LUNES DE LA SEMANA 16ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

 1.- Ex 14, 5-18

1-1.

-Cuando anunciaron al rey de Egipto que el pueblo de Israel había huido, se mudó el corazón del Faraón...

En efecto, cuando se lleva a cabo el acontecimiento, el Faraón se da cuenta de que perderá una mano de obra muy barata. Entonces cambia de pensar. El, que había dejado partir a los hebreos, se lanza a perseguirlos.

-Hizo enganchar su carro, tomó seiscientos carros, los mejores, y todos los demás carros de Egipto, cada uno con su dotación.

Los bajo-relieves nos dan imágenes de ese ejército temible y rápido. Normalmente los peatones, en este caso los hebreos, ¡estaban vencidos por adelantado!

-Los alcanzaron mientras acampaban junto al mar.

Es el símbolo mismo de la «situación sin salida»: acorralados junto al mar, ante un ejército más poderoso que ellos.

Tratemos primero de imaginar ese drama que se está preparando. Y luego pensemos que la Pascua definitiva, la de Jesucristo, nos librará de una situación todavía más radical: ¡la resurrección de Jesús le libera y nos libera de la misma muerte!

Cada una de nuestras fiestas de Pascua y cada eucaristía nos permiten dar gracias por la intervención liberadora de Dios en nuestro favor.

-El Señor endureció el corazón del Faraón.

LBT/PROVIDENCIA 

Esta fórmula choca profundamente con nuestras mentalidades modernas. Para comprenderla hay que cotejarla con otras fórmulas, como la que hemos encontrado más arriba -«el corazón del Faraón se mudó»- o bien con fórmulas aparentemente contrarias -«el Faraón endureció su corazón»-. (Ex 8, 11; 8, 15; 9, 7).

A los semitas no les preocupaba, como a nosotros, entender como se imbrican concretamente la libertad humana y el impulso divino, y la verdad es que estamos frente a uno de los mayores misterios.

Entonces, ellos afirmaban sucesivamente ambas cosas:

- el Señor endureció el corazón del Faraón...

- el Faraón endureció su corazón...

¡Sería abusivo hacer responsable a Dios del mal que el hombre comete! Pero los autores de la Biblia afirmaban más que nosotros, el dominio soberano de Dios sobre todo hombre.

No nos imaginemos que el mal alcance a Dios desprevenido. ¡Qué insondable misterio!

Ayúdanos, Señor, a no endurecer nuestros corazones.

Líbranos de toda pretensión de total autonomía.

-Los hijos de Israel, llenos de miedo, dijeron a Moisés: «Déjanos tranquilos, queremos continuar sirviendo a los egipcios. ¡Vale más servir que morir en el desierto!»

Es la prueba de la Fe.

Apenas salidos de la esclavitud, están dispuestos a volver a ella, a causa de las ventajas que, a pesar de todo, sacaban de ella. Sí, ésta es también nuestra prueba y nuestra pregunta: ¿Quién es pues este Dios, que se presenta como «salvador» y que aparentemente deja a los suyos en la miseria?

-"No temáis, aguantad y veréis lo que el Señor hará hoy para salvarnos... El Señor combatirá por vosotros..."

Puesta a dura prueba, la fe ha de triunfar con una fe más pura, más despojados de toda confianza en sí mismo para confiar totalmente en el Otro. Esto es siempre actual.

Creemos, Señor, pero acrecienta en nosotros la fe.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 188 s.


1-2. /Ex/14/10-31:

El relato que leemos hoy gira en torno a un tema importantísimo: la fe. Y podemos precisar todavía más: la fe entendida como respuesta al miedo producido por unos acontecimientos que aparecen como inevitablemente contrarios a la seguridad del pueblo.

Se trata, pues, de aprender a «ver» a Dios en aquello que sucede: ver lo invisible que se manifiesta con fuerza en medio de las realidades visibles que pueden aplastarnos. La narración es de un efecto psicológico impresionante. Dentro del género de gesta épica, allí donde se produce el vértigo, estalla el pánico y se manifiesta la lucha del pueblo, que se debate en la indecisión: quiere la libertad y al mismo tiempo le da miedo el precio que tiene que pagar. En términos teológicos, esta verdad se podría enunciar así: el hombre es capaz de "ver" a Dios y de dejarse atraer por él y, al mismo tiempo, siente todo el miedo de la aventura que supone el camino de acercamiento a Dios. El autor o los autores de esta narración -ya que en el proceso que va desde fijar la tradición hasta la redacción del texto, tal como lo tenemos ahora, han intervenido muchas manos- parten de un hecho que ha quedado grabado en la memoria del pueblo como un hecho esencial, pero del que se han perdido los detalles y exactitud histórica que a nosotros tanto nos interesan.

Además, el último autor es un teólogo y hace teología. Sin negar el hecho histórico, sino al contrario, afirmándolo, lo que a él le interesa es la lectura de los signos del hecho pasado desde la fe actualmente profesada, que le pide una respuesta a los interrogantes de los signos de los tiempos de hoy. Por eso, más allá de los detalles del hecho, él afirma su verdad: Dios ha liberado al pueblo cuando todo indicaba que eso era imposible.

Por encima de un pueblo que duda, que tiene miedo, que no acaba de confiar en la palabra de Yahvé, se destaca la figura de Moisés como un hombre de fe. Su fe es pura e inquebrantable. Por eso es confiada. Confianza que se entrega. Es una fe vivida con toda sinceridad y proyectada sobre los demás como un testimonio irrebatible. Las palabras de Moisés empiezan siendo una afirmación: hemos de ser valientes y mantenernos firmes (v 13). Ante el peligro no se puede tener miedo ni vacilar. Moisés es presentado aquí como un buen estratega que sabe valorar debidamente la fuerza que le sobreviene encima y la del pueblo a quien manda. Y aquí surge la confianza de la fe: el pueblo es realmente una nulidad frente al enemigo organizado. De no haber sido hecho desde la fe, el mandato de mantenerse firmes y no tener miedo habría sido una invitación al suicidio colectivo. Lo mejor era rendirse a la evidencia y evitar desastres mayores. Pero Moisés se apoya solamente en la fe: hoy veréis lo que Yahvé hará para salvaros (13). Es la seguridad que da la fe. Pero notemos que esta seguridad no tiene nada que ver con la irresponsabilidad de la inacción ni con la espera fatalista a que todo sea solucionado desde arriba. La consigna de Yahvé es clara: Dile al pueblo que no se distraiga, que siga adelante, y tú dirígelo (15-16). Hay que aprovechar activamente todos los momentos y todas las circunstancias, porque Dios está realmente ahí.

J. M. ARAGONÉS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 129 ss.


2.- Mi 6, 1-8

2-1. MONTE/PRESENCIA

-Escuchad ahora lo que dice el Señor: «¡Levántate! Pleitea con los montes. Escuchad, colinas, la querella del Señor.»

En este tiempo de vacaciones podemos tener ocasión de ir a la "montaña". En la Biblia, los montes son uno de los lugares elegidos para los encuentros con Dios: el Sinaí, Nebó, Garizim, Sión, el Carmelo. Todas las montañas de Palestina han desempeñado un papel en el simbolismo del encuentro con Dios.

Dejémonos sobrecoger, sobre todo si contemplamos el espectáculo, por ese simbolismo.

La montaña es:

--la cumbre, cerca del cielo... el lugar hacia el cual hay que «subir»

--el aire más puro, más vivificante, el silencio de los grandes espacios...

--la impresión de inmutabilidad, de solidez, de fortaleza, de un vigor superior a la fragilidad humana...

Con frecuencia, las montañas han sido personificadas en la Biblia. (Génesis 49, 26, Ezequiel 35 y 36, Salmo 68, 16-17)

En el texto de hoy Dios las toma como testigo, para el juicio que quiere entablar contra su pueblo. «¡Escuchad, montañas!»

-Pues el Señor tiene pleito con su pueblo.

Pueblo mío ¿qué te he hecho?, ¡en qué te he molestado? Respóndeme.

Este texto se lee en los Improperios, las Lamentaciones del Viernes santo. Nuestro Dios no es un ser abstracto e insensible. Es vulnerable, se queja como un esposo decepcionado.

He de buscar, en la oración, en qué, también yo, he podido decepcionar a Dios.

-¿Es porque te hice subir del país de Egipto, porque te rescaté de la casa de los esclavos?

El primer sufrimiento de Dios, es la ingratitud de su pueblo. Señor, dame un corazón que sepa decir "gracias" y tener en cuenta los beneficios recibidos.

Antes de entrar en el templo, el fiel pregunta al sacerdote: "¿Con qué me presentaré yo al Señor? ¿Me presentaré con holocaustos de becerros añales? Para obtener su favor ¿es preciso ofrecer centenares de carneros, derramar oleadas de aceite sobre el altar? ¿Daré a mi primogénito por mis faltas, el fruto de mis entrañas por mi pecado?"

El texto nos muestra a un fiel dispuesto a hacer lo máximo, dispuesto a los más costosos sacrificios.

A menudo, es esta la idea que también nosotros nos hacemos de Dios, un Dios que espera ritos y ofrendas costosas.

Escuchemos la respuesta del profeta Miqueas:

-Se te ha hecho saber lo que es bueno, lo que el Señor reclama de ti, hombre, y no otra cosa que:

--Practicar la justicia...--mensaje de Amós.

--Amar la misericordia...--mensaje de Oseas.

--Caminar humildemente con tu Dios...--mensaje de Isaías.

Este es el bosquejo del hombre según el corazón de Dios.

Dios nos dice lo que espera de nosotros: no son los sacrificios rituales, sino que, en la vida corriente mantengamos esas tres actitudes espirituales... ser justo, ser bueno, ser humilde ante Dios.

He ahí «la» pregunta, la única pregunta, que Dios me hace siempre a mí. ¿Qué responderé, HOY?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 188 s.


2-2. /Mi/06/01-15

Miqueas, el profeta, no puede quedar en silencio ante las injusticias que se cometen en su pueblo. El texto de hoy constituye una llamada a la conversión, a hacer lo que es recto a los ojos d¿ Yahvé. En su reflexión quiere mostrar al pueblo, para que comprenda, la incoherencia de su comportamiento respecto a Dios. Con este fin, el profeta se presenta en primer lugar (vv 1-5) como el portavoz de Dios ante todo el país. Yahvé tiene un pleito, una causa pública con su pueblo. Este, con su comportamiento injusto, muestra no reconocer la rectitud de la actuación de Yahvé en su historia pasada, cuando lo hizo subir de Egipto, lo rescató de la esclavitud, sin abandonarlo nunca, sino poniéndole como guías a enviados suyos, y protegiéndolo hasta la posesión de la tierra prometida. De ahí la dolorida pregunta: "¿Qué te he hecho yo, pueblo mío? ¿En qué te he molestado? ¡Respóndeme!" (3). El pueblo no puede responder.

A continuación expone Miqueas la reflexión que el pueblo mismo tendría que hacerse (6-8): mirando sus propias injusticias, en contraste con la rectitud y fidelidad de Yahvé, ¿pueden creer todavía que éste aceptará sus holocaustos? La prevaricación interior, el pecado del alma, echa a perder toda otra obra externa y legal del culto a Yahvé. Por eso, por encima del conocimiento de las prescripciones legales y cultuales, el pueblo ha recibido una enseñanza que le ha hecho conocer los caminos por los que puede «defender el derecho, practicar la lealtad y caminar en la presencia del Señor» (8). Estas son las «cosas buenas» y las que realmente pide Yahvé.

La ignorancia de la historia -que recuerda la actuación recta de Yahvé en el pasado- no disculpa del comportamiento injusto de ahora. La vida lleva en sí misma los propios principios de rectitud. La injusticia no es cuestión de olvido. El hombre lleva consigo el juicio de sus obras, en cuanto sabe, y se le ha enseñado, cuáles son las "buenas obras".

Al final presenta el profeta de nuevo a Yahvé que condena la impiedad el fraude, la violencia, el engaño, y que predice al pueblo las desgracias y calamidades que, a causa de sus desvíos, caerán sobre ellos, y que ya han comenzado. Las injusticias del pueblo son la fuente de su desventura, y no Yahvé, que castiga mientras se mantiene fiel.

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 759 s.


3.- Mt 12, 38-42 

3-1.

VER PARALELO CUARESMA SEMANA 1ª MIÉRCOLES


3-2.

-Algunos escribas y fariseos interpelaron a Jesús: "Maestro, queremos ver un signo hecho por ti".

Siempre estamos tentados de hacer a Dios esta pregunta.

Efectivamente, ¿por qué Dios no escribe claramente su Nombre en el cielo? ¿por qué no nos da una prueba manifiesta de su existencia... de manera que la duda resulte imposible?

¡Los ateos y los paganos se verían entonces obligados a inclinarse! ¡Y los fieles se tranquilizarían! ¿por qué Dios no hace este signo? Sencillamente, porque Dios no es lo que pensamos.

Si Dios se manifestara en un "signo del cielo" maravilloso, no sería ya el Dios que ha elegido ser: ese Dios, servidor de los hombres para merecer su amor. Dios no quiere quebrantar al hombre. No quiere obligar al hombre a fuerza de Poder y de maravillas. Dios ha querido respetar la libertad que dio al hombre. Dios ha elegido ganarse el amor del hombre, muriendo, en Cristo, por él.

Dios es un Dios de amor, y estamos siempre tentados a atribuirle otro papel.

-No se os dará otra señal que la de Jonás.

Jonás estuvo retenido tres días "en la muerte", luego fue salvado por Dios y enviado a Nínive para que predicase la conversión.

He ahí la única "señal" que Dios quiere dar:

-Así también el Hijo del hombre estará tres días en el seno de la tierra.

La "señal de Dios es:

la muerte de Jesús...

la resurrección de Jesús...

la conversión y la salvación de los paganos.

Es decir, el misterio pascual.

-En el juicio se alzarán los habitantes de Nínive... Y la reina de Saba... al mismo tiempo que esta generación, y harán que la condenen, pues ellos se arrepintieron con la predicación de Jonás, y hay algo más que Jonás aquí.

Nínive, capital de Asiria, era el símbolo de la ciudad pagana, llena de orgullo y corrupción. Jesús la pone como ejemplo a los fariseos que se tienen por justos y seguros de sí mismos: sí, algunos paganos están mas cerca de Dios que ciertos fieles... Jesús anuncia que los paganos, al convertirse, ocuparán el lugar de los hijos de Israel, e incluso participarán en la sentencia final del Juicio.

Este signo de salvación que Dios ofrece a todos los hombres, a todas las razas, a todos aquellos que todavía no lo han oído... ¿somos capaces de reconocerlo a nuestro alrededor?

Pedimos "signos" a Dios. Nos los da; pero no sabemos verlos. No sabemos interpretarlos.

Quisiéramos nuestra clase de signos, que nosotros pudiéramos juzgar e interpretar, signos que correspondan a nuestras referencias y a nuestros deseos. Sin embargo el mundo y la historia están llenos de signos de Dios.

Uno de los objetivos de la "revisión de vida" es el de aprender los unos de los otros a ver y "leer los signos de Dios en los acontecimientos": Dios trabaja en el mundo... en el que el misterio pascual continúa realizándose.

Dios nos da signos; pero son signos discretos: se puede fácilmente pasar junto a ellos y no verlos.

¡Danos, Señor, ojos nuevos!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 80 s.


3-3.

1. (Año I) Éxodo 14, 5-18

a) El sábado leíamos cómo el pueblo de Israel salía de Egipto, pero hoy vemos que el Faraón se arrepiente de haberles dejado escapar -un pueblo numeroso, mano de obra barata- y emprende su persecución.

Por otra parte, qué poca memoria la del pueblo israelita. Acaban de ser liberados de la esclavitud y ya se han olvidado de Dios. Empiezan a murmurar contra Moisés, nada más ver que les persiguen los egipcios. No le ven salida a la situación, acorralados como están entre el mar y los perseguidores. Moisés les tiene que animar: «no tengáis miedo, veréis la victoria que el Señor os va a conceder». Y les invita a seguir adelante con decisión, hacia la libertad.

El relato del paso del Mar Rojo, que continuará mañana, tiene mucho relieve en el Libro del Éxodo. Es explicable: se trata del acontecimiento clave y el mejor símbolo de la liberación. Aunque el camino hacia la tierra prometida esté lleno de dificultades, la travesía del Mar Rojo es el hecho constituyente del pueblo de Israel.

No es una historia científica, imparcial, sino un relato religioso, en el que continuamente aparece el hilo conductor: Dios es fiel a su promesa, salva a su pueblo y lo guía. Cuanto más se exageren las cifras de los adversarios y el carácter épico del paso del Mar, tanto más claramente se proclama la grandeza de Dios y su bondad para con el pueblo.

El salmo no podía ser otro que el cántico que entonó el pueblo al verse ya salvado a la otra orilla del Mar Rojo: «Cantemos al Señor, sublime es su victoria, caballos y carros ha arrojado al mar... El Señor es un guerrero, su nombre es el Señor... Tu diestra, Señor, es fuerte y terrible».

b) Nosotros cantamos ese mismo cántico en la Vigilia Pascual, después de haber proclamado el relato del Éxodo.

En nuestra noche pascual, vemos el sentido pleno de la primera Pascua judía: no sólo admiramos la cercanía que tuvo Dios para con su pueblo, sino, sobre todo, el poder que mostró al resucitar a Cristo de entre los muertos, haciéndole «pasar» (=Pascua) a través de la muerte hacia la nueva existencia, a la que también nos conduce a nosotros por medio de las aguas del Bautismo.

En el Bautismo nos introdujo Dios en la nueva comunidad de los salvados. Y a lo largo de toda nuestra vida -camino de desierto, nos quiere liberar de todos los faraones y de todos los peligros que nos acechan. También a nosotros se nos tiene que repetir: «no tengáis miedo». La Pascua de Cristo es el inicio de nuestra victoria. Con nosotros no hará prodigios cósmicos ni podremos contar hazañas milagrosas. Pero sí somos conscientes de cómo Dios, por los sacramentos de su Iglesia, nos concede la fuerza para nuestro camino y nos quiere liberar de toda esclavitud.

Por desgracia, nos puede pasar lo que a los israelitas, que no estaban muy convencidos de querer ser salvados: ¿no se estaba mejor en Egipto? Esta queja la repetirán a medida que experimenten las dificultades del desierto. ¿Queremos de verdad que Dios nos libere de nuestros males, de nuestras pequeñas o grandes esclavitudes, o nos sentimos a gusto en nuestro Egipto particular? ¿o, tal vez, ni nos hemos enterado de que somos esclavos?

1. (Año II) Miqueas 6,1-4.6-8

a) El sábado pasado dimos comienzo a la lectura de Miqueas, con una denuncia muy seria de los fallos de las clases dirigentes.

La página de hoy nos presenta una querella judicial de Dios contra su pueblo. Un pleito en el que Dios no se presenta como juez -no tendría más remedio que condenar al pueblo-, sino como parte querellante, poniendo como testigos a los montes y a la tierra. La queja de Dios es bien explicable: ha liberado al pueblo de la esclavitud, le ha ayudado siempre, y ahora sólo recibe ingratitud y distracción.

El profeta pone en boca del pueblo un tímido intento de conversión, pero con poco acierto, porque pretende calmar a Dios con holocaustos de animales, o incluso sacrificándole a sus propios primogénitos. El profeta les recuerda lo que han de hacer según la alianza que había pactado con Dios: «que respetes el derecho, que ames la misericordia, que andes humilde con tu Dios». En resumen, que sean misericordiosos con el prójimo y humildes ante Dios.

El salmo insiste en la misma idea: «no te reprocho tus sacrificios, pero no aceptaré un becerro de tu casa... ¿Por qué tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?».

b) Este pleito de Dios contra su pueblo nos recuerda las «lamentaciones» que cantamos el Viernes Santo mientras vamos pasando a adorar la Cruz: «Pueblo mío, ¿qué te he hecho, en qué te he ofendido? ¡Respóndeme!».

No tenemos que pensar siempre en el pueblo judío y su ingratitud, sino en nosotros mismos, que hemos sido favorecidos aun más que ellos y podemos merecer la queja de Dios.

Tal vez necesitamos que nos recuerden que ser misericordiosos con los demás y humildes en la presencia de Dios es la mejor actitud que se nos pide como personas creyentes.

2. Mateo 12, 38-42

a) A Jesús no le gustaba que le pidieran milagros. Los hacía con frecuencia, por compasión con los que sufrían y para mostrar que era el enviado de Dios y el vencedor de todo mal. Pero no quería que la fe de las personas se basara únicamente en las cosas maravillosas, sino, más bien, en su palabra: «si no véis signos, no creéis» (Jn 4,48).

Además, los letrados y fariseos que le piden un milagro ya habían visto muchos y no estaban dispuestos a creer en él, porque cuando uno no quiere oír el mensaje, no acepta al mensajero. Le interpretaban todo mal, incluso los milagros: los hacía «apoyado en el poder del demonio». No hay peor ciego que el que no quiere ver.

Jesús apela, esta vez, al signo de Jonás, que se puede entender de dos maneras. Ante todo, por lo de los tres días: como Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días, así estará Jesús en «el seno de la tierra» y luego resucitará. Ese va a ser el gran signo con que Dios revelará al mundo quién es Jesús. Pero la alusión a Jonás le sirve a Jesús para deducir otra consecuencia: al profeta del AT le creyeron los habitantes de una ciudad pagana, Nínive, y se convirtieron, mientras que a él no le acaban de creer, y eso que «aquí hay uno que es más que Jonás» y «uno que es más que Salomón», al que vino a visitar la reina de Sabá atraída por su fama.

b) Nosotros tenemos la suerte del don de la fe. Para creer en Cristo Jesús no necesitamos milagros nuevos. Los que nos cuenta el evangelio, sobre todo el de la resurrección del Señor, justifican plenamente nuestra fe y nos hacen alegrarnos de que Dios haya querido intervenir en nuestra historia enviándonos a su Hijo.

No somos, como los fariseos, racionalistas que exigen demostraciones y, cuando las reciben, tampoco creen, porque las pedían más por curiosidad que para creer. No somos como Tomás: «si no lo veo, no lo creo». La fe no es cosa de pruebas exactas, ni se apoya en nuevas apariciones ni en milagros espectaculares o en revelaciones personales. Jesús ya nos alabó hace tiempo: «dichosos los que crean sin haber visto».

Nuestra fe es confianza en Dios, alimentada continuamente por esa comunidad eclesial a la que pertenecemos y que, desde hace dos mil años, nos transmite el testimonio del Señor Resucitado. La fe, como la describe el Catecismo, «es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida» (CEC 26).

El gran signo que Dios ha hecho a la humanidad, de una vez por todas, se llama Cristo Jesús. Lo que ahora sucede es que cada día, en el ámbito de la Iglesia de Cristo, estamos recibiendo la gracia de su Palabra y de sus Sacramentos, y, sobre todo, estamos siendo invitados a la mesa eucarística, donde el mismo Señor Resucitado se nos da como alimento de vida verdadera y alegría para seguir su camino.

«No tengáis miedo, estad firmes y veréis la victoria del Señor» (1ª lectura I)

«Cantemos al Señor, sublime es su victoria» (salmo I)

«Pueblo mío, ¿qué te hice o en qué te molesté?» (1ª lectura II)

«Los habitantes de Nínive se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás» (evangelio).

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 166-170


3-4.

Jesús sana a un endemoniado dentro de una sinagoga. Los fariseos tratan de desvirtuar ante el pueblo esta acción atribuyéndola al mismo demonio. Jesús desmiente los argumentos y pone en evidencia las malas intenciones que sus opositores guardan en el corazón. Pero, lo más grave que hacen los fariseos al demonizar la obra de Jesús es insultar al Espíritu de Dios que se manifiesta en sus obras.

En esta discusión tercian los escribas o maestros de la ley. Estos se distinguían por el minucioso conocimiento de la Escritura. Gozaban de mucho prestigio y el pueblo los tenía por consultores y maestros. A diferencia de los fariseos, se dirigen a Jesús respetuosamente y le piden una señal que corrobore la validez de sus acciones. Jesús les contesta con duras palabras, recordándoles su condición de gente incrédula y caprichosa.

Fariseos y escribas actúan como el demonio en el desierto, pidiendo señales prodigiosas. Jesús nuevamente se niega a tentar a Dios y con tres comparaciones pone en evidencia cómo los no judíos, gente despreciada y excluida, está en mejor disposición para la conversión que el pueblo elegido.

Las tres comparaciones muestran a los gentiles en un camino de encuentro con el Señor, dóciles a las palabras de los profetas y dispuestos a escuchar la sabiduría divina. Estas palabras debieron ser un insulto terrible a los oídos de los escribas y fariseos, porque echaba por tierra todas sus pretensiones y toda la falsedad de un nacionalismo sustentado en un complejo de superioridad.

Nosotros hoy debemos cuidarnos de los grupos y movimientos religiosos que viven pidiendo milagros portentosos a Dios. Podemos caer en la tentación de esperar grandes señales para comenzar a actuar. Jesús, en cambio, nos invita a vivir y confiar en Dios en los sencillos y hasta rutinarios "milagros de cada día".

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5.

Ex 14, 5-18: Conocerán que Yo Soy el Señor

Sal 15

Mt 12, 38-42: Los que quieren ver milagros

Las apariciones, los milagros, etc. tienen un público fácil en nuestros días. Siempre hay quien se deja arrastrar por esos fenómenos. Posiblemente muchos están simplemente buscando el signo definitivo, claro y contundente que haga desaparecer el riesgo de la fe.

Lo que pasa es que en el fondo ninguno de esos signos es absolutamente convincente. El signo mayor para el cristiano es solamente uno: Jesús de Nazaret, testigo entre los hombres del amor de Dios. Jesús no hizo milagros aparatosos, destinados a las multitudes. Jesús hizo el mayor milagro que se puede hacer: vivió amando y pasó entre los suyos haciendo el bien. Por eso, puesto a escoger, prefiero los signos sencillos y pequeños que nos rodean sin que a veces nos demos cuenta: el cariño con el que un hijo cuida de sus padres ancianos, la entrega del catequista al servicio del Evangelio, el compromiso generoso de muchos en favor de la justicia. Esos pequeños signos, y tantos otros, me dicen que todavía vale la pena seguir a Jesús, que amar sigue siendo el mejor modo de hacer presente a Dios en nuestro mundo.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6. 2001

COMENTARIO 1

v. 38: Entonces, algunos de los letrados y fari­seos dijeron a Jesús: Maestro, queremos ver una señal tuya personal.

Al lado de los fariseos aparecen nuevos personajes, los letrados, que vienen en ayuda de los derrotados fariseos. Se diri­gen a Jesús con cortesía, para pedirle una señal. Esto supone que niegan valor teológico a las que ha realizado anteriormente, lo mismo a «las obras del Mesías» (11,2) que a la liberación del en­demoniado (12,22). Para ellos, lo que Jesús dice y hace carece aún del refrendo divino. La señal daría ese refrendo a las obras y a la autoridad de Jesús. Conexión con la segunda tentación del desierto (4,5-7). Implícitamente afirman que en tal caso estarían dispuestos a creer en él.

vv. 39-40: El les contestó: Una generación perversa e idólatra, y exigiendo se­ñales! Pues señal no se le dará excepto la señal de Jonás profeta. 40Porque si tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del monstruo (Jon 2,1), también tres días y tres noches estará el Hombre en el seno de la tierra.

Jesús rechaza de plano su petición. Los increpa. «Esta gente» designa ante todo a los fariseos y letrados, pero detrás de ellos al pueblo que está bajo su influjo y acepta su doctrina (11,16). «Malvada/perversa», palabra usada en v. 34 y que alude a Satanás: son enemigos de Dios. «Idólatra» (lit. «adúltera»), cf. Os 2,1ss; 5,3s; Jr 3,6ss; Ez 23; Sal 73,27; etc., donde la infidelidad de Israel a Dios y a su alianza por seguir falsos dioses se expresa bajo la imagen del adulterio.

«No se le dará», la indeterminación es teológica, es Dios mismo quien no les dará la señal. Una salvedad hace Jesús. Se les dará la de Jonás profeta. Compara el tiempo que media entre su muerte física y su manifestación vivo a los discípulos a los tres días y noches que estuvo Jonás en el vientre del monstruo. No se menciona la vuelta a la vida, pero está insinuada. Jesús habla a los que buscan acabar con él (12,14); no todo acabará con su muerte.

Es «el Hombre» quien va a estar en el seno de la tierra, pero por un brevísimo período. «El Hombre» posee una calidad de vida que no puede ser vencida por la muerte.

vv. 41-42: Los habitantes de Nínive se alzarán a carearse con esta generación y la condenarán, pues ellos se enmendaron con la predicación de Jonás, y hay más que Jonás aquí. 42La reina del Sur se pondrá en pie para carearse con esta generación y la condenará, pues ella vino desde los confines de la tierra para escuchar el saber de Salomón, y hay más que Salomón aquí.

«Para carearse», lit. «en el juicio (junto) con». Una de las formas de juicio en la cultura judía era el careo (rib): dos anta­gonistas, enfrentados, exponían cada uno sus argumentos, vencien­do el que los presentara más fuertes. La sentencia no era más que la ratificación del resultado. La frase siguiente («y la condenarán» o «la dejarán convicta») indica que se trata de esta clase de juicio.

El libro de Jonás era uno de los más populares del AT. Con­tenía un mensaje a la vez de esperanza y de aviso. Los otros profetas habían encontrado resistencia, incredulidad e incluso decidido rechazo; a la predicación de Jonás, en cambio, toda la ciudad de Nínive había hecho caso y se había arrepentido. Este era el aspecto esperanzador del libro: la enmienda es siempre posible. Pero Nínive era una ciudad pagana: en esto estaba el aviso. No había nada en la historia de los judíos que pudiera compararse con el arrepentimiento de Nínive. De esto toma pie Jesús para su amenaza­dora predicción. La moraleja es la misma para el segundo ejemplo. La reina del Sur era también pagana. Ambos ejemplos se terminan con un colofón que marca la diferencia entre aquellas circunstan­cias y la presente: «hay más que Jonás aquí», «hay más que Sa­lomón aquí» (cf. 12,6). El Mesías es un profeta muy superior a Jonás y un rey mucho más sabio que Salomón. La culpa de «esta clase de gente» es mayor que la de sus antepasados. El ejemplo de Salomón y la reina compara lo sucedido entonces con lo que sucede con Jesús: los paganos muestran mayor sensibilidad que los judíos y dan mejor respuesta a la invitación de Dios.

El pasaje está en relación con varios anteriores, en primer lugar con el del centurión, donde se comparaba la fe de un pagano con la de Israel (8,5-13). También con la invectiva contra las ciudades galileas, comparándolas con las paganas (11,20-24). Finalmente, con la acción de gracias de Jesús (11,25-30): los «sabios y entendidos» de aquel pasaje están representados aquí por los fariseos y, en par­ticular, por los letrados. Estos constituyen «la gente malvada e idólatra». La «sabiduría» es la mencionada en 11,19.


COMENTARIO 2

A los fariseos se han unido los escribas para atacar a Jesús; la circunstancia no es casual; este hecho se convierte en una cuestión escriturística; muchos de los escribas o letrados pertenecían al partido de los fariseos; Mateo los une frecuentemente contra Jesús. La petición de los adversarios de Jesús no es absolutamente agresiva; es cortés y expresa un ruego serio que estaba en el corazón de todos. La respuesta de Jesús es negativa y acusadora y va dirigida a "la generación malvada y adúltera", la cual se expresa en la persona de los jefes del pueblo, escribas y fariseos; la expresión tiene un sentido más teológico que cronológico porque hace referencia a la respuesta del pueblo a las iniciativas de Dios en un momento determinado.

Pues bien, Jesús no ha querido ofrecer una señal de su poder por fuera o por encima de aquello que está realizando con su gesto de evangelio. Su propia vida, como gesto de encarnación al servicio de los demás, es signo de Dios para todos los hombres. Por tanto, en esta línea debemos entender el contenido de la negativa de Jesús a dar un nuevo signo y ofrecer como única señal la del profeta Jonás.

El "signo de Jonás" que propone Jesús a sus adversarios no puede limitarse al hecho de haber permanecido como muerto en el vientre del pez, sino al haber salido con vida y luego anunciar el mensaje de conversión a los ninivitas. De esta manera, Jonás se convierte en un milagro, cuya existencia es en sí misma un signo de la misericordia de Dios para un pueblo pecador que se convierte y cree en Dios. Los dos últimos versículos (41-42) concluyen la idea precedente: privados de los signos que piden, los judíos no se arrepentirán y serán aventajados por los gentiles-paganos en el juicio final.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-7. DOMINICOS 2003

Libro del Éxodo 14, 5-16: reacción del faraón contra los israelitas.
En aquellos días, comunicaron el faraón, rey de Egipto, que el pueblo de Israel había escapado... El faraón y su corte... se dijeron: ‘¿Qué hemos hecho? Hemos dejado marchar a nuestros esclavos israelitas’.

Entonces el faraón... tomó seiscientos carros escogidos... con sus correspondientes oficiales... y persiguió a los israelitas, mientras éstos salían triunfantes. Los persiguieron con caballos, carros y jinetes, y les dieron alcance...

Los israelitas alzaron la vista y vieron a los egipcios que avanzaban detrás de ellos..., y dijeron a Moisés: ¿No había sepulcros en Egipto? Nos ha traído a morir en el desierto... Moisés respondió: No tengáis miedo... El Señor peleará por vosotros...”

Este fragmento pone ante nuestros ojos la aventura de la salida de Egipto, el gozo inicial de la liberación, el lamento de Egipto por verse privado de esclavos baratos y su reacción violenta contra los israelitas, la providencia de Dios sobre ellos, y el comienzo de las pruebas por las que han de pasar camino de la liberación definitiva. En realidad, nos anticipa todo lo que va a suceder. Quedémonos con la idea de ‘providencia divina sobre los israelitas’

Evangelio según san Mateo:
“Los letrados decían a Jesús: Maestro, queremos ver un milagro. Él les contesto: Esta generación perversa y adúltera exige señales. Pero no se le dará más señal que la del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del catáceo; pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra...

Cuando juzguen a esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que la condenen, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás...”

Este texto es muy conocido de todos, mas no por eso deja de ser insinuante. En el plan de Dios, los ‘signos’ son un detalle de la providencia que nos habla por medio de ellos. No tienen más valor, pues lo importante es vivir y amar noblemente. Nosotros a veces confundimos los papeles y pedimos a Dios que nos dé las ‘señales’ que a nosotros nos placen. ¡Grave error! ¡Fe, no evidencias!

Momento de reflexión
Experiencia de vida.
Siempre que nos hallamos en una situación de esclavitud, sufrimiento, angustia, nosotros anhelamos ‘liberación, paz, gozo, felicidad’; y ese buen deseo nos hace ver las cosas como posibles, asequibles, esperanzadas, sobre todo si hay quien alimenta ese anhelo.

Los israelitas sufrían en Egipto; Moisés animaba a la búsqueda de liberación; y juntos se creyeron todos capaces de alcanzar una forma de vida nueva. Lo difícil de una opción o camino que se abre como aventura es calcular el volumen de las adversidades que puedan sobrevenir.

Los israelitas no calcularon bien. Todo eso nos lo recuerda su expresión en el desierto, tentados de desesperanza: ¿no había sepulcros en Egipto?. Dura expresión. La prueba acrisolará el valor de la nueva vida.

Experiencia de caprichos, huída de la verdad.
El texto evangélico nos coloca en una situación espiritual muy distinta de la experiencia del desierto, del hambre, de la persecución. Los letrados de Israel, aunque fueran pobres, tenían seguridad de vida.

Aquí el asunto es más profundo: ¿en qué medida un sabio o letrado o autosuficiente ha de considerar que los motivos para creer en Jesús y en su mensaje son ‘suficientes’ para él?

Los misterios de Dios no son objeto de ciencia, de laboratorio, de matemática; son objeto de confianza, amor, adhesión, fe.

Si un letrado señalara cuáles son las condiciones ‘suficientes’ para que él crea a Jesús, él se sentiría dominador de Jesús, se creería a sí mismo. El hombre noble, el hombre abierto a la verdad, el hombre de buen corazón, observa, mira, se deja impresionar por las palabras y los signos, por la caridad y felicidad del maestro... Y cuando se siente tocado por la Verdad y se da cuenta de que vale la pena, de que es grandioso pensar con los pensamientos de Dios, cree.

Sea ésa nuestra suerte, la gracia que recibimos, la actitud que adoptamos.


3-8. CLARETIANOS 2003

El verano boreal sigue castigándonos con altas temperaturas. La Palabra es la gota fresca de cada día. Un riego “gota a gota” acaba por convertir nuestros desiertos en vergeles.

Los letrados y fariseos que aparecen en el evangelio de hoy han inventado una frase que resiste las modas: Maestro, queremos ver un milagro tuyo. Primero reconocemos que Dios ha creado este mundo como es, con sus leyes, sus agujeros, su relativa incertidumbre. Luego le pedimos a su Hijo que vaya resolviendo sus paradojas a base de hechos espectaculares.

Lo que los fariseos piden a Jesús es exactamente lo que el diablo le pide en el relato de las tentaciones: ser un mesías espectacular, deslumbrante, hacer todo aquello que es del agrado de los millones de “fans” que esperamos demostraciones palpables de su poder.

Esta tentación es de Jesús y de todos sus seguidores. La respuesta es desconcertante: (A esta generación) no se le dará más signo que el del profeta Jonás. El “signo” es un Mesías escondido durante tres días en el seno de la tierra/ballena. El signo es, una vez más, el misterio de la Pascua: dejarse “derrotar” por la muerte para hacerla estallar desde dentro.

Es llamativa también la insistencia en el hay uno que es más. Jesús es más que Jonás (profeta) y es más que Salomón (rey). Este es más señala su carácter definitivo. En él se cumple toda profecía y se realiza todo reinado. No tenemos que esperar a nadie más.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-9. Lunes 21 de julio de 2003
Lorenzo de Brindisi

Ex 14, 5-18: Paso del mar Rojo
Interleccional: Ex 15, 1-6
Mateo 12, 38-42: La señal de Jonás

La muerte y la resurrección de Jesús serán la señal.

Muchas personas seguían a Jesús por sus enseñanzas, pero también hay que reconocer que una gran mayoría acudía por las señales que hacía. En varias ocasiones le exigieron señales, cuando estuvo en su tierra natal querían que hiciera allí los milagros que habían escuchado hacía en otras partes, en el texto de hoy encontramos la misma exigencia, pero Jesús tiene bien claro que él no es un taumaturgo que monta espectáculos para mostrar su poder, sus acciones confirman su palabra y si él cura a alguien, lo hace para sanarlo también interiormente.

La señal que les va a dar es su propia persona, señal que será difícil de comprender porque muchos no acaban de creer en él. Se pone en comparación con Jonás: así como Jonás estuvo tres días en el vientre del cetáceo y con su predicación logró cambiar las actitudes de una gran parte de los ninivitas, así también él estará tres días en el seno de la tierra y resucitará y ese proceso de muerte y de resurrección. Se convertirá en señal de cambio interior para sus seguidores.

Jesús supone que sus oyentes ya han aceptado a Jonás, mas a él no; por eso les dice que él es más que Jonás. La sabiduría de Jesús es más que la sabiduría de Salomón. La Reina del Sur vino expresamente a visitar a Salomón porque había escuchado su fama; sin embargo, aunque Jesús es más que Salomón sus contemporáneos no han sido capaces de creer en él. Nos deslumbra lo que sucede hacia fuera, pero no nos deslumbra lo que sucede hacia el interior; los escribas y fariseos no quieren ver la señal en el cambio de actitud de los discípulos y discípulas de Jesús, pero sí quieren ver a un hombre obrando milagros. Las señales externas al propio Jesús, son señales pasajeras, limitadas; son señales que necesitan ser repetidas constantemente porque se agotan en el tiempo y en el espacio; mas la señal de su muerte y resurrección permanece para siempre en la conciencia de los verdaderos discípulos que no necesitan que su maestro haga cosas extraordinarias. Las actitudes de Jesús cuestionan también nuestra manera de entenderlo: hoy en torno a Jesús se montan espectáculos de sanación, se llenan templos y estadios... Ese Jesús obrador de milagros no es el que necesita la iglesia de nuestro tiempo: necesitamos la señal de su propia persona que transforma nuestra conciencia individual y colectiva.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-10. DOMINICOS 2004

¿Con qué ofrenda me acercaré al Señor?

Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
No es coherente alabar con los labios y ser egoísta de corazón.
Hablen siempre de nuestra bondad los ojos de los más pobres.

El profeta Miqueas es hoy voz de nuestra conciencia. No nos acusa él directamente, denunciando nuestras iniquidades; lo hace hablando en nombre de Dios y colocándonos ante el tribunal de la verdad, de la justicia, de la misericordia, de la compasión...

Ante ese tribunal valen poco los sacrificios y ofrendas de víctimas. Lo que vale es el bien, lo que Dios desea de nosotros es simplemente que respetemos el derecho, que amemos la misericordia y que andemos por la vida con corazón humilde.


La voz de Dios y su mensaje en la Biblia
Profeta Miqueas 6, 1-4.6-8:
”Escuchad, hombres, lo que dice el Señor... Escuchad, montes, el juicio del Señor; atended, cimientos de la tierra. El Señor entabla juicio contra su pueblo y pleitea con Israel. Pueblo mío, ¿qué te hice o en qué te molesté? Respóndeme. Te saqué de Egipto, te redimí de la esclavitud... Pregúntate: ¿Con qué ofrenda me acercaré al Señor, cómo me inclinaré ante el Dios de las alturas?... Tú haz el bien, haz lo que Dios desea de ti: respeta el derecho, ama la misericordia...”

Evangelio según san Mateo 12, 38-42:
“En aquel tiempo, un grupo de letrados y fariseos dijeron a Jesús: Maestro, queremos ver un milagro tuyo.

Él les contestó: Esta generación perversa y adúltera exige una señal: pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo, y tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra. Cuando juzguen a esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que los condenen..., porque aquí hay uno que es más que Jonás”


Reflexión para este día
Error de perspectiva interior.
Centremos .la reflexión en dos frases citadas en el Evangelio. Una de ella nos resulta ‘insensata’: la del grupo de letrados y fariseos que solicitan de Jesús un signo, un milagro a su gusto, a su nivel, por ser ellos quienes son, gentes de letras y de representación social. Se dicen: ¿Qué menos puede hacer un Dios, un Profeta, un Mensajero de la verdad, que servirnos a la carta? Grave error: rebajan la categoría de Dios y elevan sin pudor la suya.

Otra frase del mismo Evangelio nos resulta ‘muy fuerte’, casi extraña en el lenguaje amable y compasivo de Jesús: ‘sois una generación perversa y adúltera’. Lo dice precisamente porque tratan de señalar al Hijo de Dios y a sus Profetas las pautas de vida que deben seguir en sus oráculos; porque tratan de asumir ellos un puesto, un papel, un ejercicio de poder que Dios no se lo ha ofrecido. Al hombre noble le corresponde vivir en calidad de criatura, elevado a la condición de ‘hijo de Dios por la gracia, el amor, la fe, la esperanza’. Que esa gracia y sus dones vengan sobre nosotros.


3-11. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Una de las necesidades humanas que todos intentamos satisfacer es la necesidad de seguridad. Empeñamos gran parte de nuestra vida en ir ganando parcelas de seguridad (un trabajo estable, un hogar propio, un plan de pensiones para la jubilación,...), como si por medio de ellas consiguiéramos espacios de felicidad. Pero a veces esa búsqueda de tanta seguridad nos lleva a vivir con cierta ansiedad, porque una seguridad pide otra, y la cadena nunca se termina. Es como si cuantas más seguridades tuviéramos, más inseguros nos sintiéramos... porque vamos acumulando tantas cosas que al final tememos perderlas.

En el plano religioso también nos ocurre algo parecido. Queremos estar seguros, tener pruebas, verificar que merece la pena la apuesta que estamos haciendo, sentir que Dios está con nosotros, en lo que hacemos; y una de las pruebas a las que acudimos es a medir los frutos que obtenemos. Por eso, en cuanto vemos que las cosas no salen como esperábamos o cuando recibimos los primeros reveses, nos desanimamos, desconfiamos, ponemos todo en crisis, sentimos que Dios no nos acompaña. Al igual que los fariseos que se acercan a Jesús, necesitamos “señales” que de alguna manera nos garanticen que vamos por el buen camino. El profeta Miqueas nos recuerda las “señales” que Dios ha ido realizando a lo largo de la historia en medio de su pueblo; señales que parecen estar olvidadas y que no han servido para que el pueblo descubra lo que el Señor espera de él: respetar el derecho, amar la fidelidad y obedecer humildemente a Dios. Dios ha hablado claro: nos llama a amarle incondicionalmente. Y el amor no pide pruebas, pide fiarse, entrega gratuita y fidelidad. En nuestras manos está el fiarnos plenamente o el vivir entre dos aguas, con la insatisfacción que ello crea. Seguir a Jesús es una aventura de Amor que pide salir de uno mismo. Al hacer camino con él, como cuando vamos por el monte, van apareciendo las señales que nos guían, que nos dicen que vamos por buen camino y que nos llevan a las siguientes marcas. Como buenos peregrinos, carguemos nuestras mochilas con lo imprescindible y atrevámonos a caminar; Él nos conducirá a buen puerto.

Vuestra hermana en la fe,
Miren Elejalde (Mirenelej@hotmail.com)


3-12.

Comentario: Rev. D. Lluís Roqué i Roqué (Manresa-Barcelona, España)

«Maestro, queremos ver una señal hecha por ti»

Hoy contemplamos en el Evangelio a algunos maestros de la Ley y fariseos deseando que Jesús demuestre su procedencia divina con una señal prodigiosa (cf. Mt 12,38). Ya había realizado muchas, suficientes para mostrar no solamente que venía de Dios, sino que era Dios. Pero, aun con los muchos milagros realizados, no tenían bastante: por más que hubiera hecho, no habrían creído.

Jesús, con tono profético, tomando ocasión de una señal prodigiosa del Antiguo Testamento, anuncia su muerte, sepultura y resurrección: «De la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches» (Mt 12,40), saliendo de ahí lleno de vida.

Los de Nínive, por la conversión y la penitencia, recobraron la amistad con Dios. También nosotros, por la conversión, la penitencia y el bautismo, hemos sido sepultados con Cristo, y vivimos por Él y en Él, ahora y por siempre, habiendo dado un verdadero paso “pascual”: paso de muerte a vida, del pecado a la gracia. Liberados de la esclavitud del demonio, llegamos a ser hijos de Dios. Es “el gran prodigio”, que ilustra nuestra fe y la esperanza de vivir amando como Dios manda, para poseer a Dios Amor en plenitud.

Gran prodigio, tanto el de la Pascua de Jesús como el de la nuestra por el bautismo. Nadie los ha visto, ya que Jesús salió del sepulcro, lleno de vida, y nosotros del pecado, llenos de vida divina. Lo creemos y vivimos evitando caer en la incredulidad de quienes quieren ver para creer, o de los que quisieran a la Iglesia sin la opacidad de los humanos que la componemos. Que nos baste el hecho Pascual de Cristo, que tan hondamente repercute en todos los humanos y en toda la creación, y es causa de tantos “milagros de la gracia”.

La Virgen María se fió de la Palabra de Dios, y no tuvo que correr al sepulcro para embalsamar el cuerpo de su Hijo y para comprobar el sepulcro vacío: simplemente creyó y “vio”.


3-13. 2004. Comentarios Servicio Bíblico Latinoamenricano

El texto de hoy es otro episodio de "crisis de fe". Los adversarios, escribas y fariseos, demostrando reverencia y disponibilidad a creer, piden como condición ser testigos de una "señal". Con esta actitud se rehusan a descubrir el valor "mesiánico" de todas las "obras del Mesías" que el Pueblo de Dios ya ha visto y oído. El "signo" es condición indispensable para que los adversarios puedan creer. Porque hasta la "señal" del Mesías tenía que ajustarse a su "pre-esquema". Las sencillas obras de misericordia no eran lo más adecuado para un "Mesías" triunfal-apocalíptico. Si Jesús aceptara el reto y realizara la señal que piden los fariseos y escribas, hubiese caído en su trampa, viniendo a ser un mensajero de la fuerza impositiva de Dios, un delegado de sus pretendidas leyes de poder y separación (es decir, del fariseísmo).

A los fariseos se han unido los escribas para atacar a Jesús; la circunstancia no es casual; este hecho se convierte en una cuestión escriturística; muchos de los escribas o letrados pertenecían al partido de los fariseos; Mateo los une frecuentemente contra Jesús. La petición de los adversarios de Jesús no es absolutamente agresiva; es cortés y expresa un ruego serio que estaba en el corazón de todos. La respuesta de Jesús es negativa y acusadora y va dirigida a "la generación malvada y adúltera", la cual se expresa en la persona de los jefes del pueblo, escribas y fariseos; la expresión tiene un sentido más teológico que cronológico porque hace referencia a la respuesta del pueblo a las iniciativas de Dios en un momento determinado.

Pues bien, Jesús no ha querido ofrecer una señal de su poder por fuera o por encima de aquello que está realizando con su gesto de evangelio. Su propia vida, como gesto de encarnación al servicio de los demás, es signo de Dios para todos los seres humanos. Por tanto, en esta línea debemos entender el contenido de la negativa de Jesús a dar una nuevo signo y ofrecer como única señal la del profeta Jonás.

El "signo de Jonás" que propone Jesús a sus adversarios no puede limitarse al hecho de haber permanecido como muerto en el vientre del pez, sino al haber salido con vida y luego anunciar el mensaje de conversión a los ninivitas. De esta manera, Jonás se convierte en un milagro, cuya existencia es en sí misma un signo de la misericordia de Dios para un pueblo pecador que se convierte y cree en Dios. Los dos últimos versículos (41-42) concluyen la idea precedente: privados de los signos que piden, los judíos no se arrepentirán y serán aventajados por los gentiles-paganos en el juicio final.


3-14.

El juicio de los fariseos

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Clemente González

Reflexión:

Vivimos en la era de internet, de las comunicaciones mundiales en tiempo real, de las empresas de mensajería que en menos de 24 horas mandan un paquete al otro extremo del globo terráqueo. El hombre moderno todo lo quiere ver, todo lo quiere tocar. Quiere pruebas de todo lo que se le dice.
Esto no es algo exclusivo de nuestro tiempo.

A Jesucristo también los judíos le pedían señales para creer. Querían ver y tocar. Y no es que Cristo no hubiese hecho señales, pues todos sabemos que curó a enfermos y libró a muchos de espíritus que les atormentaban. A los judíos de aquel entonces no les bastaba eso. Querían verlo por sus mismos ojos. Querían tocar, sentir el milagro.

Nosotros los cristianos podemos correr el peligro de pedir a Cristo que nos envíe una señal para seguir creyendo. Sabemos que Él es Dios, pero queremos dar gusto a nuestros sentidos. Queremos ver y tocar. ¿Queremos un Cristo “showman”, un espectáculo que nos ahorre el esfuerzo de la fe? Nos olvidamos de que Dios no está en las grandes tempestades ni en los terremotos, no está en los telediarios ni en las primeras páginas de los periódicos. Dios se hace presente en el susurro que se escucha en nuestras almas, en el momento de silencio en el que le buscamos tras una jornada de trabajo llena de dificultades y ajetreo, en el encuentro familiar de oración en el que le hacemos partícipes de nuestras cosas, en la paz del corazón de quien deja por un momento todas las cosas para escuchar de Aquel que le ama las palabras de amor que le ayudan a creer en Él con mayor certeza que si nos hubiese dado las señales que le pedíamos.


3-15.

Reflexión

Hoy en día todavía nuestra generación busca de Jesús una señal prodigiosa para creer: “Señor sana a mi hijo”; “Señor, que consiga un buen trabajo”; “Señor, ….”. Lo triste del asunto es que después de recibir la señal, no bastándonos la prueba y señal eclactante de su resurrección, la respuesta de fe de muchos de nuestros cristianos es insignificante. ¿Cuántas veces hemos recibido lo que hemos pedido? Y ¿cómo ha sido nuestra respuesta después de haberlo recibido? Después de que Jesús nos ha dado la muestra de su amor, la fe no se desarrolla. Por unas semanas vamos a misa o hacemos algo más de lo que hacíamos, pero rápidamente se nos olvida y la conversión no crece, no madura. No seamos de los que buscan a Jesús por sus milagros y las muestras de su amor, sino más bien de los que buscan al Señor de los milagros para rendirle nuestro amor.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-16. Fary Nelson Lunes 18 de Julio de 2005
Temas de las lecturas: Cuando me haya cubierto de gloria a expensas del faraón, sabrán que Yo soy el Señor * La reina del sur se levantará el día del juicio contra esta generación.

1. Inestabilidad del corazón humano
1.1 Nos impacta en la primera lectura la impresionante inestabilidad del corazón humano. Ya habían decidido los egipcios que era mejor dejar ir a los hebreos, pero ahora cambian y se resuelven a una persecución furiosa. Ya habían festejado los hebreos su liberación, pero ahora cambian al sentirse perseguidos y piensan que hubiera sido mejor quedarse en Egipto.

1.2 Así es el corazón humano: poco disfruta el bien que posee y mucho añora el bien que no le ha llegado o el que se ha ido de su mano. Valoramos poco y agradecemos poco el presente, mientras la nostalgia se adueña de nuestros recuerdos y una esperanza ingenua nos hace aguardar casi culaquier cosa del futuro.

2. YHWH y Faraón
2.1 Para Faraón el duelo de su hijo primogénito fallecido ha durado poco. Es un hombre muy capataz y poco papá, en realidad. Pronto hace sus cuentas y comprende lo sucedido: ¡ha perdido una fuerza de trabajo! ¡No ha cuidado sus recursos de producción! Y a eso es a lo que sale, brioso como su propios corceles: a recuperar las fuentes de su riqueza y a demostrar a todos quién es el dueño de Egipto.

2.2 Dios, por su parte, revela a Moisés el sentido de la maravillosa intervención que hará junto al mar: de lo que se trata es de demostrar si esos israelitas son una fuerza de trabajo para la gloria de un hombre, o si son unos elegidos y bendecidos para manifestación de la gloria de Dios.

3. Grandeza y misterio de Jesús
3.1 Los israelitas se veían tan pequeños a ojos de Faraón que sólo encontraba en ellos una fuerza de de trabajo, un recurso para la producción. De modo análogo, Jesús se ve pequeño, porque es humilde; y débil, porque no es agresivo; y pobre, porque no es ostentoso. Pero Jesús es grande, en realidad, y más grande que los grandes del Antiguo Testamento. Así lo testifica él mismo, para nuestro bien, en el evangelio de hoy.

3.2 De esta escena opaca podemos aprender cosas luminosas, sin embargo. Ante todo, que el misterio de Cristo y la grandeza de su mensaje no son "obvios". Uno puede estar cerca del Redenotr sin descubrirlo, y en un caso extremo, uno puede desfallecer sin darse cuenta del brazo fuerte del Salvador, que está ahí junto a nosotros.

3.3 También aprendemos de aquí a no ser excesivamente duros con los demás, especialmente si no comparten nuestra fe o nuestro fervor o nuestro apostolado. Da gracias por la fe que tienes, que no será mayor porque critiques a quien no la tiene. Da gracias por el amor o el entusiasmo o la alegría que te mueven, que no van a ser mayores ni mejores porque los eches de menos en los que no los tienen.


3-17.

I. Jesús, hoy se ha vuelto a imponer el «si no lo veo no lo creo», disfrazado de una postura pseudo científica: lo que no se puede comprobar experimentalmente, no es real. No es una postura nueva; es lo mismo que encontraste en tu tiempo: Maestro, queremos ver de ti una señal. Hasta entre los apóstoles se da esta actitud: Tomás necesitará poner sus dedos en tu costado para creer en la resurrección.

Jesús, ante esta necesidad de señales y pruebas, me podrías contestar como a Santiago y Juan: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo bebo? [56]. Porque cuantas más señales me des, más me tendrás que pedir para darme al final la misma recompensa. Por eso le respondes a Tomás: bienaventurados los que sin haber visto han creído [57].

Sin embargo, me das una señal suficiente: tu resurrección. Así estará el Hijo del Hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches. Los judíos te crucifican porque te haces Dios, el Hijo único de Dios. Tu resurrección es la prueba más clara de que lo que decías era cierto. Por eso San Pablo dice que si no hubieras resucitado, vana sería nuestra fe [58]. Y por eso también, los judíos pusieron a los soldados allí, de modo que nadie pudiera coger tu cuerpo y luego decir que habías resucitado. Su guardia hace aún más evidente la verdad: has resucitado, y yo -como cristiano- soy ahora testigo de tu resurrección.

“La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más inaccesibles al espíritu humano, encuentran su justificación si Cristo, al resucitar ha dado la prueba definitiva de su autoridad divina según lo había prometido” [59].

II. “Si miramos a nuestro alrededor y consideramos el transcurso de la historia de la humanidad, observaremos progresos y avances. La ciencia ha dado al hombre una mayor conciencia de su poder. La técnica domina la naturaleza en mayor grado que en épocas pasadas, y permite que la humanidad sueñe con llegar a un más alto nivel de cultura, de vida material, de unidad.

Algunos quizá se sientan movidos a matizar ese cuadro, recordando que los hombres padecen ahora injusticias y guerras, incluso peores que las del pasado. No les falta razón. Pero, por encima de esas consideraciones, yo prefiero recordar que, en el orden religioso, el hombre sigue siendo hombre, y Dios sigue siendo Dios. En este campo la cumbre del progreso se ha dado ya: es Cristo, alfa y omega, principio y fin.

En la vida espiritual no hay una nueva época a la que llegar. Ya está todo dado en Cristo, que murió, y resucitó, y vive y permanece siempre. Pero hay que unirse a Él por la fe, dejando que su vida se manifieste en nosotros, de manera que pueda decirse que cada cristiano es no ya «alter Christus», sino «ipse Chtistus», ¡el mismo Cristo!” [60].

Jesús, en el terreno espiritual, no necesito otra señal; la cumbre del progreso se ha dado ya: es Cristo, que murió, y resucitó, y vive y permanece siempre.
Tu vida, muerte y resurrección son la prueba de que Dios me ama y se preocupa por mí. Una señal mayor que la de Jonás, Salomón y todos los profetas del Antiguo Testamento; una señal más luminosa que la que pueda ofrecer la ciencia y la técnica. Pero una señal que sólo se ve con los ojos de la fe, dejando que te metas en mi vida hasta hacerme ipse Christus.

[56] Mc 10, 38.
[57] Jn 20, 29.
[58] I Cor 15,14.
[59] Catecismo, 651.
[60] Es Cristo que pasa, 104.

Comentario realizado por Pablo Cardona.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo V, EUNSA