SÁBADO DE LA SEMANA 12ª DEL TIEMPO ORDINARIO
1.- Gn 18, 1-15
1-1. CR/PEREGRINO RISA/IRONIA
Guardémonos, pues, del peligro "turístico" que nos haría pensar que los nómadas son los otros. Todos somos nómadas en el sentido de que todos caminamos y de que al mismo tiempo se nos invita a acoger a los que pasan y que tienen sed, a los que tienen hambre, a los que necesitan que se les lave los pies, a los que esperan bendiciones. "Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre a mí me recibe" (Mt 18, 5). Esta es ya la escena de Mambré.
Es un nómada, mi cónyuge fatigado por las dificultades de la existencia y que espera que me acerque a él. Es un nómada, mi hijo, que duda de sí mismo, separado de mí, quizá por un tiempo y que espera, por más lejos que le vea, que me lance hacia él. Es un nómada, mi colaborador que tiene problemas familiares y que espera de mí las palabras que devuelven el valor o simplemente ser escuchado con una auténtica simpatía. "Quien a vosotros recibe, a mí me recibe y el que me recibe, recibe a Aquel que me ha enviado" (Mt 10, 40). Señor, tú vienes a nuestra vida, no a través de las abstracciones sino de las personas que se hallan en camino. Y se trata desde luego de la experiencia de Abrahán cuando acoge a esos tres viajeros que sólo son uno, para tornarse tres... tres personas... un Dios.
Y como la capacidad de acogida de Abrahán se dobla tanto por su estado de nómada como por sus disposiciones interiores, corre desde la entrada de la tienda al encuentro de los visitantes. Y es él quien les ruega, es él quien les pide la gracia de aceptar ser acogido por ellos, por ti. "Señor mío, te lo ruego, si he hallado la gracia ante tus ojos, no pases por favor ante tu servidor sin detenerte" (Gn 18, 3). Entonces, en esta admirable inversión de papeles, el acogido se torna acogedor, el acogedor se deja acoger; he aquí Señor, que pides hospitalidad, que te reúnes con tu hijo en su pobreza fundamental. ¿Y cuál es la pobreza fundamental para un hombre de ese tiempo, oriental por añadidura, en quien el sentido de la fecundidad se halla tan desarrollado como el de la acogida? La pobreza fundamental consiste en no tener hijos. Desde luego hubo, hace ya largo tiempo, ese promesa inicial: "Alza los ojos al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas... tal será tu posteridad" (Gn 15). Pero eso tuvo que ser una ilusión de juventud porque ahora resulta fisiológicamente imposible tanto para Abrahan como para Sara. Abrahán y Sara permanecen, pues, encerrados, en esa su pobreza, en ese estado en que no hablan ya entre ellos pero están abiertos a los demás, sin retorno sobre sí mismos y sobre el final de sus esperanzas. Pero lo que es imposible a los hombres resulta posible a Dios. ¿Cuál es en la Biblia el signo concreto de la omnipotencia? Dar un hijo a quien no puede tenerle. Porque tu poder se expresa en la gratuidad de tu gracia.
Tu amor se manifiesta gratuitamente hacia Ana y se produce el nacimiento de Samuel; tu amor se manifiesta gratuitamente hacia Isabel y Zacarías y se produce el nacimiento de Juan el Bautista; tu amor se manifiesta gratuitamente hacia la Humanidad entera y se produce el nacimiento de Cristo Jesús, tu hijo, nuestro Señor.
Entonces llega el momento de la realización de tu promesa y del signo de tu gracia todopoderosa en favor de Abrahán y de su raza para siempre. "En el plazo de un año volveré y Sara tendrá un hijo" (Gn 18, 10). Y Abrahán, como hombre habituado a confiar, como amigo de Dios, confía sin saber cómo sucederá. Pero Sara ríe, oculta tras el velo de la tienda. Sé que se han dado explicaciones de todo género a esa risa del escepticismo y del sarcasmo. La mejor prueba, creo, reside en la mala fe de Sara, que se defiende como puede, más mal que bien: " "No, no me he reído", dice" (Gn 18, 15).
Esta risa es la risa destructiva; la que rechaza las promesas, corta los impulsos; aquella por la cual nos dañamos unos a otros ahogando a través de la ironía toda apertura a la gracia, toda capacidad para entrar en el plan de Dios. "Mi pobre Abrahán, te dejas "atiborrar la cabeza". No eres ni siquiera capaz de darme placer. Ya no eres más que un anciano que no sirve para gran cosa". Los hombres y las mujeres saben reír con esta risa sarcástica. Tú conoces bien, Señor, que todos poseemos esa capacidad para destruir con una risa burlona cualquier anuncio hecho de tu parte al corazón de nuestro prójimo. No sólo las parejas poseen esa capacidad de autodestruirse; la tienen todos tus hijos, desde nuestra madre Eva y el fruto del árbol prohibido. Por ejemplo: un hombre que se siente llamado a la oración regular y al que se esposa le dice: "¡Tú, tú que ni siquiera eres capaz de ocuparte de mí unos instantes al día!". Un hijo que anuncia todo feliz a sus padres que va a trabajar durante un trimestre; "Ya nos hiciste esa misma promesa en el mes de abril del año pasado". Un responsable parroquial que espera un aumento de ayuda de los laicos "comprometidos" y una pareja que se burla a sus espaldas: "Nunca dejará de llevar la batuta en todo". Un hombre penetrado de un gran sentimiento de solidaridad hacia los enfermos que realiza visitas constantes a los hospitales y su mejor amigo que se burla: "Todo el mundo sabe que engaña a su mujer". Alguien que ha descubierto en un grupo de oración carismática hasta qué punto la oración del cuerpo es verdaderamente oración y que ahora tiende con todo su corazón las manos al cielo rezando el Padrenuestro mientras que sus vecinos se dan codazos: "¿Verdad que parece que está pidiendo limosna?". Una muchacha que ha escuchado la llamada para entrar en el monasterio de las hermanas de Belén: "¿De qué sirve eso?" Podía contentarse con militar en tal o cual movimiento o con hacerse enfermera".
Y así tus llamadas a todo progreso espiritual, a todo compromiso personal, tropiezan con la ironía, con la risa sarcástica, con el recuerdo sin indulgencia de nuestras debilidades, con nuestra razón razonada y cáustica. "¿Pero existe algo demasiado maravilloso para Yahvé?" (Gn 18, 14). ¿Hay algo demasiado maravilloso para ti? Dame el vivir de la esperanza como Abrahán y Sara, el vivir lo imposible con mis hermanos, como tú nos convidas a hacerlo; lo imposible en ellos, lo imposible en mí. Que se me haga como tú dices. Porque tú eres el Dios de lo imposible.
ALAIN
GRZYBOWSKI
BAJO EL SIGNO DE LA ALIANZA
NARCEA/MADRID 1988.Pág. 52ss
1-2. CIELO/RISA:
Tres sonrisas: la de Abraham (XVII, 17), la de Sara (XVIII, 12) y Ia de Ismael (XXI, 9); en relación con este tercer caso, efectivamente que la traducción pone con frecuencia "juguetear", pero se trata siempre de la misma palabra. Estas son otras tantas alusiones al nombre de Isaac, forma abreviada de Yshq-EI, que significa «Que Dios sonría, que sea favorable».
La sonrisa de Abraham expresa una cierta incredulidad ante la enormidad de la promesa; «la sonrisa nace del contraste», ha escrito Bergson. Sin embargo, la sonrisa de Abraham es ya una alegría ante la realidad maravillosa de la cual no puede dudar una vez que ha recibido la promesa de Yahvé. En Sara la sonrisa (XVIII, 12) no es carencia de fe ya que ella no conoce la identidad del huésped que le habla; esta anciana mujer no hace más que divertirse un poco ante aquella promesa que ella considera como un deseo vano e irrealizable. Sin embargo, no está muy segura de esta su sonrisa, puesto que muy pronto mentiría para disculparse (v. 15).
Cuando la promesa se hubo cumplido, su sonrisa se convierte en una amplia risa de alegría (XXI, 6) que será comunicada, y ella lo sabe y lo afirma, a todos cuantos comprenderían la importancia del acontecimiento.
Simplemente divertida o realmente gozosa, la sonrisa nace, en cualquier caso, del contraste entre la conducta de Dios y nuestras previsiones humanas. Dios es siempre para nosotros inesperado, sorprendente, maravilloso. He ahí por qué el cielo, cara a cara ante Dios, nos hará «dichosos»; «el cielo, decía un viejo predicador, será una gran explosión de risa y pasarán varios siglos antes de que logremos reponernos».
El filósofo judío Filón ve en Isaac el tipo de la alegría, de una alegría puramente natural, casi sin esfuerzo, recibida como un regalo. «Para él Isaac representa la virtud perfecta, que es un don natural, por oposición a Jacob, que señala el esfuerzo moral, y a Abraham, el esfuerzo intelectual... Los títulos que Filón concede a Isaac caracterizan su excelencia: solamente él es «idea sin pasión», «raza dichosa», «gracia perfectísima», «obra del Increado». Isaac es de este modo el prototipo de la perfección. El es quien posee la perfecta «apaceia», que permanece totalmente extraño a las cosas sensibles, y esto no por esfuerzo, sino por naturaleza... La virtud es obrada en él directamente por el Increado, por el Padre del universo. El realiza, pues, la dicha perfecta» (DANIELOU, Sacramentum futuri. Beauchesne, 1950, p. 112).
Filón escribe: «Es Dios el creador de la risa y de la alegría, de tal forma que no es necesario pensar que Isaac es obra de la generación, sino más bien de la creación del Increado. Si, en efecto, Isaac significa risa, es Dios quien causa esta risa según el testimonio de Sara (Gén. XXI, 6: Dios me ha concedido de qué reírme), y por consiguiente El debe ser llamado con toda lógica Padre de Isaac» (FILON, Quod. det., 124). Que Isaac sea una figura de Jesús aparecerá más claramente en el episodio bien conocido y tan conmovedor del sacrificio de Isaac.
Abraham es impelido a pronunciar esta palabra que transciende a los siglos y de la cual él mismo sin duda alguna no realiza todo el contenido profético: «Es Dios quien proporcionará el cordero» (Gén. XXII, 8).
Jesús se manifiesta como el verdadero objeto de la promesa hecha al patriarca, la verdadera causa de su alegría, el Isaac espiritual, cuando dice: "Abraham, vuestro padre, se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró" (Jn. VIII, 56). El «Día de Jesús» es su advenimiento; Jesús se apropia de este modo una expresión reservada a Dios en el Antiguo Testamento: «el Día de Yahvé».
Abraham vio «el Día de Jesús» en un acontecimiento profético, "desde lejos" como dice San Pablo a los hebreos: «En la fe murieron todos sin recibir el objeto de las promesas, pero viéndole y saludándolo desde lejos» (Heb. XI, 13). «El acontecimiento visto aquí es, sin duda alguna, el nacimiento de Isaac, ya que la risa de Abraham con ocasión del nacimiento de Isaac era interpretada por la tradición judía como el signo de una gran alegría. Jesús, por consiguiente, hace afluir aquí hacia su persona, como hacia su fuente, "la alegría mesiánica".
L.
HEUSCHEN
LA BIBLIA CADA SEMANA
EDIC. MAROVA/MADRID 1965.Pág 22
1-3.
-En la encina de Mambré se apareció el Señor a Abraham, que estaba sentado a la puerta de su tienda. Era la hora más calurosa del día.
Una escena muy bella, muy simple y fácil de imaginar.
Es así como Tú nos sorprendes, Señor, si estamos disponibles: en pleno mediodía, en el centro de nuestras jornadas, en el marco familiar de nuestras vidas.
El largo caminar de Abraham está marcado por hitos, por puntos de referencia, por encuentros. Con frecuencia, como nosotros, tuvo que caminar de noche, sin verte, sin comprender. Y luego, de vez en cuando dabas una señal a Abraham, tu amigo. Hacías que sintiera tu proximidad.
Ibas a él en la banalidad ordinaria de un pequeño suceso en apariencia. Un acontecimiento que era preciso descifrar y que otros no lo hubieran quizá interpretado así.
-Vio a tres individuos de pie ante él.
Aparentemente son seres humanos, nómadas que van de paso.
La acogida. La hospitalidad. El servicio prestado. El amor fraterno. La atención al otro. El don de sí. ¡Cuidado! no faltéis a la cita, es Dios que pasa. El texto bíblico dice «el Señor se apareció»: eres Tú el que se presenta a la entrada de la tienda, pero bajo la forma de tres viajeros misteriosos .
El famoso icono de Rubliev no ha dudado en pintar las tres personas de la Trinidad a través de los desconocidos de este relato.
¿Tras de qué rostro te presentarás HOY, Señor? ¿Sabré encontrarte, a la entrada de mi tienda, hacia el mediodía?
-Les sirvió agua, pan, un becerro tierno y sabroso, leche...
Hace preparar para ellos lo mejor que tiene, aquello que necesitan. Aquello que quizá esperaban, porque era mediodía.
¿Que esperan HOY de mí, los que viven conmigo?
-La risa de Sara.
Trato de imaginarme esa risa algo trémula, esa alegría que estalla, que ilumina el rostro de ¡esa ancianita de noventa años! ¡No! es imposible; esos tres viajeros desconocidos están locos anunciando que Sara tendrá un hijo dentro de un año. Ríe porque le cuesta creer en esa promesa ridícula. Ríe también porque es feliz.
¿Es que hay algo demasiado maravilloso para el Señor? ¡Tal es la respuesta de Dios a la risa de Sara!
En efecto, Dios propone siempre al hombre más de lo que éste se atreve a esperar. ¡Quieres, Señor, para nosotros, más de lo que queremos! Vas más allá de nuestros deseos.
Tenemos un corazón demasiado pequeño.
A través de esta «vida», concedida más allá de las leyes humanas, nos significas que quieres darnos una «vida» a la que no tenemos derecho. «Es que hay algo demasiado maravilloso para el Señor?» Quiero meditar esta palabra.
Sí, lo creo, Señor. Tú quieres colmarnos. Tú quieres darnos mucho más de lo que te hemos pedido... pero frecuentemente «de otro modo».
La vida terrestre, la que se desarrolla «junto a la encina de Mambre» o en otro lugar, la que ve nacer los niños en las familias... ¡es ya tan hermosa! Pero, ¡qué será la vida «maravillosa» que nos tienes destinada!
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 150 s.
2-1.
Es muy conveniente que al terminar esa sección histórica del Libro de los Reyes, la Iglesia nos proponga una página de un «hombre inspirado», que nos recuerda que hay dos niveles en la historia.
--El nivel de los hechos que las crónicas y los periódicos pueden describir y narrar...
--El nivel de la aventura espiritual, el que unos testigos pueden vivir en el hondón de sí mismos, en el interior mismo de esos acontecimientos.
-El Señor ha destruido sin piedad todas las moradas de Jacob... Ha derruido, en su favor, todas las fortalezas de la hija de Judá... En tierra están sentados, silenciosos, los ancianos... Han derramado polvo sobre su cabeza... Las doncellas de Jerusalén inclinan su cabeza hacia la tierra... Se agotan de lágrimas mis ojos, tiemblan mis entrañas por el desastre de la hija de mi pueblo, porque desfallecen niños y lactantes por las calles de la ciudad: Dicen a sus madres: «¿Dónde hay pan?»
Es un gran poeta el que ha escrito esto. Y un corazón sensible. Y un hombre de Dios. Es solidario de las desgracias que se han abatido sobre su pueblo... Incluso si este pueblo es culpable. ¡Y lo es! Incluso si ya había anunciado esas desgracias. ¡Y lo hizo con valentía!
Lo que resulta más trágico es pensar que esta página no es solamente la descripción de un suceso del pasado: HOY también, es posible, Señor, en nuestra época de abundancia en ciertos países, HOY, en el mundo muchísimos niños gritarán pidiendo pan, o arroz, o mandioca... y sus madres no sabrán qué decirles.
Con Jeremías puedo llorar yo también.
En todo caso no tengo derecho a quedarme tranquilo, sin hacer nada.
-¿Qué puedo decirte? ¿A quién te compararé, hija de Jerusalén? ¿Quién podría sanarte?
Sí, hay que interrogarse. Con esas preguntas. Y con otras.
-Tus profetas tuvieron visiones locas y engañosas.
Los falsos profetas son los que llevan a todo un pueblo a la desgracia, los hay también en todos los tiempos.
Señor, danos verdaderos profetas.
-Que tu corazón clame al Señor... Como agua, tu corazón se derrame ante el rostro del Señor... Alza tus manos hacia El...
Una invitación a la oración.
Si otra cosa no es posible que no falte ésta.
Pero hay algo a hacer según nuestros medios y responsabilidades. Porque la oración nos transforma para adoptar los puntos de vista de Dios. Sí, el sufrimiento existe. Es inútil taparse los ojos.
Pero hay que creer que no es la última palabra de la historia.
Jerusalén está destruida. Todo es luto y miseria.
Pero no está todo perdido, mientras un hombre como Jeremías esté ahí: el diálogo con Dios continúa, y la vida volverá a su curso.
NOEL
QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 150 s.
3.- Mt 8, 5-17
3-1.
-Al entrar Jesús en Cafarnaúm se le acercó un centurión o capitán del ejército romano, y le rogó diciendo...
El primer milagro había sido para un miembro del pueblo de Dios... excluido por su lepra. El segundo será en favor de un pagano. ¡Todo un programa! El movimiento misionero de la Iglesia ya está presente. La salvación de Dios no está reservada a unos pocos. Dios ama a todos los hombres; su amor rompe las barreras que levantamos entre nosotros. Jesús hace su segundo milagro ¡en favor de un capitán del ejército de ocupación! ¡en favor de un oficial de las fuerzas del orden! ¡en favor de un pagano! Los romanos eran mal vistos por la población: muchos judíos fieles escupían al suelo, en señal de desprecio, después de haberles adelantado en el camino.
Señor, es a este centurión despreciado que vas a escuchar, complacer y alabar.
Prescindes del "¿qué dirá la gente?", no aceptas nuestras divisiones ni nuestros racismos ni estrecheces de corazón. Tu corazón es universal, misionero.
Contemplo ese corazón que ama a todos los hombres.
-Señor, mi criado está echado en casa con parálisis, sufriendo terriblemente.
Ejemplo de plegaria: este hombre expone simplemente la situación; describe la dolencia; y lo más notable es que habla en favor de otro, de su criado.
¿Es así mi plegaria? ¿Qué parte ocupa en mi vida la plegaria de intercesión? Mi tendencia ¿es quizá rezar sólo para mí?
-Jesús contestó: Yo mismo iré y le curaré.
Disponibilidad, respuesta inmediata. Compromiso de toda su persona para servir a un desconocido.
-Señor, yo no soy quién para que entres bajo mi techo, pero basta una palabra tuya para que mi criado se cure.
Humildad profunda. Este pagano es muy consciente de que la ley judía le rechaza; esto debe dolerle. Sin embargo no quiere poner a Jesús en una situación de "impureza legal". Y, por delicadeza, quiere evitarle que entre en su casa.
Que mi plegaria no sea agresiva, Señor, como si pudiera exigirte lo que te pido. Dame la humildad de ese pagano:
"Yo no soy quién, yo no soy digno".
-Porque yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes; y si digo a uno que se vaya, se va; y a otro que venga, y viene...
Este hombre subraya el valor de la "palabra" del que tiene autoridad.
-Al oír esto Jesús se admiró y dijo a los que le seguían: "En verdad os digo que en ningún israelita he encontrado tanta fe."
Se trataba, sin embargo, de una fe muy elemental, una fe principiante, inicial. Este hombre no da ningún contenido doctrinal a su Fe, es un simple afecto global a Jesús. Pero Jesús sabe apreciar esta fe inicial.
Señor, ayúdanos a saber ver y apreciar los más mínimos inicios de la fe en el corazón de nuestros hermanos.
-Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente a sentarse a la mesa con Abraham... En cambio a los ciudadanos del Reino los echarán afuera...
Profecía: Jesús ve la entrada de los paganos en la Iglesia.
Rezo por todos aquellos que se quedan aún esperando, por todos los que no se saben invitados al festín de Dios, a la mesa de Dios.
-Luego dijo Jesús: "Ve, que te sea otorgado lo que has creído".
La Fe. Ella introduce al Reino.
Aumenta nuestra fe, Señor; y haz que todos los hombres la descubran y la vivan.
NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 42 s.
3-2.
1. (Año I) Génesis 18,1-15
a) La escena que leemos hoy es la famosa aparición de Dios a Abrahán junto a la encina de Mambré, la escena que inmortalizó Rublev en su icono trinitario.
Son tres hombres, pero, a veces, parece que es uno solo. Son ángeles, pero en algunos momentos del diálogo parece que es el mismo Dios. Abrahán les dedica su mejor hospitalidad y escucha en recompensa de nuevo, y ya como inminente, la promesa de la descendencia.
Si ayer se sonreía Abrahán, hoy la que se ríe es Sara. Es lógico que acojan con un cierto escepticismo, entre la duda y la alegría, la promesa de su descendencia, dada su edad. Sara, además, muestra su curiosidad escuchando la conversación de su marido con los huéspedes, y aparece un poco mentirosa, negando que se haya reído, asustada por haber sido descubierta.
Pero el que sonríe con bondad es Dios. Isaac significa «la sonrisa de Dios», o «Dios ríe».
b) Abrahán sigue siendo modelo de fe y de acogida de la voluntad de Dios.
En Barcelona se ha creado, después de los Juegos Olímpicos de 1992, la parroquia de san Abrahán. Como retablo, detrás del altar, aparecen los símbolos de la encina de Mambré y los tres platos que el patriarca dispuso para sus visitantes. Es bueno que lo tengamos como un santo al que imitar. En el NT, tanto Pablo como el mismo Jesús, lo ensalzan por su fe y descartan que todos fuéramos descendientes suyos en disponibilidad ante Dios.
Dios nos visita misteriosamente. Saberlo descubrir en los peregrinos o en las personas o en los acontecimientos es todo un arte y una sabiduría de fe cristiana. También nosotros nos llevaremos sorpresas como Abrahán cuando oigamos: «estaba hambriento y me diste de comer», porque Jesús se nos acerca ahora en la persona del prójimo.
Por otra parte, Dios parece que tiene un gusto particular en elegir para su obra salvadora a personas débiles, a matrimonios ancianos y estériles: la madre de Sansón, la de Samuel, la de Juan el Bautista, y aquí, Sara. Pero a estas personas les pide una actitud de entrega y fe total. Entonces, por débiles que sean sus fuerzas humanas, Dios hace cosas grandes.
Por eso el «salmo» de hoy es nada menos que el Magníficat de María de Nazaret, que alaba a Dios y recuerda la promesa hecha a Abrahán: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque ha mirado la humildad de su sierva... como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su descendencia para siempre».
El Catecismo aproxima a María a la figura de Abrahán: «Abrahán es el modelo de obediencia que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma» (CEC 144). Los «testigos de la fe son Abrahán, que creyó, esperando contra toda esperanza; la Virgen María que, en la peregrinación de la fe, llegó hasta la noche de la fe» (CEC 165). «Abrahán, por su fe, se convirtió en bendición para todas las naciones de la tierra. Por su fe, María vino a ser madre de los creyentes» (CEC 2676).
Si acogemos la visita de Dios, también a nosotros nos nacerán hijos, y la Iglesia progresará en su maternidad y tendrá vocaciones y su evangelización de este mundo tendrá éxito, lo mismo que Abrahán y Sara tuvieron a su esperado hijo Isaac, y María de Nazaret dio al mundo al Mesías anunciado por los siglos.
1. (Año II) Lamentaciones 2,2.10-14.18-19
a) La última página del repaso histórico que hemos ido escuchando estas semanas la tomamos del Libro de las Lamentaciones, y es verdaderamente triste.
Se trata de un canto patético de dolor: la ciudad destruida, los ancianos silenciosos, las lágrimas en los ojos de todos, los niños desfallecidos de hambre. Pero el autor del libro invita al pueblo a dirigirse a Dios con su oración y sus manos alzadas al cielo.
La oración se la pone en los labios el salmo, que, por una parte, sigue describiendo con trazos plásticos la desgracia del pueblo y, a la vez, le invita a elevar a Dios estas palabras: «no olvides sin remedio la vida de tus pobres... acuérdate de la comunidad que adquiriste desde antiguo, que el humilde no se marche defraudado».
b) Muchas veces, tenemos que levantar nuestras manos hacia Dios y «lamentarnos», como los judíos, de situaciones que nos pueden parecer dramáticas.
Cuando interpretamos nuestra historia personal de dolor o las desgracias de la comunidad cristiana o de la sociedad humana desde la fe, nos volvemos más humildes, y acudimos con mayor confianza a Dios, que es el único que tiene las claves de la historia y el que sigue queriendo nuestra salvación. Muchos de los salmos que rezamos, tomados de la historia del AT, nos sirven para expresar, también ahora, nuestros sentimientos, ayudándonos a leer la historia con sentido religioso, sin perder nunca del todo la esperanza.
La oración universal de la misa es una letanía en la que pronunciamos, delante de Dios, las deficiencias de nuestro mundo, y decimos con confianza: «te rogamos, óyenos». La de Israel era una situación límite. Las nuestras tal vez también nos lo parezcan. ¿Es que Dios se olvida de nosotros? ¿es que su salvación se aleja o era un espejismo? La oración nos hace recapacitar sobre nuestras debilidades y sobre la grandeza y la bondad de Dios. Israel encontró en él la salvación. También nosotros. Y «decir» nuestra triste historia en la presencia de Dios no es dejarle a él todo el trabajo, sino que nos compromete a colaborar, con su ayuda, en la solución de los males de nuestro mundo.
2. Mateo 8,5-17
a) Ayer leíamos la curación del leproso, cuando Jesús bajaba del monte del sermón. Hoy escuchamos dos milagros más: en favor del criado (o, tal vez, del hijo) de un centurión y de la suegra de Pedro.
El militar es pagano, romano, o sea, de la potencia ocupante. Pero la gracia no depende de si uno es judío o romano: sino de su actitud de fe. Y el centurión pagano da muestras de una gran fe y humildad. Jesús alaba su actitud y lo pone como ejemplo: la salvación que él anuncia va a ser universal, no sólo para el pueblo de Israel. Ayer curaba a un leproso, a un rechazado por la sociedad. Hoy atiende a un extranjero. Jesús tiene una admirable libertad ante las normas convencionales de su tiempo. Transmite la salvación de Dios como y cuando quiere.
Con la suegra de Pedro no dice nada, sencillamente, la toma de la mano y le transmite la salud: «se le pasó la fiebre».
b) Jesús sigue ahora, desde su existencia de Resucitado, en la misma actitud de cercanía y de solidaridad con nuestros males. Sigue cumpliendo la definición ya anunciada por Isaías y recogida en el evangelio de hoy: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades».
Quiere curarnos a todos de nuestros males. ¿Será un criado o un hijo el que sufre, o nosotros los que padecemos fiebre de alguna clase? Jesús nos quiere tomar de la mano, o decir su palabra salvadora, y devolvernos la fuerza y la salud. Nuestra oración, llena de confianza, será siempre escuchada, aunque no sepamos como.
Antes de acercarnos a la comunión, en la misa, repetimos cada vez las palabras del centurión de hoy: «no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme». La Eucaristía quiere curar nuestras debilidades. Ahora no nos toma de la mano, o pronuncia palabras. El mismo se hace alimento nuestro y nos comunica su vida: «el que come mi Carne permanece en mí y yo en él... el que me come vivirá de mí, como yo vivo de mi Padre».
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador» (salmo I)
«¿Por qué, oh Dios, nos tienes siempre abandonados? No olvides sin remedio la vida de tus pobres» (salmo Il)
«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo: basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano» (evangelio)
J.
ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 82-85
3-3.
Primera lectura : Lamentaciones 2, 2.10-14.18-19 Grita al Señor, laméntate, Sión.
Salmo responsorial : 73, 1-2.3-5a.5b-7.20-21 No olvides sin remedio la vida de tus pobres.
Evangelio : Mateo 8, 5-17 Vendrán muchos de oriente y occidente y se sentaran con Abraham, Isaac y Jacob.
Estos versículos nos relatan dos milagros de Jesús, la curación del criado del centurión y la curación de la suegra de Pedro. Dos milagros realizados a personas excluidas por la ley, menospreciadas por el rol que desempeñan en la sociedad. El verdadero milagro en estos acontecimientos es la liberación de los seres humanos al sentir la presencia de Dios cercana a ellos.
El centurión que pide a Jesús que sane a su siervo, consciente de ser pecador y excluido por la ley judía, se declara indigno. Pero es un hombre lleno de fe, cree en la misericordia y el poder de Jesús, y por eso se atreve a dirigirse a él.
El otro milagro es realizado en una mujer enferma y mayor. El texto no recrea mucho el acontecimiento, pero cuenta cómo Jesús se acerca a ella y la cura; al sentirse sana, la mujer se incorpora al grupo. Ese mismo día curó a varios enfermos.
Lo milagroso de los milagros es la liberación profunda de la humanidad. A través de ellos se realiza también una verdadera sanación más allá de la enfermedad física: Jesús demuestra con ellos que para Dios no hay marginados. El centurión, la mujer y los otros enfermos que le traían recibían a Jesús como una revelación que los curaba, les devolvía la vida activa, los ponía en pie, los incorporaba a la comunidad, los humanizaba. Al sanar Jesús a la mujer, relegada por el mero hecho de ser mujer, la incorpora al grupo, la hace compañera de apostolado, activa su espíritu para ponerla al servicio de la iglesia...
La fe abre las puertas que conducen a la cercanía de Dios y de su Hijo. Sin la fe es posible el milagro de descubrir a Dios en el interior de los seres humanos. Jesús con sus milagros sana a la humanidad desde dentro, quita las barreras que pone la exclusión y la marginación, acerca al ser humano a Dios. El milagro de los milagros es la mirada amorosa de Dios a la humanidad, que busca su liberación.
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
3-4.
Gn 18, 1-15: ¿Hay algo difícil para el Señor?
Sal 1, 46-50.53-55
Mt 8, 5-17: Muchos vendrán del este y del oeste...
El texto que nos presenta Mateo está dividido en tres partes: vv. 5-13, vv. 14-15, vv. 16-17, que expresan cómo la salvación no sólo llega a Israel, sino también al mundo pagano.
Los vv. 5-13 contienen el diálogo entre Jesús y un oficial de la legión Romana en Cafarnaum. Estos oficiales o centuriones estaban al frente de un grupo de 100 hombres y estaban a cargo de pequeños puestos locales de guarnición. El centurión pide a Jesús la curación de uno de sus hombres que está paralítico, sufriendo mucho. Jesús quiere ir a curarlo, pero el centurión no se lo permite, pone toda su confianza en el poder de Jesús, su palabra le basta, no necesita manifestaciones extraordinarias ni grandes acciones que corroboren su capacidad de obrar la salvación. El mismo toma su propia posición como ejemplo ilustrativo: tiene hombres bajo su autoridad y ellos le obedecen instantáneamente.
De esta manera el centurión hace entender que si la disciplina militar es capaz de conseguir que las cosas se hagan en virtud de una palabra, lo más seguro es que Jesús lo puede todo con la autoridad que ha recibido de Dios.
La actitud del centurión causa admiración en Jesús y su respuesta pone en contraste la incredulidad de los judíos con la fe del pagano carente de toda instrucción. Esta fe que Jesús exige es un impulso de confianza y de abandono por el cual el hombre renuncia a apoyarse en sus pensamientos y sus fuerzas, para abandonarse a la palabra y al poder de Aquel en quien cree. De igual manera, la sentencia en tono escatológico que Jesús pronuncia, quiere comparar la alegría del tiempo mesiánico con la imagen de un banquete donde los gentiles serán admitidos a sentarse junto con los verdaderos israelitas en la misma mesa del banquete mesiánico preparado por Dios.
En los vv. 14-15 encontramos la curación de la suegra de Pedro. El texto dice que se encuentra postrada en cama y con fiebre, pero no dice que esté enferma y que Jesús la sanó. Sólo insiste que ella tiene fiebre y que esta fiebre le impide toda actividad y en particular el servicio a los demás, característica de los que siguen a Jesús, servicio que ejercerá apenas la fiebre desaparezca. Liberar de la fiebre significa capacitar para el servicio, para el seguimiento, para asumir la causa de Jesús en la construcción de su Reino a través del amor entre los miembros de la comunidad.
Finalmente en los vv. 16-17, el texto nos dice que Jesús expulsó a los espíritus de los endemoniados y sanó a los enfermos, tomando nuestras flaquezas y cargando con nuestras enfermedades. Jesús sana y libera sin poner condiciones. Curar equivale a procurar un remedio en el ámbito de la vida física. No incluye una solución radical a la situación de empobrecimiento que genera la estructura social, porque la solución sólo se dará cuando se construya una nueva sociedad. Mientras tanto, Jesús no se desentiende del dolor de los hombres, por eso los sana y los libera de los malos espíritus asumiendo el papel de Mesías, "tomando sobre sí nuestros dolores nos rescató con su propio sufrimiento expiatorio".
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
3-5.
COMENTARIO 1
vv. 5-13. Jesús vuelve a Cafarnaún, ciudad donde se había instalado (4,13). La
escena que sigue tiene relación con la anterior. El centurión pagano es también
religiosamente impuro, por no pertenecer al pueblo de Israel. No se debía
entablar conversación con paganos ni mucho menos ir a su casa (cf. Hch 10,28).
El pagano ruega a Jesús por un criado que tiene en casa paralítico con grandes
dolores. Después del episodio del leproso, que muestra que Jesús no respeta las
prohibiciones de la Ley sobre lo impuro, hay que interpretar la reacción de
Jesús como positiva: está dispuesto a ir a casa del pagano y curar al enfermo.
La salvación que Jesús trae es universal y no reconoce fronteras entre hombres o
pueblos. El centurión, en su respuesta, se declara indigno de recibir en su casa
a Jesús. Es consciente de su inferioridad como pagano, pero eso le da ocasión
para mostrar la calidad de su fe. Acostumbrado a ser obedecido, ve en Jesús una
autoridad absoluta capaz de sacar al hombre de la parálisis. No hay acción de
Jesús con el enfermo, el centurión le pide solamente una palabra. Alude Mt a la
misión entre los paganos, que, sin haber tenido contacto directo con Jesús,
experimentan la salvación que de él procede. El hecho de no ir a la casa
adquiere entonces todo su relieve. La presencia física de Jesús no es necesaria.
La salvación de los paganos se realizará a través del mensaje.
La fe del pagano suscita la admiración de Jesús y da pie al contraste con la
poca adhesión que encuentra en Israel. Jesús ve que su mensaje va a suscitar
mejor respuesta entre los no judíos que entre los israelitas.
El banquete es símbolo del reino de Dios. La curación del criado del centurión
va a mostrar que la salvación se extiende a los no judíos. Aparecen éstos en el
reino en unión con los tres patriarcas, que presiden el banquete. Los paganos se
incorporan al pueblo de Israel.
Los israelitas, que tenían derecho prioritario para entrar en el reino, por su
falta de fe, es decir, por no reconocer en Jesús al «Dios entre nosotros»
(1,23), serán excluidos del reino. «El llanto y el rechinar de dientes» es una
figura usada por Mt para indicar la frustración definitiva (cf. 13,42). La fe en
Jesús es condición necesaria y suficiente para ser ciudadanos del reino; se
derriba la barrera entre Israel y los otros pueblos.
Jesús responde al centurión y su palabra tiene eficacia inmediata (13). En el
contexto de la misión entre los paganos, Mt muestra la eficacia de la
palabra/mensaje de Jesús para sacar al hombre de su estado sin esperanza.
vv. 14-15. Pedro es llamado por su sobrenombre, ya mencionado en 4,18. «Servir a
Jesús» (= colaborar con Jesús) se ha afirmado de «los ángeles» en el desierto
(4,11). Este es el efecto de la curación. La situación de la suegra antes de
ser curada es equivalente a la de un paralítico (cf. 9,2), es decir, está
imposibilitada para toda actividad. «La fiebre» impide la actividad, su ausencia
permite colaborar con Jesús. Esta oposición muestra el sentido teológico de la
perícopa. «La fiebre», mencionada dos veces (en gr. con verbo y sustantivo de la
misma raíz), se asimila por su etimología al «fuego» (gr. pur; fiebre:
puressousa, puretos). Esta fiebre/fuego que impide colaborar con Jesús en la
obra a que llama (4,19: «pescadores de hombres), ha de ponerse en relación con
«el fuego» mencionado tres veces por Juan Bautista (fuego del castigo,
3,10.11.12; cf. Eclo 48,1.3.9). «La suegra» representa, pues, al grupo humano al
que Pedro se ha vinculado libremente y que profesa la concepción mesiánica
propia del Bautista, la de un Mesías reformista violento, que ejercería
inmediatamente un juicio sobre los malvados o pecadores (cf. el «fuego/celo de
Elías», Eclo 48,12.4; 1 Re 19,10.14). La curación de «la suegra» representa el
intento de Jesús de liberar a Pedro de esa concepción que le impediría el
verdadero seguimiento. Basta su contacto «en la mano/brazo», símbolo de la
actividad, para liberarla. La perícopa cuadra bien en este contexto, donde Jesús
acaba de derribar la barrera que separaba a puros de impuros (2-4), a israelitas
de paganos (5-13). Para la misión pagana que va a comenzar, es necesario
liberar al discípulo de su mentalidad nacionalista.
vv. 16-17. Efecto de la palabra de Jesús, ya expuesto antes (vv. 8.13) a
propósito de la curación del pagano y que se verificará después (8,32) con unos
endemoniados también paganos. La fuerza de Jesús está presente en su palabra.
«Los espíritus» son agentes que despersonalizan al hombre y que Mt aún no
define. Jesús cura a todos los enfermos. Mt ve en esto el cumplimiento de Is
53,4, que trata del Siervo de Yahvé. No se atiene, sin embargo, ni al texto
hebreo ni a los LXX; modifica significativamente el texto del profeta (hebreo:
«soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores»; griego: «él lleva
nuestros pecados y sufre por nosotros»); habla simplemente de «tomar/quitar»
(para el sentido de bastazô en aoristo, cf. 3,11). El contexto del cántico del
Siervo, que trata de sus sufrimientos y muerte (Is 52,13-53,12), muestra que Mt
alude a la pasión y muerte de Jesús; será entonces cuando él quite las dolencias
y enfermedades de la humanidad. Aparece el sentido que Mt quiere dar a las
curaciones: son expresión de la salvación integral que efectuará Jesús.
COMENTARIO 2
La actitud del centurión causa admiración en Jesús y su respuesta pone en
contraste la incredulidad de los judíos con la fe del pagano carente de toda
instrucción. Esta fe que Jesús exige es un impulso de confianza y de abandono
por el cual el hombre renuncia a apoyarse en sus pensamientos y sus fuerzas,
para abandonarse a la palabra y al poder de Aquel en quien cree. De igual
manera, la sentencia en tono escatológico que Jesús pronuncia, quiere comparar
la alegría del tiempo mesiánico con la imagen de un banquete donde los gentiles
serán admitidos a sentarse junto con los verdaderos israelitas, en la misma mesa
del banquete mesiánico preparado por Dios.
En los vv. 14-15 encontramos la curación de la suegra de Pedro. El texto dice
que se encuentra postrada en cama y con fiebre, pero no dice que está enferma y
que Jesús la curó. Sólo insiste en que ella tiene fiebre y que esta fiebre le
impide toda actividad y en particular el servicio a los demás, característica de
los que siguen a Jesús, y que dicha actividad se ejercerá apenas la fiebre
desaparezca. Liberar de la fiebre significa capacitar para el servicio, para el
seguimiento, para asumir la causa de Jesús en la construcción de su Reino a
través del amor entre los miembros de la comunidad.
Finalmente, en los vv. 16-17, el texto nos dice que Jesús expulsó a los
espíritus de los endemoniados y curó a los enfermos, tomando nuestras flaquezas
y cargando con nuestras enfermedades. Jesús cura y libera sin poner condiciones.
Curar equivale a procurar un remedio en el ámbito de la vida física. No incluye
una solución radical a la situación de empobrecimiento que genera la estructura
social, porque la solución sólo se dará cuando se construya una nueva sociedad.
Mientras tanto, Jesús no se desentiende del dolor de los hombres, por eso los
cura y los libera de los malos espíritus asumiendo el papel de Mesías: "tomando
sobre sí nuestros dolores nos rescató con su propio sufrimiento expiatorio".
1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
3-6. DOMINICOS 2004
María Reina de Amor y Paz
Te saludanos, María, en esta jornada sabatina. Te acompañamos místicamente en la
acción de gracias, porque el Amor es grande. Te suplicamos que nos lleves
siempre en tu corazón, aunque te defraudemos. Te encarecemos las lágrimas,
sufrimientos, marginaciones de quienes están oprimidos por el peso de
enfermedades e injusticias. Haz en nuestras almas una siembra copiosa de
ilusiones nobles, de esperanzas firmes, de proyectos arriesgados pero viables,
de tolerancia, comprensión y paz.
La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Del libro de las Lamentaciones 2,2.10-14.18-19:
“[Día de luto] El Señor destruyó sin compasión todas las moradas de Jacob... Los
ancianos de Sión se sientan en el suelo silenciosos, se echan polvo en la cabeza
y se visten de sayal... Se consumen en lágrimas mis ojos, de amargura mis
entrañas; se derrama por tierra mi hiel, por la ruina de la capital de mi
pueblo... Muchos preguntaban a sus madres,¿dónde hay pan y vino?, y, mientras,
desfallecían, como los heridos, por las calles... ¿Quién se te iguala, quién se
te asemeja, ciudad de Jerusalén?... Sión, grita con toda el alma al Señor,
laméntate; derrama torrentes de lágrimas...”
Evangelio según san Mateo 8, 5-17:
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó
diciéndole: Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre
mucho. Él le contestó: Voy yo a curarlo.
Pero el centurión le replicó: Señor, ¿quién soy yo para que entres bajo mi
techo? Basta que lo digas de palabras, y mi criado quedará sano...
Cuando Jesús lo oyó, quedó admirado y dijo a los que le seguían: Os aseguro que
en Israel no he encontrado en nadie tanta fe...”
Reflexión para este día
¡Que contrastes tiene la vida, incluso en las vivencias litúrgicas! A María,
madre de Dios y madre nuestra, le pedimos que sea mano providente, luz
orientadora, consuelo en la fatiga, alivio en la tristeza... Y mientras oramos
con esas palabras dulces, irrumpe el texto bíblico describiéndonos la desolación
del pueblo de Israel vagando por las calles como almas en pena, a consecuencia
del furor divino que hiere para corregirnos...
Así de compleja es nuestra vida, nuestra pobreza espiritual, nuestra ingratitud
y el olvido de los dones divinos y humanos que atesoramos. ¡Dios nos perdone una
y mil veces! Menos mal que siempre nos queda el consuelo y la esperanza, el
calor y la acogida de un Dios padre, amor, bondad, que de continuo nos llama y
abraza. Felices de nosotros si un día Jesús nos obsequia con esa deliciosa
confidencia: ¡Qué difícil es encontrar tanta fe como la que tú tienes, porque
amas mucho!
3-7. CLARETIANOS 2004
Queridos amigos y amigas:
El relato de la curación del criado del centurión es un texto clave en la
presentación de la buena nueva que hacen los evangelios. El interlocutor de
Jesús es un pagano. Mateo insiste en su fe ejemplar y con este motivo anuncia la
participación de todos los pueblos en la salvación que Jesús trae a esta tierra,
mientras que muchos integrantes del pueblo elegido quedarán fuera por su falta
de fe.
El centurión romano es un profesional de las armas, pertenece a un ejército de ocupación, se encuentra destacado en un control de rutas importante, pero es un hombre que se preocupa por los que están a su servicio y sintoniza con sus sufrimientos. ¡Qué ejemplo esa fe hecha solidaridad con el débil!
“Al oírlo, Jesús se quedó admirado y dijo a los que le seguían: -Os aseguro que jamás he encontrado en Israel una fe tan grande” (Mt 8, 10).
Leyendo el “Diario íntimo” de Miguel de Unamuno he encontrado frases como éstas: “Tengo que humillarme aún más, rezar y rezar sin descanso, hasta arrancar de nuevo a Dios mi fe o abotargarme y perder conciencia. O imbécil o creyente, no quiero que sea mi mente mi tormento y que envenene mi vida la certeza de su fin y la obsesión de la nada”( p 126). “¡Oh si yo pudiese creer y creyera haría la vida más austera y penitente, imitaría la vida de los santos! ¿Sí? ¿Quieres creer? Pues imita desde luego esa vida y llegarás a creer. Condúcete como si creyeras y acabarás creyendo... El modo más seguro acaso de llegar a creer el Credo es rezarlo con el mayor fervor posible todos los días” (p.134).
Es bien claro el contraste entre estas dos
personas. El hombre moderno sumergido en su mundo íntimo se olvida fácilmente de
que la fe bíblica se sintoniza más fácilmente con el corazón que con la mente.
Vuestro hermano en la fe,
Carlos Latorre (carlos.latorre@claretianos.ch)
3-8.
Comentario: Rev. D. Xavier Jauset i Clivillé (Lleida,
España)
«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra
y mi criado quedará sano»
Hoy, en el Evangelio, vemos el amor, la fe, la confianza y la humildad de un
centurión, que siente una profunda estima hacia su criado. Se preocupa tanto de
él, que es capaz de humillarse ante Jesús y pedirle: «Señor, mi criado yace en
casa paralítico con terribles sufrimientos» (Mt 8,6). Esta solicitud por los
demás, especialmente para con un siervo, obtiene de Jesús una pronta respuesta:
«Yo iré a curarle» (Mt 8,7). Y todo desemboca en una serie de actos de fe y
confianza. El centurión no se considera digno y, al lado de este sentimiento,
manifiesta su fe ante Jesús y ante todos los que estaban allí presentes, de tal
manera que Jesús dice: «En Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande» (Mt
8,10).
Podemos preguntarnos qué mueve a Jesús para realizar el milagro. ¡Cuántas veces
pedimos y parece que Dios no nos atiende!, y eso que sabemos que Dios siempre
nos escucha. ¿Qué sucede, pues? Creemos que pedimos bien, pero, ¿lo hacemos como
el centurión? Su oración no es egoísta, sino que está llena de amor, humildad y
confianza. Dice san Pedro Crisólogo: «La fuerza del amor no mide las
posibilidades (...). El amor no discierne, no reflexiona, no conoce razones. El
amor no es resignación ante la imposibilidad, no se intimida ante dificultad
alguna». ¿Es así mi oración?
«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo...» (Mt 8,8). Es la respuesta
del centurión. ¿Son así tus sentimientos? ¿Es así tu fe? «Sólo la fe puede
captar este misterio, esta fe que es el fundamento y la base de cuanto sobrepasa
a la experiencia y al conocimiento natural» (San Máximo). Si es así, también
escucharás: «‘Anda; que te suceda como has creído’. Y en aquella hora sanó el
criado» (Mt 8,13).
¡Santa María, Virgen y Madre!, maestra de fe, de esperanza y de amor solícito,
enséñanos a orar como conviene para conseguir del Señor todo cuanto necesitamos.
3-9.
Reflexión
Este es uno de los ejemplos en los que podemos ver lo que significa reconocer
realmente quien es Jesús. El leproso de nuestro pasaje, sabe con certeza que
Jesús “puede” curarlo. Si bien no podemos decir que ya hubiera reconocido que él
era Dios, ha visto en él la presencia poderosa de Dios; por ello le dice: “Si tú
quieres”. Es importante entonces que nosotros de cuando en cuando nos
repreguntemos ¿cuál es la imagen que nos hemos formado de Jesús? ¿Es para
nosotros verdaderamente Dios; el Dios verdadero para el que NADA es imposible?
La respuesta es importante pues, si verdaderamente consideramos a Jesús, al que
proclamamos como nuestro Señor, verdaderamente Dios, entonces su palabra tiene
poder, sus promesas se realizan, su presencia es verdadera todos los días junto
a nosotros, su cuerpo y su sangre están presentes en todos los altares, etc.. Si
lo reconocemos como verdadero Dios, nuestro trato con él estará basado en la
confianza amorosa, pues sabremos que “si él quiere”, todo cuanto nos es
necesario, nos será dado, como testimonio de su amor. Pongamos nuestras
necesidades ante él diciendo con humildad: “Señor, si tú quieres…”
Que pases un día lleno del amor de Dios.
Como María, todo por Jesús y para Jesús
Pbro. Ernesto María Caro
3-10. 2004. Comentarios Servicio Bíblico
Latinoamericano
Estudio de los textos
Ayer se nos presentaban en la lectura del libro de los Reyes los fríos datos
históricos de la caída del reino de Sur y hoy la lamentación por el
acontecimiento. El libro de las Lamentaciones es muy breve, tan solo cinco
capítulos. Su nombre lo debe al inicio de los capítulos 1, 2 y 4 (“¡Ay,
cómo...!”). Aunque originalmente era conocido como qinah (cantos fúnebres), que
corresponde a la traducción griega threnoi y a la latina lamentationes. Forma
parte de una sección de los Ketubim (Escritos) en la Biblia Hebrea (junto a Rut,
Cantar, Qohelet y Esther), aunque la tradición anterior de los LXX lo sitúa tras
el libro de Jeremías. Tanto la Septuaginta como 2Cro 35, 25 atribuyen la obra a
Jeremías, pero el estilo del escrito no soporta tal creencia, lo mejor es pensar
que se trata de una colección de cinco poemas anónimos en torno al tema común de
la caída de Jerusalén. Para su fecha de composición hay que pensar en el período
exílico, aunque no se debe rechazar una fecha posterior que comprendería el tema
de la obra en un marco litúrgico (de hecho el libro se leía el nueve de Ab,
julio-agosto, aniversario de la destrucción del templo). Aunque se trata de un
género cultivado en Mesopotamia, no parece que exista dependencia de esta obra
respecto a aquél. Lamentaciones está formado por cuatro elegías y una oración
comunitaria (cada composición corresponde a un capítulo del libro). Los
capítulos 1, 2 y 4 son endechas colectivas por Jerusalén donde se mezclan
plegarias a Yhwh y confesión de los pecados. La tercera es un lamento individual
donde alterna la persona “yo” y “nosotros”. Formalmente las cuatro primeras
siguen una estructura acróstica alfabética. Aunque expresan un sentimiento
personal, la reflexión hace profundizar en el sentido teológico de los
acontecimientos. En primer lugar, la destrucción de Jerusalén es interpretada
como castigo merecido por los pecados del pueblo (1, 5.8.14s.20.22; 3, 42; 4, 5;
5, 7.16), aunque la culpa está en manos de profetas y sacerdotes (2, 14; 4, 13;
cfr. Jer 14, 13-16; Ez 13, 1-6). En segundo lugar, se establece un conflicto
entre la fe en Yhwh y la realidad de la humillación (cfr. 2, 15c; 4, 12; Sal 46;
48; 76). En tercer lugar, el ataque enemigo es interpretado como un exceso de
injusticia perpetrada contra Israel, lo cual provoca las dudas acerca de la
justicia divina, pero, sobre todo, se pide que el opresor sea castigado con la
misma dureza (3, 24-26). Y por último, esta comprensión deuteronomística del
pecado sitúa como ilusoria la tradición de la absoluta defensa de Sión y cultiva
la espera paciente a la que ha de someterse el pueblo que aguarda su
restauración una vez confesados los pecados.
Los versículos que tenemos en la primera lectura forman parte de la segunda
lamentación. Ésta está formada por 22 versos en los que tan sólo pueden
percibirse cierta estructuración, dado que el tono y estilo apasionados no
permiten una agrupación sistemática de los elementos. Del v. 1 al 8 Yhwh es
presentado como sujeto de las acciones. Él es quien ha destruido Jerusalén. La
descripción, como en toda la composición, es terrible, llena de símbolos de la
guerra, de detalles (esta vez referidos a los elementos de la ciudad y del
templo) o de expresiones cargadas de ira (repudiar, olvidar, violentar, etc.).
Una segunda parte puede quedar delimitada por los versos 9-12. Aquí ya no es
Yhwh el sujeto de las acciones sino que es el poeta quien se deja invadir por la
emoción. Nuevos elementos toman protagonismo (puertas, cerrojos, muchachas,
madres, niños, etc.). A continuación (vv. 13-16) se desarrolla una crítica a los
falsos profetas y una sátira puesta en boca de los enemigos. Por último, los
versos 17-20 tocan temas y desarrollan imágenes anteriores, pero aparece un
nuevo elemento, el grito a Dios para que cobre venganza.
La lectura de hoy toma sus elementos de las distintas partes en las que hemos
dividido esta segunda elegía. En primer lugar se presenta a Yhwh como el
ejecutor de la destrucción de Judá. Se señalan los principales puntos de
actuación (las moradas, las plazas fuertes) e instituciones (el rey y los
príncipes). El motivo es también puesto en evidencia: la indignación (causada,
lógicamente, por los pecados cometidos por sus moradores). En un segundo momento
se describe el terrible cuadro de la Jerusalén devastada. Las distintas edades
son presentadas cada una con su más trágico destino (los ancianos sentados en el
suelo, las doncellas humilladas, los jóvenes y niños desfallecidos, las madres
con el dolor de sus hijos muertos en sus brazos), y hasta el cantor se encuentra
derramando lágrimas dentro de este mismo cuadro. Más tarde el compositor se
formula a sí mismo una serie de preguntas que vuelven a evidenciar el trágico
estado en el que se encuentra la ciudad, y aparecen unos responsables directos:
los falsos profetas. Al final, ante tanta desolación acumulada, un grito
desesperado: “¡grita con toda el alma al Señor!”, el único que puede cambiar la
situación. Al pueblo, en sus diversas instituciones y edades, y al mismo autor
sólo le queda la tarea del arrepentimiento sincero. Otros elementos
significativos son, por ejemplo, la ciudad de Jerusalén que es descrita como una
doncella (2, 13b; 1, 15c) y anteriormente como una viuda (1, 1b). Ambas imágenes
están expresando el abandono por parte de Yhwh. La doncella inviolada que tenía
a Dios como roca ha sido abandonada y ha quedado a merced de los vientos. Detrás
hay una velada crítica a la ideología de la alianza eterna alimentada por
determinados grupos políticos y proféticos que fueron tan criticados por algunos
profetas de Yhwh (Am 9, 7-10; Jer 7, 1-15). Es también importante la imagen de
Dios como enemigo del pueblo que encontramos en otros lugares de la Biblia (Is
5, 26; Jer 21, 5-6). Él es quien ataca y mueve a los enemigos (Lam 3,
1-16.43-45; 4, 11) en respuesta al pecado del pueblo. Los ancianos son la
expresión de la honorabilidad, el buen gobierno, la tradición, etc., pero aquí
están representando escenas de duelo (2, 10a), se tienden en las calles (2,
21a), mueren de hambre (1, 19b), etc., sin que nadie se apiade de ellos (4,
16b). Finalmente, los profetas, que son una parte de los causantes del drama que
se está sufriendo, puesto que profetizaron mentiras (cfr. 4, 13a), no reciben
visiones (2, 9c), y son incluso asesinados (2, 20c).
Las palabras de tristeza, la descripción de los desastres y el sentimiento de
abandono se encuentran también en el salmo 73. Este salmo (que corresponde al 74
en la Biblia Hebrea) contiene 23 versículos. En ellos se realiza una súplica en
medio de un ambiente de desgracia nacional. Se describen los sucesos y el estado
actual y se recurre a Dios invocando su honor y su alianza. La estructura
general puede comprenderse del siguiente modo: se parte con una interpelación
apasionada a Dios (vv. 1-2), a continuación se describe el ensañamiento del
enemigo (vv. 3-9), continúa con una serie de preguntas reiteradas que vuelven a
incidir en la evidencia de la destrucción y en el sentimiento de abandono (vv.
10-11), sigue con un himno que canta las acciones heroicas de Dios (vv. 12-17) y
termina con una interpelación a Dios para que intervenga y rescate a su
comunidad (vv. 18-23). Aunque el tema e incluso el modo de desarrollarlo
resultan ser semejantes a la primera lectura, se descubre una nueva
interpretación, menos dura, si cabe, de los acontecimientos. No se trata del
Dios que se ensaña contra su pueblo, sino del olvido, contra lo que se insiste
aludiendo al recuerdo, y ya no es tampoco el grito el único recurso del
salmista, sino la exposición razonada de las obras pasadas de Dios en favor de
su pueblo que configuran su esperanza. Entre los investigadores la opinión más
común es que está relatando lo acaecido durante el asedio babilónico (587 a.C.),
aunque otros creen que se trata de la actuación de Antíoco IV cuando quemó las
puertas del templo (1Mac 4, 38; 2 Mac 1, 8).
Los versículos que hoy se nos proponen pueden agruparse en torno a dos núcleos
organizados en tres partes, utilizando la técnica del sandwich: comienza con una
súplica, a continuación se describe el desastre y se termina, de nuevo, en tono
de suplica. Veamos más detenidamente cada uno de estos elementos. La pregunta
con que se abre el salmo establece el tono que va a guiar el resto de la
composición, entre reproche y admiración: Dios se ha olvidado de su rebaño, pero
¿por qué? La respuesta ha de darla él mismo. Al salmista solo le toca insistir:
“¡acuérdate!” Algunos elementos importantes que debemos tener en cuenta son, por
ejemplo, el verbo “rechazar” o “abandonar” que aparece en la Biblia en textos de
lamentación (Lam 2, 7; 3, 17.31; Sal 44, 10.24; 60, 3.12; 77, 8; 89, 39). La
cólera que arde puede referirse a la teofanía en el Sinaí (Ex 19, 18; Sal 18, 9;
Is 65, 5). El verbo “adquirir” tiene un contenido de carácter fundacional (Ex
15, 16; Dt 32, 6). Es importante también el uso del verbo “rescatar” que aparece
en contextos referidos a Egipto (Ex 6, 6; 15, 13) y otros que aluden al
destierro babilónico (principalmente en el Segundo Isaías). Por último, conviene
fijarse en la “morada” divina, un tema muy desarrollado a lo largo del AT y en
los Escritos Intertestamentarios, es decir, la presencia de Dios que aquí se
refiere a un lugar, Sión. En la segunda parte, como hemos dicho, nos encontramos
con los detalles de la destrucción. El orante abre sus puertas e invita a la
Presencia Divina a que compruebe el resultado de su olvido. En primer lugar se
contempla la ruina total, después se revive la escena con datos auditivos
(“rugían”) y visuales (“levantaron sus propios estandartes”) y, finalmente, se
contempla la agitación detallando el modo en que los enemigos destruyeron el
templo. Detalles importantes en esta ocasión son, la descripción de la
destrucción del santuario que recuerda a la que se hace en 1Mac 4, 37s., cuando
Judas Macabeo y sus hermanos subieron a purificar el templo. El verbo “rugir”
hace referencia a las fieras y está detallando el pavor de la asamblea. El
estandarte plantado por los enemigos puede referirse al cambio de “presencia” en
el santuario. “Abatir a hachazos”, “destrozar”, “prender fuego”, derribar” o
“profanar” son acciones de los enemigos contrapuestas frontalmente a la belleza
y significado del templo. La acción está descrita de forma progresiva, de modo
que se perciba el ritmo de la demolición (cfr. 1Re 7; Lam 3, 11; Is 64, 11). En
la última parte se invoca de nuevo a Dios, que recuerde su alianza, a través de
una imagen opuesta: a la violencia en el país se contrapone la humildad y la
aflicción del pueblo. El uso del término “alianza” supone que aún está en vigor
(cfr. Jer 31, 31).
(Algunas indicaciones generales sobre el evangelio de Mateo se ofrecen en el
comentario del lunes 21 de junio.)
El primer cuadro de curaciones de Jesús que se iniciaba ayer en la lectura
evangélica, se cierra con el texto de hoy. Tres núcleos podemos distinguir: la
curación del criado del centurión (Lc 7, 1-10; Jn 4, 46-53), la de la suegra de
Pedro (Mc 1, 29-31; Lc 4, 38-39) y la de otros enfermos (Mc 1, 32-34; Lc 4,
40-41). El primer relato es el más extenso. En él se desarrolla principalmente
el tema de la fe que es el constitutivo esencial del nuevo pueblo de Dios. Se
pueden distinguir fácilmente dos partes. En la primera el lector se encuentra
con que el tema aparentemente principal se convierte en secundario. La curación
del siervo da paso al decisivo diálogo entre el centurión y Jesús. Éste, que
desde el principio reconoce la autoridad de Jesús (“Señor”), expresa con sus
palabras y actitud la autoridad que tiene Jesús sobre él (Lc 1, 20.45; Mt 18,
6). Pero hay algo más, se trata de un extranjero que pone la fe en Jesús cuya
respuesta le permite expresar por un lado su concepción de la fe (“basta que lo
digas de palabra...”), basada en el conocimiento que él tiene de la autoridad
(si él puede gobernar por la autoridad que un hombre le ha dado, con más razón
lo hará Jesús cuya autoridad le viene de Dios) y por otro lado la actitud del
creyente (“no soy digno...”). En la segunda parte de este primer milagro Mateo
aprovecha para exponer la intrínseca relación entre la fe en Jesús y la
pertenencia al Pueblo de Dios (Mt 1, 15). En oposición se encuentran la fe de un
pagano y la de los descendientes de Abraham. El acceso a la salvación no depende
de la identidad nacional. La promesa hecha realidad en Jesús se convierte en
juicio condenatorio (al desenmascararse la incredulidad de los judíos). Algunos
detalles a tener en cuenta son, por ejemplo, las palabras de Jesús “voy yo a
curarlo”, que pueden también interpretarse como una pregunta negativa (“¡cómo!,
¿es que voy a ir yo a curarlo?”). Es muy interesante la alusión a los tiempos
mesiánicos como un banquete que aparece en los profetas (Is 25, 6; 55, 1-2; cfr.
Sal 107, 3). En Mateo los gentiles desplazarán a los judíos. Esto es expresado
con imágenes duras (“echar fuera”, “tinieblas”), algunas de las cuales aluden a
la exclusión definitiva de las promesas (“llanto y rechinar de dientes”) como
queda atestiguado ya en el AT (Sal 35, 16; Job 16, 9).
El segundo milagro que nos presenta el evangelio de hoy se narra de forma mucho
más breve. Al tema expuesto anteriormente se añade una nota significativa: la fe
como servicio. Tal vez porque se quiera subrayar esto desaparecen todos los
intermediarios.
Los últimos milagros narrados tienen el carácter de resumen de la actividad de
Jesús. Destaca en ellos la fuerza de su palabra. Lo más interesante de esta
última parte es la cita de Isaías (Is 53, 4) que hace el evangelista. En el
primer evangelio solemos encontrar citas de reflexión o probativas
(introducidas, a veces, por la expresión “esto sucedió para que se cumpliera lo
dicho por...”) después de los principales acontecimientos que se narran (Mt 1,
22; 2, 15.17.23; 4, 14; 8, 17; 13, 35; 21, 4; 27, 9), bajo el principio de que
Jesús venía a cumplir las profecías mesiánicas. Aquí su objetivo es presentar a
Jesús como el siervo sufriente que carga con las enfermedades del pueblo (Mt 1,
21).
Comentario teológico
La primera lectura nos invita a seguir presentando la teología del
deuteronomista, pero ya lo hemos hecho suficientemente en las lecturas
anteriores. Mejor salgamos de su lógica y observemos el modelo final que dibuja.
Tras la alianza de Dios viene el pecado del pueblo, a éste le sucede el castigo
divino, tras él el arrepentimiento y, de nuevo, el establecimiento de la
alianza. Se trata de una visión teológica de la realidad basada en el pasado
donde el acontecimiento determinante es la el trauma del exilio babilónico. Sin
embargo, como decimos, el esquema no abarca importantes ámbitos de la realidad.
Veamos uno de ellos, el que se nos presenta en el texto de Lamentaciones: el
dolor. El peso de la narración recae en el sufrimiento del pueblo y del propio
redactor y desde aquí se configura la comprensión de la realidad, pero veamos
antes cómo en la lógica deuteronomista se ha llegado a esta situación y cómo se
interpreta. El estado actual del pueblo responde a la lógica a mal
comportamiento-mal resultado, luego el sufrimiento al que se ha llegado es
merecido, lógico. Este paradigma es el que da razón de cómo se encuentran las
principales instituciones y personas (de los ancianos hay que atisbar una
actitud pasada pecaminosa, también de las doncellas, o de los niños y, sobre
todo, de los profetas. O si no fueron ellos, lo serían sus padres). Los enemigos
no aparecen directamente, pero es evidente su presencia. No son culpables, tan
sólo instrumentos de Dios, e hicieron lo que la lógica ordenaba. La historia es
también otro elemento evidente en el texto, presente es igual a pasado. Y
finalmente Dios, Él es enteramente justo con su pueblo. Decíamos que desde la
lógica del deuteronomista el ámbito del dolor no forma parte de la realidad, o
mejor dicho, no queda totalmente integrado, tan sólo es una nota adicional al
drama que se ha dibujado. Si, por el contrario, éste sirviese de punto de
partida para comprender la nueva situación, se desvelarían nuevos significados
de la realidad. Por ejemplo, el estado actual del pueblo afecta al redactor, de
ahí surge también su dolor y su sentimiento de impotencia. Se supera entonces la
lógica fría del comportamiento pasado en el presente y se abre el mundo del
sinsentido (al que más tarde habrá que dar una respuesta, pero que en sí no
tiene cabida en el esquema anterior). O bien Dios, pues desde el sentimiento de
derrota total el grito y el llanto precisan un interlocutor que el esquema
deuteronomista suplanta con el silencio, pero que desde una nueva perspectiva se
podría integrar en la esfera divina y no al margen. Es decir, se podría entender
como un Dios que sufre, que tiene entrañas, etc., facetas que están presentes en
el AT.
Precisamente esta nueva línea de pensamiento es la que podemos atisbar en el
salmo. Con el juego “recuedo-olvido” el salmista se sitúa ante la tragedia no
como una realidad inamovible, sino dentro de la historia que pertenece a Dios.
El llanto o la descripción detallada de la situación no es una nota al margen,
sino una posibilidad de encuentro con Dios en cuyas manos está cambiar el
destino (provocará que piense en la alianza y que el humilde no se marche
defraudado).
Desde este planteamiento y superando la clave del sufrimiento, el evangelio
viene a confirmar esa realidad que no está sujeta a moldes estereotipados. En
primer lugar, la i-lógica del milagro sobre quienes no pertenecen al pueblo
heredero de las promesas, permite comprender nuevas facetas de Dios, como por
ejemplo, la superación de los márgenes nacionales, la iniciativa que parte de
Él, su presencia en ámbitos insospechados (como el mismo Mateo refiere con la
cita final), etc. En segundo lugar, lo que es más importante, el milagro se
realiza porque previamente se encuentra la fe de quienes acuden a Jesús. Por
tanto, se desvela la relación del hombre con Dios como algo dinámico e ilógico,
no depende, en este caso, de fórmulas fijas o mandamientos, sino que está en un
ámbito más amplio donde hay que incluir sentimientos, actitudes, etc., es decir,
salirse de la lógica (“a los ciudadanos del Reino los echarán afuera”). Quedaría
un tercer elemento importante: la realidad transformada por Jesús en los
milagros se convierte en una realidad transformadora (como se muestra en la
actitud de la suegra de Pedro). De nuevo tenemos aquí la i-lógica de la
manifestación de lo divino en lo humano.
3-11. El siervo del centurión
Fuente: Catholic.net
Autor: Roberto Carlos Estévez
Reflexión:
El mensaje de este pasaje es un mensaje de esperanza. Sí, a nosotros que nos
podemos sentir muchas veces cansados, sin ganas de seguir luchando, enfermos,
afligidos o solos, se nos recuerda que Él tomó sobre sí nuestras flaquezas y
cargó con nuestras enfermedades.
Cristo es el médico de todos los dolores, que con sólo decir una palabra nos
salva, pero el ser curados depende mucho del modo en que nos acercamos a Cristo.
Y aquí es maravilloso el ejemplo que nos da el centurión. Como nosotros, se
encuentra ante un problema, ante una necesidad y acude a Cristo. Se acerca con
fe y confianza, como un niño se acerca a su padre. Se acerca con humildad, con
la humildad del siervo que se sabe indigno. Pero ante todo se acerca con amor,
amor a Dios y amor a los hombres que le hacen olvidarse de sí mismo. Pide por
los demás.
Probemos a poner estos elementos cuando nos acerquemos a Jesús. Él está siempre
esperándonos y basta una sola palabra y seremos curados.
3-12. Fray Nelson Sábado 25 de Junio de 2005
Temas de las lecturas: ¿Hay algo difícil para Dios? Volveré a visitarte, y Sara
tendrá un hijo * Muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán con
Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos.
1. Una pregunta que nos compromete
1.1 El Señor Dios hace una visita a un hogar estéril y lo vuelve un hogar y un
lugar fecundo. Si Dios visita mi esterilidad, la vence; si Dios visita mi
desierto, lo vence; si Dios visita mi depresión, la vence.
1.2 El Señor Dios visita a dos ancianos y les da un regalo de juventud. Si Dios
visita mi cansancio, me descansa; si él llega a mi desilusión, la transforma; si
él me levanta de la tumba, viviré por los siglos.
1.3 El Señor Dios visita a Abraham y Sara y hace una promesa. La promesa se
cumple. Si me fío de la palabra de Dios no seré defraudado. Si escucha la
promesa de mi Señor soy invencible.
1.4 Y todo, todo se basa en una pregunta, una maravillosa pregunta: "¿hay algo
difícil para Dios?". Esa pregunta es mi gran respuesta. Es el cimiento
inamovible de mi fe.
2. Dios nos hace dignos
2.1 Con tanta fe como humildad el centurión romano del evangelio de hoy dijo una
hermosa profesión de fe: "yo no soy digno de que entres en mi casa; con que
digas una sola palabra, mi criado quedará sano".
2.2 Y aunque se creía indigno, recibió elogio de Jesucristo, que con su palabra
de admiración lo hizo digno no sólo de aquel milagro esperado sino también digno
de habitar para siempre las páginas del evangelio, junto a nuestro Divino
Salvador. Jesús lo hizo digno.
2.3 El centurión estaba seguro del poder de Jesús. Miraba a Nuestro Señor como
uno que tiene autoridad en su palabra, pues entendía que la enfermedad y el mal
tenían que obedecer a Cristo así como los soldados de un regimiento obedecen a
su general. Este tipo de fe trasciende el hecho puntual de la enfermedad de
aquel criado. Es verdaderamente una manera de mirar el mundo.
2.4 Si Cristo es el gran comandante de todas las fuerzas del universo, si la
enfermedad y el mal finalmente tienen que obedecer a su palabra, entonces
debemos entender que todo mal tiene un lugar y un sentido dentro del conjunto de
un plan más amplio que nosotros no vemos pero que nuestro Rey y Emperador,
nuestro Jefe y General sí está viendo. Es maravilloso entender esto.