JUEVES DE LA SEMANA 11ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- 2Co 11, 1-11

1-1.

Pablo, por razones que se ignoran, había cuidado de no pedir a los corintios, nada para su subsistencia; seguía viviendo de la ayuda que precedentemente había recibido de los habitantes de Filipos, en Macedonia. Pero sus enemigos se aprovechaban incluso de esto para denigrarle.

«Si no os pide nada es que no os ama.» Otra vez pues le vemos obligado a defenderse.

-Hermanos, ¿podríais soportar un poco mi necedad? ¡Sí que vais a soportarla!...

Cuando se ataca su «desprendimiento» y desinterés, lo encuentra demasiado fuerte y no lo soporta. Lo que dirá será algo fuera de tono, difícil de comprender, exaltado.

Toda su fogosidad apasionada estallará: y es una «pasión» loca por Dios. Sí. Pablo es capaz de hacer locuras, excentricidades, incomprensibles para el que no ha amado nunca... ¡comprensibles cuando se ama!

-A causa del amor celoso que os tengo, que es el mismo amor de Dios por vosotros.

Mirad, ¡nada menos que esto ! Es consciente de amar «con el corazón mismo de Dios».

No es extraño que sea «excesivo», ¡es un amor «infinito»!

Pues os tengo desposados con un solo esposo, sois la esposa virgen y santa que he presentado a Cristo.

Afortunadamente ya nos había advertido que diría locuras.

¡«Desposados» con Dios! ¡«Aliados» de Dios! ¡«Amados» de Dios!

No es la única vez que Pablo habla así. La Iglesia es la esposa de Cristo. La Humanidad es «amada apasionadamente» por Cristo.

Tengo que escuchar y volver a escuchar, en el silencio de mi meditación, esas fórmulas. Yo soy amado.

En otro pasaje Pablo dirá con más precisión todavía que el sacramento del matrimonio entre un hombre y una mujer es «signo» de ese otro matrimonio que liga Dios a la Humanidad... para lo mejor y para lo peor.

Pero, como la serpiente sedujo a Eva por la astucia, temo que se perviertan vuestras mentes apartándose de la sinceridad con Cristo.

Aquí se evoca la verdadera noción de «pecado». No es solamente una infracción a una ley, ni tan sólo una falta moral contra nuestro ideal... es una infidelidad de amor.

Haciendo el mal estoy «hiriendo a alguien que me ama»... «es una falta de atención y de fidelidad a él»... «a Cristo».

Dejo que se eleve una plegaria, la que surge de mi corazón, partiendo de lo que se me ha revelado. Te pido perdón, Jesús. Concédeme saber corresponder mejor a tu amor por mí.

-Por la verdad de Cristo que está en mí, os digo que esa gloria no me será arrebatada.

¿Por qué? ¿Porque no os amo? Dios lo sabe.

El amor «gratuito», desinteresado, que Pablo siente por sus hermanos de Corinto, tiene a Cristo como fiador y testigo: «¡Dios lo sabe!» Después de todo, le importa poco que se diga lo contrario.

Dios lo sabe. Cómo quisiera yo también poder vivir bajo tu mirada, tener esa seguridad que proviene de saberse conocido por Ti.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 134 s.


1-2. /2Co/10/01-18 /2Co/11/01-06

A partir de este capítulo nos encontramos de pronto con que la segunda carta a los Corintios vuelve a tomar un tono enérgico y sarcástico que parecía ya superado. Eso hace que los comentaristas, sin poner en duda la autenticidad, no se ponen de acuerdo sobre el momento y la colocación principal de estos últimos capítulos. Hay quien cree que forman parte de un escrito posterior a la carta que nos ocupa; otros piensan que, aun siendo originales de esta carta, Pablo se dirige sólo a un pequeño grupo todavía obstinado, después del arrepentimiento de la gran mayoría. Sea lo que sea, hay que considerar este fragmento de crítica de Pablo a la comunidad como una rotura de la línea pacificadora que la carta tenía hasta el momento.

Por las referencias del texto nos damos cuenta de que la oposición que ha de combatir Pablo va más allá de ciertas acusaciones hechas a su persona y toca la realidad misma de su ministerio. Unos decían de él que era un hombre débil y sin carácter, que sólo se mostraba agresivo de lejos y por escrito, pero que, puesto frente a la comunidad, casi no acertaba a hablar (10,1.9-10; 11,6) Pablo se enfada y amenaza con ser también duro y severo cuando esté presente (10,2.11). Pero lo que más le duele a Pablo es ver que se pone en discusión su autoridad de apóstol y que es despreciada su predicación.

En la perícopa de mañana Pablo defenderá su autoridad de apóstol; en la de hoy deja bien claros tres puntos fundamentales. En primer lugar, que la fuerza de su predicación no estriba en la elegancia de las palabras del hombre, sino en el conocimiento (11,6) y la fuerza de Dios (10,4), únicos elementos que pueden acreditar al verdadero apóstol (10,17-18) En segundo lugar, que, por mucho que otros se llamen apóstoles (11,4-5), no hay otra realidad que la que él les ha predicado. Y, por último, una nota importante: Pablo no desprecia ninguna expresión cultural, pero tampoco toma ninguna como absoluta.

Intenta asumirlas para ponerlas al servicio de su ministerio (10,5). Este criterio jugará un papel importante en la obra ulterior de los Padres de la Iglesia, sobre todo en los llamados apologetas, y continúa siendo hoy un punto importante que deberá tenerse en cuenta en orden a la evangelización y a cualquier nivel.

A. R. SASTRE
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 250 s.


2.- Si 48, 1-15

2-1. D/FUEGO  SIMBOLO/FUEGO:

Sirac el Sabio, mucho tiempo después de la «subida» de Elías al cielo, hace su elogio y anuncia su retorno.

Tenemos aquí un ejemplo suplementario de la «vida» que corre a lo largo de la Biblia: los hechos y los gestos del pasado son constantemente reinterpretados por las generaciones sucesivas.

-Surgió «como un fuego» el profeta Elías, su palabra abrasaba «como una antorcha»...

Hizo caer fuego tres veces... Fue arrebatado en torbellino de llamas.

El personaje Elías es simbolizado por el «fuego».

Para los hebreos, como para muchos pueblos acostumbrados a los «sacrificios», el fuego es el elemento misterioso que une al hombre con Dios: se pasaba la víctima por el fuego para que el fuego penetrara en ella, y se comía esa víctima en una comida sagrada, para entrar en comunión con la divinidad.

Ese simbolismo nos impresiona menos hoy.

Sin embargo hay que tratar de que ese símbolo haga presa en nosotros. Incluso en nuestro mundo moderno, el fuego sigue siendo:

-- lo que calienta... -- lo que alumbra... -- lo que purifica...--lo que destruye...--lo que es difícil de dominar...--lo que alegra y a la vez espanta... lo que es útil...

Además, una «llama» es algo hermoso, misterioso, viviente: ante un fuego las miradas quedan como fascinadas, atraídas... y no obstante no podemos acercarnos mucho a él.

Puedo ir reconsiderando todos esos simbolismos... me ayudarán a obtener una cierta aproximación de Dios.

Y puedo también detenerme un instante sobre esa fórmula, pronunciada un día por Jesús: «He venido a traer fuego a la tierra y ¡cómo quisiera yo que ardiera!»

-Elías, tú que despertaste un cadáver de la muerte...

Al resucitar al hijo de la viuda de Sarepta, y cuando pareció que escapaba a las leyes de la muerte -su subida al cielo-, Elías anuncia esta nueva era de la historia en la que la muerte será vencida.

¡Jesús resucitado! Sé nuestra vida. Creemos en Ti.

Una misma fe recorre toda la Biblia. Cristo está ya presente en esta fe.

Elías, tú que oíste la palabra de Dios sobre el Sinaí y sobre el Horeb...

Elías se refugió en la soledad del desierto, en la cueva misma de Moisés para oir de nuevo la voluntad de Dios.

Concédenos, Señor, ser unos apasionados de tu encuentro. «¡Quiero ver a Dios!» decía santa Teresa de Ávila, discípula del profeta del Carmelo. Y añadía: «¡Sólo Dios basta!»

Entretenerse con Dios sólo.

-Elías, tu que consagraste a reyes para que establecieran la Justicia...

Elías, hombre de oración contemplativa, lo hemos visto, no es un débil ni un tímido. Su retiro lejos del mundo no es una huida cobarde: Dios le envía de nuevo continuamente al duro combate por la "justicia".

Destinar tiempo al servicio de nuestros hermanos.

«Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo...» Estos dos mandamientos se resumen en uno. Pero no hay que descuidar ni el uno ni el otro.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 134 s.


3.- Mt 6, 7-15

3-1.

-En el Sermón de la Montaña, Mateo agrupo algunos consejos sobre la oración, dados por Jesús en diversas ocasiones.

-Cuando reces, retírate a tu cuarto.

Hay dos clases de plegarias: la plegaria "litúrgica", que es oficial, pública, comunitaria... y la plegaria "personal", que está escondida en Dios.

La plegaria personal es el signo de la sinceridad y veracidad de la litúrgica.

La persona que no hiciera jamás oración a solas con Dios, mostraría que su participación en las "prácticas religiosas" exteriores carece de valor profundo.

Pero, Señor, yo no debo juzgar a los demás; pero sí he de preguntarme. ¿acostumbro a orar retirado en mi cuarto? en lo secreto...

-Cuando recéis, no seáis palabreros como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán más caso.

Si falto a menudo a mi oración personal, es quizá porque caigo en el defecto del que habla Jesús: digo palabras, las multiplico, ¡soy machacón! Entonces tengo hastío de mí mismo, siento un gran vacío.

Haz que descubra, Señor, esa verdadera plegaria de la que Tú nos hablas y que, semi-silenciosa, va de corazón a corazón. Es ¡estar con Dios, sin más! ¡Ayúdame, Señor, a no ser un repetidor de palabras! Hay días de mucha fatiga en los que uno no puede hacer más que repetir plegarias ya compuestas, y siempre las mismas... pero esto no debe ser lo normal. Es necesario que, habitualmente, mi plegaria surja del fondo de mi corazón, nueva cada vez.

¿Me contento con utilizar sólo plegarias ya hechas? o bien ¿hablo a Dios con mis propias palabras, lo más a menudo posible?

-Si perdonáis sus culpas a los demás, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros.

Jesús tiene mucho empeño en este tema, que volverá a tratar de modo muy riguroso en una parábola despiadada (Mt 18, 23). La oración no puede estar separada de la vida: la actitud de perdón, el amor a los enemigos que Jesús nos ha pedido, viene impuesta por la actitud de Dios con nosotros.

-Vosotros rezad así: Padre nuestro... PATER:

Santa Teresa escribe que le bastaban a menudo estas dos palabras para hacer una larga oración... Un Dios Padre... un Dios Amor... un Dios que me ama.

-Que estás en los cielos... Santificado sea tu nombre...

Este Dios tan cercano, tan familiar, es también el completamente otro.

De hecho no se puede localizar a Dios: es una imagen el decir que está en el cielo... de hecho no está ni aquí ni allí, ¡está en todas partes! Esta fórmula significa que reconocemos que Dios está "más allá" del mundo visible y que respetamos su grandeza, su santidad, su trascendencia...

-Que llegue a nosotros tu reino, que tu voluntad se haga...

Todo está dicho en esta fórmula. ¿Cómo se la podría pronunciar con la punta de la lengua, sin procurar también realizarla por los detalles de nuestra vida?

-Nuestro pan de cada día, dánoslo HOY.

Resumen de todas nuestras humildes necesidades humanas. En esto también nuestra vida debe corresponder a nuestra oración: ¿cómo no nos esforzaremos en satisfacer las necesidades de nuestros hermanos, tantos de ellos hambrientos y desnutridos?

-Perdónanos nuestras deudas que también nosotros...

Consideremos con atención esta petición.

-Y no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Mal.

Densidad de esta petición... religada también a nuestras fibras vitales.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 26 s.


3-2.

1. (Año I) 2 Corintios 11,1-11

a) Pablo sigue preocupado por sus cristianos de Corinto. Unos predicadores nuevos, judaizantes, que achacan a Pablo que su doctrina es demasiado abierta y poco respetuosa de la tradición judía, están sembrando cizaña en Corinto, y lo peor es que la comunidad, que a Pablo le había costado tanto fundar, da oídos a esos que él llama irónicamente «superapóstoles».

Pablo siente celos. Ama a los Corintios, los había querido «desposar con un solo marido, presentándoles a Cristo como una virgen fiel», pero ahora ve que son infieles a ese Cristo a quien él les ha anunciado y a su Espíritu y a su evangelio. La comunidad cristiana, la esposa de Cristo, se está dejando engañar como Eva por la serpiente.

Se entreven también, en esta página, otros motivos del desprestigio del que los nuevos predicadores quieren rodear a Pablo. Tal vez su palabra no era tan fluida ni cuidada como la de otros (por ejemplo, Apolo, que se ve que era brillante orador). Y, sobre todo, -cosa que nos puede parecer extraña- le achacan que no haya querido que la comunidad le mantuviera, sino que trabajara con sus propias manos. Lo que puede parecer signo de humildad y de gratuidad en su entrega, lo interpretan como que no se hace valer, tal vez porque él mismo no está convencido de ser auténtico apóstol.

b) Nosotros, muchas veces, sufrimos también porque en este mundo se olvidan valores básicos y porque incluso nos puede parecer que la comunidad cristiana, la Iglesia, no es del todo fiel a su Esposo, Cristo. ¡Cuántas personas mayores, sacerdotes, religiosos o laicos, sufren por los cambios de nuestro tiempo, muchos buenos, pero otros, dudosos!

Además, en el mundo actual hay voces seductoras que distraen, que corrompen la sana doctrina o conducen a un modo de obrar no conforme con el estilo del evangelio y el Espíritu de Cristo. Como pasaba con Pablo, puede ser que la manera de actuar de los cristianos, o de la Iglesia en general, sea mal interpretada (aunque, tal vez, en el sentido contrario que en el caso de Pablo: en vez de achacarnos que no cobramos, pueden hacerlo de que nos mostramos demasiado interesados)

No nos debe extrañar que muchos cristianos, y sobre todo los responsables de la comunidad, el Papa o los Obispos, quieran defender los valores cristianos y dediquen sus mejores energías a una continua labor de evangelización. No nos puede dejar indiferente el que se pierda la fe, «que se pervierta el modo de pensar y se abandone la entrega y fidelidad a Cristo». No podemos actuar como si no existiera el alejamiento de tantos cristianos. El amor a Cristo y el amor a la humanidad, nos deben guiar en nuestra entrega y en nuestro testimonio. Como a Pablo.

1. (Año II) Sirácida 48,1-15

a) La historia de Israel y sus personajes admite varias interpretaciones. Por eso «algunas veces se ilumina el significado religioso de los hechos históricos por medio de algunos textos tomados de los libros sapienciales que se añaden, a modo de proemio o de conclusión, a una determinada serie histórica» (OLM 110).

Esto sucede hoy al concluir el «ciclo de Elías»: interrumpimos la lectura de los Libros de los Reyes y escuchamos al Sirácida (el Eclesiástico), que muestra su admiración por este gran personaje, que no escribió ningún libro, pero fue un recio profeta de acción. Incluye en su alabanza también a Eliseo, su sucesor: ambos vivieron en el reino del Norte (Israel) en períodos de crisis religiosa. El Sirácida escribe en el siglo IV antes de Cristo y nos muestra un gran paralelismo entre lo que está pasando en su tiempo con lo que había sucedido mucho antes, en el siglo IX: unos profetas valientes que supieron hacer frente a la pérdida de la fe en el pueblo elegido.

El resumen que hace de la vida de Elías nos recuerda lo que hemos ido leyendo en días pasados. Y el salmo refleja también el rasgo que el Sirácida destacaba del temperamento de Elías en su lucha contra la idolatría, su estilo fogoso: «delante del Señor avanza fuego, abrasando en torno a los enemigos... los que adoran estatuas se sonrojan y los que ponen su orgullo en los ídolos».

b) ¿Podría hacer alguien un retrato de nuestra vida en términos parecidos a los que aquí leemos sobre Elías y Eliseo? ¿somos profetas de Cristo, defendemos sus intereses para evitar que se pierda la fe, para no caer en las idolatrías de nuestro tiempo? ¿somos capaces de anunciar la Palabra de Dios y denunciar con valentía, cuando hace falta, lo que no puede tolerarse en el campo de la justicia si va contra la voluntad de Dios y los derechos de la persona humana?

No es menester que seamos tan fogosos como Elías -todo él «un profeta como un fuego, con palabras como horno encendido»- ni que hagamos tantos milagros como Eliseo -«no hubo milagro que le excediera»-, pero si deberíamos aprender su fidelidad a Dios y la valentía de su actuación profética.

La familia carmelitana tiene a Elías como inspirador y padre de su espiritualidad, apreciando en él tanto su aspecto contemplativo -su marcha por el desierto y su encuentro con Dios en el monte Horeb-, como su acción decidida en defensa de Dios y de los derechos humanos. Todos podríamos aprender esta doble dimensión de Elías: la oración y la acción, el desierto y la ciudad, la unión con Dios y la solidaridad con los que sufren.

2. Mateo 6,7-15 PATER/ORACIÓN

a) Jesús, en el sermón de la montaña, da consejos a sus seguidores, esta vez sobre la oración: que no sea una oración con muchas palabras, porque Dios ya conoce lo que le vamos a decir.

Jesús nos da su modelo de oración: el Padrenuestro. Una oración que se puede considerar como el resumen de la espiritualidad del AT y del NT, equilibrada, educativa por demás. Primero, nos hace pensar en Dios, que es nuestro Padre: su nombre, su reino, su voluntad. Mostramos nuestro deseo de sintonizar con Dios. Luego pasa a nuestras necesidades: el pan de cada día, el perdón de nuestras faltas, la fuerza para no caer en tentación y vencer el mal.

Jesús destaca, al final, una petición que tal vez nos resulta la más incómoda: «si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas».

b) Rezamos muchas voces el Padrenuestro y, tal vez, no le sacamos todo el jugo que podríamos sacarle.

Hoy, tanto en misa como en Laudes y Vísperas o personalmente, lo deberíamos rezar con más lentitud, pensando en sus palabras, agradeciendo a Jesús que nos lo haya enseñado como la oración de los que se sienten y son hijos de Dios.

Sería bueno que leyéramos, en plan de meditación o de lectura espiritual, el comentario que el Catecismo de la Iglesia ofrece del Padrenuestro en su cuarta parte. Nos ayudará a que, cuando lo recemos, no sólo «suenen» las palabras en nuestros labios, sino que «resuene» su sentido en nuestro interior.

Esta oración nos debe ir afirmando en nuestra condición de hijos para con Dios, y también en nuestra condición de hermanos de los demás, dispuestos a perdonar cuando haga falta, porque todos somos hijos del mismo Padre.

«Sus preceptos son estables para siempre jamás, se han de cumplir con verdad y rectitud» (salmo I)

«Alegraos, justos, con el Señor» (salmo Il)

«¡Padre nuestro del cielo!» (evangelio)

«Si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 48-51


3-3.

Primera lectura : Eclesiástico 48, 1-15 Elías fue arrebatado en el torbellino y Eliseo recibió os tercios de su espíritu.

Salmo responsorial : 96, 1-2.3-4.5-6.7 Alégrense, justos, con el Señor.

Evangelio : Mateo 6, 7-15 Ustedes recen así

Jesús acaba de condenar el modelo de oración que se hace por ostentación. Su deseo es que sus discípulos pasen a un modelo de oración distinto al del judaísmo oficial. No toda oración debe ser institucionalizada. A Dios nadie lo puede encerrar en una institución. Dios lo desborda todo. La relación íntima con Dios no obedece ni a reglas, ni a modelos, ni a horas, ni a espacios determinados, ni siquiera a escuelas de oración.

Sin embargo, hay espacios y tiempos, por pertenecer a todos, el bien común pide que se los reglamente, para que puedan tener una función o servicio comunitario. Lo importante de esta reglamentación es que no haga perder a la oración cristiana la fuerza y el contenido original de amor y justicia que la caracteriza.

Cuando a ruegos de sus discípulos, Jesús se atreve a plantear en el "Padre Nuestro" un modelo de oración, sin duda alguna tiene en cuenta todo lo anteriormente dicho. Este modelo de oración que nos da Jesús, es precisamente para que le demos contenido original tanto a nuestra oración privada como comunitaria. En la medida en que tengamos en cuenta su contenido, en esa medida nuestra oración se convierte en verdadera oración del Reino.

Lo que quiere Jesús con el "Padre Nuestro" es que confrontemos nuestra vida personal y comunitaria con su proyecto original: que con nuestro proceder, hagamos que el Reino de Dios acaezca. Y que sepamos que esto sólo se logra si nuestras obras son las obras que el Padre o él harían: si luchamos porque el pueblo pueda asegurar su subsistencia... si estamos abiertos al perdón de toda deuda y al amor que destruye todo desnivel social... y si no caemos en la tentación del Maligno, que consiste en poner nuestro interés personal por encima del interés comunitario... El "Padre Nuestro" nos da la oportunidad -personal y comunitaria- de confrontar nuestra vida con el mismo proyecto de Dios.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-4.

2 Cor 9, 6-11: Predico solamente el evangelio

Sal 110, 1-4.7-8

Mt 6, 7-15: Ustedes oren así

Mateo pone el Padrenuestro en contraste con la oración de los paganos, llamada despectivamente "palabrería" por la acumulación de largas y tediosas fórmulas mágicas en que se amontonaban los epítetos de Dios. Mateo destaca, en cambio, de una manera positiva, el Padrenuestro como una oración breve.

El Padrenuestro no es una simple oración a pesar de ser tan breve; es una síntesis de todo lo que Jesús vivió y sintió a propósito de Dios, del mundo y de sus discípulos. En torno a estos temas giran las siete peticiones en las que Mateo construyó la oración.

Frente a un mundo que prescinde de Dios, Jesús propone como primera petición, como ideal supremo del discípulo, el deseo de la gloria de Dios: "santificado sea tu Nombre". Esta primera petición esta orientada en la línea profética que sitúa a Dios por encima de todo, exalta su majestad y desea que se proclame su gloria.

Ante un mundo donde predomina el odio, la violencia, la crueldad, que a menudo nos desencanta con la injusticia, Jesús pide que se instaure el Reino de Dios, el reino de la justicia, el amor y la paz. Recoge en esta petición el tema clave de su mensaje, el Reino de Dios que se instaurará en la tierra como en el cielo.

Como tercer centro de interés de la oración, aparece la comunidad. Ese pequeño grupo de seguidores de Jesús, que necesita, día tras día el pan, el perdón, la ayuda de Dios para mantenerse firme. Peticiones que podemos hacer como individuos, pero que están concebidas por Jesús de forma comunitaria, y así es como adquieren toda su riqueza. Cuando se recuerdan los fallos de los discípulos, su incapacidad de comprender el mensaje de Jesús, sus envidias y recelos, adquiere mayor sentido la petición de que "perdone nuestras ofensas". Y, sobre todo, pensando en la experiencia de la entrega de la propia vida por la causa de Jesús, se pide "no caer en la tentación" y "ser librado del Maligno".

La oración del Padrenuestro es una invitación para establecer con Dios-Padre una relación de confianza e intimidad desde una dimensión comunitaria (Padre nuestro) y en una disposición constante de perdón. Desde esta dimensión, los cristianos estamos llamados a construir espacios de oración que reflejen el compromiso de construir el Reino de Dios, donde El es el Padre de todos, nosotros somos sus hijos y los hijos son hermanos que viven en comunidad y fraternidad.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5. DOMINICOS

Palabra de Dios
II Carta de san Pablo a los corintios 11, 1-11:
“Hermanos: ¡Ojalá me toleraseis unos cuantos desvaríos!... Tengo celos de vosotros, los celos de Dios; quise desposaros con un solo marido, presentándoos a Cristo como una virgen fiel. Pero me temo que, igual que la serpiente sedujo a Eva con su astucia, se pervierta vuestro modo de pensar y renunciéis a la entrega y fidelidad a Cristo... Me temo que se presente a vosotros cualquiera predicando un Jesús diferente del que yo predico... y que lo toleréis tan tranquilos...”

Curioso lenguaje: tener los celos de Dios. Tanto se puede amar a los hermanos y a la doctrina o mensaje comunicado que el temor de su deterioro nos haga temblar. ¿Qué hacer? Seamos fieles, y dejemos a Dios que obre. Si no, nos abatimos.

Evangelio según san Mateo 6, 7-15:
“En aquellos días dijo Jesús a sus discípulos:

Vosotros cuando recéis no uséis muchas palabras, como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis. Vosotros rezad así: Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos hoy el pan nuestro; perdona nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido; no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del maligno...”

Palabras de oración abierta y no egoísta; de aceptación y conformidad con el Reino, y no interesada; confiada y generosa, y dispuesta a sobrellevar la parte de fatiga que conlleve la vida en fidelidad. Todo, sintiendo a Dios como a Padre.


Momento de reflexión
Los celos de Dios.
Así es el lenguaje de Pablo a sus feligreses. Los fieles de Corinto que le dieron mucho trabajo y disgustos, le dieron también inmensas satisfacciones espirituales.

Por eso, no quiere verlos desviados en la doctrina que les ha enseñado, la de Cristo, y éste crucificado y resucitado.

Ni quiere verlos afectados por pasiones y amores que les separen del corazón de Jesús, su Señor.

Ésa es una buena imagen de lo que deberíamos sentir todos los cristianos como testigos y pregoneros del mensaje de Cristo, llamados como estamos a la misión.

Pocas palabras y mucho amor.
Así tiene que ser nuestro encuentro de oración con el Padre, con Cristo, en el Espíritu: sentirnos de verdad hijos; abrirle nuestro corazón con sus llagas y con sus afanes de perfección; conversar con el Amigo; comprometernos con quien sabemos que es siempre fiel; y también con sus hijos, nuestros hermanos.

Tengamos un corazón nuevo, audaz, desprendido, que todos los días llame a Dios “Padre” y se ponga en sus manos, pues ésta es la única ventana abierta a la paz en medio de las turbaciones humanas.

¡Señor, hágase tu voluntad!


3-6. CLARETIANOS

Queridos amigos y amigas:

Tomémonos hoy un minuto para rezar el Padrenuestro, un minuto de atención, de fe, de confianza. Es suficiente.

Vuestro hermano en la fe:

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-7. CLARETIANOS 2002

La actitud del hombre en cuestiones religiosas encierra una inquietante contradicción. El hombre sabe que necesita de Dios y busca a Aquel que le ha creado y de cuyo poder conservador vive. Pero ese mismo hombre a veces no quiere saber nada de esa vinculación, esquiva a Dios, se resiste a Él. Diríamos que quiere vivir como si Dios no existiera. Vive una vida agitada dominada por el estrés del excesivo trabajo, el gasto excesivo, del ir y venir para divertirse y distraerse. No tiene tiempo para Dios. Ni es su Palabra y sus sacramentos los que alimentan su diario vivir.

¿Qué le acontece? Pues que al final este hombre creyente de nuestro tiempo no tiene resistencia para enfrentarse con coraje a las situaciones difíciles que le va trayendo la vida: una enfermedad grave, la pérdida de un ser querido, un fracaso en la vida, etc. Y este hombre se derrumba.

Por otra parte, le falta consistencia para mantenerse dignamente en momentos especiales de su existencia y así fácilmente es infiel en su matrimonio, se deja llevar de la ambición en un negocio, traiciona una palabra dada, etc.

Se está viendo constantemente. Cuando el ser humano vive sin recurso a Dios y a la vida eterna, su libertad decae porque fabrica ídolos: se encadena a cosas que, naturalmente, desmesura y engrandece; en una palabra, se llena de dioses en su vida.

El anhelo de Dios, sin embargo, soterrado o reprimido, sobrevive en el corazón. La verdad, la justicia, la fidelidad, la pureza, el amor, siguen siendo las raíces últimas de la vida humana. ¿Por qué, pues, no entramos en comunión con Dios? ¿Por qué esa vida a veces tan frívola y tan descuidada? ¿Por qué no rezamos?

Patricio García, cmf (patgaba@hotline.com)


3-8. CLARETIANOS 2003

Todas las parábolas de Jesús expresan un proceso de transformación de la persona. La parábola de la casa construida sobre roca o sobre arena nos confronta con la manera de entender y vivir nuestra fe:

Hay una manera arena. Consiste en identificar la fe con los sentimientos que produce y con algunas manifestaciones externas, como el uso de un lenguaje religioso (en el que se menciona a Dios con frecuencia), ciertas prácticas piadosas, etc.

Hay una manera roca. Creer es, sobre todo, cumplir la voluntad de Dios: No todo el que me dice ‘Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Conocer a Jesús significa, sobre todo, poner en práctica sus palabras.

¿No os parece que si nuestra vida (nuestra casa) estuviera cimentada sobre la roca de la voluntad de Dios y no sobre la arena de la costumbre, de la presión familiar o social, etc., no se hundiría tan fácilmente?

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-9. 2001

COMENTARIO 1

vv. 7-8: Pero, cuando recéis, no seáis palabreros como los pa­ganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán más caso. 8No seáis como ellos, que vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis.

«El cielo» designa la esfera divina indicando su trascendencia e invisibilidad; «lo escondido» subraya solamente su invisibilidad. La oración que se hace en lo profundo obtiene el contacto con el Padre. La pala­brería en la oración indica falta de fe. El hecho de que el Padre sepa lo que necesita el que ora, muestra que la oración dispone al hombre para recibir los dones que Dios quiere concederle.

v. 9: Vosotros rezad así: Padre nuestro del cielo, proclámese ese nombre tuyo,

Propone Jesús el modelo de petición: «Padre nuestro»: nueva relación de los discípulos con Dios, que no es solamente individual, sino comunitaria. Son los hijos, o los ciudadanos del reino, los que se dirigen al Padre, que es su rey. La mención de este Padre eclipsa la de todo padre humano, él es el único que merece ese nombre. La conducta de este Padre es la que guía la de los discípulos (5,48).

«Padre» es el nombre de Dios en la comunidad cristiana, el único que aparece en esta oración. Pronunciarlo supone el com­promiso de portarse como hijos, reconocerlo por modelo, como fuente de vida y de amor. El término «Padre» se aplicaba a Dios en el AT (Jr 3,19; cf. Ex 4,22; Dt 14,1; Os 11,1), pero su sentido era muy diferente, pues el «padre» en la cultura judía era ante todo una figura autoritaria.

La expresión «que estás en los cielos» («del cielo») no separa al Padre de los discípulos; indica solamente la trascendencia y la invisibilidad de Dios.



El Padre nuestro se divide en dos partes (6,9-10.11-13). La pri­mera tiene como centro al Padre (tu nombre, tu reinado, tu de­signio); la segunda, a la comunidad (nuestro, dánoslo, etc.). En la primera parte la comunidad pide por la extensión del reino a la humanidad entera. En la segunda lo hace por sí misma.

La comunidad pide, por tanto, que la humanidad reconozca a Dios como Padre; por el paralelo con 5,16, sin embargo, es ella la que tiene que obtener, con su actividad, ese reconocimiento. La petición supone, por tanto, el compromiso de la comunidad a rea­lizar las «buenas obras» (5,16; cf. 5,7-9) y pide la eficacia de su actividad en el mundo. No se encierra en sí misma. La experiencia de Dios como Padre de que ella goza, quiere que se extienda a todos los hombres. Antes que pensar en sí misma, la comunidad se preocupa por la humanidad que la rodea.

v. 10a: llegue tu reinado,

El contenido de esta petición formu­la lo mismo de manera diversa. El reinado de Dios, del que ya tiene experiencia la comunidad (5,3.10), debe extenderse a todo hombre. Dado que la puerta del reino es la primera bienaventuranza, la comu­nidad pide la aceptación del mensaje de Jesús, que funda el rei­nado de Dios. Al mismo tiempo, ella es la que, con su modo de vida, hace presente en el mundo ese mensaje (5,12: profetas). Im­plícitamente pide su fidelidad al mensaje de las bienaventuranzas y a la práctica de la actividad que requiere, por la que se va creando la nueva sociedad y va dando ocasión a la liberación de los hombres.

v. 10b: realícese en la tierra tu designio del cielo;

La palabra "designio" (en griego. the­lêma) manifiesta una voluntad concreta que puede referirse al in­dividuo o a la historia. La frase formula nuevamente la anterior («llegue tu reinado»; por eso se omite en Lc 11,2); significa, por tanto, el cumplimiento del designio histórico de Dios sobre la humanidad, anunciado en 5,18.

El término «designio» incluye dos momentos, la decisión y la ejecución, a los que corresponden las especificaciones «en el cielo, en la tierra». La decisión está tomada en el cielo (Dios), pero tiene que ejecutarse en la tierra. La frase significa, pues, «realícese en la tierra el designio que tú has decidido en el cielo». La pre­posición «como» del original indica el deseo de que ese designio se realice exactamente como está decidido.

La comunidad vuelve a pedir por el mundo; su primera preocu­pación es la misión que Jesús le confía.

Las tres primeras peticiones tienen igual contenido. La expe­riencia de vida impulsa a desear que esa vida se extienda. Sólo después pasa el grupo cristiano a preocuparse de sí mismo.

v. 11: nuestro pan del mañana dánoslo hoy

La palabra «pan», es un semitismo usado por «alimento» (cf. Gn 18,5-8). «El pan del mañana» o «venidero» alude al banquete mesiánico en la etapa final del reino (8,11), cuya etapa histórica se realiza en el grupo de discípulos («nuestro pan»). Se pide, por tanto, que la unión y alegría propias de la comunidad final sean un hecho en la comu­nidad presente. Jesús mismo describió su presencia con los dis­cípulos como un banquete de bodas, oponiéndose a la tristeza del ayuno practicado por los discípulos de Juan y los fariseos (9,14-15).

La unión simbolizada por el banquete es la amistad (cf. 9,15: «los amigos del novio»). Este es el vinculo que une a los miem­bros de la comunidad, y que se expresará en la eucaristía.

v. 12: y perdónanos nuestras deudas, que también nosotros perdonamos a nuestros deudores...

Unica petición que incluye una exigencia para la comuni­dad. La partícula griega hôs indica motivo («que/ya que») más que comparación («como»): el perdón del Padre está condicionado al perdón mutuo, expresión del amor. Quien se cierra al amor de los otros se cierra al amor de Dios que se manifiesta en el perdón. En este pasaje y en 5,14s Mateo no emplea el término «pecados», sino «deudas» o «fallos», porque en el evangelio, «los pecados» repre­sentan el pasado que queda borrado con la adhesión a Jesús (cf. 9,6). La división en la comunidad impide la presencia en ella del amor del Padre. Se pide, pues, la manifestación continua de ese amor, aduciendo por motivo la práctica del amor que se traduce en el perdón mutuo. «Los deudores» incluyen a los enemigos y perseguidores (5,43ss). La comunidad pretende vivir la perfección a que Jesús la exhortaba (5,48).

v. 13: y no nos dejes ceder a la tentación, sino líbranos del Malo.

«No nos dejes ceder a la tentación», lit. «no nos hagas en­trar/no nos introduzcas»... El arameo no distingue entre las for­mas «hacer» y «dejar hacer». El sentido permisivo está exigido por el paralelo con la frase siguiente (omitida por Lc 11,4). El sentido es: «haz que no entremos (cedamos / caigamos) en tenta­ción» o, de modo más castellano, «no nos dejes ceder a la ten­tación» (cf. 26,41).

«Tentación» no lleva artículo en el original. No se trata, por tan­to, de una tentación única y determinada. El término remite a las tentaciones de Jesús en el desierto, único lugar donde en Mt ha apa­recido antes este tema. Allí, «el diablo» o «Satanás» era llamado «el tentador»; aquí, «el Malo» (cf. 5,37); la tentación es su obra. La relación con la escena del desierto aclara el sentido de «tenta­ción» en este pasaje: se refiere a las mismas que experimentó Jesús. Aquéllas pretendían desviar su mesianismo e impedir la li­beración del hombre; Jesús, sin embargo, respondió a cada una de ellas con un texto sin carácter mesiánico, aplicable a todo hombre. El Mesías es «el Hombre», como quedó expresado en la escena del bautismo (3,16). La comunidad puede experimentar en su misión, que continúa la de Jesús, las mismas tentaciones que éste: la del ateísmo práctico, usando de sus dones para propio beneficio, sin atender al plan de Dios (4,3); la del providencialismo que hace caer en la irresponsabilidad (4,6) y, sobre todo, la de la gloria y el poder (4,8s). Ceder a esta última equivaldría a prestar home­naje a Satanás (4,9), renunciando a la misión liberadora.

La tentación del brillo y del poder se opone frontalmente a la primera y última bienaventuranzas. Es la opción por la pobreza y, con ella, la renuncia al brillo y al poder, la que hace inmunes a la tentación. El Malo es la personificación del poder mundano, que excita la ambición. Que el Padre no permita que la comunidad ceda a sus halagos es la petición final del Padrenuestro. Lo con­trario sería la ruina de la comunidad de Jesús.

vv. 14-15: Pues si perdonáis sus culpas a los demás, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. 15Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.....

Insiste Jesús en la necesidad del perdón. La unión en la comunidad es condición esencial de su existencia, pues sólo ella asegura la experiencia del amor del Padre. No es que Dios se niegue a perdonar; es el hombre que no perdona quien se hace in capaz de recibir el amor.


COMENTARIO 2

El Padrenuestro no es una simple oración a pesar de ser tan breve; es una síntesis de todo lo que Jesús vivió y sintió a propósito de Dios, del mundo y de sus discípulos. En torno a estos temas giran las siete peticiones en las que Mateo construyó la oración.

Frente a un mundo que prescinde de Dios, Jesús propone como primera petición, como ideal supremo del discípulo, el deseo de la gloria de Dios: "santificado sea tu Nombre". Esta primera petición está orientada en la línea profética que sitúa a Dios por encima de todo, exalta su majestad y desea que se proclame su gloria.

Ante un mundo donde predomina el odio, la violencia, la crueldad que a menudo nos desencanta con la injusticia, Jesús pide que se instaure el Reino de Dios, el Reino de la justicia, el amor y la paz. Recoge en esta petición el tema clave de su mensaje, el Reino de Dios que se instaurará en la tierra como en el cielo.

Como tercer centro de interés de la oración, aparece la comunidad. Ese pequeño grupo de seguidores de Jesús que necesita, día tras día, el pan, el perdón, la ayuda de Dios para mantenerse firme. Peticiones que podemos hacer como individuos, pero que están concebidas por Jesús de forma comunitaria y así es como adquieren toda su riqueza. Cuando se recuerdan los fallos de los discípulos, su incapacidad de comprender el mensaje de Jesús, sus envidias y recelos, adquiere mayor sentido la petición de que "perdone nuestras ofensas". Y, sobre todo, pensando en la experiencia de la entrega de la propia vida por la causa de Jesús, se pide "no caer en la tentación" y "ser librado del Maligno".

La oración del Padrenuestro es una invitación para establecer con Dios-Padre una relación de confianza e intimidad desde una dimensión comunitaria (Padre nuestro) y en una disposición constante de perdón. Desde esta dimensión, los cristianos estamos llamados a construir espacios de oración que reflejen el compromiso de construir el Reino de Dios, donde Él es el Padre de todos, nosotros somos sus hijos y los hijos son hermanos que viven en comunidad y fraternidad.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-10. 2002

Después de haber establecido las diferencias entre la oración del cristiano y una oración de la dirigencia farisea, conforme al mismo criterio que rige para la limosna (que, luego se aplicará también al ayuno cristiano), las palabras de Jesús presentan el carácter distintivo de la plegaria frente a la práctica pagana y ofrece la forma de concreta de su realización.

En primer lugar se contrapone el “hablar mucho de los paganos” (v. 7) al conocimiento que Dios tiene de la necesidad de sus fieles “antes que se lo pidan”.

La multiplicación de palabras que buscan obtener los beneficios de un soberano omnipotente, “el cansar a los dioses” de los testimonios romanos de la misma época, no es el camino adecuado para la comunión con Dios. Con ellos se pretende normalmente conseguir lo que se pide y, por lo mismo, el ser humano se encierra en su propia voluntad.

El auténtico acercamiento a Dios sólo puede realizarse a partir de una relación filial de confianza con un Padre que conoce nuestras necesidades y desde este principio brota la enseñanza de la oración del Padre nuestro.

El carácter de esta oración expresa la relación de intimidad entre Dios que es ante todo Padre y la comunidad de hijos. Las primeras palabras de la invocación reflejan la voluntad de un crecimiento de intimidad entre el tú de Dios( Padre, tu nombre, tu Reino, tu voluntad) y el nosotros de la familia comunitaria (nuestro, da a nosotros, nuestro pan, nuestras deudas, nuestros deudores, no nos deje caer en la tentación, líbranos del mal).

Conforme a la introducción del v.7 se afirma la paternidad de Dios, su conocimiento de las necesidades familiares, la comunión de vida en el seno de la misma familia. Por ello la primera parte de la oración no se dirige a señalar el interés propio, ni siquiera el de la comunidad sino el interés del jefe de la familia a Quien nos sentimos profundamente unidos.

Tres peticiones expresarán este interés principal de la comunidad por la causa divina y conciernen al Nombre, al Reino, al querer divino.

La primera de ellas se formula mediante la búsqueda de la santificación del Nombre. El sentido de la petición debe ser comprendido desde el significado del Nombre en la mentalidad de Israel. Con el término se designa el ser mismo a quien se le atribuye, en este caso el ser de Dios. Este es concebido como trascendente, es un Dios “santo” pero cuya santidad se ha manifestado y, por consiguiente, se pide que Dios sea reconocido, que sus derechos sean aceptados en la humanidad.

Con esta primera petición se asocian las del v.10: Se trata del anhelo de que el Reino de Dios se manifieste plenamente en la historia humana y que esa manifestación se concrete en la realización de su voluntad en la tierra de los seres humanos.

Sólo desde esta centralidad de Dios en la existencia pueden adquirir sentido las necesidades propias de la comunidad. La necesidad del pan para todos, la creación de un ámbito de perdón y la fuerza necesaria para vencer el mal en la propia vida son intereses no solamente de la comunidad sino que son los mismos intereses de Dios.

Los intereses de Dios y de la comunidad ligada a su actuación es la preocupación fundamental que debe brotar en toda oración auténtica.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-11. Jueves 19 de junio de 2003
Romualdo

2 Cor 11, 1-11:Os anuncié de balde el Evangelio de Dios
Salmo: 110, 1-4.7-8
Mt 6, 7-15: Padre nuestro del cielo... llegue tu reinado

Tal vez hoy te haya extrañado hoy esta traducción del Padre nuestro tan distinta de la habitual que rezamos a diario. Y es que, sorprendentemente, la oración cristiana por excelencia está mal traducida del griego. Así de claro.

Padre nuestro del cielo, dice el texto griego, y nosotros rezamos “Padre nuestro que estás en el cielo”, alejando a Dios de los seres humanos; sin embargo cuando decimos “Padre nuestro del cielo” no indicamos la distancia, sino la trascendencia y la invisibilidad de un Dios, que se relaciona individual y comunitariamente con los seres humanos que, por ello, pasan a ser considerados hijos.

La expresión “santificado sea tu nombre” la hemos traducido por “proclámese ese nombre tuyo” teniendo en cuenta los lugares donde en la Biblia aparece esta expresión y el significado que allí tiene. Dios, de ahora en adelante, según Jesús, debe ser conocido como Padre, ésa es su naturaleza, esto es, su nombre, palabra que en hebreo designa a la persona según el aspecto que la caracteriza.

“Venga a nosotros tu reino”, rezamos, pero el texto griego habría que traducirlo por “llegue tu reinado”. Le pedimos a Dios que reine sobre nosotros: que comience ya su reinado.

Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. De esta frase hemos sacado la teoría de la “divina providencia” según la cual parece que “todo lo que sucede en el mundo es el resultado de una voluntad o deseo divino expreso”. Sin embargo hemos traducido: Realícese en la tierra tu designio del cielo”, esto es, que se cumpla el proyecto que Dios tiene (“tu designio del cielo”) sobre la humanidad, que no es otro sino que todos los seres humanos lleguen a ser hermanos e hijos suyos.

Danos hoy nuestro pan de cada día. En esta frase la traducción se separa más aún del original que dice: nuestro pan del mañana dánoslo hoy, esto es, que la unión, la amistad, y la alegría propia del banquete mesiánico anunciado para los últimos tiempos (nuestro pan del mañana, Mt 8,11)) se anticipen ya a la comunidad en la medida en que vive el amor y la fraternidad que se expresarían en ese banquete de los últimos tiempos, anticipado por la eucaristía.

Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. El texto griego no habla de ofensas, sino de “deudas”: “Perdónanos nuestras deudas, que también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. A Dios no se le puede ofender, pero la criatura tiene contraida con él una inmensa deuda de amor. Dios nos perdonará esta deuda en la medida en que nosotros amemos a nuestros hermanos. El perdón del Padre está condicionado al perdón mutuo. Quien se cierra al amor de los otros se cierra al amor de Dios que se manifiesta en el perdón. Los “deudores” incluye a los enemigos y perseguidores también.

No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Termina esta oración pidiendo que no “no nos dejes ceder a la tentación y líbranos del Malo”. La tentación no es una tentación cualquiera, sino que remite a las tentaciones de Jesús en el desierto, donde fue tentado por Satanás, llamado ahora “el Malo”: el ateísmo práctico (“Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”, Mt 4,3), el providencialismo que hace caer en la irresponsabilidad (“Si eres hijo de Dios, tírate abajo”,Mt 4,6) y, sobre todo, la de la gloria y el poder (“Te daré todo si te postras y me rindes homenaje”, Mt 4,8). No pedimos a Dios que no nos deje caer en cualquier tentación ni que nos libre de cualquier mal, sino que no nos deje ceder ante la triple tentación con la que tentó Satanás (el Malo) a Jesús.

Lamentable y triste que la única oración que Jesús enseñó a sus discípulos la recemos mal traducida.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-12. ACI DIGITAL 2003

8. Lo sabe ya el Padre: Es ésta una inmensa luz para la oración. ¡Cuán fácil y confiado no ha de volverse nuestro ruego, si creemos que El ya lo sabe, y que todo lo puede, y que quiere atendernos pues su amor está siempre vuelto hacia nosotros! (Cant. 7, 10), y esto aunque hayamos sido malos, según acabamos de verlo (5, 45 - 48). Es más aún: Jesús no tardará en revelarnos que el Padre nos lo dará todo por añadidura (v. 32 - 34) si buscamos su gloria como verdaderos hijos.

9. El Padre Nuestro es la oración modelo por ser la más sencilla fórmula para honrar a Dios y entrar en el plan divino, pidiéndole lo que El quiere que pidamos, que es siempre lo que más nos conviene. Véase Luc. 11, 2. Orar así es colocarse en estado de la más alta santidad y unión con el Padre, pues no podríamos pensar ni desear ni pedir nada más perfecto que lo dicho por Jesús. Claro está que todo se pierde si la intención del corazón - que exige atención de la mente - no acompaña a los labios. Véase 15, 8. Santificado, etc.: toda la devoción al Padre - que fue la gran devoción de Jesús en la tierra y sigue siéndolo en el cielo donde El ora constantemente al Padre (Hebr. 7, 25) - está en este anhelo de que el honor, la gratitud y la alabanza sean para ese divino Padre que nos dio su Hijo. Tu Nombre: en el Antiguo Testamento: Yahvé; en el Nuevo Testamento: Padre. Véase Juan 17, 6; cf. Ex. 3, 14; Luc. 1, 49.

10. No se trata como se ve, del Cielo adonde iremos, sino del Reino de Dios sobre la tierra, de modo que en ella sea obedecida plenamente la amorosa voluntad del Padre, tal como se la hace en el Cielo. ¿Cómo se cumplirá tan hermoso ideal? Jesús parece darnos la respuesta en la Parábola de la Cizaña (13, 24 - 30 y 36 - 43). Véase 24, 3 - 13; Luc. 18, 8; II Tes. 2, 3 ss.

11. Supersubstancial, esto es, sobrenatural. Así traducen San Cirilo y San Jerónimo. Sin embargo, hay muchos expositores antiguos y modernos que vierten: "cotidiano", o de "nuestra subsistencia", lo que a nuestro parecer no se compagina bien con el tenor de la Oración dominical, que es todo sobrenatural. Este modo de pedir lo espiritual antes de lo temporal coincide con la enseñanza final del Sermón (v. 33), según la cual hemos de buscar ante todo el reino de Dios, porque todo lo demás se nos da "por añadidura", es decir, sin necesidad de pedirlo.

12. Perdonamos: esto es declaramos estar perdonando desde este momento. No quiere decir que Dios nos perdone según nosotros solemos perdonar ordinariamente, pues entonces poco podríamos esperar por nuestra parte. El sentido es, pues: perdónanos como perdonemos, según se ve en el v. 14.

13. Aquí como en 5, 37, la expresión griega "Apó tu ponerú", semejante a la latina "a malo" y a la hebrea "min hará", parece referirse, como lo indica Joüon, antes que al mal en general al Maligno, o sea a Satanás, de quien viene la tentación mencionada en el mismo versículo. La peor tentación sería precisamente la de no perdonar, que S. Agustín llama horrenda, porque ella nos impediría ser perdonados, según vimos en el v. 12 y la confirman el 14 y el 15. Véase 18, 35; Marc. 11, 25; Juan 17, 15. Tentación (en griego peirasmós, de peirá, prueba o experiencia) puede traducirse también por prueba. Con lo cual queda claro el sentido: no nos pongas a prueba, porque desconfiamos de nosotros mismos y somos muy capaces de traicionarte. Este es el lenguaje de la verdadera humildad, lo opuesto a la presunción de Pedro. Véase Luc. 22, 33 (cf. Martini). Esto no quita que El pruebe nuestra fe (I Pedr. 1, 7) cuando así nos convenga (Sant. 1, 12) y en tal caso "fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados más allá de vuestras fuerzas" (I Cor. 10, 13).

14. ¡Es, pues, enorme la promesa que Jesús pone aquí en nuestras manos! ¡Imaginemos a un juez de la tierra que dijese otro tanto! Pero ¡ay! si no perdonamos, porque entonces nosotros mismos nos condenamos en esta oración (cf. 5, 43 - 48). Es decir, que si rezaran bien un solo Padrenuestro los que hacen las guerras, éstas serían imposibles. ¡Y aun se dice que estamos en la civilización cristiana!


3-13. DOMINICOS 2004

Elogiemos a las grandes personas

En vida no temió a nadie; nadie pudo sujetar su espíritu (Ecl)
Si en la sencillez de la vida perdonáis, sabed que vuestro Padre siempre os perdonará (Jesús)

La sabiduría de la Escritura Santa nos encarece, sobre todo en el Evangelio, que obremos con sencillez, en silencio, mirando a Dios, no a las vanidades humanas. Pero cuando esa misma Sabiduría canta la grandeza de algunas personas célebres parece olvidarse de la sencillez y prorrumpe en clamorosos gritos de exaltación. Le falta palabras. Eso acontece hoy en la primera lectura, tomada del Sirácida o libro del Eclesiástico. Sus palabras nos dejan entrever la enorme veneración que el pueblo de Israel tenía a su profeta Elías.

Sencillez y grandeza, humildad y clamor, porque la vida es contraste y tensión. ¿Imitemos también nosotros en nuestro siglo XXI esos gestos de alabanza o de reconocimiento con quienes se nos muestran como héroes en la misión, servicio, entrega a Dios y a los hermanos? Cuidemos la verdad. No sean nuestra gloria ni dediquemos nuestro canto a un puñado de ‘estrellas fugaces de pantalla televisiva’ sino a los misioneros, voluntarios, maestros de vida en el Espíritu que viven para los demás.



La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Lectura del libro del “Eclesiástico” 48, 1-15:
“En un momento de la historia], surgió Elías, un profeta como fuego. Sus palabras eran horno encendido. Él atrajo sobre los reinos [del Norte y Sur de Israel] el hambre, y con su celo diezmó la población. Por virtud de la palabra del Señor cerró los cielos, e hizo bajar fuego tres veces.

¡Qué terrible eras, Elías! ¿Quién se te comparará en gloria?... Dichoso quien te vea antes de morir, pero más dichoso tú, que vives.

Elías fue arrebatado en el torbellino y Eliseo recibió dos tercios de su espíritu. En vida hizo múltiples milagros y prodigios con solo decirlo; en vida no temió a nadie; nadie pudo sujetar su espíritu...; en la vida hizo maravillas, y en su muerte, obras asombrosas”

Evangelio según san Mateo 6, 7-15:
“En aquellos días dijo Jesús a sus discípulos:

Cuando recéis no uséis muchas palabras, como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis. Vosotros rezad así:

Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo;danos hoy el pan nuestro; perdona nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido; no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del maligno...”



Reflexión para este día
Participemos del espíritu de los profetas y santos.
Todos los que de algún modo viven con fogosidad su vida cristiana y eclesial se parecen a Elías en el ímpetu de su espíritu avasallador, y nos dan lecciones de generosidad y entrega. Si espiritualmente se encuentran con él en el Monte Tabor, rememorando la transfiguración del Señor, su deseo es transfigurarse en Él, con profundo olvido y desprecio de sí mismos.

Si se sumergen en la soledad de Monte Carmelo, contemplando al profeta que se debate con falsos profetas de Baal, quieren blandir la espada evangélica de amor y verdad a favor de los pobres, para colmarlos de paz y de justicia. Si se dirigen al Padre en la oración, parece que arden en fuego de fidelidad y que se consumen por el bien de los hermanos... ¿No está el mundo necesitado de santos, profetas, amigos de Dios?


3-14. CLARETIANOS 2004

Padre nuestro

“He aprendido a vivir cuando he aprendido a orar ” decía San Agustín. La oración es la verdadera protagonista de la historia, maestra de vida. Quien ora entra en el flujo de la historia guiada por Dios. Todo orante se hace parte de la historia de la salvación como hijo y como hermano. Se sitúa en la honda de las intenciones últimas de Dios, arquitecto y constructor de la historia. Quien reza el Padrenuestro no se convierte en un charlatán. Rezar el Padrenuestro, como nos ha enseñado Jesús, es una pedagogía que nos lleva a lo esencial, a poner a Dios en el primer lugar, sintiendo a los otros como hermanos. Por ello Jesús une ambas cosas cuando nos invita a rezar: Padrenuestro... La Iglesia jamás se ha cansado de obedecer al Maestro repitiendo varias veces todos los días: Padrenuestro...

Hay, sin embargo, algo que a veces no se hace bien. He observado en no pocas celebraciones, cómo el presidente, cuando invita a iniciar la oración dominical en la liturgia, él mismo se adelanta diciendo en voz alta las palabras “Padre nuestro...”, a la que se une la asamblea continuando: “...que estás en los cielos...” Nunca me ha gustado esta forma de proceder que impide pronunciar y oír juntos dos palabras claves. Dos palabras que, sin separarse jamás, deberían convertirse en oración incesante, en murmullo ininterrumpido, en perpetua toma de conciencia de nuestra condición de hijos y hermanos. Unas palabras que, con la fuerza de su divina erosión, nos transformara el alma: ¡Padre nuestro!

Recemos al Padre pidiéndole que Él se haga sentir en la historia y se muestre santo a todos–porque son muchos los que creen que no existe o le tienen miedo-. Supliquemos que los hombres tengamos experiencia de su Reino en medio de nosotros y que nos decidamos de una vez por todas a cumplir sobre la tierra “su voluntad”. La voluntad de Dios es la comunión, el empeño por hacernos hermanos de los demás.

Todo esto no es fácil cuando el egoísmo manda. Por eso elevemos otra súplica: “Danos hoy el pan nuestro de cada día”; esto es, que haya pan para todos, que los hombres no impidamos que el pan llegue a la mesa de los pobres. Y añadimos: “Perdona nuestras deudas, como nosotros también las perdonamos...”: Porque ser comensales es, ante todo, obra de reconciliación. Sólo cuando nos hayamos reconciliado, todos nos sentiremos plenamente en casa. Y así Dios nos ayudará a no caer en las tentaciones. Dios no nos induce a ninguno a la tentación. Es Él quien, por el contrario, nos libra del mal, de ese mal que nos enfrenta a unos contra otros y nos convierte en hermanos separados. Un mal que proviene de aquel que siembra la discordia en el mundo, del Maligno. Por eso, rezamos con fuerza la última petición que nos propone Jesús.

La reconciliación es, pues, condición inaplazable para que la oración que Jesús nos enseña suene como verdadera y sincera en nuestros labios. Seamos hermanos y elevemos a Dios como Padre. Es absurdo que lo hagamos en la discordia. Por eso, aprender a rezar el Padrenuestro es aprender a vivir.

Juan Carlos Martos
(martoscmf@claret.org)


3-15.

Comentario: Rev. D. Joan Marqués i Suriñach (Vilamarí-Girona, España)

«Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial»

Hoy, Jesús nos propone un ideal grande y difícil: el perdón de las ofensas. Y establece una medida muy razonable: la nuestra: «Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,14-15). En otro lugar había mostrado la regla de oro de la convivencia humana: «Tratad a los demás como queráis que ellos os traten a vosotros» (Mt 7,12).

Queremos que Dios nos perdone y que los demás también lo hagan; pero nosotros nos resistimos a hacerlo. Cuesta pedir perdón; pero darlo todavía cuesta más. Si fuéramos humildes de veras, no nos sería tan difícil; pero el orgullo nos lo hace trabajoso. Por eso podemos establecer la siguiente ecuación: a mayor humildad, mayor facilidad; a mayor orgullo, mayor dificultad. Esto te dará una pista para conocer tu grado de humildad.

Acabada la guerra civil española (año 1939), unos sacerdotes excautivos celebraron una misa de acción de gracias en la iglesia de Els Omells. El celebrante, tras las palabras del Padrenuestro «perdona nuestras ofensas», se quedó parado y no podía continuar. No se veía con ánimos de perdonar a quienes les habían hecho padecer tanto allí mismo en un campo de trabajos forzados. Pasados unos instantes, en medio de un silencio que se podía cortar, retomó la oración: «así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Después se preguntaron cuál había sido la mejor homilía. Todos estuvieron de acuerdo: la del silencio del celebrante cuando rezaba el Padrenuestro. Cuesta, pero es posible con la ayuda del Señor.

Además, el perdón que Dios nos da es total, llega hasta el olvido. Marginamos muy pronto los favores, pero las ofensas... Si los matrimonios las supieran olvidar, se evitarían y se podrían solucionar muchos dramas familiares.

Que la Madre de misericordia nos ayude a comprender a los otros y a perdonarlos generosamente.


3-16.

Reflexión

Quisiera hoy centrar nuestra reflexión sobre el perdón. Ante todo debemos entender que el perdón no es un sentimiento, sino ante todo: UN ACTO DE LA VOLUNTAD. Cuando una persona nos ofende se crea en nosotros un "sentimiento" (generalmente de resentimiento pudiendo incluso llegar al odio) del cual, de manera ordinaria, no podemos tener control pues responde a una acción que toca un área "espiritual" (lo mismo podemos decir para el amor, la envidia, etc.). Este sentimiento se incrementará con la repetición de acciones semejantes a las que lo crearon y/o reaccionando de acuerdo al "impulso" natural de este sentimiento (en este caso sería la agresión); disminuirá, pudiendo llegar a desaparecer, con una respuesta contraria a la que el sentimiento genera. Perdonar es la decisión que el hombre toma de no reaccionar de acuerdo al sentimiento, sino por el contrario, buscar la acción que pueda ayudar a que esta desaparezca como puede ser una sonrisa, el servicio, la cortesía, etc.. Por ello el perdón exige renuncia… renuncia a nosotros mismos, a nuestro afán de venganza, a actuar conforme a nuestra pasión. En pocas palabras, perdonar es devolver bien a cambio de mal. Solo si nosotros perdonamos, no solo tendremos también el perdón de Dios, sino que experimentaremos la verdadera alegría de amar. NO es fácil… pero todo es posible con la gracia de Dios.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-17. 2004. Comentarios Servicio Bíblico Latinoamericano

En el evangelio continúa la catequesis sobre la oración cristiana, esta vez contraponiéndola a una concepción casi mágica de la oración tal como se practicaba en ambientes paganos: “Y al orar no hablen mucho como hacen los paganos, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados” (v. 7). Aquí no se critica simplemente la inútil repetición de las fórmulas de oración (Eclo 7,14: “No hables mucho en la asamblea de los ancianos, en tu oración no multipliques las palabras”), sino la instrumentalización de Dios, que queda reducido a un poder que se doblega a los propios deseos del ser humano a fuerza de repetir en modo exasperante unas fórmulas precisas.

En este texto el evangelio critica una concepción de la oración considerada como “instrumento” que infaliblemente obtiene algo. El antídoto contra esta este tipo de oración es la confianza: “No sean como ellos, pues su Padre ya sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan” (v. 8). La oración es ante todo abandono en Dios y no un simple medio para conseguir algo. La verdad de la oración se mide con el grado de confianza en Dios reconocido como Padre.

En este momento Jesús enseña a sus discípulos la oración del Padrenuestro. La invocación inicial “Padre nuestro” da el tono a toda la oración y sintetiza su contenido. Dios es invocado como Padre, traducción del original arameo Abbá usado por Jesús. Uno de los datos más significativos acerca de la relación de Jesús con Dios es su forma familiar, cariñosa e íntima, de dirigirse a él. Jesús lo llama Abbá, una palabra aramea conservada en los evangelios en la narración de la oración de Jesús en el huerto (Mc 14,36) y que representa toda una novedad frente a la forma normal de invocar a Dios en el judaísmo contemporáneo.

La palabra Abbá pertenece a las expresiones familiares del niño, como nuestro término “papá”. La fe cristiana ha interpretado la invocación Abbá de Jesús como la expresión de su íntima comunión con Dios y de su singular conciencia de filiación. Jesús es el primero que vive esta experiencia, de forma única y particularísima, pero también todo aquel que acepta el don del Reino y se abre al Padre aceptando la palabra de Jesús, puede comenzar a vivir esta nueva relación y llamar a Dios con el término Abbá. De esto da testimonio la práctica de la iglesia primitiva que invocó a Dios como Abbá, tal como lo confirma Pablo en Gál 4,6 y Rom 8,15.

El nombre “Padre” es calificado luego en dos modos. Es Padre “nuestro” y “está en los cielos”. Mientras el adjetivo posesivo “nuestro” expresa la conciencia de la relación filial comunitaria de los discípulos, que invocan a Dios con el mismo término con que lo hacía Jesús (“Padre”), la fórmula “que estás en los cielos” subraya la trascendencia y el señorío universal de Dios.

El resto de la oración del Padrenuestro tiene dos partes. En la primera parte, el discípulo mira hacia Dios, preocupado por la realización de su designio salvador, por el Reino y la realización de la voluntad divina (“santificado sea tu Nombre”, “venga tu Reino”, “hágase tu voluntad); en la segunda, mira la propia condición humana y abraza con su oración su entero devenir histórico, su presente (“danos cada día el pan que necesitamos”), su pasado (“perdónanos nuestros pecados...”), y su futuro (“no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”). La oración enseñada por Jesús a sus discípulos es escatológica e histórica, es oración contemplativa que desea y acoge el Reino, al mismo tiempo es la oración de los peregrinos que caminan en la historia sin haber llegado todavía a la meta.


3-18.

Nuestro deseo de controlar, inclusive a Dios, no nos hace experimentar la libertad que se nos ha regalado a través de la oración del Padre Nuestro. Queremos tener tan controlada nuestra vida y la de los demás que nos llenamos de ansiedad cuando se nos escapan de nuestras manos aquellas cosas que creemos que deberíamos ir teniendo en tal momento o en tal tiempo.

Hacemos la famosa lista de las cosas que queremos, las presentamos a Dios, pero, curiosamente la vivimos chequeando para ver si estás han sido cumplidas y nos olvidamos que es Dios quien conoce lo que nosotros verdaderamente necesitamos y lo dará en el tiempo que Él considere que nosotros sabremos apreciarlo, valorarlo, pero que sobre todo nos hará libres. Entonces, la gran pregunta del día de hoy es ¿por qué me preocupo si Dios conoce todas mis necesidades? Busquemos a la luz de su Espíritu Santo la respuesta y en oración presentémosla a Él.

Dios nos bendice,

Miosotis


3-19. Dios sabe lo que necesitamos

Fuente: Catholic.net
Autor: Carlos Llaca

Reflexión

Jesús, cuando enseña el Padre Nuestro a sus discípulos, y a nosotros a través de ellos, nos da la pauta y el camino para que nuestra oración sea escuchada por Dios: “No charléis mucho con los gentiles que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados…”

Quiere decir que la oración que elevemos a Dios tiene que ser sencilla, hecha con el corazón, pensando en Dios y sus intereses, no en nosotros mismos.

Por ejemplo, Es diferente orar pidiendo que me vaya bien en los negocios, aunque haya que pasar por encima de mi prójimo, a decirle a Dios en la oración que me dé la fuerza para superar esa actitud de odio o disgusto contra el tipo que ayer me gritó en la tienda cuando fui a comprar algo de despensa.

En el primer ejemplo la petición está hecha en base a mis propios intereses y nada más. En el segundo, en cambio, la petición es justa porque se quiere superar un defecto propio por amor a Dios y el prójimo y no por amor a mí mismo ni mis cosas.

Ahora, Dios es infinitamente misericordioso. Pero también infinitamente justo. Por eso Jesús nos advierte que cuando queramos ser perdonados tenemos que perdonar a los que nos ofenden, si es que queremos ser perdonados por Dios. Cada vez que vamos al confesionario le pedimos perdón a Dios por haberle ofendido en la persona de nuestro hermano. Y nos lo da. ¿Es que acaso no vamos a perdonar las ofensas que recibimos siendo nosotros perdonados por lo que hacemos contra Dios, que siempre es más grave? ¿Es justo que seamos siempre perdonados sin nosotros perdonar ni una vez?

Por tanto, vivamos hoy y siempre coherentemente con Dios y nuestros hermanos en Cristo.


3-20. 2004

LECTURAS: ECLO 48, 1-15; SAL 96; MT 6, 7-15

Eclo. 48, 1-15. La presencia del Espíritu Santo en nosotros es para que proclamemos siempre, con nuevo ardor, el Evangelio de la Gracia. El fuego de Dios, manifestado en los profetas, y sobre todo en Cristo Jesús, nos purifica de nuestros pecados, para que nos presentemos ante Dios, santos, como Él es Santo. Pero al mismo tiempo ese Fuego, Espíritu de Dios, calienta nuestra frialdad, aviva el fuego del Amor Divino en nosotros y el Espíritu Santo se convierte en Huésped nuestro. Quienes hemos recibido el Don del Espíritu Santo, no hemos sido enviados a juzgar ni a condenar a los demás, sino a salvarlos, sabiendo que Dios ama a todos, y a todos dirige su llamado a la santidad. Por eso nosotros, Iglesia de Cristo, no podemos pasarnos la vida anatemizando a los demás, sino buscando, por todos los medios, que todo retorne a Cristo Jesús.

Sal. 96. Delante del Señor avanza fuego, abrazando en torno a los enemigos. Dios nos quiere en su presencia libres de todo pecado. Él envió a su propio Hijo para perdonarnos nuestras ofensas. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Su iglesia, convertida en su signo profético, va con el fuego purificador del Amor, que procede de Dios, a trabajar incansablemente hasta lograr que todo quede restaurado en Cristo Jesús. Así, como apóstoles suyos, anunciamos el Evangelio y preparamos el camino al Señor, para que los corazones estén bien dispuestos a recibirlo y a dejarse conducir por Él hasta lograr la eterna Bienaventuranza.

Mt. 6, 7-15. Habiendo sido bautizados; habiéndosenos participado del mismo Espíritu que reposa sobre Jesús, en Él no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos en verdad. La prueba del amor que Dios nos tiene es el perdón que nos da cuando, humillados y arrepentidos, volvemos a Él con un corazón sincero. Entonces conocemos el amor de Dios, que jamás se ha olvidado de nosotros, ni de que es nuestro Padre. El experimentar a Dios nos debe llevar a amar y a perdonar a nuestro prójimo en la misma medida de amor y perdón con que nosotros hemos sido amados y perdonados por el Señor. Por eso el Padre nuestro no sólo es un resumen de lo que hemos de desear y amar, sino que es un compromiso de totalidad en nuestro ser de hijos de Dios, y en nuestro ser de hermanos de nuestro prójimo, con quien tenemos un Padre común, a quien santificamos en la fidelidad a su voluntad. Junto con nuestro prójimo también trabajamos por el Reino de Dios y le participamos de nuestro Pan de cada día, le sabemos perdonar y juntos disfrutamos de la Victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Ojalá y no sólo recitemos, sino que vivamos, con gran amor, el Padre nuestro.

Nuestro Dios y Padre nos reúne, en esta Eucaristía, en torno a su Hijo, por quien y en quien hemos sido hechos hijos suyos. Dios quiere que, revestidos de su propio Hijo, vayamos con el fuego de su Espíritu Santo a dar testimonio de su amor a nuestros hermanos. Él nos da ejemplo de un amor siempre misericordioso hacia nosotros. Creer en Él nos lleva a aceptar el ser amados, perdonados, santificados y salvados por Él. Por eso no podemos considerar la Eucaristía sólo como un acto de culto a Dios, sino como la aceptación de la vida de Dios en nosotros, entrando, mediante ella, en una auténtica comunión de vida con el Señor para ser, en Él, hijos amados del Padre.

No sólo hemos de experimentar el amor que Dios nos tiene. No sólo hemos de alegrarnos por pertenecer a su Reino. No sólo hemos de disfrutar el pan de cada día. No sólo hemos de sentir la paz interior porque el Señor nos ha perdonado, y se ha convertido en nuestro poderoso protector. Quienes tenemos a Dios por Padre, hemos sido enviados como un signo claro y creíble de su amor y de su misericordia para nuestros hermanos. Quien viva envuelto en el egoísmo, quien haya centrado su corazón en lo pasajero, quien se olvide de amar y sólo siga sus caprichos e inclinaciones, quien no sepa perdonar, quien sea ocasión de escándalo para su prójimo, quien induzca a otros al pecado, por más que recite con los labios la oración que el Señor nos enseñó, será un parlanchín, un mentiroso, un hipócrita. Si queremos colaborar en la construcción del Reino de Dios entre nosotros, si queremos una sociedad más sana, si queremos una Iglesia apostólica y convertida en testigo fiel del Señor, vivamos a plenitud el Padre nuestro.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de no sólo llamarnos, sino ser en verdad y con las obras, hijos de Dios en Cristo Jesús. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-21. Fray Nelson Jueves 16 de Junio de 2005
Temas de las lecturas: Les anuncié gratis el Evangelio de Dios * Ustedes recen así.

1. Los "super-apóstoles"
1.1 Entre las varias dificultades que encontró Pablo con la comunidad de Corinto una fue tener que entrar en competencia con otros predicadores y con otras ofertas, a veces de corte próximo al cristianismo.

1.2 Era una situación esperable, dada la tremenda afición de aquellos griegos para estar pendientes de novedades, curiosidades y todo tipo de historias con tal de que fueran amables al oído.

1.3 Esta propensión a lo curioso y al último chisme hacía de los corintios presa fácil de un amplio espectro de embaucadores y fantoches que, para ganarse discípulos, se jactaban de su ciencia profunda y de sus poderes maravillosos.

1.4 Pablo entonces acepta el juego, pero le da la vuelta. Su "ciencia" es ante todo la de la Cruz, donde nada parece comprensible ni amable a nuestra inteligencia; sus "poderes" son especialmente sus dolores y padecimientos por razón de amor a Dios y a los discípulos.

1.5 Y así, con un toque de ironía, nos ha dejado un retrato conmovedor de sus sufrimientos en la causa del Evangelio. Un ejemplo, que más allá de las frivolidades corintias, es espejo de cuánto puede el amor en un genuino servidor de Cristo.

2. La Oración del Señor
2.1 ¡Hoy nos ha correspondido el evangelio del Padre Nuestro! Ocasión preciosa para repasar la presentación que de esta plegaria nos hace el Catecismo de Juan Pablo II. El gran punto de partida es que se trata de la oración "dominical", expresión tomada del latín y que significa: "del Señor".

2.2 Transcribimos apartes de los números 2762 a 2772. Conservamos aquí sin embargo nuestra propia numeración.

3. Corazón de las Sagradas Escrituras
3.1 Después de haber expuesto cómo los salmos son el alimento principal de la oración cristiana y confluyen en las peticiones del Padre Nuestro, San Agustín concluye: "Recorred todas las oraciones que hay en las Escrituras, y no creo que podáis encontrar algo que no esté incluido en la oración dominical" (ep. 130, 12, 22).

3.2 Toda la Escritura (la Ley, los Profetas, y los Salmos) se cumplen en Cristo (cf Lc 24, 44). El evangelio es esta "Buena Nueva". Su primer anuncio está resumido por San Mateo en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5-7). Pues bien, la oración del Padre Nuestro está en el centro de este anuncio. En este contexto se aclara cada una de las peticiones de la oración que nos dio el Señor:

3.3 La oración dominical es la más perfecta de las oraciones... En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también forma toda nuestra afectividad. (Santo Tomás de A., s. th. 2-2. 83, 9).

3.4 El Sermón de la Montaña es doctrina de vida, la oración dominical es plegaria, pero en uno y otra el Espíritu del Señor da forma nueva a nuestros deseos, esos movimientos interiores que animan nuestra vida. Jesús nos enseña esta vida nueva por medio de sus palabras y nos enseña a pedirla por medio de la oración. De la rectitud de nuestra oración dependerá la de nuestra vida en El.

4. "La oración del Señor"
4.1 La expresión tradicional "Oración dominical" [es decir, "oración del Señor"] significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor Jesús. Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es "del Señor". Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado (cf Jn 17, 7): él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración.

4.2 Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico (cf Mt 6, 7; 1 R 18, 26-29). Como en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. Jesús no sólo nos enseña las palabras de la oración filial, sino que nos da también el Espíritu por el que éstas se hacen en nosotros "espíritu y vida" (Jn 6, 63). Más todavía: la prueba y la posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre "ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: '¡Abbá, Padre!'" (Ga 4, 6). Ya que nuestra oración interpreta nuestros deseos ante Dios, es también "el que escruta los corazones", el Padre, quien "conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión en favor de los santos es según Dios" (Rm 8, 27). La oración al Padre se inserta en la misión misteriosa del Hijo y del Espíritu.

5. Oración de la Iglesia
5.1 Este don indisociable de las palabras del Señor y del Espíritu Santo que les da vida en el corazón de los creyentes ha sido recibido y vivido por la Iglesia desde los comienzos. Las primeras comunidades recitan la Oración del Señor "tres veces al día" (Didaché 8, 3), en lugar de las "Dieciocho bendiciones" de la piedad judía.

5.2 Según la Tradición apostólica, la Oración del Señor está arraigada esencialmente en la oración litúrgica.

5.3 El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque él no dice "Padre mío" que estás en el cielo, sino "Padre nuestro", a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt. 19, 4).

5.4 En todas las tradiciones litúrgicas, la Oración del Señor es parte integrante de las principales Horas del Oficio divino. Este carácter eclesial aparece con evidencia sobre todo en los tres sacramentos de la iniciación cristiana:

5.5 En el Bautismo y la Confirmación, la entrega ["traditio"] de la Oración del Señor significa el nuevo nacimiento a la vida divina. Como la oración cristiana es hablar con Dios con la misma Palabra de Dios, "los que son engendrados de nuevo por la Palabra del Dios vivo" (1 P 1, 23) aprenden a invocar a su Padre con la única Palabra que él escucha siempre. Y pueden hacerlo de ahora en adelante porque el Sello de la Unción del Espíritu Santo ha sido grabado indeleble en sus corazones, sus oídos, sus labios, en todo su ser filial. Por eso, la mayor parte de los comentarios patrísticos del Padre Nuestro están dirigidos a los catecúmenos y a los neófitos. Cuando la Iglesia reza la Oración del Señor, es siempre el Pueblo de los "neófitos" el que ora y obtiene misericordia (cf 1 P 2, 1-10).

5.6 En la Liturgia eucarística, la Oración del Señor aparece como la oración de toda la Iglesia. Allí se revela su sentido pleno y su eficacia. Situada entre la Anáfora (Oración eucarística) y la liturgia de la Comunión, recapitula por una parte todas las peticiones e intercesiones expresadas en el movimiento de la epíclesis, y, por otra parte, llama a la puerta del Festín del Reino que la comunión sacramental va a anticipar.

5.7 En la Eucaristía, la Oración del Señor manifiesta también el carácter escatológico de sus peticiones. Es la oración propia de los "últimos tiempos", tiempos de salvación que han comenzado con la efusión del Espíritu Santo y que terminarán con la Vuelta del Señor. Las peticiones al Padre, a diferencia de las oraciones de la Antigua Alianza, se apoyan en el misterio de salvación ya realizado, de una vez por todas, en Cristo crucificado y resucitado.

5.8 De esta fe inquebrantable brota la esperanza que suscita cada una de las siete peticiones. Estas expresan los gemidos del tiempo presente, este tiempo de paciencia y de espera durante el cual "aún no se ha manifestado lo que seremos" (1 Jn 3, 2; cf Col. 3, 4). La Eucaristía y el Padrenuestro están orientados hacia la venida del Señor, "¡hasta que venga!" (1 Co. 11, 26).