SÁBADO DE LA SEMANA 10ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- 2Co 5, 14-21

1-1.

Este pasaje es, sin duda, el más importante de la larga apología del ministerio apostólico a la que Pablo consagra los primeros capítulos de la segunda carta a los corintios. Coinciden aquí dos temas importantes: la incidencia del amor en el ministerio y el contenido del Evangelio.

A) La urgencia de la caridad de Cristo (v. 14) es el arranque del ministerio de Pablo. Se trata tanto del amor que Cristo le tiene como del amor que Pablo, en correspondencia, tiene a Cristo.

Visto desde el lado del apóstol, ese amor no tiene nada de sentimental: procede de un juicio bien meditado ("del pensamiento", v. 14): primero ha tenido que comprender el amor de Cristo que muere por todos en la cruz (v. 15), pero una vez hecho ese descubrimiento, ya no ha podido resistir la "urgencia" del amor que le empuja a consagrar su vida a Cristo (v. 15b).

Esta "urgencia" no destruye la libertad, porque el apóstol se ha tomado su tiempo para juzgar. Constituye una facultad nueva en el hombre (vv. 16-17), que ya no le permite obrar con las reticencias y los cálculos de la "carne", sino como "criatura nueva". Es fervor y dinamismo que la carne no puede controlar (Col 3, 14); tiene sabor a sacrificio, a semejanza de la cruz (v. 15); finalmente, unifica y equilibra toda una vida ("sunehó" tiene este sentido en los escritos filosóficos contemporáneos).

b) La forma concreta adoptada por Pablo para corresponder al amor de Cristo ha sido la de consagrarse a "la embajada" de la reconciliación (vv. 18, 20). Es esta una idea muy del gusto de San Pablo cuando define la obra redentora de la cruz (Rom 5, 10-11; Col 1, 20-22; Ef 2, 16), que es también muy importante para la teología moderna, pues ofrece la ventaja de presentar la doctrina de la redención en términos de relaciones interpersonales entre Dios y el hombre. Pero hay que cuidarse mucho de no entenderla más que en sentido psicológico. Pablo se cuida mucho de hacerlo: Dios no cambia de parecer: no se reconcilia con el mundo, sino que reconcilia al mundo consigo (v.18). De igual modo, el ministerio de Pablo cerca de los hombres no consiste tan solo en reconciliarlos con Dios (v. 20), sino, sobre todo, en proclamar que se ha realizado la reconciliación (Rom 5, 10-11). Dios ha modificado el estado de la humanidad respecto a El, se ha modificado la relación. En este sentido, se trata realmente de una nueva creación (v. 17).

Se trata de un concepto bastante original. La oración judía pedía ya a Dios la reconciliación (2 Mac 1, 5; 7, 33; 8, 29), pero pedía que Dios "se" reconcilie, modifique sus sentimientos. La trascendencia divina queda mejor garantizada por San Pablo, para quien Dios no cambia sus sentimientos respecto al mundo, sino que modifica el estado de este último respecto a El.

Pero se necesita que ese cambio quede integrado en la vida de cada uno mediante una conversión personal: esta es la tarea encomendada al ministerio apostólico; después de haber revelado al hombre que su situación ante Dios ha cambiado, el apóstol le invitará a modificar sus sentimientos en función de la nueva situación creada. El término mismo de embajada (v. 20) empleado por Pablo para definir su ministerio supone un contexto de final de guerra y de restablecimiento de relaciones normales (cf. Lc 14, 32).

c) La reconciliación es el fruto de la muerte de Cristo considerada, sobre todo, en su aspecto sacrificial (v. 21; cf. Rom 5, 9-10; Col 1, 20-21; Ef 2, 16). Ya en los más antiguos textos del Nuevo Testamento la muerte de Cristo ha revestido este aspecto sacrificial: sacrificio de la alianza nueva (1 Cor 11, 25; Mt 26, 28; Heb 10, 29), del Cordero pascual (1 Cor 5, 7), del Siervo doliente (Is 53, 12 en Rom 4, 25; 8, 32; Gál 2, 20).

Pero es la primera vez que esa muerte es comparada con el "sacrificio por el pecado", en el que la sangre de la víctima tenía valor expiatorio (Lev 4-5; 6, 17-22; 10, 16-19; 16; cf. Heb 9, 22). Así se explica la frecuencia de las palabras sangre y pecado en los pasajes en que Pablo habla de la reconciliación. No se trata, sin embargo, de una concepción sanguinolenta de la obra de Cristo, sino de una forma de afirmar su trascendencia ritual: la reconciliación se realiza en una acto litúrgico que sustituye definitivamente a la economía del templo.

La Eucaristía es el punto en donde la embajada de la reconciliación realiza su misión (liturgia de la Palabra), el punto en que la reconciliación del mundo con Dios está incluida en el memorial de la cruz, el punto, en fin, en que cada uno de los participantes se apropia, a través de una aceptación significada, en la comunión, la reconciliación operada en beneficio de todos.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VI
MAROVA MADRID 1969.Pág. 52


1-2.

Hoy leemos un texto ardiente como lava en fusión. Pablo nos confía su secreto: por qué vive. Su tarea de apóstol es exaltante: construir un mundo nuevo con Dios. Bastaría leer lentamente cada una de esas frases y dejar que resonasen en nosotros.

-Hermanos, el amor de Cristo nos apremia, cuando pensamos que uno solo murió por todos.

Todo empieza y termina aquí: amar a alguien, amar apasionadamente a Cristo. La imagen es fuerte: Pablo se acuerda a menudo del camino de Damasco, donde fue literalmente «atrapado».

¡Cuán lejos estoy, yo, de esta pasión! ¡Cuán fría es mi fe! ¡Haznos descubrirte, Señor! ¡Apodérate de nosotros! Que comprenda al fin que «has muerto por mí», que has «dado tu vida» porque nos amas.

-Cristo murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven sino para aquel que murió y resucitó por ellos.

Estas palabras han sido incluidas en una de las nuevas «plegarias eucarísticas» de la misa. Es una de las verdades esenciales de nuestra Fe. Es uno de los sentidos esenciales de la misa y cada vez, una de sus funciones en nosotros.

El hombre no es un ser para vivir «para sí»... el hombre es un ser «para los demás». Así lo hizo Cristo. Muerto por amor. Muerto para todos. Cristo murió para liberarnos de «vivir para nosotros mismos»: para que «no vivan para sí los que viven»... a fin de permitirnos que nosotros amemos así y entreguemos nuestra vida.

¿Qué haré HOY en ese sentido?

El hombre no fue hecho solamente para amar a sus hermanos de la tierra, fue hecho también para amar a Dios, para amar «a aquel que murió y resucitó por él».

¿Has muerto por mí, Señor? ¿Cómo permanecería yo indiferente?

-En adelante, no conocemos ya a nadie de una manera exclusivamente humana.

El texto griego dice: «no conocemos ya a nadie según la carne».

«La carne», para Pablo, es «el hombre-sin-Dios», el hombre encerrado en su humanidad, el hombre encarcelado, seccionado de Dios. Dicho de otro modo, para nosotros cristianos todo ha cambiado en nuestras relaciones con los demás: no conocemos ya a nadie como si Dios no existiera... los vínculos humanos son diferentes, ya no son dictados solamente «según la carne». Adoptando el corazón infinito de Dios, se establece un nuevo estilo de relaciones. Conocen a los demás «a la manera de Dios». Amar como El.

-Si alguien está "en Cristo Jesús", es una nueva criatura. El mundo viejo pasó, un mundo nuevo ha nacido ya.

Es mejor no comentar, sino saborear: repetir esas palabras divinas. Todo es nuevo. Dios rejuvenece todas las cosas, lo renueva todo. Gracias.

Se tiene la impresión de que san Pablo es consciente de estar participando en el «alba de un mundo nuevo»: es una nueva creación del hombre, ¡como si Dios creara de nuevo al hombre ! Y el apóstol trabaja con Dios en esa re-«creación». Desde mi lugar, ¿participaré también en ella?

-Todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo, y nos confió el ministerio de trabajar para esa reconciliación.

Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo. Somos pues embajadores de Cristo, como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros diciendo: dejaos reconciliar con Dios.

Creación nueva. Alianza nueva. Reconciliación universal. Amor. ¡Ah Señor, queda mucho trabajo a hacer en el taller del mundo! ¡Cuántos seres destrozados, cuántas rupturas, cuántas relaciones insatisfactorias, cuántas «reconciliaciones» a llevar a cabo: de hombre a hombre, de grupo a grupo... y de hombre a Dios!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 126 s.


2.- 1R 19, 16.19-21 

2-1.

Ver DOMINGO 13C


2-2.

La vida y las palabras de los profetas están llenas de símbolos. Elías habla tanto por medio de "gestos" y de «hechos» como por sus palabras. El mundo moderno, como todo siglo vuelve a descubrir la fuerza de los medios audio-visuales, de las imágenes y de los sonidos. No despreciemos pues las «imágenes vivientes» que esos relatos primitivos nos ofrecen. Dejemos que las capte nuestra imaginación para descubrir la significación «interior» que contienen.

-Cuando Elías bajó del monte encontró a Elíseo, hijo de Safat, que estaba arando. Había delante de él doce yuntas y el estaba con la duodécima.

Asistiremos ahora a una vocación.

Eliseo es el hombre que va a ser consagrado como profeta, sucesor de Elías. Es un hombre corriente que está en su labor. Es sencillamente un agricultor.

El Señor viene también a nosotros a «llamarnos» en el centro mismo de nuestro trabajo cotidiano.

-Elías pasó junto a él y le echó su manto encima.

Es un signo de toma de posesión.

Es un gesto que se encuentra a menudo en la Biblia. (Ezequiel, 16-8; Rut, 3-9; Deuteronomio, 23-1)

En efecto, también HOY por la llamada de un hombre se deja oír la voz de Dios. Un sacerdote. Un amigo. Una religiosa. Un padre. Una madre. Un hermano. Una hermana.

¿Somos suficientemente sensibles a las llamadas de Dios para llegar a ser capaces de hacerlas sonar en los demás? Con humildad. Con discreción. Pero con la fuerza de Dios.

-Entonces Eliseo dejó sus bueyes y dijo: «Déjame ir a besar a mi padre y a mi madre.»

Está decidido a seguir a Elías. Pero su renuncia no es total. Tiene un sentimiento muy natural e infinitamente respetable.

-Elías respondió: "Anda ¡vuélvete allá! Pues ¿qué te he hecho?"

Como si dijera: si es así, no vengas... ¡yo no te he llamado! También Jesús insistirá en que el discípulo «no mire hacia atrás» (Lucas 9 59). La vocación tiene un carácter de absoluto que a algunos parece demasiado intransigente.

Así ocurre en la vocación sacerdotal y religiosa. Así ocurre, guardadas todas las proporciones, en la vocación cristiana: seguir a Dios no se hace sin ciertas rupturas, sin ciertas renuncias... «quien quiera venir en pos de mí, que tome su cruz y que me siga». Don total.

-Entonces Eliseo tomó el par de bueyes para sacrificarlos, asó su carne con el yugo de los bueyes... luego se fue tras de Elías y entró a su servicio. Imagen viva y penetrante. El labriego que quema su instrumento de trabajo para no volver atrás. Jesús pidió el mismo gesto a esos pescadores de la orilla del lago, quienes dejaron sus redes y sus barcas...

¡Abandonar el oficio y las riquezas es un duro sacrificio! Se pide eso a algunos, por el «reino de Dios». A los que han aceptado esta exigencia y la han comprendido libremente, Jesús propone a cambio una «vida de amistad con El»: «no os llamaré ya siervos, sino amigos» (Juan 15, 15)

Comprometerme en la misión, en el servicio de Dios y de mis hermanos.

¡Comprometerme totalmente, en cuerpo y bienes! Cortar las amarras. Quemar el yugo -o las naves- para no tener ya la tentación de volver atrás.

Donación a Dios, sin retorno.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 126 s.


3.- Mt 5, 33-37

3-1.

Tercera antítesis del sermón de la montaña relativa a la ley del juramento (vv. 33-37) y a la del talión (vv. 38-42).

El juramento es la prueba de la mentira, porque si no existiera la mentira, no habría necesidad alguna de acudir al juramento y el sí seria sí y el no sería no (v. 37). El Antiguo Testamento luchó contra la mentira legislando sobre el juramento y prohibiendo la mentira, al menos en este caso (v. 33; cf. Ex 20, 7; Núm. 20, 3). Pero prohibir la mentira en el juramento es reconocer y tolerar su existencia fuera de él. Cristo va más allá que la ley judía cuando prohíbe la mentira en todas las circunstancias, haciendo así inútil el juramento.

En realidad, el juramento sacraliza la palabra humana relacionándola con un poder exterior, en la mayoría de los casos divino. Cuando recomienda la renuncia al juramento, Cristo rechaza esa alienación de la palabra humana; esta última dispone de suficientes medios -en particular la lealtad y la objetividad- para valorizarse así misma sin tener que someterse a tutelas exteriores. Y si Dios está presente en la palabra humana, no lo es tanto por la invocación de su nombre como por la fuente misma de las sinceridad del hombre. Cristo no quiere un hombre esclavizado; le quiere erguido y fiel a sí mismo.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VI
MAROVA MADRID 1969.Pág. 55


3-2.

-También habéis oído que se mandó a los antiguos... Pues bien Yo os digo...

Toda la fuerza de la renovación evangélica está en este refrán que se repite.

Toda la autoridad soberana, la pretensión, podría decirse, de Jesús.

-"No jurarás en falso" y "cumplirás tus votos al Señor".

Esta era, efectivamente la Ley tradicional (Lv 19, 12): "¡No dirás falso testimonio, ni mentirás!" La Ley antigua cuidaba ya de que el hombre dijera la verdad: prohibía los juramentos falsos, esto es "tomar a Dios por testigo" para sostener falsedades.

-Pues bien, Yo os digo ¡que no juréis en absoluto!

Una vez más Jesús, sólo retiene el espíritu de la Ley y la perfecciona interiorizándola: hay que decir siempre la verdad.

Es pues inútil hacer cualquier juramento. La palabra humana tiene un valor por sí misma, por la sinceridad que atestigua es inútil buscar una garantía exterior en un juramento en el que interviene lo sagrado facticio. De hecho, si Dios está presente en la palabra del hombre, lo está menos por la invocación exterior de su Nombre, que por la objetividad y la verdad interna de la cual esta palabra es portadora.

Al recomendarnos que renunciemos al juramento, Jesús revaloriza la palabra humana.

-No juréis ni "¡por el cielo! ... Ni "¡por la tierra!, ... Ni "¡por Jerusalén!"... Ni "¡por tu cabeza!" Para no utilizar el Nombre de Dios, los contemporáneos de Jesús utilizaban toda clase de circunlocuciones que dejaban la moral a salvo, según su modo de pensar.

Jesús denuncia esta mentalidad falseada, que consiste en salvar las apariencias, ¡en estar materialmente en regla con la Ley! "No he jurado "por Dios", puesto que he jurado "por el cielo"... Pues bien, Yo os digo que el cielo es el trono de Dios.

Señor, líbranos de todos nuestros juridismos. Señor, enséñanos el rigor de la lealtad, de la objetividad, en el seno de un mundo que sabe inventar muy bien tantas escapatorias y disimulos.

¿Hasta dónde se puede ir, estrictamente, sin pecar?" Este es el tipo de pregunta que Jesús denunciaba.

-Que vuestro "sí" sea un sí y vuestro "no" un no, lo que pasa de ahí es cosa del Maligno.

Frente a este ideal exigente, hago examen de mi vida, de mis palabras, bajo tu mirada, Señor.

Y, una vez más, Jesús no crea una ley moral nueva, un código de humanismo, incluso afinado... El gran Adversario, el Mentiroso -con mayúscula- está aquí, detrás de cada una de nuestras hipocresías, de nuestras deslealtades.

Dios es verdad. Satán es mentira. ¡He aquí lo que ve Jesús!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 18 s.


3-3.

1. (Año I) 2 Corintios 5,14-21

a) Para Pablo, el modelo en todo momento de su agitada vida es Jesús: «nos apremia el amor de Cristo, que murió por todos». Es lo que le da ánimos para seguir actuando como apóstol a pesar de todo.

Pablo describe la obra de la reconciliación que realizó Cristo: con su muerte, hizo que todos pudiéramos vivir. «Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo». Y esto ha tenido dos consecuencias:

- todo es nuevo, todo ha cambiado de sentido, «el que es de Cristo es una criatura nueva; lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado»,

- y, además, a la comunidad cristiana, así reconciliada, le ha encargado el ministerio de reconciliar a los demás. Ministerio del que Pablo se siente particularmente satisfecho.

b) ¡Qué hermosa la descripción del papel que juega en este mundo la Iglesia de Jesús: «nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de reconciliar»!

Los cristianos estamos agradecidos por haber sido reconciliados por Cristo y haber sido hechos, por tanto, «criaturas nuevas», para que -como dice la Plegaria Eucarística IV del Misal, copiando el pensamiento de Pablo- «no vivamos ya para nosotros mismos, sino para él, que por nosotros murió y resucitó».

Al mismo tiempo, nos sentimos convocados a servir de mediadores en la reconciliación de todos con Dios. Aunque esta mediación la ejerce la Iglesia sobre todo por sus ministros y pastores, es toda la comunidad la reconciliadora: «Toda la Iglesia, como pueblo sacerdotal, actúa de diversas maneras al ejercer la tarea de reconciliación que le ha sido confiada por Dios:

- no sólo llama a la penitencia por la predicación de la Palabra de Dios,

- sino que también intercede por los pecadores

- y ayuda al penitente con atención y solicitud maternal, para que reconozca y confiese sus pecados y así alcance la misericordia de Dios, ya que sólo él puede perdonar los pecados.

- Pero, además, la misma Iglesia ha sido constituida instrumento de conversión y absolución del penitente

- por el ministerio entregado por Cristo a los apóstoles y a sus sucesores» (Ritual de la Penitencia, n.8).

La Iglesia va repitiendo desde hace dos mil años: «en nombre de Cristo, os pedimos que os reconciliéis con Dios». Deberíamos sentirnos orgullosos de este encargo como Pablo: «nosotros actuamos como enviados de Cristo y es como si Dios mismo os exhortara por medio nuestro». Y eso, tanto a la hora de aprovechar nosotros mismos este don de Cristo -sobre todo en el sacramento de la Penitencia-, como a la de comunicar a los demás la buena noticia del amor misericordioso de Dios.

Después de participar en la Eucaristía, que es comunión con el Cristo que quita el pecado del mundo y se ha entregado para reconciliarnos con Dios, ¿somos signos creíbles de su amor en la vida de cada día? ¿somos personas que concilian y reconcilian, que ayudan a otros a conectar con Dios? ¿de veras «nos apremia el amor de Cristo»?

Después de la comunión, podríamos rezar lentamente, por nuestra cuenta, el salmo de hoy, un canto entrañable al amor de Dios (uno de los que más veces aparece en nuestras Eucaristías como responsorial): «el Señor es compasivo y misericordioso... él perdona todas tus culpas...».

1. (Año II) 1 Reyes 19,19-21

a) Elías llama a su sucesor, Eliseo, y con un gesto simbólico muy expresivo -le echa encima su manto- le elige, de parte de Dios, como profeta. Empieza el «ciclo de Eliseo», que, como Elías, luchará a favor de la verdadera alianza con Dios y que se convertirá en un personaje importante de la historia de Israel en el siglo IX antes de Cristo.

Eliseo posee bienes, nada menos que doce yuntas de bueyes con los que está arando.

Responde a Elías con la misma prontitud con que los pescadores llamados por Jesús lo dejaron todo y le siguieron. Con la particularidad de que Eliseo sí consigue permiso para ir a despedirse de los suyos, mientras que en el evangelio Jesús parece pedir mayor decisión y radicalidad.

Pero el gesto de Eliseo para su despedida indica claramente que su decisión es irreversible: mata los bueyes y organiza un banquete de despedida, haciendo fuego precisamente con los aperos con los que trabajaba. No hay vuelta. Se puede decir que «quema las naves».

b) Eliseo nos da un ejemplo elegante de seguimiento de la vocación a la que Dios le llama.

Todos tenemos en este mundo una misión a cumplir: no sólo los sacerdotes y religiosos, sino también los padres, y los educadores, y los cristianos en general. La misión es, en cierto modo, siempre profética: dar testimonio de Cristo en nuestro ambiente.

¿Somos capaces de seguirle con decisión y generosidad? Eliseo sacrificó sus bueyes y sus aperos. Los apóstoles, sus redes y barcas. ¿Estamos dispuestos a dejar algo para conseguir lo que, en realidad, vale la pena?

Tendríamos que sentir una profunda alegría por haber sido llamados por Dios a la vocación cristiana, y dedicarle lo mejor de nuestra vida. El salmo nos hace decir: «el Señor es el lote de mi heredad... tengo siempre presente al Señor; con él a mi derecha, no vacilaré... por eso se me alegra el corazón».

2. Mateo 5, 33-37

a) Siguen las antítesis entre el AT y los nuevos criterios de vida que Jesús enseña a los suyos. Anteayer era lo de la caridad (algo más que no matar); ayer, la fidelidad conyugal (corrigiendo el fácil divorcio de antes). Hoy se trata del modo de portarnos en relación a la verdad.

Jesús no sólo desautoriza el perjurio, o sea, el jurar en falso. Prefiere que no se tenga que jurar nunca. Que la verdad brille por sí sola. Que la norma del cristiano sea el «sí» y el «no», con transparencia y verdad. Todo lo que es verdad viene de Dios. Lo que es falsedad y mentira, del demonio.

b) La palabra humana es frágil y pierde credibilidad ante los demás, sobre todo si nos han pillado alguna vez en mentira o en exageraciones. Por eso solemos recurrir al juramento, por lo más sagrado que tengamos, para que esta vez sí nos crean. Jesús nos señala hoy el amor a la verdad como característica de sus seguidores.

Debemos decir las cosas con sencillez, sin tapujos ni complicaciones, sin manipular la verdad. Así nos haremos más creíbles a los demás (no necesitaremos añadir «te lo juro» para que nos crean) y nosotros mismos conservaremos una mayor armonía interior, porque, de algún modo, la falsedad rompe nuestro equilibrio personal.

Hoy podríamos leer, en algún momento de paz -bastan unos quince minutos-, las páginas que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica al octavo mandamiento: vivir en la verdad, dar testimonio de la verdad, las ofensas a la verdad, el respeto de la verdad (CEC 2464-2513).

«Nos apremia el amor de Cristo» (1ª lectura I)

«Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios» (salmo I)

«Tengo siempre presente al Señor; con él a mi derecha no vacilaré» (salmo II)

«A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 31-34


3-4.

Primera lectura : 1 de Reyes 19, 19-21 Eliseo se levantó y marchó tras Elías.

Salmo responsorial : 15, 1-2a.5.7-8.9-10 Tú eres, Señor, el lote de mi heredad.

Evangelio : Mateo 5, 33-37 Yo les digo que no juren en absoluto.

El tema del juramento era algo muy serio en la tradición judía. Jurar en nombre de Dios suponía un compromiso que obligaba gravemente a cumplir lo jurado al pie de la letra», incluso aunque en algún caso resultara aberrante. Los judíos, por eso, no acostumbraban a jurar por el nombre de Dios», sino por sus equivalencias, como por ejemplo el templo, el cielo, la tierra, la cabeza, etc., para así considerarse más fácilmente eximidos de esa obligación tan ineludible.

Jesús vio detrás de esto una hipocresía, porque aunque no pronunciaran el nombre de Dios, de igual manera estaban siendo falsos e inconsecuentes. Jurar en vano -piensa- va a equivaler a poner a algo, o al mismo Dios, como testigo de lo que es falso.

La sociedad hipócrita del tiempo de Jesús estaba erigida sobre la mentira y el engaño. Sus líderes estaban metidos en ese conjunto y hacían de ello un gran negocio. Para los jerarcas era de vital importancia que Dios no fuera visto como incompatible con esta situación. En nombre de ese dios se llevaban a cabo aberrantes injusticias, de las que los sacerdotes del templo se estaban haciendo corresponsables.

Los cristianos de las futuras generaciones reciben de Jesús el ejemplo de no hablar más de lo necesario y de llamar a las cosas por su nombre. Al pan, pan y al vino, vino». Todo comentario que pase de ahí y todo disimulo de la verdad será considerado pecaminoso. Yo les digo que no juren en absoluto». Hay que darle a la palabra todo su valor, sin necesidad de más aditamentos: que el sí sea sí y el no sea no, todo lo demás procede del mal». Si la sociedad se construye en la verdad, la palabra basta. En una sociedad igualitaria se tratará por todos los medios de que las palabras sean el reflejo fiel de lo que haya dentro del corazón de cada persona. Tú eres tu palabra», dice la sabiduría guaraní.

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3-5.

2 Cor 5, 14-21: Todo viene de Dios

Sal 102, 1-4.8-9.11-12

Mt 5, 33-37: cumple tus juramentos

Continuando con el análisis del texto que iniciamos el pasado jueves, decimos que la cuarta antítesis acerca de una nueva manera de pensar con relación a la mentalidad de los letrados y fariseos sobre la ley, no es una formulación directa de la ley, sino una alusión al texto de Ex. 20, 7 donde se prohibe "pronunciar el nombre del Señor, tu Dios, en falso". La formulación de Mateo no distingue entre votos y juramentos; prohibe jurar en falso y manda a que se cumplan los votos. Jesús prohibe en particular el falso juego que consiste en sustituir el nombre de Dios por algo que es menos sagrado. Cuando se menciona un objeto sagrado en un juramento, es como si se usara el nombre divino. De igual manera, tampoco se debe jurar por sí mismo.

De esta manera, el texto llama la atención sobre el juramento como algo contrario a los principios éticos que Jesús le está enseñando a sus discípulos. El discípulo debe inspirar confianza por sí mismo y no ha de estar ligado a ninguna otra cosa en la que tenga que afirmar su palabra. El discípulo no necesita del juramento porque lleva a Dios en sí, el juramento supone rebajar a Dios, haciéndolo intervenir en asuntos humanos. Jesús exige la veracidad absoluta de la palabra humana. Eliminó la distinción entre las palabras que tienen que ser verdaderas y aquellas que no lo son. Para Jesús no hay dos géneros de verdad entre los hombres. El hombre está ligado a Dios en toda su vida cotidiana sin restricción alguna.

Al igual que en las otras antítesis, la formulación de Jesús es paradójica. Se quiere que la prohibición de jurar en falso sirva para asegurar la veracidad en aquellas situaciones en que se exige una afirmación o negación. En la nueva ética de Jesús, la veracidad debe quedar asegurada no mediante un juramento, sino por la integridad interior de la persona. El juramento, dadas las implicaciones de mendacidad y falta de confianza, no puede tener lugar en una sociedad que no acepta el mal como algo que se da por supuesto.

Hoy, en medio de tanta falsedad, de tanta mentira y engaño, donde las componendas y las falsas jugadas se hacen en beneficio de intereses egoístas que atentan contra la vida de los demás, los cristianos estamos llamados a denunciar y desenmascarar con la verdad del evangelio aquellas situaciones injustas donde se pone el nombre de Dios como testigo y garante del buen obrar.

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3-6.

El fundador de mi Congregación, San Antonio María Claret (1807-1870), escogió como lema de su escudo arzobispal esta frase que leemos hoy en la carta a los corintios: Caritas Christi urget nos. De tal manera se sentía apremiado por el amor de Jesús que dedicó toda su vida al anuncio del evangelio, de la novedad que supone vivir como el Maestro.

Hay en el texto de la segunda carta a los corintios otro versículo que tiene muchas resonancias en nuestra situación actual: El que es de Cristo es una criatura: lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. La gracia, que el jueves pasado fue presentado como libertad, se caracteriza también por la experiencia de novedad. El Nuevo Testamento habla de una nueva alianza de amor (Mt 26,28; Lc 22,20), de una nueva doctrina (Mc 1,27; Hch 17,19), de una ley nueva (Jn 13,34; 1 Jn 2,7), de una vida nueva (Rm 6,5; Ef 2,15), de una renovación que afecta a la totalidad del hombre y lo convierte en humanidad nueva (2 Cor 5,17). Todo es nuevo para el redimido en Cristo. Llegarán un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habite la justicia, una sociedad nueva sin alienaciones, un reino de gracia y de vida en el que todos llevarán escrito un nombre nuevo (Ap 2,17) y podrán cantar un cántico nuevo. Es el fruto de aquel que ha dicho: Todo lo hago nuevo (Ap 21,5).

¿Cómo suenan estas palabras en las sociedades post-cristianas que consideran que lo cristiano es algo viejo, pasado de moda? ¿No estamos llamados a estrenar cada día una fe que no se marchita por el paso del tiempo sino solo por nuestra respuesta aburrida, rutinaria? ¿Por qué hay personas que, al levantarse cada mañana, estrenan la vida y otras repiten la misma película del día anterior? La experiencia de la gracia también tiene que ver con esta manera de afrontar la existencia.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-7. DOMINICOS

Amigos, hermanos, nunca extranjeros
Trabajemos y celebremos hoy la vida bajo este lema paulino: Quien es de Cristo es una nueva criatura. Y en consecuencia, dadas nuestras mutuas incomprensiones y nuestras infidelidades al Señor, clamemos con el apóstol: En nombre de Cristo os pedimos: reconciliaos con Dios.

Y como expresión o signo de ‘reconciliación’ en toda la extensión de la palabra, miremos a los demás como ‘hermanos’, ‘hijos de Dios’, y hagamos de ellos auténticos ‘amigos’. Así, a nuestro lado, en nuestro corazón, en nuestra sociedad (sea la que fuere), nadie se sentirá extraño, ‘extranajero’, sino huésped, peregrino y buscador de los hombres, de la verdad, de Dios.

Nuestra Eucaristía en el día de hoy vivámosla con ese espíritu. En ella Cristo se hace realmente presente y nos regala con su amor y gracia. Y vivamos también la memoria y presencia  de María. En ella tenemos a la Madre de Dios encarnado, a nuestra madre espiritual, a nuestra hermana mayor, al máximo ejemplo de fidelidad y entrega a los demás.

Agradeciendo las divinas bondades, cantemos la grandeza de Dios y su gloria: Tú solo eres santo, Señor y Padre nuestro.

Agradeciendo que Él sea tan compasivo y misericordioso, digámosle: Gracias, porque comprendes nuestras debilidades y nos perdonas.

Sintiéndonos hijos de Dios, creados a su imagen, pidamos con fe y confianza: no nos abandones nunca y danos tu mano para caminar según tu santa voluntad, con Cristo salvador y con María Virgen y Madre.

Palabra y reconciliación
Segunda carta a de san Pablo a los corintios 5, 14-21:
“Hermanos: nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos morimos con él. Cristo murió por todos, para que todos los que viven ya no vivan para sí sino para él que murió y resucitó por ellos...

El que es de Cristo es una criatura nueva: con Él lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Y todo esto viene de Dios, que por Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de reconciliar... Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios...”

Nos apremia el amor. Cristo nos amó, murió de amor, y triunfó de la muerte para que todos vivamos. Vivir en la novedad, a la luz de la resurrección, es estar unidos para siempre con Él; y ese mensaje de vida lo hemos de comunicar a todas las criaturas.

Evangelio según san Mateo 5, 33-37:
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Sabéis que se mandó a los antiguos: ‘No jurarás en falso’ y ‘Cumplirás los votos al Señor’. Pues yo os digo que no juréis en absoluto... A vosotros os basta decir Sí o No. Lo que pasa de ahí viene del maligno”

Si vivimos en la novedad de Cristo resucitado, lo antiguo ha pasado, y sus costumbres también. Lo nuevo es la vida en gracia, en fidelidad, en el amor, en fraternidad. Y ahí las palabras han de ser sinceridad total.

Momento de reflexión
Nos apremia el amor de Cristo.
El texto de san Pablo es de una profundidad teológica admirable. Quienes hemos encontrado a Cristo por la fe somos criaturas nuevas, y no podemos vivir como si desconociéramos que pertenecemos a la familia de los hijos de Dios, por Cristo nuestro hermano.

Por tanto, así como Él vivió, murió y resucitó por nosotros, nuestro compromiso de fidelidad nos ha de llevar a vivir en él y con él, olvidándonos un poco de nosotros mismos. Sólo así seremos otros Cristos en la tierra, identificándonos espiritualmente con Él y nos sentiremos enviados suyos en el anuncio de la salvación. Poco cristiano es quien no vive para Cristo y para los hermanos en Cristo.

¿Cómo ha de ser ese vivir para Cristo y para los hermanos?  

Será un modo de vivir conforme al esquema y espíritu de las bienaventuranzas, mirando más al cielo que a la tierra, más a los intereses del Reino que a los reinados de ambiciones y vanidades insustanciales.
Digámoslo en pocas palabras: menos preocupado por lo legal que por el amor, menos cerrado con juramentos que sellado con compromisos vitales, menos egocéntrico, egoísta, que oblativo en servicio y ayuda a los demás, menos ostentoso que humilde, menos autosuficiente que necesitado de Dios.

ORACIÓN
Santa María, madre de Dios y madre nuestra, enséñanos a vivir con Cristo y para Cristo, con los hombres y para los hombres, para que descubramos, al final de nuestra pequeña historia, la grandeza de ser hijos en el Hijo. Amén.


3-8.

La cuarta antítesis se refiere al ámbito del juramento, objeto de la consideración del Decálogo (Ex 20, 7 y Dt 5, 11) y presente también en Lv 19, 12 y Nm 30,3. Estas formulaciones no prohiben la práctica común existente no sólo en Israel sino en casi en todos los pueblos. Por el contrario, quieren asegurar un legítimo recurso a Dios en el que, invocándolo como garantía, se pueda asegurar la sinceridad de la palabra pronunciada. Dicha práctica engloba la relación con Dios y la relación con los seres humanos. Se recurre a Dios para garantizar la verdad de la propia palabra frente al semejante.

Pero la enseñanza de Jesús quiere profundizar esta relación y exigir la radical sinceridad de las palabras disuadiendo de la búsqueda de esa garantía. El "yo les digo" es continuado por una prohibición absoluta de la práctica en cuestión: "no juren en absoluto". De esa forma, Jesús, nuevo legislador se coloca a contracorriente de la práctica israelita de la época. Incluso en los ámbitos más críticos, como el de los esenios, no era inusual confirmar sus resoluciones con el recurso al juramento.

La prohibición se fundamenta en la necesidad de fundamentar una vida en sinceridad por parte de los miembros de la comunidad. Todo juramento esconde frecuentemente una falta de diafanidad en la relación comunitaria. En una sociedad de engaños y de subsiguientes desconfianzas la garantía divina implicada en el juramento pretende asegurar la mínima autenticidad necesaria para el desarrollo de la vida social. Pero, a la vez, esa pretensión es signo de una falta de veracidad en la relación normal con el prójimo. De allí que esta prohibición se identifica con la exigencia de la sinceridad de cada una de las palabras que deban pronunciarse. La fórmula usada en los tribunales "si, sí, no, no" del v. 37, debe extenderse a los restantes ámbitos de la vida.

De esa forma, la relación comunitaria puede recuperar un fundamento, sin el cual sólo puede existir disolución y disgregación. Más allá de esa sinceridad fundamental sólo reina la mentira que siempre tiene origen en el maligno.

La propia palabra debe encerrar dentro de sí la garantía de un compromiso personal, sin subterfugios ni engaños. La palabra es vínculo importante en la comunicación humana y Jesús, pone en guardia contra la falsía que amenaza esa relación y que, buscando otras garantías de credibilidad, falsea también la religión religiosa con el recurso a Dios.

Por ello no sólo se prohíbe invocar el nombre de Dios sino también toda otra realidad que siempre está situada en relación a Él y que implica la referencia a Él. Por ello Mateo presenta cuatro ejemplos de juramento encubierto que se deben también evitar. Ni el cielo, ni la tierra, ni Jerusalén, ni la propia cabeza deben ser presentadas como garantía de la veracidad de las propias palabras. En los tres primeros casos (vv. 34-35), se consigna su íntima referencia al ámbito divino, en el último caso se muestra la impotencia del ser humano que impide presentar la propia cabeza como garantía de verdad, y detrás de esa impotencia, se muestra también su dependencia con aquel ámbito.

Surge así la exigencia de una vida expresada con la sinceridad de las propias palabras, como una única forma de realizar una vida en comunión con Dios y con los seres humanos.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-9.  COMENTARIO 1

vv. 33-37: El juramento se practica en la sociedad por la falta de sinceridad entre los hombres. En el reino de Dios, donde la sin­ceridad es regla (5,8: limpios de corazón), el juramento es super­fluo; es más, sería señal de corrupción en las relaciones humanas.

«El Malo» es Satanás, ya mencionado en las tentaciones (4,8-10). La falta de sinceridad nace de la ambición.


COMENTARIO 2

La cuarta antítesis no es una formulación directa de la ley, sino una alusión al texto de Ex. 20, 7 donde se prohíbe "pronunciar el nombre del Señor, tu Dios, en falso". La formulación de Mateo no distingue entre votos y juramentos; prohíbe jurar en falso y manda que se cumplan los votos. Jesús prohíbe en particular el falso juego que consiste en sustituir el nombre de Dios por algo que es menos sagrado.

De esta manera el texto llama la atención sobre el juramento como algo contrario a los principios éticos que Jesús les está enseñando a sus discípulos. El discípulo debe inspirar confianza por sí mismo y no ha de estar ligado a ninguna otra cosa en la que tenga que afirmar su palabra.

Al igual que en las otras antítesis, la formulación de Jesús es paradójica. Se quiere que la prohibición de jurar en falso sirva para asegurar la veracidad en aquellas situaciones en que se exige una afirmación o negación. En la nueva ética de Jesús, la veracidad debe quedar asegurada no mediante un juramento, sino por la integridad interior de la persona. El juramento, dadas las implicaciones de mendacidad y falta de confianza, no puede tener lugar en una sociedad que no acepta el mal como algo que se da por supuesto.

Hoy, en medio de tanta falsedad, de tanta mentira y engaño, donde las componendas y las falsas jugadas se hacen en beneficio de intereses egoístas que atentan contra la vida de los demás, los cristianos estamos llamados a denunciar y desenmascarar con la verdad del Evangelio aquellas situaciones injustas donde se pone el nombre de Dios como testigo y garante del buen obrar.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-10. 2002

La cuarta antítesis se refiere al ámbito del juramento, objeto de la consideración del Decálogo (Ex 20, 7 y Dt 5, 11) y presente también en Lv 19, 12 y Nm 30,3. Estas formulaciones no prohiben la práctica común existente no sólo en Israel sino en casi en todos los pueblos. Por el contrario, quieren asegurar un legítimo recurso a Dios en el que, invocándolo como garantía, se pueda asegurar la sinceridad de la palabra pronunciada. Dicha práctica engloba la relación con Dios y la relación con los seres humanos. Se recurre a Dios para garantizar la verdad de la propia palabra frente al semejante.

Pero la enseñanza de Jesús quiere profundizar esta relación y exigir la radical sinceridad de las palabras disuadiendo de la búsqueda de esa garantía. El “yo les digo” es continuado por una prohibición absoluta de la práctica en cuestión: “no juren en absoluto”. De esa forma, Jesús, nuevo legislador se coloca a contracorriente de la práctica israelita de la época. Incluso en los ámbitos más críticos, como el de los esenios, no era inusual confirmar sus resoluciones con el recurso al juramento.

La prohibición se fundamenta en la necesidad de fundamentar una vida en sinceridad por parte de los miembros de la comunidad. Todo juramento esconde frecuentemente una falta de diafanidad en la relación comunitaria. En una sociedad de engaños y de subsiguientes desconfianzas la garantía divina implicada en el juramento pretende asegurar la mínima autenticidad necesaria para el desarrollo de la vida social. Pero, a la vez, esa pretensión es signo de una falta de veracidad en la relación normal con el prójimo. De allí que esta prohibición se identifica con la exigencia de la sinceridad de cada una de las palabras que deban pronunciarse. La fórmula usada en los tribunales “si, sí, no, no” del v. 37, debe extenderse a los restantes ámbitos de la vida.

De esa forma, la relación comunitaria puede recuperar un fundamento, sin el cual sólo puede existir disolución y disgregación. Más allá de esa sinceridad fundamental sólo reina la mentira que siempre tiene origen en el maligno.

La propia palabra debe encerrar dentro de sí la garantía de un compromiso personal, sin subterfugios ni engaños. La palabra es vínculo importante en la comunicación humana y Jesús, pone en guardia contra la falsía que amenaza esa relación y que, buscando otras garantías de credibilidad, falsea también la religión religiosa con el recurso a Dios.

Por ello no sólo se prohíbe invocar el nombre de Dios sino también toda otra realidad que siempre está situada en relación a Él y que implica la referencia a Él. Por ello Mateo presenta cuatro ejemplos de juramento encubierto que se deben también evitar. Ni el cielo, ni la tierra, ni Jerusalén, ni la propia cabeza deben ser presentadas como garantía de la veracidad de las propias palabras. En los tres primeros casos (vv. 34-35), se consigna su íntima referencia al ámbito divino, en el último caso se muestra la impotencia del ser humano que impide presentar la propia cabeza como garantía de verdad, y detrás de esa impotencia, se muestra también su dependencia con aquel ámbito.

Surge así la exigencia de una vida expresada con la sinceridad de las propias palabras, como una única forma de realizar una vida en comunión con Dios y con los seres humanos.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-11. Sábado 14 de junio de 2003
Eliseo

2 Cor 5, 14-21: Dios lo hizo expiación por nuestro pecado
Salmo: 102, 1-4.8-9.11-12
Mt 5, 33-37: Cuando digan sí sea un sí...

Entre los judíos se emplea con frecuencia la misma palabra (‘ala) para indicar tanto juramento como maldición. El juramento es una afirmación por la que uno se desea a sí mismo un mal o desgracia, en caso de no decir la verdad o de no cumplir lo prometido. Quien jura espera de la divinidad que recaiga sobre él el efecto de la maldición. [Así Jonatán le dice a David: “Mañana a esta hora sondearé a mi padre., a ver si está a buenas o a malas contigo, y te enviaré un recado. Si trama algún mal contra ti, que el Señor me castigue si no te aviso para que te pongas a salvo” (1 Sm 20,12-13)].

En tiempos de Jesús se solía jurar no sólo invocando a Dios, sino también al cielo (lugar donde éste habita), a su nombre (que equivale a su persona), al templo (lugar de su presencia), a los ángeles (sus servidores más cercanos). [Por la Biblia sabemos que se juraba levantando la mano (Gn 14,22), estrechándola (Job 17,3), o poniéndola bajo el muslo de aquel a quien se prometía algo (Gn 24,2); “muslo” es un eufemismo por órganos sexuales. El libro del Eclesiástico (23,9-11) previene contra los juramentos hechos con ligereza; los rabinos trataban de remediar los abusos; los esenios lo consideraban ilícito y los fariseos establecieron una sutil casuística para mantener su validez. ]

Jesús no era partidario de los juramentos, pues las relaciones humanas deben estar regidas por la sinceridad; el juramento supone mala fe o falta de confianza en el otro y esto es cosa del Malo, de Satanás, que es, por naturaleza, embustero (Jn 8,44). Y la mentira no debe entrar en el corazón del ser humano ni regir las relaciones de unos con otros. En la comunidad cristiana y en las relaciones humanas, la regla debe ser la sinceridad, la limpieza de corazón. El juramento está de sobra, por tanto.

Sin embargo, nuestra sociedad está instalada en la apariencia de verdad o en la falsedad. La publicidad, que todos los días nos asedia desde la televisión, la prensa y la radio, es engañosa; por razones de competitividad se nos aconseja no fiarnos de nadie, no manifestarnos como somos ante los demás, no ser ingenuos. Y es que el ser humano -en lugar de hermano- se ha convertido en lobo para el ser humano. Y ante el lobo todas las precauciones que se tomen son pocas... ¡Qué descarriados vamos! ¡Qué lejos estamos de ser limpios de corazón!. Cuando digan sí sea un sí, y cuando no, un no; lo que pasa de ahí es cosa del Malo. Esto es lo propio de las personas adultas, de las personas de palabra, que se decía antes, de los discípulos de Jesús que practican la sexta bienaventuranza: “Dichosos los limpios de corazón, porque esos verán a Dios”.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


3-12. 2004. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

1 Re 19,19-21: Eliseo se fue detrás de Elías.
Salmo 15: Protégeme, oh Dios, que me refugio en ti.
Mt 5,33-37: Que tu sí sea sí, y tu no sea no...


La primera lectura describe la vocación de Eliseo, el discípulo “heredero” de Elías. Ciertamente el carisma profético no se puede transmitir pues es recibido directamente de parte de Dios. La llamada de Elías a Eliseo hay que interpretarla como una especie de “investidura” oficial de alguien que ha sido previamente elegido por Dios para que suceda a Elías en la misión profética (v. 16).

Elías pasa junto a Eliseo y le echa encima el manto, gesto con el cual toma posesión de su persona y lo asocia directamente a la misión profética. El manto de Elías simboliza su carisma profético. Eliseo acepta la llamada y sólo pide despedirse de su padre y de su madre antes de seguir a Elías. Elías le concede el tiempo suficiente, no sólo para despedirse de sus padres sino también para que pueda celebrar una comida de despedida con todo su clan.

La separación y la renuncia a los seres queridos se produce progresivamente según las normas de las relaciones sociales en el Oriente. Al final Eliseo rompe totalmente con su pasado, sacrifica los bueyes y quema la madera del yugo y los demás aparejos que utilizaba en su trabajo cotidiano, y “se fue detrás de Elías y se consagró a su servicio” (v. 21).

En el evangelio Mateo nos ofrece otra antítesis, en la que se contrapone la antigua normativa legal de Moisés y la radical interpretación nueva que Jesús propone. En este caso se trata de los juramentos y los votos que la ley recomendaba cumplir con fidelidad (Lv 19,12; Ex 20,7; Num 30,3; Dt 23,22; Sal 50,4).

La propuesta evangélica excluye cualquier tipo de juramento: “Yo os digo que no juréis en modo alguno, ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es el estrado de sus pies, ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran rey. Ni siquiera jures por tu cabeza, porque no puedes cambiar de color ni uno solo de tus cabellos” (Mt 5,35).

Con el juramento la persona abusaba, en cierto modo, de la autoridad de Dios. Era como querer subsanar con la intervención de Dios la deficiencia de la veracidad de las propias palabras y compromisos. Jesús prohíbe cualquier tipo de juramento. El discípulo cristiano debe expresarse a través de un lenguaje sincero y coherente, sin necesidad de acudir a ningún otro subterfugio para demostrar su veracidad.

En la perspectiva evangélica, el juramento es sustituido por la transparencia y la llaneza del lenguaje. La palabra del discípulo debe ser sí, cuando es sí; y no, cuando es no. Un lenguaje veraz, serio y sincero, pues “lo que pasa de ahí, viene del maligno” (v. 37). Del maligno viene la mentira, las palabras insinceras, el lenguaje doble e incoherente.


3-13. DOMINICOS 2004

Proclama la Palabra de salvación

Hagamos un hombre a nuestra imagen: y Dios nos dio la palabra.
Hagamos un hombre a nuestra imagen: y Dios nos dio la libertad.
Hagamos un hombre a nuestra imagen: y Dios nos dio un corazón.

La liturgia de hoy nos hace recordar, en su lectura sobre la palabra de salvación, muchos rasgos por los que varón y mujer -seres pensantes, afectivos, libres, creadores- somos semejantes a Dios.

La semejanza es remotísima, liviana. Pero un rasguño de divinidad en la piel de la creación nos hace grandes, dignos, respetables, personas.

Porque en el ser humano hay una sombra del pensar y amor divino, celebremos nuestra condición. Pero, dándonos cuenta de que es condición se cumple en materia frágil, en vasos de barro, tenemos que cuidarla con sumo esmero. De ahí brota nuestra tensión y lucha, pues fácilmente quebramos, naufragamos, pecamos, perdemos la figura de hijos fieles.

San Pablo, escribiendo a Timoteo, y haciéndolo en el plano de ser persona, y persona creyente en Cristo, insta a que obremos con suma responsabilidad ante la verdad, la justicia, el amor, la salvación. Y lo hace en momentos decisivos, cuando ya ha dado lo mejor de sí mismo, en la hora de rendir cuentas ante Dios.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Segunda carta a Timoteo 4, 1-8:
“Querido hermano: Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad:

Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta con toda paciencia y deseo de instruir.

Porque vendrá un tiempo en que la gente no soportará la doctrina sana, sino que... se rodearan de maestros a la medida de sus deseos... y se volverán a las fábulas.

Tú estate siempre alerta: soporta lo adverso, cumple tu tarea de evangelizador, desempeña tu servicio...”

Evangelio según san Marcos 12, 38-44:
“En aquel tiempo, enseñaba Jesús a la multitud y les decía: ¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza; buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes...

Y estando Jesús sentado frente al cepillo del templo, observaba a la gente que iba echando dinero. Vio que muchos ricos echaban dinero en cantidad; y luego vio que se acercó una viuda y echó dos reales. Entonces dijo a los discípulos: ‘Os aseguro que esa pobre viuda ha echado más que nadie..., porque ha echado todo lo que tenía para vivir”


Reflexión para este día
Alabemos la grandeza de los humildes, sin desestimar la generosidad de los poderosos.

Soberbia farisea, orgullo de sabio, pedantería de poderoso, son lacras sociales y miserias personales. En cambio, rectitud de espíritu, manos poderosas en servicio, grandeza de alma en las acciones, son títulos que honran a la dignidad de la persona. Con esa disposición de ánimo quiere Dios y esperan los hombres que actuemos en la convivencia humana. ¡Cómo nos repele en la familia, comunidad, empresa, sociedad o gobierno, el endiosamiento de pobres criaturas que hoy celebran su gloria y mañana lloran su ruina!

Ricos y pobres, aprendamos la lección dada por Jesús a sus discípulos. Tomando como base el hecho, la experiencia de la viuda que, en su pobreza vivía para los demás, no dijo: esa es la sabiduría salvífica. La gloria en Dios será su premio.


3-14. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos:

Aparentemente nuestro evangelio de hoy consta de dos escenas completamente heterogéneas, unidas artificialmente mediante el vocablo “viuda”. Primero se habla de las viudas en general, económicamente explotadas por los que detentan el poder religioso; luego de una viuda ejemplar, elogiada por su generosidad. Y ahora ya caemos en la cuenta de que los dos bloques tienen algo más en común: en uno y otro caso Jesús condena la voracidad y elogia el desprendimiento sacrificado.

No estamos todavía en la época de la redacción mateana, cuando la amarga experiencia de excomunión por la sinagoga dominada por escribas fariseos incapacitará al autor para matizar y distinguir. Marcos parece referir fielmente tradiciones jesuanas que su iglesia ha conservado: en Israel, como en tantos otros pueblos, el servicio religioso llegó a convertirse, a veces, en instrumento de opresión; de la religión llegó a hacerse un negocio, una forma de mercado, un medio de “subir” (Pablo se lamentará de “los que trafican con la Palabra de Dios”; cf 2Cor 2,17).

Es, sin duda, una lección para todos los tiempos; el ambón de las lecturas litúrgicas puede convertirse en el lugar de exhibir lujosos vestidos; y el catequista más advenedizo de nuestras parroquias puede entrar en la pecaminosa competitividad por el prestigio o el “mangoneo”. ¡Terrible la tentación del poder!

A la Beata Teresa de Calcuta preguntó alguien cuánto hay que dar a los pobres; su respuesta fue muy simple: “hasta donde duela”. Por eso elogió Jesús a la viuda, por dar hasta donde le dolía; no importaba que fuera poco, sino el despojamiento personal por los demás. Jesús vio a los ricos echar billetes valiosos al cepillo, echar mucho; pero eran “de lo que les sobraba”. ¿Es cierto que les sobraba? ¿Era realmente de ellos? Los Padres de la Iglesia tuvieron palabras muy duras a este respecto: “eso que te sobra no es tuyo, retenerlo es un robo, pertenece a quien no tiene,...”. Y la perspicaz Mafalda preguntaba a su padre cómo se puede amasar una fortuna sin hacer harina a los demás (¿?). Aquí me viene a la memoria algo que he oído varias veces a un hermano de comunidad: “no hay conversión verdadera que no toque el bolsillo”.

En una de sus últimas cartas, a semejanza del apóstol Pablo pero con una apostilla muy personal, escribió San Antonio María Claret: “Me parece que ya he cumplido mi misión. En París, en Roma, he predicado la ley de Dios, de palabra y por escrito. He observado la santa pobreza”. Misión, predicación, ley de Dios, vida de pobre,... No hace falta comentar.

Severiano Blanco cmf
(severianoblanco@yahoo.es)


3-15. DOMINICOS 2004

Déjame decir adiós a mis padres

En este sábado comencemos saludando a la Virgen María, la mujer fiel, la madre privilegiada, la gloria de nuestra raza, la hija predilecta y llena de gracia.

Que ella nos acompañe en el camino para que nos sintamos de verdad amigos de Dios, nuestro Padre, y que nos enseñe a leer la Palabra de Dios en la Biblia como palabra que es invitación a actuar al modo de Elías y Eliseo; y como llamamiento a la lealtad en cualquiera de la formas de nuestro compromiso de creyentes, ciudadanos, solidarios de los hermanos, sobre todo de los que más nos necesiten.



La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Primer libro de los Reyes 19, 19-21:
“Elías [perseguido tras derrotar a los profetas de baales en el Monte Carmelo] , huyó hasta el monte Horeb. Pasado allí un tiempo, se marchó del monte Horeb [hacia Damasco]. Allí, tras largo camino, descubrió a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando con doce yuntas en fila. Él llevaba la última.

Al pasar a su lado, Elías le echó encima su manto a Eliseo. Éste, al sentir su peso sobre los hombros, dejando los bueyes, corrió tras Elías, y le habló así: déjame decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo. Elías le contestó: ve y vuelve, ¿quién te lo impide?

Eliseo fue y volvió. Luego cogió la yunta de bueyes y los mató, hizo fuego con los aperos, asó la carne y ofreció de comer a la gente. Luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a sus órdenes”.

Evangelio según san Mateo 5, 33-37:
“Jesús siguió hablando a sus discípulos: sabéis que se mandó a los antiguos: “no jurarás en falso” y “cumplirás tus votos al Señor”. Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran Rey... A vosotros os basta decir SÍ o NO. Lo que pasa de ahí viene del Maligno”.



Reflexión para este día
Encanto y riesgo de una vocación como la de Eliseo.
La página que hemos leído en los profetas es sublime en su grandeza espiritual. Está escrita con belleza de imaginación y con profundidad teológica.

En el versículo 16, que no se ha incluido en el texto del día, se ordenaba a Elías que fuera a Damasco, que ungiera rey a Jazael, y que ungiera ‘como profeta sucesor suyo a Eliseo, hijo de Safat’. Esas palabras son para nosotros una primera lección: Dios, no nosotros, es quien comienza obrando por amor y elige a Eliseo y nos elige a nosotros. Lo propio nuestro será responder al don que senos ofrece.

Pero apreciemos también una segunda lección, de mediación, generosidad, fidelidad: Elías es un mediador fiel. Accede al corazón del nuevo elegido y le preanuncia su papel futuro transfiriéndole su espíritu bajo el símbolo de su manto de profeta. Un espíritu fiel habla al nuevo vocacionado. Y Eliseo, nuevo vocacionado, escucha y asimila el mensaje. Es trabajador en ejercicio, rico en posesiones, pero es nada comparado con el Reino. Es personaje muy humano en sus sentimientos, pues no quiere marcharse sin decir adiós a sus padres, pero se muestra muy decidido en la toma de resoluciones. Quema todos los intereses y bienes materiales, y se lanza a la acción profética.

¿Quién da más en el seguimiento de un ideal?

Actuemos como él: seriedad de palabra honrada, firmeza en los compromisos sellados con lealtad, perseverancia en el bien, proximidad a los problemas que salpican la vida con sus sinsabores, sinceridad en la comprensión de los demás como iguales y hermanos nuestros...



Mañana celebramos en la comunidad cristiana la Fiesta del Corpus. Participemos todos en la Mesa de la Eucaristía y de la Palabra. Que mañana no haya en el mundo mesa sin pan, sociedad sin amor, religión sin fe y compromiso. Amén.


3-16. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos, paz y bien.

Termina la semana –una semana llena de textos exigentes- con una invitación a revisar nuestro vocabulario. No se trata de aprenderse de memoria el Diccionario de la lengua española de la Real Academia, sino de comprobar el uso que hacemos de las palabras. Que tu palabra sea sí, cuando es sí; y no, cuando es no. Tiempo ha, bastaba para cerrar un negocio o un contrato una palabra y un apretón de manos. Los abogados y notarios tenían menos trabajo. Hoy en día, por esas cosas de la vida, no nos fiamos tanto. Puede ser que queden pocos hombres de palabra.

Ahora usamos, o mejor, en muchas ocasiones adulteramos o manipulamos las palabras. Sobre todo, a la hora de reconocer nuestras faltas. Con qué facilidad encontramos explicación para nuestros errores. Lanzamos bellos discursos sobre la meteorología, los atascos, la contaminación, el Gobierno, la inflación... para justificar que hemos llegado tarde. ¿No sería mejor confesar nuestras culpas, sencillamente, y pedir perdón? Ahorraríamos tiempo y, seguramente, dinero en visitas al médico, psicólogo y psiquiatra, y medicación complementaria...

Además, jugamos con las palabras. Hablamos de interrupción voluntaria del embarazo, en vez de aborto, turismo sexual en vez de pedofilia y prostitución, uniones libres al miedo al compromiso, y otros muchos ejemplos. Como dice un amigo mío, el lenguaje no es inocente. Si nos acostumbramos, acabamos llamando separatistas, o cosas parecidas, a los asesinos terroristas. No hay que desvirtuar las palabras. Algunos términos, de gastados que están, ya no significan nada. Veo en las palabras de Jesús una fuerte llamada a controlar lo que decimos, y cómo lo decimos. A usar las palabras en su sentido puro, sin forzarlas ni retorcerlas en nuestro favor. A llamar al pan, pan, y al vino, vino. Sin jugar. Sin buscar nuestro provecho. Sin miedo a que nos tachen de políticamente incorrectos. Jesús no tuvo pelos en la lengua. Supo decir lo que tenía que decir, sin ceder a las presiones. Aunque no gustara. Aunque le costara la vida. Tú, ¿qué estás dispuesto a hacer? ¿Qué estás dispuesto a decir, para ayudar a construir el Reino de Dios?

Vuestro hermano en la fe,
Alejandro J. Carbajo Olea, C.M.F.
(alejandrocarbajo@wanadoo.es)


3-17.

Comentario: Rev. D. Jordi Pascual i Bancells (Salt-Girona, España)

«Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘No, no’»

Hoy continúa Jesús comentándonos los Mandamientos. Los israelitas tenían un gran respeto hacia el nombre de Dios, una veneración sagrada, porque sabían que el nombre se refiere a la persona, y Dios merece todo respeto, todo honor y toda gloria, de pensamiento, palabra y obra. Por esto —teniendo presente que jurar es poner a Dios como testigo de la verdad de lo que decimos— la Ley les mandaba: «No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos» (Mt 5,33). Pero Jesús viene a perfeccionar la Ley (y, por tanto, a perfeccionarnos a nosotros siguiendo la Ley), y da un paso más: «No juréis en modo alguno: ni por el Cielo, (...), ni por la Tierra (...)» (Mt 5,34). No es que jurar, en sí mismo, sea malo, pero son necesarias unas condiciones para que el juramento sea lícito, como por ejemplo, que haya una causa justa, grave, seria (un juicio, pongamos por caso), y que lo que se jura sea verdadero y bueno.

Pero el Señor nos dice todavía más: «Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’» (Mt 5,37). Es decir, nos invita a vivir la veracidad en toda ocasión, a conformar nuestro pensamiento, nuestras palabras y nuestras obras a la verdad. Y la verdad, ¿qué es? Es la gran pregunta, que ya vemos formulada en el Evangelio por boca de Pilato, en el juicio contra Jesús, y a la que tantos pensadores a lo largo de los tiempos han procurado dar respuesta. Dios es la Verdad. Quien vive agradando a Dios, cumpliendo sus Mandamientos, vive en la Verdad. Dice el santo Cura de Ars: «La razón de que tan pocos cristianos obren con la exclusiva intención de agradar a Dios es porque la mayor parte de ellos se encuentran sometidos a la más espantosa ignorancia. Dios mío, ¡cuántas buenas obras se pierden para el Cielo!». Hay que pensar en ello.

Nos conviene formarnos, leer el Evangelio y el Catecismo. Después, vivir según lo que hemos aprendido.


3-18. Declaración del segundo precepto

Fuente: Catholic.net
Autor: Estanislao García

Reflexión:

La sabiduría popular dice: “al pan, pan y al vino, vino” o “las cosas claras y el chocolate espeso”. Y es que la sabiduría popular tiene mucho de verdadero, pues no hay persona que a uno más le repulse que esas que se guardan las cartas debajo del tapete.

Digamos sí a Dios y no al mal; esto es a lo que se refiere Cristo con las palabras del evangelio. Decir no al pecado, a todo aquello que nos separa de Dios, de su divina gracia, pues si realmente entendemos que Dios es lo más grande que podemos tener en nuestro interior, jamás se nos pasará por la mente el ofenderlo, y mucho menos aún negarlo con nuestras obras.

Pero no seamos negativos; mejor digamos siempre sí a todo aquello que sea bueno, a todo lo que nos acerque a Cristo; porque si comprendemos que estar con Dios nos da la felicidad completa, no buscaremos entonces el no ofenderlo, sino más bien, el hacer todo lo posible por su amor.

“Hágase en mí según tu palabra”; esta es la actitud, que como María, debemos de tener. ¿Cuál es tu voluntad Señor? Pues heme aquí, presente para cumplirla. Sí Señor, yo quiero como María amarte en la vida ordinaria de Nazaret, cuando haga el bien a los demás como en Caná o en el sufrimiento de la cruz. Sí, Señor, cuenta conmigo.


3-19. 2004

LECTURAS: 1RE 19, 19-21; SAL 15; MT 5, 33-37

1Re. 19, 19-21. En la forma que sea, o bajo los signos externos que sean, conforme a la voluntad de Dios, Él llama a los que quiere para que estén a su servicio. El seguimiento del Señor, sin esclavitudes que pudieran impedirnos el ir tras sus huellas, nos debe llevar a quemar, a renunciar a todo aquello que podría distraernos de nuestro compromiso con el Señor y con su Iglesia. Sólo así estaremos dispuestos a escuchar al Señor, a hacer vida en nosotros su Vida, a dejarnos guiar por su Espíritu para estar al servicio del Evangelio. Aun cuando el Señor nos haya escogidos para colaborar en la difusión de la Buena Nueva de salvación, no podemos apropiarnos el Espíritu del Señor, como si nosotros fuésemos los únicos beneficiarios del mismo. Debemos aprender a aceptar la colaboración de los demás, pues sobre toda la Iglesia el Señor ha derramado su Espíritu para que cada uno colabore, conforme a la gracia recibida, en la difusión del Evangelio.

Sal. 15. Puestos en manos del Señor, Él no sólo se convierte en nuestro refugio, sino que constantemente nos instruye para que demos testimonio de Él. El verdadero hombre de fe no puede contentarse con sentirse amado por Dios. El Señor nos concede la presencia de su Espíritu en nosotros para que anunciemos su Evangelio, incansablemente, colaborando así a la construcción del Reino de Dios, ya desde ahora, entre nosotros. Alegrémonos, porque el Señor está siempre con nosotros. Más aún: es la parte que nos ha tocado en herencia; nosotros somos del Señor y Él es nuestro. Así se hace realidad en nosotros aquello que Jesús decía: Así como el Padre está en mí y yo en el Padre, así yo estoy en ustedes y ustedes en mí. Él nos ha escogido para continuar su obra de salvación en el mundo por medio de la Iglesia. Ojalá y lo manifestemos no sólo con nuestras palabras, sino con nuestras obras y nuestra vida misma.

Mt. 5, 33-37. Comprometidos con Cristo, con su Evangelio. Llamados por el Señor para anunciar a todo el mundo el Mensaje de Salvación. Pero antes que nada hemos de ser los primeros en adentrarnos en el Evangelio, para vivirlo con toda decisión. No podemos vivir como burócratas del Evangelio. No podemos cumplir con el anuncio durante alguna catequesis, y después olvidarnos de que somos hijos de Dios. El Señor nos pide lealtad y un sí firme, seguro, comprometido. Quienes nos traten sabrán que se encuentran no con un espejismo engañoso, ni con arenas movedizas, sino con quienes por medio de una vida íntegra manifiestan que Dios realmente vive en nosotros. Así, el que ha sido escogido y enviado por Dios para evangelizar va con sus obras, con su compromiso personal proclamando el amor que Dios nos tiene y cómo quiere salvarnos a todos. Ante una vida íntegra no es necesario emitir juramentos, pues, finalmente seremos siempre dignos de crédito y jamás seremos considerados unos hipócritas.

En la Eucaristía, que estamos celebrando, se concretiza la vocación que el Señor nos hace para proclamar su Evangelio. Él es el Evangelio viviente del Padre. Él nos ha manifestado el amor de Dios; Él se ha hecho cercano al hombre que sufre; Él bajó hasta nuestros pecados para liberarnos de ellos mediante la entrega de su propia vida; Él proclamó el amor que el Padre Dios nos tiene; Él nos da su misma Vida y su mismo Espíritu. Llegar ante el Señor y ser testigos de todo esto nos compromete a vivir conforme al ejemplo que Él nos ha dado. A Eliseo Dios le llama cubriéndole con el manto del profeta Elías. A nosotros el Padre Dios nos hace entrar en comunión de vida con su propio Hijo, de tal forma que, revestidos de Cristo, no sólo anunciemos el Evangelio, sino que, junto con Cristo, seamos el Evangelio viviente que el Padre Dios sigue pronunciando en el mundo por medio de su Iglesia para la salvación de todos.

Retornaremos a nuestras actividades diarias. Vamos con la fuerza y el poder del Espíritu que el Señor ha infundido en nuestros corazones. Nuestro Padre Dios quiere prolongar el ministerio de su propio Hijo por medio de la Iglesia, Esposa de Cristo. Él nos ha escogido para que seamos suyos. Sin embargo esto no pude llevarnos a sentirnos amados por Dios y vivir en un intimismo estéril. El Señor nos quiere totalmente comprometidos con su Reino, de tal forma que, siendo coherentes con nuestra fe, colaboremos para que la salvación llegue a todos. Seamos el Evangelio viviente del Padre, por nuestra unión a Cristo. No denigremos el Nombre de Dios entre las naciones cuando, anunciando el Evangelio de Cristo, en lugar de vivir como hijos de Dios, viviésemos destruyendo a los demás, despreciando a los pobres, escandalizando a los débiles. Si somos de Cristo no lo digamos sólo con las palabras, sino que demostrémoslo con las obras y la vida misma.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir como verdaderos testigos del Evangelio de su Hijo, sostenidos por la Fuerza del Espíritu Santo. Amén.

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3-20. ARCHIMADRID 2004

SÍ O NO

Hoy no se me ocurre ningún ejemplo concreto, estoy pensando en la fiesta de mañana. ¡Ya está!, se me ocurrió el ejemplo. Cuando no hacemos algo, enseguida buscamos excusas, presentamos cien mil razones para justificarnos o empezamos una historia que dejaría a Esopo como un aficionado.
“A vosotros os basta decir sí o no.” Es complicado en una época con tantas palabras el valorar la propia palabra. La sinceridad nace de la confianza y del propio conocimiento. Muchas veces somos desconfiados respecto a la palabra de los demás, vemos dobles o triples intenciones, creemos que los demás nos odian o nos tienen manía y por eso se han olvidado de nuestro encargo o buscan principalmente su interés y quieren engañarnos. Otras veces somos nosotros mismos los que ponemos un montón de excusas que no nos piden intentando quedar bien.
Mañana a los europeos nos corresponde ir a las urnas a votar. En este año en España que hemos tenido tantas veces elecciones escuchamos horas y horas de propaganda electoral. Promesas, proyectos, futuras inversiones nos rodean por diestra y siniestra y después viene el análisis de los primeros treinta días, los siguientes cien días, el primer año, etc. Y siempre se habla de promesas incumplidas pero rodeado de tantas palabras que al final no se aclara uno cuál es la promesa incumplida o el objetivo logrado.
Si en nuestra vida interior, en nuestra confesión o en la dirección espiritual conseguimos ser sencillos y no “mitineros” verás como creces. El día que te duermas en la oración no busques justificaciones, sé sencillo y comenta: “me dormí.” Cuando tengas un arranque de ira no cuentes lo inoportuna que fue esa persona, simplemente di: “me enfadé, no vi al otro como hijo de Dios.” Cuando derroches tus bienes en caprichos no justifiques lo necesario que es tal o cual artículo, sencillamente comenta tu falta de pobreza.
La sencillez impulsó a Eliseo a seguir a Elías sin pedirle promesas de futuro o un programa electoral a cumplir en cuatro años, simplemente: “marchó tras Elías y se puso a sus órdenes.” Para seguir a Cristo hace falta la misma disposición. Pedro lo aprendió bien -“aunque todos e abandonen, yo no lo haré”-, y se marchó a buscar níscalos; pero cuando fue sencillo y veraz –Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo-, se convirtió en pescador de hombres. Busca tú mismo esa sencilla sinceridad, deja que te conozcan como eres, despide a tu asesor de imagen interior y consigue que tu sí sea sí y tu no, no.
“No juréis en absoluto” (poner a Dios por testigo de lo que decimos). Pero Dios es testigo de nuestros mayores triunfos y de nuestro estrepitosos fracasos. A Dios le basta nuestro “sí,” lo intentaré con todo el corazón y el apoyo de la Gracia, y si fracasamos está siempre para cogernos en sus brazos llagados y darnos una oportunidad más, un aliento más, un impulso más.
La Virgen es la mujer sencilla pues todo lo hacía delante de Dios Padre, de su Hijo y del Espíritu Santo. Pídele esa sencillez y sinceridad de corazón y de lengua.