MIÉRCOLES DE LA SEMANA 1ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

1.- Hb 2, 14-18

1-1.

Ver PRESENTACION


1-2.

Complemento del relato sobre la mediación exclusiva de Cristo y sobre su funcionamiento.

En los versículos anteriores, el autor ha afirmado que Cristo ejercía sobre la humanidad una mediación mucho más eficaz que la de los ángeles y que, incluso, liberaba a los hombres de la tutela de esos mismos ángeles. Ahora se dispondrá a demostrar cómo.

a) Para el autor de la carta, la salvación no puede realizarse sino por consaguinidad (vv. 14, 18). Cristo no ha querido salvar al hombre sin el hombre, como desde fuera, sino desde dentro, asumiendo El mismo nuestra carne y nuestra sangre. Como Hombre-Dios nos libera de la tutela de los ángeles (las leyes cósmicas) y especialmente de ese ángel que se considera tiene entre sus manos la coyuntura de la muerte (vv.14-15).

Los ángeles son perfectamente incapaces de realizar este tipo de salvación porque no comparten la condición del hombre.

b) Lo mismo sucede con la misión sacerdotal de Cristo: su acción no tiene valor de expiación sino en cuanto sabe compartir (vv. 17-18; cf. Heb 4,14-20; 5,7-8)

El autor propone, en consecuencia, un concepto del sacerdocio de Cristo y de su obra de salvación diametralmente opuesto a los conceptos judíos y sobre todo paganos para quienes la salvación es un golpe de varita mágica procedente de Dios, pero que incide sobre los hombres desde fuera y para quienes, además, el sacerdocio está muy lejos de ser considerado como una consanguinidad, sino más bien como una separación y un desmembramiento.

El proceso de secularización que están experimentando actualmente las instituciones y el sacerdocio de la Iglesia no está, a priori, en contradicción con el orden de la salvación: el sacerdote no salvará al mundo obrero si no se hace obrero y consanguíneo de los obreros; la Iglesia no salvará a África si no se hace totalmente africana.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA II
MAROVA MADRID 1969.Pág. 13


1-3.

-Puesto que los hombres tienen todos una naturaleza de carne y de sangre, Jesús quiso participar de esa condición humana.

Ese principio es importantísimo. Es el realismo de la encarnación.

San Pablo había ya dicho: «me hice judío con los judíos, griego con los griegos» (1 Corintios 9, 20-21).

¡«Participar de la condición» de aquellos que se quiere salvar! Esto se opone netamente a las concepciones judías y paganas sobre el sacerdocio, que hacen del sacerdote un ser aparte, separado del común de los mortales.

El Concilio Vaticano II ha vuelto a insistir sobre ese principio de encarnación: «Los presbíteros, tomados de entre los hombres, viven con los demás hombres como hermanos. Así también el Señor Jesús... En cierta manera son segregados en el seno del pueblo de Dios, no de forma que se separen de él, ni de hombre alguno... No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida distinta a la terrena; pero tampoco podrían servir a los hombres, si permanecieran extraños a su vida y a sus condiciones.» (D.M. y V.S., 3).

"Los primeros apóstoles de los obreros serán obreros" decía el Papa Pío Xl al fundar la Acción Católica. Revalorizaba así el principio de encarnación que es esencial a la Iglesia. Algunos sacerdotes adoptan hoy la condición obrera para llevar el evangelio a ese ambiente... y es muy comprensible que la Iglesia adopte la cultura y la condición africana para salvar a África. Ruego por esa gran obra de autenticidad y de encarnación.

-Así también, por su muerte, pudo Jesús aniquilar al señor de la muerte, es decir, al Diablo.

Jesús no ha tomado a medias nuestra condición humana, sino que ha llegado a compartir con nosotros la muerte.

-Y liberó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud. De esta manera, afrontando la muerte, nos libra de ella.

Viviéndola, nos muestra que no hay que tenerle miedo, puesto que tampoco el temió pasar por ella como algo necesario para acceder a la verdadera vida.

Señor, ayúdame a no tener miedo a la muerte... o por lo menos a que este miedo no me esclavice. Quédate conmigo, Señor, cuando llegue mi hora.

-Porque ciertamente no son ángeles a los que quiere ayudar... por eso le fue preciso asemejarse en todo a sus hermanos...

¡Gracias; Señor!

«Fue preciso»... me detengo y medito esa palabra.

-Para ser, en sus relaciones con Dios, sumo Sacerdote, misericordioso y fiel. Se anuncia así el tema principal del sermón. El sacerdocio de Cristo.

-Habiendo sido probado en el sufrimiento de su pasión, puede ayudar a los que se ven probados.

La prueba. La experiencia del sufrimiento.

Decimos a menudo: «¡no lo podéis comprender! es preciso pasar por ello para saberlo».

Efectivamente, incluso nuestro entorno más amoroso no puede comprender ciertas pruebas que se abaten sobre nosotros. Pero el hombre que ha de soportar esa misma prueba adquiere una capacidad nueva de comprensión. Como Jesús, es capaz de ayudar a los probados.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 12 s.


2.- 1S 3, 1-10.19-20

2-1.

-La vocación de Samuel.

El Señor se le acercó y lo llamó: «¡Samuel! ¡Samuel!»

El momento de una vocación es decisivo. Hasta aquí el niño Samuel vive en el templo, en el ambiente litúrgico.

Ha sido consagrado a Dios por su madre, y en su corazón de niño, se ha entregado. Pero he ahí que Dios interviene, Dios le llama por su nombre. Ya no es solamente una ofrenda de sí mismo, por hermosa que sea. Es una "respuesta"... Alguien tomó la iniciativa, y Samuel ha de responder: será "sí" o "no".

Hay una enorme diferencia entre "hacer algo por propia iniciativa"... y "hacer lo mismo en respuesta a alguien que espera"... Toda la diferencia entre amor y soledad.

Ciertamente, puedo vivir cada una de mis jornadas de uno u otro modo: o bien "en autonomía", en "circuito cerrado", decidiéndolo yo todo; o bien "en respuesta", en "correspondencia a alguien".

HOY, Señor, ¿qué esperas de mí?

No he de contar con una voz milagrosa. Tu llamada se esconde tras las voces humanas que me solicitan. Son los otros, los que están a mi alrededor. Los acontecimientos de la historia del mundo o de la Iglesia, mis propias responsabilidades... son los que me transmiten tu voluntad, tu llamada, mi vocación.

-Tres veces... llamó el Señor.

Dios tuvo que llamar "tres veces" para ser oído, para provocar la toma de conciencia. La escucha de Dios no es fácil, ni absolutamente evidente.

-Fue corriendo hacia el sumo sacerdote y dijo: "Heme aquí".

La llamada de Dios pasa por la mediación de un hombre, el sumo-sacerdote.

«Comprendió entonces Elí que era el Señor quien llamaba al niño, y le dijo...»

¿Tengo yo la simplicidad de aceptar la mediación de mis hermanos, de la Iglesia para ayudarme a interpretar la palabra de Dios?

-Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la Palabra del Señor.

Escuchar a Dios.

Es algo que se aprende, como se aprende a escuchar a un ser humano. Se establece una cierta familiaridad con el pensamiento habitual de alguien, y esto hace que uno acabe por «conocer», por «adivinar».

Ayúdanos, Señor, a frecuentar asiduamente tu Palabra.

Todos conocemos la luz y la paz que esa Palabra nos aporta ¡cuando nos dejamos impregnar por ella! Pero también sabemos cuan fácilmente nos dejamos acaparar por variedad de cosas. Decimos: «no tengo tiempo para la oración», y, en un momento dado, de aquel mismo día, caemos en la cuenta de la inutilidad de lo que está entreteniéndonos.

-Habla, Señor, tu siervo escucha.

Repetir esta oración.

-Samuel crecía. El Señor estaba con él, y todo Israel reconoció la autoridad de Samuel como profeta del Señor.

La llamada de Dios, la vocación más personal, es siempre una misión, un servicio a los hombres. El profeta es llamado a realizar una tarea en el seno del pueblo de Dios. "Servidor de Dios", es también «servidor de los hombres».

La atención a la Palabra de Dios, la oración, la plegaria, me remiten a mis tareas humanas, «el Señor está conmigo...» para cumplirlas mejor.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 12 s.


2-2. /1S/03/01-21:SAMUEL/VOCACION

La vocación del pequeño Samuel es uno de los pasajes más deliciosos de todo el AT. Su nacimiento extraordinario y su dedicación a Yahvé en el santuario de Siló lo predestinaban a la misión profética que ahora comienza. Aunque en el fragmento que ayer leíamos se hablaba de la aparición de un «hombre de Dios» es decir, de un profeta (título que se da sobre todo a Elías), es un pasaje posterior de redacción artificiosa. En realidad, la era de los profetas comienza con Samuel, que será a la vez el último de los jueces y el primero de los profetas. Hasta ahora, «era... rara la palabra de Yahvé y no eran frecuentes las visiones» (v 1).

Quiere decir esto que en la época en que se escribían estos relatos el autor sagrado tenía por normal la intervención de Yahvé en la vida de su pueblo por medio de los profetas, por boca de los cuales se dirigía el Señor a los reyes y a todo el pueblo. Pese a la destrucción de Jerusalén el 587 antes de Cristo, el fenómeno profético continuará en el exilio y en la comunidad posexílica, pero en los últimos tiempos del AT parecen haberse extinguido del todo: "no nos queda ni un profeta", dice un salmo probablemente de estos últimos tiempos (Sal 74,9). Así se explica la solemnidad con que, después de esos dos o tres siglos de silencio de Dios, anuncia Lc 3,2 que finalmente, «fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto». No son casuales las semejanzas entre la historia de Samuel, el primero de los profetas, y Juan, "llamado profeta del Altísimo" (Lc 1,76) y, según Jesús mismo, "más que profeta" (Lc 7,26). Aparte de las intencionadas coincidencias literarias entre Lc 1-2 y 1 Sm 1-3, hay un paralelismo de fondo que sugiere la superioridad de Juan sobre Samuel y de Jesús sobre Juan. Samuel nace de Ana, que en algunos años de casada no había podido tener hijos, pero su marido, Elcaná, los había tenido de la otra mujer, Feniná. Juan nace de Zacarías e Isabel, estériles ambos y ya ancianos. Jesús nace de madre virgen, María, desposada con José. Samuel es consagrado a Yahvé cuando se le desteta y profetiza cuando todavía es un niño. Juan también será consagrado al Señor (eso quieren decir las palabras del ángel a Zacarías: «no beberá vino ni licor», Lc 1,15, sacadas del ritual del voto de nazireato, Nm 6,2), pero ya desde el vientre de su madre «será lleno del Espíritu Santo» (Lc 1,15) y profetizará, saltando de gozo, cuando María, grávida del Mesías, visita a Isabel (Lc 1,44). Jesús es la Palabra misma de Dios y es una sola cosa con él y con el Espíritu desde toda la eternidad. La docilidad de Samuel: «Habla, Yahvé, que tu siervo escucha» (vv 9-10), es figura de la de María: «He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).

H. RAGUER
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 657 s.


3.- Mc 1, 29-39

3-1.

VER DOMINGO 05B


3-2.

1. (año 1) Hebreos 2,14-18

a) La idea apareció ayer: Jesús se ha encarnado en nuestra familia con todas las consecuencias, para salvarnos desde dentro. Hoy se desarrolla más, en un razonamiento admirable y lleno de esperanza.

La humanidad estaba sometida al poder de la muerte, o sea, al diablo: todos «por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos». Se trataba de liberarla y para eso vino el Hijo de Dios. Ahora bien, ¿cómo quiso él salvarnos de esa situación? La respuesta de la carta es clara: haciéndose uno de nosotros, «de la misma carne y sangre» que nosotros.

No son los ángeles los que necesitan esta salvación, sino nosotros, «los hijos de Abrahán». Por eso se hace de nuestra raza y de nuestra familia.

Pero el argumento continúa. El autor se atreve a decir que «tenía que parecerse en todo a sus hermanos para ser compasivo y pontífice fiel». Tenía que experimentar desde la raíz misma de nuestra existencia lo que es ser hombre, lo que es vivir y sobre todo lo que es padecer y morir. Ayer decía que «Dios juzgó conveniente perfeccionar con sufrimientos» a Jesús, ya que tenía que salvar a la humanidad. Hoy añade que «tenía que» parecerse en todo a sus hermanos. También en el dolor.

Así podrá ser «compasivo»: o sea, com-padecer, padecer con los que sufren. No habrá aprendido lo que es ser hombre en la teoría de unos libros, sino en la experiencia cálida de la misma vida. Así podrá ser «pontífice», o sea, «hacer de puente» entre Dios y la humanidad. Por un aparte es Dios. Pero por otra es hombre verdadero. Solidario con Dios y con el hombre, para así unir en sí mismo las dos orillas.

b) Es dramática pero real la descripción que nos ha hecho la carta: la situación de miedo y de esclavitud ante el mal y la muerte. Pero a la vez es gozosa la convicción de que Cristo ha venido precisamente a salvarnos de esa situación, también a cada uno de nosotros hoy y aquí.

El argumento de Hebreos es profundo y vale para siempre, también para nuestra generación: «Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella». Cada uno cree que su dolor es único y que los otros no le entienden. Pero Cristo sufrió antes que nosotros y nos comprende. Es «compasivo» porque es consanguíneo nuestro, «de nuestra carne y sangre», y su camino fue el nuestro. El camino que nosotros recorremos, cada uno en su tiempo y en sus circunstancias, es el camino que ya siguió Jesús. Ya sabe él la dificultad y la aspereza de ese recorrido. Por eso se hace solidario y «puede auxiliar a los que ahora pasan por ella» y es «pontífice»: nos comunica la vida y la fuerza de Dios, da sentido a nuestra vida y a nuestro dolor, porque lo incorpora a su dolor pascual, el dolor que salvó a la humanidad.

Juan Pablo II, en varias de sus cartas y encíclicas, insiste en esta cercanía existencial de Cristo a la vida humana: ya a partir de la primera, «Redemptor hominis», de 1979, y sobre todo en la carta «Salvifici Doloris» (el sentido cristiano del sufrimiento), de 1984. Debemos aprender esta lección también en nuestra relación para con los demás: sólo podemos tener credibilidad si «padecemos-con», si tomamos en serio nuestra solidaridad con los demás.

En el prefacio de la misa en que se celebra la Unción de los enfermos recordamos el ejemplo de Jesús: «Tu Hijo, médico de los cuerpos y de las almas, tomó sobre sí nuestras debilidades para socorrernos en los momentos de prueba y santificarnos en la experiencia del dolor».

1. (año II) 1 Samuel 3,1-10.19-20

a) Es una de las escenas más deliciosamente narradas de la Biblia: la llamada de Dios al joven Samuel.

El sacerdote Elí, que tendrá otros defectos, ha sabido aquí guiar al joven discípulo y asesorarle bien, sugiriéndole la mejor actitud de un creyente: «Habla, Señor, que tu siervo escucha».

A partir de ese momento, el hijo de aquella oración tan intensa de Ana y Elcaná, el que como niño había sido ofrecido al servicio de Dios, se convierte en un joven vocacionado que crece en el Templo de Silo hasta llegar a ser el hombre de Dios, el juez y profeta respetado, que guía a su pueblo en su proceso de consolidación social y religiosa.

El salmo responsorial hace eco a esta actitud con otra consigna similar: «aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». Consigna que la carta a los Hebreos aplica a Cristo en el momento de su encarnación.

b) La del joven Samuel debería ser también nuestra actitud: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». Así como la que nos ha propuesto el salmo: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad».

Es bueno que sea un joven precisamente el que nos muestra el camino. Como serán más tarde otros jóvenes los que en el Nuevo Testamento nos estimulen con su ejemplo en la misma dirección: la joven María de Nazaret contestando al ángel «hágase en mi según tu palabra» y el joven Pablo, con su disponibilidad total a Cristo: «¿Qué tengo que hacer»? Dios nos sigue hablando: tendríamos que saber escuchar su voz en lo interior, o en los ejemplos y consejos de las personas, o en los acontecimientos de nuestra vida, o en las consignas de la Iglesia. No siempre son claras estas voces: Samuel reconoció a Dios a la tercera.

Tendríamos que saber además aconsejar a los demás cuando vemos que lo necesitan. Nunca sabemos cuándo puede ser eficaz nuestra palabra o nuestro ejemplo. Elí supo recomendar a Samuel el camino bueno.

La de hoy es una escena que puede darnos confianza en el futuro de la Iglesia. Dios sigue llamando. En aquellas circunstancias, mil años antes de Cristo, se podía pensar que no habla futuro: «Por aquellos días las palabras del Señor eran raras y no eran frecuentes las visiones». Pero Dios llamó a Samuel. No tenemos que perder nunca la esperanza. Dios sigue llamando. Lo que nosotros tenemos que hacer es saber escuchar esa voz y ayudar a que sea oída por otros.

2. Marcos 1,29-39

a) Junto con lo que leíamos ayer (un sábado que empieza en la sinagoga de Cafarnaúm con la curación de un poseído por el demonio), la escena de hoy representa como la programación de una jornada entera de Jesús.

Al salir de la sinagoga va a casa de Pedro y cura a su suegra: la toma de la mano y la «levanta». No debe ser casual el que aquí el evangelista utilice el mismo verbo que servirá para la resurrección de Cristo, «levantar» (en griego, «egueiro»). Cristo va comunicando su victoria contra el mal y la muerte, curando enfermos y liberando a los poseídos por el demonio.

Luego atiende y cura a otros muchos enfermos y endemoniados. Pero tiene tiempo también para marchar fuera del pueblo y ponerse a rezar a solas con su Padre, y continuar predicando por otros pueblos. No se queda a recoger éxitos fáciles. Ha venido a evangelizar a todos.

b) Ahora, después de su Pascua, como Señor resucitado, Jesús sigue haciendo con nosotros lo mismo que en la «jornada» de Cafarnaúm.

Sigue luchando contra el mal y curándonos -si queremos y se lo pedimos- de nuestros males, de nuestros particulares demonios, esclavitudes y debilidades. La actitud de la suegra de Pedro que, apenas curada, se puso a servir a Jesús y sus discípulos, es la actitud fundamental del mismo Cristo. A eso ha venido, no a ser servido, sino a servir y a curarnos de todo mal.

Sigue enseñándonos, él que es nuestro Maestro auténtico, más aún, la Palabra misma que Dios nos dirige. Día tras día escuchamos su Palabra y nos vamos dejando llenar de la Buena Noticia que él nos proclama, aprendiendo sus caminos y recibiendo fuerzas para seguirlos.

Sigue dándonos también un ejemplo admirable de cómo conjugar la oración con el trabajo. El, que seguía un horario tan denso, predicando, curando y atendiendo a todos, encuentra tiempo -aunque sea escapando y robando horas al sueño- para la oración personal. La introducción de la Liturgia de las Horas (IGLH 4) nos propone a Jesús como modelo de oración y de trabajo: «su actividad diaria estaba tan unida con la oración, que incluso aparece fluyendo de la misma», y no se olvida de citar este pasaje de Mc 1,35, cuando Jesús se levanta de mañana y va al descampado a orar.

Con el mismo amor se dirige a su Padre y también a los demás, sobre todo a los que necesitan de su ayuda. En la oración encuentra la fuerza de su actividad misionera. Lo mismo deberíamos hacer nosotros: alabar a Dios en nuestra oración y luego estar siempre dispuestos a atender a los que tienen fiebre y «levantarles», ofreciéndoles nuestra mano acogedora.

«Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella» (1ª lectura, I)

«Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1ª lectura, II)

«Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad» (salmo, II)

«Se acercó, la tomó de la mano y la levantó» (evangelio)

«Se levantó de madrugada y se puso a orar» (evangelio)

«El nunca permaneció indiferente ante el sufrimiento humano» (plegaria eucarística V c)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 23-28


3-3.

Primera lectura: 1 de Samuel 3, 1-10.19-20

Habla, Señor que tu siervo escucha.

Salmo responsorial: 39, 2.5.7-8a.8b-9.10

Aquí estoy, Señor, para, hacer tu voluntad.

Evangelio: San Marcos 1, 29-39

Curación de la suegra de Simón.

Este relato es la continuación de una serie de milagros contados por Marcos -ese mismo día Jesús había expulsado los demonios de un hombre en la sinagoga- que muestran cómo Jesús relativiza el precepto de no hacer nada el día sábado, lo cual es una confrontación directa de la ley que coloca al ser humano en segundo plano obligándolo a no atender incluso su propia salud.

La actitud de Jesús contrasta con la de las gentes del pueblo que esperan al anochecer, cuando ya se había puesto el sol (v.32) y es día domingo, para buscar a Jesús y pedirle que les cure sus enfermos, actividad que no se podía realizar el sábado.

Es claro el mensaje, Jesús quiere que las personas se reconozcan con su dignidad de hijos de Dios, quiere que se reconozcan como personas frente a las estructuras de su tiempo y descubran que no es el cumplimiento ciego de la ley lo que libera y proporciona bienestar al ser humano en comunidad, si este cumplimiento de la ley no se realiza dentro de un ambiente de libertad y responsabilidad que permita un desarrollo integral, una vida más digna, es decir, una verdadera humanización.

El sentido de los milagros no responde pues a una preocupación de Jesús de lograr sólo una curación física en las personas, sino que ante todo son una acción que lleva un mensaje orientado a crear conciencia de la responsabilidad frente al hermano que sufre y a propiciar la actitud que se debe asumir frente a una estructura social injusta generadora de discriminación, opresión y muerte.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-4.

Hb 2, 14-18: El demonio dominaba a los humanos por el temor a la muerte.

Sal 104,1-4.6-9

Mc 1, 29-39: Jesús cura a la suegra de Pedro.

El pasaje que leemos hoy en la carta a los Hebreos tiene en el fondo un una interpretación de la vida humana que pudiéramos llamar existencial, y ciertamente profunda. Dice el autor que el demonio tenía esclavizados a los seres humanos mediante el temor a la muerte, y que Jesús los salvó liberándolos del temor a la muerte...

El existencialismo de Heidegger define al ser humano como el «ser-para-la-muerte». Es el único ser que no sólo muere, sino que sabe que va a morir, y que, en ese sentido, se sabe «condenado a muerte». Cuando sin la fe el ser humano se sabe reducido al espacio de su vida mortal, la perspectiva de la muerte, el miedo a la muerte que inexorablemente se acerca día a día, reviste de mayor colorido aún las seducciones de este mundo. Por el contrario, la fe en Jesús, la fe en la vida eterna destruye la muerte, en cuanto que la transforma en un simple paso. Vistas las cosas a la luz de la eternidad, esa fuerza de seducción que poseían por la amenaza de la muerte cede paso a la santa indiferencia en la que nos dejan, a la libertad de los hijos de Dios. Al confiar en la victoria de Jesús sobre la muerte, ésta es derrotada, y somos liberados del temor a la muerte.

La fe en la resurrección sería nuestra victoria sobre la muerte.

Parece que las excavaciones arqueológicas avalan la hipótesis de que la casa de Pedro en Cafarnaún estaba, efectivamente, enfrente de la sinagoga, a unos pocos metros. Al salir de la sinagoga Jesús se quedó en casa de Pedro. La curación de su suegra está narrada de forma que se puede elaborar simbólicamente: Jesús la cura y ella se pone a servir; se trata de una liberación para el servicio, de una curación para el amor.

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3-5.

Hebreos 2,14-18: Semejante en todo a sus hermanos

Salmo responsorial: 104, 1-4. 6-9

Marcos 1, 29-39: Todos te andan buscando

Si escuchamos bien, este pasaje de Hebreos, hace afirmaciones importantes: que Jesucristo ha querido hacerse miembro de nuestra familia humana, participando de nuestra carne y de nuestra sangre. Que muriendo aniquiló el poder de la muerte y del diablo, y nos liberó de la esclavitud que a ellos nos mantenía sometidos. Que siendo nuestro mediador, nuestro sacerdote ante Dios, compasivo y fiel, ha expiado por nuestros pecados y puede compadecerse de nuestros dolores, Él que los ha soportado primero.

En nuestro mundo desgarrado por guerras y violencias, en nuestras sociedades injustas y desiguales, contemplar a Jesucristo solidario de nuestros dolores, liberador de sus hermanos, que somos todos nosotros, ha de movernos a asumir sus actitudes: solidaridad con los que sufren, con los que mueren, acciones de liberación a favor de los oprimidos, los empobrecidos, los encarcelados. Solamente así estas palabras que acabamos de leer, referidas a nuestro hermano mayor, alcanzarán su plenitud

El Evangelio de hoy es llamado por los estudiosos: "la jornada de Cafarnaún", porque describe lo que un periodista de ahora titularía: "Un día en la vida de Jesús de Nazaret". Veamos qué hace: después de liberar a un hombre endemoniado en la sinagoga de la aldea, va a la casa de Simón Pedro, con sus discípulos; allí sana a la suegra de Simón, que tenía fiebre, y ella puede servirles. Luego, al atardecer, sana a muchos enfermos que le llevan, y el evangelista anota que la gente se agolpaba a la puerta de la casa. Viene la noche, todos descansan, Él aprovecha el silencio y la tranquilidad de la madrugada y va a un sitio solitario para orar. Allí le encuentran sus discípulos, que salen a buscarlo; quieren retenerlo en el pueblo, pero El les dice que debe salir a predicar en los pueblos vecinos. Así lo hace, liberando también a muchos endemoniados.

Sanar, entrar en la casa, sanar, orar, predicar, sanar... Son las acciones de Jesús en su jornada. Ya sabemos que predica el reinado de Dios, su voluntad de salvación y de felicidad para toda la humanidad. Su predicación se hace realidad en la salud que difunde en torno suyo. Todo a partir, seguramente, de su intensa relación con Dios, por medio de la oración. ¿No es esta agenda de Jesús una agenda para la Iglesia, para nuestra comunidad, para cada uno de nosotros?

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


3-6.

Jesús nunca se ha cansado de servir a los hombres. Hoy aún sigue siendo el hombre más servidor de todos. Él mismo nos lo dijo: “no he venido a ser servido, sino a servir”. Pero de vez en cuando Él buscaba momentos de tranquilidad al lado de sus discípulos. Hoy es uno de esos días. Han llegado a la casa de Simón, y encuentra a la suegra de éste enferma. Jesús, no sabiendo cómo no salvar un alma más en ese día, la toma de la mano y la cura. Parece que Dios, hecho hombre para servir no quiera hacer otra cosa. Él todo poderoso; Él conocedor de los sufrimientos humanos; Él que tanto ha amado al mundo, ¿se iba a quedar tranquilo viendo a los hombres perderse? No, hay que salvarlos a toda costa. Por eso allí está, sirviendo en los momentos de mayor intimidad con sus discípulos. La suegra aprendió muy bien la lección de ese día: “En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles”. ¿Cuántas lecciones tenemos que sacar de este pequeño acto de donación? Se dice que arrastra más un ejemplo que muchas palabras. Aquí lo tienen. El ejemplo está claro: Cristo, servidor de los hombres para salvarlos. Aunque haya pasado toda una tarde de enseñanzas con sus discípulos, Él al atardecer sirvió a los demás, para darles la Vida y que la tuvieran en abundancia. No sólo actuó en ese pueblo, sino que su amor se extendió, durante su vida terrena, a los judíos, pero ahora sigue haciendo el bien, a través de un ejemplo de uno de sus consagrados, a través de la oración abnegada de todos los días de una madre de familia, o la sencillez de corazón de un jovencito que hace un acto de amor para con el viejito que está cruzando la calle. El actúa hoy de muchas formas en el mundo, principalmente a través de la oración.

P. José Rodrigo Escorza


3-7. CLARETIANOS 2002

Es pequeño Samuel, pero no tanto como para no correr a responder -al principio con confusión, mucha confusión- con la propia palabra, con la vida "Aquí estoy" a esa llamada. Responder aunque en aquellos días las palabras del Señor no eran frecuentes.

El sentimiento de sentirse encontrado por Dios de sentirse adentrado en la "Pasión" del Padre hace que la vida no pueda seguir igual, que la salud brote a borbotones -sobre todo la que nace del experimentar que tu vida está cargada de sentido-... quizá por eso, en el fondo, "todo el mundo te busca".


Hoy, Señor, me presento ante ti
con todo lo que soy y lo que tengo.
Acudo a ti como persona sedienta, necesitada...
porque sé que en ti encontraré respuesta.
Siento que no puedo vivir con la duda todo el tiempo
y que se acerca el momento de tomar una decisión.

Deseo ponerme ante ti con un corazón abierto como el de María,
con los ojos fijos en ti esperando que me dirijas tu Palabra.
Deseo ponerme ante ti como Abraham,
con el corazón lleno de tu esperanza,
poniendo mi vida en tus manos.
Deseo ponerme ante ti como Samuel,
con los oídos y el corazón dispuestos a escuchar tu voluntad.

Aquí me tienes, Señor,
con un deseo profundo de conocer tus designios.
Quisiera tener la seguridad
de saber lo que me pides en este momento;
quisiera que me hablases claramente, como a Samuel.
Muchas veces vivo en la eterna duda.
Vivo entre dos fuerzas opuestas que me provocan indecisión
y en medio de todo no acabo de ver claro.

Sácame, Señor, de esta confusión en que vivo.
Quiero saber con certeza el camino que tengo que seguir.
Quiero entrar dentro de mí mismo
y encontrar la fuerza suficiente
para darte una respuesta sin excusas, sin pretextos.
Quiero perder tantos miedos
que me impiden ver claro
el proyecto de vida que puedas tener sobre mí.

¿Qué quieres de mí, Señor? ¡Respóndeme!
¿Quieres que sea un discípulo tuyo
para anunciarte en medio de este mundo?
Señor, ¿qué esperas de mí? ¿por qué yo y no otro?
¿Cómo tener la seguridad de que es este mi camino y no otro?

En medio de este enjambre de dudas
quiero que sepas, Señor, que haré lo que me pidas.
Si me quieres para anunciar tu Reino, cuenta conmigo, Señor.
Si necesitas mi colaboración
para llevar a todas las personas con las que me encuentre hacia ti,
cuenta conmigo, Señor.

Si me llamas a ser testigo tuyo de una forma más radical
como consagrado en medio de los hombres,
cuenta conmigo, Señor.
Y si estás con deseos de dirigir tu Palabra a mi oídos y a mi corazón,
habla, Señor, que tu siervo escucha.


3-8. CLARETIANOS 2003

Los relatos de milagro de los evangelios han dado mucho que hablar, salvo a algún autor, que los ha pasado por alto. Es lo que extrañamente ha sucedido con un libro por lo demás muy valioso. Lo escribió un protestante, Günther Bornkamm, Se titula “Jesús de Nazaret”, y está traducido en la editorial Sígueme. ¡Ojalá hubieran hecho otro tanto algunos que se aplicaron a tratar-maltratar esos episodios!

Sobre el que se nos refiere hoy suele haber una rara coincidencia: los autores, al verlo tan exento y sencillo, tan humilde y ordinario, tan de andar por casa, parece que se han sentido forzados a enfundar la crítica, y lo han admitido sin mayores reservas. Es, pues, un milagro muy apropiado en estos primeros días del tiempo ordinario.

Lo es porque vemos cómo Jesús es ajeno a toda espectacularidad. No le gustan las señales en el cielo, los gestos grandilocuentes, las acciones vistosas, los milagros apabullantes. Parece como si le encantara la prosa corriente y tuviera serios reparos frente a los cantares de gesta que narran las hazañas de héroes asombrosos o los doce trabajos de Hércules. Su épica, la épica de Dios, no hace tanto ruido, no es amiga de vértigos, se filtra en los intersticios de la vida común, hace primores de lo vulgar.

Y este milagro es apropiado para estos comienzos del tiempo ordinario porque la suegra de Simón, que estaba postrada en cama por la fiebre, puede reemprender los afanes de cada día. No son los doce trabajos de Hércules lo que nosotros tenemos que realizar; no tenemos por qué dar motivos para sobrecogedores cantares de gesta. Más bien se nos invita a afrontar “los trabajos y los días” (Hesíodo), una vez nos hemos repuesto de nuestra enfermedad, hemos recobrado fuerzas para laborar y ganas de vivir.
Escribía B. Brecht en su obra “Preguntas de un obrero lector”: Tebas, la de las siete puertas, ¿quién la construyó? / En los libros figuran los nombres de los reyes. / ¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra? / (...) El joven Alejandro conquistó la India. / ¿Él solo? / Cesar venció a los galos. / ¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero? / Felipe II lloró al hundirse / su flota. ¿No lloró nadie más?

Pablo Largo (pldomizgil@hotmail.com)


3-9. 2001

v. 29 En seguida, al salir de la sinagoga, fue a casa de Simón y Andrés, en compañía de Santiago y Juan.

Jesús no aprovecha el entusiasmo popular. Después de su contacto liberador con el ambiente oficial (sinagoga) quiere penetrar, con la misma intención liberadora, en los ambientes privados (casa) con los que está vinculado Simón, donde se profesa el reformismo violento.



vv. 30-31 La suegra de Simón yacía en cama con fiebre. En seguida le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó; se le quitó la fiebre y se puso a servirles.

Estos círculos están representados por la suegra, cuya fiebre (en grie­go, de la raíz «fuego») alude al celo violento de Elías, el profeta de fuego (Eclo 48,1-3.9; 1 Re 19,10.14). La escena muestra el intento de Jesús, sin duda dialéctico, de que abandonen su ideología: el espíritu de violencia es incompatible con el seguimiento. Seguir a Jesús no significa dominar, sino servir. El servicio equivale al seguimiento, y esa fiebre lo impide. El día de sábado no es obstáculo para la actividad de Jesús: para él, el bien del hombre está por encima de toda ley.



v. 32 Caída la tarde, cuando se puso el sol, le fueron llevando a todos los que se encontraban mal y a los endemoniados.

El contacto de Jesús con los círculos disidentes donde domina la ide­ología reformista (la casa de Simón y Andrés), da a la gente de Cafarna­ún una falsa idea de las intenciones de Jesús: si no ha querido poner su fuerza profética al servicio de la institución, como le proponía el fanático de la sinagoga, es que pretende reformarla. Por eso creen que nada va a cambiar más que el liderazgo, y siguen respetando el descanso del sába­do (cuando se puso el sol, momento en que comenzaba para los judíos un nuevo día). Se han liberado de los antiguos maestros, pero no de su doc­trina.

Son unos anónimos colaboradores de Jesús los que llevan hasta él a los que necesitan ayuda. Los que se encontraban mal es un modo de designar al pueblo que sufría, ante la indiferencia de los dirigentes (cf. Ez 34,4); endemoniados son los poseídos (fanáticos de la ideología del judaísmo), públicamente conocidos por su violencia.



v. 33 La ciudad entera estaba congregada a la puerta.

La población de Cafarnaún, que no se interesa por los que sufren, se empeña en hacer de Jesús un líder reformista (congregada a la puerta; el verbo «congregarse» deriva de la misma raíz que «sinagoga»), pero él no cede a la presión y no se pone en contacto con ella.



v. 34 Curó a muchos que se encontraban mal con diversas enfermedades y expulsó muchos demonios; y a los demonios no les permitía decir que sabían quién era.

Mientras tanto, va aliviando la situación de los oprimidos y enfer­mos; impide al mismo tiempo que los fanáticos violentos (los endemo­niados) enardezcan a la gente con la idea de su liderazgo y los rebate hasta hacerles abandonar su idea.



35 De mañana, muy oscuro, se levantó y salió, se marchó a despoblado y allí se puso a orar.

Ante esta incomprensión generalizada Jesús abandona la ciudad, reafirmando su ruptura con los valores de la sociedad judía (se marchó a despoblado). Pide a Dios que no fracase la obra emprendida (se puso a orar), pues la mentalidad reformista de sus seguidores se ha contagiado a la población de Cafarnaún.



vv. 36-37 Echó tras él Simón, y los que estaban con el, lo encontraron y le dijeron: «¡Todo el mundo te busca!»

Simón se pone a la cabeza y arrastra a los otros; buscan afanosos que Jesús ceda a la expectación de la gente de la ciudad. El grupo de segui­dores pretende imponer una reforma, pero sin romper la continuidad con el pasado; no entiende que el reinado de Dios inaugura una nueva época (1,15: «Se ha terminado el plazo»).



v. 38 El les respondió: « Vámonos a otra parte, a las poblaciones cercanas, a predicar también allí, pues para eso he salido».

Jesús rechaza la propuesta y los invita a acompañarlo en la misión por Galilea.

Ante el hecho de la marginación de base religiosa dentro de Israel, Jesús toma postura contra el código de lo puro y lo impuro contenido en la Ley de Moisés. Procura convencer a los marginados de que su situa­ción ha sido y es una injusticia humana, que no puede justificarse invo­cando la voluntad divina.



v. 39 Fue predicando por las sinagogas de ellos, por toda Galilea, y expulsan­do los demonios.

La actividad de Jesús en Galilea es parecida a la que ha tenido en la sinagoga de Cafarnaún: en toda la región, normalmente los sábados, anuncia la cercanía del reinado de Dios al pueblo que, por estar integra­do en la institución (sinagogas), no sospechaba la existencia de una alter­nativa. Sigue la conexión entre proclamación y expulsión de demonios (fanatismos violentos que impiden la convivencia humana).

Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)


3-10. 2001

La lucha contra el mal emprendida por Jesús tiene como escenario inicial la vida de los que se acercan a El: Por ello, el texto menciona en primer lugar a la suegra de Simón (v. 30b), y a los enfermos y endemoniados que la gente le presenta (v. 32-34). Sin embargo, su misión no se agota en este grupo de gente que lo rodea sino que tiende a incluir un marco cada vez más amplio que supone también los pueblos vecinos. Por ello la salida de Jesús de Cafarnaún puede ser una clave para entender su misión y la de sus seguidores.

Curando a la suegra de Pedro, Jesús muestra su condición de "enviado de Dios" y expulsando los demonios revela una autoridad capaz de triunfar sobre el mal que ve a su alrededor. Pero esta victoria no puede encerrarse en los límites estrechos de una ciudad ya que debe manifestarse también a "los pueblos vecinos".

La comunidad de seguidores de Jesús no puede agotar sus fuerzas en la lucha contra el mal que se encuentra en torno suyo. Indudablemente debe comprometerse en ella plenamente, pero está invitada también ser capaz de realizar una salida que, como la de Jesús, la coloque allí donde haya necesidad de su presencia.

La presencia de los males que nos cercan no pueden hacernos olvidar la característica universal de nuestra misión. El alejamiento y la distancia no pueden ser pretextos para excluir a pueblos o sectores de la posibilidad de escuchar la Buena Noticia que se nos ha encomendado.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-11. 2002

Después de su primer contacto público liberador en la sinagoga, Jesús entra en los ambientes privados (la casa). Allí encuentra la suegra de Simón, que «yacía en cama con fiebre». Aquella fiebre -tal vez la misma enfermedad del hombre endemoniado, el fana­tismo, el deseo de dominación y violencia- le hacía yacer en cama, impedida para el servicio. El contacto con Jesús -«que no ha venido para ser servido, sino a servir»- contagia a la mujer, «que se levanta y se pone a servirles». A continuación pasa Jesús a la puerta de la ciudad -espacio de la vida pública- para continuar su tarea liberadora y sanadora e impide que los demonios -que lo identifican con el ungido de Días en clave de poder político-mesiánico- digan quién es, para no crear falsas expectativas.

Después de esta apretada jornada Jesús se va a un despoblado, abandonando la ciudad contaminada de la ideología de la sinagoga, para pedir a Dios que no fracase la obra emprendida de liberar a cuantos se hayan poseídos por ideologías que alienan e impiden tomar la vida como un camino de servicio. El éxito obtenido -«todo el mundo te busca»- y el deseo de la gente de hacer de Jesús un líder no cuentan para El, que no gusta de aplausos ni se identifica con ideolo­gías o líderes que oprimen, reprimen o suprimen la vida. Por eso en lugar de volver a Cafarnaún, invita a los discípulos a extender la tarea liberadora a las po­blaciones cercanas. ¡Queda tanto por hacer...! Ningún espacio debe quedar sin oír el mensaje liberador de la buena nueva de Jesús. Tampoco hoy...

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3-12. ACI DIGITAL 2003

29. Véase Mat. 8, 14 - 16: "Entró Jesús en casa de Pedro y vió a la suegra de éste, en cama, con fiebre. La tomó de la mano y la fiebre la dejó; y ella se levantó y le sirvió. Caída ya la tarde, le trajeron muchos endemoniados y expulsó a los espíritus con su palabra, y sanó a todos los enfermos".

35. El retiro de Jesús a la oración, después de trabajar todo el día y gran parte de la noche, nos enseña que la oración es tan indispensable como el trabajo. Cf. Mat. 14, 23 y nota: "Despedido que hubo a las multitudes, subió a la montaña para orar aparte, y caída ya la tarde, estaba allí solo".

Jesús se retiraba cada vez que podía (véase Marc. 1, 35; Luc. 5, 16; 6, 12; 9, 18, y 28; Juan 6, 3, etc.) para darnos ejemplo y enseñarnos que el hombre que quiere descubrir y entender las cosas de Dios tiene que cultivar la soledad. No porque sea pecado andar en tal o cual parte, sino que es simplemente una cuestión de atención. Porque no se puede atender a un asunto importante cuando se está distraído por mil bagatelas (cf. Sab. 4, 12). No es otro el sentido de la semilla que cae entre abrojos (Mat. 13, 22). Cualquiera sabe y comprende, por ejemplo, que el que tiene novia necesita una gran parte de su tiempo para visitarla, escribirle, leer sus cartas, ocuparse de lo que a ella le interesa, etc. Si pretendiésemos que esto no es lo mismo y que hay otras cosas más importantes, o que nos apremian más que nuestra relación con Dios, no entenderemos jamás la verdad, ni sabremos defender nuestros intereses reales, ni gozar de la vida espiritual, ni aprovechar de los privilegios en los cuales Dios, que todo lo puede, da por añadidura todo lo demás a quien le hace el honor de prestarle atención a El (Mat. 6, 33). Pues El nos enseña a poner coto a nuestros asuntos temporales, porque al que maneja muchos negocios le irá mal en ellos (Ecli. 11, 10 y nota), y además caerá en los lazos del diablo (I Tim. 6, 9). Las maravillas de Dios, que consisten principalmente en el amor que nos tiene, no pueden verse sino en la soledad interior. Compárese el azul diáfano del cielo en el cenit con el color grisáceo que tiene más abajo, en el horizonte, cuando se acerca a esta sucia tierra.


3-13.

Comentario: Fray Josep Mª Massana i Mola OFM (Barcelona-España)

«De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración»

Hoy vemos claramente cómo Jesús dividía la jornada. Por un lado, se dedicaba a la oración, y, por otro, a su misión de predicar con palabras y con obras. Contemplación y acción. Oración y trabajo. Estar con Dios y estar con los hombres.

En efecto, vemos a Jesús entregado en cuerpo y alma a su tarea de Mesías y Salvador: cura a los enfermos, como a la suegra de san Pedro y muchos otros, consuela a los tristes, expulsa demonios, predica. Todos le llevan sus enfermos y endemoniados. Todos quieren escucharlo: «Todos te buscan» (Mc 1,37), le dicen los discípulos. Seguro que debía tener una actividad frecuentemente muy agotadora, que casi no le dejaba ni respirar.

Pero, Jesús se procuraba también tiempo de soledad para dedicarse a la oración: «De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración» (Mc 1,35). En otros lugares de los evangelios vemos a Jesús dedicado a la oración en otras horas e, incluso, muy entrada la noche. Sabía distribuirse el tiempo sabiamente, a fin de que su jornada tuviera un equilibrio razonable de trabajo y oración.

Nosotros decimos frecuentemente: —¡No tengo tiempo! Estamos ocupados con el trabajo del hogar, con el trabajo profesional, y con las innumerables tareas que llenan nuestra agenda. Con frecuencia nos creemos dispensados de la oración diaria. Realizamos un montón de cosas importantes, eso sí, pero corremos el riesgo de olvidar la más necesaria: la oración. Hemos de crear un equilibrio para poder hacer las unas sin desatender las otras.

San Francisco nos lo plantea así: «Hay que trabajar fiel y devotamente, sin apagar el espíritu de la santa oración y devoción, al cual han de servir las otras cosas temporales».

Quizá nos debiéramos organizar un poco más. Disciplinarnos, “domesticando” el tiempo. Lo que es importante ha de caber. Pero más todavía lo que es necesario.


3-14.

San Jerónimo (347-420) presbítero, traductor de la Biblia (Vulgata) doctor de la Iglesia

Comentario sobre San Marcos, PL 2

Está presente por la fe

¡Si Jesús se acercara a nosotros y con una sola palabra curara nuestra fiebre! Porque cada uno de nosotros tenemos nuestra fiebre. Que Jesús se acerque, pues, a nosotros, que nos toque con su mano. Si lo hace, la fiebre desaparecerá al instante porque Jesús es un médico excelente. El es el verdadero, el auténtico médico, el primero de todos los médicos. Sabe descubrir el secreto de nuestras enfermedades: él nos toca, no en el oído ni en la frente sino en las manos, es decir: en nuestras obras malas.

Jesús se acerca a la mujer enferma porque ella no podía levantarse y correr a su encuentro. El, el médico misericordioso y comprensivo se acerca a su lecho. Se acerca porque que quiere; toma la iniciativa de la curación. Se acerca a esta mujer y ¿qué le dice? “Tú tenías que haber corrido hacia mí. Tú tenías que haber venido a la puerta para recibirme para que tu curación no fuera sólo efecto e mi misericordia sino también de tu voluntad. Pero como estás abatida por la fiebre y no te puedes levantar, soy yo quien me acerco y voy hacia ti!”

Jesús se acerca y la hace levantar... La toma de la mano. Cuando uno está en peligro, como Pedro en el lago, a punto de ahogarse, Jesús lo toma de la mano y lo levanta. Jesús hace levantar a esta mujer tomándola de la mano: su propia mano coge la mano de la mujer. ¡Dichosa amistad! ¡Feliz contacto! Jesús la coge de la mano como un médico: constata la violencia de la fiebre, él, el médico y el remedio. Jesús la toca y la fiebre la abandona. ¡Que toque también nuestra mano, que cure nuestras obras! “Pero”, dirá alguno, “¿dónde está Jesús?” Está aquí, en medio de nosotros, dice el evangelio. “En medio de vosotros hay uno a quien vosotros no conocéis.”(Jn 1,26) Tengamos fe y experimentaremos también la presencia de Jesús


3-15.

Tres enseñanzas puedo obtener del evangelio de hoy. La primera es sobre la intercesión. La suegra de Simón está enferma y se lo comunican a Jesús. Aunque claramente no se dice quien, sabemos que alguien, seguro uno de los discípulos, el mismo Simón tal vez, o la esposa de este, interceden por ella ante el maestro. Saben del poder de quién tienen delante. Lo han visto actuar, sanar enfermos, echar fuera demonio. Entonces, confían en que presentando a él la enfermedad, hará algo. Tal vez la intercesión no es directamente pidiendo que la cure; más bien es una presentación de la realidad. Aquí una segunda enseñanza. En nuestras oraciones de intercesión debe primar el presentar la realidad. Lo que Dios haga depende de él, no de nosotros. La tercera enseñanza está recogida en la primera parte del Principio y Fundamento de San Ignacio de Loyola. “Hemos sido creados para alabar, reverenciar y servir al Señor” La suegra de Simón desde que es sanada, se pone a servirle, al Maestro y a los demás. Así nosotros, una vez que hemos tenido nuestro encuentro personal con Jesús, una vez que nos ha levantado de la situación en la que estábamos postrados, nuestra vida no puede ser orientada fuera de este principio y fundamento.

Dios nos bendice,

Miosotis


3-16.  Curación de la suegra de Pedro

Autor: P. José Rodrigo Escorza

Reflexión

Jesús nunca se ha cansado de servir a los hombres. Hoy aún sigue siendo el hombre más servidor de todos. Él mismo nos lo dijo: “no he venido a ser servido, sino a servir”. Pero de vez en cuando Él buscaba momentos de tranquilidad al lado de sus discípulos. Hoy es uno de esos días.

Han llegado a la casa de Simón, y encuentra a la suegra de éste enferma. Jesús, no sabiendo cómo no salvar un alma más en ese día, la toma de la mano y la cura. Parece que Dios, hecho hombre para servir no quiera hacer otra cosa. Él todo poderoso; Él conocedor de los sufrimientos humanos; Él que tanto ha amado al mundo, ¿se iba a quedar tranquilo viendo a los hombres perderse? No, hay que salvarlos a toda costa. Por eso allí está, sirviendo en los momentos de mayor intimidad con sus discípulos. La suegra aprendió muy bien la lección de ese día: “En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles”. ¿Cuántas lecciones tenemos que sacar de este pequeño acto de donación? Se dice que arrastra más un ejemplo que muchas palabras. Aquí lo tienen. El ejemplo está claro: Cristo, servidor de los hombres para salvarlos.

Aunque haya pasado toda una tarde de enseñanzas con sus discípulos, Él al atardecer sirvió a los demás, para darles la Vida y que la tuvieran en abundancia. No sólo actuó en ese pueblo, sino que su amor se extendió, durante su vida terrena, a los judíos, pero ahora sigue haciendo el bien, a través de un ejemplo de uno de sus consagrados, a través de la oración abnegada de todos los días de una madre de familia, o la sencillez de corazón de un jovencito que hace un acto de amor para con el viejito que está cruzando la calle. El actúa hoy de muchas formas en el mundo, principalmente a través de la oración.


3-17. DOMINICOS 2004

ANA CONCIBIÓ Y DIO A LUZ A SAMUEL

¡Samuel! , ¡Samuel!
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Habla, Señor, que tu siervo escucha.

Ana tuvo la bendición de Dios. Concibió a un hijo, al que puso por nombre Samuel.

En un día convenido, los familiares, según la tradición religiosa, subieron a hacer el sacrificio de acción de gracias, y Ana se quedó en casa, diciendo a su Dios: “Cuando el niño se destete lo llevaré para presentarlo a Yhavé y para que se quede allí para siempre”.

Cumplidos los días, y ya destetado el niño, Ana hizo su presentación-entrega , y oró al Señor con palabras bellísimas. Tan bellas fueron que su oración se convirtió en modelo para todas las orantes, incluso para María.

Samuel quedó al servicio del Señor, y poco a poco fue asumiendo las funciones que le competían de oficio en sus turnos semanales.

Mientras así obraba fielmente, recibió la llamada de Dios a más glroia: ¡Samuel... , Samuel!
. . . . . . . . . .

La lección de gratitud, en los labios y en el corazón de Ana, se completa en la liturgia con la múltiple lección de Jesús:
quita la fiebre a la suegra de Pedro,
cura a numerosos enfermos,
pasa el sueño de la noche con los discípulos,
de madrugada se va a hacer oración, no acepta la gloria que le ofrece el pueblo, y se marcha a otros poblados para hablar del Reino .¡Cuánto tenemos que aprender!

LA LUZ DE LA PALABRA DE DIOS

Primer libro de Samuel 3, 1-10. 19-20 :
” Samuel servía en el templo del Señor bajo la vigilancia de Elí...
Un dia estaba Elí acostado... y Samuel también. Y el Señor llamó a Samuel: ¡Samuel! Y el joven respondió: aquí estoy; y fue corriendo a donde estaba Elí ... Elí le dijo: no te he llamado; vuele a acostarte... Volvió a llamarle el Señor, y Samuel fue a donde estaba Elí, y éste le dijo : no te he llamado, hijo mío... Por tercera y cuarta vez le llamó: ¡Samuel, Samuel! Y Samuel respondió: habla, Señor, que tu siervo escucha...”

Evangelio según san Marcos 1, 29-39:
”La suegra de Simón estaba en cama con fiebre... Jesus se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fibre y se puso a servirles ...
Al anochecer... le llevaron todos los enfermos y poseídos... y curó a muchos...
De madrugada se levantó, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron a encontrarlo y le dijeron: todo el mundo te busca. Y él respondió: vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí, que para eso he venido.”

REFLEXIÓN PARA ESTE DÍA

¡ Samuel, Samuel ! Aquí estoy, Señor.

Tengamos delante la narración, siempre preciosa, de cómo el Señor se complació en llamar al joven Samuel a su servicio.

Lo llamó para que cumpliera un importante papel en Israel, ser el mejor de los Jueces del pueblo y para el pueblo.

Su vocación y su figura ¿no es hoy tan actual como hace treinta siglos?

Conserva todo el vigor, delicadeza y donaire que pudo tener entonces.

Es que la comunicación entre Dios y sus criaturas continúa siendo hoy tan viva, tan sugerente y eficaz como entonces.

Siempre sucede igual: Comienza Dios, convocando; y la criatura fiel escucha, se sorprende, se dispone y se abre a la gracia.
Y todo lo demás es un juego de amor y generosidad por ambas partes.

Interrogante: ¿Se habrá cerrado en nuestros días alguno de los canales de comunicación con lo divino? En modo alguno. Dios sigue invitando, llamando, amando, salvando, pero no tiene por qué hacerlo de idéntica forma o a parecidos sujetos. La historia de salvación continúa, sigue abierta, y necesita de actores en nombre del Señor.

Oremos: ¡Habla, Señor, que tus siervos queremos escucharte! Vacíanos de nosotros mismos y haz que tengamos nuestro gozo en vivir contigo y con los hermanos.


3-18.

LECTURAS: 1SAM 3, 1-10. 19-20; SAL 39; MC 1, 29-39

1Sam. 3, 1-10. 19-20. Samuel vivía y dormía, incluso, en el Santuario de Dios, pues le estaba totalmente consagrado. Y Dios le llama para que inicie la etapa profética. No actuará ni hablará por imaginaciones, sino porque Dios le dirá lo que tenga que hacer o lo que tenga que comunicar a su Pueblo. Samuel, de un modo doloroso, verá nacer la monarquía y contemplará cómo, desde David, se inicia el camino hacia el Mesías. Samuel, reticente a muchas cosas, sabrá sujetarse a la voluntad de Dios, sabiendo que el hombre puede equivocarse muchas veces; pero Dios, nunca. Para nosotros es un gran ejemplo de fidelidad a Dios. Fidelidad amorosa que arranca de vivir en un continuo contacto con Dios. La Iglesia, esposa consagrada a Cristo, no puede vivir al margen de Él. Constantemente ha de entrar en relación con Él mediante la oración, mediante la escucha fiel de su Palabra y mediante el servicio a los demás cueste lo que cueste. Sólo así podrá cumplir realmente con su Misión de ser portadora de Cristo para todos los pueblos.

Sal. 39. ¿Acaso no se complace más el Señor en la obediencia a su Palabra que en holocaustos y sacrificios? No podemos hacernos acreedores a aquel reproche que hizo el Señor en la Antigua Alianza: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Jesucristo, el Hijo de Dios, se hizo hombre para ser en todo fiel a la voluntad de su Padre Dios. Incluso llegó a decir: Mi alimento es hacer la voluntad de Mi Padre; Yo no hago sino lo que le veo hacer a mi Padre; mi Padre trabaja y yo también trabajo. Mi Padre y Yo somos uno. Quienes creemos en Cristo debemos ser conscientes de que, unidos a Cristo, hemos de vivir en la fidelidad a la voluntad de Dios sobre nosotros; fidelidad que nos ha de llevar a cargar nuestra cruz de cada día y seguir las huellas de Cristo; fidelidad que nos ha de llevar a amar a nuestro prójimo como nosotros hemos sido amados por Dios. Eso es lo que le hemos visto hacer a Cristo; no queramos inventarnos un camino al margen del que Él ya nos ha mostrado.

Mc. 1, 29-39. Estar al servicio del Evangelio nos lleva a estar al servicio de nuestro prójimo. No podemos conformarnos con servir a aquellos que siempre se han considerado gentes, grupos de iglesia. Tal vez su respuesta siempre puntual podría deslumbrar y atrapar a cualquiera. El Señor nos invita a ponernos al servicio de todas las gentes, de todos los pueblos. Y esto nos ha de hacer itinerantes, peregrinos del Evangelio, para que a todos llegue la salvación que Dios ofrece a toda la humanidad. Cuando pareciéramos tener éxito en determinados lugares, no pretendamos quedar satisfechos y buscar la aprobación y el aplauso de los demás. No buscamos nuestra gloria, sino la gloria de Dios; pues la salvación no es obra del hombre, sino la obra de Dios en el hombre. Por eso debemos, constantemente, volver al Señor para entrar en un diálogo de intimidad amorosa con Él mediante la oración, a través de la cual hemos de estar prontos a descubrir la voluntad de Dios para ser los primeros en ponerla en práctica, y después poder proclamar a los demás lo que nuestros ojos hayan visto, lo que nuestras manos hayan tocado y los que nuestros oídos hayan escuchado; es decir: nuestra experiencia personal de Dios. Sólo así seremos realmente testigos del Evangelio de Salvación que Dios nos ha confiado.

Antes de enviarnos como testigos suyos, el Señor nos llama para que estemos con Él. Mientras nosotros no seamos los primeros en escuchar al Señor y vivir conforme a sus enseñanzas, podríamos perder el tiempo al proclamar su Evangelio a los demás, pues la fuerza salvadora de la Palabra de Dios no proviene de lo eruditas de nuestras palabras, sino de Dios mismo que continúa hablando y salvando a la humanidad por medio de su Iglesia. Por eso en esta Eucaristía debemos venir con la misma actitud del joven Samuel: Habla, Señor; tu siervo te escucha. A partir de esa actitud de poner nuestra vida totalmente en manos de Dios, Él continuará, por medio nuestro, estando al servicio de la humanidad para liberarla de todos sus males y para hacer llegar su mensaje de amor salvador y misericordioso a todos los pueblos.

Al habernos convertido en miembros de la Iglesia, esposa de Cristo, por medio de la fe y del bautismo, no podemos conformarnos con la confesión de nuestra misma fe sólo en el interior de los templos, o en la intimidad de la vida privada. Dios ha enviado a su Iglesia como aquella, mediante la cual, Él continúa realizando su obra de salvación a favor de toda la humanidad. La proclamación de la Buena Noticia de amor, de perdón y de salvación que el Padre Dios nos ha dado en Cristo, la Iglesia no puede proclamarla sólo con las palabras. Debe ella misma acercarse a los diversos ambientes en que el pecado ha dominado al hombre para tenderle la mano y levantarlo de sus miserias y ayudarlo a que se ponga al servicio del Reino. Y en este trabajo no podemos contentarnos con llevarlo adelante en los grupos cerrados que han surgido en las comunidades parroquiales; tampoco podemos conformarnos pensando que trabajamos para que nuestra familia viva cada día de un modo más comprometida su fe. Hemos de ir en busca de las ovejas perdidas, de aquellos que viven lejos de Dios y lejos de su Iglesia; y que se han convertido en causa de muchos males para muchos sectores de la sociedad. La Iglesia ha nacido para manifestar el amor de Dios a los pecadores y para ayudarles a rectificar sus caminos. No nos conformemos, ni nos ilusionemos falsamente trabajando con quienes ya viven en casa.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir con una actitud constante de escuchar su Palabra, de ponerla en práctica, y de dar testimonio de la misma ante nuestros hermanos para fortalecer su fe. Amén.

www.homiliacatolica.com


3-19. CLARETIANOS 2004

En estos primeros versículos de Marcos, Jesús se presenta ante el mundo. Todo está estudiado. La puesta en escena, que se dice ahora, es perfecta. Tres cosas llaman mi atención:

EN LA SINAGOGA Y EN LA CASA. Jesús no tiene muy claro, a lo mejor sí y quienes fallamos somos nosotros, la diferencia entre la sinagoga y la casa. Ambos lugares están llenos de la presencia de Dios. Con nuestro lenguaje, hoy diríamos: el templo es tu casa, la casa es tu templo. Cuando uno tiene claro que lo que desea es encontrarse con Dios y transmitirle, los lugares pasan a ocupar en segundo plano. En la iglesia-templo-sinagoga Jesús se encuentra con Dios; en las casas, entre los pucheros, también lo hace. Pienso que muchas veces buscamos a Dios de manera distinta en la capilla que en la sala de estar de nuestra casa. Perdemos en nuestras conversaciones cotidianas el fervor que tenemos en los rezos.

LO GRANDE Y LO PEQUEÑO. Cura a las multitudes, dice el texto, exagerando un poco. Pero se acerca también a la suegra de Pedro. Lo grande y lo pequeño. Lo global y lo local. Me gusta ese eslogan: piensa globalmente y actúa localmente. Me parece que es lo que hacía Jesús: curaba a las multitudes y se fijaba también en los detalles.

Vale para la reflexión este cuento de P. Coelho en El Alquimista .

VÁMONOS DE AQUÍ. Jesús se desmarca de quienes quieren reternerle. Su misión es mucho más amplia. Dios es para todos. La tentación que querer acaparar a Dios siempre estará presente. Por eso Jesús se escapa a otras aldeas (no a las grandes urbes, que irá después).

Vuestro amigo y hermano Oscar
(claretmep@planalfa.es)


3-20. ARCHIMADRID 2004

A QUIEN MADRUGA…

“(Jesús) se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar”. ¿No te has preguntado alguna vez cuál era la fuerza que movía a Jesús, que le hacía vivir jornadas intensas (ir a la sinagoga, curar suegras y demás enfermos, expulsar demonios, enseñar, ponerse en camino…) llenas de actividad, volcado en los demás, al servicio de todos y esa fuerza es la oración? Qué iluminadora es la frase del Evangelio.

La oración nos cuesta casi siempre, Santa Teresa nos lo dice repetidamente en sus obras: “En la oración pasaba gran trabajo”, pero sin oración sí que nos costará trabajo hacer lo que hay que hacer en cada momento.

Cuando hacemos un rato de oración hay que intentar poner toda nuestra vida en juego delante de Dios. Que no te ocurra como aquellos dos jóvenes seminaristas que tenían que estudiar en verano. Procurando sacar más horas de estudio (y con tiempo para ver la vuelta ciclista en aquellos tiempos de Induraín) decidieron poner un rato de oración justo después de comer. Dicho y hecho, después de una buena comida, un corto paseo hasta la parroquia y media hora sentados delante del sagrario, bajo los efectos de ese sopor que provoca el demonio meridiano, acariciados por los treinta y tantos grados de temperatura exterior, no tardaron en oírse leves y acompasados ronquidos. Al acabar el tiempo previsto de oración uno le preguntó al otro: “¿Qué tal la oración?, a lo que le respondió: “Estupendamente, yo a lo mío y Dios a lo suyo”.

Ciertamente todos tenemos muchas cosas que hacer, no es fácil madrugar día tras día y peor se le pone a uno la cosa si, como Samuel, te despiertas varias veces en la noche, pero no podemos dejar para el Señor el peor tiempo del día. Seguramente tampoco el mejor pues tendremos que trabajar, pero no lo dejes para “mas tarde”, porque el “después” podría convertirse en “mañana” o “nunca”. Muchos me dicen “yo rezo en la cama”. Seguramente el inventor de la cama esté en el cielo pero no por su gran devoción sino por un invento tan útil para la humanidad. La cama es para dormir y aunque es muy bueno acostarse rezando no es bueno que sea tu reclinatorio, tu capilla y tu lugar predilecto de encuentro con Dios.

Levántate, ofrece el día al Señor y después de una buena ducha o un buen desayuno busca un sitio tranquilo – mejor una iglesia- para hablar con tu padre Dios. Ya vendrán a molestarte más tarde, como al Señor los apóstoles, y tendrás que ponerte a trabajar pero con las pilas bien cargadas del amor de Dios. Luego a lo largo del día busca momentos – aunque sean breves-, para dirigirte al Señor y a tu madre la Virgen, búscale en la Eucaristía, llena tu día de Dios. Cómo me conmueven los relatos de personas en países de misión que cuentan las caminatas que se dan para asistir a la Santa Misa, o de aquellos otros con una gran responsabilidad en su trabajo que siempre sacan un hueco para asistir al Santo Sacrificio. “Habla, Señor, que tu siervo escucha” y quiere escucharte, ponte en caminos de oración y para terminar también con Santa Teresa: “No es menester fuerzas corporales para ella, sino sólo amar y costumbre; que el Señor da siempre oportunidad si queremos”. Con María a orar y trabajar.


3-21. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Heb 2, 14-18: Jesús se asemeja a sus hermanos.
Salmo responsorial: 104, 1-4. 6-9: El Señor se acuerda de su alianza eternamente.
Mc 1, 29-39: Curó a muchos enfermos de diversos males.

La curación de la suegra de Pedro es un «milagro» doméstico, pequeño; se trata de la curación de una fiebre, pero Jesús se acerca y la sana. Ella inmediatamente se pone a trabajar y a servir a los demás, ocupaciones que eran la razón de su vida y que debería ser la razón de la nuestra. Porque a los ojos de Dios vale más una labor sencilla y callada inspirada en el amor, que un trabajo de titanes realizado sólo por ambición.

La razón por la que Pedro, en su labor de evangelización, insistía en relatar este milagro una y otra vez, es la misma que impulsó a Cristo a realizarlo: no hay mal pequeño a los ojos de Dios. Y esto Marcos lo entendió y lo dejó por escrito. Jesús se acerca a esa pequeña molestia con el mismo interés que muestra hacia el endemoniado y con el mismo poder con que impera sobre todos los elementos desencadenados: ¡desplegando todo el dominio y todo el amor de Dios!.

Este episodio debe enseñarnos cuántas veces sentimos profunda compasión ante los grandes males de la humanidad, pero somos impacientes hacia las pequeñas dolencias y deficiencias de quienes nos rodean. La compasión nos enseña que todos los males son grandes para quienes los padecen, aunque a los ojos de los demás sean insignificantes y hace surgir esa comunicación amorosa que Jesús cultivó y enseñó a lo largo de su vida.


3-22.

Comentario: Fray Josep Mª Massana i Mola OFM (Barcelona-España)

«De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración»

Hoy vemos claramente cómo Jesús dividía la jornada. Por un lado, se dedicaba a la oración, y, por otro, a su misión de predicar con palabras y con obras. Contemplación y acción. Oración y trabajo. Estar con Dios y estar con los hombres.

En efecto, vemos a Jesús entregado en cuerpo y alma a su tarea de Mesías y Salvador: cura a los enfermos, como a la suegra de san Pedro y muchos otros, consuela a los tristes, expulsa demonios, predica. Todos le llevan sus enfermos y endemoniados. Todos quieren escucharlo: «Todos te buscan» (Mc 1,37), le dicen los discípulos. Seguro que debía tener una actividad frecuentemente muy agotadora, que casi no le dejaba ni respirar.

Pero, Jesús se procuraba también tiempo de soledad para dedicarse a la oración: «De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración» (Mc 1,35). En otros lugares de los evangelios vemos a Jesús dedicado a la oración en otras horas e, incluso, muy entrada la noche. Sabía distribuirse el tiempo sabiamente, a fin de que su jornada tuviera un equilibrio razonable de trabajo y oración.

Nosotros decimos frecuentemente: —¡No tengo tiempo! Estamos ocupados con el trabajo del hogar, con el trabajo profesional, y con las innumerables tareas que llenan nuestra agenda. Con frecuencia nos creemos dispensados de la oración diaria. Realizamos un montón de cosas importantes, eso sí, pero corremos el riesgo de olvidar la más necesaria: la oración. Hemos de crear un equilibrio para poder hacer las unas sin desatender las otras.

San Francisco nos lo plantea así: «Hay que trabajar fiel y devotamente, sin apagar el espíritu de la santa oración y devoción, al cual han de servir las otras cosas temporales».

Quizá nos debiéramos organizar un poco más. Disciplinarnos, “domesticando” el tiempo. Lo que es importante ha de caber. Pero más todavía lo que es necesario.


3-23. Fray Nelsson Miércoles 12 de Enero de 2005
Temas de las lecturas: Tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser compasivo * Curó a muchos enfermos de diversos males.

1. Sometido al sufrimiento, comprende a los que sufren
1.1 El misterio por excelencia es la muerte del inocente. Y hay un Inocente con mayúscula, el Hijo de Dios. Y el Hijo Inocente ha muerto. ¿Por débil ante las fuerzas del mal, por fracasado ante la imposibilidad de sus sueños, por iluso frente a la crueldad del hombre y del mundo? No. Hay un designio. Hay amor detrás del espanto de la muerte. Hay misericordia detrás del absurdo. Hay gracia detrás de esa Cruz, de esos clavos y de esa Sangre.

1.2 ¿Cómo descubrir esa gracia, esa misericordia y ese amor? Hoy recibimos una clave bendita: ver débil al Señor, verlo agobiado, es triste pero también es grande. Caído, es cercano; doblegado, es próximo. Él sabe qué vivimos, y sobre todo entiende qué significa sufrir.

1.3 Cristo caído, Cristo doblegado: ¿una mala noticia? ¡No! Una gran noticia. No le ha doblado el odio, le ha hecho inclinarse el amor. No le ha derribado el mal, se ha postrado cerca del hombre enfermo, porque Cristo es enfermero y quiere dar la palabra de salvación y la medicina que salva.

2. Liberados de la muerte
2.1 El diablo esclaviza. Eso lo sabíamos. Lo que tal vez no teníamos tan claro era el método predilecto de su tiranía; hoy la Carta a los Hebreos lo desenmascara: "por temor a la muerte los tenía esclavizados de por vida" (Heb 2,15). Hoy queda al descubierto la gran aliada del espíritu del mal: la muerte.

2.2 La muerte tiene poder porque nos invita, casi nos obliga a abalanzarnos sobre el presente, olvidando los bienes y enseñanzas del pasado, y desatendiendo lo mejor de nuestro futuro junto a Dios. Obsesionados por el presente nos tiraniza el "ya", y de allí brotan todas las desobediencias. El deseo de ser feliz no es malo pero la pretensión de serlo ya y según nuestro estrecho conocer y mezquino sentir es lo que nos lleva a pecar.

2.3 Por eso se ha dicho que todo pecado en el fondo es una impaciencia, porque todo lo que pudiera anhelar nuestro corazón, y aún mucho más, lo quiere dar y lo otorga Dios a nosotros, según la expresión de Pablo: Dios es "aquel que es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros" (Ef 3,20). Lo dañino y lo engañoso es pretender eso grande y bello a nuestro tiempo ya nuestra manera, y es allí donde entra la tentación y, si cedemos, el pecado. Sabiéndolo, supliquemos la gracia para superar y vencer.


3-24.

Reflexión:

Heb. 2, 14-18. Dios, en Cristo Jesús, ha venido en auxilio de nosotros, pecadores, para librarnos del poder del diablo, destruyéndolo para que ya no tenga poder para matar. Nosotros muchas veces vagamos lejos del Señor como ovejas sin pastor. Sin embargo Él alargó su mano para rescatarnos y llevarnos sanos y salvos a su Reino celestial. Hecho uno de nosotros, compartió nuestras angustias y tristezas, nuestras pobrezas y limitaciones; fue perseguido, incomprendido, víctima de injusticias, condenado y clavado en una cruz. Pero se levantó victorioso sobre el pecado y la muerte para que todo aquel que crea en Él obtenga por su medio el perdón de los pecados y la vida eterna. Así Él ejerce su sacerdocio lleno de misericordia, pues no nos ve como a extraños, sino como a hermanos suyos, a quienes, a costa de su propia vida, conduce a la Salvación poniéndose siempre de nuestra parte y fortaleciéndonos con su gracia, pues sabe que continuamente estamos sometidos a diversas pruebas. Si creemos en Él, y le permanecemos fieles hasta el final, Él nos dará la salvación eterna.

Sal. 105 (104). Dios jamás se convierte para nosotros en un espejismo engañoso, ni en unas arenas movedizas. Dios lleva adelante su Plan de salvación en nosotros. Sólo nosotros, por desgracia, tenemos el poder de frustrar los planes divinos, haciéndonos responsables de nuestra propia perdición a causa de nuestras rebeldías. Sin embargo, a pesar de que muchas veces nuestros caminos nos han llevado lejos del Señor, Él sale a nuestro encuentro por medio de su Hijo Jesús; y nos busca hasta encontrarnos y llevarnos de vuelta a la casa paterna, pues Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Pongamos nuestra confianza en el Señor, no sólo para que acuda en ayuda nuestra y nos libre de la mano de nuestros enemigos, sino también para que nos fortalezca y nos ayude a caminar en el bien de tal forma que nos manifestemos como hijos suyos tanto con nuestras palabras, como con nuestras obras y nuestra vida misma.

Mc. 1, 29-39. Jesús ha venido a liberarnos de la esclavitud al autor del pecado y de la muerte. El Señor se acerca hasta nosotros, enfebrecidos, enfermos por tantas cosas que nos han encadenado y nos han conducido por caminos de maldad, de destrucción, de violencia, de injusticias. Él no nos quiere encerrados en nosotros mismos, sino puestos al servicio de Él sirviendo, con amor, a nuestro prójimo. Pero no podemos conformarnos con el anuncio del Evangelio y con pasar haciendo el bien a todos. Es necesario entrar en intimidad con el Señor, pues esta obra de salvación no es nuestra sino de Él. Hemos de retirarnos a nuestro propio desierto para encontrarnos cara a cara con nuestro Dios y Padre en un ambiente de verdadero silencio sonoro. Sólo así comprenderemos la voluntad salvífica de Dios, que nos quiere peregrinos, pues la salvación ha de llegar hasta el último rincón de la tierra. Por eso hemos de escuchar al Señor cuando nos desinstala de nuestras comodidades pastorales y de nuestros éxitos locales y nos dice: "Vamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para predicar también allí, pues para esto he venido."

De un modo muy especial es en la Eucaristía donde el Señor destruye la raíz de todos nuestros males. Por eso hoy venimos a su presencia no sólo buscando que nos socorra en nuestras necesidades; no sólo buscamos el remedio a nuestros males físicos; antes que nada venimos ante el Señor para encontrarnos con nuestro Redentor; con Aquel que nos salva; con Aquel que nos perdona y nos hace ser hijos de Dios, a pesar de nuestras grandes traiciones, que Él siempre está dispuesto a perdonar. Él se hace presente entre nosotros como Hombre verdadero, que nos redime y nos conduce a la Casa Paterna. Él sabe de nuestros sufrimientos; Él sabe que muchas veces en lugar de buscar refugio en Él lo hemos buscado en nuestros pecados y vicios. Pero jamás nos ha abandonado a nuestra suerte. Clavado en una cruz en Él encontramos su misericordia, su perdón y su paz. Que no nos vayamos con las manos vacías por habernos conformado con sólo darle culto a Dios. Sino que nuestras manos, nuestro corazón y todo nuestro ser se llenen de los dones divinos, de tal forma que en adelante vivamos con dignidad nuestro ser de hijos de Dios.

Al habernos convertido en miembros de la Iglesia, esposa de Cristo, por medio de la fe y del bautismo, no podemos conformarnos con la confesión de nuestra misma fe sólo en el interior de los templos, o en la intimidad de la vida privada. Dios ha enviado a su Iglesia como aquella, mediante la cual, Él continúa realizando su obra de salvación a favor de toda la humanidad. La Iglesia no puede proclamar la Buena Noticia de amor, de perdón y de salvación que el Padre Dios nos ha dado en Cristo, sólo con las palabras. Ella misma debe acercarse a los diversos ambientes en que el pecado ha dominado al hombre, para tenderle la mano y levantarlo de sus miserias, y ayudarlo a que se ponga al servicio del Reino. Y en este trabajo no podemos contentarnos con llevarlo adelante en los grupos "apostólicos" que han surgido en los diversos niveles de Iglesia; tampoco podemos conformarnos pensando que trabajamos para que nuestra familia viva cada día de un modo más comprometida su fe. Hemos de ir en busca de las ovejas perdidas, de aquellos que viven lejos de Dios y lejos de su Iglesia, y que se han convertido en causa de muchos males para muchos sectores de la sociedad. La Iglesia ha nacido para manifestar el amor de Dios a los pecadores y para ayudarles a rectificar sus caminos. No nos conformemos, ni nos ilusionemos falsamente trabajando con quienes ya viven en casa.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir con una actitud constante de escuchar su Palabra, de ponerla en práctica, y de dar testimonio de la misma ante nuestros hermanos para fortalecer su fe. Amén.

Homiliacatolica.com


3-25.

Reflexión

Nuestro evangelio nos resalta tres elementos esenciales en la vida de Jesús: La predicación incansable del Reino, dar la salud a los enfermos y expulsar a los demonios y la oración. Es decir la predicación siempre tendría que estar acompañada de signos (sanar y expulsar demonios) y de la oración. La primera comunidad lo entendió perfectamente, y de manera especial los apóstoles, quienes reproducían la misma forma de proceder del Maestro: No se cansaban de anunciar la buena noticia del Reino, sanaban y oraban incansablemente. Los milagros eran algo normal entre los creyentes. Era una comunidad sumergida en el misterio del amor de Dios en donde lo extraordinario se convierte en ordinario y lo imposible en la realidad cotidiana. Si nosotros verdaderamente nos decidimos a ser discípulos, a orar y a vivir conforme la enseñanza del Maestro veremos nacer en nosotros un deseo inmenso de predicar y nuestra predicación será siempre acompañada de signos. ¿Seremos capaces de intentarlo?

Pbro. Ernesto María Caro