MARTES DE LA PRIMERA SEMANA DE PASCUA

 

Libro de los Hechos de los Apóstoles 2,36-41.

Por eso, todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías". Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: "Hermanos, ¿qué debemos hacer?". Pedro les respondió: "Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar". Y con muchos otros argumentos les daba testimonio y los exhortaba a que se pusieran a salvo de esta generación perversa. Los que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil.

Salmo 33,4-5.18-20.22.

Porque la palabra del Señor es recta y él obra siempre con lealtad;
él ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia.
Nuestra alma espera en el Señor; él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti.


Evangelio según San Juan 20,11-18.

María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto". Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo". Jesús le dijo: "¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: "¡Raboní!", es decir "¡Maestro!". Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'". María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
 

 

LECTURAS:

1ª: Hch 2, 36-41 = PASCUA 04A

2ª: Jn 20, 11-18 


 

1. P/ARREPENTIMIENTO 

-Pedro decía: «Sepa pues con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido «Señor y Cristo» a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado...» Pedro no va con circunloquios, no toma ninguna precaución oratoria. Aborda de frente a su auditorio, a partir del suceso que acaba de producirse, la última condena a muerte que tuvo lugar en su ciudad.

Entre los oyentes, los había que habían intervenido algo en el suceso, mezclados quizá con los que habían gritado a Poncio Pilatos, unos cincuenta días antes «crucifícalo, crucifícalo».

Y Pedro les propone que sean conscientes de la responsabilidad que han contraído crucificando al mesías.

«Ese Jesús que vosotros habéis crucificado, Dios le ha hecho Señor».

Es preciso que meditemos esa fórmula esencial de nuestra fe. !Dios ha hecho a Jesús Señor! La resurrección, de la que han sido testigos, ha cambiado radicalmente la visión que tenían de El anteriormente: Le tenían por un hombre excepcional, un profeta, el hijo de Dios, pero todo quedaba vago en su mente. La resurrección fue el descubrimiento fulgurante: Jesús es «Señor» participa del ser de Dios, ¡es Dios! Y vosotros le habéis crucificado...

-Al oír esto sintieron remordimiento de corazón, y dijeron a Pedro y a los Apóstoles: «Hermanos ¿qué hemos de hacer?».

Remordimiento de corazón o también el «corazón traspasado». La expresión manifiesta un choque muy fuerte, brutal. De golpe se dan cuenta de lo que han hecho. No vuelven de su asombro. ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí, a hacer esto?

A menudo, Señor, esto nos pasa también a nosotros. Lo comprendemos después. Para nosotros también tu Pasión es el medio esencial de tomar conciencia de nuestros pecados: ¡nuestra vida es pues algo tan serio, nuestros actos tienen tal importancia a tus ojos... que hayas aceptado pagar un precio tan caro para salvarnos!

Sí, la conciencia de mi pecado es algo muy distinto a una simple vejación humana, a un cierto despecho de haber fallado o malogrado algo... es el dolor de haber «herido» a Dios. Para comprender el pecado, es mucho más importante contemplar el crucifijo que leer todos los tratados de moral y de psicología.

¡Tener el corazón traspasado! Te pido esta gracia, Señor.

-Pedro contestó: «Arrepentíos, y que cada uno de vosotros se haga bautizar...»

Esta es ya la Iglesia que preside la conversión de los corazones. Pedro es el que habla en nombre de Dios. Sustituye, por así decirlo, a Jesús y repite sus palabras espontáneamente: «convertíos».

En esta primera predicación -y sin ninguna controversia teológica- encontramos toda la precisión y todo el equilibrio espontáneos, sobre una cuestión difícil: ¿hay que «cambiar de vida» primero? o bien ¿lo primero es «dar los sacramentos? Pedro, espontáneamente, dice que hay que hacer ambas cosas.

Arrepentirse: cambiar de vida, esforzarse.

Recibir el bautismo: recibir el sacramento, reconocer la gracia de Dios.

-La «Promesa» es para vosotros... Y para todos los que están lejos...

La exactitud y la precisión de la percepción de la Iglesia, que no es simplemente un «club», un ghetto, un grupo privilegiado; sino una "invitación inmensa" una vasta llamada misionera a todos.

-Aquel día, fueron tres mil los que acogieron la Palabra y se hicieron bautizar.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983. Pág. 176 s.


2.

María está delante del sepulcro, llorando. La razón de su llanto es la ausencia total de Jesús, que no sólo ha muerto, sino que tampoco está su cadáver. Es la tristeza que había anunciado Jesús a sus discípulos (16, 20) "vosotros lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo".

"Mientras lloraba se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies donde había estado el cuerpo de Jesús".

MUJER/EV: María es la comunidad-esposa que busca y llora al esposo, amor de su alma. En el Cantar se describe así la escena (3, 2) "me levanté y recorrí la ciudad... buscando el amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. Me han encontrado los guardias que rondan por la ciudad: "¿visteis al amor de mi alma?". La primera aparición (Mc 16, 9) estuvo reservada para María Magdalena. El primer anuncio del acontecimiento se hizo a las mujeres. Fueron ellas, fueron unas mujeres las enviadas por Dios a predicar a los apóstoles. S. Agustín resalta este dato y dice que se trata de una divina compensación; las mujeres anuncian hoy la vida lo mismo que ayer una mujer, madre de todos los vivos, se convirtió en la primera mensajera de la muerte.

Los guardianes del lecho son los testigos de la resurrección; pero, además, son mensajeros dispuestos a anunciarla. Están vestidos de blanco, el color de la gloria divina. Su carácter de testigos queda resaltado por la precisión del evangelista: "uno a la cabecera y otro a los pies donde había estado el cuerpo de Jesús". Colocados a un lado y a otro, muestran conocer lo que allí ha sucedido. Están sentados: el sepulcro vacío es el término de su misión: dan testimonio de que Jesús no está en él.

"Ellos le preguntan: Mujer, ¿por qué lloras? Ella les contesta: Porque se han llevado a mí Señor y no sé dónde lo han puesto".

Al contrario del texto del Cantar no es María la que pregunta a los guardianes, sino ellos a María. Siendo mensajeros, si ella les preguntara, le darían la información que poseen.

Pero son ellos los que preguntan el motivo de su llanto; su misma presencia gloriosa demuestra que el llanto no tiene sentido; ellos saben lo que ha ocurrido; pero María, obsesionada con su desesperanza, repite esa frase que expresa su desorientación y su pena. De esta manera tan tierna y tan poética está diciendo el evangelista la dificultad que experimentó el grupo de discípulos en tomar conciencia de la resurrección de Jesús.

Se dirigen a ella con el apelativo "Mujer" que Jesús había usado con su Madre en Caná (2, 4) y en la cruz (19, 26) y con la samaritana (4, 21), la esposa fiel y la esposa infiel de la antigua alianza. Los ángeles ven en María a la esposa de la nueva alianza, que busca al esposo desolada, pensando que lo ha perdido. María, de hecho, llama a Jesús mi Señor, como mujer al marido, según el uso de entonces.

"Dicho esto da media vuelta y ve a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús".

María piensa que el lugar propio para encontrar a Jesús es el sepulcro. Sin embargo, mientras siga mirando hacia allá no podrá encontrarlo nunca. "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Hay que dar media vuelta para ver a Jesús, que está de pie, como corresponde a una persona viva; de pie se opone a puesto, tendido (20, 12), la postura del muerto. Habría reconocido a un Jesús muerto, pero no lo reconoce vivo. Esta ceguera de María será reflejada más tarde en la de Tomás. Estos dos personajes muestran a la comunidad anclada en la concepción de la muerte como hecho definitivo. Se ve ahora claramente por qué Juan puso como culminación del día del Mesías el episodio de Lázaro.

La creencia en la continuidad de la vida a través de la muerte es la piedra de toque de la fe en Jesús.

"Jesús le dice: mujer ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: Señor, si tú te lo has llevado, dime donde lo has puesto y yo lo recogeré'.

Al no reconocer a Jesús, su presencia en el huerto le hace pensar que sea el hortelano.

Con esta palabra reintroduce Jn el tema del huerto-jardín, volviendo al lenguaje del Cantar.

Se prepara el encuentro de la esposa con el esposo. María no lo reconoce aún, pero ya está presente la primera pareja del mundo nuevo, el comienzo de la nueva humanidad. Es el nuevo Paraíso.

Jesús, como los ángeles, la ha llamado "Mujer" (esposa). Ella expresando sin saberlo la realidad de Jesús, lo llama "Señor" (esposo-marido).

María, sin embargo, sigue obsesionada con su idea: "si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto". Sigue sin comprender la causa de la ausencia de Jesús: piensa que se debe a la acción de los otros. En la frase de María aflora la ironía del evangelista: de hecho, Jesús se ha arrebatado él mismo del sepulcro. Ella no sabe que dando su vida libremente, tenía en su mano recobrarla (10, 18).

"Jesús le dice ¡María! Ella se vuelve y le dice ¡Rabboni! (que significa Maestro)". Jesús le llama por su nombre y ella lo reconoce por la voz. Este tema también aparece en el Cantar: "Estaba durmiendo, mi corazón en vela, cuando oigo la voz de mi amado que me llama: ¡ábreme, amada mía!" (5, 2; 2,8, LXX).

Al oír la voz de Jesús y reconocerlo, María se vuelve del todo, no mira más al sepulcro, que es el pasado, se abre para ella su horizonte propio: la nueva creación que comienza.

Ahora responde a Jesús.

Juan Bautista había oído la voz del esposo y se había llenado de alegría, viendo el cumplimiento de la salvación anunciada. Ahora, al esposo responde la esposa; se forma la comunidad mesiánica. Ha llegado la restauración anunciada por Jeremías (33, 11): "se escuchará la voz alegre y la voz gozosa, la voz del novio y la voz de la novia". Se consuma la NUEVA ALIANZA por medio del Mesías.

La respuesta de María: Rabboni, Señor mío, tratamiento que se usaba para los maestros, pone este momento en relación con la escena donde Marta dice a su hermana: El Maestro está ahí y te llama". Al mismo tiempo Rabboni podía ser usado por la mujer dirigiéndose al marido. Se combinan así los dos aspectos de la escena: el lenguaje nupcial expresa la relación de amor que une la comunidad a Jesús, pero este amor se concibe en términos de discipulado, es decir, de seguimiento.

...........................

"Le dijo Jesús: suéltame que todavía no he subido al Padre".

Tocar, abrazar, es la forma humana de asegurarse la realidad.

De este modo el abrazar o tocar pertenece a las formas elementales con las que el hombre capta la realidad externa. En tal caso, el giro «no me abraces» o "no me toques" o -de forma positiva- "Suéltame" sólo puede significar que la existencia del Resucitado no ha de comprobarse de esa manera mundana. El encuentro y contacto con Jesús resucitado se realiza en un terreno distinto, a saber: en la fe, por la palabra o «en espíritu». Realmente al resucitado no se le puede retener en este mundo. (...)

Con el deseo de palpar el hombre conecta frecuentemente la otra tendencia de querer convertir algo en posesión suya, de poder disponer de ello. Ahora bien el resucitado ni puede ni quiere ser abrazado así; mostrando con ello que escapa a cualquier forma de ser manejado por el hombre. Con ello se expresa una experiencia básica pos-pascual con Jesús y la tradición acerca de él. Pese a todo el saber de que disponemos, no es posible allegarse a Jesús, ni a través de un conocimiento histórico ni de un conocimiento teológico sistemático. Con lo cual no se quiere decir que tal ciencia no tenga valor alguno, pues posibilita unas aproximaciones de distinta índole. Es probable que uno de los efectos más importantes de la fe pascual del Nuevo Testamento sea el de conducir al hombre hasta una última frontera, en la que poco a poco ve con claridad que existe algo de lo que no cabe disponer, para conducirle simplemente al reconocimiento de eso indisponible.

J/RSD/INDISPONIBLE: Lo indisponible no se identifica sin más con lo absolutamente desconocido y menos aún con lo irreal. Se puede tener de ello un conocimiento bastante amplio, como en el caso de Jesús. Sólo que ese conocimiento ya no le proporciona al hombre ninguna seguridad; arrebata las seguridades palpables, asegurando en cambio un amplio y abierto espacio de libertad. La línea divisoria entre fe e incredulidad podrá pasar justamente por aquí, en si se reconoce y otorga vigencia a lo indisponible, o en si con todos los medios se le quiere eliminar o dominar. La incredulidad mundana consiste en querer eliminar lo indisponible para el hombre, en pretender negarlo; querer dominarlo a toda costa es precisamente la incredulidad eclesiástica y teológica.

En sus relatos pascuales Juan muestra, quizá mejor que los otros evangelistas, esa indisponibilidad de Jesús por principio. Dicha indisponibilidad, que en ningún caso excluye la proximidad permanente de Jesús en el futuro, se echa de ver en que el Señor sube, retorna al Padre: «Jesús le responde: "Suéltame, pues todavía no he subido al Padre. Vete a mis hermanos y diles: Voy a subir a mi Padre y a vuestro Padre; a mi Dios y a vuestro Dios."

La renuncia a la forma de comunicación material y sensible no significa en modo alguno la imposibilidad de comunicarse con Jesús. Precisamente su ida al Padre creará la base para la comunión permanente de la comunidad de discípulos con Jesús, según ha quedado expuesto de múltiples formas en los discursos de despedida. La escena lo recuerda. Juan recoge la imagen, tantas veces utilizada por él, de bajada y subida: como Logos hecho carne, Jesús ha descendido del cielo y, una vez cumplida su obra terrena, retorna de nuevo al Padre. Así describe Juan lo que el lenguaje cristiano tradicional denomina ascensión de Cristo. Y es que en él la pascua, la ascensión y pentecostés constituyen una realidad única. Y por ello también tienen lugar el mismo día. El modelo de la dilatación de los tiempos, según el cual entre la pascua y la ascensión transcurren cuarenta días, y diez días más entre la ascensión y pentecostés, se debe a Lucas. La Iglesia ha recogido en su año litúrgico ese esquema lucano.

María recibe del resucitado el encargo de anunciar a los discípulos, "a mis hermanos", el regreso de Jesús al Padre. Esta expresión, «a mis hermanos», resulta sorprendente; pero en este pasaje describe las nuevas relaciones que Jesús establece con los suyos, por cuanto que ahora los introduce de forma explícita en su propia relación con Dios. «Ya no os llamaré siervos sino amigos» (Jn 15,15). Desde esa base se entiende también el giro «a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios» no en forma limitativa, sino de franca comunicación: mediante la resurrección de Jesús los discípulos entran ahora a participar definitivamente en las relaciones divinas de Jesús. Por lo mismo, no se trata directamente de que Jesús distinga entre sus relaciones divinas personales, posiblemente ya metafóricas, y las relaciones secundarias, no metafísicas y puramente morales de los discípulos. En el Nuevo Testamento tales categorías metafísicas no son utilizables y falsean el sentido sino que para la comunidad de los creyentes no hay distinción alguna entre el Dios y Padre de Jesús y su propio Dios y Padre.

La fórmula se entiende desde fórmulas de comunicación parecidas, que aparecen en el Antiguo Testamento: «Tu pueblo es mi pueblo, y tu Dios es mi Dios» (Rut 1,16). Sólo que en Juan se da a la inversa; según su concepto de revelación, el hombre no puede por sí mismo elegir a Dios, sino que es elegido por él, y a través de Jesús.

El alegre mensaje pascual, que María ha de comunicar a los hermanos de Jesús, consiste en la fundación de una nueva comunidad escatológica de Dios mediante el retorno de Jesús al Padre (cf. también 1Jn 1,1-4). Vista así, la escena indica desde qué ángulo hay que entender el cuarto evangelio, que tiene su fundamento en la comunión divina permanente abierta por Jesús con la pascua.

EL NT Y SU MENSAJE:
EL EVANG. SEGUN S. JUAN/04-3 
HERDER BARCELONA 1980.Págs. 167-175


4.

Después de la versión de Mateo, he aquí la de Juan. Veremos que el mensaje es el mismo, en su substancia profunda, a pesar de algunos detalles diferentes. ¿Es el mismo relato? ¿Se trata de una segunda visita al sepulcro?

-Por la mañana del primer día de la semana, María Magdalena se quedó junto al sepulcro, fuera, llorando.

¡Ama tanto a Jesús! ¡Está tan triste de haberlo perdido! Mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados junto a la cabecera y a otro a los pies de donde había estado el cuerpo de Jesús.

El cuerpo no está allí. ¡La tumba está vacía! Desde el origen, en los lugares mismos del acontecimiento, este "hecho" ha sido afirmado por los primeros cristianos de Jerusalén... y no ha sido desmentido jamás. Incluso los jefes judíos, en sus discusiones muy extremadamente duras con los primeros cristianos, no han dicho nunca lo contrario.

Sencillamente han buscado otra explicación: ("¡los discípulos han robado su cuerpo"!) El descubrimiento de la tumba vacía no ha sido jamás presentado como una "prueba" de la resurrección: es un hecho establecido. Es también uno de estos "hechos" apremiantes -como todos los hechos- incluso si es inexplicable.

-"Mujer, ¿por qué lloras?" "Se han llevado a mi Señor."

No, no esperaban la resurrección. No tenían idea de esto. Es también un punto común a todos los relatos.

María Magdalena expresa aquí su primera reacción normal: "Han tomado su cuerpo". Es todo lo que se le ocurre decir.

-Diciendo esto, se volvió para atrás y vio a Jesús que estaba allí; pero no conoció que fuese Jesús.

Jesús está vivo. Está ahí, incluso cuando no se le ve. Jesús se ha mostrado a algunos para cerciorarles de que está siempre con ellos.

-"Mujer, ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?"

Siempre es Jesús quien toma la iniciativa. Es El quien se da a conocer, llamándola, aquí, por su nombre: "¡María!"

-Ella volviéndose le dijo: "Raboni!" que quiere decir "¡Maestro!".

Al llamarla por su nombre, se abrieron sus ojos.

Es necesario que pase del conocimiento que antes tenía de El a un nuevo conocimiento.

Cuando ella se queda en el pasado, quiere volver a encontrar al Jesús de antes, y no le reconoce:

Jesús, ahora aparece totalmente otro.

-Jesús continúa: "No me toques... Mas, anda ve a mis hermanos...

María quisiera retener a Jesús. Pero Jesús purifica este sentimiento demasiado posesivo: la envía en misión hacia los demás.

Todo cristiano todavía hoy no puede conocer verdaderamente a Jesús más que en la medida en que lleve su testimonio al mundo, junto a sus hermanos.

¿Es que mi fe me permite reconocer a Jesús tal como El lo ha dicho?:

--En los acontecimientos de mi vida: "Lo que hacéis al más pequeño, es a mí...

--en mi propio corazón: "permaneced en mí y Yo en vosotros ...

--en la eucaristía: "esto es mi cuerpo". ..

--en la evolución del mundo: "Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo..."

--en los ministros de la Iglesia: "quien a vosotros escucha, a mí me escucha ...

--en los pobres y los pequeños: "Tenía hambre, estaba en la cárcel..."

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984 .Pág. 180 s.


5. /Jn/20/01-18

Este fragmento del Evangelio de Juan aparece en extremo elaborado. En la base del texto hay, por lo menos, tres tradiciones distintas: por una parte, la que hace referencia a la visita a la tumba de Jesús por parte de las mujeres (vv 1-2.11-13); por otra -tal vez, dos tradiciones distintas- la visita a la tumba por los discípulos (3-10), y, finalmente el relato de la aparición de Jesús a María Magdalena (14-18). Pero, de hecho, en su redacción actual hay que interpretar estas escenas en el contexto de la teología joánica.

En este sentido nos encontramos ante dos relatos que subrayan un tránsito necesario a la nueva presencia de Jesús: tanto en el caso de los discípulos como en el de María de Magdala, se hace manifiesta una concepción de la fe en Jesús que se basa en el "ver" (vio y creyó: v 8) o en el contacto físico (déjame ir: v 16).

FE/SIGNOS: La fe, según el cuarto Evangelio, ha estado ligada al "ver a Jesús" o «ver sus signos». Por eso es conveniente una pedagogía de la fe que no se base únicamente en la experiencia física de Jesús, pues de otro modo la fe será imposible para la segunda y tercera generación de cristianos. Ya antes ha hecho el Evangelio una crítica de los signos como medio indispensable de acceso a la fe: "Sí, os lo aseguro: No me buscáis porque hayáis percibido señales, sino porque habéis comido pan hasta saciaros" (6,26); o bien, «como no veáis señales y prodigios no creéis» (4,48), etc. En el fondo, el Evangelio de Juan ha querido dejar bien establecido que la opción de la fe no se le ahorra a nadie: por más que los signos hayan podido ayudar, la opción de la fe no se puede saltar. Ante Jesús hay que tomar posición: o con él o contra él. No existe término medio. No hay ambigüedad posible.

FE/OPCION: Optar por Jesús nos sigue resultando difícil. Nos agradaría tener la certeza de que, al optar por él, acertamos. Nos gustaría tener pruebas. Nos gustaría no correr el riesgo de equivocarnos. A todo eso, el evangelio nos responde con mucha claridad: a Jesús no lo podemos ver, ni tocar..., pero, a pesar de todo, es todavía posible creer en él. Su presencia continúa siendo real. Tal vez sólo lo será si corremos el riesgo de aceptarlo incondicionalmente. Entonces ya no necesitaremos quizá más pruebas ni certezas. Porque la prueba y la certeza son él mismo.

ORIOL TUÑI
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 888 s.


6.- ANTÍFONA DE ENTRADA: /SI/15/03-04.

La Iglesia aplica hoy el introito no sólo a sus hijos recién bautizados, sino también a todos nosotros, "iluminados" por los santos misterios: "Les da a beber el agua de la sabiduría.

Con ella los hace fuertes y los ensalzará para siempre".

El júbilo pascual de este cántico está aún impregnado de la viva fe en los misterios, que tenía la antigua Iglesia. El acontecimiento del Bautismo es cantado aquí como una absoluta realidad. Escuchamos el murmullo de las aguas de la sabiduría; llevan consigo el aroma del Paraíso, pero también el amargo sabor de la sangre que brota del corazón abierto del Redentor. El misterio pascual comunica la sagrada gnosis, la santa sabiduría, y nos da a conocer la naturaleza de ésta: la ciencia es el fruto del árbol de la muerte, así como la muerte fue el fruto del árbol de la ciencia. El primer hombre comió del árbol de la ciencia; y el agua mortal que brota del costado del Hombre Dios al morir por nosotros en la cruz se ha convertido en el "agua de la sabiduría". El querer conseguir la ciencia contra la voluntad de Dios, trajo la muerte a todo el mundo; la muerte de Cristo en cruz por obediencia, consigue a todos la sabiduría. (...) El fruto de la muerte es la sabiduría. Ha sido otorgada al hombre por la lucha y la muerte de su Dios; a la Iglesia se le concede por medio de los misterios de la liturgia, que le permiten tomar parte en la lucha y la muerte de su Señor. Cristo, que cosechó los frutos, que son la paz y la sabiduría pascual, los reparte a los suyos. Pero solamente lo hace en la medida en que éstos hayan participado de su muerte; sólo cuando el agua de muerte del Bautismo ha sepultado al hombre con Cristo, podemos gustar del "agua de la sabiduría".

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO II EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 106 ss.


7.

1. Pedro termina su discurso de Pentecostés ante el pueblo reunido, con claridad y valentía. El que antes de la Pascua aparecía con frecuencia lento en entender los planes de Jesús, ahora está lúcido y ha madurado en la fe, conducido por el Espíritu. Pedro proclama el acontecimiento de la Pascua desde la perspectiva mesiánica: al Jesús a quien sus enemigos han llevado a la muerte, Dios, al resucitarle, le ha constituido Señor y Mesías, le ha «autentificado» ante todos en el acontecimiento de la Pascua.

Lucas nos describe el camino de la iniciación cristiana, con sus diversas etapas:

- muchos oyentes se dejan convencer por el testimonio de Pedro y preguntan: ¿qué hemos de hacer?,

- Pedro les dice que se conviertan, que abandonen su camino anterior, equivocado, propio de una «generación perversa»,

- o sea, que crean en Cristo Jesús,

- y los que crean, que reciban el bautismo de agua en nombre de Jesús, bautismo que les dará el perdón de sus pecados y el don del Espíritu,

- bautismo que es universal, para todos los que se sientan llamados por Dios,

- y así se incorporen a la comunidad eclesial, a la comunidad del Resucitado, que empieza a crecer nada menos que con tres mil nuevos miembros.

Este programa, que va desde la evangelización hasta el bautismo y la vida eclesial, se irá repitiendo generación tras generación, con más o menos énfasis en cada una de sus etapas.

Podemos cantar, con el salmo, que «la misericordia del Señor llena la tierra».

2. a) Esta vez es Juan el que nos cuenta el encuentro de María Magdalena con el Resucitado.

Es una mujer llena de sensibilidad, decidida, que ha sido pecadora, pero que se ha convertido y cree en Jesús y le ama profundamente. Ha estado al pie de la cruz. Ahora está llorando junto al sepulcro.

Se ve claramente que tanto las mujeres como los demás discípulos no estaban demasiado predispuestos a tomar en serio la promesa de la resurrección. La única interpretación que se le ocurre a la Magdalena, ante la vista de la tumba vacía, es que han robado el cuerpo de su Señor, y está dispuesta a hacerse cargo de él, si le encuentra: «yo lo recogeré».

En las diversas apariciones del Señor sus discípulos no le reconocen fácilmente: unos lo confunden con un caminante más, otros con un fantasma, y Magdalena con el hortelano. El Resucitado no es «experimentable» como antes: está en una existencia nueva, y él se manifiesta a quien quiere y cuando quiere. Eso sí, los que se encuentran con él quedan llenos de alegría y su vida cambia por completo.

Magdalena le reconoce cuando Jesús pronuncia su nombre: «María». Es la experiencia personal de la fe. Jesús había dicho que el Buen Pastor conoce a sus ovejas una a una. La fe y la salvación siempre son nominales, personalizadas, tanto en la llamada como en la respuesta.

Magdalena recibe una misión: no puede quedarse ahí, no puede «retener» para sí al que acaba de encontrar resucitado, sino que tiene que ir a anunciar la buena noticia a todos. Se convierte así, como vimos ayer de las demás mujeres, en «apóstol de los apóstoles».

b) Ojalá también nosotros, ante el acontecimiento de la Pascua, nos dejemos ganar por Cristo.

La Pascua que hemos empezado a celebrar nos interpela y nos provoca: quiere llenarnos de energía y de alegría. Se tendrá que notar en nuestro estilo de vida que creemos de verdad en la Pascua del Señor: que él ha resucitado, que se nos han perdonado los pecados, que hemos recibido el don del Espíritu y pertenecemos a su comunidad, que es la Iglesia.

Ayudados por la fe, seguramente hemos «oído» que también a nosotros el Señor nos ha mirado y ha pronunciado nuestro nombre, llamándonos a la vida cristiana, o a la vida religiosa o sacerdotal. El popular canto de Gabarain, lleno de sentimiento, está inspirado por tantas escenas del evangelio, además del caso de la Magdalena: «me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre». Y nosotros nos hemos dejado convencer vitalmente por esa llamada. Como los oyentes de Pedro a los que les llega su predicación al alma y preguntan qué deben hacer.

Somos enviados a anunciar la buena noticia. Pero sólo será convincente nuestro anuncio si brota de la experiencia de nuestro encuentro con el Señor.

Como Pedro y la Magdalena y las demás mujeres han quedado transformados por la Pascua, nosotros, si la celebramos bien, seremos testigos que la contagiamos a nuestro alrededor. Y los demás nos verán en nuestra cara y en nuestra manera de vida esa «libertad verdadera» y esa «alegría del cielo que ya hemos empezado a gustar en la tierra», como ha pedido la oración del día.

Claro que nosotros no acabamos de «ver» ni reconocer al Señor en nuestra vida, mucho menos que los discípulos a quienes se apareció. Pero tenemos el mérito de creer en él sin haberle visto con los ojos de la carne: «dichosos los que crean sin haber visto», como dijo Jesús a Tomás.

En la Eucaristía, tenemos cada día un encuentro pascual con el Resucitado, que no sólo nos saluda, sino que se nos da como alimento y nos transmite su propia vida. Es la mejor «aparición», que no nos permite envidiar demasiado ni a los apóstoles ni a los discípulos de Emaús ni a la Magdalena.

«Que tu pueblo, Señor, alcance la libertad verdadera (oración)

«La misericordia del Señor llena la tierra» (salmo)

«Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo» (aleluya)

«Anda y di a mis hermanos: subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro» (evangelio)

«Ya que habéis resucitado con Dios, buscad los bienes de arriba, donde está Cristo» (comunión)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 24-27


8.

Primera lectura : Hechos 2, 36-41 A Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha constituido Señor y Mesías

Salmo responsorial : 32, 4-5.18-19.20.22 La misericordia del Señor llena la tierra

Evangelio : Juan 20, 1-18 Jesús le dice: "suéltame, que todavía no he subido al Padre"

La soledad y la tristeza de María Magdalena no le dejan ir más allá del momento de profundo dolor que está viviendo por la desaparición del cuerpo de Jesús, quien inmediatamente le aparece enfrente pero al que ella no alcanza a reconocer. Una vez lo reconoce le habla con gran admiración y lo agarra con fuerza, pero Jesús le manifiesta que debe ir primero a donde su Padre. Cuando reconoce al Resucitado, la Magdalena corre en seguida a contar su testimonio a los discípulos.

Desde aquel tiempo la resurrección de Jesús será la llegada a la máxima realización del ser humano porque todo el anhelo de la humanidad ha sido llegar a conseguir un modelo de persona transformado, semejante a Dios. Con este ser humano nuevo, que es Jesús resucitado, es como si la creación volviera a empezar otra vez. La Magdalena tendrá aquí un papel muy importante ya que es puesta como la primera en recibir y acompañar la llegada de ese ser humano nuevo.

Para nuestra comunidad, la fe en el Jesús resucitado significa una transformación que asemeja una vuelta al paraíso en donde está el ser humano ideal, que más que un recuerdo de algo pasado es un proyecto de futuro. Aquí el Adán que aparece, no es el mismo del Génesis: es el perfecto, el auténtico, a la vez el original y el definitivo. Este Adán original, que es Jesús, quien ahora se da en la historia, necesita de una Eva, María Magdalena.

El Cristo resucitado, el amante, y la Magdalena ya convertida, la amada, serán quienes completarán la pareja que realizará en otro paraíso la nueva creación. Esta pareja se convertirá en el modelo de iglesia que buscará realizar la comunidad de Juan. Entonces la tarea de la iglesia será siempre reflejar, testimoniar a Jesús resucitado».

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9.

Pedro emplea su discurso para cuestionar y llamar a los presentes a un nuevo estilo de vida. El encuentro con el resucitado es una definitiva experiencia de Dios. Por esto, las personas que aceptan a Jesús se bautizan en la nueva comunidad de creyentes y entran a formar parte del nuevo pueblo de Dios.

Los creyentes no se distinguen de los demás porque usen uniformes o porque asuman prácticas misteriosas. Los seguidores de Jesús se diferencian por el modo distinto de vivir: comparten todo en comunidad y son fieles a las enseñanzas del Maestro.

La fidelidad a la enseñanza de los apóstoles es fidelidad al Evangelio. Los primeros testigos del Señor no se anuncian a sí mismos. Proclaman a Jesús de Nazaret como la Palabra definitiva que Dios ha dirigido a la humanidad.

Comparten lo que tienen. La propiedad individual entra al servicio de la comunidad, no para comodidad de los creyentes, sino como una forma concreta de servir al Evangelio sirviendo a los más pobres.

La comunidad se reúne para orar y compartir el pan. No es la sociedad del mutuo elogio ni de la autoafirmación absolutista. Es la congregación de fieles que comparten el pan de la mesa y el pan de la eucaristía. La alabanza al Señor nace de un sentimiento de gratitud y fraternidad, y no de un intimismo religioso.

En el Evangelio, María llora la muerte de su maestro y se asoma al sepulcro buscando en la memoria de los difuntos al hombre que fue su experiencia de Dios. Se han llevado a su Señor y no sabe dónde lo han puesto.

Esta misma situación ocurre hoy con Jesús. En el huracán de ofertas religiosas, cada quien publica su propia versión de Jesús. Lo ponen en uno y otro lugar. A veces como maestro esotérico, como místico oriental y otras como asombroso revolucionario. Sin embargo, éstas son sólo proyecciones de las propias necesidades. Jesús se manifiesta únicamente allí donde actuó: entre los pobres y marginados. La Escritura nos da testimonio de esta sencilla pero fundamental verdad.

Notas:

*Esta sección Hch 2, 41-47 es considerada un "sumario" del libro. En su estructura es similar a otros sumarios que Lucas presenta en su evangelio (Lc 3, 18-20). Los sumarios indican el fin de alguna sección narrativa y, a la vez, presentan una síntesis de la teología. En este sumario se informa por medio de un número simbólico, "tres mil", la constitución de una comunidad de fieles, venidos de todo el mundo, en Jerusalén.

*J. Rius Camps propone que el sumario comience en el v. 41 por la fórmula "así pues". Esta fórmula tiene la ventaja que cierra la sección de incorporación de nuevos integrantes a la comunidad cristiana indicando que es un grupo organizado, simbolizado por el número tres, y que el grupo comparte la práctica de los discípulos y apóstoles. Los nuevos miembros, sin embargo, no han recibido el Espíritu y son descritos como "almas", por su condición de novicios.

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10. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Todos los años, invariablemente, cuando llega el martes de Pascua, siento un escalofrío al recordar el encuentro de Jesús con María de Mágdala. Es como si en ese escueto diálogo se concentrara la mejor teología de la resurrección. María es la "primer testigo", antes que los apóstoles, quizá porque en ella nunca murió del todo el Maestro. "El amor es más fuerte que la muerte". Busca porque, en el fondo, ya ha encontrado. Quien ama desea fervientemente que nunca muera la persona amada.

Me impresiona que por dos veces se le pregunte a María por qué llora. La primera vez la pregunta la formulan los ángeles. La segunda, Jesús mismo, que, sabedor de la búsqueda incesante de María, añade: "¿A quién buscas?". Cuando María cae en la cuenta de que es Él, el Maestro, lo agarra, no quiere que su amor se esfume de nuevo. Pero el Resucitado no puede ser atrapado, ni siquiera con los lazos del amor. La búsqueda no tiene fin en esta vida. Estamos siempre buscándolo apasionadamente. Por eso Jesús le dice a María: "Suéltame, que todavía no he subido al Padre". La prueba de que ha entrado en la vida de la Magdalena no es que esta lo retenga como un tesoro a su libre disposición. Es algo que responde mejor a la dinámica del amor. La prueba de que lo ha encontrado es que lo regala: "He visto al Señor y ha dicho esto". ¿Puede haber un signo más hermoso de la resurrección? Sabemos que nos hemos encontrado con el Señor y si lo regalamos.

Vuestro amigo.

Gonzalo Fernández (gonzalo@claret.org)


11. CLARETIANOS 2003

Cuando los judíos oyen hablar a Pedro sobre la muerte y la resurrección de Jesús experimentan un doble movimiento:

Hacia dentro: Estas palabras les traspasaron el corazón.
Hacia fuera: ¿Qué tenemos que hacer, hermanos?
No sé si durante estos días hemos experimentado algo parecido. Recordemos lo vivido durante el triduo pascual. ¿Ha habido alguna palabra que nos haya traspasado el corazón, que haya roto la barrera de la rutina? ¿Hemos sentido alguna llamada a “hacer algo”, a salir de nuestra comodidad?

El evangelio de este Martes de Pascua nos regala nuevas palabras del Resucitado para iluminar el camino de nuestra vida:

¿Por qué lloras? ¿Podemos poner nombre a lo que nos hace sufrir? ¿Por qué a veces la vida nos parece tan dura? ¿Por qué la alegría dura tan poco? ¿Por qué nos cansamos de hacer el bien? ¿Por qué nos duele tanto el mal de este mundo ante el que nos sentimos impotentes?

¿A quién buscas? ¿Qué anhelamos, en el fondo, cuando esperamos una llamada telefónica, cuando mendigamos una sonrisa, cuando queremos que todas las piezas de nuestro mosaico encajen, cuando hacemos un favor a otra persona? ¿Qué se esconde detrás de nuestro desasosiego, de nuestros sinsabores, de esa sensación de que las cosas no resultan como habíamos imaginado?

Suéltame. Quisiéramos que Jesús fuera como una varita mágica, siempre al alcance de la mano, para ir cambiando las cosas a nuestro antojo. Y, sin embargo, el Resucitado es un amigo insumiso, que siempre está a nuestro lado, pero que no se deja dominar. Lo tenemos sin poseerlo. Lo tocamos sin apresarlo. Lo confesamos sin verlo.

Ve a mis hermanos y diles. Otra vez la llamada a salir de nosotros mismos y ponernos en camino. No es que comuniquemos lo que tenemos perfectamente claro, sino que, comunicando la buena noticia, se va aclarando el misterio de su presencia. ¡La paradoja que nunca acabamos de domesticar!

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


12. 2001

COMENTARIO 1

vv. 11-18. Jesús había anunciado a los suyos la tristeza por su muerte, pero asegurándoles la brevedad de la prueba y la alegría que les produciría su vuelta (16,16-23a). María, en cambio, llora sin esperanza (cf. 11,33) (11); ha olvidado las palabras de Jesús. No se separa del sepulcro, donde no puede encontrarlo.

Los guardianes del lecho (dos ángeles) (12) son los testigos de la re­surrección y están dispuestos a anunciarla. Blanco, color de la gloria di­vina; su presencia es un anuncio de vida. El vestido y la pregunta de los ángeles (13) muestran que no hay razón para el llanto. Mujer, apelativo usado por Jesús con su madre (2,4 y 19,6), la esposa fiel de Dios en la antigua alianza, y con la samaritana (4,21), la esposa infiel. Los ángeles ven en María a la esposa de la nueva alianza, que busca desolada al esposo, pensando haberlo perdido. Respuesta de María: como la primera vez que llegó al sepulcro (20,2), sigue pensando que todo ha terminado con la muerte.

Mientras siga mirando al sepulcro no encontrará a Jesús. En cuanto se vuelve (14), lo ve de pie, como una persona viva, pero la idea de la muerte la domina y no lo reconoce. La pregunta de Jesús (15) repite en primer lugar la de los ángeles: no hay motivo para llorar. Añade ¿A quién buscas?, como en el prendimiento (18,4.7), para darse a conocer.

Pero María no pronuncia su nombre. Hortelano: vuelve la idea del huerto/jardín, según el lenguaje del Cantar (19,41). Se prepara el en­cuentro de la esposa (Mujer) con el esposo (3,29). María, obsesionada con su idea, piensa que la ausencia de Jesús se debe a la acción de otros (si te lo has llevado tú).

Jesús la llama por su nombre (16)y ella reconoce su voz (10,3; cf. Cant 5,2). Se vuelve del todo, sin mirar más al sepulcro, que es el pa­sado. Al esposo responde la esposa (cf. Jr 33,11; Jn 3,29): se establece la nueva alianza por medio del Mesías. Rabbuni, “señor mío”, tratamiento de los maestros, pero también de la mujer dirigiéndose al marido. El lenguaje nupcial expresa la relación de amor y fidelidad que une la co­munidad a Jesús; pero este amor se concibe en términos de discipulado, es decir, de seguimiento.

Gesto implícito de María (Cant 3,4: »Encontré al amor de mi alma; lo agarraré y ya no lo soltaré»). La alegría del encuentro hace olvidar a María que su respuesta a Jesús ha de ser el amor a los demás. A ese gesto responde Jesús al decirle: Suéltame. Da la razón (aún no he subido, etc.). La fiesta nupcial será el estadio último, cuando la esposa, la humanidad nueva, haya recorrido su camino, el del amor total, y la creación quede perfectamente realizada.

Jesús envía a María con un mensaje para los discípulos, a los que por primera vez llama sus hermanos: amor fraterno, comunidad de iguales. Antes de la subida definitiva de Jesús al Padre (para quedarme), junto con la humanidad nueva, hay otra subida que dará comienzo a la nueva historia. Volverá con los discípulos (14,18). La mención del Pa­dre de Jesús como Padre de los discípulos responde a la promesa de 14,2-3: »En el hogar de mi Padre hay vivienda para muchos, etc.». Jesús sube ahora para dar á los suyos la condición de hijos (mis her­manos), mediante la infusión de su Espíritu (14,16s). Esta experiencia les hará conocer a Dios como Padre (17,3); será su primera experiencia verdadera de Dios. No van a llamar Padre al que conocen como Dios, sino al contrario: llamarán Dios al que experimentan como Padre. No reconocen a otro Dios más que al que ha manifestado en la cruz de Jesús su amor gratuito y generoso por el hombre, comunicándole su propia vida. Es el único Dios verdadero (17,3). La comunidad recibe noticia de la resurrección de Jesús (18).


COMENTARIO 2

Jesús, quien inmediatamente le aparece enfrente pero al que ella no alcanza a reconocer. Una vez lo reconoce le habla con gran admiración y lo agarra con fuerza, pero Jesús le manifiesta que debe ir primero a donde su Padre. Cuando reconoce al Resucitado, la Magdalena corre en seguida a contar su testimonio a los discípulos.

Desde aquel tiempo la resurrección de Jesús será la llegada a la máxima realización del ser humano porque todo el anhelo de la humanidad ha sido llegar a conseguir un modelo de persona transformado, semejante a Dios. Con este ser humano nuevo, que es Jesús resucitado, es como si la creación volviera a empezar otra vez. La Magdalena tendrá aquí un papel muy importante ya que es puesta como la primera en recibir y acompañar la llegada de ese ser humano nuevo.

Para nuestra comunidad, la fe en el Jesús resucitado significa una transformación que asemeja una vuelta al paraíso en donde está el ser humano ideal, que más que un recuerdo de algo pasado es un proyecto de futuro. Aquí el Adán que aparece, no es el mismo del Génesis: es el perfecto, el auténtico, a la vez el original y el definitivo. Este Adán original, que es Jesús, quien ahora se da en la historia, necesita de una Eva, María Magdalena.

El Cristo resucitado, el amante, y la Magdalena ya convertida, la amada, serán quienes completarán la pareja que realizará en otro paraíso la nueva creación. Esta pareja se convertirá en el modelo de iglesia que buscará realizar la comunidad de Juan. Entonces la tarea de la iglesia será siempre «reflejar, testimoniar a Jesús resucitado».

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


13. 2002

El evangelio nos presenta de una manera idílica el encuentro del Señor resucitado con una de sus más fieles discípulas: María Magdalena. Es idílico el lugar: Se trata del huerto en donde se encontraba, según san Juan, la tumba de Jesús. Idílica la trama del rela­to: los ángeles preguntan a la mujer por la causa de su llanto; lo mismo el hortelano; ella responde que llora la ausencia de su Señor, y recibe del Resucitado mismo la respuesta anhelada, cuando la llama por su propio nombre: "¡María!". Parecería una escena del Can­tar de los Cantares.

María nos representa a todos los seres humanos, ansiosos de encontrar el sentido definitivo de nuestra existencia, la clave de todos los enigmas, el remedio eficaz para todos nuestros males. Nosotros los cristia­nos sabemos que el Señor Resucitado es todo eso y mucha más. Pero no de una manera mágica: Él es la salvación, el perdón, la vida en plenitud, en la medida en que nos comprometamos a compartirlo con los demás. Es por eso que María Magdalena no puede to­car a su Maestro y abrazarse a sus pies para besarlos, sino que recibe el encargo de hacerse misionera, evangelizadora, de ir a anunciar a los discípulos la «buena nueva» de la resurrección. Como la Magdale­na también nosotros hemos de convertirnos en prego­neros de la gran noticia. Que Dios nos ha visitado en Jesucristo a quien resucitó de entre los muertos.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


14. DOMINICOS 2003

A la luz de la Pascua

Sea nuestro deseo que la luz de la Pascua alumbre a todos los pueblos.

Sea hoy nuestra oración que la luz de la Pascua penetre en todos los corazones y les haga sentir la alegría de vivir en la verdad, amor y compasión.

Sea hoy nuestra liturgia un himno de esperanza, amor y paz que cantemos todos los redimidos, hijos de Dios en Cristo.

La forma en que hoy la liturgia nos invita a hacer a todos los pueblos partícipes de la mesa compartida en la alegría pascual es muy peculiar. No se trata de convidar a banquete de bodas ni a solemnidades del templo. Se trata más bien de invitarnos a beber del agua de la sabiduría tal como brota de estas dos fuentes inspiradas:

el discurso de san Pedro con su mensaje de fe y de convocatoria a la conversión para vivir de la gracia del Resucitado,

y la sobrecogedora escena en que la Magdalena y Jesús se reencuentran, tras haber caminado en el dolor redentor durante la última semana en Jerusalén. Nutrámonos de su verdad.

ORACIÓN:

Tú, Señor Dios nuestro, en este día nos abres las puertas de la vida por medio de Jesús, tu Hijo, vencedor de la muerte. Concédenos a cuantos compartimos el gozo de la Resurrección vernos renovados por tu Espíritu; y a quienes todavía no han sido iluminados por su luz guíalos hacia la Verdad; así todos gozaremos del Reino definitivo de la luz y de la paz. Amén.

 

Palabra y Reflexión

Hechos de los apóstoles 2,36-41:

“Decía Pedro a los judíos el día de Pentecostés: Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías. Estas palabras les llegaron al corazón, y muchos preguntaron a Pedro y a los apóstoles: ¿qué hemos de hacer, hermanos? Y Pedro les contestó: arrepentíos y bautizaos cada uno invocando el nombre de Jesucristo, para que se os perdonen los pecados, y así recibiréis el don del Espíritu Santo...”

 El mensaje de Pedro a sus compatriotas judíos no era fácil de captar.

Significaba que el Jesús muerto por ellos en el Calvario, y aparentemente derrotado, había sido constituido por Dios “Señor y Mesías”.

¿Cómo podían ellos asumir esa verdad que contradecía totalmente sus actitudes y juicios? Solamente la gracia, el don de la fe, podía cambiar interiormente a los judíos.

Y algo de ese cambio acontecía al escuchar el testimonio valiente de Pedro. Éste en nada reparaba, pues quería testificar la verdad de su fe: Cristo vive, y es Señor y Mesías, y está a la derecha del Padre.

Aunque no podamos comprenderlo bien, el impacto de la fe y de las palabras de Pedro afectó a muchos, pues entendieron y asumieron que ese señorío y mesianismo les colocaba bajo la protección y amparo del Crucificado.

Por eso preguntaron qué actitud debían adoptar. La respuesta era fácil de dar: haced lo que no hicisteis antes: arrepentíos, convertíos, creed en Jesús, bautizaos, incorporaos a su vida y tendréis la salvación.

Evangelio según san Juan 20, 11-18:

“María Magdalena estaba junto al sepulcro, fuera, llorando. Llorando, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cadáver de Jesús.

Ellos le preguntan: mujer, ¿por qué lloras? Ella les contesta: porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. Dicho esto, la mujer dio media vuelta, y vio a Jesús de pie, pero no le reconoció.

Entonces Jesús le dice: mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: ¡Señor!, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré. Jesús le dice: ¡María! Ella se vuelve y dice: ¡Raboni! ¡Maestro!

María Magdalena se marchó y anunció a los discípulos: he visto al Señor y me ha dicho esto”.

Este cuadro evangélico lleno de delicadeza, ternura, amor, fidelidad, es mejor no desarrollarlo más, y dejar al alma que se explaye en cada uno de los gestos y palabras, pues aquí todo es “espiritual”, todo es “gracia”, todo es “luz”.

Naturalmente, a cada uno de nosotros, creyentes, nos hubiera emocionado vivir esa experiencia junto al sepulcro, en el huerto, con el Resucitado, y hablarle cara a cara con palabras de amor, de búsqueda, de entrega. Pero eso no se concede sino a quien ha subido primero al calvario, con el alma muy herida, y ha participado de la intimidad del Salvador.

No es vanidad o presunción aspirar a ella. Atrevámonos y repitamos en nuestra meditación, en nuestra oración de Pascua, una y otra vez, ese coloquio del huerto. Se escribió para decir la verdad del Resucitado y del amor de la Magdalena; y se escribió también para que todos y cada uno de nosotros participemos de la experiencia de encontrar a quien es nuestra vida y salvación, Jesús. Somos amigos de Dios y testigos de la resurrección de Cristo, por nuestra fe en Él.

Este es el día en que actuó el Señor. Sea, pues, grande nuestra alegría y nuestro gozo.

Señor, concédenos gustar del encuentro contigo cuando nos encontremos con otros hermanos en la fe, en el compromiso, en la animación, en el trabajo, en la vida.


15. ACI DIGITAL 2003

1. Véase Mat. 28, 1 - 10; Marc. 16, 1 - 8; Luc. 24, 1 - 11. El primer día de la semana: el domingo de la Resurrección, que desde entonces sustituyó para los cristianos al sábado, día santo del Antiguo Testamento (cf. Col. 2, 16 s.; I Cor. 16, 2; Hech. 20, 7). Sobre el nombre de este día cf. S. 117, 24; Apoc. 1, 9 y notas.

16. María Magdalena, la ferviente discípula del Señor, es la primera persona a la que se aparece el Resucitado. Así recompensa Jesús el amor fiel de la mujer penitente (Luc. 7, 37 ss.), cuyo corazón, ante esa sola palabra del Señor, se inunda de gozo indescriptible. Véase 12, 3 y notas: "Entonces María tomó una libra de ungüento de nardo puro de gran precio, ungió con él los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos, y el olor del ungüento llenó toda la cas. Sobre esta cena de Betania véase también Mat. 26, 6 ss.; Marc. 14, 3 ss. Según S. Crisóstomo y S. Jerónimo, esta María, hermana de Lázaro de Betania, no sería idéntica con la pecadora que unge a Jesús en Luc. 7, 36 - 50. En cambio, otras opiniones coinciden con la Liturgia que las identifica a ambas, como se ve en la Misa de Santa María Magdalena, el 22 de julio, y consideran que la actitud amorosa y fiel de Magdalena al pie de la Cruz y en la Resurrección (19, 25; 20, 1 - 18), es muy propia de aquella que en Betania escuchaba extasiada a Jesús (Luc. 10, 38 ss.)


16.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Les dio a beber del agua de la sabiduría; en ellos se hizo fuerza y no cederá; los ensalzará por encima de todos para siempre. Aleluya» (cf. Eclo 15,3-4).

Colecta (del Misal anterior y antes del Gelasiano y Gregoriano): «Tu, Señor, que nos has salvado por el misterio pascual, continúa favoreciendo con dones celestes a tu pueblo, para que alcance la libertad verdadera y pueda gozar de la alegría del cielo que ya ha empezado a gustar en la tierra».

Ofertorio: «Acoge, Señor, con bondad las  ofrendas de tu pueblo, para que, bajo tu protección, no pierda ninguno de tus bienes y descubra los que permanecen para siempre».

Comunión: «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba. Aleluya» (Col 3,1-2).

Postcomunión: «Escúchanos, Dios Todopoderoso, y concede a estos hijos tuyos, que han recibido la gracia incomparable del bautismo, poder gozar un día de la felicidad eterna».

Hechos 2,36-41: Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo. Ante el mensaje apostólico sólo cabe una actitud por parte de los judíos y para los paganos que sean de recto corazón: dejar la senda descarriada por medio de la conversión, la fe y el bautismo, que confiere el perdón de los pecados y el don del Espíritu. Para todos es necesario estar en estado de conversión permanente, pasar de un grado menos perfecto a un grado más perfecto en la vida cristiana. Esto es para nosotros vivir continuamente en misterio pascual. Sobre esta permanente conversión, Rabano Mauro dice:

 «Todo pensamiento que nos quita la esperanza de la conversión proviene de la falta de piedad; como una pesada piedra atada a nuestro cuello, nos obliga a  estar siempre con la mirada baja, hacia la tierra, y no nos permite alzar los ojos hacia el Señor» (Tres libros a Bonosio 3,4).

Y Juan Pablo II ha escrito: «El auténtico conocimiento de Dios, Dios de la misericordia y del amor benigno, es una constante e inagotable fuente de conversión, no solamente como momentáneo acto interior, sino también como disposición estable, como estado de ánimo. Quienes llegan a conocer de este modo a Dios, quienes lo ven así, no pueden vivir sino convirtiéndose sin cesar a Él. Viven, pues, en un estado de conversión, es este estado el que traza la componente más profunda de la peregrinación de todo el hombre por la tierra en estado de viador» (Dives in misericordia 13).

–En el plan salvador de Dios, fruto de su misericordia, la resurrección ocupa un lugar central. Dios resucitó a Jesús y resucitará a todos los que creen en Él, en una resurrección de gloria, porque de su misericordia está llena la tierra. Así lo proclamamos con el Salmo 32: «La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; Él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Nosotros aguardamos al Señor: Él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de Ti».

Juan 20,11-18: He visto al Señor y ha dicho esto. Jesús se aparece a María Magdalena, que ha venido a llorar junto al sepulcro. Tras un momento de duda, ella reconoce al Maestro y recibe de éste la orden de anunciar a los discípulos que va a subir al Padre. Comenta San Agustín:

«Al volverse los hombres, un afecto más fuerte sujetaba al sexo más débil en el mismo lugar. Y los ojos que habían buscado al Señor, sin encontrarlo, se deshacían en lágrimas, sintiendo mayor dolor por haber sido llevado del sepulcro que por haber sido muerto en la Cruz, porque ya no quedaba recuerdo de su excelente Maestro, cuya vida les había sido arrebatada. Este dolor sujetaba a la mujer al lado del sepulcro» (Tratado 121,1 sobre el Evangelio de San Juan).

Y San Gregorio Magno dice también:

«Llorando, pues, María se inclinó y miró en el sepulcro. Ciertamente había visto ya vacío el sepulcro, ya había publicado que se habían llevado al Señor. ¿Por qué, pues, vuelve a inclinarse y renovar el deseo de verle? Porque al que ama, no le basta haber mirado una sola vez, porque la fuerza del amor aumenta los deseos de buscar. Y, efectivamente, primero le buscó, y no le encontró; perseveró en buscarle y le encontró. Sucedió que, con la dilación, crecieron sus deseos, y creciendo, consiguió encontrarle» (Homilía 25 sobre los Evangelios).


17. DOMINICOS 2004

Mujer, ¿porqué lloras? ¿a quién buscas?



Que la luz de la Pascua alumbre a todos los pueblos y penetre en todos los corazones para hacerles sentir la alegría de vivir en la verdad, amor, esperanza, compromiso.

Hoy somos invitados en la liturgia a participar en la mesa de la alegría.

Allí se nos da a beber el agua del manantial de la sabiduría, tal como brota en dos fuentes inspiradas: en el discurso de san Pedro con su mensaje de fe y convocatoria a la conversión para vivir de la gracia del Resucitado; y en la narración sobrecogedora del encuentro de Jesús con la Magdalena, en el huerto feliz, tras haber caminado en el dolor redentor durante la semana de la Pasión del Maestro.

Quien no vibre de emoción al leerla, piense en sensibilizarse un poco más.

La luz de la Palabra de Dios
Hechos de los apóstoles 2,36-41:
“Decía Pedro a los judíos el día de Pentecostés: Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías.

Estas palabras les llegaron al corazón, y muchos preguntaron a Pedro y a los apóstoles: ¿qué hemos de hacer, hermanos?

Y Pedro les contestó: arrepentíos y bautizaos cada uno invocando el nombre de Jesucristo, para que se os perdonen los pecados, y así recibiréis el don del Espíritu Santo...”

Evangelio según san Juan 20, 11-18:
“María Magdalena estaba junto al sepulcro, fuera, llorando.

Llorando, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cadáver de Jesús.

Ellos le preguntan: mujer, ¿por qué lloras?

Ella les contesta: porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.

Dicho esto, la mujer dio media vuelta, y vio a Jesús de pie, pero no le reconoció.

Entonces Jesús le dice: mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?

Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: ¡Señor!, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré

Jesús le dice: ¡María! Ella se vuelve y dice: ¡Raboni! ¡Maestro!....

María Magdalena se marchó y anunció a los discípulos : he visto al Señor y me ha dicho esto “.

Reflexión para este día
El cuadro evangélico que se nos ofrece para sumirnos en profunda meditación está lleno de delicadeza, ternura, amor, fidelidad.

Es mejor no desarrollar el texto con comentarios y releerlo varias veces pausadamente.

Basta dejar al alma que se explaye en cada uno de los gestos y palabras, pues aquí todo es “espíritu”, todo es “gracia”, todo es “luz”: sepulcro abierto y vacío, voz de ángeles mediadores, desahogo de amor, mirada de Jesús, fascinación...

Naturalmente, a cada uno de nosotros, creyentes, nos hubiera emocionado vivir esa experiencia junto al sepulcro, en el huerto, con el Resucitado, y hablarle cara a cara con palabras de amor, de búsqueda, de entrega.

Pero eso no se concede sino a quien ha subido primero al calvario, con el alma muy herida, y ha participado de la intimidad del Salvador.

No es vanidad o presunción aspirar a ella. Repitamos en nuestra meditación, en nuestra oración de Pascua, una y otra vez, ese coloquio del huerto. Se escribió para decir la verdad del Resucitado y del amor de la Magdalena; y se escribió también para que todos y cada uno de nosotros participemos de la experiencia de encontrar a quien es nuestra vida y salvación, Jesús.

Somos amigos de Dios y testigos de la resurrección de Cristo, por nuestra fe en Él.


18.

¡Cristo ha resucitado!

Autor: Cefid

Acto preparatorio:

Cristo resucitado, me atrevo a ponerme en tu presencia para que me llenes de Ti y del gozo de tu triunfo sobre el mal y la muerte. Creo firmemente en tu presencia renovadora, pero aumenta mi pobre fe. Confío que eres Tú quien me guiará en esta meditación y en toda mi vida para vivir como un hombre o mujer nuevo(a). Enciéndeme con el fuego de tu amor, para que me entregue a Ti sin reservas y quemes con tu Espíritu Santo mi debilidad y cobardía para darte a conocer a mis hermanos.

Petición:

Enséñame, Cristo resucitado, a descubrirte, para ser un instrumento de tu amor, a buscar las cosas de arriba y a gozar de tu presencia a lo largo del día. Transfórmame, como a los primeros discípulos, en un apóstol convencido de tu resurrección, capaz de darlo todo por Ti.

Fruto que deseo lograr:

Salir de esta meditación con la decisión irrevocable y firme de buscar a Cristo en mi vida y darlo a conocer mediante mi alegría, entusiasmo, bondad y coherencia cristiana, así como con acciones concretas de evangelización.


Composición de lugar: Jn. 20, 11-18. La aparición a María Magdalena.

1. «Mujer, ¿por qué lloras?»

Las horas amargas del calvario han dejado una huella profunda en los discípulos. Aflora en ellos la duda, el desencanto. Les viene el deseo de regresar al pasado, de no haberse encontrado nunca con Cristo, de no haberle nunca entregado su amor.

Quizás el prototipo de estos momentos de soledad y abandono es María Magdalena. Ella había cambiado radicalmente su vida para consagrarse completamente al amor de Jesucristo, y sin embargo, ahora no lo encuentra. Llora desconsolada. Cristo se le aparece bajo la forma del jardinero y pregunta...

A nosotros también nos ocurre que el Señor se nos “esconde”, no lo hallamos con la facilidad de antes, y podría tocar a nuestra puerta el llanto, la desazón... Pero es necesario abrir bien los ojos. María todavía no tiene una fe plena en su Señor. Él ha muerto, y parece que todo ha terminado... ¡Lo tiene delante y no lo reconoce!

¿No nos sucede a nosotros otro tanto? Cristo está delante de nosotros en esa situación difícil, en ese fracaso aparente, en las pequeñas cruces de todos los días. Y nos pregunta, nos grita de mil maneras diversas, ¿por qué lloras? ¿No te has dado cuenta que he resucitado y estoy contigo para siempre?

Nos resulta urgente abrir los ojos de la fe. Cristo no acostumbra aparecer como Yahvé en el Antiguo Testamento. No hay rayos ni temblores. Jesucristo resucitado no quiere que le tengamos miedo y opta por lo sencillo. ¡Cristo camina con nosotros en lo cotidiano! Jesucristo se nos quiere manifestar en el trato con la familia, en la relación con el compañero de trabajo, la vecina, el cumplimiento del deber cotidiano. ¡Lo tenemos delante de los ojos, pero muchas veces no queremos descubrirlo! Da la impresión, en ocasiones, que conocer a Cristo sería más “fácil” si pusiera requisitos más complicados ... pero a Cristo se le conoce en la humildad de lo ordinario vivido de modo extraordinario.

“¡Levántate tú que duermes, y te iluminará Cristo!” nos anuncia la liturgia pascual. Pero podríamos decir también, levántate tú que estás abatido, triste, confundido, y sal al encuentro del Resucitado. Él ha olvidado ya tu pasado, tus traiciones e infidelidades. Él quiere secar hoy tus lágrimas. Es por eso que, como con María Magdalena, quiere iniciar contigo ahora un diálogo de corazón a Corazón...

2. «Si tú te lo has llevado...»

María Magdalena es una mujer que ama profundamente a Jesucristo. Impresiona que un enamorado sea capaz de ciertas “locuras” para agradar al amado y disfrutar de su presencia. El amor, cuando es auténtico, es donación, y su único límite es no tener límites.

Este amor que no conoce obstáculos lleva a esta mujer a decir cosas que, a simple vista, pueden parecer delirios o incluso acusaciones sumamente comprometedoras. Primero le insinúa al jardinero que ha sido un profanador del sepulcro de Cristo: “si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto...” Ella no está buscando culpables, sino que pide ayuda a quien sea. Su interés está en recuperar al amor de su vida que se le ha escondido. No reprocha, no reclama, simplemente suplica: “¡Oriéntame para encontrar al Maestro!” ¿También nosotros acudimos con ese interés a nuestra dirección espiritual, a los sacramentos? ¿Le pedimos a la Iglesia, a sus ministros, con verdadero interés, que nos muestren dónde está el Cristo vivo? ¿O nos hemos acostumbrado a su presencia silenciosa en la Eucaristía y en los hermanos?

Pero el amor de la Magdalena la empuja a más: “...yo lo recogeré”. ¿Cómo podrá una mujer sola cargar una cierta distancia el cuerpo de un hombre de 33 años, con la musculatura propia de un carpintero y peregrino, de un hombre-Dios que pudo expulsar Él solo a los mercaderes del templo? A la Magdalena, nuevamente, no le interesan las dificultades: su amor la empuja a vencerlas.

En nuestra vida también hay enormes dificultades y algunas nos parecen incluso imposibles. Sin embargo, el amor de un alma convencida se crece ante la adversidad. Su amor es tan intenso que, de un cierto modo, le descubre que Cristo resucitado está a su lado. Sólo le interesa encontrarlo, poseerlo y darse a Él sin medida.

3. «¡María!»

Cristo resucitado se conmueve ante el amor desinteresado y fiel de la Magdalena y la llama por su nombre. No puede seguir ocultándose y se le descubre. Y es que un amor así, a pesar de nuestras debilidades pasadas, conmueve a nuestro Señor hasta lo más profundo de su ser y se siente “desarmado”, no puede no corresponder a nuestro amor.

Jesús ha vencido al mal – incluso el que nosotros hemos cometido –, y nosotros hemos triunfado con Él. La Magdalena se postra ante Él, y Él la llena del gozo de su resurrección, como quiere llenarnos a nosotros en este rato de oración. Sólo basta perseverar en la prueba y pedir su gracia, buscar para encontrarlo.

Pero Cristo Resucitado nos muestra que Él no se deja ganar en generosidad. María Magdalena no pensaba encontrar más que un cadáver, y sin embargo, Cristo se le muestra con su cuerpo glorioso, vivo para siempre. Animados por esta confianza, debemos también acercarnos con una disposición de entrega a Jesucristo, para pedirle que nos ayude a vencer al hombre viejo, a vivir como hombres o mujeres nuevos...

La resurrección obra una auténtica transformación en la Magdalena. Ya no llora. Ahora es enviada por Cristo a anunciar el gozo de su triunfo: “Ve y dile a mis hermanos..” ¡Por primera vez en el Evangelio Cristo nos llama hermanos suyos! ¡Se ha realizado la filiación divina: somos verdaderamente hijos adoptivos de Dios y hermanos de Cristo! Y como tales, participamos de su misma misión... La resurrección no podemos guardarla en el baúl de los recuerdos, sino anunciarla a los cuatro vientos como María Magdalena, de manera que muchos otros hombres y mujeres se conviertan en apóstoles convencidos del Reino de Cristo.

María Magdalena sale a dar testimonio de la resurrección, pero su amor no le permite sólo rezar y dar ejemplo con su vida virtuosa para que los demás conozcan a Cristo. Ella siente la necesidad, esencial a nuestra vocación cristiana, de hacer algo, hablar, predicar, atender, ayudar, etc., todo lo que pueda, para dar a conocer el amor de Cristo al mundo.

Coloquio:

Señor Jesús, que con tu resurrección has destruido mi pecado y mi condena de muerte, ayúdame a buscarte en medio de las dificultades de cada día, para que hallándote te ame y amándote te siga y te anuncie a todos los hombres y mujeres con los que me encuentre hoy y siempre. Que el encuentro contigo en este rato de meditación me transforme, seque mis lágrimas y me dé fortaleza y arrojo para testimoniarte con alegría. ¡Señor, sé Tú mi compañero de camino hacia el Padre!


19.

Comentario: Rev. D. Antoni M. Oriol i Tataret (Vic-Barcelona, España)

«Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor»

Hoy, en la figura de María Magdalena, podemos contemplar dos niveles de aceptación de nuestro Salvador: imperfecto, el primero; completo, el segundo. Desde el primero, María se nos muestra como una sincerísima discípula de Jesús. Ella lo sigue, maestro incomparable; le es heroicamente adherente, crucificado por amor; lo busca, más allá de la muerte, sepultado y desaparecido. ¡Cuán impregnadas de admirable entrega a su “Señor” son las dos exclamaciones que nos conservó, como perlas incomparables, el evangelista Juan: «Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto» (Jn 20,13); «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré»! (Jn 20,15). Pocos discípulos ha contemplado la historia, tan afectos y leales como la Magdalena.

No obstante, la buena noticia de hoy, de este martes de la octava de Pascua, supera infinitamente toda bondad ética y toda fe religiosa en un Jesús admirable, pero, en último término, muerto; y nos traslada al ámbito de la fe en el Resucitado. Aquel Jesús que, en un primer momento, dejándola en el nivel de la fe imperfecta, se dirige a la Magdalena preguntándole: «Mujer, ¿por qué lloras?» (Jn 20,15) y a la cual ella, con ojos miopes, responde como corresponde a un hortelano que se interesa por su desazón; aquel Jesús, ahora, en un segundo momento, definitivo, la interpela con su nombre: «¡María!» y la conmociona hasta el punto de estremecerla de resurrección y de vida, es decir, de Él mismo, el Resucitado, el Viviente por siempre. ¿Resultado? Magdalena creyente y Magdalena apóstol: «Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor» (Jn 20,18).

Hoy no es infrecuente el caso de cristianos que no ven claro el más allá de esta vida y, pues, que dudan de la resurrección de Jesús. ¿Me cuento entre ellos? De modo semejante son numerosos los cristianos que tienen suficiente fe como para seguirle privadamente, pero que temen proclamarlo apostólicamente. ¿Formo parte de ese grupo? Si fuera así, como María Magdalena, digámosle: —¡Maestro!, abracémonos a sus pies y vayamos a encontrar a nuestros hermanos para decirles: —El Señor ha resucitado y le he visto.


20.San Gregorio Magno (hacia 540-604)
Homilía 25 sobre el evangelio; PL 76, 1188-1196

Te llama por tu nombre

“...si te lo has llevado tú,..” Como si María ya le hubiera dicho lo que era la causa de sus lágrimas. Ella habla de “él” sin pronunciar su nombre. Esto es propio del amor: lleno de aquel que ama, el amante cree que todos los demás participan en la misma pasión del amor... María no se imagina que alguien pueda ignorar la causa de su inmenso dolor.

Jesús le dice “María”. Hace un momento la llamó con el nombre genérico de su sexo: “mujer”, y no se daba a conocer. Ahora la llama por su nombre propio, como si le dijera sin ambages: “¡Reconoce al que te conoce!” Lo mismo decía Dios a Moisés, el hombre perfecto: “Te conozco por tu nombre.” (Ex 33,12) “Hombre” es el nombre común a todos, pero “Moisés” es su nombre propio y el Señor le dice con toda claridad que lo conoce por su nombre. Parece que le quiere dar a entender: “Yo no te conozco como el conjunto de las personas, sino que te conozco personalmente.”

Así, llamada por su nombre, María reco noce a su creador y le responde al instante. “Rabboni”, es decir, “maestro”. Era él a quien ella buscaba fuera, pero él le pedía que lo buscara dentro.... “María de Magdala se va a anunciar a los discípulos: “he visto al Señor y les contó lo que Jesús le había dicho.” (cf Jn 20,18) El pecado de los hombres abandona el corazón de donde había salido. Pues, era una mujer que en el paraíso ofreció al hombre el fruto de la muerte. Es una mujer que junto a la tumba, anuncia la vida a los hombres y trasmite las palabras de aquel que da la vida.


21. 2004. Comentarios Servicio Bíblico Latinoamericano

1ª Lectura
He 2,36-41
36 Tenga, pues, todo Israel la certeza de que Dios ha constituido señor y mesías a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado».

PRIMERAS CONVERSIONES
37 Al oírle, se conmovieron profundamente y dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué debemos hacer, hermanos?». 38 Y Pedro les dijo: «Arrepentíos, y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de Jesucristo para el perdón de vuestros pecados; entonces recibiréis el don del Espíritu Santo. 39 Porque la promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y también para todos los extranjeros que llame el Señor Dios nuestro». 40 Y con otras muchas palabras los apremiaba y los exhortaba diciendo: «Salvaos de esta generación perversa». 41 Y los que acogieron su palabra se bautizaron; y aquel día se agregaron unas tres mil personas.

Salmo Responsorial
Sal 33,4-5
4 pues la palabra del Señor es eficaz, y sus obras demuestran su lealtad; 5 él ama la justicia y el derecho, la tierra está llena del amor del Señor.

Sal 33,18-19
18 Pero el Señor se cuida de sus fieles, de los que confían en su misericordia, 19 para librarlos de la muerte y sostenerlos en tiempos de hambre.

Sal 33,20
20 Nosotros esperamos al Señor, él es nuestro auxilio y nuestro escudo;

Sal 33,22
22 Que tu amor, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

Evangelio
Jn 20,11-18
11 María se quedó fuera, junto al sepulcro, llorando. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro 12 y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, sentados uno a la cabecera y otro a los pies, donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. 13 Ellos le dijeron: «Mujer, ¿por qué lloras?». Contestó: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto». 14 Al decir esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús allí de pie, pero no sabía que era Jesús. 15 Jesús le dijo: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, creyendo que era el hortelano, le dijo: «Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto, y yo iré a recogerlo». 16 Jesús le dijo: «¡María!». Ella se volvió y exclamó en hebreo: «¡Rabbuní!» (es decir, «¡Maestro!»). 17 Jesús le dijo: «Suéltame, que aún no he subido al Padre; anda y di a mis hermanos que me voy con mi Padre y vuestro Padre, con mi Dios y vuestro Dios». 18 María Magdalena fue a decir a los discípulos que había visto al Señor y a anunciarles lo que él le había dicho.

* * *

El texto litúrgico de hoy toma la última parte del discurso de Pedro (2, 36): " Sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Mesías a este Jesús a quien Uds. han crucificado". Jesús ha sido constituido Señor y Mesías con poder, a partir de su resurrección y exaltación, delante de todo el pueblo de Israel. La efusión del Espíritu es la prueba sensible de ello y su raíz es Jesús glorificado.

Reacciones ante el discurso de Pedro (vv. 37-41). La multitud que escucha a Pedro interrumpe el discurso e interviene con una pregunta clave: "¿Qué hemos de hacer, hermanos?". El pueblo ya no se dirige a los jefes y ancianos de Israel, sino a Pedro y a los demás apóstoles.

Pedro ha dado testimonio con plena autoridad, como el nuevo jefe de Israel. Es él ahora el que debe orientar al pueblo de Israel. La respuesta de Pedro responde a un esquema tradicional: conversión y bautismo en el nombre de Jesucristo para el perdón de los pecados, y así poder recibir el don del Espíritu Santo.

El bautismo fue una práctica común en los profetas y mesías populares, como fue el caso de Juan Bautista. Aquí se trata del bautismo específicamente cristiano. Posiblemente Lucas refleja aquí una costumbre de la Iglesia de su tiempo, cuando el bautismo significaba explícitamente pertenencia a la Iglesia, como una identidad diferente de la sinogoga y de toda institución judía. No sabemos cuando se impuso la tradición del bautismo cristiano.

En los profetas populares el bautismo junto al río era un rito alternativo al Templo y marcaba un movimiento de ruptura con la institucionalidad sacerdotal del Templo. El bautismo cristiano debió nacer poco a poco dentro de esta tradición profética y mesiánica popular.

El bautismo como rito implicaba arrepentimiento y perdón de pecados. Juan Bautista proclamaba "un bautismo de conversión para perdón de los pecados" (Lc 3, 3). Lo nuevo ahora, después de la resurrección y exaltación de Jesús, es que los bautizados reciben el don del Espíritu Santo. Este don es para todos: para los judíos y para los gentiles ("los que están lejos" v. 39, citando a Is 57, 19). Así lo recibirán los samaritanos (8, 15-17) y el centurión romano Cornelio (10, 44-48).

En el v. 40 tenemos un recurso literario, un resumen o sumario, para dar a entender que Pedro no sólo dijo el sermón ya presentado, sino mucho más. Lucas recuerda una sola frase en la instrucción adicional de Pedro: "Sálvense de esta generación perversa". La "generación perversa" fue aquella que en el desierto se rebeló contra Dios (Dt 32, 5); o la que rechazó a Jesús (Lc 9, 41); ahora sería la que rechaza el testimonio de Pedro. En el contexto, se refiere a las autoridades de Israel. El pueblo de Israel, guiado ahora por los apóstoles, debe seguir a Jesús, recibir su Espíritu y salvarse de la generación perversa de los jefes, ancianos y sumo-sacerdotes del Templo.


22.

Reflexión

En los últimos años la Iglesia ha insistido continuamente en la importantísima función que tienen los laicos dentro del proyecto salvífico de Dios como ANUNCIADORES Y TESTIGOS de la resurrección de Cristo, como nos lo muestra hoy el Evangelio. Jesús se le revela a María Magdalena y la envía como evangelizadora, como anunciadora de la gran noticia: “Esta vivo, resucitó yo lo he visto”. Es pues necesario que cada uno de nosotros, como María Magdalena tomemos nuestro papel en este anuncio. Ninguna lengua se puede quedar callada: ¡Cristo está vivo! Esto significa que la muerte y el pecado han sido vencidos, que el poder de Dios guía nuestra vida, y que si vivimos y morimos con él reinaremos. ¡Aleluya hermanos: ha resucitado!

Que la resurrección de Cristo, llene de amor tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


23. La aparición a María Magdalena

Fuente: CAtholic.net
Autor: Xavier Caballero

Juan 20, 11-18

En aquel tiempo, estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto».Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» - que quiere decir: «Maestro» Jesús le dice: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios». Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.


Reflexión:

El amor auténtico pide eternidad. Amar a otra persona es decirle «tú no morirás nunca» – como decía Gabriel Marcel. De ahí el temor a perder el ser amado. María Magdalena no podía creer en la muerte del Maestro. Invadida por una profunda pena se acerca al sepulcro. Ante la pregunta de los dos ángeles, no es capaz de admirarse. Sí, la muerte es dramática. Nos toca fuertemente. Sin Jesús Resucitado, carecería de sentido. «Mujer: ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?» Cuántas veces, Cristo se nos pone delante y nos repite las mismas preguntas. María no entendió. No era capaz de reconocerlo.

Así son nuestros momentos de lucha, de oscuridad y de dificultad. «¡María!» Es entonces cuando, al oír su nombre, se le abren los ojos y descubre al maestro: «Rabboni».. Nos hemos acostumbrado a pensar que la resurrección es sólo una cosa que nos espera al otro lado de la muerte. Y nadie piensa que la resurrección es también, entrar «más» en la vida. Que la resurrección es algo que Dios da a todo el que la pide, siempre que, después de pedirla, sigan luchando por resucitar cada día. «La Iglesia ofrece a los hombres el Evangelio, documento profético, que responde a las exigencias y aspiraciones del corazón humano y que es siempre “Buena Nueva”.

La Iglesia no puede dejar de proclamar que Jesús vino a revelar el rostro de Dios y alcanzar, mediante la cruz y la resurrección, la salvación para todos los hombres». (Redemptoris Missio, n. 11) En las situaciones límites se aprende a estimar las realidades sencillas que hacen posible la vida. Todo adquiere entonces sumo valor y adquiere sentimientos de gratitud. «He visto al Señor» - exclamó María. Esta debe ser nuestra actitud. Gratitud por haber visto al Señor, porque nos ha manifestado su amor y, como a María, nos ha llamado por nuestro nombre para anunciar la alegría de su Resurrección a todos los hombres. Que la gracia de estos días sacros que hemos vivido sea tal, que no podamos contener esa necesidad imperiosa de proclamarla, de compartirla con los demás. Vayamos y contemos a nuestros hermanos, como María Magdalena, lo que hemos visto y oído. Esto es lo que significa ser cristianos, ser enviados, ser apóstoles de verdad.


24.

El Evangelio de Hoy me ha recordado una canción muy especial cantada por el sacerdote David Pantaleón, autoría del también sacerdote González Buelta. La canción se llama Único e inicia diciendo: “Cuando me llamas por mí nombre, cuando me llamas, ninguna otra criatura vuelve a ti su rostro en todo el universo....” En los tiempos de Jesús habían muchas Marías. Sin embargo, cuando María oyó a Jesús llamarla por su nombre, reconoció quién era Él que la llamaba. No hubo ninguna duda para ella de que se encontraba frente al Maestro, frente a su Salvador.

Mi Señor, te pido que yo, al igual que María pueda reconocerte cada vez que me llames. Que tengas mis oidos, mi mente y mi corazón atentos a tu llamado.

Dios nos bendice,

Miosotis


25.

¡Cristo ha resucitado!

Autor: Cefid

Cristo resucitado, me atrevo a ponerme en tu presencia para que me llenes de Ti y del gozo de tu triunfo sobre el mal y la muerte. Creo firmemente en tu presencia renovadora, pero aumenta mi pobre fe. Confío que eres Tú quien me guiará en esta meditación y en toda mi vida para vivir como un hombre o mujer nuevo(a). Enciéndeme con el fuego de tu amor, para que me entregue a Ti sin reservas y quemes con tu Espíritu Santo mi debilidad y cobardía para darte a conocer a mis hermanos.

Enséñame, Cristo resucitado, a descubrirte, para ser un instrumento de tu amor, a buscar las cosas de arriba y a gozar de tu presencia a lo largo del día. Transfórmame, como a los primeros discípulos, en un apóstol convencido de tu resurrección, capaz de darlo todo por Ti.

1. «Mujer, ¿por qué lloras?»

Las horas amargas del calvario han dejado una huella profunda en los discípulos. Aflora en ellos la duda, el desencanto. Les viene el deseo de regresar al pasado, de no haberse encontrado nunca con Cristo, de no haberle nunca entregado su amor.

Quizás el prototipo de estos momentos de soledad y abandono es María Magdalena. Ella había cambiado radicalmente su vida para consagrarse completamente al amor de Jesucristo, y sin embargo, ahora no lo encuentra. Llora desconsolada. Cristo se le aparece bajo la forma del jardinero y pregunta...

A nosotros también nos ocurre que el Señor se nos “esconde”, no lo hallamos con la facilidad de antes, y podría tocar a nuestra puerta el llanto, la desazón... Pero es necesario abrir bien los ojos. María todavía no tiene una fe plena en su Señor. Él ha muerto, y parece que todo ha terminado... ¡Lo tiene delante y no lo reconoce!

¿No nos sucede a nosotros otro tanto? Cristo está delante de nosotros en esa situación difícil, en ese fracaso aparente, en las pequeñas cruces de todos los días. Y nos pregunta, nos grita de mil maneras diversas, ¿por qué lloras? ¿No te has dado cuenta que he resucitado y estoy contigo para siempre?

Nos resulta urgente abrir los ojos de la fe. Cristo no acostumbra aparecer como Yahvé en el Antiguo Testamento. No hay rayos ni temblores. Jesucristo resucitado no quiere que le tengamos miedo y opta por lo sencillo. ¡Cristo camina con nosotros en lo cotidiano! Jesucristo se nos quiere manifestar en el trato con la familia, en la relación con el compañero de trabajo, la vecina, el cumplimiento del deber cotidiano. ¡Lo tenemos delante de los ojos, pero muchas veces no queremos descubrirlo! Da la impresión, en ocasiones, que conocer a Cristo sería más “fácil” si pusiera requisitos más complicados ... pero a Cristo se le conoce en la humildad de lo ordinario vivido de modo extraordinario.

“¡Levántate tú que duermes, y te iluminará Cristo!” nos anuncia la liturgia pascual. Pero podríamos decir también, levántate tú que estás abatido, triste, confundido, y sal al encuentro del Resucitado. Él ha olvidado ya tu pasado, tus traiciones e infidelidades. Él quiere secar hoy tus lágrimas. Es por eso que, como con María Magdalena, quiere iniciar contigo ahora un diálogo de corazón a Corazón...

2. «Si tú te lo has llevado...»

María Magdalena es una mujer que ama profundamente a Jesucristo. Impresiona que un enamorado sea capaz de ciertas “locuras” para agradar al amado y disfrutar de su presencia. El amor, cuando es auténtico, es donación, y su único límite es no tener límites.

Este amor que no conoce obstáculos lleva a esta mujer a decir cosas que, a simple vista, pueden parecer delirios o incluso acusaciones sumamente comprometedoras. Primero le insinúa al jardinero que ha sido un profanador del sepulcro de Cristo: “si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto...” Ella no está buscando culpables, sino que pide ayuda a quien sea. Su interés está en recuperar al amor de su vida que se le ha escondido. No reprocha, no reclama, simplemente suplica: “¡Oriéntame para encontrar al Maestro!” ¿También nosotros acudimos con ese interés a nuestra dirección espiritual, a los sacramentos? ¿Le pedimos a la Iglesia, a sus ministros, con verdadero interés, que nos muestren dónde está el Cristo vivo? ¿O nos hemos acostumbrado a su presencia silenciosa en la Eucaristía y en los hermanos?

Pero el amor de la Magdalena la empuja a más: “...yo lo recogeré”. ¿Cómo podrá una mujer sola cargar una cierta distancia el cuerpo de un hombre de 33 años, con la musculatura propia de un carpintero y peregrino, de un hombre-Dios que pudo expulsar Él solo a los mercaderes del templo? A la Magdalena, nuevamente, no le interesan las dificultades: su amor la empuja a vencerlas.

En nuestra vida también hay enormes dificultades y algunas nos parecen incluso imposibles. Sin embargo, el amor de un alma convencida se crece ante la adversidad. Su amor es tan intenso que, de un cierto modo, le descubre que Cristo resucitado está a su lado. Sólo le interesa encontrarlo, poseerlo y darse a Él sin medida.

3. «¡María!»

Cristo resucitado se conmueve ante el amor desinteresado y fiel de la Magdalena y la llama por su nombre. No puede seguir ocultándose y se le descubre. Y es que un amor así, a pesar de nuestras debilidades pasadas, conmueve a nuestro Señor hasta lo más profundo de su ser y se siente “desarmado”, no puede no corresponder a nuestro amor.

Jesús ha vencido al mal – incluso el que nosotros hemos cometido –, y nosotros hemos triunfado con Él. La Magdalena se postra ante Él, y Él la llena del gozo de su resurrección, como quiere llenarnos a nosotros en este rato de oración. Sólo basta perseverar en la prueba y pedir su gracia, buscar para encontrarlo.

Pero Cristo Resucitado nos muestra que Él no se deja ganar en generosidad. María Magdalena no pensaba encontrar más que un cadáver, y sin embargo, Cristo se le muestra con su cuerpo glorioso, vivo para siempre. Animados por esta confianza, debemos también acercarnos con una disposición de entrega a Jesucristo, para pedirle que nos ayude a vencer al hombre viejo, a vivir como hombres o mujeres nuevos...

La resurrección obra una auténtica transformación en la Magdalena. Ya no llora. Ahora es enviada por Cristo a anunciar el gozo de su triunfo: “Ve y dile a mis hermanos..” ¡Por primera vez en el Evangelio Cristo nos llama hermanos suyos! ¡Se ha realizado la filiación divina: somos verdaderamente hijos adoptivos de Dios y hermanos de Cristo! Y como tales, participamos de su misma misión... La resurrección no podemos guardarla en el baúl de los recuerdos, sino anunciarla a los cuatro vientos como María Magdalena, de manera que muchos otros hombres y mujeres se conviertan en apóstoles convencidos del Reino de Cristo.

María Magdalena sale a dar testimonio de la resurrección, pero su amor no le permite sólo rezar y dar ejemplo con su vida virtuosa para que los demás conozcan a Cristo. Ella siente la necesidad, esencial a nuestra vocación cristiana, de hacer algo, hablar, predicar, atender, ayudar, etc., todo lo que pueda, para dar a conocer el amor de Cristo al mundo.


26. CLARETIANOS 2004

Queridas amigos y amigas:

En el relato evangélico de hoy Juan nos presenta una María Magdalena llorosa que no vuelve a casa con Pedro y Juan, sino que se queda junto al sepulcro. Pedro y Juan habían entrado, habían visto y creído, y habían corrido a contárselo al resto de discípulos. María no había entrado con ellos y el testimonio que éstos le ofrecieron parece que no le fue suficiente.

Entre lágrimas, con miedo pero con deseo de encontrar a Jesús, entra sola en el sepulcro. Salen unos ángeles a su encuentro y también el mismo Resucitado, pero no le reconoce. Jesús le habla, pero tampoco reacciona. Tan sólo al sentirse llamada por su nombre es cuando reconoce la presencia del Señor y se acerca a él. Y es a partir de ese momento cuando también ella sale corriendo en busca de los discípulos para comunicarles que "¡ha visto al Señor!". Les contará, no lo que otros le han contado, sino lo que el Señor mismo le ha dicho; no hablará desde la teoría, sino desde la propia experiencia, desde el corazón. Sólo desde ahí podía hablar esta mujer verdaderamente enamorada de Jesús, que le seguía seguramente más desde el afecto (verdaderamente se sentía salvada por Jesús) que desde la razón.

El trato cercano con el Padre, de tú a tú, sintiéndonos llamados por nuestro nombre, sintiéndonos originales (no únicos) ante sus ojos, elegidos para una misión particular, acogidos y aceptados desde un amor de auténtico Padre, sostenidos por esa mano amiga que acompaña y nunca te suelta,... vivir esa experiencia de Dios, es lo que nos ayuda a ser fieles en el seguimiento de Jesús y lo que nos hace evangelizadores, constructores del Reino.

María Magdalena nos invita a entrar personalmente, a profundizar, a vivir, a reconocer al Señor que nos llama por nuestro nombre,... para después salir al mundo y hablar de lo que hemos vivido. En estos tiempos que decimos de "crisis en la transmisión de la fe" es necesaria, más que nunca, una vivencia personal y profunda de la fe, compartida, contrastada y alimentada en la comunidad. Una "fe de oídas" nos durará menos que un caramelo en el patio de un colegio.
Vuestra hermana en la fe,

Miren Elejalde (mirenelej@hotmail.com)


27. 2004

LECTURAS: HECH 2, 36-41; SAL 32; JN 20, 11-18

Hech. 2, 36-41. La efusión del Espíritu Santo en los Apóstoles los ha transformado de cobardes en testigos valientes de Jesús, muerto y resucitado por nuestros pecados. Pedro no se detiene para hacer ver la culpa de quienes hemos sido responsables de la crucifixión de Cristo. Pero a este Jesús Dios lo ha constituido Señor y Mesías. La piedra que desecharon los arquitectos ha venido a ser piedra angular, por obra del mismo Dios. Confrontando nuestra vida con Jesús, Mesías y Señor, reconocemos que somos pecadores y volvemos, humillados, la mirada hacia Dios, rico en Misericordia. Él tendrá compasión de nosotros y perdonará nuestros pecados. La conversión inicial culmina en el Bautismo; pero puesto que muchas veces nos hemos dejado nuevamente dominar por el pecado, el Señor no cesa de llamarnos a la conversión para que entremos, nuevamente, en comunión de vida con Él. Teniendo el perdón de Dios, Él infunde abundantemente su Espíritu en nosotros para que seamos testigos valientes de su Nombre ante todas las naciones, pues Él llama a la salvación no a un grupo, ni a una nación, sino a todos aquellos que ha creado, pues Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, aunque estén lejos. No encerremos ni entristezcamos en nosotros al Espíritu Santo. Que Él no sólo nos transforme en hijos de Dios, sino que nos ayude a dar continuamente testimonio de la Verdad tanto con las palabras como con las obras.

Sal. 32. Dios es rico en misericordia para con todas sus creaturas. Creer en Dios y confiar en Él es el inicio del camino hacia nuestra plena santificación. Dios nos concede más de lo merecemos y deseamos, pues nuestras buenas obras no bastan, por muy importantes que sean, para lograr los bienes que Dios ha prometido a los que Él ama. Dejarse amar por Dios, abrirle nuestro corazón es aceptar que Él nos salve del pecado y de la muerte y nos conduzca hacia la posesión de los bienes eternos. Dios no nos engaña; Dios se ha revelado como nuestro Dios y Padre; Dios, en Cristo, se ha convertido para nosotros en el único camino de salvación para el hombre. ¿Lo aceptamos en nuestra vida? Pongamos en Él nuestra esperanza, pues Él no defrauda a los que en Él confían.

Jn. 20, 11-18. Una vez que Cristo ha sido glorificado a la diestra del Padre, nosotros no sólo tocamos a Jesús, sino que nos hacemos uno con Él en la Eucaristía, Pan de Vida eterna. Quien se queda junto al sepulcro de Jesús aún no disfruta de la salvación. Qué bueno que busquemos amorosamente a Cristo; pero hay que reconocerlo cuando, lleno de amor, pronuncia nuestro nombre para decirnos que nos reconoce como suyos y que, cuando nosotros lo reconozcamos y aceptemos en nuestra vida, Él nos reconocerá como a sus hermanos, pues su Dios y Padre será también nuestro Dios y Padre; y esto no sólo de nombre, sino en verdad. Esto nos comprometerá a no sólo gozar de su amor y de su presencia, sino a proclamar su Nombre y sus maravillas a nuestros hermanos para que a todos llegue la salvación de Dios.

En la Eucaristía no sólo vemos a Jesús; no sólo somos testigos del Memorial de su Pascua, sino que entramos en comunión de vida con Él. Participamos así de su misma Vida y de su mismo Espíritu. Desde la Eucaristía el Señor quiere que lo reconozcamos en todos y cada uno de sus hijos, aun cuando tal vez la tristeza, el egoísmo o nuestros pecados, nos impidan reconocer en ellos la presencia del Señor, pues la dureza de nuestro corazón muchas veces, por desgracia, nos cierra al amor verdadero a nuestro prójimo. Quienes entramos en comunión de vida con Cristo no podemos sino ir con los mismos sentimientos de amor del Señor hacia nuestro prójimo. Sólo entonces sabremos que al buscar a Cristo lo encontraremos en aquellos con quienes ha querido identificarse para que en ellos lo amemos y lo sirvamos como Él lo hizo con nosotros.

Nosotros no sólo participamos de la Vida y del Espíritu de Jesús, sino también de la Misión que Él recibió del Padre. No sólo estamos a los pies del Maestro aprendiendo muchas cosas mediante su Palabra y sus Signos. Mientras no vayamos y proclamemos a los demás la Salvación que Dios ofrece a todos, estaremos en una etapa muy lejana a la auténtica madurez de la fe. Y proclamar el Nombre del Señor a los demás no sólo será un anuncio hecho con los labios. Nuestra vida misma, renovada en Cristo, debe ser un signo de la vida nueva que Dios quiere hacer llegar a todos los hombros, sin distinción de razas ni de condiciones sociales. Por eso no podemos atrapar la salvación para distribuirla a unos cuantos. La Iglesia católica, signo de la salvación de Cristo Resucitado y Glorificado a la diestra del Padre, debe hacer brillar el Rostro amoroso del Señor para todos los pueblos, sabiendo que el llamado a la santidad es para todos los hombres, y que la Iglesia, por voluntad de su Señor, es la responsable de hacerla llegar hasta el último confín de la tierra y hasta el final del tiempo.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de conocer íntimamente a Cristo para que, viviendo conforme a sus enseñanzas, podamos dar testimonio de Él ante todos aquellos a quienes Dios llama para que vivan con Él eternamente. Amén.

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28. ARCHIMADRID 2004

¿POR QUÉ LLORAS?

Hace tiempo en una casa de ejercicios espirituales leía una tablilla de madera en la que alguien –se ve que en un momento de sensiblería religiosa- había escrito: “Lo efectivo es lo afectivo”. Es una de estas frases en las que el orden de los factores no altera el producto y que, bien entendida, puede ayudar a alguien a rezar (a mí sinceramente no, pero es a causa de mi brutalidad). Los afectos son muy importantes y muchas veces marcan nuestra actuación en la vida para el bien o para el mal (cuando tenemos “un arranque” de ternura o de ira), ¡ojalá el Señor me concediese más momentos de afectos en la oración!, pero no hay que confundirla con la sensiblería.
“¿Por qué lloras?”, dos veces se le pregunta a María Magdalena en el evangelio de hoy. María no se queda en la desolación, en la tristeza, en la desesperanza sino que pone todos los medios para superar ese momento de desconcierto: “dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré”. Entonces el Señor le llama por su nombre y María reconoce el Señor resucitado.
¿Por qué lloras? La pascua se prepara con los cuarenta días de cuaresma, hemos podido sentir afectos, dolor de los pecados, vergüenza de nuestra vida. Seguro que hemos empezado a poner los medios: una buena confesión de nuestros pecados, aumentar nuestra oración y nuestra mortificación, hacer que se inflame nuestra caridad. Ahora continúa perseverando, sigue poniendo los medios que necesites y pronto descubrirás al Señor que está a tu lado. Lo efectivo es poner los medios, buscar, dedicar tiempo, preguntar a Jesús, como los judíos a Pedro: “¿Qué tenemos que hacer?, y hacerlo. Lo afectivo llegará, pero no lo busques. No pidas recompensas al Señor, no quieras ser “especial” si no haces lo que tienes que hacer.
En algunas ocasiones he visto llorar a jóvenes o menos jóvenes cuando los has enfrentado con la maldad y fealdad de su pecado, haciendo un juego de palabras podríamos decir que derramaban tal cantidad de lágrimas que la Magdalena se quedaría convertida en un polvorón, pero por mucho que lloraban eran incapaces de decidirse a tomar una determinación en su vida: abandonar a ese amante, dejar de tratar a ese hombre casado, hablar seriamente con su novio, dejar de ir al Bingo, no merodear por esos lugares de riesgo para su alma… Entonces se podrán tener todos los afectos del mundo, conseguir el don de lágrimas pero nunca se encontrarán con Cristo, se quedarán con su pecado y con su angustia, serán incapaces de responder a la pregunta ¿Por qué lloras? Pues en el fondo no se creen que Cristo ha resucitado, que todo se ha hecho nuevo.
“Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia”, espérala tú y a la vez “escapa de esta generación perversa”, no tengas miedo a poner los medios necesarios, porque aunque te parezca que vas a perder “la vida” te vas a encontrar con la Vida (con mayúsculas). Busca a un buen sacerdote que quiera que seas santo y déjate aconsejar con la ayuda del Espíritu Santo, no tengas miedo a romper con la vida anterior y con la compañía de la Virgen también tú dirás cara a cara: “¡Rabboní!, que significa: “¡Maestro!”.


29. Fray Nelson Martes 29 de Marzo de 2005
Temas de las lecturas: Arrepiéntanse y bautícense en el nombre de Jesucristo * He visto al Señor y me ha dado este mensaje.

1. Desquite santo
1.1 Nosotros traspasamos el corazón de Cristo; ahora, resucitado de entre los muertos, toma "desquite" traspasando nuestro corazón con la palabra enardecida de sus santos apóstoles y predicadores.

1.2 Es lo que presenciamos en la primera lectura de hoy. La divina eficacia del testimonio de Pedro, ungido con el Espíritu Santo, se traduce en una pregunta que ya tiene el apremio del amor que sólo da el cielo: "¿Qué tenemos que hacer, hermanos". ¡Momento glorioso, triunfo bellísimo, fuerza incomparable! ¿Hay algo más hermoso que saber que Cristo ha resucitado del sepulcro? Sí lo hay: saber que con su resurrección ha derramado gracias infinitas sobre el mundo y que tras de él vamos todos por misericordia y en razón de la fe.

2. Los Pasos
2.1 La conversión tiene unos pasos, que empiezan por el hecho de la Resurrección y que siguen este orden: testimonio apostólico, acogida de la palabra, conciencia del propio límite, acto de la fe, expresión pública de la fe en el bautismo, cambios concretos, integración en la comunidad cristiana, formación en la escucha de la enseñanza apostólica, la práctica de la caridad y la celebración de la fe. Tal es el itinerario básico para un adulto que llega a Cristo Resucitado.

2.2 Es muy interesante descubrir el lugar del bautismo. Las palabras de Pedro no dejan lugar a la duda: "arrepiéntanse y bautícense para el perdón de sus pecados". Lo que seguirá, según el primero entre los apóstoles, es la efusión y recepción del Espíritu Santo. Ahora bien, el acto del arrepentimiento y la efusión del Espíritu son actos interiores y en cierto modo "invisibles". El bautismo, por el contrario, es público y tangible. Esto suscita preguntas: ¿por qué es necesario bautizarse? Al fin y al cabo, ¿quién puede medir si tengo o no fe?

2.3 A poco que lo pensemos, sin embargo, resulta obvio que se necesita un signo exterior para la gracia interior, porque la comunidad cristiana como tal no está hecha de seres invisibles pero transparentes unos a otros, como son los ángeles. Nuestra condición corporal pide un signo que exprese con un lenguaje apropiado a nuestra naturaleza qué somos y qué empezamos a ser. Por eso entendemos que, a partir de la Resurrección del Señor somos básicamente un pueblo de bautizados.