MIÉRCOLES DE LA SEMANA 3ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Segundo Libro de Samuel 7,1-17.

Cuando David se estableció en su casa y el Señor le dio paz, librándolo de todos sus enemigos de alrededor, el rey dijo al profeta Natán: "Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios está en una tienda de campaña". Natán respondió al rey: "Ve a hacer todo lo que tienes pensado, porque el Señor está contigo". Pero aquella misma noche, la palabra del Señor llegó a Natán en estos términos: "Ve a decirle a mi servidor David: Así habla el Señor: ¿Eres tú el que me va a edificar una casa para que yo la habite? Desde el día en que hice subir de Egipto a los israelitas hasta el día de hoy, nunca habité en una casa, sino que iba de un lado a otro, en una carpa que me servía de morada. Y mientras caminaba entre los israelitas, ¿acaso le dije a uno solo de los jefes de Israel, a los que mandé apacentar a mi Pueblo: '¿Por qué no me han edificado una casa de cedro?'. Y ahora, esto es lo que le dirás a mi servidor David: Así habla el Señor de los ejércitos: Yo te saqué del campo de pastoreo, de detrás del rebaño, para que fueras el jefe de mi pueblo Israel. Estuve contigo dondequiera que fuiste y exterminé a todos tus enemigos delante de ti. Yo haré que tu nombre sea tan grande como el de los grandes de la tierra. Fijaré un lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré para que tenga allí su morada. Ya no será perturbado, ni los malhechores seguirán oprimiéndolo como lo hacían antes, desde el día en que establecí Jueces sobre mi pueblo Israel. Yo te he dado paz, librándote de todos tus enemigos. Y el Señor te ha anunciado que él mismo te hará una casa. Sí, cuando hayas llegado al término de tus días y vayas a descansar con tus padres, yo elevaré después de ti a uno de tus descendientes, a uno que saldrá de tus entrañas, y afianzaré su realeza. El edificará una casa para mi Nombre, y yo afianzaré para siempre su trono real. Seré un padre para él, y él será para mí un hijo. Si comete una falta, lo corregiré con varas y golpes, como lo hacen los hombres. Pero mi fidelidad no se retirará de él, como se la retiré a Saúl, al que aparté de tu presencia. Tu casa y tu reino durarán eternamente delante de mí, y su trono será estable para siempre". Natán comunicó a David toda esta visión y todas estas palabras.

Salmo 89,4-5.27-30.

Yo sellé una alianza con mi elegido, hice este juramento a David, mi servidor:
"Estableceré tu descendencia para siempre, mantendré tu trono por todas las generaciones".
El me dirá: "Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora".
Yo lo constituiré mi primogénito, el más alto de los reyes de la tierra.
Le aseguraré mi amor eternamente, y mi alianza será estable para él;
le daré una descendencia eterna y un trono duradero como el cielo.


Evangelio según San Marcos 4,1-20.

Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla. El les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba: "¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar. Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó. Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto. Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno". Y decía: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!". Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de él junto con los Doce, le preguntaban por el sentido de las parábolas. Y Jesús les decía: "A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola, a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón". Jesús les dijo: "¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás? El sembrador siembra la Palabra. Los que están al borde del camino, son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos. Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría; pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben. Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa. Y los que reciben la semilla en tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


 

1.- Hb 10, 11-18

1-1.VER DOMINGO 33B LECTURA 2


1-2.

-En la antigua alianza los sacerdotes estaban "de pie" en el Templo... Jesucristo empero se "sentó" para siempre a la diestra del Padre.

Argumento rabínico: se escudriña la Escritura hasta sus mínimos detalles para hallar un argumento. Ese procedimiento puede parecernos extraño. Sin embargo hay aquí una hermosa imagen, con la ventaja de ser extremadamente concreta.

Para mostrarnos toda la diferencia entre el antiguo sacerdocio judío y el sacerdocio de Jesús, el autor nos presenta al sumo sacerdote de pie muy atareado, como si temiera tener algún descuido y no hacerlo bien. A Jesús en cambio lo presenta tranquilo sentado junto al Padre, seguro de que su sacrificio es perfecto.

-Los sacerdotes estaban de pie día tras día celebrando la liturgia y ofreciendo reiteradamente los mismos sacrificios que nunca pueden borrar los pecados. ESFUERZO/GRATUIDAD: SV/GRATUIDAD: Esta es también, por desgracia, la actitud de ciertos cristianos, que parecen preocupados de multiplicar los ritos como si se tratara de querer doblegar a un Dios justiciero e inflexible. La imagen del verdadero Dios es totalmente diferente: no es el hombre quien busca a Dios y obtiene su perdón a fuerza de expiaciones... es Dios quien busca al hombre, es El quien reconduce la oveja perdida llevándola sobre sus hombros, es El quien ofrece incansablemente su perdón, es El quien ha hecho todo el camino de la reconciliación, es El quien ha cargado con el peso de la sangre derramada, en Jesucristo.

-Jesucristo, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre. Desde entonces espera que sus «enemigos sean puestos por escabel de sus pies».

Nueva prueba de la impregnación de la Biblia en los primeros cristianos: espontáneamente vienen los salmos a sus labios. Aquí el autor cita el salmo 110-1; y es la tercera vez que usa ese mismo salmo. Hebreos 1,13;8-1; 10-12.

Señor, quiero yo también contemplarte, sentado junto a Dios, en esa hermosa actitud majestuosa esculpida en la piedra de muchos tímpanos de las catedrales: el «hermoso Dios» de Amiens, el Cristo en gloria de Vézelay, de Chartres, d'Angers y de tantas otras portadas.

En nuestra época turbulenta, sacudida por tantos golpes y tumbos de toda clase... en nuestras vidas inquietas y en continuo movimiento... nos resulta beneficioso llenarnos de la visión de paz de un Cristo hierático, sólido, tranquilo, seguro de su victoria, que «espera apaciblemente que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies.» Concédeme, Señor, trabajar en tu obra en paz y sin prisa.

-Por su único sacrificio, Cristo condujo siempre a su perfección a aquellos que de El reciben la santidad.

¡Es un hecho y adquirido para siempre!... Gracias, Señor.

¿Qué conclusión debo sacar concretamente para mi vida de HOY?

-El Señor declara: «Pondré mis leyes en sus corazones, las inscribiré en su mente y no me acordaré ya más de sus pecados y faltas.»

He ahí, una vez más la «verdadera» imagen de Dios. Esta admirable fórmula de Jeremías (31, 33-34) debe ser saboreada palabra por palabra: La nueva Alianza que Jesús ha adquirido y ha dado, actúa en lo más íntimo de nuestro ser para transformarnos... y suprime aun en el recuerdo de Dios -¡El lo ha dicho!- cualquier huella de nuestros pecados.

-Ahora bien, donde hay remisión de estas cosas, ya no hay oblación por el pecado.

Fórmula radical. La misma misa no es un nuevo sacrificio.

Nos hace presente el único sacrificio de la cruz.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 36 s.


2.- 2S 7, 4-17

2-1. PEREGRINO/TIENDA

La célebre profecía de Natán, que leemos hoy, se nos propone también en otras dos festividades:

--el día de la fiesta de san José -19 de marzo-, por medio del cual entra Jesús en la familia de David...

--el 24 de diciembre, víspera de Navidad, donde el Mesías es anunciado a los pastores de Belén, ciudad de David...

Conquistada la ciudad fuerte de Jerusalén, e introducida el Arca en la ciudad, David quiere completar su obra construyendo un «templo», una «Casa para Dios». Ahora bien, ¡Dios rehúsa! Y envía a un profeta con este mensaje al rey. Esto nos sorprende quizá, pero ¡Dios rehúsa!

Y da sus razones. Hay que escuchar atentamente los motivos que expone Dios para rehusar tener un santuario estable y grandioso. Esto enlaza con la enigmática provocación de Jesús: «destruid este Templo... y en tres días lo levantaré, pero no por mano de hombre...» (Juan 2, 19-21)

-¿Me vas a edificar una casa para que yo habite? No he habitado jamás en una casa desde el día en que hice subir de Egipto a los israelitas, pero Yo «acampaba» en una tienda o en un refugio...

Primer motivo del rechazo: «no soy un Dios para gente 'instalada', sino un Dios para 'nómadas', para gente 'en marcha', los acompaño en su caminar, y habito en la tienda como ellos...»

La "tienda" es el símbolo de la casa frágil, del refugio fortuito, no definitivo. Nuestra verdadera patria no es la tierra: nuestra verdadera casa está "allá arriba". Y Dios no tiene ningún interés en que nos instalemos aquí abajo.

Y, con ello, Dios nos plantea la cuestión. ¿Estoy "en marcha"? ¿Hacia dónde?

-Yo te he sacado del pastizal, de detrás del rebaño. Yo te edificaré una "casa".

Segundo motivo: la total independencia de Dios. No es David quien se eligió rey a sí mismo. Incluso su descendencia será un perpetuo regalo de Dios. De sí mismo no era más que un pobre pastorcillo que Dios fue a buscar de detrás del rebaño para darle el poder.

El profeta juega con las palabras: «No serás tú quien construirá una casa-templo para Dios, es El quien te construirá una "casa-dinastía".

-Cuando tus días se hayan cumplido, te daré un sucesor en tu descendencia, que será nacido de ti... y consolidaré su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí, hijo...

Tercer motivo: el futuro de una dinastía, el futuro del hombre no descansan primordialmente sobre principios materiales -simbolizados por la solidez y la belleza de un edificio cultual como el Templo-... sino sobre una Alianza personal concertada entre Dios y los hombres: la fidelidad mutua de Dios y del rey -un padre con su hijo- es más decisiva que ¡todos los sacrificios del Templo!

Un día, Jesucristo, hijo de David, llevará a una perfección insospechada las relaciones de amor filial entre el Mesías y su Padre. Entonces el Templo no será ya necesario: el velo del Templo se rasgará.

Jamás ni Nathán, ni David, hubieran podido prever el cumplimiento en la persona de Jesús, en el Cuerpo de Jesús de la verdadera «casa de Dios» -lugar de la presencia inefable-... garantía de la estabilidad del pueblo por su adhesión filial al Padre. ¿Y yo? ¿Dónde sitúo mi religión?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 36


3.- Mc 4, 1-20

3-1. PARA/SEMBRADOR

VER DOMINGO 15A


3-2. /Mc/04/02  ALEGORIA/PARABOLA:

"El que tenga oídos para oír que oiga" La parábola no es una alegoría, sino algo mucho más sencillo. La alegoría es una comparación más elaborada, en la que cada uno de los rasgos remite a un significado escondido. La parábola, por el contrario, tiene un solo centro hacia el que converge todo lo demás; por eso no es necesario buscar un significado concreto para cada uno de los detalles de la narración. Basta con captar el meollo. Las parábolas evangélicas no nacen simplemente de una exigencia didáctica, preocupada por la claridad y la vivacidad.

Nacen de una exigencia teológica, o sea, del hecho de que no podemos hablar directamente del Reino de Dios, que está más allá de nuestras experiencias, sino solamente "en parábolas", indirectamente, mediante comparaciones sacadas de nuestra vida. Las parábolas se arraigan en nuestra vida cotidiana. De este origen tan humilde es de donde se derivan las tres propiedades que caracterizan al lenguaje parabólico. Es un lenguaje "inadecuado", por estar sacado de la vida de cada día, aunque su finalidad es expresar algo que está más allá, algo más profundo. Pero al mismo tiempo es un lenguaje "abierto" a lo trascendente, capaz no ciertamente de expresarlo, pero sí de aludir a él, porque si es verdad que el Reino de Dios no se identifica con la realidad de nuestra historia, también es verdad que guarda una gran relación con ella. Finalmente es un lenguaje que "obliga a pensar": no desarrolla todo el discurso, no es una perspectiva tranquilizante (como la del discurso que pretende definir una realidad, permitiéndonos dominarla), sino que la parábola es simplemente un primer paso que nos invita a seguir adelante, es un discurso global, que deja intacto el misterio del Reino, pero señalando su impacto en nuestra existencia, el vínculo existente entre el Reino y la vida. De este modo la parábola hace pensar, inquieta y compromete.

De aquí la ambigüedad de las parábolas (pero más concretamente la de la historia como revelación de Dios, incluso la de la historia de Jesús): son a la vez luminosas y oscuras, revelan y esconden. Exigen un esfuerzo de interpretación y de decisión. Dejan vislumbrar el misterio de Dios a quienes tienen unos ojos penetrantes y un corazón generoso, pero resultan oscuras y "carnales" para los distraídos y los que tienen el corazón pesado. El término "parábola" -lo mismo que el hebreo "mashal"- se presta precisamente a dos significados: comparación que aclara y enigma que deja perplejo.

Y es éste el sentido que Marcos desarrolla y convierte en cierto modo en la tesis central del discurso. Toma ocasión de las parábolas para introducir dos motivos que le agradan: la incapacidad del hombre para comprender los misterios del Reino de Dios y, por consiguiente, la necesidad de una ayuda que venga de arriba; la distinción entre lo que están "dentro" (y comprenden) y los que permanecen "fuera" (sin comprender).

En este punto se nos ocurren dos observaciones (que nos ofrecen las mismas parábolas): ¿en qué consiste el "misterio" que hay que comprender? ¿Cuáles son las condiciones para comprenderlo? Sobre el primer punto digamos enseguida que el secreto del Reino de 4, 11 no se identifica exactamente con el secreto mesiánico, o sea, con la pregunta: "¿quién es Jesús?".

SGTO/CONOCIMIENTO: En efecto, los discípulos seguirán hasta el capítulo 8 sin comprender quién es Jesús. En cuanto al segundo punto deseamos llamar la atención sobre el vínculo que une al "seguir" con el "comprender". Marcos nos ha dicho en el capítulo anterior que el discípulo es aquel a quién se le ha dado comprender.

Pero ¿por qué comprende? Precisamente porque está dentro y no se ha quedado "fuera", porque se ha decidido y está en comunión con Cristo.

Concretemos: no se trata de una comunión genérica con el recuerdo de Jesús (la comunidad no es simplemente un hecho de memoria), sino una comunión con el Cristo viviente que hoy habla en la comunidad. Sólo puede comprender el que está inserto en la comunidad. El secreto del Reino de Dios se capta desde dentro.

Para quien vive en la comunidad la palabra de Jesús (que ahora se anuncia en la Iglesia) es una parábola que ilumina, mientras que para el que está fuera es un enigma que lo deja perplejo.

BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MARCOS
EDIC. PAULINAS/MADRID 1981.Pág. 70s


3-3. Mc/04/03-20.

La parábola del sembrador insiste ampliamente en la desgracia del labrador; solo al final una breve indicación sobre la semilla que da fruto.

¿Qué significa esto en concreto? Algunos (como los apocalípticos judíos contemporáneos de Jesús) la leen de este modo: ahora hay oposiciones, ahora triunfa el mal, pero con la llegada última de Dios el mal quedará destruido, los malos serán castigados y el bien triunfará. Otros (como los fariseos) prefieren leer la parábola en la perspectiva de los méritos y del premio: hoy el creyente parece trabajar inútilmente, su fiel observancia no recibe ninguna paga, pero en realidad está acumulando méritos para el premio eterno.

Creo que el pensamiento de Jesús -aunque se acerque en parte a las dos lecturas precedentes- es distinto y mucho más rico. No se contenta con decir que los fracasos de hoy se convertirán en triunfos mañana.

Pretende más bien afirmar que el Reino está ya presente (aunque a nivel de semilla y aunque aparentemente aplastado): el Reino está aquí, en medio de las oposiciones, en medio de los fracasos (y no simplemente que los fracasos se transformarán en éxitos). De todas formas sigue siendo verdad que los fracasos cambiarán de signo. Por eso la parábola -además de ser una afirmación de la presencia del Reino- se convierte en un estímulo para quienes lo anuncian. La parábola llama la atención sobre el trabajo del sembrador -un trabajo abundante, sin medida, sin miedo a desperdiciar-, que parece de momento inútil, infructuoso, baldío; sin embargo -dice Jesús-, lo cierto es que alguna parte dará fruto, y un fruto abundante. Porque el fracaso es sólo aparente: en el Reino de Dios no hay trabajo inútil, no se desperdicia nada. De todas formas -y entonces la parábola se convierte en advertencia-, haya o no haya éxito, haya o no haya desperdicio, el trabajo de la siembra no debe ser calculado, medido, precavido; sobre todo no hay que escoger terrenos ni echar la semilla en algunos sí y en otros no. El sembrador echa el grano sin distinciones y sin regateos; así es como actúa Cristo en su amor a los hombres y así es como ha de actuar la Iglesia en el mundo. ¿Cómo saber -a la hora de sembrar- qué terrenos darán fruto y qué terrenos se negarán? Nadie tiene que adelantarse al juicio de Dios. Así pues, la parábola llama la atención sobre la presencia del Reino en el seno de las contradicciones de la historia, presencia que es imposible discernir con los "criterios" del éxito o del fracaso, en los que se apoya el cálculo de los hombres. Es éste el primer aspecto que hay que comprender, importante sobre todo para la Iglesia predicante y para los misioneros: no tienen que desanimarse en su trabajo de mensajeros ni tienen que dejarse llevar por los cálculos humanos.

La explicación (4, 14-20) de la parábola (que a nosotros nos parece, como hemos dicho, un comentario hecho por la comunidad a fin de actualizar la parábola para una situación distinta) desplaza la atención del sembrador a los terrenos. No se dirige ya al predicador, sino al discípulo que tiene que escuchar para atesorar la palabra que escucha; le revela las diversas causas que pueden llevarlo a la pérdida de ese tesoro. De esas causas algunas pueden parecer excepcionales, como la tribulación escatológica y la persecución, pero hay otras ciertamente cotidianas, como las preocupaciones del mundo (hoy hablaríamos de los negocios), la obsesión por las riquezas y las ambiciones.

La advertencia de Marcos no proviene de una concepción dualista (rechazar las cosas materiales por ser indignas, los compromisos de la historia por ser terrenos, las riquezas por ser vanidad), sino que se mueve dentro de la perspectiva de la libertad por el Reino. En esta perspectiva la advertencia se hace todavía más radical. No es simplemente cuestión de pecado y de no pecado, de lícito o de ilícito. No es suficiente valorar la opción en sí misma, ya que incluso algunas opciones lícitas pueden convertirse en una esclavitud para el Reino. Es lo que enseña otra parábola: me he casado, he comprado un campo, he comprado una pareja de bueyes, no puedo ir.

FE/PERSEVERANCIA: Para que la palabra dé fruto se necesita un corazón bueno, leal y perseverante. La Biblia recuerda siempre a la perseverancia cuando habla de la fe. La fe se ve continuamente probada, tiene que resistir con valentía; se necesita coraje y paciencia. No es posible ser discípulo sin la perseverancia.

BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MARCOS
EDIC. PAULINAS/MADRID 1981.Pág. 72s


3-4. MAR/MONTE 

¿Qué salta a la vista, al leer los primeros dos versículos? Que algunas palabras aparecen tres veces. Ante todo, la palabra "enseñanza": "comenzó a enseñar"; "enseñaba en parábolas"' "Les decía en su enseñanza". Sabemos que cuando en la Escritura se repite una palabra tres veces quiere decir que es importante.

Otra palabra repetida es el mar ("thálassa"). "Comenzó a enseñar en la ribera del lago"; "subió a una barca en el lago"; "la gente estaba en tierra en la ribera del lago".

Enseñanza significa que Jesús obra como rabí, como maestro, porque se propone comunicar algo, quiere que se lleve un camino de conocimiento. Las parábolas forman, pues, parte de su magisterio vivo, de su didáctica. Al escuchar la palabra maestro, la entendemos nosotros en sentido escolástico: pero aquí Jesús es maestro de vida, maestro con la fuerza profética de la admonición, del reproche, de la ira. La parábola nace de su ser maestro, preocupado de que la gente pueda realizar un cierto itinerario aun mental. "Concédeme también a mí Señor, recorrer el camino que tú quisiste que se recorriera con tus parábolas. Comunícame lo que deseabas comunicar".

El mar. ¿Por qué tanta insistencia sobre el mar? ¿Por qué Marcos, escritor muy lacónico, quiso hacer hincapié en esta palabra? Notamos que "De nuevo comenzó a enseñar" indica una referencia a situaciones anteriores. La situación inmediatamente anterior es la de la montaña: "Subió al monte, llamó a los que él quiso... y designó a doce" (Mc 3, 14). Antes de la montaña estaba de nuevo el mar" "Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar; y mucha gente de Galilea lo siguió. Otra gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de Transjordania y de los alrededores de Tiro y de Sidón, al oír las cosas que hacía, vinieron a él" (3, 7-8). La expresión: "De nuevo comenzó a enseñar" con que Marcos comienza nuestra parábola se refiere, pues, a aquella primera vez: Jesús ha enseñado en la sinagoga, después "se retiró" cerca del mar, como para estar solo; la gente lo alcanza; de allí pasa al monte y del monte regresa al mar.

Se insiste en la imagen visiva por un motivo simbólico que a nosotros tal vez se nos escapa. Hay que entrar en la mentalidad de los hebreos para comprender qué valor tienen los símbolos para ellos, cómo los símbolos son alusivos a la historia de salvación, cuando vienen de un rabí experto, que conoce el lenguaje de la Escritura. Aquí ciertamente la enseñanza de Jesús cerca del mar, incluso su sentarse "en" el mar, tiene una grandísima fuerza simbólica. Mientras el monte es el lugar de la presencia de Dios -y sobre el monte Jesús elige a los suyos-, el mar es el Mar Rojo, es el lugar de los borrascosos acontecimientos humanos, el lugar del peligro, del riesgo, de la confusión, de la inestabilidad. Jesús viene cerca de la inestabilidad humana, cerca de la fragilidad humana, en donde se encuentra toda la multitud de enfermos, de miserables, de gente que ni siquiera sabe lo que quiere; viene hacia los pobres, hacia los más desesperados. Jesús, incluso, entra en el mar: los israelitas no pueden menos de recordar el poder de Dios que dividió el Mar Rojo, que puso orden en las aguas y en el caos primitivo, que dividió las aguas de la tierra. Quien narra así, lee la potencia de Jesús sobre las vicisitudes y sobre los desórdenes de la existencia cotidiana.

"Quien así lee, ya te contempla, Señor, como amo de los mares, amo de todas las múltiples vicisitudes de la humanidad. Tú te sientas, Señor, en medio de los caminos tortuosos de la historia y nosotros nos abandonamos a ti, nos acercamos a ti para escuchar esas palabras que nos pueden iluminar en los caminos oscuros y a menudo impenetrables de la jungla del acontecimiento humano". (...)

vv. 3-9:Esta es la parábola en su forma enigmática, misteriosa. Pero me impacta el que la parábola la encuadre una doble invitación a escuchar: comienza diciendo "escuchen" y termina diciendo "el que tenga oídos para oír, que oiga". Jesús Maestro dice: "¡Estén atentos!" No es una expresión, como a veces se dice, solamente pleonástica. Jesús quiere avisar: "Voy a decir algo que les concierne de cerca, pero para la cual tienen que poner a funcionar la inteligencia". Estamos invitados al ejercicio de la inteligencia, no solamente la escucha material; en efecto, se lamentará: "Escuchan y no oyen, miran y no ven". Jesús pide una escucha inteligente, una escucha que llegue a preguntarse: "¿Qué hay detrás de esto, qué quiere decir, qué relación tiene conmigo, en qué me atañe?". La palabra tiene, pues, como característica el compromiso: son palabras relevantes para mí, que se refieren a mí, que me conciernen.

De nuevo hay una palabra que aparece tres veces: sembrar. "Salió el sembrador a sembrar y, al sembrar, parte cayó...". Se subraya el tema de la siembra y de la semilla. Se trata de imágenes de la vida vegetal, que no se toman por casualidad, porque por medio de ellas se expresan los misterios del reino. Vuelve a la mente el Salmo 126: "Van llorando al llevar la semilla". Sembrar significa confiar una vida a su camino vital, iniciar un proceso vital con confianza: la metáfora le gusta mucho a Jesús y a toda la Escritura, porque se la aplica a la Palabra, a la fe en su camino personal.

Veamos brevemente las cuatro situaciones progresivamente.

La primera se dice rápidamente: algo cae en el camino, vienen los pájaros y se la comen.

La segunda se expresa con tres líneas y está más desarrollada respecto de la primera.

Está el terreno pedregoso y se repite el concepto tres veces: no había mucha tierra, ésta no tenía profundidad, la semilla no echó raíces. Se presenta la situación en su fragilidad. Tierra, raíz, profundidad, son términos muy alusivos al lenguaje bíblico. En todo caso, aun en esta segunda situación, aun habiendo un mínimo de crecimiento, termina en nada, se quema.

La tercera: "Otra cayó entre espinos, y al crecer los espinos, la sofocaron y no dio fruto".

No se dice que no haya crecido: en la segunda situación se quemó después de la germinación, mientras que aquí creció, pero no dio fruto. Germinó, pero no dio fruto, que es la finalidad última del crecimiento. Podemos recordar imágenes análogas: la higuera de grandes hojas, que no da fruto; la viña de Israel que dio uvas amargas.

La cuarta situación está expresada de manera solemne, con una sinfonía más amplia de palabras, en la imagen de la tierra buena. La plenitud se describe cuidadosamente: "Otra parte, en fin, cayó en buena tierra y dio fruto lozano y crecido (más aún, aquí, más que el fruto es la semilla), produciendo unos granos treinta, otros sesenta y otros ciento". Es interesante que, en el texto griego, mientras las primeras tres categorías están en singular: parte cayó junto al camino, otra parte cayó en el pedregal, otra cayó entre espinos, ahora se dice otras (en plural). Es la pluralidad de las semillas que caen en tierra buena, y luego se vuelve extrañamente al singular hablando del crecimiento de todas estas semillas: "produciendo unos granos treinta, otros sesenta y otros ciento". (...)

¿En dónde cae el acento de la parábola? Es muy importante lograr captarlo. En efecto, si la narración se detuviera en la primera, o en la segunda, o en la tercera imagen, el acento caería sobre la suerte dolorosa de la semilla. Por parte de Jesús, hubiera sido una advertencia para no malgastar la palabra de Dios, para no maltratarla.

En cambio, la palabra va hacia el cuarto nivel. Ciertamente la intención de Jesús es la de poner en guardia (de lo contrario habría narrado solamente la última parte), pero es más rica de elementos, más compleja. El acento cae sobre el último resultado y con una particularidad. Aunque no soy experto en agronomía, me parece que ordinariamente una semilla no produce el ciento ni siquiera en el mejor de los casos. Hay una exageración en la parábola, y en donde hay exageración está el punto principal, la palanca en la que se quiere hacer fuerza.

Dejando que en su meditación profundicen muchos otros motivos, trato de expresar lo que la parábola quiere decir. La semilla es sembrada, confiada a su curso vital de la libertad humana; con confianza, porque quien siembra la deja a su destino; y con liberalidad, sin fijarse en dónde siembra, tan es así que una parte de la semilla cae fuera del campo; la semilla está escondida, sólo se la percibe al comienzo; es contrariada y contrastada; y, sin embargo, es victoriosa al céntuplo, de modo extraordinario. (...)

En la interpretación moderna de las parábolas, a partir de Jülicher a Jeremías y hasta los modernos comentaristas, se insiste en considerar que la fuerza de la parábola no está en la alegoría, es decir, en tomar cada una de las palabras y en hacer una transposición de las mismas, sino en una idea única, central, que por lo general la expresa el vértice de la parábola. Si, por una parte, es cierta la importancia de la idea central, por otra no debemos considerar que la parábola no tenga ninguna fuerza metafórica, ¡ninguna capacidad de desarrollar un lenguaje metafórico en la comunidad¡ Porque, en efecto, lo tiene. Fuerza de la parábola es también el estimular el gusto de la metáfora, que tiene una raíz profunda -como lo vamos a ver- porque existe un paralelo entre el camino de fe y el camino de la vida del mundo; existe una cierta misteriosa armonía, que Jesús enseña a descubrir y que, por lo demás, el hombre descubre instintivamente. La fe tiene un desarrollo y el hombre puede encontrar en el camino de la vida, con en el de la semilla, analogías para intuir el misterio de la fe. Jesús vivió todo esto intensamente; lo vivió la comunidad primitiva, lo vivieron los Padres de la Iglesia que aplicaron las parábolas -a veces exageradamente- a las diversas situaciones históricas. Es un modo no ajeno al pensamiento de Jesús ni a su lenguaje metafórico, con tal que quede salvo, naturalmente, el punto fundamental de la parábola.

Y sería muy bueno poder prolongar la reflexión pensando en cuán verdadera es la comparación de la semilla relacionado con los comienzos de la vida de la Palabra en el corazón. La semilla viene de lo alto, no nace de la tierra, y la palabra de Dios viene de afuera, no es el producto espontáneo de la inmanencia religiosa. Pero, cuando entra en este terreno, la Palabra se convierte también, análogamente a la semilla, en una sola cosa con la tierra, no es un cuerpo extraño. A partir de la tierra, por tanto de su inserción en el corazón de la vida, brota lentamente con comienzos apenas visibles. A veces quisiéramos ver inmediatamente en las conversiones quién sabe cuáles resultados: en cambio, hay que contentarse con mirar con la lente el comienzo, después, con el ojo de la fe, y aunque apenas se vea, se debe percibir que se está desarrollando, y que hay que defender este botón muy tierno de las piedras, de los espinos, de todas las fuerzas contrarias. La acción pastoral no crea la semilla: ella viene de Dios y la respuesta viene del hombre, de la tierra.

El pastor o el agricultor es el que con atención elige la semilla, quita pacientemente lo que la obstaculiza, pro- mueve lo que la favorece. El agricultor no es el dueño de esta semilla, como tampoco es el que la hace crecer (porque es sólo Dios quien hace crecer); él no puede forzar la libertad, sino solamente facilitar la acción de Dios. No nos corresponde suscitar la respuesta favorable que viene de la libertad, puesto que Dios mismo se confía a la libertad humana, esto es, al terreno del corazón, aceptando incluso la respuesta negativa, el fracaso. (...)

CZ/RD: La gente ve algo clamoroso y pregunta: ¿En dónde está este Reino de Dios? Aún hoy la gente corre fácilmente al lugar en donde se habla de una aparición, de una revelación; probablemente tiene necesidad de cosas visibles, algo sensacionales; le cuesta dificultad aceptar que el Reino esté en las cosas sencillas, pequeñas, cotidianas, insignificantes. Jesús viene como para esconderse en la profundidad de la tierra y la gente pregunta: ¿En dónde está esta semilla? ¿en dónde está este reino?

Es, pues, urgente abrir los ojos y entender que el reino está aquí, aunque no tenga la apariencia y la prepotencia que creemos tenga que tener el misterio de Dios.

Vislumbramos ya el escándalo de la cruz: ¡la gente que encuentra dificultad para comprender la pequeña semilla, tendrá más dificultad para aceptar que el reino venga por medio de la cruz! Dios se encarna en la humildad del Hijo y en la sencillez de la vida cotidiana, y no es reconocido.

CARLO M. MARTINI
¿POR QUE JESÚS HABLABA EN PARÁBOLAS?
EDIC. PAULINAS/BOGOTA 1986.Pág. 51ss


3-5.

Llegados a ese punto del evangelio de san Marcos, cuando todos los actores están en su lugar, tendremos cinco pequeños sermones de Jesús y cuatro milagros, que pondrán en evidencia el vínculo muy particular de Jesús con sus doce discípulos. Marcos repetirá dos veces que Jesús practica un doble nivel de enseñanza. Dirige sus parábolas a toda la muchedumbre en general; luego, en particular las explica a sus discípulos. Del mismo modo, los milagros relatados después no se hicieron en presencia de la muchedumbre, sino solamente ante el pequeño grupo.

-De nuevo Jesús se puso a enseñar junto al lago. Había en torno a El una numerosísima muchedumbre, de manera que tuvo que subir a una barca en el lago y sentarse, mientras que la muchedumbre estaba a lo largo del lago, en la ribera. Les enseñaba muchas cosas en parábolas... "Salió a sembrar un sembrador..." Cuando se quedó solo le preguntaron los que estaban en torno suyo con los doce acerca de las parábolas. Y El les dijo: "A vosotros os ha sido dado a conocer el misterio del Reino de Dios; pero a los otros de fuera todo se les dice en parábolas...

¿Por qué esta diferencia? ¿Es esto lo que estaríamos tentados de decir, con nuestras mentes modernas, tan preocupadas por la igualdad? ¿Qué significa esta discriminación?

Una vez más, Marcos no busca engalanar su relato. Cuando ciertas actitudes nos chocan de momento, no busca atenuar este choque.

Evidentemente, algo está en juego detrás de esto. ¡El papel de los doce debe de ser muy importante en la mente de Jesús para las estructuras de la Iglesia que El proyecta! ¿Cuál es mi actitud actual frente al problema de la "autoridad" en la Iglesia; frente al papel de Ios "celadores de la Fe" de los obispos y del Papa? ¿Reduzco esta autoridad a la de todas las otras sociedades humanas? o bien, ¿veo en ello una autoridad muy particular, que es una misteriosa participación del poder espiritual del mismo Jesús?

-Los de fuera... Mirando, miran y no ven... oyendo, oyen y no entienden, puesto que podrían convertirse y obtener el perdón..." ¡Estas palabras si se toman tal cual son absolutamente escandalosas para nuestros oídos modernos! Sin embargo podemos decir a priori, que Jesús no ha despreciado nunca a nadie, que hablaba para que le entendieran, y ¡que amaba a todos los hombres! De ello ha dado muchas pruebas. Entonces ¿cuál es el sentido escondido de estas palabras? ¿Qué choque quieren provocar en nosotros, más allá del primer choque superficial? Estas palabras son una cita de Isaías (6, 9-10) anunciando el fracaso de su predicación a causa del endurecimiento de corazón de sus oyentes.

La mentalidad semítica, que es la de toda la Biblia, afirma con fuerza el papel de Dios en el hombre. En un acto humano, el pensamiento bíblico no intenta precisar la parte que corresponde a la gracia de Dios, y la que corresponde a la libertad del hombre. Tan pronto dice: "Faraón endureció su corazón", como "Dios endureció el corazón del Faraón" (Ex 11, 10 comparado a Ex 9, 35).

Nosotros, somos ahora muy "humanistas" pensamos obrar solos hasta el momento en que ya no podemos seguir avanzando... es entonces cuando apelamos a la ayuda de Dios, ¡una especie de Dios "tapaagujeros" de nuestras insuficiencias! Quizá los hebreos, con su manera ruda de expresarse, estaban más cerca de la verdad: nada de lo que pasa es extraño a Dios. Pero esto no quiere decir que el hombre no sea libre; ahora bien, ¡esto nos lleva a una inmensa humildad y a una integral responsabilidad!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 290 s.


3-6.

1. (año I) Hebreos 10,11-18

a) Ante una humanidad que está en situación de pecado, o sea, de alejamiento de Dios y de muerte, una vez más dice la carta que los sacrificios religiosos humanos -tanto de Israel como de los otros pueblos y religiones- no sirven para resolver este desfase del pecado. Pero Cristo sí ha conseguido, «para siempre jamás», con un solo sacrificio, el suyo de la Cruz, la reconciliación perfecta de la humanidad con Dios.

El pecado es negación de Dios, negación del hermano, negación de sí mismo y de la propia dignidad. Lo que hizo Jesús fue entregar su propia vida, por solidaridad total con los hombres, y ahora sí que se puede decir que se ha cumplido la promesa hecha por Jeremías: «no me acordaré ya de sus pecados ni de sus culpas». Dios ha decidido resolver el conflicto del pecado con su propio dolor, con la propia entrega. La muerte salvadora de Cristo es el gran acto de amor que Dios ha hecho para con la humanidad pecadora.

b) Cuando somos invitados a la eucaristía escuchamos que el vino es «la sangre de la nueva Alianza para perdón de los pecados» y somos invitados a comulgar con «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».

Aunque hay un sacramento especifico de este perdón, el de la Reconciliación, también la Eucaristía nos hace participes de la victoria de Cristo contra el pecado, de la reconciliación que nos consiguió entregándose a sí mismo, pagando él la factura que nosotros debíamos.

La Eucaristía nos debe llenar de confianza, pero también de estímulo. Porque a pesar de la victoria de Jesús sobre el pecado, nosotros seguimos luchando en nuestra vida contra el mal que nos acecha dentro y fuera de nosotros mismos. La Palabra que escuchamos ilumina nuestro camino. La Eucaristía nos da la fuerza para seguirlo. Luego, en la vida de cada día, somos nosotros los que hemos de corresponder a la iniciativa de Dios y vivir según sus caminos y conforme a su proyecto y su mentalidad.

1. (año II) 2 Samuel 7,4-17

a) David no se conformaba con haber traído el Arca a Jerusalén. Llevado de su espíritu religioso y también seguramente buscando la unidad política de las diversas tribus en torno a Jerusalén, quería construir a Dios un Templo, y así se lo hizo saber al profeta Natán. Este, le da hoy la respuesta.

La respuesta es que no, que Dios no quiere que David le construya ese Templo. Sí lo hará su hijo Salomón. Pero Natán aprovecha para entonar un canto magnifico sobre cuáles son los planes de Dios para con David y sobre el futuro del pueblo de Israel. Es un canto en que se valora, no lo que David ha hecho para con Dios, sino lo que Dios ha hecho para con David. La «casa-edificio» que el rey quería levantar es sustituida por la «casa-dinastía» que Dios tiene programada, la «casa de David».

Por si acaso había dudas sobre la legitimidad de David, las palabras de Natán aseguran que ha sido voluntad de Dios su acceso al trono después de Saúl. El Salmo 88 recoge estas promesas de Dios: «sellé una alianza con mi elegido, David, mi siervo... le mantendré eternamente mi favor, le daré una posteridad perpetua».

b) Para nosotros los cristianos, leer esta profecía de Natán nos recuerda la línea mesiánica que luego se manifestará en plenitud: el hijo y sucesor de David será Salomón, pero en «la casa de David» brotará más tarde el auténtico salvador del pueblo, el Mesías, Jesús. Por eso se le llamará «hijo de David». Si Salomón construirá el Templo material. luego Cristo se nos manifestará él mismo como el verdadero Templo del encuentro con Dios.

Deberíamos escuchar con interés las palabras que Dios dirige a David. También en nuestro caso la iniciativa la tiene siempre Dios. Ya dijo Jesús a los suyos que no habían sido ellos los que le elegían a él, sino él a ellos. Creemos que somos nosotros los que le hacemos favores a Dios cumpliendo con sus mandatos u ofreciéndole nuestras oraciones o levantándole templos.

Es Dios quien nos ama primero, el que nos está cerca.

2. Marcos 4,1-20

a) En el evangelio de Marcos empieza otra sección, el capitulo 4, con cinco parábolas que describen algunas de las características del Reino que Jesús predica.

La primera es la del sembrador, que el mismo Jesús luego explica a los discípulos: por tanto, él mismo hace la homilía aplicándola a la situación de sus oyentes.

Se podría mirar esta página desde el punto de vista de los que ponen dificultades a la Palabra: el pueblo superficial, los adversarios ciegos, los demasiado preocupados de las cosas materiales. Pero también se puede mirar desde el lado positivo: a pesar de todas las dificultades, la Palabra de Dios, su Reino, logra dar fruto, y a veces abundante. Al final de los tiempos y también ahora; en nuestra historia.

b) Podemos aplicarnos la parábola en ambos sentidos.

Ante todo, preguntémonos qué tanto por ciento de fruto produce en nosotros la gracia que Dios nos comunica, la semilla de su Reino, sus sacramentos y en concreto la Palabra que escuchamos en la Eucaristía: ¿un 30%, un 60%, un 100%?

¿Qué es lo que impide a la Palabra de Dios producir todo su fruto en nosotros: las preocupaciones, la superficialidad, las tentaciones del ambiente? ¿qué clase de campo somos para esa semilla que, por parte de Dios, es siempre eficaz y llena de fuerza? A veces la culpa puede ser de fuera, con piedras y espinas. A veces, de nosotros mismos, porque somos mala tierra y no abrimos del todo nuestro corazón a la Palabra que Dios nos dirige, a la semilla que él siembra lleno de ilusión en nuestro campo.

También haremos bien en darnos por enterados de la otra lección: Jesús nos asegura que la semilla sí dará fruto. Que a pesar de que este mundo nos parece terreno estéril -la juventud de hoy, la sociedad distraída, la falta de vocaciones, los defectos que descubrimos en la Iglesia-, Dios ha dado fuerza a su Palabra y germinará, contra toda apariencia. No tenemos que perder la esperanza y la confianza en Dios. Es él quien, en definitiva, hace fructificar el Reino. No nosotros. Nosotros somos invitados a colaborar con él. Pero el que da el incremento y el que salva es Dios.

«No me acordaré ya de sus pecados ni de sus culpas, dice el Señor» (1ª lectura, I)

«Al hombre, náufrago a causa del pecado, le abres el puerto de la misericordia y de la paz» (prefacio de la Misa de la Penitencia)

«Yo estaré contigo en todas tus empresas» (1ª lectura, II)

«El me invocará: tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora» (salmo, II)

«Escuchan la Palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del ciento por uno» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 80-83


3-7.

Primera lectura: 2 de Samuel 7, 4-17
Estableceré después de ti a un descendiente tuyo y consolidaré su reino.

Salmo responsorial: 88, 4-5.27-28.29-30
Le mantendré eternamente mi favor.

Evangelio: San Marcos 4, 1-20
Salió el sembrador a sembrar.

Jesús había comenzado en Galilea a anunciar su revolucionario proyecto del Reino. Como toda propuesta nueva positiva, tuvo al comienzo una gran acogida. El pueblo estaba demasiado oprimido y buscaba salida a su situación.

Pero el Reino exigía conversión: cambio interior de las personas y cambio exterior de las estructuras. Y toda exigencia de cambio trae crítica y persecución. Es entonces cuando Jesús comprueba que su propuesta de cambio personal y social no sólo no es bien comprendida, sino que es atacada. Sobre su misma persona comienzan ya las amenazas de muerte. Y ahí le sobreviene a Jesús un momento natural de crisis que parece ser el fondo histórico de la parábola del sembrador.

La parábola es prácticamente una confesión estremecedora de las dificultades que enfrentaba Jesús, al mismo tiempo que de su voluntad decidida de continuar en la propuesta de su causa. Jesús asemeja su trabajo al de un sembrador que derrocha semillas y energía. Siembra aquí y allá, con la esperanza de que la semilla arraigue, crezca y produzca fruto. Y se da cuenta, desde el principio, que no todos acogen su propuesta, que la idea del Reino cae en gente superficial, o interesada, o aferrada a las viejas estructuras, o atemorizada... Jesús es honesto y valiente y confiesa su fracaso: gran parte de su esfuerzo se está perdiendo.

El Reino no tiene medidas humanas de eficacia. Hay que sembrarlo en todos los terrenos. Es una gracia universal y Dios Padre no quiere excluir de ella a nadie. Por eso no hay examen de campo, para establecer dónde debe sembrarse. Jesús es fiel a esta lógica y siembra los contenidos del Reino por donde camina. Su conexión con el Padre Celestial le enseña que el cambio verdadero comienza poco a poco, desde el fondo, aunque sea sólo con un puñado de personas, o aunque sean éstas las más débiles ante los ojos del poder humano.

La lógica de Dios, de Jesús y del Reino sigue parámetros distintos y hasta en muchos casos contrarios a la lógica del poder.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-8.

Hebreos 10,11-18: Cristo ofreció un sacrificio único

Salmo responsorial: Sal 109, 1-4

Marcos 4,1-20: Parábola del sembrador

Podemos centrar el tema de este pasaje de la carta a los Hebreos en el sacrificio. Los sacerdotes de la antigua alianza, como ya hemos dicho tantas veces, celebraban varios sacrificios cada día: de ovejas, cabras, palomas y otros animales, especialmente señalados.

Según la fe de los antiguos israelitas -y en general de las religiones antiguas- la sangre derramada de estas víctimas alcanzaba de Dios el perdón de los pecados: a más sangre más perdón, a más pecados más sacrificios. El texto quiere insistir en el carácter único y definitivo del sacrificio de Jesucristo: su vida entregada en obediencia absoluta a la voluntad de Dios, su compromiso con los pecadores, los pobres, los débiles, los excluidos y marginados, su enfrentamiento con las autoridades judías que lo entregaron a los romanos, acusándolo de subvertir el orden social con su predicación, su pasión dolorosa y su degradante muerte en la cruz, traicionado, negado y abandonado por los suyos. Es éste el sacrificio de la nueva alianza por el cual nos son perdonados todos los pecados, haciendo inútiles los sacrificios antiguos. La última frase de la lectura es taxativa: "donde hay perdón no hay ofrenda por los pecados"; nosotros, los cristianos, lo que hacemos al celebrar la Eucaristía es conmemorar, gozosos, la muerte salvadora y la resurrección gloriosa del Señor. Es cierto que debemos denunciar el pecado, pero también debemos anunciar el perdón de Dios, y ofrecerlo a los pecadores como lo anunció Cristo, llamándolos a la conversión.

En el Evangelio estamos ante un texto muy conocido: la parábola del sembrador. Un texto al que tal vez nos hemos acostumbrado y que ya nos dice poco o nada. Pero es fundamental l para entender la universalidad de la predicación evangélica: la Palabra de Dios ha de caer sobre veredas y caminos, entre piedras y abrojos, sobre la tierra buena y la mala. A nadie debe ser negado el don de la semilla, el pequeño granito que puede llegar a ser una espiga bien llena. La semilla crecerá en la tierra mejor dispuesta y dará una copiosa cosecha. ¿Anunciamos a los cuatro vientos la Palabra como el sembrador dispersa la semilla? ¿O la tenemos encasillada, secuestrada en nuestra indiferencia y cobardía, nuestra falta de entusiasmo y de fe?

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-9.

Estamos en invierno. Pero el campo sigue dando sus frutos. Nadie ve la acción lenta, pero segura, del germinar de las semillas sembradas. Eso no es ningún pretexto para decir que no se recogerá nada durante la cosecha. Los frutos se ven a su tiempo y hay que saber esperarlos.

La semilla sembrada en este pasaje es la Palabra de Cristo. El mismo nos explica el significado de la parábola. No tenemos que quedarnos sólo con el significado, tenemos que bajarlo a la propia vida. Hay que ver cuántas veces recibimos la semilla y ha dado su fruto. Para esto es esta parábola. Cristo nos da la oportunidad de ver cómo estamos correspondiendo a su llamado, cómo lo hacemos parte de nuestra propia vida.

Si queremos que la semilla dé el fruto más abundante hay que poner en práctica todos los consejos que Cristo mismo nos ha dado. Y lo primero es acogerla todos los días, irla cuidando hasta que dé su fruto. Hay que dar el 100% así estaremos más cercanos a la felicidad.

P. José Rodrigo Escorza


3-10. CLARETIANOS 2002

Siento no haberle dedicado a David un poco de atención en los días pasados. Su historia siempre me ha parecido una de las historias veterotestamentarias que mejor refleja el poder del amor de Dios en las contradicciones de la vida humana. En David podemos reconocernos todos, porque en él se dan cita la búsqueda y el cansancio, la fidelidad y el pecado, los buenos sentimientos y las bajas pasiones, la vida cotidiana y la fiesta. Hace casi 16 años, cuando se puso en marcha un multifestival que reúne a muchos artistas cristianos de España y de otros países, se escogió como nombre el del rey israelita: David. Se aludía explícitamente a su condición de artista y de creyente, pero quizá se pensaba también en su personalidad polifacética, contradictoria y apasionante. Este David quiere "hacerle un favor" a Yavé construyéndole una casa estable. No sé si en ese deseo de edificar un templo hay también una secreta intención de tener atado a Dios, de fijarle un lugar. Yavé agradece el detalle, pero prefiere seguir itinerante. Le reserva a Salomón la tarea de acometer la obra. David no puede colgarse esa medalla. Y quizá honra más a Yavé sometiéndose a su designio que obsequiándole con una obra que, naturalmente, llevaría su firma: "Este templo se hizo siendo David rey de Israel, etcétera". La moraleja parece clara.

De la parábola del sembrador lo que más me gusta es caer en la cuenta de la crisis que está detrás y a la que la parábola quiere responder. Agradezco al cardenal Martín, arzobispo de Milán y experto biblista, una reflexión sobre este capítulo 4 de Marcos, que él denomina el "capítulo de la crisis". Parece que detrás de las parábolas que se narran en este capítulo, el autor del evangelio de Marcos está teniendo en cuenta algunas crisis por la que debieron de pasar los primeros discípulos de Jesús. En realidad, se trata de crisis por las que pasamos los discípulos de cualquier época y lugar. La de hoy es una crisis de libro: Si la palabra de Dios es eficaz, ¿cómo es posible que cambiemos tan poco y que sean tan difícil cambiar las cosas que van mal? Detrás de esta pregunta, descubro muchas versiones modernas. Si el evangelio es una buena noticia que transforma el mundo, ¿por qué es incapaz de erradicar la pobreza, por qué no puede contra la corrupción política (a menudo bestial en países de tradición cristiana), por qué no asegura una paz estable? La respuesta de Jesús es una llamada a la responsabilidad. La palabra de Dios es eficaz, sí, pero no con la eficacia de un remedio mágico. Es una palabra que apela a la libertad y a la responsabilidad. Su eficacia depende, en buena medida,, de la aceptación que hagamos de ella. Desconectar la Palabra proclamada de los oyentes que la escuchan es hacer de ella un oráculo mágico, no la palabra de un Dios que dialoga con nosotros, seres amorosamente libres. Esta respuesta es parcial. De hecho, las parábolas siguientes, que leeremos el viernes, la completan. Pero, ¿no os parece que es un aspecto que nos hace pensar? Aquí, habría que decir, como en las viejas telenovelas: continuará. Es importante leer el capítulo 4 completo.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-11. CLARETIANOS 2003

La parábola del sembrador no tiene desperdicio. Os invito a asomaros a una curiosa representación gráfica o, si tenéis más tiempo, a hacer un ejercicio de "lectio divina" siguiendo las pautas que se nos ofrecen en el enlace anterior. La parábola nos recuerda a un tiempo la sobreabundancia de los dones de Dios (que regala su semilla con generosidad) y nuestra responsabilidad para hacerlos fructificar. Detengamos en cada uno de estos dos aspectos.

¿No os parece que las semillas de Dios están esparcidas por todas partes? A menudo recuerdo estas palabras del poeta norteamericano Walt Whitman:

Oigo y contemplo a Dios en cada objeto,
aunque no comprenda a Dios lo más mínimo,
ni comprenda quién pueda haber
más maravilloso que yo mismo.
Veo algo de Dios cada hora de las veinticuatro,
y cada momento también,
en los rostros de los hombre y mujeres veo a Dios,
y en mi propio rostro en el espejo;
encuentro cartas de Dios tiradas en la calle,
y todas están firmadas por el nombre de Dios,
y las dejo donde están, porque sé que por donde vaya,
otras llegarán puntualmente
por todos los siempre de los siempres.

Necesitamos aprender a mirar las cosas desde otra perspectiva. Hace unos días, en Segovia, un joven carmelita llamado Miguel Márquez, me regaló un librito que recoge sus intervenciones semanales en la COPE de Salamanca. Se titula “¿Hacia dónde mirar? Espiritualidad de la vida cotidiana”. Es un precioso de ejemplo de cómo se pueden ver estas semillas de Dios en todo lo que tenemos alrededor: en la quema de rastrojos que hacen los labradores en otoño, en las cigüeñas, en los pájaros que cantan en la noche, en la canción “Let it Be”, en la ceniza, en el fin de curso, en una mujer encorvada, en las vacaciones ...

Pero, claro, no hay paisaje hermoso para el que no puede/no quiere ver. No hay semilla que fructifique si el terreno no tiene unas mínimas condiciones. Sin profundidad y sin apertura, las mejores semillas no echan raíces. En fin, que hay que ponerse a tiro.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3-12. 2001

COMENTARIO 1

vv. 4,1-2 De nuevo empezó a enseñar junto al mar, pero se congregó alrededor de él una multitud grandísima; él entonces se subió a una barca y se quedó sen­tado, dentro del mar. Toda la multitud se quedó en la tierra, de cara al mar, y se puso a enseñarles muchas cosas con parábolas. En su enseñanza, les dijo.

Jesús no se acobarda ante la condena oficial y reanuda su enseñanza pública. El mar es el lugar de paso a los pueblos paganos (cf. 1,16; 2,13; 3,7a). Mientras enseña a un grupo, una gran multitud judía se acerca para escucharlo; el descrédito de la institución religiosa ha llegado a tal punto, que la gente acude a Jesús a pesar de la condena que pesa sobre él.

Jesús interrumpe su enseñanza, sube a una barca (no suya) y comien­za de nuevo a enseñar. Quiere ayudar a la multitud, pero evitando un choque frontal que bloquearía toda posible liberación ulterior; por eso les enseña de otro modo, utilizando parábolas para exponer su mensaje. Tiene así en cuenta la ideología de la gente, animada por el espíritu reformista y los ideales de gloria nacional: la multitud no comprende lo radical de la iniciativa de Jesús, ve en él un caudillo para su lucha contra la institución injusta y capaz de liberar a Israel de la opresión: quiere reforma interior y triunfo exterior. Comenzar por una exposición abierta del mensaje, basado en la entrega personal y en la solidaridad con todos los hombres, para constituir una sociedad nueva y universal, la alejaría para siempre. La asimilación, si se produce, ha de ser lenta.



vv. 3-9 «¡Escuchad! Una vez salió el sembrador a sembrar. Sucedió que, al sembrar, algo cayó junto al camino; llegaron los pájaros y se lo comieron. Otra parte cayó en el terreno rocoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en seguida, pero cuando salió el sol se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otra cayó entre las zarzas: brotaron las zarzas, la ahogaron, y no llegó a dar fruto. Otros granos cayeron en la tierra buena y, a medida que brotaban y crecían fueron dando fruto, produciendo treinta por uno y sesenta por uno y ciento por uno. Y añadió: «¡Quien tenga oídos para oír, que escuche!»

La exhortación inicial: Escuchad, recuerda la llamada a Israel de Dt 6,4. El sembrador representa a Jesús.

En primer lugar les expone Jesús la necesidad de una adecuada dis­posición interior para captar el mensaje (la tierra buena). No propone el mensaje fácil de la rebelión contra las instituciones, sino el de la renova­ción profunda del hombre, única base y garantía de una sociedad verda­deramente humana.



v. 10 Cuando se quedó a solas, los que estaban en torno a él le preguntaron con los Doce la razón de usar parábolas.

Aparecen los dos grupos de seguidores: los Doce (el nuevo Israel, cf. 3,13-19) y los que estaban en torno a él (los seguidores no israelitas, cf. 3,32.34). Los Doce, por su parte, comparten las convicciones reformis­tas de la multitud y creen en la superioridad de Israel. El otro grupo de seguidores se deja llevar por los Doce y acepta este planteamiento: es necesario que Israel se renueve y triunfe; por ahí llegará la salvación a todos los pueblos, en conexión con el nuevo Israel y subordinados a él. Unos y otros esperan, pues, un levantamiento liderado por Jesús para cambiar el orden social. No se explican que Jesús hable a la multitud en parábolas, cuando exponiendo claramente el proyecto reformista y nacionalista toda esa gente se iría detrás de él. Esta mentalidad ha impe­dido a los dos grupos comprender la parábola anterior, destinada a la multitud, que trataba de las disposiciones interiores del hombre. Piensan que el mensaje es accesible sin más a la multitud que escucha; no ven diferencia entre ellos mismos y la gente.



v. 11 El les dijo: «A vosotros se os ha comunicado el secreto del reino de Dios; ellos, en cambio, los de fuera, todo eso lo van teniendo en parábolas»...

La actitud de los Doce es inexplicable, pues han presenciado la acti­vidad de Jesús y escuchado su mensaje, con los que ha expuesto el secre­to del reino de Dios, es decir, el fundamento último del cambio radical que implica su obra: el amor universal de Dios, que quiere comunicar vida a la humanidad entera, para formar una nueva sociedad universal, solidaria y fraterna, digna del hombre (2,1-3,12). El mensaje de la univer­salidad del amor de Dios, que suprime la frontera entre el pueblo judío y los demás pueblos, lleva consigo la desaparición de las instituciones de Israel y la superación de la Ley.

Aunque se les ha hecho patente este secreto, los seguidores de Jesús, en primer lugar los Doce, no lo han asimilado y siguen aferrados al pasa­do; el nuevo Israel no sale de las categorías del antiguo, no comprende la profundidad del cambio y, como la multitud, sigue en la idea reformista. De ahí que ni los Doce ni, bajo el influjo de éstos, los otros seguidores alcancen a comprender la parábola, que estaban destinada exclusiva­mente a «los de fuera».



v. 12 ... para que por más que vean no perciban y por más que escuchen no entiendan, a menos que se conviertan y se les perdone.

Los seguidores de Jesús habrían debido comprender el mensaje de la parábola; los de fuera (únicos destinatarios de las parábolas) no pueden comprenderlo a menos que se conviertan (= den su adhesión a Jesús) y sean liberados del lastre de su pasado, de la ideología que conlleva acti­tudes de discriminación e injusticia.



vv. 13-20 Les dijo además: « ¿ No habéis entendido esa parábola? Entonces, ¿cómo vais a entender ninguna de las demás? El sembrador siembra el mensaje. Estos son «los de junto al camino»: aquellos donde se siembra el mensaje, pero, en cuanto lo escuchan, llega Satanás y les quita el mensaje sembrado en ellos. Estos son «los que se siembran en terreno rocoso»: los que, cuando escuchan el mensaje, en seguida lo aceptan con alegría, pero no echa raíces en ellos, son inconstantes; por eso, en cuanto surge una dificultad o persecución por el men­saje, fallan. Otros son «los que se siembran entre las zarzas»: éstos son los que escuchan el mensaje, pero las preocupaciones de este mundo, la seducción de la riqueza y los deseos de todo lo demás van penetrando, ahogan el mensaje y se queda estéril. Y ésos son «los que se han sembrado en la tierra buena»: los que siguen escuchando el mensaje, lo van haciendo suyo y van produciendo fruto: treinta por uno y sesenta por uno y ciento por uno».

Los seguidores no han entendido la parábola, porque no se espera­ban que Jesús hablase de disposiciones interiores, sino de acción exte­rior. Jesús explica abiertamente a los dos grupos que lo primero es el cambio interior, que sin hombre nuevo no hay sociedad nueva y que esto es lo que deberán proclamar. Si hay cambio personal, el reino de Dios es posible; de lo contrario, no se realizará.

Los cuatro terrenos son cuatro disposiciones del hombre ante el men­saje: a) no lo deja penetrar (cf. 10,46ss) (Satanás, la ideología / ambición de poder lo neutraliza y no deja huella); b) lo acepta superficialmente, sin compromiso serio (cf. 14,27-31); c) no renuncia a la ambición de dine­ro (cf. 10,26), y d) lo hace propio y da fruto.



COMENTARIO 2

La parábola del sembrador, debe ser entendida en la dinámica en que viene el evangelista Marcos presentando el ministerio de Jesús. Su ministerio estuvo lleno de problemas y de dificultades. Primero fue la prisión de Juan, luego la acusación de blasfemia, luego el complot de los herodianos para matarle, posteriormente la estigmatización demoníaca que de él hicieron los escribas espías de Jerusalén; finalmente, la incomprensión de su madre y de sus hermanos. Jesús se encontraba amenazado por todos lados. Todos, de una o de otra forma, tenían que ver con Jesús y con su obra. El pueblo sencillo quería recibir de él algún tipo de favor, los gobernantes querían apresarlo, su familia quería amarrarlo.

La parábola del sembrador es una impresionante confesión del interior dolorido de Jesús. El instalar el Reinado de Dios en el propio interior y en la sociedad era un camino doloroso, lleno de fracasos. Había que sembrar mucho y fracasar mucho, para poder recoger algo.

Era difícil perseverar y mantenerse en pie en un trabajo donde la condición normal era tener que perder, una y otra vez, a fin de lograr algo. El labrador que describía Jesús en la parábola tenía su mirada puesta en el rinconcito de la buena cosecha, por el cual medía su trabajo. La mirada puesta en la calidad de este rincón, le permitía sobrevivir moralmente ante el ruidoso fracaso del resto. Aquí se enfrentaban dos mentalidades: la que se apoyaba y buscaba lo cuantitativo, señal de poder, y la que se apoyaba y valoraba lo cualitativo, que ordinariamente carece de poder. Este será siempre el desafío del anuncio de la Buena Noticia, desafío por el que pasó Jesús y es el desafío por donde tiene que pasar la Iglesia ¿Será que estamos buscando con nuestro trabajo apostólico meros resultados cuantitativos o más bien estamos trabajando para que el pueblo que acompañamos logre dar pasos cualitativos y procesos coherentes en la vida del Reino?

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-13. 2002

Jesús sube a una barca y comienza a enseñar. La gente no va ya a Jerusalén ni a las letrados; está descontenta del sistema que es incapaz de sanar y, ade­más, oprime al pueblo. Y Jesús les propone una pará­bola, que es el reflejo de su experiencia cotidiana de misión. El sembrador es Jesús y los oyentes están representados por cuatro terrenos diferentes.

Los primeros no dejan que el mensaje penetre en ellos; otros, los que se siembran en terreno rocoso son los que la aceptan superficialmente; otros, los que se siembran entre zarzas son los que no renuncian a la ambición del dinero; por último, «las que se han sembrado en la tierra buena» hacen suyo el mensaje y éste va produciendo fruto. De cuatro terrenos, sólo uno da fruto. Experiencia dura la del misionero que, a pesar de ello, debe esperar un fruto razonable de su predicación: el treinta, el sesenta o el ciento por uno... No una cosecha exagerada, como se ha dicho, sino una buena cosecha después de tanto esfuerzo. La se­milla dará fruto, pero ni la acogida por parte de los terrenos (personas) ni los resultados de la cosecha serán espectaculares... Plinio, el historiador, conside­raba una cosecha espectacular si producía el 400 por uno. En todo caso, la siembra producirá fruto según la calidad del terreno en que caiga, aunque en principio dé la impresión de que la mayoría se pierde. No hay que desanimarse, por tanto.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-14. DOMINICOS 2003

 Luz creadora que ilumina
Génesis 2, 4-9.15-17:
“Cuando el señor Dios hizo la tierra y el cielo, no había aún matorrales en la tierra, ni brotaba hierba en el campo, porque Dios no había enviado la lluvia sobre la tierra, ni había hombre que cultivase el campo. Sólo un manantial salía del suelo y regaba la superficie del campo.
Entonces el Señor modeló al hombre de la arcilla del suelo, sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo.
El señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia el Oriente, y colocó en él al hombre que había modelado, e hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos..., y, además, el árbol de la vida en mitad del jardín... Y dijo al hombre: Puedes comer de todos los frutos del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comas...”
Este texto bíblico se ha tomado de la tradicion yavista que, con primor de palabras, se acerca a la tierra y sus delicias y coloca al hombre en un vergel en el que le surgirán las pasiones, como luego comentaremos.
  Evangelio según san Marcos 7, 14-23:
“Jesús dijo a las gentes: Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro. Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. El que tenga oídos para oír que oiga...
Le pidieron los discípulos que les explicara la comparación, y él les dijo: Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón sino en el vientre... En cambio, lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón, salen los malos propósitos, fornicaciones...”
El hombre y su grandeza no se miden por los elementos externos que utiliza y por los alimentos que consume. Se miden por la interioridad responsable, por sus sentimientos y actitudes, por la dimensión espiritual que lo hace imagen de Dios

Momento de reflexión
¿Qué es el hombre? 
Los autores religiosos que redactaron el texto del Génesis en sus capítulos iniciales se sentían en manos de Yhavé, y se preguntaban: ¿cuál es nuestra condición humana? Y se respondían con esas expresiones poemáticas, simbólicas y fascinantes: somos unos seres inmersos en la naturaleza, pero abiertos y obedientes al pensamiento, a la voluntad, al amor creador de Dios.
Los hombres somos cuerpo-arcilla en manos de Dios Alfarero, somos cuerpo-espíritu pendiente del Aliento Divino que nos dio vida y nos mantiene en ella.
En nuestra pequeñez, somos criaturas privilegiadas que piensan, sienten y aman al modo de Dios creador, y es deber nuestro corresponder al creador con gestos de alabanza, fidelidad, confianza.
Si no vivimos de esa forma y traicionamos a la verdad, eso será porque hacemos mal uso del don de la libertad.
Hombre interior, hombre rico.
 El comentario de Jesús hablando a letrados y fariseos que miran más al cuerpo exterior y a su limpieza ritual que a la intimidad santa o pecadora del ser humano, se armoniza perfectamente con el texto del Génesis. El hombre interior es imagen de Dios y goza del don del Espíritu.
¿Para qué, en ese caso, dar tanta importancia a ceremoniales externos, ritos y costumbres que van y vienen, si por dentro estamos corrompidos?
¡Hombre!, no olvides que tu ser profundo empieza por dentro, por el alma.
Recordemos, pues, con Paul Claudel, poeta del espíritu, esta gran verdad, puesta en labios de Dios creador: “La fuerza con que te amo, hombre, no es distinta de la fuerza por la que existes” . Y el vergel primero de la vida no es distinto del vergel en que sigo mostrándome a los corazones nobles y sinceros.


3-15. ACI DIGITAL 2003

5. Brotó enseguida: Es de admirar la elocuencia de esta imagen: la semilla en el estéril pedregal brota más rápidamente que en la tierra buena. Jesús nos enseña a ver en esto una prueba de falta de profundidad. Debemos, pues, desconfiar de los primeros entusiasmos, tanto en nosotros como en los demás. De ahí el consejo que San Pablo da a Timoteo sobre los neófitos (I Tim. 3, 6).

8. La buena tierra es el corazón sin doblez. Para creer y "crecer en la ciencia de Dios" (Col. 1, 10) no se requiere gran talento (Mat. 11, 25), sino rectitud de intención; hacerse pequeño para recibir las lecciones de Jesús.

12. Cf. Is. 6, 9 s.; Juan 12, 40; Hech. 28, 26; Rom. 11, 8. Dios no es causa de la ceguedad espiritual, pero la permite en los que no corresponden a la gracia. Véase II Tes. 2, 10 ss.

13. Estas palabras, exclusivas de San Marcos, muestran la enorme importancia que tiene la parábola del sembrador en la predicación de Jesús, como verdaderamente básica en el plan divino de la salvación, ya que ésta procede de la fe, y la fe viene del modo cómo se escucha la palabra de Dios (Rom. 10, 17).


3-16. 2004 SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Ante la lectura de la parábola del sembrador nos podemos preguntar: ¿qué son propiamente las parábolas? Si tuviéramos una idea clara de su naturaleza nos resultaría más fácil recordarlas, entenderlas y vivirlas. Las parábolas son un género literario, un modo de decir, de contar, de enseñar algo. En el Antiguo Testamento tenemos muchos pasajes que pueden ser considerados verdaderas parábolas. Jesús no se inventó esta manera de enseñar, también la utilizaron los profetas, los sabios y los rabinos judíos, pero las de Jesús son las parábolas más hermosas y más conocidas de la Biblia.

Una parábola es un relato normalmente breve, que contiene en forma gráfica y muy enigmática una enseñanza, un mensaje que hay que saber captar porque está como oculto entre los elementos que lo componen. La parábola produce cierta extrañeza, nos deja pensativos, tratando de averiguar su significado. Ese mensaje de la parábola nunca es abstracto, ni doctrinal, siempre toca nuestra vida, porque la parábola se expresa con elementos de la vida cotidiana, en situaciones en las que nosotros mismos, o personas que conocemos, podemos encontrarnos. De modo que las parábolas se entienden cada vez mejor, a medida que las repasamos y las volvemos a escuchar, cada vez las vamos entendiendo mejor, y de tanto pensarlas y recordarlas, terminamos aprendiéndolas de memoria, hasta que somos capaces de contarlas nosotros mismos y de aplicarlas a las diversas situaciones de nuestra vida cristiana. Las parábolas son como la semilla que al caer en tierra buena da mucho fruto, pero si caen entre malezas, o entre piedras, o la orilla del camino, se marchitan, se atrofian o los pájaros se las llevan.


3-17.

Comentario: Rev. D. Antoni Carol i Hostench (Sant Cugat del Vallès-Barcelona, España)

«El sembrador siembra la Palabra»

Hoy escuchamos de labios del Señor la “Parábola del sembrador”. La escena es totalmente actual. El Señor no deja de “sembrar”. También en nuestros días es una multitud la que escucha a Jesús por boca de su Vicario —el Papa—, de sus ministros y... de sus fieles laicos: a todos los bautizados Cristo nos ha otorgado una participación en su misión sacerdotal. Hay “hambre” de Jesús. Nunca como ahora la Iglesia había sido tan católica, ya que bajo sus “alas” cobija hombres y mujeres de los cinco continentes y de todas las razas. Él nos envió al mundo entero (cf. Mc 16,15) y, a pesar de las sombras del panorama, se ha hecho realidad el mandato apostólico de Jesucristo.

El mar, la barca y las playas son substituidos por estadios, pantallas y modernos medios de comunicación y de transporte. Pero Jesús es hoy el mismo de ayer. Tampoco ha cambiado el hombre y su necesidad de enseñanza para poder amar. También hoy hay quien —por gracia y gratuita elección divina: ¡es un misterio!— recibe y entiende más directamente la Palabra. Como también hay muchas almas que necesitan una explicación más descriptiva y más pausada de la Revelación.

En todo caso, a unos y otros, Dios nos pide frutos de santidad. El Espíritu Santo nos ayuda a ello, pero no prescinde de nuestra colaboración. En primer lugar, es necesaria la diligencia. Si uno responde a medias, es decir, si se mantiene en la “frontera” del camino sin entrar plenamente en él, será víctima fácil de Satanás.

Segundo, la constancia en la oración —el diálogo—, para profundizar en el conocimiento y amor a Jesucristo: «¿Santo sin oración...? —No creo en esa santidad» (San Josemaría).

Finalmente, el espíritu de pobreza y desprendimiento evitará que nos “ahoguemos” por el camino. Las cosas claras: «Nadie puede servir a dos señores...» (Mt 6,24).

En Santa María encontramos el mejor modelo de correspondencia a la llamada de Dios.


3-18. Orígenes (hacia 185-253) presbítero teólogo

“El hombre vive de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt,4,4; Dt 8,3)

En cuanto al maná está escrito que si se recogía en las condiciones prescritas por Dios, alimentaba; pero si se quería recoger más de la cuenta, contrariamente a lo que había mandado Dios, no era capaz de alimentar la vida de los hombres. .. El Verbo de Dios es nuestro maná, y la Palabra de Dios que viene a nosotros trae la salud a unos y el castigo a otros. Por eso, me parece, el Señor y Salvador, el que es “la palabra viva de Dios” (1P 1,23) declaró: “Yo he venido a este mundo para un juicio: para dar la vista a los ciegos y para privar de ella a los que creen ver.” (Jn 9,39) ¡Mejor hubiera sido para muchos no oír nunca la Palabra de Dios que oírla con mala disposición o con hipocresía!...

El mejor oyente en el camino recto de la perfección es aquel que escucha la palabra de Dios con corazón buen y simple, recto y bien preparado, para que la palabra fructifique y crezca como en terreno abonado... Lo que digo me sirve tanto para mi propia conversión personal como para la de mis oyentes, porque yo también soy uno de aquellos que escuchan la palabra de Dios.


3-19.

LECTURAS: 2SAM 7, 4-17; SAL 88; MC 4, 1-20

2Sam. 7, 4-17. De la descendencia de David, Dios, según su promesa, sacó para Israel un Salvador, Jesús. Nos encontramos en uno de los textos más importantes de la Antigua Alianza, pues Dios promete a David que un descendiente suyo ocupará su trono eternamente. David quería construirle una casa a Dios; pero Dios le dice que más bien Él le construirá una casa, una dinastía a David. Y Dios cumplirá su promesa en Jesús, Hijo de Dios, e Hijo de David. Nosotros hemos sido hechos del Linaje de Dios. Por medio de nuestra unión a Cristo el Reino de Dios va tomando cuerpo entre nosotros día a día. Ese Reino de Dios jamás tendrá fin, y ni las fuerzas del infierno prevalecerán sobre Él. David contempla cómo Dios es fiel a sus promesas. Nosotros, sabiendo que el Señor jamás se volverá para nosotros en un espejismo engañoso, sino que nos manifestará su amor de Padre siempre fiel, hemos de vivir con la dignidad de quienes han sido llamados, como piedras vivas, a formar parte del templo Santo de Dios, construido no por manos humanas, sino por el mismo Dios. Así, integrados al Reino y Familia de Dios, permaneceremos ante Él eternamente.

Sal. 88. Dios es siempre fiel a su Palabra y a sus promesas. Dios nos ha llamado para que seamos sus hijos y jamás se arrepiente de habernos aceptado como tales. Él bien nos conocía de antemano; y a pesar de todo nos amó, pues Él a nadie ha llamado para la perdición, sino para que, hechos hijos suyos, vivamos con Él eternamente. Dios jamás nos retira su favor; siempre está junto a nosotros; pero Él espera de nosotros una respuesta favorable a su amor y una fidelidad incondicional a su Palabra que nos salva. Por eso no sólo hemos de invocar a Dios por Padre; si en verdad somos sus hijos manifestémoslo, más que con los labios con las obras; que ellas den testimonio de nuestro ser de hijos de Dios.

Mc. 4, 1-20. Dios no nos quiere ciegos ni duros de corazón. Él espera que sepamos contemplar su amor y que estemos bien dispuesto a escuchar su Palabra en nuestros corazones, convertidos en un terreno bueno, fértil y dispuesto a dejar que esa Palabra produzca abundantes frutos de salvación, no sólo para provecho personal, sino para provecho de toda la humanidad de todos los tiempos y lugares. Es cierto que ante la Palabra de Dios necesitamos una fe puesta a toda prueba, pues muchas veces encontraremos oposición, persecución o la tentación de querernos dejar deslumbrar y embotar por lo pasajero. Pero Dios, que nos hace partícipes de su mismo Espíritu, llevará adelante su obra de salvación en nosotros y hará que su Iglesia se convierta en portadora de la paz, del perdón, del amor, de la misericordia, de la alegría y de tantos otros frutos que proceden del Espíritu que hace que la Palabra de Dios tome cuerpo en nosotros. Tratemos de estar amorosamente atentos Dios y a la inspiración del Espíritu Santo para que, a pesar de las persecuciones y de las pruebas, permanezcamos siempre fieles al Señor escuchando su Palabra y poniéndola en práctica.

La Iglesia de Cristo se construye en torno a la Eucaristía. En ella la Iglesia se convierte en discípula de su Señor en cuanto a la escucha de su Palabra para ponerla en práctica, y en cuanto a la contemplación de la forma de vida que ha de seguir a ejemplo de su Señor, tomando la cruz de cada día y yendo tras sus huellas. Si el apostolado de la Iglesia no conduce a la Eucaristía es un apostolado inútil, pues la Iglesia vive de la comunión de vida con su Señor. Es en la Eucaristía que el Señor siembra en nosotros su vida y nos fortalece con su Muerte y Resurrección y con la presencia del Espíritu Santo para que, a pesar de los vientos contrarios, podamos dar abundantes frutos de buenas obras que, llegados a su madurez, puedan servir de alimento en el camino de quienes al escucharnos y contemplarnos, quieren escuchar y contemplar al mismo Cristo.

Por eso quienes participamos de la Eucaristía debemos continuar la obra del Señor en el mundo siendo instrumentos suyos para que su Palabra, su Salvación, su Amor, su Vida, su Paz, su Justicia, su Solidaridad y muchas otras cosas que nos vienen de Él, sean sembradas en el corazón de todas las personas. Como dice Pablo: Yo sembré; Apolo regó; pero es Dios quien da el crecimiento. No podemos ser apóstoles desesperados queriendo que ante nuestros trabajos apostólicos surjan de inmediato los frutos esperados. Eso no depende de nosotros sino de Dios. A nosotros sólo nos corresponde estar atentos a la Palabra de Dios, y ser fieles en la transmisión de su Evangelio; ya Dios se encargará de que su obra de salvación se haga realidad en aquellos a quienes Él nos ha enviado. Nosotros somos testigos de cómo muchas veces la propaganda consumista y los salarios injustos han embotado la mente de los hombres y le han puesto su mirada puesta sólo en lo pasajero, de tal forma que apenas tiene tiempo de pensar en solucionar sus necesidades básicas. A nosotros, por voluntad de Dios, corresponde trabajar por un mundo más justo, con menos hambre, más fraterno y más capaz de recibir y vivir conforme al mensaje de salvación para que los frutos del amor y de la justicia nos ayuden a vivir con la alegría no sólo de poseer los bienes terrenos, sino de poseer ya desde ahora, los frutos que nos vienen de creer en Dios y de aceptarlo como Señor de nuestra propia vida.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de manifestar, con nuestras buenas obras, que somos del Linaje y familia de Dios. Que esto no se nos hiele en los labios, sino que se manifieste a través de una vida fecunda de buenas obras, fruto de la presencia de la Vida y del Espíritu de Dios en nosotros. Amén.

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3-20. ARCHIMADRID 2004.

EL MONITOR

El monitor de mi ordenador ha decidido tener vida propia y es él quien decide cuando se apaga, cuando está harto de trabajar y cuál es la hora de dedicarse a otras labores. En estas condiciones es difícil trabajar y, a los que no sabemos mecanografía, escribir sin ver la pantalla es una tarea de chinos (que deben hacer siempre cosas muy laboriosas o complicadas). He estado tentado de copiar y pegar directamente el Evangelio de hoy, ¿para qué hacer un comentario cuando es el mismo Señor quien lo hace?: “¿No entendéis esta parábola? ¿Pues cómo vais a entender las demás? El sembrador siembra …”. Con un par de “clicks” me hubiera ahorrado el estar pendiente del estado de ánimo de mi monitor.

“Escuchad”, así comienza la parábola. ¿Qué complicado nos resulta escuchar hoy en día?, hay tantas cosas, tanto ruido, tantas prisas. Cuando alguna noticia no nos gusta cambiamos de cadena, movemos el dial o ponemos un “CD” de Alejandro Sanz que en el fondo “no es lo mismo”.
“El que tenga oídos para oír, que oiga”, así termina la parábola. “Escuchad” ,“oír”, es necesario para el cristiano tener momentos a lo largo del día para escuchar al Señor. Es cierto que se puede hacer oración en cualquier sitio, en el metro, en el coche, en la cola de la pescadería pero… entonces nos pasa como a mi monitor, la cabeza, la imaginación, los pensamientos se suelen descentrar de la Palabra de Dios y, aunque tengamos intención de rezar se apaga nuestro interés y terminamos pensando en el precio de la merluza, en cuántas estaciones tiene la línea 9 o por qué no irá más rápido el automóvil que nos precede. Tenemos que buscar momentos concretos a lo largo del día para escuchar al Señor y, si puede ser delante del sagrario, mejor que mejor. Hay muchas parroquias que muchas horas del día están cerradas, tal vez tengas que dar tú el paso de comentarle al párroco la posibilidad de abrir unas horas más para facilitar la oración, no debemos dejar que el miedo a los robos haga que le robemos al Señor la adoración y el cariño que merece al quedarse con nosotros en la Eucaristía. Una vez que hemos conseguido el momento y el lugar, a escuchar. Descubrirás que Dios te habla muchas veces al día, que te explica los acontecimientos de tu vida tan claramente como la parábola y que vas dejando que la Palabra de Dios caiga en tierra buena y, sin saber cómo, empieza a dar fruto que jamás imaginaste. Es necesaria la constancia, limpiar el campo de nuestra vida, arrancar las zarzas, retirar las piedras, roturar el campo, tarea que parece inacabable pero… no hay que agobiarse, como es el Señor el que trabaja en nuestra alma es realizable y cuando te quieras dar cuenta empezarás a dar fruto (aunque tú no lo recojas).

Aprovecho que el monitor ha decidido dejarme escribir un rato pero, antes de que se acabe esta racha de buena suerte, déjame aconsejarte que tengas siempre a mano los Evangelios, léelos frecuente y diariamente, para escuchar así la Palabra de Dios, conocerla y entonces- como María- darás fruto.


3-21. Fray Nelson Miércoles 26 de Enero de 2005
Temas de las lecturas: Recuerdo tu fe sincera * La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos.

Más información.

1. Un Milagro que No Acaba
1.1 Estamos acostumbrados a pensar en los milagros como puntos casi aislados dentro de una larga línea que es la vida. Esta fiesta de hoy nos invita a reflexionar en un milagro que no acaba: la transmisión misma de la fe. Si recordamos a Timoteo y a Tito es fundamentalmente por el papel notable que tuvieron como colaboradores y en cierto modo sucesores del apóstol Pablo en la presidencia y la obra de predicación de las nacientes comunidades cristianas.

1.2 En la primera lectura Pablo recuerda cómo la fe cubre ya tres generaciones: a la abuela, la mamá y a Timoteo mismo. Es maravilloso que así se extienda el don de Dios. Pero le recuerda también que él mismo debe cuidar el don recibido, particularmente ese don especial que le fue conferido por imposición de manos. Esta alusión, en su sencillez, nos permite asomarnos a otro milagro que atraviesa los siglos: la sucesión apostólica.

1.3 En nuestra Iglesia nadie se elige a sí mismo para presidir la comunidad. Tampoco es la comunidad la que elige a sus pastores, como una provincia eligiendo su gobernador. La Iglesia nace de la predicación de los apóstoles y es a través de ellos como recibe su alimento que es la Palabra. Esta Palabra conlleva autoridad y tiene poder para edificar a la misma comunidad: de ella brota todo, incluyendo la decisión de quién y cómo ha de prolongar el ministerio de edificar a la comunidad. Por eso nuestros pastores no son --o no deben ser-- el resultado de un esfuerzo de autopromoción ni tampoco el fruto de una campaña electoral. Son una expresión, entre tantas, del amor de Dios que cuida y defiende su obra.

2. Faltan Operarios
2.1 Con estas consideraciones entendemos mejor el texto del evangelio de hoy. Cristo constata que "faltan operarios" para la mies y propone como estrategia pedir al dueño de la mies que mande operarios. En buena lógica esto sólo puede significar que los operarios son un regalo, un don que el Padre, dueño de la mies, otorga a su mies.

2.2 Notemos también el vínculo que hay entre la necesidad sentida y la oración realizada. Quien no tiene hambre no pide pan. Hay que sentir la falta de operarios, sentirla en las entrañas, padecerla en lo hondo del corazón, para rogar, como es debido a Dios para que mande obreros a su mies.

2.3 Uno siente que faltan operarios cuando ve que la evangelización no alcanza. Esta es una sensación cuantitativa. Pero más importante es sentir lo cualitativo: más que un número determinado, cosa que pensaría un simple administrador, necesitamos un número apropiado: un número de operarios que se apropie con amor de la causa del Evangelio y la sienta como propia. Así lo hicieron Timoteo y Tito, que hoy rueguen por nosotros.


3-22.

Comentario: Rev. D. Antoni Carol i Hostench (Sant Cugat del Vallès-Barcelona, España)

«El sembrador siembra la Palabra»

Hoy escuchamos de labios del Señor la “Parábola del sembrador”. La escena es totalmente actual. El Señor no deja de “sembrar”. También en nuestros días es una multitud la que escucha a Jesús por boca de su Vicario —el Papa—, de sus ministros y... de sus fieles laicos: a todos los bautizados Cristo nos ha otorgado una participación en su misión sacerdotal. Hay “hambre” de Jesús. Nunca como ahora la Iglesia había sido tan católica, ya que bajo sus “alas” cobija hombres y mujeres de los cinco continentes y de todas las razas. Él nos envió al mundo entero (cf. Mc 16,15) y, a pesar de las sombras del panorama, se ha hecho realidad el mandato apostólico de Jesucristo.

El mar, la barca y las playas son substituidos por estadios, pantallas y modernos medios de comunicación y de transporte. Pero Jesús es hoy el mismo de ayer. Tampoco ha cambiado el hombre y su necesidad de enseñanza para poder amar. También hoy hay quien —por gracia y gratuita elección divina: ¡es un misterio!— recibe y entiende más directamente la Palabra. Como también hay muchas almas que necesitan una explicación más descriptiva y más pausada de la Revelación.

En todo caso, a unos y otros, Dios nos pide frutos de santidad. El Espíritu Santo nos ayuda a ello, pero no prescinde de nuestra colaboración. En primer lugar, es necesaria la diligencia. Si uno responde a medias, es decir, si se mantiene en la “frontera” del camino sin entrar plenamente en él, será víctima fácil de Satanás.

Segundo, la constancia en la oración —el diálogo—, para profundizar en el conocimiento y amor a Jesucristo: «¿Santo sin oración...? —No creo en esa santidad» (San Josemaría).

Finalmente, el espíritu de pobreza y desprendimiento evitará que nos “ahoguemos” por el camino. Las cosas claras: «Nadie puede servir a dos señores...» (Mt 6,24).

En Santa María encontramos el mejor modelo de correspondencia a la llamada de Dios.


3-23.

Reflexión

Es curioso que a pesar de que Jesús ha sido muy, pero muy claro en la explicación de esta parábola, todavía después de tantos años muchos de nosotros sigamos con la actitud de sus oyentes, que oyendo no entendemos. Si nosotros, somos esa tierra fecunda, dispongámosla a la recepción de la Palabra. No cerremos nuestro corazón, ni dejemos que ya una vez sembrada sea ahogada por el mundo y sus seducciones. Meditemos diariamente el mensaje que la Palabra en sí misma quiere darnos para nuestra vida cristiana. Vivir de acuerdo a la Palabra de Dios es nuestra única posibilidad de ser perfecta y santamente felices. Por ello es una excelente costumbre cristiana, el traer siempre consigo la Biblia… ¿Tú que piensas?

Pbro. Ernesto María Caro


3-24. Parábola del sembrador

Fuente: Catholic.net
Autor: P Juan Pablo Menéndez

Reflexión

Estamos en invierno. Pero el campo sigue dando sus frutos. Nadie ve la acción lenta, pero segura, del germinar de las semillas sembradas. Eso no es ningún pretexto para decir que no se recogerá nada durante la cosecha. Los frutos se ven a su tiempo y hay que saber esperarlos.

La semilla sembrada en este pasaje es la Palabra de Cristo. El mismo nos explica el significado de la parábola. No tenemos que quedarnos sólo con el significado, tenemos que bajarlo a la propia vida. Hay que ver cuántas veces recibimos la semilla y ha dado su fruto. Para esto es esta parábola. Cristo nos da la oportunidad de ver cómo estamos correspondiendo a su llamado, cómo lo hacemos parte de nuestra propia vida.

Si queremos que la semilla dé el fruto más abundante hay que poner en práctica todos los consejos que Cristo mismo nos ha dado. Y lo primero es acogerla todos los días, preservarla contra las manos del maligno, e irla cuidando todos los días, hasta que dé su fruto. Hay que dar el 100% de los frutos que Dios quiere de nosotros, así estaremos más cercanos a la felicidad.


3-25.

Reflexión:

2Tim. 1, 1-8. El Señor no sólo nos ha hecho hijos, sino también testigos suyos. No podemos vivir nuestra fe sólo al amparo de los demás. En algún momento debemos dar nuestro testimonio personal, unidos a la Comunidad de fe en Cristo, pero sabiendo que cada uno ha de ser responsable del Don de la Gracia que recibimos el día de nuestro Bautismo, el día de nuestra Confirmación, o el día en que recibimos el Sacramento del Orden en cualquiera de sus grados. La Palabra de Dios que anunciamos a los demás debe ser vivida en primer lugar por nosotros mismos, pues no podemos pretender conducir a los demás al encuentro y unión con Dios si no somos los primeros en vivir ante Él y servirlo con una conciencia pura. Esto nos ha de llevar a reavivar continuamente el Don de Dios en nosotros. Esto, a la par que consecuencia de la Gracia de Dios en nosotros, será también consecuencia de una continua formación, no sólo en cuanto a aprender aquello que nos mantenga al día en todo, sino también y de un modo especial en cuanto a caminar constantemente hacia nuestra configuración con Cristo, hasta alcanzar en Él la madurez del hombre perfecto. Vivamos nuestra fe y nuestro compromiso con el Evangelio con un corazón totalmente decidido a hacer la voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros, aceptando con docilidad y con amor al Señor todas las consecuencias que nos vengan por dar testimonio de la Buena Nueva ante el mundo entero.

Sal 96 (95). Entonemos al Señor un canto nuevo. Que todo lo antiguo quede atrás y todo sea nuevo. Dios ha cancelado la deuda que pesaba sobre nosotros. Por eso no podemos continuar como esclavos del pecado. Nuestra vida debe convertirse en un testimonio de la Buena Nueva para todos los pueblos. Ese ha de ser el mejor de nuestros cantos; pues al Señor lo alabamos no sólo con nuestras voces, sino con una conciencia pura. Desde una vida que se ha renovado en Cristo podemos contribuir para que el Señor sea conocido por todos como el Dios lleno de amor, de misericordia y de ternura para con todas sus criaturas. Abramos nuestro corazón a la justificación que Dios nos ofrece; dejémonos guiar por su Espíritu para que, proclamando ante todas las naciones el amor que Él nos tiene, puedan tributarle honor todos los pueblos y le reconozcan como su Dios y Señor.

Mc. 4, 1-20. Dios no nos quiere ciegos ni duros de corazón. Él espera que sepamos contemplar su amor y que estemos bien dispuesto a escuchar su Palabra en nuestros corazones, convertidos en un terreno bueno, fértil y dispuesto a dejar que esa Palabra produzca abundantes frutos de salvación, no sólo para provecho personal, sino para provecho de toda la humanidad de todos los tiempos y lugares. Es cierto que ante la Palabra de Dios necesitamos una fe puesta a toda prueba, pues muchas veces encontraremos oposición, persecución o la tentación de querernos dejar deslumbrar y embotar por lo pasajero. Pero Dios, que nos hace partícipes de su mismo Espíritu, llevará adelante su obra de salvación en nosotros y hará que su Iglesia se convierta en portadora de la paz, del perdón, del amor, de la misericordia, de la alegría y de tantos otros frutos que proceden del Espíritu, el cual hace que la Palabra de Dios tome cuerpo en nosotros. Tratemos de estar amorosamente atentos Dios y a las inspiraciones del Espíritu Santo para que, a pesar de las persecuciones y de las pruebas, permanezcamos siempre fieles al Señor escuchando su Palabra y poniéndola en práctica.

La Iglesia de Cristo se construye en torno a la Eucaristía. En ella la Iglesia se convierte en discípula de su Señor en cuanto escucha su Palabra para ponerla en práctica, y en cuanto a que contempla la forma de vida de su Señor para seguir tras sus huella cargando la propia cruz de cada día. Si el apostolado de la Iglesia no conduce a la Eucaristía es un apostolado inútil, pues la Iglesia vive de la comunión de vida con su Señor. Es en la Eucaristía que el Señor siembra en nosotros su vida y nos fortalece con su Muerte y Resurrección y con la presencia del Espíritu Santo para que, a pesar de los vientos contrarios, podamos dar abundantes frutos de buenas obras que, llegados a su madurez, puedan servir de alimento en el camino de quienes al escucharnos y contemplarnos, quieran escuchar y contemplar al mismo Cristo.

Por eso los que participamos de la Eucaristía debemos continuar la obra del Señor en el mundo siendo instrumentos suyos para que su Palabra, su Salvación, su Amor, su Vida, su Paz, su Justicia, su Solidaridad y muchas otras cosas que nos vienen de Él, sean sembradas en el corazón de todas las personas. Como dice el Apóstol san Pablo: Yo sembré; Apolo regó; pero es Dios quien da el crecimiento. No podemos ser apóstoles desesperados queriendo que ante nuestros trabajos apostólicos surjan de inmediato los frutos esperados. Eso no depende de nosotros sino de Dios. A nosotros sólo nos corresponde estar atentos a la Palabra del Señor, y ser fieles en la transmisión de su Evangelio; ya Dios se encargará de que su obra de salvación se haga realidad en aquellos a quienes Él nos ha enviado. Nosotros somos testigos de cómo muchas veces la propaganda consumista y los salarios injustos han embotado la mente de los hombres haciendo que su mirada sólo quede puesta en lo pasajero, de tal forma que muchos apenas tiene tiempo de pensar en solucionar sus necesidades básicas. A nosotros, por voluntad de Dios, corresponde trabajar por un mundo más justo, con menos hambre, más fraterno y más capaz de recibir y vivir conforme al mensaje de salvación para que los frutos del amor y de la justicia nos ayuden a vivir con la alegría no sólo de poseer los bienes terrenos, sino de poseer ya desde ahora, los frutos que nos vienen de creer en Dios y de aceptarlo como Señor de nuestra propia vida. Y en este trabajo no podemos ser temerosos, pues hemos recibido un Espíritu de valentía para dar constantemente testimonio del Señor en todo ambiente y circunstancia en que se desarrolle nuestra vida.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de manifestar, con nuestras buenas obras, que nuestra fe en Cristo ha producido en abundancia el fruto deseado gracias a la presencia de la Vida y del Espíritu de Dios en nosotros. Amén.

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3-26. 26 de Enero

261. La siembra y la cosecha

I. Salió el sembrador a sembrar su semilla, nos dice el Señor en el Evangelio (Marcos 4, 1-20). Dios siembra la buena semilla en todos los hombres; da a cada uno las ayudas necesarias para su salvación. Nosotros somos colaboradores suyos en su campo. Nos toca preparar la tierra y sembrar en nombre del Señor de la tierra. Todas nuestras circunstancias pueden ser ocasión para sembrar en alguien la semilla que más tarde dará su fruto. El Señor nos envía a sembrar con largueza. No nos corresponde a nosotros hacer crecer la semilla; eso es propio del Señor (1 Corintios 3, 7), y nunca niega Su gracia. Nosotros somos simples instrumentos del Señor; gran responsabilidad la del que se sabe instrumento: Estar en buen estado. No hay terrenos demasiado duros para Dios. Nuestra mortificación y oración, con humildad y paciencia, pueden conseguir del Señor, las gracias necesarias para acercar las almas a Él.

II. Siempre es eficaz la labor en las almas. Mis elegidos no trabajarán en vano (Isaías 65, 23), nos ha prometido el Señor. La misión apostólica unas veces es siembra, sin frutos visibles, y otras de recolección de lo que otros sembraron con su palabra, o con su dolor desde la cama de un hospital, o con un trabajo escondido. Pero siempre es tarea alegre y sacrificada, paciente y constante. Trabajar cuando no se ven los frutos es un buen síntoma de fe y de rectitud de intención, señal de que verdaderamente estamos realizando una tarea sólo para la gloria de Dios. Lo que importa es que sembremos y poner los medios más oportunos para las diferentes situaciones: más luz de la doctrina, más oración y alegría, o profundizar más en la amistad.

III. El apostolado siempre da un fruto desproporcionado a los medios empleados: nada se pierde. El Señor, si somos fieles, nos concederá ver, en la otra vida, todo el bien que produjo nuestra oración, las horas de trabajo ofrecidas, las conversaciones sostenidas con nuestros amigos, la enfermedad que ofrecimos por otros. Sin embargo, en el apostolado, debemos tener siempre en cuenta que Dios ha querido crearnos libres para que, por amor, queramos reconocer nuestra dependencia de Él y sepamos decir libremente, como la Virgen: He aquí la esclava del Señor (Lucas 1, 38). Nosotros vivamos la alegría de la siembra, “cada uno según su posibilidad, carisma y ministerio” (CONCILIO VATICANO II, Ad
gentes)

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre