MIÉRCOLES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA

 

LECTURAS 

1ª: Hch 15, 1-6 

2ª: Jn 15, 1-8 = PASCUA 05B


 1.

-El primer «Concilio»: en Jerusalén

Es necesario meditar atentamente esas palabras, que dan el contexto histórico y la "cuestión debatida" en el Concilio de Jerusalén:

-«Bajaron algunos de Judea a Antioquía, que enseñaban a sus hermanos: si no os circuncidáis conforme la costumbre mosaica, no podéis salvaros. Hubo agitación y después de una discusión bastante viva de Pablo y Bernabé se acordó que Pablo y Bernabé y algunos de ellos subirían a Jerusalén junto a los Apóstoles y ancianos, para tratar esta cuestión».

Desde el principio se presentaron cuestiones difíciles a la Iglesia. La primera y la más grave fue ésta: para bautizar a los «paganos» deben éstos hacerse primero «judíos» y ser circuncidados. Una cierta categoría de cristianos, muy apegados a la tradición, a quienes se designa con el término de «judaizante», tenían mucho empeño en permanecer fieles a la Ley de Moisés, que practicaban antes de su conversión a Jesucristo... pero que también hubieran querido imponer "la costumbre mosaica" a todos los convertidos venidos del paganismo.

La cuestión era de una extrema gravedad

Mantener las obligaciones de la Ley de Moisés, sobre todo la circuncisión,

-era desanimar a los paganos -el cristianismo habría quedado como una secta del judaísmo, a la vez que se habría traicionado el mandato de Jesús de convertir al mundo entero...

-era sobre todo pensar que la fe en Jesucristo no era suficiente -sino que la práctica de la Ley era también necesaria-...

-Se decidió que Pablo y Bernabé subieran a Jerusalén cerca de los Apóstoles y de los Ancianos para tratar con ellos esta cuestión.

«Cuestión», «litigio», agitación y discusiones vivas... entre dos grupos y dos mentalidades en la Iglesia.

Antioquía en Siria, símbolo de una "iglesia" en la que han entrado muchos gentiles. Jerusalén en Judea, símbolo de una "iglesia" compuesta mayoritariamente de antiguos judíos.

Entre esos dos grupos de cristianos no hay casi nada en común, salvo la "Fe" en el mismo Cristo. Hay en ellos:

- una manera distinta de apreciar el bien y el mal en su conciencia...

- unas costumbres alimenticias muy opuestas -los gentiles comen de todo, los judíos consideran impuros varios alimentos-,

- unos esquemas doctrinales muy diferentes -para salvarse es preciso estar circuncidado-.

- unos hábitos de plegaria absolutamente opuestos -la vida de los judíos estaba encerrada en una red de bendiciones que había que repetir a todas las horas del día para los actos más ordinarios de la vida-.

¿Cómo instaurar y mantener una convivencia fraterna entre hermanos tan opuestos? ¿No había el riesgo de hacer «dos» Iglesias?

-Pablo y Bernabé atravesaron Fenicia y Samaria contando la conversión de los paganos... y causando una gran alegría a todos los hermanos.

De ciudad en ciudad y de comunidad en comunidad, los «misioneros» son acogidos y escuchados. Y los cristianos «dan gracias a Dios» por la apertura de la Iglesia a los paganos.

-Contaron cuanto Dios había hecho juntamente con ellos...

Entonces los apóstoles y los ancianos se reunieron para examinar esa «cuestión».

¡Primer Concilio! Dios que trabaja con su Iglesia que busca...

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 226 s.


2.

-Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador.

La imagen de la viña era tradicional en la Biblia, para traducir el amor de Dios para con su pueblo: Is 5, 1; Jr 2, 21; Ez 15, 2; Os 10, 1; Sal 80, 9. La "viña" era el pueblo de Dios".

Cuando Jesús dice: "Yo soy la verdadera viña", afirma: "Yo soy el verdadero pueblo de Dios, el nuevo Israel".

Mi Padre es el viñador. En el "pueblo de Dios de hoy", es decir, en la Iglesia, Dios está manos a la obra. El viñador cuida su viña. ¿Qué hace este viñador?

-Todo sarmiento que no lleve fruto, mi Padre lo cortará...

Todo el que dé fruto, lo podará para que dé más fruto...

La comparación del viñador es muy realista: en invierno corta toda la madera seca y la echa al fuego... y poda una parte de la madera buena a fin de que la savia se concentre y dé mayor número de racimos...

Si una viña no es podada, ¡acaba por no dar más que hojas! Cuando se la poda, la viña "llora', dicen los viñadores... algunas gotas de savia fluyen antes de que se cierre la cicatriz de la madera. Y los haces de sarmientos recogidos son testigos de todo lo que un buen viñador ha tenido que sacrificar ¡para que la vid dé "mas" fruto! Imagen muy penetrante del trabajo de Dios en su Iglesia.

Poda, limpia, purifica. Esto hace sufrir alguna vez. Pero es para que la cosecha sea más abundante y mejor.

-Permaneced en mí, y Yo en vosotros

El verbo "permanecer" se pronunciará ocho veces en esta página.

La imagen: estamos unidos a Jesús como los sarmientos "a" la vid.

La idea: "permanecemos en El", estamos vitalmente unidos a El. De Cristo a nosotros circula una sola savia, discurre una misma vida.

Orar largamente a partir de esta revelación...

-Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permanecieseis en mí. Sin mí no podéis hacer nada. Los sarmientos secos son amontonados y se los arroja al fuego para que ardan.

El sarmiento no puede "vivir" sino en la vid. Sin este enlace muere. Tampoco yo no "vivo" sino en la medida de mi unión vital a Cristo.

-Yo soy la vid, y vosotros, los sarmientos. El que permanece en mí y Yo en él, ése da mucho fruto.

La mayoría de los comentaristas atribuyen una tonalidad eucarística a esta alegoría de la "vid": la "vid" de vida" es paralela al "pan de vida"... en los dos pasajes Jesús insiste sobre el tema "permanecer en El" (Jn 6, 56)... el "vino eucarístico" recuerda la Vid de donde procede.

Dios nos comunica su vida Pero esto va mucho más allá de lo que podríamos imaginar:

Por extensión podría traducirse "Yo soy la viña, y vosotros, mis sarmientos. Jesús se ve como la "viña" entera (el todo)... de la cual nosotros formamos parte.

San Pablo, reflexionando sobre esta imagen de la viña, y pensando en la eucaristía dirá que "somos los miembros del Cuerpo de Cristo".

-En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto.

Mucho... más todavía... Son palabras adecuadas a Dios. El Padre "nos poda" para esto, ha dicho Jesús. ¿Me dejo yo podar? ¿Qué fruto doy? ¿Es abundante? ¿Es suficiente? Dios es infinito. Sin fin. En el amar, nunca se llega al fin.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 230 s.


3.

1. Hechos 15,1-6

a) Los conflictos en la iglesia de Antioquía se agudizan con la intervención de «unos que bajaron de Judea», y que quieren imponer unas leyes claramente judaizantes.

Ahora nos puede parecer que el problema de aquella comunidad era de poca importancia, pero para ellos era decisivo. La circuncisión es un detalle representativo para saber si siguen en vigor las leyes judías también para los paganos que se convierten: ¿nos salvamos por Jesús o seguimos dependiendo de la ley de Moisés? Ya antes (Hch 10-l l ), en el caso de Cornelio, les había indicado claramente el Espíritu Santo que debían abrirse a los paganos. Pero la sensibilidad de las personas no cambia en dos días, y sigue la tensión. Se está librando la batalla de la universalidad del Cristianismo.

La comunidad de Antioquía envía a Pablo y Bernabé a Jerusalén -costeando su viaje, detalle muy realista- para que confronten su problema con los apóstoles y presbíteros.

Fueron bien acogidos y todos «se reunieron a examinar el asunto». Empieza el llamado «concilio de Jerusalén», del que seguiremos leyendo mañana.

b) La situación de Antioquía nos hace pensar que a lo largo de la historia, y también seguramente ahora, hay en una comunidad cristiana momentos de tensión. Porque nacen de por sí, o por la necesidad de adaptarse a circunstancias nuevas, o porque hay personas interesadas en sembrar confusión.

La lección que nos dan aquellos primeros cristianos es que saben dialogar. Hay discusiones, y seguramente fuertes, pero la decisión la van a tomar sentándose a dialogar, escuchando los unos a los otros los argumentos que tienen que aportar, y discerniendo en común lo que es más fiel a la voluntad de Dios.

También ahora unos están más apegados a ciertas formas de ley, según la formación que han recibido. Otros son más liberales. Unos y otros pueden estar convencidos de lo suyo y creen que son fieles a Cristo. Pero unos y otros deben saber escuchar, no pretender que prevalezca su opinión. Los apóstoles escucharon lo que Pablo y Bernabé tenían que contar. También escucharon a otros -fariseos convertidos- que eran partidarios de que «hay que exigirles que guarden la ley de Moisés». Y a su tiempo tomaron decisiones desde la fe y desde la inspiración del Espíritu.

Mejor nos irían las cosas en una familia o en cualquier clase de comunidad si fuéramos menos intransigentes, más capaces de dialogar y de escuchar, y de hacerlo desde la fe. Buscando el bien común, la fidelidad a Cristo, y no la victoria personal.

2. Juan 15,1-8

a) Qué hermosa la comparación con la que hoy describe Jesús la unión de los discípulos con él.

Él es la vid, la cepa. Los fieles son los sarmientos. De la vid pasa la savia, o sea, la vida, a los sarmientos, si «permanecen» unidos a la vid. Si no, quedan secos, no dan fruto y se mueren. El verbo «permanecer», en griego «menein», aparece 68 veces en los escritos de Juan: once de ellas en este capítulo 15.

Dios Padre es el viñador, el que quiere que los sarmientos no pierdan esta unión con Cristo. Ésa es la mayor alegría del Padre: «que deis fruto abundante». Incluso, para conseguirlo, a veces recurrirá a la «poda», «para que dé más fruto».

De entre las varias comparaciones que tienen como clave la vid y la viña el pueblo de Israel como una viña plantada por Dios, que se queja amargamente de que la viña en la que había puesto su ilusión no le da frutos; los viñadores malos castigados porque no pagan al dueño-, ésta de la cepa y los sarmientos es la que más íntimamente describe la unión vital de Cristo con sus seguidores.

b) La metáfora de la vid y los sarmientos nos recuerda, por una parte, una gozosa realidad: la unión íntima y vital que Cristo ha querido que exista entre nosotros y él. Una unión más profunda que la que se expresaba en otras comparaciones: entre el pastor y las ovejas, o entre el maestro y los discípulos. Es un «trasvase» íntimo de vida desde la cepa a los sarmientos, en una comparación paralela a la de la cabeza y los miembros, que tanto gusta a Pablo. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que esta comunión la realiza el Espíritu: «La finalidad de la misión del Espíritu Santo es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu es como la savia de la vid del Padre que da su fruto en los sarmientos» (CEC 1108).

Esta unión tiene consecuencias importantes para nuestra vida de fe: «el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante».

Pero, por otra parte, también existe la posibilidad contraria: que no nos interese vivir esa unión con Cristo. Entonces no hay comunión de vida, y el resultado será la esterilidad: «porque sin mí no podéis hacer nada», «al que no permanece en mí, lo tiran fuera y se seca», «como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí». Es bueno que hoy nos preguntemos: ¿por qué no doy en mi vida los frutos que seguramente espera Dios de mí? ¿qué grado de unión mantengo con la cepa principal, Cristo?

En un capítulo anterior, el evangelista Juan pone en labios de Jesús otra frase muy parecida a la de hoy, pero referida a la Eucaristía: «el que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él... Como yo vivo por el Padre, así el que me coma vivirá por mí» (Jn 6, 56-57). La Eucaristía es el momento más intenso de esta comunión de vida entre Cristo y los suyos, que ya comenzó con el Bautismo, pero que tiene que ir cuidándose y creciendo día tras día. Tiene su momento más expresivo en la comunión eucarística, pero luego se prolonga -se debe prolongar- a lo largo de la jornada, en una comunión de vida y de obras.

«Atrae hacia ti el corazón de tus fieles» (oración)

«Que siempre vivan a la luz de tu verdad los que han sido librados de las tinieblas del error» (oración)

«Se reunieron a examinar el asunto» (1ª lectura)

«Sin mí no podéis hacer nada» (evangelio)

«Permaneced en mí y yo en vosotros» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 108-111


4.

Primera lectura : Hechos 15, 1-6 Los discípulos contaron lo que habían hecho con la ayuda de Dios.

Salmo responsorial : 121, 1-2.3-4a.4b-5 ¡Qué alegría cuando me dijeron: "vamos a la casa del Señor"!

Evangelio : Juan 15, 1-8 Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador.

Jesús se define como la vid verdadera (la cepa, el tronco), mientras a sus discípulos los llama los sarmientos (las ramas) que deben estar unidos a la vid para poder dar fruto y no llegar a ser cortadas. Es decir, la razón de ser del discipulado está en que reciba de Jesús su forma de ver, de pensar y de actuar, de tal manera que corra por su vida la vida del Maestro, como corre por las ramas la savia del tronco.

Ordinariamente pensamos que estar unidos a Jesús significa conocer todos sus secretos teológicos. Es decir, ser fuertes y abundantes en doctrina. Y no es precisamente esto lo que el Evangelio nos plantea. Beber o chupar savia de Jesús es asimilar su modo de pensar, que es semejante al del Padre, y hacer las obras que él hace. Y esto implica: comprender el análisis que él hizo de la sociedad de su tiempo, las motivaciones que tuvo para iniciar su actividad, la posición que tomó frente a las estructuras de poder de su momento y, sobre todo, definirse por el sujeto de su acción pastoral que fueron los pobres, oprimidos y marginados.

Quien entienda la posición de Jesús, comprenderá que él se hace presente siempre en un pueblo concreto. De este Jesús concreto es del que hay que tomar la savia, savia de pueblo pobre y oprimido. Y con esta savia fructificaremos para este pueblo en frutos de igualdad, de solidaridad y de liberación. Aprendamos del árbol: a pesar de que todas sus ramas están pegadas al tronco, no hay ninguna rama igual a las otras. La unidad la da la savia, pero las ramas dan la diversidad, la riqueza y la belleza. Nos corresponde ser sarmientos pegados a una vid. Pero tengamos claro que la vid (que es Dios Padre y que es Jesús) toma cuerpo y forma en cada pueblo y cultura. Somos ramas de un Cristo hecho vida en cada pueblo.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


5.

El conflicto por la identidad cristiana estaba latente desde el comienzo de la misión apostólica. La polarización entre "helenistas" y "judaizantes" puso en evidencia un conflicto que tardó mucho tiempo en resolverse. Esta controversia crónica se agudizó con la entrada de personas completamente extranjeras.

La tendencia "judaizante" percibía el cristianismo como una variante más de la gran tradición judía. En la época había muchas corrientes, elitistas y populares, que canalizaban las expectativas mesiánicas. El cristianismo fue visto como una más entre todo el conjunto. Sin embargo, la presencia de creyentes de otras nacionalidades suscitó un reto decisivo para la superación de esta etapa.

El judaísmo era una religión nacional por excelencia, predominantemente masculina, patriarcal y excluyente. La entrada de extranjeros planteó serias dificultades. Los foráneos eran hombres y mujeres, con lo que la circuncisión se volvía impracticable. Cada uno hablaba su lengua y conservaba su cultura, con lo que el nacionalismo quedaba fracturado.

Por último, las palabras de Jesús y una interpretación abierta de la Escritura ocupaban el lugar más destacado, dejando a un lado el sofisticado sistema legal judío. Esta situación se volvió un conflicto insalvable. Para superarlo se hizo necesario un acuerdo, un diálogo intercultural, una nueva visión del creyente.

Pablo y Bernabé acuden desde la Iglesia de vanguardia en Antioquía a la antigua comunidad apostólica de Jerusalén, para dirimir el conflicto y buscar un acuerdo coherente con los fundamentos cristianos.

En el Evangelio, Jesús se presenta como la vid verdadera y la comunidad de discípulos como los sarmientos. Esta es una de las imágenes más significativas del Antiguo Testamento (Cf. Sal 80, 8-16; Is 5, 1-7; Jer 5, 9-11; Ez 15, 1-6). Nos muestra la preocupación de Dios por su pueblo y el proceso educativo que es necesario para que el pueblo madure sus frutos.

El Evangelio destaca la vinculación de la comunidad de discípulos a Jesús. Este es un proceso pedagógico que requiere mucha atención y cuidado. No toda rama frondosa y brillante da buenos frutos. Es necesario que cada rama esté vinculada estrechamente al tronco. De allí recibe la savia para dar un fruto abundante. Las ramas deben ser "podadas y limpiadas" para que sus retoños maduren sanos.

De igual manera, en la comunidad de discípulos es necesario un atento cuidado al proceso de maduración de cada persona. La vinculación personal con Jesucristo, tanto afectiva como intelectualmente, es el entronque necesario para mantener viva la fe del creyente.

Todo el cuidado está dirigido no a la propia contemplación, sino a la verdadera configuración del discípulo con Cristo. Para así "llegar a ser verdaderos discípulos".

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


6. CLARETIANOS 2002

SAN JOSE OBRERO 05-01

Queridos amigos:

Empezamos el mes de mayo con muchos motivos para la esperanza. Tradicionalmente éste es un mes dedicado a la Virgen María. Hay varias maneras de contemplar su misterio, pero, en el contexto litúrgico en el que nos encontramos, podemos verla como la Madre que aglutina a la comunidad a la espera del fuego de Pentecostés. Ella es el corazón de la comunidad y, al mismo tiempo, es la que abre la comunidad a la fuerza del Espíritu. El mismo Espíritu que la cubrió a ella "con su sombra" en la encarnación es el que cubre ahora a la comunidad para que sea fecunda en el anuncio del evangelio a todo el mundo.

El mes empieza también con una memoria de San José, el trabajador de Nazaret. La mejor síntesis que conozco de su vida laboral y de su proyecto de santidad la encuentro en tres estrofas del himno litúrgico:

El alba mensajera
del sol de alegre brillo
conoce ese martillo
que suena en la madera.
La mano carpintera
madruga a su quehacer,
y hay gracia antes que sol en el taller.

Cabeza de tu casa
del que el Señor se fía,
por la carpintería
la gloria entera pasa.
Tu mano se acompasa
con Dios en la labor,
y alargas tú la mano del Señor.

Y, pues el mundo entero
te mira y se pregunta,
di tú cómo se junta
ser santo y carpintero,
la gloria y el madero,
la gracia y el afán,
tener propicio a Dios y escaso el pan.

Y, por supuesto, tenemos nuestra ración diaria de Palabra de Dios. En los Hechos de los Apóstoles estalla el conflicto más grave de la primitiva comunidad: la disputa entre los partidarios de seguir algunas tradiciones judías y los defensores de la libertad cristiana. ¿Lo mejor de todo? Que "los apóstoles y los presbíteros se reunieron a examinar el asunto". Seguiremos el curso de este discernimiento que tanto puede iluminarnos en el presente.

Del evangelio rescato unas palabras de Jesús: "Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante". Los cristianos no somos plantas ornamentales en el jardín del mundo. Somos árboles frutales.

Vuestro amigo.

Gonzalo Fernández, cmf (gonzalo@claret.org)


7. CLARETIANOS 2003

Durante tres días los Hechos de los Apóstoles nos describirán lo que pasó en la asamblea de Jerusalén, también llamada –con anacronismo evidente– el “concilio de Jerusalén”. Para entender bien la trama podemos dividirla en tres tiempos:

Primer tiempo: el problema. ¿Qué es lo que provocó el viaje de Pablo y Bernabé a Jerusalén para consultar a los apóstoles y presbíteros? Pues la interpretación rigorista del evangelio que algunos de Judea hacían, en abierto contraste con la interpretación abierta de Pablo. Los de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban como manda la ley de Moisés, no podían salvarse. O sea, que para ser cristiano había que hacerse primero judío. ¿No se parece este problema al que vivimos hoy en relación con la inculturación del cristianismo en contextos no occidentales?

Segundo tiempo: el diálogo. El problema amenazaba con dividir a la Iglesia. ¿Cómo se afronta? No de una manera disciplinaria, sino haciendo un discernimiento mediante el diálogo entre quienes perciben la apertura como un don del Espíritu y quienes representan el ministerio de la autoridad. Después de discusiones acaloradas, se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia.

Tercer tiempo: la resolución y sus consecuencias. Después de examinar los diversos aspectos, la asamblea toma una resolución (en realidad, tres), de la que se siguen consecuencias muy importantes para el desarrollo de la Iglesia.

El fragmento de hoy aborda, sobre todo, el primer tiempo. Mañana y pasado mañana se irán presentando los otros dos. Esto es como las viejas novelas por entregas. Anticipamos el esquema general para poder comprender mejor cada capítulo.

El evangelio de Juan nos presenta a Jesús como vid verdadera. En varias ocasiones hemos reflexionado sobre esta alegoría. Hoy podemos acentuar este versículo: El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada.

La relación personal con Jesús es fructífera. Hace un par de días, le oí decir a una señora mayor esta frase: “Fulano de tal irradia energía positiva”. Me extrañó muchísimo porque, dada su edad y formación, no creo que conozca la religiosidad “new age” o las corrientes de psicología transpersonal. Me parece que, sirviéndose de una frase que se va haciendo común, quería decir que esa persona transmitía los frutos propios del Espíritu: amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, etc. No tengamos miedo a las palabras. Si realmente estamos unidos a Jesús por la fe y los sacramentos, también nosotros podemos emitir este tipo de energía positiva. Y entonces notaremos que no es necesario que hagamos muchas cosas para ser eficaces. Basta que seamos. La autenticidad es como el aire puro que oxigena los ambientes contaminados.

Sin estar unidos personalmente a Jesús, lo que hacemos con nuestras solas fuerzas es estéril. Puede que sirva para maquillar un poco la realidad en la que nos movemos, pero no para transformarla. ¿No explica esto, en buena medida, muchos de nuestros fracasos evangelizadores? Creemos que las personas y las situaciones van a cambiar en la medida en que nosotros nos esforzamos para que así sea. Pero a menudo olvidamos que sólo Jesús cambia.

Lo que no descubrimos serenamente en el vértigo de la actividad lo vamos descubriendo a veces a través de la pedagogía del fracaso. Todos los caminos son buenos si nos llevan a la fuente.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


8. DOMINICOS 2003

Tiempos nuevos, signos nuevos

Hoy nos vamos a encontrar en la lectura de los Hechos con un primer problema de discrepancias y de división en la primitiva y naciente Iglesia de Cristo.

Dijimos ya en días anteriores que el Hijo de Dios, Jesús, el Cristo, había tomado nuestra naturaleza humana con todas sus consecuencias. La novedad de este acontecimiento era tan extraordinaria que la humana naturaleza, es decir, el hombre religioso, agradecido, debía sentirse presto a cambiar y a adecuar los signos religiosos que utilizaba para que reflejaran las exigencias del mismo.

Si el rostro de Dios, manifestado en el primer Testamento a Abrahán y sus descendientes, adquiría tonalidades nuevas en el segundo Testamento, el de Jesús, éstas debían ponerse muy de relieve en el templo, culto y vida religiosa. Pero las cosas son siempre difíciles cuando requieren ‘cambio de mentalidad’, aunque se trate de las ‘cosas de Dios’. Así se puso de  manifiesto en la naciente Iglesia de Cristo.

El problema surgió al menos en la Iglesia de Antioquía, con motivo de si la circuncisión, signo religioso importante en el Antiguo Testamento, debía continuar siéndolo en el Nuevo, tanto para judíos como para gentiles convertidos.

El asunto comenzó a plantearse de este modo:

-Los primeros convertidos al cristianismo fueron judíos, que en su día fueron circuncidados, porque este ‘signo’ era el sello de su alianza y fidelidad a Dios. A éstos judíos convertidos les parecía que su ‘circuncisión’ seguía siendo el ‘sello obligado’ también en la nueva alianza con Dios.

-Pero luego comenzaron a adherirse a Cristo, por la fe, muchos gentiles que, como tales, habían vivido al margen de la tradición religiosa judía.

-Ellos también ¿tenían que someterse a la tradición judía de la circuncisión para ser miembros de la Iglesia de Cristo?

-Este sacramento, signo, la ‘circuncisión’, ¿no había sido superado por el bautismo cristiano, gesto más espiritual, de fe nueva?

Las circunstancias pedían discernimiento, y así lo hicieron los responsables,  reflexionando desde su punto de vista y pidiendo claridad al Espíritu, para llegar a esta conclusión: que a los gentiles no se les moleste con ese ‘signo’ sino que vivan intensamente su ‘fe’ y ‘se bauticen en el nombre del Señor’.

Esa importante anécdota histórica-cultural-religiosa, estará acompañada en la liturgia de la Palabra por una maravillosa alegoría de la nueva vida en Cristo: la alegoría de la Vid, Cristo, que nos nutre y da vida como a sus sarmientos.

ORACIÓN:

Señor, haznos vivir con tal intensidad la vida en el Espíritu que entendamos fácilmente las novedades del Reino aprovechando para nuestro bien todo lo antiguo y sazonándolo con la novedad de la gracia, del amor, de la sangre redentora. Amén.

 

Palabra, diálogo, discernimiento

Hechos de los apóstoles 15, 1-6:

“En aquellos días, vinieron algunos de Judea a Antioquía y enseñaban a los hermanos que si no se circuncidaban, según la ley de Moisés, no podían salvarse. Este hecho provocó altercados y fuerte discusión con Pablo y Bernabé.

A causa de esto, decidieron en aquella Iglesia que Pablo, Bernabé y algunos otros se fueran a Jerusalén para tratar la cuestión con los apóstoles y demás responsables... Al llegar a Jerusalén, la Iglesia y los apóstoles y los presbíteros los recibieron muy bien, y ellos contaron lo que habían hecho con la ayuda de Dios... Pero algunos fariseos que habían abrazado la fe intervinieron diciendo que era necesario circuncidar a los convertidos y obligarles a cumplir la ley de Moisés. Los apóstoles y demás responsables decidieron convocar una reunión para estudiar el asunto.

Ante la novedad, conviene percibir de qué se trata, intercambiar puntos de vista en forma dialogal, proceder a reflexiones profundas y, al final, tomar decisiones. En eso están los apóstoles, presbíteros y comunidad, como veremos mañana.

Evangelio según san Juan 15, 1-8:

“Jesús dijo a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto, lo arranca; y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto... Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada... Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis mis discípulos”.

En este apretado texto queda de manifiesto cómo es voluntad de Dios que nuestra vida en Cristo sea sumamente fecunda, permanente, sin otoños y caídas de hoja, sin malograr la savia de la vid. Quien es ‘amigo’ lo tiene todo; quien peca se priva de la savia; quien se arrepiente y vuelve recupera la amistad.

 

Momento de reflexión

Discernir entre lo permanente y lo caduco.

Situémonos primero en la realidad humana y social. En toda comunidad y movimiento social o religioso hay dinamismos que requieren avances claros sobre el inmediato pasado; y sobre ello es indispensable hacer de cuando en cuando serio discernimiento para saber mantener lo esencial y renovar o adaptar cuanto no lo sea. En la vida no hay novedad y futuro sin cambios.

Y luego situémonos ante la realidad judía. En la tradición judaica, que era el ámbito en el que surgía la religión cristiana, había doctrina, templo, ritos, sacramentos; y la circuncisión era su signo de identidad religiosa.

Pero, llegado el Mesías, Cristo, el Salvador, ese signo, sacramento, sello de identidad, ¿podía y debía mantenerse o debía ser sustituido por signos y sacramentos nuevos, propios de la religión e Iglesia de Cristo?

Los fariseos, judíos, pedían continuidad. Los gentiles, con Pablo y Bernabé, pedían el acceso directo al cristianismo, sin pasar por signos judaicos, como la circuncisión. Para resolver la cuestión se reunió el primer concilio de la Iglesia, el de Jerusalén. De él hablaremos mañana.

Unidos como la vid y sus sarmientos.

 Nuestro modo de unión con Cristo, según la alegoría evangélica, es como la unión y comunicación vital existente entre la cepa de la vid y sus sarmientos.

La cepa contiene y comunica vida; los sarmientos la reciben, se nutren de ella, y dan fruto, que es la gloria del tronco, formando unidad total.

Pero el  ciclo vital del sarmiento es temporal: brota, se desarrolla, fructifica, muere y es podado. ¿Sucederá así con nosotros? ¿Nos secaremos y moriremos? A nosotros sólo nos acontece eso si nos separamos del tronco y nos cerramos a las venas de comunicación, es decir, si pecamos y renegamos de la Vid. Que eso no suceda depende de dos: de Dios, que no falla, y de nosotros, que sí fallamos. Seamos fieles.


9. ACI DIGITAL 2003

2. Lo limpia: He aquí encerrado todo el misterio de Job y el problema de la tentación y del dolor. Recordémoslo para saber y creer, con la firmeza de una roca, que con cada prueba, siempre pasajera, nos está preparando nuestro Padre un bien mucho mayor. Es lo que la simple experiencia popular ha expresado en el hermoso aforismo: "No hay mal que por bien no venga".

3. "Esta idea de que la fe en la Palabra de Jesús hace limpio, es expresada aún más claramente por S. Pedro al hablar de los gentiles que creyeron: "por su fe Dios purificó sus corazones" (Hech. 15, 9)". P. Joüon. Limpios significa aquí lo mismo que "podados"; por donde vemos que el que cultiva con amor la Palabra de Dios, puede librarse también de la poda de la tribulación (v. 2).

4. Nosotros (los sarmientos) necesitamos estar unidos a Cristo (la vid) por medio de la gracia (la savia de la vid), para poder obrar santamente, puesto que sólo la gracia da a nuestras obras un valor sobrenatural. Véase II Cor. 3, 5; Gál. 2, 16 ss. "La gracia y la gloria proceden de Su inexhausta plenitud. Todos los miembros de su Cuerpo místico, y sobre todo los más importantes, reciben del Salvador dones constantes de consejo, fortaleza, temor y piedad, a fin de que todo el cuerpo aumente cada día más en integridad y en santidad de vida" (Pío XII, Enc. del Cuerpo Místico). Cf. I Cor. 12, 1 ss.; Ef. 4, 7 ss. 5. No podéis hacer nada: A explicar este gran misterio dedica especialmente S. Pablo su admirable Epístola a los Gálatas, a quienes llama "insensatos" (Gál. 3, 1) porque querían, como judaizantes salvarse por el solo cumplimiento de la Ley, sin aplicarse los méritos del Redentor mediante la fe en El (cf. el discurso de Pablo a Pedro en Gál. 2, 11 - 21). La Alianza a base de la Ley dada a Moisés no podía salvar. Sólo podía hacerlo la Promesa del Mesías hecha a Abrahán; pues el hombre que se somete a la Ley, queda obligado a cumplir toda la Ley, y como nadie es capaz de hacerlo, perece. En cambio Cristo vino para salvar gratuitamente, por la donación de sus propios méritos, que se aplican a los que creen en esa Redención gratuita, lo cuales reciben, mediante esa fe (Ef. 2, 8 s.), el Espíritu Santo, que es el Espíritu del mismo Jesús (Gál. 4, 6), y nos hace hijos del Padre como El (Juan 1, 12), prodigándonos su gracia y sus dones que nos capacitan para cumplir el Evangelio, y derramando en nuestros corazones la caridad (Rom. 5, 5), que es la plenitud de esa Ley (Rom. 13, 10; Gál. 5, 14).

6. Triste es para el orgullo convencerse de que no somos ni podemos ser por nosotros mismos más que sarmientos secos. Pero el conocimiento de esta verdad es condición previa para toda auténtica vida espiritual (cf. 2, 24 y nota). De aquí deducía un ilustre prelado americano que la bondad no consiste en ser bueno, pues esto es imposible porque "separados de Mí no podéis hacer nada". La bondad consiste en confesarse impotente y buscar a Jesús, para que de El nos venga la capacidad de cumplir la voluntad del Padre como El lo hizo.

7. Esto es lo que S. Agustín expresa diciendo "ama y haz lo que quieras". Porque el que ama sabe que no hay más bien que ese de poseer la amistad del amado, en lo cual consiste el gozo colmado (I Juan 1, 3 - 4); y entonces no querrá pedir sino ese bien superior, que es el amor, o sea el Espíritu Santo, que es lo que el Padre está deseando darnos, puesto que El nos ama infinitamente más que nosotros a El. Cf. Luc. 11, 13; I Juan 5, 14 s.

8. El futuro seréis (genésesthe) según Merk está mejor atestiguado que el subjuntivo seáis. Así también Pirot y otros modernos. El sentido, sin embargo, no fluye con claridad, por lo cual cabe más bien, con la puntuación correspondiente, referir la glorificación del Padre a lo dicho en el v. 7, sentido por cierto bellísimo y que coincide exactamente con 14, 13 y con 17, 2, donde se ve que el Corazón paternal de Dios es glorificado en que nosotros recibamos beneficios de nuestro Hermano Mayor. En tal caso este final queda como una señal que nos da Jesús en pleno acuerdo con el contexto: que (hina con optativo) vuestro sarmiento fructifique mucho y entonces sabréis que está unido a la Vid, es decir, que sois realmente mis discípulos, así como por los frutos se conoce el árbol (Mat. 12, 33; Luc. 6, 43 ss.). El caso inverso se ve en Mat. 7, 15.


10.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Llena estaba mi boca de tu alabanza y de tu gloria todo el día. Te aclamarán mis labios. Aleluya» (Sal 70,8.23).

Colecta (textos del Gelasiano, del Gregoriano y del Sacramentario de Bérgamo): «¡Oh Dios!, que amas la inocencia y la devuelves a quienes la han perdido; atrae hacia ti el corazón de tus fieles, para que siempre vivan a la luz de tu verdad los que han sido librados de las tinieblas del error».

Ofertorio: «Concédenos, Señor, darte gracias siempre por medio de estos misterios pascuales; y, ya que continúan en nosotros la obra de tu redención, sean también fuente de gozo incesante».

Comunión: «Resucitó el Señor e iluminó a quienes habíamos sido rescatados con su sangre».

Postcomunión: «Escucha, Señor, nuestras oraciones, para que este santo intercambio, en el que has querido realizar nuestra redención, nos sostenga durante la vida presente y nos dé las alegrías eternas».

Hechos 15,1-6: Se decidió que subieran a Jerusalén a consultar a los Apóstoles y a los presbíteros sobre la controversia. ¿Los gentiles tenían que abrazar la ley judaica antes de convertirse al cristianismo? La solución tiene que venir del cuerpo responsable de la Iglesia: los Apóstoles y ancianos. Así nació el primer concilio de la Iglesia. La nota jerárquica de la Iglesia se manifiesta desde sus orígenes.  Juan Pablo I, en su alocución del 3 de septiembre de 1978 cita estas palabras de San Efrén:

«Nos parece escuchar como dirigidas a Nos, las palabras que, según San Efrén, Cristo dirigió a Pedro: “Simón, mi Apóstol, yo te he constituido fundamento de la Santa Iglesia. Yo te he llamado ya desde el principio Pedro, porque tú sostendrás todos los edificios; tú eres el superintendente de todos los que edificarán la Iglesia sobre la tierra...Tú eres el manantial de la fuente, de la que emana mi doctrina; tú eres la cabeza de mis Apóstoles...Yo te he dado las llaves de mi reino”».

–La resurrección de Jesús ha fijado a nuestra vida una meta de esperanza. En Jerusalén está Pedro. Allí se dirigen Pablo y Bernabé para que con los demás apóstoles y ancianos determinen lo que se ha de hacer en la cuestión judaizante. Nosotros vamos con ellos y cantamos el Salmo 121: «Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor. Según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor. En ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David». Todo esto ha pasado a la Iglesia, a su jerarquía, a Pedro, cabeza del Colegio apostólico.

Juan 15,1-8:  El que permanezca en Mí ese dará fruto abundante. Comenta San Agustín:

«Y si el sarmiento da poco fruto, el agricultor lo podará para que lo dé más abundante. Pero, si no permanece unido a la vid, no podrá producir de suyo fruto alguno. Y puesto que Cristo no podría ser la Vid si no fuese hombre, no podría comunicar también esa virtud a los sarmientos si no fuera también Dios. Pero, como  nadie puede tener vida sin la gracia, y sólo la muerte cae bajo el poder del libre albedrío, sigue diciendo: “El que no permaneciere en Mí será echado fuera, como el sarmiento y se secará, lo cogerán y lo arrojarán al fuego para que arda” (Jn 15,6).

«Los sarmientos de la vid son tanto más despreciables fuera de la vid, cuanto son más gloriosos unidos a ella, y como dice el Señor por el profeta Ezequiel (15,5), cortados de la vid, son enteramente inútiles al agricultor y no sirven para hacer con ellos ninguna obra de arte. El sarmiento ha de estar en uno de estos dos lugares: en la vid o en el fuego; si no está en la vid, estará en el fuego. Permanece, pues, en la vid para librarte del fuego» (Tratado 81,3 sobre el Evangelio de San Juan).


11. DOMINICOS 2004

Mi Padre recibe gloria si dais fruto

En las dificultades ineludibles de la vida, haya serenidad y paz.
En la intercomunicación, seamos sensatos, prudentes, veraces.
En comunidad, Iglesia, familia, sociedad, haya discernimiento.

Hoy vamos a encontrar en la lectura de los Hechos un primer problema de división en la comunidad creyente, que es Iglesia. El incidente sucedió en la Comunidad-Iglesia de Antioquía, a causa de la circuncisión. El asunto era éste: Cuando los gentiles aceptan la fe en Cristo ¿tienen que someterse a la tradición judía de la circuncisión? Este “sacramento” ¿no había quedado ya superado por el bautismo cristiano?

El asunto y sus circunstancias pedían discernimiento, no precipitarse en las decisiones. Así lo entendieron los responsables, un tanto perplejos. Desde su punto de vista, actuaron con intención de no abrir heridas y de cicatrizar las ya existentes. La verdad y la paz debían darse unidas. Entonces y ahora, en todas las comunidades, los creyentes formamos un cuerpo y todos estamos unidos a Cristo, Vid verdadera que nos nutre y da vida como a sus sarmientos, y siempre debemos fomentar la unidad cordial, fraterna, en la verdad sincera.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Hechos de los apóstoles 15, 1-6:
“En aquellos días, unos [judeocristianos] que vinieron de Judea a Antioquía enseñaban a los hermanos que si no se circuncidaban, según la ley de Moisés, no podían salvarse. Este hecho provocó un altercado y fuerte discusión entre Pablo y Bernabé y ellos, y, a causa de esto, decidieron en la Comunidad que Pablo, Bernabé y algunos otros se fueran a Jerusalén para tratar la cuestión con los apóstoles y demás responsables ...

Al llegar a Jerusalén, la Iglesia y los apóstoles y los presbíteros los recibieron muy bien, y ellos contaron lo que habían hecho con la ayuda de Dios. Tras oírles, algunos fariseos que habían abrazado la fe intervinieron diciendo que era necesario circuncidar a los convertidos y obligarles a cumplir la ley de Moisés. Entonces los apóstoles y demás responsables se reunieron para estudiar el asunto”.

Evangelio según san Juan 15, 1-8:
“Jesús dijo a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto, lo arranca; y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto... Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada...

Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis mis discípulos”.


Reflexión para este día
Unidad en caridad y verdad. A veces resulta difícil en la historia humana discernir lo que es esencial e intocable en una tradición y lo que es transitorio, accidental, caduco. La vida es dinámica, evolutiva. Tiene su orden y sus claves, pero cuesta descubrirlas con claridad y seguirlas.

Situémonos en la realidad judía. En su tradición religiosa, que fue el ámbito en el que surgía la religión cristiana, había doctrina, templo, ritos, sacramentos; y la circuncisión era su signo de identidad religiosa.

Ese signo, sacramento, sello de identidad, ¿podía y debía ser sustituido por signos y sacramentos nuevos, propios de la religión e Iglesia naciente de Cristo?

Los fariseos, judíos, pedían continuidad. Los gentiles, con Pablo y Bernabé, pedían el acceso directo de las gentes al cristianismo, sin pasar por signos judaicos veterotestamentarios, como la circuncisión. Para resolver la cuestión se reunió el primer concilio de la Iglesia, el de Jerusalén.

De él hablaremos mañana. Hoy bástenos contemplar esa dinámica de la Iglesia de Cristo. Que se reúne en concilio, a la luz de la alegoría de Cristo Vid, cuyos sarmientos, que somos nosotros, tenemos vida en su vida, fruto en su savia, luz en su revelación.


12.

Comentarios
“Misal-Meditación”,

Sed de eternidad

San Juan 15, 1-8
Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. El Padre corta todas las ramas unidas a mí que no dan fruto y poda las que dan fruto, para que den más fruto. Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy con vosotros. Ningún sarmientos puede producir fruto por sí misma, sin permanecer unida a la vid, y lo mismo vosotros, si no estáis unidos a mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí, produce mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada.

Lectura
Jesucristo nos presenta la alegoría de la vid para explicarnos hasta qué punto le necesitamos a El como alma de nuestra vida. El sarmiento que no está unido a la vid no puede dar fruto. Se seca. Hay que cortarlo. De igual modo nosotros si no estamos unidos a Jesucristo, tampoco podemos dar fruto. Nuestro fruto consiste en haber descubierto el verdadero sentido de la vida. Nuestro fruto significa ser personas que viven con serenidad, esperanza, alegría, fortaleza en medio de las dificultades. Personas capaces de ayudar a los demás, sostenerlos, darles seguridad porque nuestros cimientos están plantados sobre roca. Para vivir así necesitamos de Cristo. Y nos unimos a El como el sarmiento a la vid por medio de la vida de gracia: la Eucaristía, la oración, la lectura y reflexión de la Palabra de Dios.

Meditación
Jesús, enséñame a vivir de ti. Enséñame a beber de tu agua como el sarmiento bebe de la vid. Tú nos has dicho que quien beba del agua que Tú le des, no tendrá jamás sed. Jesús, siento dentro de mi una gran sed de vida eterna. Sed de algo que no pase, de algo seguro. Sed de saber que mi vida vale la pena aunque muchas veces no sean las cosas como yo las había soñado. Tengo necesidad de descansar en ti.

Aumenta mi fe en tu Eucaristía. Es la Vid con la que me alimentas. Ahí me das tu Cuerpo y tu Sangre. Tu amistad, tu compañía, tu comprensión, tu intimidad. Cuando te recibo en mi corazón, me unes a ti como el sarmiento al tronco de la Vid. Me haces una sola cosa contigo. Tú eres Dios. Tú lo sabes todo. Tú lo puedes todo. Ahí estoy seguro y no tengo miedo. Y si veo que me podas, que alguna vez me exiges y pides más de mi, enséñame a descubrir tu mano de buen Labrador. Lo que quieres es que dé más fruto.

Oración
Señor mío, no permitas que nunca me separe de ti. Por duros que sean algunos momento quiero estar unido a ti y vivir confiando siempre en Tu amor.

Actuar:
Haré un momento de oración cada día para sacar de Dios la fuerza necesaria para ser mejor.

Meditaciones publicadas por cortesía del “Misal-Meditación”


13.

Comentario: Rev. D. Antoni Carol i Hostench (Sant Cugat del Vallès-Barcelona, España)

«Permaneced en mí, como yo en vosotros»

Hoy contemplamos de nuevo a Jesús rodeado por los Apóstoles, en un clima de especial intimidad. Él les confía lo que podríamos considerar como las últimas recomendaciones: aquello que se dice en el último momento, justo en la despedida, y que tiene una fuerza especial, como de si de un postrer testamento se tratara.

Nos los imaginamos en el cenáculo. Allí, Jesús les ha lavado los pies, les ha vuelto a anunciar que se tiene que marchar, les ha transmitido el mandamiento del amor fraterno y los ha consolado con el don de la Eucaristía y la promesa del Espíritu Santo (cf. Jn 14). Metidos ya en el capítulo decimoquinto de este Evangelio, encontramos ahora la exhortación a la unidad en la caridad.

El Señor no esconde a los discípulos los peligros y dificultades que deberán afrontar en el futuro: «Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán» (Jn 15,20). Pero ellos no se han de acobardar ni agobiarse ante el odio del mundo: Jesús renueva la promesa del envío del Defensor, les garantiza la asistencia en todo aquello que ellos le pidan y, en fin, el Señor ruega al Padre por ellos —por todos nosotros— durante su oración sacerdotal (cf. Jn 17).

Nuestro peligro no viene de fuera: la peor amenaza puede surgir de nosotros mismos al faltar al amor fraterno entre los miembros del Cuerpo Místico de Cristo y al faltar a la unidad con la Cabeza de este Cuerpo. La recomendación es clara: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).

Las primeras generaciones de cristianos conservaron una conciencia muy viva de la necesidad de permanecer unidos por la caridad: He aquí el testimonio de un Padre de la Iglesia, san Ignacio de Antioquía: «Corred todos a una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre». He aquí también la indicación de Santa María, Madre de los cristianos: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5).


14.

Reflexión

En nuestro mundo tecnificado y autosuficiente, en donde las computadoras y la ciencia moderno a veces nos hacen creer que somos autosuficiente, las palabra del evangelio de hoy nos recuerdan una de las verdades que JAMAS debemos de olvidar: “Sin Jesús no podemos hacer nada”. Todo intento de progreso al margen de Dios siempre termina en retroceso, en esterilidad, en desgaste inútil. Jesús es nuestra fuerza, nuestras creatividad, nuestra sabiduría, nuestro poder. En el todo es posible. Por la acción del Espíritu Santo, circula en nosotros la corriente vital del amor, constructor y vivificador del mundo. En la mediada en que nuestra vida se une e identifica más con Jesús, nuestros frutos son los frutos de nuestro tronco, de nuestra vida y por ello es fácil reconocer quien está unido a esta “Vid”, pues los frutos lo descubren. San Pablo en su carta a los Gálatas dice que, la paciencia, la tolerancia, la alegría, la profunda paz interior son los frutos del amor de Dios que circula en nosotros. Valdría pues la pena revisar si los frutos de nuestra vida dan testimonio de nuestra “permanencia” en Cristo.

Que la resurrección de Cristo, llene de amor tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


15. Yo soy la vid verdadera y mi Padre el viñador

Fuente: Catholic.net
Autor: Jaime Rodríguez

Reflexión

Vino que no envejece

Los frutos de los cuales Jesús habla son frutos que duran para la vida eterna, que no se deterioran, que están siempre frescos.

Estos frutos son las obras del cristiano y simboliza el sarmiento, cada uno de nosotros, que se encuentra en la gracia de Dios porque está unido a Jesús que es la vid, dador de la savia a toda la viña.
El deseo de Cristo es que llevamos mucho fruto y por esto nos poda, nos pone a prueba porque quiere que permanezcamos en Él. "No dice que permanezcamos con "él", sino "en" él. Permanecer en Cristo es una elección que sólo nos corresponde hacer a nosotros. Ser fieles a ella sólo será posible con la gracia de su misericordia.

Además, "permanecer en Cristo" no significa sólo hacer coincidir nuestro actuar, pensar y desear con su voluntad, sino que requiere un constante empeño en el amor. Amor que confirmamos día tras día en cada actividad de nuestra vida.

Sólo el amor constante es auténtico. La inconstancia en el amor se llama volubilidad. Un amor que no decae, sino que afronta y resiste a las dificultades de la vida, a pesar de los golpes y de los ataques. Este amor se fortalece, se purifica, se vuelve poco a poco más fuerte. Así el Viñador, podando y cortando, trata de refinar cada vez más el vino, fruto de cada sarmiento, para que nos parezcamos a aquel perfecto y sublime amor de Cristo. Aferremos nos, pues, a la vid, que es Cristo, y gustemos su amistad, la savia que nos sustenta durante el camino terrenal.


16.San Siloán (1886-1938) monje ortodoxo,
Sophrony, Staretz Siloán, pag. 445

“Sin mí, no podéis hacer nada.” (Jn 15,5)

Los apóstoles vieron al Señor en su gloria cuando fue transfigurado en el monte Tabor. Pero, más tarde, en el momento de la pasión, llenos de miedo, se dieron a la fuga. Esta es la fragilidad humana. En verdad, somos hechos de tierra; más aún: de esta tierra pecadora. Por esto, el Señor dice: “Sin mí, no podéis hacer nada. “ (Jn 15,5) Y es así.

Cuando la gracia está en nosotros somos humildes de verdad. Entonces, nuestra inteligencia es más viva y somos obedientes, amables, agradables a Dios y a los hombres. Pero cuando perdemos la gracia, nos secamos como un sarmiento que ha sido cortado de la vid. Si alguien deja de amar a su hermano por quien el Señor murió en medio de grandes sufrimientos, es que ha sido cortado de la vid. Pero aquel que lucha con el pecado, permanece incorporado al Señor, como el sarmiento en la vid.


17.

Normalmente asociamos la poda de la que habla Jesús en el evangelio con la perdida de algo material, un ser querido o con el paso de una prueba. Sin embargo, Jesús hoy nos habla del efecto podador que tiene su palabra en nuestras vidas: “Ustedes están limpios, gracias a las palabras que les he comunicado”. Es decir, que su palabra nos ha podado y estamos limpios para dar frutos. Sólo hará falta cumplir con una condición: “Permanecer unidos a él tal y como él está permanece unido a nosotros”. Debemos dejar que la palabra de Dios, a través de la oración nos vaya limpiando, transformándonos y permitiéndonos permanecer unidos a Jesús. Enseguida veremos como comenzamos a dar frutos y frutos en abundancia.

Dios nos bendice,

Miosotis


18. 2004

LECTURAS: HECH 15, 1-6; SAL 121; JN 15, 1-8

Hech. 15, 1-6. No es la pertenencia al Pueblo de Israel, mediante la circuncisión, lo que nos salva, ni lo es el sólo cumplimiento de la Ley de Moisés; es el creer en Cristo Jesús, el Enviado del Padre, y el ser bautizados en su Nombre. Alcanzamos a percibir cómo, a pesar de los conflictos que van surgiendo en la Iglesia, el Espíritu Santo conserva en ella la unidad, de tal forma que compartiendo todos y cada uno su propia responsabilidad, se buscan las soluciones adecuadas para que el Evangelio y el seguimiento del Señor sean causa de salvación y no de destrucción, ni de división entre nosotros. Este ejemplo de la primitiva Iglesia nos ha de llevar a meditar sobre el sentido de unidad, de comunión fraterna y de responsabilidad en la Iglesia, que tenemos quienes en nuestro tiempo vivimos bajo el mismo signo de la fe en Cristo y en su Evangelio.

Sal. 121. Jerusalén, la Ciudad Santa, es el lugar donde se tendrá el primer concilio de la Iglesia de Cristo, para dar solución a un problema que amenazaba con iniciar un cisma dentro de la misma. Al llegar Pablo, Bernabé y algunos más, venidos de Antioquía, fueron recibidos por la comunidad cristiana, los apóstoles y los presbíteros. Se quiere continuar alabando al Señor sin odios ni divisiones, sino en un ambiente de paz, pues los bienes del Señor deben ser disfrutados por la humanidad entera, siendo conscientes de que la Ley ha cumplido ya su misión de conducir hasta Cristo; y aún cuando nadie debe dejar de cumplirla, sin embargo no es en ella, sino en nuestra fe en Cristo, donde la humanidad encontrará la salvación. Por eso no es la circuncisión, sino la fe en el Señor y el Bautismo lo que nos une a Él, sabiendo que la salvación dada en el Bautismo debe ser conservada, incrementada, testificada, anunciada por cada uno de los que hemos aceptado ir por este nuevo Camino, el único válido para que la salvación sea nuestra.

Jn. 15, 1-8. Permanecer en Jesús. Si permanecemos en Él y Él permanece en nosotros, entonces podremos dar frutos abundantes, pues su Palabra será fecunda en nosotros. Dios no nos quiere en su Iglesia como parásitos, sino como aquellos que dan frutos de santidad, de amor, de vida, de justicia, de misericordia, etcétera. Quienes vivimos en plena comunión con Cristo y con los hermanos debemos estar en una continua conversión, pues día a día el Padre Dios nos irá purificando de todo aquello que nos impida dar frutos abundantes, maduros y substanciosos para alimentar al mundo con el verdadero Pan de Vida, Cristo Jesús, que viene a darle la paz y la alegría a nuestro corazón. Por tanto nuestra permanencia en Cristo conlleva una gran responsabilidad de no sólo disfrutar la salvación de un modo personalista, sino de trabajar a favor de su Evangelio para que, tanto con nuestras palabras como con nuestro ejemplo, colaboremos para que la salvación llegue a todos.

El Señor nos ha reunido como una Comunidad unida por la misma fe y por el mismo bautismo, para que, juntos, alabemos a nuestro Dios y Padre. En la celebración de la Eucaristía se lleva a cabo la verdadera unión fraterna. El Señor nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre, de tal forma que en verdad nosotros permanecemos en Él y Él en nosotros. Nosotros disfrutamos del fruto nacido del mismo Cristo para nosotros: su Vida y su Espíritu, mediante los cuales somos elevados a la dignidad de hijos de Dios. La Vida de Dios circula dentro de nosotros mismos para que toda nuestra vida brote de esa fuente, de tal forma que, desde la Iglesia, el mundo continúe disfrutando del amor de Dios y de la salvación que Él ofrece a todos.

El Padre Dios comunica su misma Vida al Hijo; y el Hijo la transmite a todo aquel que permanezca en Él para que, quien crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna. Y nosotros, que hemos recibido esa vida, estamos llamados a convertirnos en un fruto maduro de vida, para alimentar a nuestros hermanos mediante la fe, el amor, la paz, la alegría, la justicia, la solidaridad y la preocupación constante en procurar el bien y una vida más digna a los más desprotegidos. Por eso, la vida que hemos recibido de Dios no es para que la encerremos para nosotros mismos, sino para que la transmitamos a los demás, de tal forma que todos puedan tener consigo, y disfrutar, la Vida nueva que Dios, nuestro Padre, nos ha ofrecido por medio de su Hijo, y que quiere que llegue hasta el último rincón de la tierra por medio de su Iglesia.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir nuestra unidad fraterna, nacida de la misma fe y del mismo bautismo, que nos une a Cristo. Que conforme a esa unidad podamos trabajar para que el Evangelio y la Salvación llegue a la humanidad entera, hasta que todos, unidos a Cristo, podamos ser presentados al Padre Dios para gozar, juntos, de Él eternamente. Amén.

www.homiliacatolica.com


19. ARCHIMADRID 2004

EL PEREJIL

Hoy es San Pancracio, santo muy popular al que se le atribuye la suerte en los juegos de azar. Hace años un amigo me contaba que su madre, que tiene una frutería, estaba preocupadísima con este santo. Habían comprado una imagen entre las amigas, a la vez que se preocupaban de comprar un décimo de lotería cada semana, pero parecía que el santo hacía oídos sordos, semana tras semana, a sus ruegos y súplicas. Las asiduas de la lotería tenían sus discusiones sobre la sordera del santo: unas decían que había que ponerle al lado perejil fresco todos los días, otras mantenían que había que dejar el mismo racimo de perejil toda la semana, algunas –con las mismas disputas sobre el perejil fresco o intocable-, defendían el dejar el décimo debajo del santo, ponerle mirando a la pared el día que no tocase, colocarle una moneda de cinco duros (¡qué tiempos los de la peseta!), en el dedo extendido del glorioso intercesor, y una infinidad de variantes sobre el mismo tema. La madre de mi amigo decidió consultar a su hijo sacerdote que debía ser experto en el tema de la devoción a San Pancracio (Si no, ¿qué tonterías estudiaban en el seminario?), a lo que el hijo respondió: “Madre, si a San Pancracio le martirizaron en los juegos romanos. ¿Le hará gracia que le hagáis patrono de los juegos?.” Ignoro si tocó alguna vez la lotería en la frutería pero creo que dejaron de dar vueltas a la imagen de San Pancracio.
El perejil (el de san Pancracio no esa “estúpida roca”) es como la circuncisión para san Pablo: por muchas vueltas que le des un trozo de pellejo no te hace santo. “El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante: porque sin mí no podéis hacer nada.” Ésa es la esencia de ser cristiano, permanecer en Cristo y Cristo en nosotros. A veces se plantean dentro de los que formamos la Iglesia discusiones interminables sobre la espiritualidad, las formas de rezar, cuánto tiempo de oración hay que hacer, cada cuánto hay que confesarse, procesiones sí, procesiones no, volver al cristianismo primitivo, estar con los tiempos, y un largo etcétera de discusiones, la mayoría de las veces estériles. ¿Qué importará si rezas de pie, de rodillas, sentado, tumbado en el suelo o con un ramillete de perejil en la oreja si te unes a Cristo y a su cuerpo, que es la Iglesia?.
Cuando falta oración uno empieza a preocuparse de los pellejitos y se embarca en discusiones estériles y sin sentido. Cuando alguien se une a Cristo se alegra de que sean muchos los que conozcan al Señor, da alegría descubrir que hay frutos de santidad (tengan la espiritualidad que tengan), que cada día van más a “celebrar el nombre del Señor.”
Pruebas, incomprensiones, desprecios, dudas, noches oscuras del alma,... no nos faltarán, Dios sabe podar cualquier atisbo de soberbia en sus hijos, pero los que crean discusiones y divisiones dentro de la única vid, que es Cristo, por cuestiones tan banales como dónde “poner el perejil” o si sobra o falta un trocito de pellejo, más valdría que, como a San Pancracio cuando no premiaba el décimo, se pusiese de cara a la pared hasta que descubriese la maravilla de la variedad de frutos que se da unido a Cristo. Mejor un rato contra la pared que no que te recojan, “te echen al fuego, y ardas.”
María, madre buena que cuidas de la viña de tu Hijo y no dejas que se llene de parásitos o enfermedades que desvirtúan el fruto, acompaña siempre a la Iglesia.


20. Fray Nelson 3. Miércoles 27 de Abril de 2005

Temas de las lecturas: Se decidió que Pablo y Bernabé fueran a Jerusalén a ver a los apóstoles * El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante.

1. La primera gran controversia
1.1 En el texto de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado hoy encontramos los orígenes de la primera gran controversia que hubo de padecer, vivir y superar el cristianismo naciente.

1.2 Las condiciones estaban dadas: hemos oído cómo aquellos hombres y mujeres se habían dispersado con ocasión de la persecución en Jerusalén, de modo que cada vez entraban en contacto con situaciones nuevas que nunca les hubieran alcanzado al abrigo del judaísmo conservador que se practicaba en la Ciudad Santa.

1.3 Tuvieron así que encontrarse con sus hermanos judíos de la dispersión y ver cómo estos recibían de modos diversos, favorables o rabiosamente opuestos, la maravillosa y a la vez paradójica noticia de la redención en Cristo. Era pues cosa de tiempo para que se presentara lo que hemos visto hoy: judíos convertidos al cristianismo que quieren imponer la circuncisión, y por consiguiente la práctica de la ley de Moisés, a los cristianos que vienen del paganismo.

1.4 La pregunta de fondo que subyace en esto es: ¿qué lugar queda para la Ley de Moisés en el régimen nuevo? ¿La llegada de la gracia qué lugar deja a la ley? Es natural además que la pregunta venga de los fariseos, pues eran ellos los más entusiastas predicadores de la necesidad de la observancia de la ley para agradar a Dios.

1.5 Y si ahondamos más vemos que la pregunta alcanza al corazón mismo de nuestra fe. De lo que se trata es de saber por qué somos salvos y en virtud de quién. ¿Practicar la Ley de Moisés salva? Si es así, ¿no debería exigirse a todos que la practiquen, empezando por circuncidar a sus varones? Y si no salva, ¿por qué Dios dio una ley tan sabia y tan santa, si en el fondo era inútil? Tales son las graves cuestiones que explican el tono acalorado de la discusión de que nos habla hoy la primera lectura? Fueron ellas las que condujeron a la celebración del Primer Concilio, celebrado en Jerusalén, del que escucharemos precisamente mañana. Por hoy dejemos que nuestro corazón sienta el gozo de la pascua, ahondado por una pregunta de amor a nuestro Salvador: ¿que hiciste conmigo cuando me salvaste?

2. “Sin mí nada podeís hacer”
2.1 Aunque no lo quisiera mi orgullo,
aunque mi mente se rebela
y engaña, y dice que sí pudo;

Aunque la carne me duela
y proteste gritando
que hablaste más de la cuenta;

Yo sé que eres santo y tan sabio,
yo sé, Jesucristo,
que fuiste muy claro.

Sé que tu amor es tan limpio,
sé que la luz y la gracia
conviven contigo.

Si nos has dicho que nada,
si has dicho que nada podemos,
¡bendita palabra!

No es fácil y es duro saberlo,
pero tú, mi Jesús, lo dijiste,
como una señal hacia el cielo,

Que abre la puerta al humilde,
deja al orgullo por fuera
y alegra al que viene triste.

Es cosa que al alma consuela
escuchar con tu voz y tu acento
cómo sabes lo que nadie acepta:

Lo frágil del hombre en el suelo,
su llamado a la patria eterna,
y la fuerza que lo lleva al cielo.

Fr. Nelson Medina, O.P.


21. Meditación diaria de Hablar con Dios

LA VID Y LOS SARMIENTOS[1]

-Jesucristo es la vid verdadera. La vida divina en el alma.

-“Jesús nos poda para que demos más fruto”. Sentido del dolor y de la mortificación. La Confesión frecuente.

-Unión con Cristo. El apostolado, “sobreabundancia de la vida interior”. El sarmiento seco.


I. Yo soy la verdadera vid, y vosotros los sarmientos; el que permanece en mí, y yo en él, ése da fruto abundante, leemos en el Evangelio de la Misa (1).

El pueblo elegido había sido comparado con frecuencia, por su ingratitud, a una viña; así, se habla de la ruina y restauración de la viña arrancada de Egipto y plantada en otra tierra (2); en otra ocasión, Isaías expresa la queja del Señor porque su viña, después de incontables cuidados, esperando que le daría uvas le dio agrazones, uvas amargas (3). También Jesús utilizó la imagen de la viña para significar el rechazo de los judíos al Mesías y la llamada a los gentiles (4).

Pero aquí el Señor emplea la imagen de la vid y de los sarmientos en un sentido totalmente nuevo. Cristo es la verdadera vid, que comunica su propia vida a los sarmientos. Es la vida de la gracia que fluye de Cristo y se comunica a todos los miembros de su Cuerpo, que es la Iglesia. Sin esa savia nueva no producen ningún fruto porque están muertos, secos.

Es una vida de tan alto valor, que Jesús derramó hasta la última gota de su sangre para que nosotros pudiésemos recibirla. Todas sus palabras, acciones y milagros nos introducen progresivamente en esta nueva vida, enseñándonos cómo nace y crece en nosotros, cómo muere y cómo se nos restituye si la hemos perdido (5). Yo he venido, nos dice, para que tengan vida y la tengan en abundancia (6). Permaneced en mí y yo en vosotros (7).

¡Nos hace partícipes de la misma vida de Dios! El hombre, en el momento del Bautismo, es transformado en lo más profundo de su ser, de tal modo que se trata de una nueva generación, que nos hace hijos de Dios, hermanos de Cristo, miembros de su cuerpo, que es la Iglesia. Esta vida es eterna, si no la perdemos por el pecado mortal. La muerte ya no tiene verdadero poder sobre quien la posea, que no morirá para siempre; cambiará de casa (8), para ir a morar definitivamente en el Cielo. Jesús quiere que sus hermanos participen de lo que Él tiene en plenitud. “La vida que de la Trinidad adorable se había derramado en su santa Humanidad se desborda de nuevo, se extiende y se propaga. De la cabeza desciende a los miembros (...). La cepa y los sarmientos forman un mismo ser, se nutren y obran juntamente, produciendo los mismos frutos porque están alimentados por la misma savia” (9).

Esto os escribo, nos dice San Juan después de habernos narrado incontables maravillas, para que conozcáis que tenéis la vida eterna (10). Esta vida nueva la recibimos o se fortalece de modo particular a través de los sacramentos, que el Señor quiso instituir para que de una manera sencilla y asequible pudiera llegar la Redención a todos los hombres. En estos siete signos eficaces de la gracia encontramos a Cristo, el manantial de todas las gracias. “Allí nos habla Él, nos perdona, nos conforta; allí nos santifica, allí nos da el beso de la reconciliación y de la amistad; allí nos da sus propios méritos y su propio poder; allí se nos da Él mismo” (11).


II. Todo sarmiento que en mí no da fruto lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto (12).

El cristiano que rompe con los canales por los que le llega la gracia -la oración y los sacramentos- se queda sin alimento para su alma, y “ésta acaba muriendo a manos del pecado mortal, porque sus reservas se agotan y llega un momento en que ni siquiera es necesaria una fuerte tentación para caer: se cae él solo porque carece de fuerzas para mantenerse de pie. Se muere porque se le acaba la vida. Pero si los canales de la gracia no están expeditos porque una montaña de desgana, negligencia, pereza, comodidad, respetos humanos, influencias del ambiente, prisas y otros quehaceres (...) los obstruye, entonces la vida del alma va languideciendo y uno malvive hasta que acaba por morir. Y, desde luego, su esterilidad es total, porque no da fruto alguno” (13).

La voluntad del Señor, sin embargo, es que demos fruto y lo demos en abundancia (14). Por eso poda al sarmiento para que dé más fruto. Y dice Jesús a continuación: Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado (15). El Señor ha utilizado el mismo verbo para hablar de la poda de los sarmientos y de la limpieza de sus discípulos. Al pie de la letra habría que traducir: “A todo el que da fruto lo limpia para que dé más fruto” (16).

Hemos de decirle con sinceridad al Señor que estamos dispuestos a dejar que arranque todo lo que en nosotros es un obstáculo a su acción: defectos del carácter, apegamientos a nuestro criterio o a los bienes materiales, respetos humanos, detalles de comodidad o de sensualidad... Aunque nos cueste, estamos decididos a dejarnos limpiar de todo ese peso muerto, porque queremos dar más fruto de santidad y de apostolado.

El Señor nos limpia y purifica de muchas maneras. En ocasiones permitiendo fracasos, enfermedades, difamaciones... “¿No has oído de labios del Maestro la parábola de la vid y los sarmientos? ‑Consuélate: te exige, porque eres sarmiento que da fruto... Y te poda, "ut fructum plus afferas" -para que des más fruto.

“¡Claro!: duele ese cortar, ese arrancar. Pero, luego, ¡qué lozanía en los frutos, qué madurez en las obras!” (17).

También ha querido el Señor que tengamos muy a mano el sacramento de la Penitencia, para que purifiquemos nuestras frecuentes faltas y pecados. La recepción frecuente de este sacramento, con verdadero dolor de los pecados, está muy relacionada con esa limpieza de alma necesaria para todo apostolado.


III. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí (18).

En el trato personal con Jesucristo nos disponemos y aprendemos a ser eficaces, a comprender, a estar alegres, a querer de verdad a los demás y a llevarlos más cerca de Dios; a ser buenos cristianos, en definitiva. “Por tanto -comenta San Agustín-, todos nosotros, unidos a Cristo nuestra Cabeza, somos fuertes, pero separados de nuestra Cabeza no valemos para nada (...). Porque unidos a nuestra cabeza somos vid; sin nuestra cabeza (...) somos sarmientos cortados, destinados no al uso de los agricultores, sino al fuego. De aquí que Cristo diga en el Evangelio: Sin mí no podéis hacer nada. ¡Oh Señor! Sin ti nada, contigo todo (...). Sin nosotros Él puede mucho o, mejor, todo; nosotros sin Él nada” (19).

Son muy diversos los frutos que el Señor espera de nosotros. Pero todo sería inútil, como el intentar recoger buenos racimos de un sarmiento que quedó desgajado de la cepa, si no tenemos vida de oración, si no estamos unidos al Señor. “Mirad esos sarmientos repletos, porque participan de la savia del tronco: sólo así se han podido convertir en pulpa dulce y madura, que colmará de alegría la vista y el corazón de la gente (Cfr. Sal 103, 15), aquellos minúsculos brotes de unos meses antes. En el suelo quedan quizá unos palitroques sueltos, medio enterrados. Eran sarmientos también, pero secos, agostados. Son el símbolo más gráfico de la esterilidad” (20).

La vida de unión con el Señor trasciende el ámbito personal y se manifiesta en el modo de trabajar, en el trato con los demás, en las atenciones con la familia..., en todo. De esa unidad con el Señor brota la riqueza apostólica, pues “el apostolado, cualquiera que sea, es una sobreabundancia de la vida interior” (21). Ya que Cristo es “la fuente y origen de todo apostolado de la Iglesia, es evidente que la fecundidad del apostolado de los laicos depende de la unión vital que tengan con Cristo. Lo afirma el Señor: El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Esta vida de unión íntima con Cristo en la Iglesia se nutre con los auxilios espirituales comunes a todos los fieles... Los laicos deben servirse de estos auxilios de tal forma que, al cumplir debidamente sus obligaciones en medio del mundo, en las circunstancias ordinarias de la vida, no separen la unión con Cristo de su vida privada, sino que crezcan intensamente en esa unión, realizando sus tareas en conformidad con la Voluntad de Dios” (22).

En todas las facetas de la vida pasa lo mismo: “nadie da lo que no tiene”. Sólo del árbol bueno se pueden recoger frutos buenos. “Los sarmientos de la vid son de lo más despreciable si no están unidos a la cepa; y de lo más noble si lo están (...). Si se cortan no sirven de nada, ni para el viñador ni para el carpintero. Para los sarmientos una de dos: o la vid o el fuego. Si no están en la vid, van al fuego; para no ir al fuego, que estén unidos a la vid” (23).

¿Estamos dando los frutos que el Señor esperaba de nosotros? A través de nuestro trato, ¿se han acercado nuestros amigos a Dios? ¿Hemos facilitado que alguno de ellos se encamine al sacramento de la Confesión? ¿Damos frutos de paz y de alegría en medio de quienes más tratamos cada día? Son preguntas que nos podrían ayudar a concretar algún propósito antes de terminar nuestra oración. Y lo hacemos junto a María, que nos dice: Como vid eché hermosos sarmientos, y mis flores dieron sabrosos y ricos frutos (24). El que me halla a mí, halla la vida y alcanzará el favor de Yahvé (25). Ella es el camino corto por el que llegamos a Jesús, que nos llena de su vida divina.
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(1) Jn 15, 1-8.- (2) Cfr. Sal 79.- (3) Cfr. Is 5, 1-5.- (4) Cfr. Mt 21, 33-34.- (5) Cfr. P. M. DE LACROIX, Testimonio espiritual del Evangelio de San Juan, Rialp, Madrid 1966, p. 141.- (6) Jn 10, 10.- (7) Jn 15, 4.- (8) Cfr. MISAL ROMANO, Prefacio de difuntos I .- (9) M. V. BERNADOT, De la Eucaristía a la Trinidad, Palabra, Madrid 1976, pp. 12-13.- (10) 1 Jn 5, 13.- (11) E. BOYLAN, El amor supremo, Rialp, 3ª ed. , Madrid 1963, p. 210.- (12) Jn 15, 2.- (13) F. SUAREZ, La vid y los sarmientos, Rialp, 2ª ed. , Madrid 1980, pp. 41-42.- (14) Cfr. Jn 15, 8.- (15) Jn 15, 3.- (16) Cfr. nota a Jn 15, 2, en Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983.- (17) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 701.- (18) Jn 15, 4-6.- (19) SAN AGUSTIN, Comentario al Salmo 30, II, 1, 4.- (20) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Amigos de Dios, 254.- (21) Ibídem, 239.- (22) CONC. VAT. II, Decr. Apostolicam actuositatem, 4.- (23) SAN AGUSTIN, Trat. Evangelio de San Juan, 81, 3.- (24) Eclo 24, 23.- (25) Prov 8, 35.