MIÉRCOLES DE LA SEMANA 9ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Tb 3, 1-11.14-15

1-1.

Hay dos personajes que cargan sobre sus espaldas con el sufrimiento y las miserias de la humanidad: el anciano Tobías, cuya bondad para con los desafortunados es muy mal recompensada, puesto que se ve afectado por la ceguera, y Sara, víctima de extraños maleficios que hacen que sus maridos mueran una tras de otro.

Tobías y Sara experimentan cruelmente el problema del mal. Para ellos, el sufrimiento proviene de Dios, pero es el castigo por sus propias faltas (vv. 3-4). Por eso piden al Padre que les quite la vida (vv. 6, 10). ¿Es que acaso su sufrimiento tiene remedio? Jamás un ciego volverá a recuperar la vista y la desventurada embrujada lo seguirá estando ya para siempre. Ya no habrá felicidad para ninguno de los dos en esta tierra.

Su oración, resignada y esperanzada, humilde y sincera, ¿es realmente conforme con la fe? Cabe preguntarse si no estará guiada por un concepto erróneo de la retribución y si Tobías y Sara tienen ideas claras sobre el problema de la existencia del mal.

¿Una oración de ese estilo no supone, en efecto, un juicio sobre Dios, una especie de lógica a la medida del hombre que pone en tela de juicio el amor mismo de Dios en nombre de un ideal que nosotros nos imaginamos más como un paraíso terrenal a recuperar que como la exigencia de una salvación a construir en la esperanza? Entonces, ¿a título de qué se mezcla inmediatamente a Dios cuando se trata del mal? ¿No será acaso en virtud de una concepción cosista de su persona, que todavía está muy extendida en nuestro mundo occidental y que ve en él al "primer motor" y al "relojero" de nuestro mundo, al cual se hace responsable directo de todo desorden real o aparente en el mecanismo del universo? Esta concepción nos aleja totalmente del Dios revelado en Jesucristo.

Por otra parte, ¿no es acaso desorbitar las cosas el establecer un nivel de igualdad entre sufrimiento, catástrofes, guerra, pecado? Porque todos estos términos representan experiencias humanas profundamente diferentes debido al papel más o menos inmediato que el hombre desempeña en ellas. ¿Cabe la posibilidad de confundir, por ejemplo, la enfermedad que aflige, el imperialismo que aplasta, el egoísmo que separa, la indiferencia que hiere? Y, a pesar de todo, el mal existe. Pero, ¿es sensato preguntar el porqué de un hecho que se impone universalmente por encima de la libertad? ¿No sería mejor tratar de tomar posiciones respecto a él? La forma de hacerlo no sería precisamente la de una justificación intelectual de las conexiones entre el mal, Dios y el amor, sino la de una fe cristiana que desentraña el sentido de los acontecimientos y el significado de la existencia del hombre dentro de una salvación que es historia y acontecer.

El hombre no cree ya que el universo esté constituido por unas fuerzas que le dominan al modo de un destino fatal; sabe más bien que tiene que reducirle a su servicio y para que pueda desarrollarse. Mas su mutua complementación tiene su meta al final de una historia por la que pasan al ritmo de la libertad del hombre.

Esta solidaridad del hombre y del universo estalla en Jesucristo, en quien Pablo reconoce al que reúne en sí la totalidad del universo que ha llegado a su plenitud y en el que el hombre ocupa un lugar privilegiado. Esta unidad no se manifestará en su totalidad, sino a la vuelta gloriosa del Cristo vencedor. Pero, por el momento, "los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que ha de revelarse en nosotros" (Rom 8, 18-21). Cuando, al igual que Tobías y Sara, nos vemos tentados a hacer a Dios responsable de un mal que dominó toda nuestra vida, advertimos que, por el contrario, en Jesucristo comparte Dios con nosotros nuestra condición, acompañándonos en todas las circunstancias por las que tenemos que atravesar, cargando junto con nosotros el peso de una lucha que es una progresiva liberación. En su exigente misericordia, nos saca de todos los refugios que nosotros nos buscamos para sustraernos a esa lucha contra la enfermedad, la guerra, el egoísmo, y para ejercer un dominio cada vez mayor sobre la naturaleza, que tiene que irse perfeccionando a fin de que pueda servir mejor al hombre. Nuestra pasividad ante el compromiso temporal se escuda tras un cúmulo de pretextos y de falsas razones denunciadas por Jesucristo, el cual nos precedió en el compromiso y en la lucha.

Dios está con nosotros, conoce la condición del pecador, excluido el pecado en sí, puesto que pasó por la prueba de nuestro sufrimiento físico y moral. Desde entonces, ya no estamos solos.

A pesar de todo, el mal, el sufrimiento y la muerte existen. Por supuesto que existen, pero la fe nos insta a echar una ojeada de ojos nuevos sobre una situación a veces intolerable, pero que ahora ya se apoya en una visión de esperanza posible en Jesucristo. Lo que esa visión esperanzadora nos presenta de cara al futuro hemos de vivirlo dentro de una oscuridad parcial que lleva consigo el riesgo de toda nuestra existencia en aras de una promesa de salvación que ya ha comenzado, pero que todavía necesita ser actualizada en su totalidad.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VI
MAROVA MADRID 1969.Pág.12s.


1-2.

La página que leeremos hoy pone en evidencia el carácter convencional del Libro de Tobías. Pero, más allá de la inverosímil coincidencia -completamente de estilo novelesco- el autor nos transmite una conmovedora certidumbre sobre la eficacia de la oración.

-Tobías se puso a orar con gemidos y lágrimas...

Este hombre recto y que permanece fiel en la desgracia, no es un hombre insensible.

Sabe lo que es sufrir, llorar, gemir. Pero todo esto en él se transforma en oración.

No olvidemos el inmenso desconcierto de ese hombre: es ahora viejo, pasó toda su vida en la justicia y la piedad... y como recompensa a sus desvelos con los desgraciados, queda accidentalmente ciego... hace frente con valentía a su situación y continúa en la rectitud de su vida. Ahora bien, he ahí el colmo de su desventura: ¡su propia mujer lo abandona, lo injuria y le reprocha su «virtud»!

Sucedió aquel mismo día que también Sara, hija de Raguel, en Ragués, ciudad de Media, fue injuriada por una de sus sirvientas... Al oír esos gritos, Sara subió a la cámara alta, y permaneció allí tres días y tres noches sin comer ni beber, prolongando su oración, implorando a Dios con lágrimas.

A 300 kilómetros al otro extremo de la llanura, lejos del anciano que sufre y ora, he ahí otra oración dolorosa que se eleva hacia Dios. Se trata de otra desventura, la de una joven que bien quisiera casarse, pero está literalmente "embrujada". Todos los sueños de su porvenir son rotos por un demonio maléfico que mata sucesivamente a siete de sus prometidos, la noche misma de su boda.

Por esta razón, la injuria su sirvienta: "¡Qué nunca veamos hijo o hija tuyos, asesina de sus maridos". Entonces Sara, con el alma llena de tristeza por su desgracia y por esa malévola acusación, dirige a Dios su oración.

Aceptemos el género literario y, prescindiendo de los detalles que nos parezcan inverosímiles, dejémonos mover por las situaciones evocadas en este relato. Resume todo el infortunio humano, con sus aspectos de accidentes absurdos, de fatalidad incomprensible, de malas intenciones que se suman a las cualidades. Recordando otros infortunios pasados me imagino los sufrimientos de los que HOY mismo en la tierra están pasando grandes tribulaciones.

-En aquel tiempo, las plegarias de ambos fueron oídas en la gloria de Dios soberano. Así, los sufrimientos de los hombres no parecen quedar sin salida.

El autor del libro de Tobías nos lo sugiere al mostrarnos de qué modo sorprendente esas dos oraciones «convergen» en el corazón de Dios. Y la continuación del relato nos dirá que esos dos destinos lograrán encontrarse: el hijo de Tobías hará un viaje de 300 kilómetros y ¡tomará a Sara por esposa!

San Rafael fue enviado para curar a uno y a otro, porque sus oraciones habían sido presentadas a la vez ante la faz de Dios.

Lo artificioso de la situación viene subrayada por los dos nombres propios que simbolizan todo el relato:

- «Asmodeo", el demonio malhechor, significa «El que mata»...

- «Rafael", el ángel enviado por Dios, significa «El que sana,....

-¡Tú eres justo, Señor! Todos tus caminos son misericordia y verdad. No te acuerdes de mis faltas... No hemos obedecido tus mandatos; por ello nos has llevado a la cautividad...

Ordena que mi espíritu sea recibido en la paz, porque más me vale morir que vivir...

Tal fue la emocionante oración de Tobías. En la antigua perspectiva habitual cree que sus pruebas son un castigo.

Y pide perdón.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 108 s.


1-3. /Tb/03/07-17

Esta narración nos cuenta otra prueba, la de Sara, que ocurrió el mismo día en que Tobit oyó las injurias de su mujer. Más que de una coincidencia temporal, se trata del cumplimiento del plan de Dios. Este nuevo acontecimiento está localizado en Ecbatana, ciudad situada unos 350 kilómetros al nordeste de Bagdad.

Según la creencia popular, Asmodeo era el demonio de la lujuria. Su nombre no parece provenir del judaísmo; tal vez tiene un origen persa. En todo caso, Asmodeo, el destructor, aparece claramente como el antagonista de Rafael, el salvador.

Como Tobit, también Sara se ve afligida por la crítica y la burla del prójimo. La tristeza inunda su alma hasta el punto de que Sara quiere suicidarse. Sin embargo, la piedad filial contiene esta actitud y empuja su espíritu hacia Dios, de quien proviene todo consuelo. Esa es la razón de la plegaria que dirige a Dios desde la ventana, probablemente mirando hacia Jerusalén. En la oración encuentra Sara, como antes Tobit, su consuelo espiritual.

Desde lo íntimo de su corazón afligido, Sara empieza su oración bendiciendo al Señor y sus obras (11). Vuelve hacia Dios el rostro y los ojos en señal de súplica. Como Tobit, pide a Dios que la libere del destierro y de los ultrajes que la afligen (13). Después acumula razones para mover la misericordia del Señor (14-15). Y como culminación de su plegaria resplandece un rayo de confianza total.

El Señor escuchó la oración de ambos. En contraposición a Asmodeo, Yahvé envió al ángel Rafael, que significa «Dios sana», para sacar las escamas de los ojos de Tobit y dar a Tobías por esposa a Sara, la hija de Raguel.

La narración termina de modo semejante a como había comenzado. El artificio literario del libro de Tobías recalca la compasión del Señor, que siempre escucha la oración del justo entre los terribles dolores de la prueba. El Señor es eternamente compasivo, y sus caminos son caminos de justicia y de piedad.

J. O`CALLAGHAN
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 366 s.


2.- 2Tm 1, 1-03.06-12

2-1.

Se trata de unas cartas del final de la vida de san Pablo; ansioso por asegurar la solidez de sus «comunidades», amenazadas ya por las desviaciones doctrinales y las intrigas entre grupos.

-Yo, Pablo que, por la voluntad de Dios, soy apóstol de Jesucristo...

Danos, Señor, a todos nosotros, sacerdotes, religiosos, religiosas, fieles, esa fuerte convicción de que tenemos una plaza, una vocación que viene de Dios.

Mi vida no es una «pompa de jabón que se deshace», no es fruto del azar. He sido «querido» por Dios. Todo mi esfuerzo debe consistir en corresponderle.

-Doy gracias a Dios... a quien rindo culto con una conciencia pura... Ruego sin cesar noche y día, acordándome de ti...

Pablo se revela a sí mismo por entero en esas fórmulas sorprendentes: ¡el hombre asido por Dios!, ¡el hombre delante de Dios!, ¡el hombre en comunicación con lo invisible! ¿Qué densidad doy yo a mi vida?

-Te recomiendo que avives el carisma de Dios que recibiste cuando te impuse las manos.

Adivinamos ahí la preocupación de Pablo. Hasta aquí, en el fondo, él ha sido el responsable de las comunidades que ha fundado. Las tenía presentes. les escribía, les solucionaba las cuestiones que pudieran surgir. Pero he ahí que se prepara una importante mutación de la Iglesia primitiva: En vísperas de la desaparición de los «Apóstoles» es preciso establecer una «Jerarquía»... Timoteo será uno de los primeros sucesores de los apóstoles, de los cuales saldrá el episcopado.

No es cuestión todavía de «poderes», ni de «organización», pero sí que se trata claramente de «gracia recibida»: una gracia sacramental conferida por la imposición de las manos, y que es un «don de Dios».

En este tiempo nuestro de reconsideración de toda autoridad, debemos rogar por aquellos que han recibido ese cargo en la Iglesia de HOY.

-Porque Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino un espíritu de fortaleza, de amor y de templanza.

Todo esto no es todavía demasiado complicado. Fortaleza. Amor. Templanza... «dado por Dios». Gracia del episcopado. Dios concede sus cargos en los «valores humanos» ordinarios.

Y esto no es verdad solamente en el episcopado.

No te avergüences pues del testimonio que has de dar del Señor ni de mí, su prisionero.

El primer papel de la Jerarquía es el «servicio del evangelio»: el dar testimonio de Nuestro Señor. Fuerza, amor, templanza, están ordenados a este fin.

-Soporta conmigo los sufrimientos por el anuncio del Evangelio.

Es la función de los obispos y de los sacerdotes.

Pero sería impensable, HOY sobre todo que se cargase exclusivamente sobre aquellos el anuncio del evangelio: es función también de cada cristiano. ¿Cuál es mi participación en la evangelización?

-No me avergüenzo porque ¡sé bien en quien he confiado!, ¡en quien tengo puesta mi fe!

El sufrimiento, sí. Pero no el abatimiento...

El esfuerzo sí. Pero no el desánimo...

Y siempre por la misma razón: una relación personal con alguien. "¡Yo sé en quien tengo puesta mi fe!" Pablo y Jesús viven unidos.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 108 s.


2-2. /2Tm/01/01-18

Para entender la segunda carta a Timoteo es preciso tener en cuenta su circunstancia vital: Pablo, envejecido, se halla en una de las duras cárceles de Roma, sin aire ni luz suficientes, una de las húmedas y angostas cárceles que ya en aquellos tiempos fueron objeto de fuertes críticas. Además, allí espera angustiadamente un juicio del que sabe que no escapará con vida. Por si esto fuera poco, el Apóstol tiene la triste conciencia de que «todos los de Asia me han vuelto la espalda, entre otros, Figelo y Hermógenes» (1,15).

Por eso, el tema que resuena en toda la carta es «ven cuanto antes» (1,4. 4,9.21). Pero tal petición no obedece al designio de que Timoteo pueda escuchar personalmente las últimas instrucciones de Pablo. Si Timoteo debe ir a Roma no es para recibir la última voluntad del Apóstol. Pablo expone sus últimas enseñanzas en la propia carta. Por tanto, la segunda carta a Timoteo no es estrictamente un discurso de despedida, si bien contiene materiales de tal género literario. En una palabra: Pablo, a la hora de la muerte, busca simplemente compañía humana.

PABLO-HUMANO:Y este gesto del siempre austero Pablo no debería extrañarnos. Tenía derecho a esperar esta respuesta de amor humano. El austero Apóstol había mostrado afecto muchas veces: «Recuerdos a María, que tanto ha trabajado por nosotros, ... a Ampliato, mi amigo en el Señor, ... a mi amiga Pérside, ... a Rufo, elegido del Señor, y a su madre, que también lo es mía...», dice en Rom 16,6ss. Esta carta es sólo un ejemplo de ello.

Las penas del apostolado y las dificultades de la vida célibe no han de convertir al Apóstol en un hombre seco e insensible al amor. De hecho, en las «pastorales» -por citar otro ejemplo- Pablo muestra su amor a su discípulo predilecto: cada vez que pronuncia su nombre añade «mi amado hijo» (2 Tim 1,2), "verdadero hijo en la fe" (1 Tim 1,2). Fuera de las «pastorales», Pablo utiliza las mismas expresiones afectuosas -«mi hijo muy amado y fiel en el Señor» (1 Cor 4,17), y Timoteo es el hijo que «tiene los mismos sentimientos» de Pablo (Flp 2,2O). Un autor que hubiese escrito ficticiamente a Timoteo no se habría molestado en inventar tantas variantes del rico lenguaje del amor.

E. CORTES
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 346 s.


3.- Mc 12, 18-27 

3-1. VER DOMINGO 32C 


3-2.

Algunos saduceos, de los que dicen que no hay resurrección, se llegaron a Jesús y le preguntaban.

Jesús se encontró a menudo con los intelectuales de su tiempo. La serie de relatos del evangelio de Marcos que estamos leyendo es precisamente una recopilación que el evangelista hace de las controversias, bastante ásperas, entre Jesús y los círculos cultivados de la capital: miembros del Consejo de la nación, animadores políticos (Herodianos, Saduceos). Los Saduceos, racionalistas escépticos, representan bastante bien una tendencia existente también hoy.

"¿La resurrección? ¡Deja que nos riamos! ¡Esto es imposible!"

-Maestro, Moisés nos ha prescrito que si el hermano de uno viniere a morir y dejare la mujer sin hijos...

Tener una descendencia numerosa tenía entonces gran importancia; por ello, la viuda sin hijos se veía en la obligación de volver a casarse con el hermano de su difunto marido.

Los saduceos se apoyaban en esa curiosa situación para tratar de ridiculizar la resurrección.

-En la resurrección, ¿de cuál de los siete hermanos será la mujer? Respondióles Jesús: ¿No habéis caído en error, por no entender las escrituras, ni el poder de Dios? Primera respuesta elemental: la resurrección pertenece al dominio de Dios, y por consiguiente escapa al dominio de la imaginación.

"¡No comprendéis!" Esto no es una razón para que una cosa no exista. La resurrección ultrapasa vuestra comprensión porque procede del "poder de Dios". Hay otras muchas realidades, fuera de nuestro alcance por ejemplo: el fenómeno de la "vida".

Señor, esto es verdad. Soy incapaz de comprender cómo resucitaremos, pero confío en ti. Tengo Fe. Creo.

-Porque, en efecto, cuando resuciten de entre los muertos no se casarán sino que serán como ángeles en los cielos.

Expresión misteriosa.

Jesús nunca ha despreciado el matrimonio ni las realidades sexuales: incluso las ha situado a un nivel muy alto (Marcos, 10, 1-12). Esta expresión quiere sin duda significar, muy sencillamente, que, resucitados, nuestra única preocupación será la de "servir y alabar" a Dios (Mateo, 18, 10).

Es sólo una indicación vaga. Pero está en la línea de una espiritualización del ser humano. ¿Y por qué no? El cuerpo es muy hermoso, pero el espíritu es una maravilla. ¿No vale más ser inteligente y bueno, que sólo un "bello animal"?

-¿No habéis leído en el libro de Moisés: "Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob"? No hay Dios de muertos, sino de vivos. Estáis en un gran error.

Ellos partían de la Biblia. Jesús da la vuelta a su argumento citando un pasaje del Pentateuco (Ex 3, 6), solamente reconocido por los Saduceos.

Descubrimos aquí, una vez más, a un Jesús buen conocedor de las Escrituras, capaz de citar hábilmente una frase para dar apoyo a una discusión.

Señor, haz que amemos las Escrituras, y abre nuestra inteligencia a su comprensión. Dios de vivos, haz que amemos la vida, hasta la vida eterna.

Quiero fiarme de ti. Sé que Tú has creado la vida y que te interesa. Creo, según tus palabras que los que han dejado este mundo, viven.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 362 s.


3-3.

1. (año 1) Tobías 3,1-11.24-25

a) La historia de las dos familias, la de Tobías en Nínive y la de Ragüel y su hija Sara en Media, se encuentran. Las dos quedan unidas por la serie de desgracias y por su fe en Dios. A ambas el dolor las lleva a la oración: una oración difícil, dicha entre lágrimas y sollozos en ambas ocasiones.

Tobías reconoce que Dios es justo, que ha sido el pueblo el que ha pecado y ahora merece el castigo del destierro. Pero esta convicción no disminuye su dolor y llega hasta desearse la muerte.

A trescientos kilómetros de distancia, Sara, la hija de Ragüel, pariente de Tobías, se encuentra en una situación dramática, porque han ido muriendo sucesivamente los siete novios que se querían casar con ella. Hasta la criada de casa se burla de ella y la llama «asesina de tus maridos». La oración de Sara es también triste, entrecortada por las lágrimas.

La oración de ambos, la del anciano ciego y la joven viuda, llega a la vez a la presencia de Dios, y Dios escucha a los dos.

b) Esta historia es una invitación para que también nosotros sigamos teniendo fe y confianza en Dios, pase lo que pase en nuestra vida.

También a nosotros nos pasa que nuestra oración no siempre es poética, gustosa y llena de aleluyas. A veces, como la de Jesús en el huerto del Getsemaní, es angustiada, desgarrada, entre lágrimas, gritada, aunque sea con gritos por dentro.

A veces creemos que lo que sucede -a nosotros mismos o a la comunidad- es catastrófico y no tiene salida. Pero Dios saca bien del mal. El relato de Tobías y Sara nos asegura que Dios escucha, que está cerca, que no se desentiende de nuestra historia. Son significativos los dos personajes que aparecen en el relato: el demonio Asmodeo, el que mata, y el arcángel Rafael, el que cura.

Dios no quiere nuestra muerte. Nos demuestra de mil maneras su cercanía a lo largo de nuestro camino.

Nuestros antepasados nos enseñaron unas oraciones breves que haríamos bien en no olvidar: «bendito sea Dios», «que se haga la voluntad de Dios». Esta fue la actitud de Tobías, de Sara, y sobre todo la de Jesús: «No se haga mi voluntad, sino la tuya». Y en todos los casos, al dolor siguió el gozo y a la muerte la resurrección.

Deberíamos asimilar el salmo de hoy: «Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado... los que esperan en ti no quedan defraudados. Señor, enséñame tus caminos, haz que camine con lealtad».

1. (año II) 2 Timoteo 1,1-3.6-12

a) Leemos, durante cuatro días, una nueva carta del NT, la segunda de Pablo a Timoteo.

Este escrito es como el testamento espiritual de Pablo, que escribe desde la cárcel (habla de «la penosa situación presente») a su discípulo Timoteo, compañero de misión en los viajes segundo y tercero y ahora responsable de la comunidad de Efeso. Pablo aparece cansado pero no derrotado, todavía lleno de energía, esperando un juicio que no llega, abandonado de todos, en puertas ya del sacrificio supremo de su vida.

Hoy leemos el saludo de Pablo, que tantas veces repetimos al inicio de la misa: «La gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús. .. ».

Pablo recuerda con cariño a Timoteo, que le ha ayudado tanto. Le encomienda que siga adelante con valentía en su ministerio: «aviva el fuego de la gracia» que recibiera el día de su ordenación, que no sea cobarde, sino que actúe con energía, amor y buen juicio, «no tengas miedo de dar la cara», «toma parte en los duros trabajos del evangelio».

b) Vigoroso programa para todos los que de alguna manera somos apóstoles, testigos de Cristo en el mundo, evangelizadores en medio de esta sociedad.

El modelo de esta actitud, aparte de Cristo Jesús, el apóstol auténtico y testigo fiel de Dios, puede ser el mismo Pablo, el viejo luchador y apóstol, que a lo largo de toda su vida se ha entregado de lleno a su ministerio. Y que ahora, en la cárcel, no cede en su empeño de anunciar a Cristo: «no me siendo derrotado», «sé de quién me he fiado». Todavía le quedan fuerzas para preocuparse de las comunidades y aprovechar hasta las últimas energías para evangelizar.

También nosotros, tanto los ministros ordenados como los religiosos y todos los cristianos, somos invitados por Pablo a agradecer a Dios nuestra fe, a crecer en ella, a dar la cara con nuestro testimonio en medio del mundo, a no ser cobardes en la vivencia de nuestra fe cristiana, a gastar todas nuestras energías trabajando por el evangelio. Es un testamento de Pablo y un programa estimulante para nosotros.

2. Marcos 12,18-27

a) Otra pregunta hipócrita, dictada no por el deseo de saber la respuesta, sino para hacer caer y dejar mal a Jesús. Esta vez, por parte de los saduceos, que no creían en la resurrección.

El caso que le presentan es bien absurdo: la ley del «levirato» (de «levir», cuñado: cf. Deuteronomio 25) llevada hasta consecuencias extremas, la de los siete hermanos que se casan con la misma mujer porque van falleciendo sin dejar descendencia.

También aquí Jesús responde desenmascarando la ignorancia o la malicia de los saduceos. A ellos les responde afirmando la resurrección: Dios es Dios de vivos. Aunque matiza esta convicción de manera que también los fariseos puedan sentirse aludidos: ellos sí creían en la resurrección pero la interpretaban demasiado materialmente. La otra vida será una existencia distinta de la actual, mucho más espiritual. En la otra vida ya no se casarán las personas ni tendrán hijos, porque ya estaremos en la vida que no acaba.

b) Lo principal que nos dice esta página del evangelio es que Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Que nos tiene destinados a la vida. Es una convicción gozosa que haremos bien en recordar siempre, no sólo cuando se nos muere una persona querida o pensamos en nuestra propia muerte.

La muerte es un misterio, también para nosotros. Pero queda iluminada por la afirmación de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí no morirá para siempre». No sabemos cómo, pero estamos destinados a vivir, a vivir con Dios, participando de la vida pascual de Cristo, nuestro Hermano.

Esa existencia definitiva, hacia la que somos invitados a pasar en el momento de la muerte («la vida de los que en ti creemos no termina, se transforma»), tiene unas leyes muy particulares, distintas de las que vigen en este modo de vivir que tenemos ahora. Porque estaremos en una vida que no tendrá ya miedo a la muerte y no necesitará de la dinámica de la procreación para asegurar la continuidad de la raza humana. Es ya la vida definitiva. Jesús nos ha asegurado, a los que participamos de su Eucaristía: «El que me come, tendrá vida eterna, yo le resucitaré el último día». La Eucaristía, que es ya comunión con Cristo, es la garantía y el anticipo de esa vida nueva a la que él ya ha entrado, al igual que su Madre, María, y los bienaventurados que gozan de él. La muerte no es nuestro destino. Estamos invitados a la plenitud de la vida.

«Tobías rezaba entre sollozos» (1ª lectura, I)

«Sara lloraba y rezaba» (1ª lectura, I)

«Llegaron las oraciones de los dos a la presencia de Dios» (1ª lectura, I)

«Señor, enséñame tus caminos» (salmo, I)

«Sé de quién me he fiado» (1ª lectura, II)

«A ti levanto mis ojos esperando tu misericordia» (salmo, II)

«No es Dios de muertos, sino de vivos» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 248-251


3-4.

Primera lectura : 2ª Timoteo 1, 1-3.6-12 Activa el fuego de la gracia de Dios que recibiste cuando te impuse las manos.

Salmo responsorial : 122, 1-2a.2bcd A ti, Señor, levanto mis ojos.

Evangelio : Marcos 12, 18-27 No es Dios de muertos, sino de vivos.

Los saduceos, difamadores del Dios de los empobrecidos que gratuitamente se ofrece para que todos obtengan la salvación, pretenden, por medio de artilugios verbales, ridiculizar a Jesús con algo que para ellos no está dentro de sus presupuestos intelectuales, como es el tema de la resurrección. Su desbordado legalismo, que los ata a sus tantos intereses, considerados por ellos de vital importancia, no les permite pensar en una transformación. Cuando abordan la cuestión de la resurrección, piensan que ésta consiste en un reanimamiento del cuerpo en la cual deben ir incluida todas las apetencias humanas.

Para los doctores de la ley del templo judío, la resurrección era asumida sólo como un proceso físico. Jesús les hace caer en el error en que están ya que estos interpretan las escrituras al pie de la letra. Su fundamentalismo, interesado y pernicioso, les dificulta entender cómo actúa el poder de Dios capaz de liberar al ser humano de las opresiones que lo deshumanizan.

Para los cristianos de todas las épocas el misterio de la resurrección ha sido muy difícil de asimilar, pero en este texto Jesús hace unas precisiones importantes, ya que la resurrección está ligada, sobre todo, a un cambio, a un proceso de transformación, que por opción se empieza a gestar en la vida terrenal de la persona. De acuerdo a la calidad de las acciones que la hagan posible se podrá pensar en que el premio es la vida eterna. El Dios que Jesús da a conocer es un Dios dador de vida que desea que las personas vuelvan a nacer desde dentro con nuevos valores de vida y justicia. El dios de los judíos, que aprueba los intereses egoístas (acaparamiento de poder, riqueza, etc, de un sistema injusto) es un Dios de muerte.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-5.

Tob 3, 1-11.24-25: Justo eres, Señor

Sal 24, 2-9

Mc 12, 18-27: Ustedes conocen la Escritura

Con la cuestión planteada por unos saduceos sobre la resurrección de los muertos pretende Marcos señalar un nuevo motivo de ruptura entre los diversos grupos oficiales de la sociedad israelita con el mensaje de Jesús. Ciertamente en la época de Jesús los únicos que negaban la resurrección de los muertos eran los saduceos.

Nos encontramos hoy frente a la Palabra de Dios que toca uno de los puntos mas difíciles de entender en nuestra vida: la realidad de la muerte y la propuesta cristiana de la Resurrección. Pareciera que este texto bíblico se repitiera todos los días y pareciera que Jesús nos estuviera hablando a nosotros nuevamente y se nos dificultara entenderle.

No entendemos las propuestas cristianas de la Resurrección porque constantemente vivimos aferrados a una falsa corporalidad por el temor que nos han inculcado frente a la realidad de la muerte. Cada día los hombres y mujeres de nuestro tiempo viven en un pánico constante frente a la muerte. Pánico que nos hace vivir la vida de forma escrupulosa y llena de falsos moralismos.

La esperanza en la resurrección es la fuerza capaz de ordenar las realidades humanas en una escala de valores puesta en la vida eterna. Por eso Jesús enseña que la vida eterna se dará en la gratuidad y la universalidad en la relación entre los hombres, no habrá dominio de unos sobre otros, la existencia será una gran fiesta de vida eterna y plena. La resurrección no puede entenderse en la perspectiva de los valores temporales. Eso es lo que en el texto significan los ángeles. Hombre y mujer serán libres y plenamente iguales, no estarán sometidos el uno al otro.

Por otro lado debemos entender en el texto que Dios es un Dios de vivos y no de muertos. Debemos profundizar sobre el misterio de un Dios que da la vida, que transforma nuestro ser, nos resucita. De esta forma Marcos anticipa el contenido de la resurrección de Jesús como vida después de la muerte y nos invita a descubrir el verdadero poder de Dios que transforma las fuerzas de la muerte en fuerzas de vida.

Frente a la muerte tenemos que tener una actitud de acogida y una gran capacidad de tratarla como lo hizo Francisco de Asís quien la llamaba "la hermana Muerte" y frente a la Resurrección tenemos que entender el contenido de justicia que ella esconde. Para el Nuevo Testamento la resurrección no es eternizarse por siempre, sino que es la justicia que Dios hace a los hombres y mujeres que han asumido la justicia como causa y defensa de la vida y de la dignidad humana como bandera.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Otra vez a la carga los enemigos de Jesús. Ahora les toca el turno a los saduceos. Eran estos la "gente guapa", pertenecían a la elite social. Pero no estaban exentos de caer en la mezquindad de la casuística y en la mala uva de tender trampas y poner en ridículo a Jesús. Decididamente, Jesús no lo tuvo nada fácil, la gente importante de este mundo chocaba con su mensaje y su estilo de vida.

Estos saduceos no creían en la resurrección de los muertos. Sólo aceptaban la pervivencia de los hombres en sus hijos que engendraban, y que continuaban su sangre; es decir, era más un pervivir de la especie que un vivir detrás de la muerte de cada hombre y mujer. Algo de esto quería Unamuno cuando pretendía continuar viviendo en sus personajes.

Para tender la trampa, recurren a la Ley del Levirato (Deut 25,5). "Si unos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin descendencia, la mujer del difunto no se casará fuera con un extraño; su cuñado debe ir adonde ella y tomarla por mujer". Una vez más, la mirada y la palabra de Jesús sobrevuela por encima de los empeños chatos e interesados. Hay que penetrar en el poder de Dios. Dios es Dios de vida, Dios de vivos, Dios que engendra vida, Dios que vence a la muerte. Si decimos que el amor es más fuerte que la muerte, ¿cómo Dios no va a poder engendrar hombres nuevos, resucitados, gloriosos?

Hay que dejar de hozar en disquisiciones ridículas que no dan fruto ni mejoran a nadie. Gracias a Dios, ya ninguno te interrumpe con preguntas irrisorias sobre qué hacía Dios antes de la creación o, si Dios sabe nuestro futuro, ¿por qué creó a ¡los que se iban a condenar!? Y hasta, por preguntar, nos podemos interesar por el sexo de los ángeles.

Remontamos el vuelo y escuchamos a Pablo en la primera lectura. Para recrear el don de Dios, para dar testimonio de nuestro Señor, para tener parte en los duros trabajos del Evangelio, nos eleva a la esperanza: Jesucristo "destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal". ¿Y todavía hay tiquismiquis perdidos en fantasías?

Vuestro amigo,

Conrado Bueno Bueno
(ciudadredonda@ciudadredonda.org)


3-7. 2001

COMENTARIO 1

v. 18 Se le acercaron unos saduceos, esos que dicen que no hay resurrección, y le propusieron este caso:

Al partido saduceo pertenecían dos grupos del Sanedrín o Consejo: los senadores (seglares) y los sumos sacerdotes. Desde el punto de vista político eran partidarios del orden establecido, en el que tenían un papel hegemónico, y colaboracionistas con los romanos, con los que mantenían un difícil equilibrio de poder. Rechazaban la llamada tradición oral, a la que los fariseos atribuían autoridad divina (7,5.8.13). Eran abiertos res­pecto a la cultura helenística.

No veían en la Escritura la noción de una vida después de la muerte; su horizonte era esta vida, y en ella procuraban mantener su posición de poder y de privilegio. Su pecado era el materialismo, pues sus objetivos en la vida eran el dinero y el poder, anejos a la posición social que ocu­paban (cf. 10,1-12, el pecado fariseo).



vv. 19-23 «Maestro, Moisés nos dejó escrito: «Si a uno se le muere su her­mano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano». Había siete hermanos: el primero se casó y murió sin dejar hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin tener hijos; lo mismo el tercero, y ninguno de los siete dejó hijos. Por último, murió también la mujer. En la resurrección, ¿de cuál de ellos va a ser mujer, si ha sido mujer de los siete?»

Se acercan a Jesús y lo llaman Maestro, pues van a pedirle que resuel­va un caso teórico que, sin duda, refleja una larga controversia con los fariseos. Ellos, los saduceos, sostienen que todo acaba con la muerte, y el caso que proponen demostraría lo absurdo de la creencia en la resurrec­ción, sostenida por los fariseos, quienes concebían la vida futura como una continuación de la vida mortal.

Mencionan la ley del levirato, instituida por Moisés. y, a continua­ción, proponen el caso, que haría ridícula la doctrina farisea.



v. 24 Les contestó Jesús: «Precisamente por eso estáis equivocados, por no conocer la Escritura ni la fuerza de Dios».

La respuesta de Jesús es dura: los dirigentes del templo y de la nación están en el error, por dos razones: porque ignoran la Escritura (lo que Dios ha dicho) y porque no conocen la fuerza de Dios (lo que Dios hace), el dador de vida (fuerza, cf. 5,30), no tienen experiencia de la acción de Dios. La denuncia es tremenda: las autoridades religiosas supremas, los que se llaman representantes de Dios, administran el tem­plo y ejercen el culto, no conocen a Dios ni en su palabra ni en su acción.



v. 25 «Porque, cuando resucitan de la muerte, ni los hombres ni las mujeres se casan, son como ángeles del cielo».

Corrige Jesús la doctrina farisea en dos aspectos: precisa ante todo que el estado futuro del hombre no es una prolongación de su estado presente; no hay matrimonio ni procreación, porque la vida inmortal no se transmite por generación humana, se recibe directamente de Dios (ángeles = «hijos de Dios», cf. Job 1,6; 2,1; 32,7; Dn 3,21/91); ser como ánge­les indica el estado propio de los que están en la esfera divina (el cielo). Al mismo tiempo precisa Jesús el cuándo de la resurrección: mientras los saduceos, ateniéndose a la doctrina farisea, hablaban de ella en futuro (en la resurrección, ¿de cual de ellos va a ser mujer?), Jesús habla en presente (cuando resucitan, son como ángeles). La resurrección no es un aconteci­miento lejano, es simplemente la vida que continúa después de la muer­te, y se está verificando ya desde ahora. Ahí está la fuerza de Dios que ellos no conocen.



vv. 26-27 «Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios ?:"Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados».

Va a mostrarles ahora que tampoco conocen la Escritura y, para pro­bar la vida después de la muerte, les cita una declaración de Dios mismo: Yo soy el Dios de Abrahan, etc. (Ex 3,6.15s): cuando Dios habló a Moisés, los patriarcas seguían vivos o, en otras palabras, estaban ya resucitados; el Dios fiel no deja que perezcan los que él ha amado. El Dios de Jesús es el Dios de la vida, porque su fuerza es fuerza de vida; el dios del sistema es el dios de la muerte.



COMENTARIO 2

De lo que escribió Moisés en la ley estos saduceos proponen a Jesús las prescripciones acerca del levirato que se encuentran en Dt 25,5s. Según esto cuando una mujer quedaba viuda sin hijos, los hermanos del marido muerto, sucesivamente tenían obligación de casarse con ella. Como un hombre tenía varías esposas, el hecho de que estuviera casado no implicaba ningún problema. El primogénito de la mujer con su cuñado debía llevar el nombre del marido muerto. Si el hermano mayor del difunto rehusaba cumplir este deber, otro hermano debía remplazarlo. Al cuñado que se negaba a tomarla como esposa, la mujer debía delante de los ancianos escupirle en la cara y quitarle el calzado del pie diciéndole: "Así se hace con el hombre que rehusa edificar la casa de su hermano". Por eso su familia será llamada: "La casa del descalzado".

El caso que exponen habla de una viuda que se casó sucesivamente con siete cuñados, sin que hubiera tenido prole de ninguno. Después de la muerte de la mujer, cuando ocurra la resurrección de ella y los siete marido que tuvo, ¿de cuál de ellos deberá ser esposa?.

La respuesta de Jesús es una respuesta coherente. Al principio y al final Jesús hace caer en la cuenta que los saduceos que han planteado la cuestión andan muy equivocados frente al tema de la resurrección. Ellos concebían la resurrección de los muertos como un regreso a esta vida y a sus condiciones. Pero el poder de Dios alcanza para mucho más. Ellos suponen que los resucitados tomarán esposas y que las resucitadas tomarán marido. Pero no es así. Esa condición de la vida era propia de la historia israelita; no es por tanto la situación definitiva, ni lo que debe ser plenificado en la resurrección. Por eso Jesús, al tratar el tema de la resurrección, lo hace desde el texto de Ex 3,6 en el cual se plantea el problema de la resurrección y declara a Dios Señor de la vida y no de la muerte.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-8. 2002

Los fariseos creían en el más allá; sin embargo, los saduceos, unos pertenecientes a la clase sacerdotal y otros senadores laicos, pensaban que no hay otra vida y que Dios premia a los buenos en este mundo con dinero y descendencia. Dado lo incómodo de la doctrina social de los profetas y sus reivindicaciones de justicia, los saduceos tampoco aceptaban la autoridad de los escritos proféticos, mostrándose además colaboradores del poder romano, como garantía para conservar sus privilegios.

Hoy son unos saduceos los que se acercan a Jesús con la finalidad de mostrar que la creencia de los fariseos en el más allá no tiene consistencia. Y le plantean para ello un caso teórico basado en la ley del levirato por la que cuando uno muere sin descendencia, su hermano debe casarse con la viuda para darle descendencia. Se trata del caso extremo de una viuda, que se casa con los seis hermanos de su marido que mueren sin dejarle descendencia. ¿De cuál de ellos va a ser mujer en el más allá, si lo ha sido de todos en este mundo?

Jesús les muestra su equivocación, porque entienden el más allá como una simple continuación de esta vida, como creían los fariseos: allí no habrá ni matrimonio ni procreación, pues todos serán como ángeles de Dios, de quien reciben directamente la vida inmortal; y además, la resurrección no es cosa del futuro, sino que es la vida presente que se perpetúa después de la muerte.

Con esta respuesta Jesús les muestra que los saduceos (muchos de ellos dirigentes del templo y/o senadores) no conocen ni saben interpretar la palabra de un Dios para quien los patriarcas están vivos o resucitados, de un Dios de vida, que no puede permitir que sus hijos permanezcan para siempre en la muerte.

¿Lo creemos nosotros de verdad? Y si lo creemos ¿vivimos para dar, contagiar, fomentar y promover la vida allí donde estemos?

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-9.

Comentario: Pbro. D. Federico Elías Alcamán Riffo (Puchuncaví-Valparaíso, Chile)

«No es un Dios de muertos, sino de vivos»

Hoy, la Santa Iglesia pone a nuestra consideración —por la palabra de Cristo— la realidad de la resurrección y las propiedades de los cuerpos resucitados. En efecto, el Evangelio nos narra el encuentro de Jesús con los saduceos, quienes —mediante un caso hipotético rebuscado— le presentan una dificultad acerca de la resurrección de los muertos, verdad en la cual ellos no creían.

Le dicen que, si una mujer enviuda siete veces, «¿de cuál de ellos [los siete esposos] será mujer?» (Mc 12,23). Buscan, así, poner en ridículo la doctrina de Jesús. Mas, el Señor deshace tal dificultad al exponer que, «cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer, ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos» (Mc 12,25).

Y, dada la ocasión, Nuestro Señor aprovecha la circunstancia para afirmar la existencia de la resurrección, citando lo que le dijo Dios a Moisés en el episodio de la zarza: «Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob», y agrega: «No es un Dios de muertos, sino de vivos» (Mc 12,26-27). Ahí Jesús les reprocha lo equivocados que están, porque no entienden ni la Escritura ni el poder de Dios; es más, esta verdad ya estaba revelada en el Antiguo Testamento: así lo enseñaron Isaías, la madre de los Macabeos, Job y otros.

San Agustín describía así la vida de eterna y amorosa comunión: «No padecerás allí límites ni estrecheces al poseer todo; tendrás todo, y tu hermano tendrá también todo; porque vosotros dos, tú y él, os convertiréis en uno, y este único todo también tendrá a Aquel que os posea a ambos».

Nosotros, lejos de dudar de las Escrituras y del poder misericordioso de Dios, adheridos con toda la mente y el corazón a esta verdad esperanzadora, nos gozamos de no quedar frustrados en nuestra sed de vida, plena y eterna, la cual se nos asegura en el mismo Dios, en su gloria y felicidad. Ante esta invitación divina no nos queda sino fomentar nuestras ansias de ver a Dios, el deseo de estar para siempre reinando junto a Él.


3-10. 2004. Comentarios Servicio Bíblico Latinoaricano

Atravesado el umbral de la muerte para el creyente se abre el infinito horizonte de la comunión plena con Dios. Por eso cada cristiano puede confesar con el salmista su confianza en el Dios de la vida: “No abandonarás mi vida el sheol, ni dejarás a tu fiel experimentar la corrupción. Me enseñarás la senda de la vida, me llenarás de alegría en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha” (Sal 16/15, 10-11).

El evangelio narra una disputa de Jesús con un grupo de saduceos, “que niegan la resurrección” (v. 18). A este grupo pertenecían las grandes familias sacerdotales y la aristocracia laica. Se distinguían por ser fuertemente tradicionalistas. Además de no aceptar la resurrección de los muertos, negaban la existencia de los ángeles (Hch 23,8) y sólo aceptaban la ley escrita (el Pentateuco) y no el código legal oral que seguían los fariseos. En síntesis, se distinguían por no aceptar los desarrollos últimos de la tradición y del patrimonio de la fe de Israel.

Para poner en ridículo la creencia en la resurrección de los muertos proponen a Jesús un caso extremo en donde se aplica la ley del levirato, atribuida a Moisés, según la cual la muerte de un hombre que no había dejado descendencia, comprometía a su hermano a casarse con la viuda con el fin de garantizar una descendencia al difunto (vv. 19-23, cf. Gn 38,8; Dt 25,5; Rut 3,9-4.10).Jesús, en primer lugar, hace ver a sus interlocutores que están en un profundo error debido a que no conocen ni interpretan bien las Escrituras, lo cual les lleva a ignorar el misterio de Dios y su poder (Mc 12,24). Para Jesús aquellos saduceos que desconocen e interpretan mal la Palabra de Dios viven “en un gran error” (Mc 12,27). En segundo lugar, ofrece una respuesta articulada en dos momentos, fundamentándose en el principio del poder y de la fidelidad de Dios.

En una primera respuesta, construida a partir de la contraposición de signo judeo-apocalíptico entre dos eones (épocas), Jesús declara que en la resurrección (vida futura) hay una lógica de vida distinta a la existencia histórica (vida presente): “Cuando los muertos resuciten, ni ellos tomarán mujer, ni ellas tomarán marido, sino que serán como ángeles en los cielos” (v. 25). Es decir, siendo inmortales no tendrán ya necesidad de procrear. La institución matrimonial no tendrá ya razón de existir en una condición en la cual el hombre y la mujer participan plenamente de la misma vida de Dios.

Jesús indirectamente se opone a una idea de resurrección concebida según los patrones de la vida mortal, tal como era vista en algunos ambientes populares y fariseos. Para Jesús la resurrección no es la simple continuación de la vida presente, sino una etapa de plenitud que transforma a la persona humana radicalmente gracias a la comunión escatológica con la vida y el amor de Dios y que difícilmente lograremos entender desde nuestra lógica terrena y nuestras realidades cotidianas.

En una segunda respuesta, Jesús con sobriedad, sin utilizar los razonamientos llenos de fantasía de los ambientes apocalípticos, utiliza explícita y únicamente la Escritura para describir la identidad de Dios (Ex 3,6.15.16).

Jesús cita el Éxodo, un libro del Pentateuco, la única parte de la Escritura aceptada por los saduceos. Hace alusión al encuentro de Moisés con Yahvéh en la zarza, para evocar la fidelidad de Dios a las promesas de la Alianza, unas promesas que no pueden quedar incumplidas a causa de la muerte: “Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo Dios dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es un Dios de muertos, sino de vivos” (v. 26). Si los padres de Israel hubieran terminado en la muerte, Dios sería un Dios de muertos, mostrándose al mismo tiempo infiel a las promesas de la Alianza.

El razonamiento de Jesús podría parecer extraño a primera vista. El problema que le plantean es la resurrección de los muertos y él habla de Dios, pero en realidad la fe en la resurrección depende de la imagen que se tiene de Dios. No es sólo un problema antropológico que se resuelve respondiendo filosóficamente a las preguntas de quién es el ser humano y cuál es su destino. Es ante todo un problema teológico. Para él, la resurrección de los muertos se fundamenta en el poder de un Dios que es vida y amor, quien en virtud de la comunión de vida que ha querido establecer con los seres humanos, no los abandona a la muerte sino que los conduce a una vida sin fin.

La esperanza de la vida futura, por una parte, nos ayuda a relativizar el presente, ayudándonos a asumir nuestra condición de peregrinos en el mundo, en constante éxodo, libres de todo lo que pueda distraernos en nuestro camino hacia la patria eterna; por otra parte, esta esperanza da consistencia al presente, lo hace fecundo e importante, pues vivimos con la conciencia de que hemos sido arrancados del poder de la muerte y seremos recuperados totalmente para Dios y en Dios. La esperanza en la vida futura nos libera de todo aquello que se presenta ante nuestros ojos con pretensiones de absoluto. Al mismo tiempo, en lugar de alienarnos, nutre y estimula nuestro compromiso con el presente, sanando los límites y las heridas propias de la condición histórica. Gracias a la esperanza en la vida futura, el cristiano es testigo de vida, de gozo y de confianza.


3-11.

Acerca de la resurrección

Fuente: Catholic.net
Autor: Juan María Piñero

Reflexión:

Es normal en el hombre preguntar cuando se tienen dudas, y más aún cuando se es niño. En este estado de la vida se interroga sobre todo lo que le rodea. En el colegio los chicos se dan cuenta que los profesores no siempre lo saben todo y buscan ponerles a prueba para poder reírse de ellos. Más o menos es la postura que encontramos entre los saduceos que se acercan a Jesús con una pregunta un poco rebuscada para comprobar si está preparado. Sin embargo, al igual que el hombre está abierto a la pregunta, debe estarlo también a la verdad y a la rectificación. En este caso los saduceos no están en esta situación.

En ocasiones queremos también nosotros probar a Dios y ponerle nuestras preguntas complicadas. Pero Él siempre está abierto a una respuesta simple, que podamos entender como hace la madre ante la pregunta del niño. Nuestra actitud debe ser la del niño que acepta la respuesta de la mamá.

Jesucristo nos pide que confiemos abiertamente en Él ya que lo que a nosotros nos parece imposible para Él es posible porque lo que busca es que seamos felices: en el caso de los judíos su felicidad consistía en tener descendencia que hiciera honor a la familia, ente otros aspectos. En nuestro caso, Dios está dispuesto a darnos lo que le pedimos siempre y cuando sea en beneficio para nuestra santificación. Dirijámonos a Cristo con aquellas peticiones que Él crea que son más convenientes para nuestra salvación eterna.


3-12.

Reflexión

Una de las cosas que siempre han cuestionado y preocupado al hombre es su destino final. ¿Qué pasa después de la muerte? Para el cristiano, la respuesta de Jesús ilumina este misterio y lo hace vivir en paz, pues ahora sabe que no existe la muerte sino simplemente una transformación. El hombre creado por Dios vivirá para siempre. La “muerte” dispone al hombre para disfrutar la eternidad. Contrariamente a otras filosofías y “teologías”, el cristianismo, basado en la revelación de Dios, afirma (y esta es nuestra esperanza), que al ocurrir la muerte física, Dios nos resucitará de manera semejante a como lo hizo con Jesús. Nuestro cuerpo volverá a tomar su carne, será nuestro mismo cuerpo pero ahora será un cuerpo GLORIFICADO, un cuerpo que no sufre más, un cuerpo que no puede ya experimentar la muerte. Ciertamente no podemos entender perfectamente este misterio, ni cómo será, o qué significa tener un cuerpo glorificado. Sin embargo le creemos a Jesús, creemos que su palabra se cumplirá y que nuestra existencia perdurará para siempre pues nuestro Dios no es un Dios de muertos sino de vivos.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


3-13.

Los saduceos, tal y como le dice Jesús en este evangelio, no han entendido las Escrituras. Ellos piensan que, en la vida eterna seguiremos con las estructuras sociales que vivimos ahora. La asumen como una reproducción en el cielo de lo que tenemos aquí en la tierra. Más sin embargo Jesús aclara que en el día de la resurrección de los muertos ya no será necesario casarse pues seremos como ángeles. Nuestra vida se centra demasiado en preocupaciones futuras y nos olvidamos de vivir el presente tal y como Dios quiere que lo vivamos. Vivamos para acumular un tesoro en el cielo.

Dios nos bendice,

Miosotis


3-14. 2004

LECTURAS: 2TIM 1, 1-3. 6-12; SAL 122; MC 12, 18-27

2Tim. 1, 1-3. 6-12. Dios quiso confiar el Evangelio a Pablo, para que no sólo sea apóstol y heraldo, sino maestro del mismo. El Evangelio es la fuerza de Dios que da la salvación no por las obras sino por la gracia manifestada en Cristo, el cual aniquiló la muerte y ofrece la vida inmortal. Este depósito de fe que Dios confió a Pablo, ahora él lo ha confiado a Timoteo, para que dé testimonio del mismo con la fuerza y el poder de Dios; por eso Timoteo no puede actuar con temor, pues Dios estará siempre con él como lo ha estado con Pablo, ahora prisionero de Cristo, no tanto de los Romanos, pues la vida del hombre de fe está en manos de Dios y no de los hombres. Quien sufra por el Evangelio estará manifestando que en verdad va por los caminos de Dios y que es fiel a la misión que se le ha confiado. Quien amolde su vida a los criterios de este mundo y se gane la complacencia de los poderosos y malvados dejándolos hundidos en su pecado, será un mercader del Evangelio, pero no apóstol, ni heraldo, y mucho menos maestro del mismo. Vivamos con lealtad la confianza que Dios ha tenido para con su Iglesia al confiarle el Evangelio y su anuncio al mundo entero para salvación de todos.

Sal. 122. Después de cumplir fiel y amorosamente con la misión que Dios nos ha confiado, de proclamar su Evangelio no sólo con las palabras, sino con la vida misma, contemplamos, esperanzados, sus manos para recibir, no el premio de lo que hayamos hecho, sino lo que, en su amor, por pura gracia, Él ha prometido para quienes siendo sus amigos, le vivan fieles: la Vida eterna, junto a su propio Hijo. Que esta esperanza, que no defrauda, nos mantenga firmes en nuestro trabajo y seguros en la proclamación del Evangelio de la Gracia. Aún en medio de las grandes persecuciones, por las que debamos pasar por ser fieles a Cristo, contemplémoslo a Él, que, después de padecer, ahora vive eternamente. Aprendamos también a dejarnos contemplar por Dios. Él nos ama y no nos abandonará a la muerte, pues nuestra vida es muy preciosa a sus ojos; valemos la Sangre de su propio Hijo. Seamos, pues, fuertes y valientes en el testimonio de nuestra fe, sabiendo que el Señor jamás nos ha abandonado, y que jamás se olvidará de nosotros, sus hijos, pero también siervos de su Evangelio.

Mc. 12, 18-27. ¿Qué significa Dios para nosotros? ¿Qué sentido tiene creer en Él? Nuestra respuesta no podemos darla con simples palabras, sino de un modo vital, pues de ello dependen nuestras esperanzas y nuestras acciones cotidianas. Si Él sólo es una fantasía en nuestra mente podemos utilizarlo para explotar los sentimientos de los demás, para vivir cómodamente a base de una fe manipulada a favor de nuestros mezquinos intereses personales. Si después de esta vida ya no hay vida, ni unión eterna con Dios, ¿qué sentido tiene sacrificarlo todo por los demás? ¿no será mejor pensar en nosotros mismos y tratar de sacar el mejor partido a costa de los demás para disfrutar de la vida antes de que se nos acabe y quedemos reducidos a la nada? Quien ha perdido la fe en el Dios de la Vida podrá incluso manipular el culto, con tal de tener prestigio y riquezas hablando de un Dios en quien ya no cree, pero que puede dejarle fuertes dividendos económicos, de prestigio ante los poderosos y de influencia ante los políticos. Dios, el Dios de la Vida espera al hombre, peregrino de fe, que lucha esforzadamente para que la vida sea plena entre nosotros y no un guiñapo que ha perdido su dignidad. Al final gozaremos de Él, que nos guió y nos ayudó a vivir comprometidos con el hombre de cada día para ayudarle en el camino de su perfección. Esa vida no será continuación de este valle de lágrimas, sino la continuación de nuestra entrega y de nuestro amor, llevado a su plenitud gracias a la Redención y al amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús, su Hijo y Hermano nuestro. ¿Creemos realmente en esto? Que no sean nuestras palabras, sino nuestras obras y nuestra vida misma lo que dé una respuesta vital a esta pregunta de fe.

El Dios de la Vida nos reúne en torno a Él. Su Hijo, habiendo entregado su vida, no fue abandonado a la muerte, sino que Dios lo resucitó de entre los muertos para que, quienes creamos en Él y unamos a Él nuestra vida, en Él tengamos Vida eterna. Por medio de la Eucaristía hacemos nuestra la misma vida de Dios; Él, en su Hijo, no viene a nosotros sólo como un visitante pasajero; Él viene a hacer su morada en nosotros. Así como el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre, así el Hijo está en nosotros y nosotros en el Hijo. Desde esa unión de alianza nueva y eterna con Él tenemos la esperanza cierta de llegar a poseer, como coherederos, la herencia que le corresponde a Jesús como a Hijo unigénito del Padre. Esta es, finalmente, la vocación a la que hemos sido llamados. Por eso la Eucaristía no es sólo un acto de devoción, sino el momento supremo de nuestra vida, donde el Señor realiza su Obra Redentora y Salvadora para nosotros, en un auténtico Memorial de amor para la humanidad de todos los tiempos y lugares. Sea Él bendito por siempre.

Cuando nosotros, conforme a la voluntad soberana y gratuita de Dios, aceptamos establecer con Él una auténtica comunión de Vida, estamos enrolando nuestra existencia en un verdadero compromiso a favor de la vida, de tal forma que no sólo aceptamos a Dios con nosotros, sino también a nuestro prójimo, especialmente a aquellos que con quienes vamos tras las huellas de Cristo, profesando en Él nuestra fe. Más aún, no sólo por obedecer un mandato expreso de Cristo, sino viendo esto como parte de nuestra propia naturaleza que nos asemeja con el Señor de la Iglesia, trabajaremos denodadamente para que todo y todos encuentren en Cristo la plenitud de su ser. Aquel que vive su fe de un modo personalista, con temor ante las consecuencias de su seguimiento del Señor; aquel que tal vez se arrodilla ante el Señor pero después valora más lo pasajero sin importarle el bien de su prójimo; quien destruye la justicia social ante intereses egoístas y turbios, no puede llamarse en verdad hijo del Dios de la Vida, pues ha perdido, en el horizonte final de su existencia su encuentro con Aquel que nos espera después de haber caminado con la mirada puesta en Él, iluminados por Él para construir un mundo más justo y más fraterno, más lleno de amor y más capaz de poner en práctica la misericordia, conforme al ejemplo que nos dio el Señor y conforme al Espíritu que debe guiar nuestros actos, nuestras actitudes y nuestra persona misma.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir trabajando constantemente por su Reino, con la esperanza cierta de llegar a participar de él eternamente. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-15. ARCHIMADRID 2004

LA ORACIÓN Y LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS

“Tengo siempre tu nombre en mis labios cuando rezo, de noche y de día”. Hay una expresión que hoy día se utiliza muy poco: “comunión de los santos”. Con estas palabras la Iglesia ha querido enseñar la eficacia de la oración. No se trata vivir grandes experiencias místicas, ni cosas fuera de lo normal, sino que es la “comunicación” que, de la manera más sencilla, se produce entre aquellos que compartimos una misma fe.

Cuando san Pablo dirige una carta a Timoteo, le está recordando que no se encuentra solo. Gracias al poder de la oración somos capaces de crear la gran “Red” entre los hijos de Dios. Y me río de la tan manida “globalización”, o los que se quedan pasmados ante el “milagro” de Internet. Lo que tenemos entre manos es mucho más radical, ya que es el mismo Dios quién se ha comprometido a entrar en semejante dinámica comunicativa. ¿Cuál es nuestra fuerza?… nos lo recuerda también san Pablo: “Porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio”.

Desde hace algunos años nos venimos asombrando de la renovación constante de las tecnologías en el mundo de la comunicación. El mundo se nos ha quedado “pequeñito” porque podemos comunicarnos con cualquiera y en cualquier parte. Con un diminuto teléfono podemos mantener una conversación sea la distancia que sea. Satélites, antenas, cable, ondas… todo está dispuesto para que el hombre no se sienta solo. Pero, curiosamente, el resultado suele ser el contrario. Cuanto más avance hay en la técnica, encontramos más soledad en los corazones. ¿Cuál es el problema? que el hombre parece estar al servicio de esas nuevas tecnologías, y no al revés.

“Pero no me siento derrotado, pues sé de quién me he fiado y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día el encargo que me dio”. Fiarse de Dios es poner todas las demás cosas como medios, no como fin. El brillo que puede producirnos una gran avance tecnológico quedará oscurecido por un nuevo descubrimiento, y así consecutivamente. Lo que viene de Dios, en cambio, nunca se agota, y la oración es la que nos hace permanecer siempre en comunicación con Él y con todos los hombres… nunca envejecerá semejante instrumento divino.

“Estáis equivocados, porque no entendéis la Escritura ni el poder de Dios”. Así es el hombre: siempre intentando superar el orden creado, porque la tentación del “seréis como dioses” le acompañará hasta el fin de los tiempos. Por muchos “Einsteins” que se pusieran de acuerdo, ninguno de ellos podría siquiera inventar una gota de rocío. Nos dejamos deslumbrar por tantos fuegos de artificio, que no sabemos saborear un minuto de silencio en diálogo con Dios.

Si miramos a María, nuestra Madre, veremos en su rostro la dulzura de un alma que se entrega en oración. Pero esa oración (vuelvo a repetir), no consiste en misticismos extraordinarios, sino en convertir cada una de nuestras acciones, pensamientos y palabras en continuo diálogo divino. ¿Alguien te ha enseñado a respirar?… Pues bien, la “comunión de los santos” es el aire que necesitamos para que nuestra vida siempre esté “oxigenada” con el amor de Dios.


3-16. Fray Nelson Miércoles 1 de Junio de 2005
Temas de las lecturas: El Dios de la gloria escuchó las súplicas de Sara y de Tobit * Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.

1. De dos problemas, una solución
1.1 La primera lectura nos ofrece un hermoso ejemplo de la compasión y la providencia de Dios. La ceguera del justo Tobit y la infelicidad de aquella mujer, Sara, son dos historias de dolor que vendrán a fundirse y resolverse en una historia de salvación. Tobías, hijo de Tobit, será el instrumento para traer la salud a su padre ciego y la alegría del matrimonio y la maternidad a Sara. Es como la versión bíblica del conocido refrán: "siempre es más oscuro poco antes del amancer."

1.2 Tobías, a su vez, recibe la guía y la amistad de un ángel, Rafael. Lo que tenemos, entonces, es que Dios cuida de los suyos, y que se vale de medios humanos y angélicos para hacerlo. Esto representa en realidad un avance en la revelación del Antiguo Testamento. Estas "causas segundas," como son aquí Tobías o el ángel Rafael, no quitan el lugar de la "causa primera" que sigue siendo Dios, pero sí muestran que Dios, al salvar, no elimina los actos libres de sus creaturas. Su obra de redención no cancela su obra de creación.

2. El destino de los amores de esta tierra
2.1 A modo de burla, los saduceos ridiculizan la creencia en la resurrección con una tonta historia de una mujer que se ha casado varias veces. Cristo toma el argumento no sólo para reafirmar la verdad de la resurrección sino para enseñarnos sobre el destino del amor humano.

2.2 La parte más impresionante de las palabras de Cristo, en mi concepto, es aquella forma de hablar: "no se casarán; serán como los ángeles." Aquí hay algo muy profundo sobre la naturaleza del matrimonio. La razón por la que no hay matrimonio más allá de la muerte es porque tampoco hay más muerte en aquellos considerados dignos de la resurrección.

2.3 Es decir: el matrimonio es un remedio contra la muerte mientras no ha llegado a la muerte. Los que ya no pueden morir no necesitan de ese remedio; reciben la vida de la fuente de la vida, como los ángeles, y no a través de las expresiones mediadas de esa vida por vehículo del amor humano. Entonces el matrimonio es un modo de acercarse al amor fontal, al amor original que da la vida. Una vez que accedemos a ese amor en la resurrección, no cabe propiamente la mediación. Ya en el cielo todo es inmediato.