y de la falsa seguridad que produce al pueblo (vv 1-15); el segundo, de la inutilidad del ruego profético en favor del pueblo cuando éste actúa de manera idolátrica (16-20). Así, pues, el punto común es la falsa seguridad que tiene el pueblo de Judá fundamentada en la posesión del templo y en las intercesiones de los profetas. De hecho, existía una base real para esta seguridad: el templo era el lugar privilegiado de la presencia divina; anteriormente, cuando Senaquerib intentó apoderarse de Jerusalén en el año 701 a. C., los potentes sitiadores no pudieron entrar en la ciudad gracias a lo que ellos creyeron protección de Dios, presente en su templo. También la intercesión fue siempre un fundamento de seguridad. A pesar de ello, ahora se presenta Jeremías y habla sobre aquellas dos realidades. En vez de alabarlas critica duramente la actitud de falsa seguridad y de vana confianza del pueblo. De nada les servirá tener entre ellos la casa de Yahvé; con el templo pasará como con el lugar sagrado de Silo, completamente destruido. Eso, si el pueblo continúa como hasta ahora: hurtando, matando, cometiendo adulterio, jurando en falso, quemando incienso a Baal, yendo detrás de dioses extranjeros (9). La clave de la seguridad no consiste en afirmar que Yahvé está en medio de ellos, en su templo, sino en obrar de acuerdo con esta presencia de Yahvé: haciendo justicia entre hombre y hombre, no oprimiendo al viandante, al huérfano y a la viuda, no derramando sangre inocente, no siguiendo dioses extranjeros (5.6).

ALIENACION/RELIGION: La religión siempre ha tenido el peligro de servir para tranquilizar las conciencias, para dar seguridad, para producir vana confianza, para justificar maneras de vivir alienadas e injustas. En cambio, debería ser todo lo contrario: servir de intranquilizante, mantener al hombre en actitud de inseguridad y de búsqueda, moverlo a un compromiso serio de fidelidad al Señor; fidelidad que se demuestra en el rechazo de valores que, absolutizados, alienan y esclavizan la propia persona, en el respeto profundo por el hombre, en la justicia por los oprimidos y marginados. Este es el papel de una religión contra la cual no hablaría Jeremías ni ningún profeta.

R. SIVATTE
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 777 s.


3.- Mt 13, 24-30

3-1. ALEGORIA/PARABOLA:

Como la mayor parte de las parábolas, la de la cizaña debe ser sometida a reglas precisas de interpretación para que puedan distinguirse en ella el pensamiento del Señor y sus múltiples relecturas, tanto la de la tradición sinóptica como la de cada evangelista, las de las tradiciones paralelas y no canónicas como el Evangelio de Tomás. De modo general, los evangelistas han transformado en alegoría (en la que cada inciso tiene un sentido especial) lo que, en el pensamiento de Jesús, no era más que parábola (en la que el tema se desprende de la totalidad del pasaje).

En el pensamiento de Cristo se destaca con toda claridad la comparación entre la amplia versión ofrecida por Mateo y la versión breve conocida por el Evangelio apócrifo de Tomás.

La paciencia de Jesús con sus enemigos, los fariseos, y con los más vacilantes de sus discípulos escandaliza a los apóstoles, preocupados por la oposición de los primeros (Lc 9, 51-56) y por la defección de los segundos (Jn 6, 60-71). Invitado por ellos a transformar su comunidad en una secta de puros, Jesús pone de manifiesto la "paciencia" de un Dios que aplaza el juicio para dejar al pecador tiempo de convertirse, y prohíbe a los hombres juzgar a los demás por propia cuenta, prerrogativa que sólo a El corresponde. Acaban de inaugurarse los últimos tiempos, es cierto, pero no son los de la manifestación de la omnipotencia y del juicio final, como suponían los judíos: son, por el contrario, tiempos de espera y de tolerancia (cf. 2 Pe 3, 4-9; 1 Pe 3, 20; Rom 11, 25-27; 8, 1-18), ya que se caracterizan por la colaboración entre Dios y la frágil libertad del hombre.

Mateo añade al relato primitivo algunas características particulares: la cizaña (v. 26) aparece más densa de lo que es habitual en ella. Es sembrada por el "enemigo" (v. 28), arrancada previamente al trigo y reunida en gavillas para ser quemada (v. 30). Mateo, por otra parte, hace un mayor hincapié en la separación de la cizaña y el trigo. Su visión del problema difiere de la de Cristo. El fondo de la cuestión no es tanto explicar cuanto el elaborar un pequeño tratado de escatología que defina claramente la suerte de los buenos y malos en el juicio final. Mateo refuerza más aún su punto de vista con una explicación que aquí omitimos (Mt 13, 36-43).

TOLERANCIA/PACIENCIA: La intolerancia y el sectarismo han constituido en todo tiempo la tentación más fuerte sentida por el hombre, sobre todo en periodos de cambios importantes.

Si Dios hubiera sido intolerante, Israel no habría sobrevivido a sus numerosas infidelidades. El Antiguo Testamento es, de hecho, el libro de la paciencia de Dios para con su pueblo. Pero Israel, lejos de sacar de ello todas las consecuencias que las circunstancias imponían, se quedó con la imagen de un Dios violento cuyo juicio no tardaría en producir sus efectos sobre las naciones paganas.

Desde que Jesús se proclama el Mesías, o lo que es lo mismo, el Hijo del hombre encargado del juicio (cf. Dan 7), sus oyentes se preparan para verle juzgar y condenar. El escándalo les sobrecoge cuando le ven convertido en pastor universal, frecuentando el trato con los pecadores, siempre paciente con sus vacilaciones.

El secreto de la paciencia de Jesús reside en su amor, que invita al diálogo. Jesús se dirige a todos los hombres, con infinito respeto a lo que son, invitándoles a responder libremente como asociados a su obra. Esta respuesta exige tiempo y su itinerario constituye una verdadera aventura espiritual en la que los pasos adelante suceden a las marchas atrás. Jesús ama a los hombres hasta en los retrocesos: incluso cuando el pecado del hombre le clava en la cruz, su amor persiste, se hace más profundo y se da a la humanidad entera.

También la Iglesia, Cuerpo de Cristo, es en el mundo signo de la tolerancia y de la paciencia. Forma a sus miembros en el respeto al otro (Rom 14), un respeto que incluye necesariamente la temporalidad; se precisa mucho tiempo para reconocer al otro tal como es, llamado por Dios a seguirle.

La actividad misionera es, asimismo, signo de tolerancia. Poco a poco es como el misionero aprende a compartir la vida del pueblo o del ambiente al que va dirigida su actividad, y donde adquiere la renuncia de sí necesaria. Una paciencia de esta clase no es simplemente una virtud moral: es la expresión del amor con que Dios ama a los hombres. A ello se debe que esta virtud deba buscar su alimento más eficaz en el pan y la palabra eucarísticos, signos de la paciencia de Cristo crucificado.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VI
MAROVA MADRID 1969.Pág. 198


3-2. JUICIO/PACIENCIA:

Jesús cuenta una segunda parábola: "La cizaña en el campo de trigo".

Se nos revelará la manera cómo Jesús considera a la humanidad.

-De la buena simiente... de cizaña...

He aquí la humanidad: una mezcla de "bien" y de "mal", de "gracia" y de "pecado".

Ambos cohabitan en mi corazón... lo bueno... y lo menos bueno. Jesús tiene una visión realista. Ni optimista ni pesimista.

-Los obreros agrícolas proponen al propietario de escardar la cizaña. No, les responde:

"Dejad crecer juntos la cizaña y el trigo".

¡Hay de qué extrañarse! ¡Es con todo sorprendente que Jesús diga esto ahora cuando en la parábola precedente había insistido sobre los peligros de las malas hierbas que ahogan el trigo! Sin embargo hay que escuchar lo que dice.

- ...por si acaso al escardar la cizaña arrancáis con ella el trigo.

Dejadlos crecer juntos hasta la siega.

Esta es la decisión del "propietario del campo".

Dios se ha reservado el "juicio" para el final de los tiempos: hasta la siega. Mientras tanto ¡los hombres no tenemos derecho a juzgar! Sí, es verdad, nos cuesta de admitir el estado actual del mundo: tenemos constantemente la tentación de restaurar el orden en el mundo antes del tiempo fijado por Dios.

Dios es más paciente: soporta la cizaña y soporta el daño que la cizaña causa al buen grano. Revelación de la infinita misericordia de Dios para con todos nosotros.

Pues salimos, así, beneficiados. Si Dios hubiera decidido destruir la cizaña, hubiera tenido que destruir también una parte de nosotros mismos. Cuando los discípulos querían hacer llover fuego del cielo sobre un poblado que había rechazado a Jesús, el Maestro se lo prohibió: "¡no juzguéis!" .

-Al tiempo de la siega diré a los segadores: Quemad la cizaña... el trigo almacenadlo en mi granero.

Dios lo tiene todo en su mano. Sabe que la creación progresa hacia su objetivo. Sabe que el trigo no se agotará por muchos que sean los temores. Hay que adoptar el punto de vista de Jesús. Hay que ponerse a cooperar pacientemente en el lento trabajo de Dios: ¡otorgándole nuestra confianza! Esto supone una Fe muy sólida y una gran bondad: respetar a los pecadores y aun a los mismos malos, por la parte de bien que hay en ellos y que Dios ve mejor que nosotros.

Habituarse a ver lo "bueno" que existe en la humanidad, y no ver la cizaña en el campo. Los pecadores, todos -por lo tanto yo también-, disponen del tiempo necesario para convertirse. ¡Gracias, Señor! Y nadie tiene el derecho de atribuirse una prerrogativa divina juzgando a los demás.

Una vez más hemos sido advertidos: el Reino de Dios crece lentamente, y hasta el final no veremos los frutos que habremos dado en el campo del Padre.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 90 s.


3-3.

1. (Año I) Éxodo 24,3-8

a) Puede parecernos extraño y hasta un tanto macabro el rito simbólico con el que Moisés y el pueblo ratifican su Alianza con Dios. Sellar un pacto con sangre era un ritual bastante repetido en aquella época. La sangre es símbolo de la vida, y la vida es algo sagrado, que viene de Dios.

Es muy expresiva la ceremonia:

- se levanta una piedra grande a modo de altar, que representa a Yahvé, y doce más pequeñas, una por cada tribu de Israel;

- se sacrifican unos animales (con la ayuda de unos jóvenes forzudos) y la sangre se guarda en recipientes;

- Moisés proclama el texto de la Alianza que el pueblo va a hacer con Dios, y todos contestan: «haremos todo lo que dice el Señor»;

- y, entonces, con la mitad de la sangre, asperja el altar y con la otra mitad, las doce estelas: la misma sangre une a Dios y al pueblo de tal manera, que quedan obligados a cumplir la Alianza, bajo pena de que el que falte a ella pueda sufrir el mismo destino que los animales sacrificados.

b) Nosotros hemos sido salvados por Cristo, y la Nueva Alianza que él ha establecido entre nosotros y Dios ha sido ratificada con su Sangre.

La frase de Moisés en el Sinaí y la que Jesús nos dice en la Ultima Cena, cuando nos encarga que celebremos la Eucaristía como memorial de su muerte, son casi idénticas:

- «ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros», dice Moisés;

- «ésta es mi Sangre de la alianza, que es derramada por muchos», afirma Jesús. Jesús ha añadido una palabra: «mi». Ahora ya no es la sangre de animales.

Es la Sangre de Jesús, derramada en la Cruz. El vino de la Eucaristía, nos dice el, será para siempre su Sangre salvadora, con la que ha sellado la Alianza y de la que participamos cada vez que celebramos su memorial eucarístico.

Éste es el sacrificio que nosotros presentamos, una y otra vez, al Padre y con el que entramos en comunión, en la Eucaristía: el sacrificio de Cristo en la Cruz, que no ha terminado, porque está presente en él, y nos está pidiendo que también sea nuestro sacrificio. Todo lo que nos pasa cada jornada podemos interpretarlo como nuestra participación en la ofrenda que Cristo hace de si mismo. Tomamos tan en serio el sacrificio de Cristo, que queremos entrar en él y ofrecernos también nosotros a Dios para la salvación de la humanidad. Como nos invita el salmo: «ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo». La Eucaristía no es sólo un acto de culto, sino que nos compromete a vivir el mismo estilo de vida de Cristo, o sea, la Nueva Alianza.

1. (Año II) Jeremías 7,1-11

a) Es valiente Jeremías, denunciando las falsas seguridades del pueblo y señalando su pecado.

Seguramente, se trata de un período de su misión profética que coincide con los tiempos de un rey como Joaquín, nada fiel a la religión, y de una sociedad decadente en sus costumbres y en su justicia social.

La falsa seguridad se basaba en un aprecio mal entendido del Templo. El profeta les grita que no deben considerarse a salvo porque visitan el Templo. ¿Es acaso un talismán que les va a librar de todo mal?: «Os fiáis de palabras engañosas que no sirven de nada».

Lo que tienen que hacer, además de apreciar el Templo, es vivir en su existencia de cada día lo que les pide la Alianza: juzgar rectamente a los demás, no explotar a los débiles, no derramar sangre inocente, no robar, no cometer adulterio y no adorar a dioses falsos, no «quemar incienso a Baal».

Si no, el Templo no les sirve de nada. Cuando Jesús arrojó a los vendedores del Templo, citó esta frase de Jeremías: «¿creéis que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre?».

b) Nosotros no nos escudamos en el Templo para buscar seguridades. Pero sí podemos tener otros puntos de apoyo psicológico, que estaríamos tal vez buscando como tapadera a nuestra conducta poco coherente.

Ni ser cristianos, o religiosos, o ministros de la comunidad, son, de por sí, una garantía de fidelidad o de salvación. Ni el decir unas oraciones o llevar medallas o participar en la Eucaristía, nos salvarán por eso solo. Jesús nos dijo que «no el que dice... sino el que cumple la voluntad de Dios». Jeremías nos advierte que la prueba de nuestra fidelidad no está en nuestras visitas al Templo que, naturalmente, son cosa buena -«¡qué deseables son tus moradas!»-, sino en la caridad, en la justicia, en nuestro trato con el prójimo y en nuestra fe en Dios, evitando quemar incienso al Baal de turno: «Atención, que yo lo he visto».

Dios dice a su pueblo que se conviertan, que cambien de conducta, y entonces sí que él estará también a gusto con ellos: «enmendad vuestra conducta y habitaré con vosotros en este lugar». Lo mismo podríamos pensar de nuestra Eucaristía, de nuestra comunión con Cristo y de su presencia continuada en el sagrario.

¿Nos sentimos denunciados por nuestra excesiva seguridad y conformismo en la vida cristiana? ¿entendemos la oración y la Eucaristía como algo que, además, compromete nuestra conducta a lo largo de la jornada, sobre todo en el terreno de la caridad y la justicia? No sólo se trata de ser cristianos, sino de vivir como cristianos, llegando a la síntesis entre la fe y la vida.

2. Mateo 13,24-30

a) Otra parábola tomada del campo y también relacionada con la semilla: el trigo que crece mezclado con cizaña.

Jesús les da a sus discípulos una lección de paciencia. Dios ya sabe que existe el mal, pero tiene paciencia y no quiere intervenir cada vez, sino que deja tiempo para que las personas cambien.

A lo largo del evangelio hay momentos en que los apóstoles se muestran impacientes e intolerantes. Como cuando en un pueblo no les recibieron: «Maestro, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo?». Juan el Precursor también usaba un lenguaje duro: «ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego» (Lc 3,9). Pero Jesús mostró paciencia con los pecadores, y contó la parábola de la higuera a la que el dueño, antes de darla definitivamente por estéril, le concedió tiempo para ver si daba fruto.

El jueves de la próxima semana leeremos otra parábola de Jesús, la de la red del pescador que recoge peces buenos y malos, con la misma lección de paciencia que la de hoy.

b) En este mundo -y también en la Iglesia y dentro de cada uno de nosotros- conviven, de momento, el bien y el mal. Conviene que lo recordemos y no nos pongamos nerviosos.

Jesús nos dice que hay quien siembra cizaña en su campo. Más adelante (lo leeremos el martes de la semana próxima), él mismo nos explicará la parábola. Él habla de «un enemigo» que actúa de noche. No hay que extrañarse de que existan fuerzas opuestas al Reino de Jesús. Hay que tener paciencia y serán poco más tolerantes, no ser demasiado precipitados en nuestros juicios ni dejarnos llevar de un excesivo celo, queriendo arrancar a toda costa la cizaña. Si Dios tiene paciencia y concede a todos un margen de rehabilitación, ¿quiénes somos para desesperar de nadie y para tomar medidas drásticas, con un corazón sin misericordia?

Si, pero ¿y el escándalo? ¿y el mal que pueden hacer los «malos» en la comunidad? No es que Jesús nos invite a no luchar contra el mal, o que no nos advierta que hemos de saber discernir lo que es trigo y lo que es cizaña, lo que son ovejas y lo que son lobos. Sino que nos avisa que no seamos impacientes, que no condenemos ni tomemos la justicia por nuestra mano. Eso lo dejamos a Dios, para cuando él crea llegado el momento, «cuando llegue la siega». Y, por tanto, no nos ponemos en una actitud de queja continua ni de condena sistemática de los demás, buscando una comunidad perfecta y elitista, o como los fariseos, que se creían los perfectos y juzgaban a los demás.

Dios no es ciego. Ve el mal, ve a los malos. Pero tiene paciencia. Todo tiene su tiempo.

Jesús come con los pecadores y publicanos, y consigue, a veces, su conversión. El Reino ya está actuando, aunque no lo parezca y conviva, de momento, con el mal. La Iglesia no es la comunidad de los ya perfectos. Es la comunidad de los que van camino de la salvación, luchando contra el mal en sí mismos y en el mundo. Con respeto a la situación personal y al ritmo de maduración de cada uno. Como hizo Jesús.

«Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros» (1ª lectura I)

«Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo» (salmo I)

«Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, y habitaré con vosotros en este lugar» (1ª lectura II)

«¿Quieres que vayamos a arrancar la cizaña? No, que podríais arrancar también el trigo» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 187-191


3-4.

Ex 24, 5-812, 37-42: Cumpliremos lo que ha dicho el Señor

Sal 49

Mt 13, 24-30: Trigo y cizaña crecen juntos

¡Qué diferentes actitudes frente a la desgracia que ha sucedido! No se trata de que el dueño del campo sea tonto, o que no se dé cuenta de lo que ha pasado. Es él mismo el que denuncia la mano del enemigo arruinando su trabajo y su cosecha. Pero aún así quiere salvar todo lo salvable. No vaya a ser que al arrancar la mala hierba, los trabajadores corten también el trigo, malogrando así parte de la cosecha.

El relato de Jesús da incluso la impresión de que el dueño tiene alguna esperanza de que la mala hierba se termine convirtiendo en buena. Por eso quiere esperar hasta el tiempo de la cosecha. Entonces se verá lo que ha dado de sí el campo.

Contrasta la actitud de los trabajadores. Ellos quieren tomar decisiones radicales, arrancar ya la mala hierba, aunque eso signifique cortar también algo de trigo. Pero el Rey de los cielos confía de tal modo en su semilla que no pierde nunca la paciencia ni la esperanza en nosotros. Quizá sea una buena actitud a imitar en nuestras relaciones con los demás.

SERVICIO BIBLICO _LATINOAMERICANO


3-5. CLARETIANOS 2002

Le tengo una especial simpatía al salmo 83. Me sorprendo recitándolo inmediatamente después de algunos de los acontecimientos más importantes de mi vida. No sé por qué "el día después" es a menudo el lunes de la tercera semana en el orden de la liturgia de las horas, que es cuando se recita este salmo en la oración matutina de laudes. Pues bien, el salmo 83 es el salmo responsorial de hoy. Me encanta esa tierna imagen del gorrión y de la golondrina que encuentran un nido en la casa del Señor. ¿Qué digo en la casa del Señor? ¡En los "altares" de la casa del Señor!

Cuesta imaginar a los polluelos piando encima de la losa fría de un altar. La imagen nos ayuda a valorar nuestra condición de hijos que viven en la casa del Padre. En efecto, somos dichosos porque no somos unos "sin techo" que andan vagabundeando por la vida. Somos hijos del dueño de la mansión. Nuestra vocación es alabarlo sin fin.

No creáis que hoy me he centrado en el salmo para introducir un toque lírico. ¡Es que el salmo ha tirado de mí! Es como si hubiera sentido una llamada a recuperar nuestra vocación de hombres y mujeres que alaban a Dios, que hacen de su vida algo más que una mera lucha por la supervivencia.

Hemos llegado al fin de semana. Bajemos un poco la guardia de las preocupaciones y permitamos que la alabanza nos permita gozar de la casa familiar. Disfrutemos con la eucaristía del domingo en compañía de otros hermanos y hermanas. Soñemos con el domingo sin ocaso. Demos gracias a Dios por la vida que nos ha regalado durante los días pasados.

Sintámonos como ese gorrioncito que, después de haber buscado inútilmente un árbol donde anidar, se siente invitado a colocar sus polluelos sobre el altar de Dios. ¡No tengamos vergüenza de ser hijos mimados!.

Gonzalo Fernández , cmf (gonzalo@claret.org)


3-6. 2001

COMENTARIO 1

vv. 24-30. Terminado el aparte con sus discípulos, vuelve Jesús a dirigirse a las multitudes (cf. 13,34). El término con que Mt introduce esta parábola y la siguiente («propuso», gr. paretheken) se encuentra en Ex 19,7 y Dt 4,44, donde Moisés propone al pueblo la Ley que lo obliga. Se trata, pues, de principios fundamentales para el rei­nado de Dios.

Mt omite la parábola de la «tierra automática» de Mc 4,26-29 y la sustituye por la del trigo y la cizaña. Al decir «otra parábola» la pone en conexión con la del sembrador. Pero así como ésta no trataba directamente del reino, sino de las actitudes del hombre ante el mensaje del reino, en la de la cizaña, en cambio, trata di­rectamente del reinado de Dios.

La presencia de malas hierbas en un campo es cosa normal. El rasgo peculiar de la parábola es que se atribuya a un enemigo, también sembrador, que actúa clandestinamente («mientras dor­mían»). La cizaña tiene fuertes raíces, entrelazadas con las del tri­go, y, al arrancarla, podría arrancarse el trigo al mismo tiempo; es imposible eliminar lo malo sin daño de lo bueno. En el reino hay que tolerar la presencia de lo bueno y lo malo, como Dios la tolera en su creación (5,45), respetando la libertad de los hombres. Hasta la cosecha hay que tener paciencia y dejar que crezcan juntas. La cizaña se manifiesta cuando el trigo da fruto (cf. 3,8.10; 7,17-19; 12,33; 21,43). Correspondencias entre 3,12 y 13,30: uso del verbo «quemar» (katakaiô) y de «granero» (apothêkê). Jesús co­rrige, pues, la visión del judaísmo, formulada por Juan Bautista, de un juicio inmediato y definitivo. Este no se verificará en la época histórica del reino. Los obreros, en cambio, pretenden que el juicio se realice inmediatamente.

COMENTARIO 2

La parábola del trigo y la cizaña ofrece una reflexión sobre el Reino de Dios en la perspectiva del dualismo eventual: la cizaña crece mezclada con el trigo porque de noche, cautelosamente, se acercó el Maligno al campo y sembró las semillas del mal en medio de las semillas sembradas por Jesús. La actitud del Maligno es crear confusión en medio del campo, tratando de llamar al mal bien, y al bien mal. Este anti-sembrador del Reino de Dios sabe muy bien, porque es astuto como los hijos de las tinieblas, cuál es el momento oportuno y está al acecho para sembrar el mal.

Las dos semillas, la cizaña y el trigo, crecen juntas en medio de las realidades concretas del campo; se entremezclan sin diferencia alguna; por eso es necesario dejarlas que crezcan una al lado de la otra para evitar que, recogiendo la cizaña, se arranque con ella también el trigo. Ya llegará el momento de la siega donde se podrá encontrar la diferencia, porque al germinar el trigo la diferencia es evidente, el fruto permitirá reconocer quién es quién. Dar fruto o fructificar, en la mentalidad del Evangelio, permite distinguir lo bueno de lo malo y la supremacía de lo uno sobre lo otro.

Finalmente, podríamos decir, que la intención de la parábola desde el principio es advertir que la mies mesiánica será cosechada el día fijado. Mateo le da al texto un tinte escatológico porque la mención de la mies orienta espontáneamente la atención hacia el pensamiento sobre el juicio final, idea que está reforzada con la alusión al fuego que quema o destruye la cizaña (el mal) y al trigo (el bien) que se recoge y se almacena en los graneros. Esto se constituye en dos ideas dominantes que recorren de principio a fin la parábola: separación definitiva de los buenos y los malos, con el exterminio de estos últimos, y alegría del pueblo elegido en torno al dueño de la mies.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-7. 2002

Luego de explicar la parábola del sembrador en privado a los discípulos, Jesús vuelve a dirigirse a la gente. El cambio de auditorio no se consigna pero está supuesto conforme a lo que se lee en el v. 34.

El carácter de la enseñanza es obligatorio tal como se deduce de la forma verbal: “propuso”. Dicho verbo es el empleado en la traducción griega de la Biblia en Ex 19, 7 y Dt 4, 4 donde Moisés presenta al pueblo la Ley divina. Se trata, por tanto, de elementos que se consideran fundamentales para el desarrollo del Reinado de Dios.

La parábola opone primeramente la conducta del dueño de un campo a la actitud de su enemigo (vv. 24-28a), luego se pasa a diferenciarla de las intenciones que tienen sus servidores (28b-30).

En la primera parte se trata de explicar el porqué de la presencia simultánea en el campo de lo bueno y lo malo. Omitiendo que se trata de una condición normal de todo sembrado, el pasaje se detiene en explicar la presencia de la cizaña como obra de un enemigo del dueño del campo.

Dicha explicación aparece primeramente en la boca de Jesús (v. 25), luego en las palabras del dueño del campo que esclarece a sus servidores sobre la presencia de ese factor negativo en su posesión. Frente al sembrador de trigo y de toda buena semilla, se debe contar con la presencia de otro sembrador a quien se deben atribuir los elementos negativos de la existencia. Este último actúa subrepticiamente aprovechando el descanso del dueño de casa y de sus servidores: “mientras todos dormían”. Ante la pregunta sobre la existencia del mal en un mundo entendido como creación de Dios los criados se preguntan sobre el origen de la cizaña y el dueño del campo tiene cuidado de hacer tomar conciencia de donde procede: “Es obra de un enemigo”.

Este es el marco que encuadra la contraposición entre el Señor y sus servidores. Estos, como el Bautista, quieren anticipar el juicio de Dios que separe lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, el crecimiento de los pecadores en medio de sus fieles. Por el contrario, el Señor retoma las imágenes de “quemar” y de “granero” (cf Mt 3, 12) y las sitúa como propias del tiempo de la “siega”. En el tiempo previo, por el bien de la buena semilla, no es conveniente arrancar la mala hierba.

Se nos dirige una lección de paciencia porque no estamos capacitados para distinguir entre ambos tipos de semillas, pero se resalta igualmente la confianza inquebrantable del dueño del campo en las posibilidades de lo que ha sembrado. Este no puede sucumbir nunca a la potencia del mal por más amenazante que pueda parecer.

La evocación del Juicio de Dios sirve para superar la preocupación de los servidores, las preguntas angustiosas sobre la existencia del mal y, al mismo tiempo, se revelan capaces de crear un ámbito de tranquila certeza en la acción del dueño del campo y en las fuerzas benéficas que actúan en las semillas sembradas.

La potencia inconmensurable del mal, actuante en la propia realidad histórica, no puede hacer vacilar la confianza en la fuerza incomparablemente superior de Dios y en su voluntad salvífica para todos los hombres.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-8. CLARETIANOS 2003

El relato del Éxodo es impresionante. Tras el “encuentro” con Dios en el Sinaí, Moisés baja del monte, lee al pueblo el documento de la alianza y lo rubrica con la sangre derramada. Llama la atención la decidida respuesta del pueblo: Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos. Los capítulos posteriores nos mostrarán que este solemne compromiso será roto con frecuencia, pero hoy suena como una respuesta “total” al Dios “total”.

La parábola del trigo y la cizaña nos habla del contraste entre nuestro reloj y el de Dios, entre nuestra impaciencia y su paciencia. Es una parábola anti-fundamentalista. También ecológica. En la eclosión de la vida surgen a veces fenómenos no deseados, pero, sin ellos, no habría vida.

Esto nos pasa muy a menudo. No tomamos decisiones porque no todo es puro. Esta fascinación por la pureza integral acaba paralizando nuestra vida. Jesús prefiere al discípulo arriesgado, aunque esto suponga cometer errores.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-9. Sábado 26 de julio de 2003

Ex 24, 3-8: Rito de la Alianza
Salmo responsorial: 49, 1-2.5-6.14-15
Mt 13, 24-30: El trigo y la cizaña

El bien y el mal, dos realidades con las cuales debemos contar.

La parábola comienza diciendo que un hombre sembró buena semilla en su campo y que mientras su gente dormía vino su enemigo sembró cizaña y se fue. Los que maquinan el mal tienen más sagacidad y más capacidad de organizarse que los que hacen el bien. El mal actúa en forma sutil sin que nadie se de cuenta, por eso tiene mil maneras de manifestarse; a veces nos despista porque aparece camuflado entre lo que tenemos por bueno.

El bien y el mal son dos realidades que aparecen juntas en nuestra vida porque brotan de la misma fuente: el corazón. De la abundancia del corazón habla la boca, lo que sale de adentro es lo que hace bueno o malo a la peersona. Esto mismo nos hace vivir en constante contradicción interna y, como reconoce Pablo, “queriendo hacer el bien, resulto haciendo el mal”. No hay nadie tan bueno que no tenga algo malo, ni nadie tan malo que no tenga algo bueno. Quien opta por hacer el bien sabe que tiene que enfrentar el mal en todas sus formas.

Jesús conoció la maldad y la corrupción de la sociedad de su tiempo pero jamás enseñó que hubiera que acabar con los que oprimían o causaban injusticias… En esta parábola su consejo es que dejemos crecer juntos el trigo y la cizaña, y que al tiempo de la cosecha ya habrá oportunidad para separarlos.

Algunos, creyéndose mejores o superiores, han pretendido organizar el mundo desde sus propios intereses o motivaciones raciales, religiosas, políticas… excluyendo y a veces hasta eliminando a los «otros». Existe siempre la tentación de organizarse en secta o en partido ideológico; la tentación de pensar que los «otros» son por sí mismos malos, porque no ven la vida como nosotros la vemos y por tanto amenazan nuestra identidad singular. El cristiano sabe que tiene el compromiso de luchar contra el mal pero no de excluir a los demás por creerse mejor. La acción de juzgar es propia de Dios, Él es el único que conoce nuestras intenciones. Nosotros, por lo general, nos equivocamos cuando señalamos a los demás como malos, porque en esas mismas personas encontramos también actitudes y comportamientos de bondad.

Por lo general las plantas en el jardín o en la huerta tienen que enfrentarse con otras más fuertes que ellas, pero esta fortaleza se convierte en reto de superación. Buenos y malos se complementan; la capacidad de vivir juntos, de soportarnos, de sobrellevarnos… nos hace ser fuertes. La bondad y la maldad son parte del equilibrio social, las fuerzas sociales andan siempre en tensión… La misma realidad ecológica no es sino un equilibrio de fuerzas, muchas de ellas antagónicas, pero, finalmente, felizmente equilibradas.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-10. DOMINICOS 2004

En la vida, trigo y cizaña crecen juntos

La vida es tan compleja que dolor y gozo se dan la mano cada día.
Ambicionar un bienestar sin pruebas, sin tensiones, sin lucha, es ilusión.
Díganoslo hoy María, la de las ’siete espadas’ y mil ‘besos’ de amor.

El verdadero profeta de Israel formaba parte del cortejo de ‘amigos de Dios’, de los ‘fieles al amor’, de los ‘sufridos voceros de la conciencia’ que una y otra vez se debatían –en sus oráculos- entre el reconocimiento del Amor creador y providente y del desamor de las criaturas.

A ningún verdadero profeta le complace reabrir la llaga del hombre enfermo de ‘pecado’, pero tiene que hacerlo con frecuencia para que las personas responsables vuelvan una y otra vez al redil de Cristo, al corazón del Padre, al hogar del Espíritu que se hace presente donde se actúa con justicia, con respeto al marginado o débil, con solicitud por el necesitado, con ternura y cercanía, con prudencia y vigor.

Esto, que fue verdad ayer, lo es también hoy, y lo será mañana, pues cada generación de hombres o mujeres tiene que ser continuamente creadora de su historia.


La voz de Dios y su mensaje en la Biblia
Profeta Jeremías 7, 1-11:
“Palabra del Señor que recibió Jeremías:... ‘Escucha, Judá, la palabra del Señor... Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, y habitaré con vosotros en este templo... Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones; si juzgáis rectamente entre un hombre y su prójimo; si no explotáis al forastero, al huérfano y a la viuda; si no derramáis sangre inocente; si no seguís dioses extranjeros, para vuestro mal, entonces habitará con vosotros en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres desde hace tanto tiempo y para siempre...”

Evangelio según san Mateo 12, 14-21:
“En aquel tiempo, Jesús propuso esta parábola a la gente: El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras la gente dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo, y se marchó.

Cuando empezaba a verdear... fueron los criados a decirle al amo: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?

Él les dijo: Un enemigo lo ha hecho. ¿Quieres que arranquemos la cizaña?... No, pues podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega... Entonces diré: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla...”


Reflexión para este día
Trigo y cizaña, tensión e incertidumbre
La parábola del trigo y la cizaña recoge una larga experiencia del mundo agrícola. Pero se refiere a cualquier mundo en el que ‘bien’ y ‘mal’, amor y desamor, prudencia e imprudencia, justicia e injusticia, germinan, se cultivan, crecen juntos, y, al final, reclaman clarificación, decisiones, ajuste de cuentas para salvar al bien.

El modo como actúa el sembrador de la parábola, aguantando pacientemente hasta el final, hasta que la cizaña ya no puede ocultarse y hay que quemarla, parece muy discutible.

Acaso fuera más saludable arrancarla cuando está tierna, y dejar al trigo más espacio para su desarrollo. ¿No es así como aplicamos nosotros la parábola cuando decimos que es mejor arrancar los pequeños vicios cuando están tiernos?

En las actitudes humanas, hiere menos al sujeto una pequeña llaga -por la raíz de pecado suavemente arrancada- que la extracción violenta de un vicio largamente cultivado.

Pero hay ocasiones en que lo único viable, como en la parábola, es aguantar ‘pacientemente’ a las personas en sus ‘debilidades’ morales, psicológicas, con esperanza de que recapaciten y se conviertan a la verdad.


3-11. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

La Palabra de hoy nos invita a revisar nuestra autenticidad. A través del profeta Jeremías Dios nos hace ver que no tiene mucho sentido nuestro culto si no viene acompañado de una vida comprometida por la justicia y realmente centrada en Dios. Esto, que a todos nos parece tan evidente, no es tan sencillo en el día a día.

En medio de una sociedad cada vez más secularizada, van surgiendo pequeños Baales, que nos van atrapando casi sin darnos cuenta y a los que seguimos con una fe ciega. Podemos citar varios de ellos:

el consumo: no tenemos más que ver lo concurridas que están las grandes superficies comerciales que llenan nuestras ciudades. Consumimos moda, consumimos ocio (si no salimos de vacaciones parece que no descansamos),...
el cuidado de nuestra imagen: cuidamos nuestra dieta no tanto por salud sino por estética, sudamos la gota gorda en los gimnasios para mantener un cuerpo escultural, arriesgamos nuestra vida en operaciones que nos proporcionen un cuerpo a nuestro propio gusto, ...
el tener: trabajamos incansablemente para tener un hogar confortable en el que vivir a diario y otro para las vacaciones, hemos convertido el coche en un artículo de primera necesidad, nuestros hogares están llenos de los últimos avances tecnológicos,...
Aunque somos conscientes del poder que estos diosecillos tienen sobre nosotros, nos resulta difícil saber dónde está el límite, hasta dónde hay que decir que sí y a partir de dónde hay que decir que no.

Al igual que en el Evangelio, a veces nos sentimos tentados a arrancar la cizaña, a quitar de un plumazo todo lo que puede ser motivo de tentación. Sin embargo, la respuesta de Jesús no es ésa: Dejad que crezcan juntos ambos hasta el tiempo de la siega. De alguna manera, nos invita a ser maduros, a ejercitar el discernimiento, a saber hacer un uso correcto de las cosas, aprovechando las bondades que nos ofrecen, pero no cayendo en sus garras.

El vivir desde esta clave creo que puede ser una forma de dar testimonio en los ambientes en los que nos movemos.
Vuestra hermana en la fe,
Miren Elejalde (Mirenelej@hotmail.com)


3-12.

Les propuso otra parábola: El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras dormían los hombres, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y echó espiga, entonces apareció también la cizaña. Los siervos del amo acudieron a decirle: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña? Él les dijo: Algún enemigo lo hizo. Le respondieron los siervos: ¿Quieres que vayamos y la arranquemos? Pero él les respondió: No, no sea que, al arrancar la cizaña, arranquéis junto con ella el trigo. Dejad que crezcan ambas hasta la siega. Y al tiempo de la siega diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla; el trigo, en cambio, almacenadlo en mi granero. (Mt 13, 24-30)

I. Jesús, hoy me explicas la parábola de la cizaña. Tú eres el dueño. El campo es mi corazón, en el que siembras buena semilla: la semilla de tu gracia, de esa vida sobrenatural que me hace más humano, más comprensivo con los demás -porque son hijos de Dios- y más exigente conmigo mismo -porque he de luchar por ser santo. Gracias, Jesús, por tantas cosas buenas que has puesto en mi corazón: esas buenas intenciones, esos deseos de hacer el bien, de ayudar a los demás, de hacer apostolado. Pero también descubro en mi corazón otras fuerzas que no son buena semilla: la inclinación a hacer lo más cómodo; el deseo de sobresalir, de quedar bien por encima de todo; la búsqueda de placeres desordenados; la envidia; la frivolidad... Es la cizaña que ha plantado el enemigo -el mundo, el demonio y la carne- y que a veces ahoga el buen trigo de mi vida interior. Ayúdame, Jesús, a mantener la cizaña a raya; ayúdame a dominar mis pasiones.

II. “El Señor sembró en tu alma buena simiente. Y se valió -para esa siembra de vida eterna- del medio poderoso de la oración: porque tú no puedes negar que, muchas veces, estando frente al Sagrario, cara a cara, El te ha hecho oír -en el fondo de tu alma- que te quería para Sí, que habías de dejarlo todo... Si ahora lo niegas, eres un traidor miserable; y, si lo has olvidado, eres un ingrato.

Se ha valido también -no lo dudes, como no lo has dudado hasta ahora- de los consejos o insinuaciones sobrenaturales de tu Director que te ha repetido insistentemente palabras que no debes pasar por alto,- y se valió al comienzo –siempre para depositar la buena semilla en tu alma-, de aquel amigo noble, sincero, que te dijo verdades fuertes, llenas de amor de Dios.

-Pero, con ingenua sorpresa, has descubierto que el enemigo ha sembrado cizaña en tu alma. Y que la continúa sembrando, mientras tú duermes cómodamente y aflojas en tu vida interior -Esta, y no otra, es la razón de que encuentres en tu alma plantas pegajosas, mundanas, que en ocasiones parece que van a ahogar el grano de trigo bueno que recibiste...

-¡Arráncalas de una vez! Te basta la gracia de Dios. No temas que dejen un hueco, una herida... El Señor pondrá ahí nueva semilla suya: amor de Dios, caridad fraterna, ansias de apostolado... Y, pasado el tiempo, no permanecerá ni el mínimo rastro de la cizaña. Si ahora, que estás a tiempo, la extirpas de raíz,- y mejor si no duermes y vigilas de noche tu campo” [74].

Esas plantas mundanas, pegajosas, crecen cuando no vigilo, cuando aflojo en mi vida interior, cuando no lucho contra la tibieza. La tibieza es ese conformarse con hacer las cosas a medias: contentarse con no hacer nada malo, sin hacer tampoco nada bueno. La tibieza es como un sopor espiritual, que deja abiertas las puertas al enemigo. “Los demonios, a quienes están metidos en la tibieza y no hacen nada por salir de ella empiezan a despojarles del temor y recuerdo de Dios, así como de la meditación espiritual. Luego, una vez desarmados del socorro y protección divinos, se abalanzan osados sobre sus víctimas como sobre una presa fácil” [75]. Madre, ante el primer síntoma de tibieza, ayúdame a despertarme, a volver a luchar en serio, arrancando de raíz -con una buena confesión- todo lo que me impida amar a tu Hijo.

[74] Surco, 677.
[75] Casiano, Colaciones, 7.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo V, EUNSA


3-13. 2004. Comentarios Servicio Bíblico Latinoamericano
La parábola del trigo y la cizaña ofrece una reflexión sobre el Reino de Dios en la perspectiva del dualismo eventual: la cizaña crece mezclada con el trigo porque de noche, cautelosamente, se acercó el Maligno al campo y sembró las semillas del mal en medio de las semillas sembradas por Jesús. La actitud del Maligno es crear confusión en medio del campo, tratando de llamar al mal bien, y al bien mal. Este anti-sembrador del Reino de Dios sabe muy bien, porque es astuto como los hijos de las tinieblas, cuál es el momento oportuno y está al acecho para sembrar el mal.

Las dos semillas, la cizaña y el trigo, crecen juntas en medio de las realidades concretas del campo; se entremezclan sin diferencia alguna; por eso es necesario dejarlas que crezcan una al lado de la otra para evitar que, recogiendo la cizaña, se arranque con ella también el trigo. Ya llegará el momento de la siega donde se podrá encontrar la diferencia, porque al germinar el trigo la diferencia es evidente, el fruto permitirá reconocer quién es quién. Dar fruto o fructificar, en la mentalidad del Evangelio, permite distinguir lo bueno de lo malo y la supremacía de lo uno sobre lo otro.

Finalmente, podríamos decir, que la intención de la parábola desde el principio es advertir que la mies mesiánica será cosechada el día fijado. Mateo le da al texto un tinte escatológico porque la mención de la mies orienta espontáneamente la atención hacia el pensamiento sobre el juicio final, idea que está reforzada con la alusión al fuego que quema o destruye la cizaña (el mal) y al trigo (el bien) que se recoge y se almacena en los graneros. Esto se constituye en dos ideas dominantes que recorren de principio a fin la parábola: separación definitiva de los buenos y los malos, con el exterminio de estos últimos, y alegría del pueblo elegido en torno al dueño de la mies.


3-14. El trigo y la cizaña

Fuente: Catholic.net
Autor: Luis Felipe Nájar

Reflexión:

En el mundo se ven siempre dos tipos de hombre, el bueno o el malo. El campo es la tierra donde viven juntos los hombres buenos con los malos. Si vemos los campos la forma del trigo es casi la misma que la forma de la cizaña, pero están tan juntos que es peligroso arrancar una sin hacer daño a otra. La cizaña roba agua y minerales de la tierra destinados al trigo.

Es una parábola que se refiere nuestro mundo. Aquí las apariencias engañan. Nosotros también somos tierra fértil donde se puede sembrar cizaña, viene el enemigo cuando no lo esperamos, a veces sutilmente envuelto en medias verdades o para nuestro bien aparente. Sin embargo, estos dos campos diferentes, el mundo y nosotros mismos, están continuamente guardados por el Sembrador. Él quita las yerbas que crecen en nuestra tierra, nos protege como plantas débiles.

Pero podemos dejar todo el trabajo a Él, como dice san Agustín “el que te creó sin ti no te salvará sin ti”. Por eso debemos orar y velar para que no sembremos con una mano trigo y con la otra cizaña. Debemos dar fruto de conversión para escuchar estas palabras del sembrador: “la podaré y pondré abono para que dé más fruto”.


3-15. Fray Nelson Sábado 23 de Julio de 2005
Temas de las lecturas: Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con ustedes * Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha.

1. La Sangre de la Alianza
1.1 En la Santa Misa hay siempre el momento en que se levanta el cáliz y el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración. En ellas consagra el vino como "Sangre de la Alianza Nueva y Eterna."

1.2 La alianza en la Sangre de Cristo es nueva y es eterna porque hubo antes otra que quedó de alguna manera atrás, pasada y temporal como era. Pero la relación entre la alianza "vieja" y la "nueva" no es como las colecciones de ropa para verano de cada año, ni como los modelos cada vez más sofisticados de reporductores de MP3.

1.3 La alianza "antigua," de la que nos habla la primera lectura de hoy, anunciaba ya, prometía ya, entreabría y preparaba la alianza nueva. Por eso se dice que la antigua era como una "figura" de la nueva. Por su parte, la nueva es lo anunciado y esperado; es la plenitud y desenlace. Pero sin la antigua la nueva sería el desenlace de una historia que no conocemos. La antigua daba como el alfabeto y la nueva hace las palabras: de algún modo se necesitan mutuamente, aunque sólo en la secuencia que Dios en su providencia nos ha dado.

2. Una Escena Impresionante
2.1 El fuego, que a todos impresiona, es hoy el lenguaje de Cristo para describir "el fin del tiempo". Aquello que podía confundirse con trigo no mantendrá para siempre su espejismo. Ninguna mentira durará para siempre.

2.2 Sembrados en el mundo: tal es la condición de los cristianos. Patria tenemos en el cielo, pero nuestro campo, allí donde hemos de mostrar qué somos y de quién somos, es este mundo. De él recibimos finalmente agua y nutrientes, que igual sirven para que seamos cizaña o trigo. Hasta cierto punto depende de nosotros qué vamos a ser, porque el mismo sol alumbra a buenos y malos, y la misma agua alivia la sed de los malvados y los santos.

2.3 No hemos entonces de desesperarnos viendo que el mal prospera ni tampoco ilusionarnos demasiado cuando parece que ya el bien va a vencer. Se nos pide una doble paciencia, para ver sin exasperación triunfos del mal y dejar pasar sin demasiado aplauso los éxitos del bien. No sé yo cuál de las dos paciencias es más difícil: evitar el pesimismo y no caer en el triunfalismo. Lejos de ambos extremos, el cristiano, es sereno ante la prueba y humilde en la victoria.