TIEMPO DE NAVIDAD

DICIEMBRE

 

Dia 30: Día sexto dentro de la octava

- La figura de Ana, que parece no tener relevancia alguna, nos puede hacer pensar en la dedicación callada a Dios, en el espíritu atento a sus llamadas y manifestaciones, en la alegría de la salvación que siempre se nos muestra. Y también en lo que todos podemos aprender de los ancianos.

- El final del evangelio nos hace mirar a Jesús que va creciendo y aprendiendo. Los largos años de Nazaret son años de camino oculto: aprendiendo de sus padres y maestros, yendo a la sinagoga, llenándose de Dios. Es una vida normal como la nuestra, que vale la pena vivir como él la vivió.

- La 1. lectura invita a revisar nuestros criterios en la vida normal: vencer al Maligno, conocer al Padre, guiarse por aquello que viene del Padre y no por lo que viene del mundo.


1.- 1 Jn 2, 12-17

1-1.

La primera carta de Juan define las modalidades de la comunión con Dios: vivir con El en la luz, compartir su amor amando a los hermanos, en una palabra, conocerle. Pero esa comunión supone una elección deliberada. No es posible, en efecto, servir a dos amos a la vez: el Padre y el Mundo. Es la lección esencial de este pasaje.

* * *

a) El hombre y el cristiano se ven, en efecto, solicitados por dos fuentes de vida: el Padre y el Mundo. Pero no es posible beber de dos aguas: quien ama al mundo no puede tener en él el amor del Padre (v. 15), quien es solicitado por la "codicia" del mundo (v. 16) no puede serlo por la "voluntad" de Dios (v. 17) El término "mundo" recibe, pues, en la pluma de San Juan un sentido peyorativo: no se trata del mundo por el que Cristo ha muerto (1 Jn 2, 2; 4, 14; Jn 3, 17; 4, 42; 12, 47) y al que Dios ha amado tanto (Jn 3, 16), sino de esa humanidad que no cuenta más que consigo misma para salvarse y se niega a admitir que su futuro depende de una iniciativa gratuita de Dios. De ese mundo cuyo príncipe es Satanás (Jn 12, 31).

Amar a ese mundo no puede compaginarse con el amor de Dios: ¿cómo podría ni siquiera creer en la existencia de un Padre cuando se pretende no contar más que con uno mismo?

b) El amor al Padre se reconoce a través de ciertos indicios que ya ha enumerado Juan: por ejemplo, el amor de los hermanos (1 Jn 2, 8-11); la pertenencia al mundo se comprueba igualmente por ciertos indicios como someterse a las codicias de la carne, de los ojos y de la "vida" (v. 16), que están en contra de la voluntad del Padre.

La codicia de la carne designa sin duda esa hostilidad hacia Dios que anida en la carne; pecados de la sensualidad y de la gula. La codicia de los ojos apunta probablemente a los espectáculos del circo. La codicia de la vida hace alusión, al parecer, a las riquezas (los "medios de vida"). Por lo demás, esta lista no es exhaustiva: ofrece las principales características del comportamiento de quien hace de sí mismo lo absoluto.

c) Al hombre entregado a los impulsos de sus codicias se opone el que hace la voluntad de Dios y se deja conducir por su dinamismo. Pero nos encontramos en los últimos tiempos (v. 18), los del cumplimiento haciendo al hombre entrar en la vida eterna. La codicia del mundo replegado sobre sí mismo y que "pasará".

* * *

El cristiano no huye del mundo; forma parte activa de él y sabe que puede llevar al mundo a su floración eterna desde el momento que actúa en él tratando de obedecer los impulsos de la voluntad de Dios. Pero el mundo es pecador cuando quiere encontrar por sí mismo las técnicas y los medios de su salvación y de su promoción definitiva..., esos medios que no son, al fin de cuentas, más que codicias.

La Eucaristía forma parte del mundo, por su pan y su vino, por las palabras que en ella son proclamadas, por los hombres que reúne. Pero es al mismo tiempo iniciativa de Dios, una iniciativa a la que se remiten los miembros de la asamblea.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA I
MAROVA MADRID 1969.Pág. 245


1-2.

Hemos visto que a los gnósticos les gustaba llamarse a sí mismos "sin pecado", porque predicaban una moral supuestamente superior: Juan ya les ha condenado cuando escribe: "Si decimos que no hemos pecado, le hacemos (a Dios) mentiroso" (1, 10). Ahora se dirige a los fieles con estas palabras: "Habéis vencido al Maligno".

De nuevo, se trata de reconfortar a los verdaderos creyentes.

Estos están en la verdad; los demás, en el error. Al guardar la fe de la Iglesia, los creyentes acogen la obra de Dios en ellos: al dar su confianza a Cristo, se proporcionan un "abogado" ante el Padre. Ellos son, pues, y no los herejes, los que poseen la vida. ¡Que perseveren, a pesar de las fuerzas diabólicas que socavan la comunidad!

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 91


1-3.

S. Juan se dirige a sus lectores llamándoles "hijos". Es el denominador común aplicable a todos sus destinatarios. Después establece una distinción entre ellos: se dirige a los padres y a los jóvenes. Y, sin embargo, lo que escribe a cada grupo no es tan específico que no pueda aplicarse al otro. Lo que se dice de los padres puede aplicarse a los jóvenes y viceversa. El autor quiere comunicarles una alegre conciencia de lo que ellos son como cristianos: la alegre seguridad de la salvación. Sepan los cristianos que tienen vida eterna.

¿Qué es lo que dice el autor? Recuerda de modo general a sus "hijos", es decir, a todos los cristianos, que les han sido perdonados sus pecados, y en la segunda parte les dice que han conocido al Padre.

-"Os escribo, padres, porque conocéis al que es desde el principio". Por dos veces dice lo mismo. El que es desde el principio es JC.

¿Por qué a los lectores -a nosotros- aquí se nos llama "padres"? Porque nosotros, por nuestro "conocimiento de Cristo" -nuestra fe en Cristo y nuestra comunión con Cristo y con el Padre, producida por esa fe- hemos entrado a formar parte de la serie de los testigos. El autor sabe que aquellos a quienes él ha llamado "hijos", aquellos a quienes él pudo transmitir la comunión con Dios, son al mismo tiempo "padres" que han entrado a participar de su cualidad de testigo y podrán así transmitir a otros su fe y su comunión con Dios.

-"Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la Palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al Maligno".

El autor se refiere también a todos los cristianos como tales. El ser fuertes y el vencer es algo que caracteriza a una determinada edad, a la edad precisamente de los jóvenes. La Palabra de Dios permanece en vosotros: esto no es privilegio de una edad determinada. El autor quiere decirnos que frente al maligno, tenemos nosotros la energía combativa y la fuerza de victoria que tienen los jóvenes; que nosotros hemos de recibir y hemos recibido ya de Dios la energía para caminar en la luz.

D/MUNDO/ENEMIGOS: A continuación nos recuerda la exigencia fundamental que implica el cumplimiento de este programa: la separación del mundo. Dios y el mundo son dos realidades que mutuamente se excluyen. Permanecer en Dios significa alejarse del mundo.

"Tanto amó Dios al mundo que no paró hasta entregar a su Hijo Único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" /Jn/03/16-17.

No se trata del mundo en cuanto creación de Dios "...vio que todo era bueno". Tampoco se trata del mundo que los hombres van construyendo puesto que Dios encomendó la creación al dominio del hombre.

El mundo del que se exige una lejanía al cristiano es el símbolo de todo aquello que excluye a Dios. Siempre que una realidad humana se autoafirme absolutamente excluyendo a Dios y sus exigencias, entonces la palabra "mundo" se opone a "Reino de Dios". Porque lo que hay en el mundo -las pasiones del hombre terreno y la codicia de los ojos y la arrogancia del dinero- eso no procede del Padre, sino que procede del mundo:

-la apetencia de placeres para el cuerpo,

-la apetencia excesiva de bienes terrenos, sobre los cuales piensa el hombre edificar su vida dándole seguridad,

-y la arrogancia del dinero, es el corazón prisionero de las riquezas y cerrado para los hermanos: el desprecio práctico de Dios y de los hombres.

Por consiguiente "lo que hay en el mundo es el egoísmo pecador, el egoísmo que se opone al amor derramado por Dios. La triple concupiscencia que procede "del mundo" es la antítesis misma de lo que procede "del Padre", es todo lo contrario del amor generoso que se entrega.

Hoy debiéramos descubrir lo que hay en nosotros que es "del mundo" y escuchar la llamada del Padre a la conversión, a la renuncia de la voluntad caprichosa. Y caeríamos en una ilusión y engaño propio que esto lo podemos hacer sin una limitación sensible -quizá dolorosamente sensible- en la utilización de los bienes de la creación.

Entonces, implícitamente, se exige también la renuncia voluntaria a los valores de la creación. Una renuncia que no se exige por sí misma, ni tampoco como condición de posibilidad para un amor de Dios concebido en forma individualista de cada persona aislada, sino que se exige como condición de posibilidad para la plena comunión con el hermano y hermana que Dios coloca a nuestro lado.


1-4. MUNDO/RD:

-Os digo, hijos míos: «Vuestros pecados están perdonados por obra del nombre de Jesús».

Incansablemente, debemos repetirnos esas palabras a fin de que del fondo de nuestras vidas surja:

-nuestro agradecimiento absoluto a Dios.

-y el deseo sincero de nunca más pecar...

-Os lo digo a vosotros, padres porque: «conocéis al que es desde el principio».

San Juan se dirige, particularmente aquí, a las personas de edad avanzada y les recomienda que se apoyen en el «conocimiento» de Dios, y en su «estabilidad»: «el que existe desde siempre». ¡La vejez invita a concentrarse en lo «esencial»! En esa edad, muchas cosas «desaparecen». Así el árbol se despoja de sus galas después de haber dado sus frutos. Pero también es señal de que la primavera está cerca. «Os lo digo a vosotros, padres: «conocéis al que es, desde el principio».

-Os lo digo a vosotros jóvenes: «Habéis vencido al Maligno. Sois fuertes, porque la Palabra de Dios permanece en vosotros.»

Al dirigirse a los jóvenes, san Juan les recomienda ser «fuertes» para el combate que han de afrontar con el «Maligno»... apoyados en la «palabra de Dios».

-El compromiso...

-La oración de contemplación... -todo un programa de vida para jóvenes-.

-No améis al mundo ni lo que hay en el mundo.

El término «mundo», en la pluma de san Juan tiene, casi siempre un sentido peyorativo.

Se trata de esa «humanidad que sólo cuenta en sí misma y rehúsa confiar a Dios su porvenir».

Se trata del mundo encerrado en sí mismo... del mundo que «pretende bastarse a sí mismo»... del mundo «a puerta cerrada».

Un mundo tal no puede ir a la paz con Dios.

-Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él.

Esas son unas frases severas. Hay que escucharlas tal cual son. Ya decía Jesús: «¡No se puede servir a dos amos!».

Sin embargo, ese mundo pecador con el que ningún compromiso es posible, ¡Dios lo ha amado! para salvarle. El mismo san Juan puso en labios de Jesús esta otra frase: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna». (Juan, 3-16.)

Danos, Señor, saber condenar el pecado y amar a los pecadores...

Ayúdanos, Señor a «no ser del mundo» y a «amar al mundo» como Tú lo amas...

-Todo lo que hay en el mundo es:

-Deseos egoístas de la naturaleza humana...

-Concupiscencia de los ojos.

-Orgullo de las riquezas...

¡Todo ello no procede del Padre!

Efectivamente, lo que está condenado en el mundo es su «suficiencia», su «egoísmo», su «orgullo». El hecho de prescindir de Dios. ¡Bastarse a si mismo!

Detrás de esas palabras de Juan se perfila el paganismo de la época: la sensualidad aberrante del imperio romano decadente, los espectáculos indecentes y violentos del circo, la opresión de los ricos sobre los pobres. Evidentemente, si decimos que amamos a Dios, no tenemos derecho de amar a este mundo.

-Ahora bien, el mundo con sus deseos desaparecerá; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

¡Todo lo solamente humano... pasa! es frágil, transitorio, efímero.

Todo lo que tiene fin es corto. Sólo Dios permanece.

Uniendo mi vida a la tuya. Señor, ligo mi destino a tu vida eterna.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 68 s.


2-5. /1Jn/02/12-17

El tono solemne de este fragmento hace pensar, una vez más en el gran interés que tiene el autor por comunicar a los lectores la convicción de que están en la salvación, en la "vida", es decir, en comunión con Dios: lo dice y lo repite. El creyente no tiene pecado, conoce a Jesús, ha vencido al maligno. La gradación está hecha con una finalidad clara: el creyente ha vencido, a pesar de que el mundo sigue ejerciendo su influjo. De aquí la exhortación de la segunda parte del fragmento de hoy (15-17). El marcado dualismo que preside las declaraciones y la exhortación del autor nos resulta conocida por el AT, pero sobre todo por la literatura de Qumrán. El cuarto Evangelio es un exponente muy claro y definitivo: la oposición entre la luz y las tinieblas, la verdad y la mentira, la vida y la muerte, el bien y el mal, el amor y el odio... tienen un sentido muy concreto: hacernos caer en la cuenta de que han comenzado los últimos tiempos, que la salvación prometida ya está aquí y que no habrá que esperar nuevos acontecimientos para presenciar la irrupción de la era mesiánica.

De esta forma, el autor de nuestro escrito intenta subrayar la solidez y firmeza de su mensaje con el trasfondo del dualismo de los últimos tiempos. Intenta así reafirmar la convicción que quiere transmitir: que la palabra de Dios persevera en nosotros.

No deja de ser instructivo para el hombre de hoy este procedimiento: se adoptan todos los medios culturalmente significativos para la predicación del mensaje salvífico, a pesar de que también estos medios «pasarán». Es decir, es evidente que este marco cultural del dualismo escatológico nos resulta hoy día lejano y con dificultad captamos su sentido. Su fuerza no nos sacude. Casi podríamos decir que incluso nos resulta ajeno y teológicamente sospechoso: la división entre los creyentes y el "mundo" nos inquieta. Pero no es tan complicado ver lo que nos dice el fragmento de hoy: el «mundo» de Dios y el del Maligno son irreductibles. «El mundo pasa y su codicia también. En cambio, el que cumple la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn 2,17).

ORIOL TUÑI
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 618 s.


2.- Lc 2, 36-40

2-1.

VER FAMILIA LECTURA 3 CICLO/B


2-2.

-Vivía entonces una profetisa, llamada Ana... Vivió con su marido siete años y habíase mantenido viuda hasta los ochenta y cuatro de su edad. No salía del templo, sirviendo en él a Dios día y noche, con ayunos y oraciones.

Pobreza.

Ana pertenece al grupo de los pobres de Yahvé los "anawim". No posee nada. Tampoco es muy alegre su vida. La desgracia entró en su hogar. Si permanecía en su pobre casa, ¡la de una anciana! estaría sola todo el día. Entonces encuentra una solución: pasa la mayor parte del tiempo en el templo, rezando "día y noche". Es tanta su edad, y quizá sus fuerzas físicas muy disminuidas por alguna enfermedad... que nadie le pide ni le encarga nada... por lo demás podría sentirse inútil. Pero, cerca de Dios ha hallado una solución: hace de su vida una "ofrenda", "sirve a Dios", "ayuna": toda su vida es una especie de sacrificio, de holocausto, que sube al cielo como el humo del incienso en la oración y ofrenda de la tarde.

Y entonces, su vida, su pobreza son de un valor infinito; con lo que salva al mundo. Esta mujer es más importante a los ojos de Dios que todos los doctores de la Ley y los sacerdotes que ejercen sus funciones oficiales en el Templo.

-Ella proclamaba las alabanzas de Dios, y hablaba del niño a todos aquellos que esperaban la liberación de Israel.

Esta es la esperanza de los pobres, la humilde espera de los pobres: ¡ser liberados! Ana no se repliega en sí misma y ni su "ayuno" ni su "oración" son para sí misma. Ella no ofrece su vida en vista a su salvación personal. Lo que verdaderamente aporta es la "esperanza de Israel".

¿Cargo sobre mí a toda la humanidad? ¿Aporto la esperanza y la espera al mundo? En mi plegaria ¿está presente la Iglesia, pueblo de Dios? ¿Comparto mi esperanza con la de la Iglesia misionera? Y Ana, la ancianita, no está inactiva, pasiva, resignada, sin recurso... hace lo que puede: "hablaba... del niño a todos los que esperaban la liberación..."

..."proclamaba las alabanzas de Dios". Probablemente, en los oficios del Templo cantaría los salmos con toda su alma y con su cascada voz. Y al salir, hablaría de Dios a todos los que querían escucharla.

-"Cumplidas todas las cosas ordenadas por la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño iba creciendo y fortaleciéndose lleno de sabiduría, y la gracia de Dios, estaba en El".

Es preciso contemplar e imaginar largamente todo esto.

Jesús, a los tres años... está creciendo. A los seis años... su conciencia despierta con la educación y los buenos consejos de su madre y de José... va a la escuela, aprende a leer... va progresando...

Y no obstante, es Dios. Es un misterio.

Jesús sigue todas las leyes naturales del crecimiento humano, crecimiento físico, crecimiento intelectual (progresa en ciencia). Pasa por la pubertad y la adolescencia.

"Siendo como es el Hijo", acepta el no conocer su misión más que progresivamente, ha aprendido lo que es obedecer" (Hebreos, 5, 8).

Ha tomado para sí mucha condición de hombres en todo.

Realiza su fidelidad al Padre en una obediencia absoluta a su condición humana frágil y limitada.

Pobreza de Ana, la vieja pobreza de Jerusalén...

Pobreza de Dios "aquel que se ha despojado"...

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 68 s.


2-3.

1 Jn 2, 12-17: Hacer la voluntad de Dios

Sal 95, 7-10

Lc 2, 36-40: Testimonio de la profetisa Ana sobre el niño Jesús

Juan sigue insistiendo en el proyecto de una sociedad nueva que se deja guiar por la luz. Luz que es fuente de Vida. Luz que es Dios expresado en la Encarnación del Hijo. Esa luz pone a las personas en un dilema: hay que adherirse a ella. Ya sabemos lo que significa esa adhesión... pero la comunidad de Juan, una comunidad que ciertamente hizo suya la opción por la luz, tiene momentos de tensión, donde la opción por la Vida parece perderse en el "maremagnun" de los diversos proyectos que se cruzan. Cuando eso se hace realidad, es hora de parar para evaluar, para reafirmar la opción por la Vida y por las personas, especialmente, aquellas que más sufren. Juan tiene claro que negar a la persona, es dar las espaldas al proyecto de Vida, es apartarse de Jesús y su Amor. La persona para Juan se hace como punto de referencia obligatorio para medir nuestro compromiso con el proyecto de Vida. No hay que perder de vista el proyecto de la persona, bajo el cargo de vivir prisionero de las tinieblas.

Lucas, en el evangelio de hoy, pone en labios de Simeón, la seguridad que han de tener las personas comprometidas con la Vida: "mis ojos han visto la luz de las naciones" (Lc 2, 29-32). Simeón es, al igual que Zacarías, uno de los muchos piadosos y justos (Lc 1, 6) que aguardaban la liberación de Israel. El viejo Simeón al final de su vida pudo experimentar la liberación de Dios, liberación que esperan todos los justos. Éstos son los que aman al Señor (véase la traducción de la Biblia Latinoamericana); lo aman porque buscan, porque están luchando desde su pobreza por un nuevo espacio geográfico y social que sea significativamente distinto de aquel en el que se vive. En la pluma de Lucas, la liberación no es sólo para Israel, es para todas las naciones, sin condiciones. Nada ni nadie puede poner como pretexto que la liberación de las condiciones de tinieblas está restringida. A todas las naciones se les retira las vendas: no tienen porque andar en tinieblas. Han de buscar hacer realidad el nacimiento de la Nueva Sociedad que recibe en sus brazos al Verbo de Dios (v. 28).

Esa visión universalista de la sociedad liberada de las tinieblas, es lo que Lucas quiere transmitir con urgencia. De manera que las naciones y las personas que acogen a Jesús, que lo toman en los brazos, se obligan a un nuevo discurso y nueva praxis social que lleva a la liberación.

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2-4.

1. Las varias afirmaciones que en su carta hace Juan a los padres y a los hijos pueden ser sólo un recurso literario: lo que dice a unos lo puede decir tranquilamente a los otros. Y son unos consejos que nos vienen bien a todos los cristianos.

Una página así, leída estos días, puede recordarnos: . que se nos han perdonado los pecados en nombre de Jesús, oque conocemos al que es desde el principio, al Padre Que permanece en nosotros la Palabra de Dios .y que hemos vencido al maligno

Esto último -la victoria sobre el maligno- lo afirma dos veces de los jóvenes Son los que, cuando son creyentes, mayor fortaleza y valentía necesitan y muestran en la lucha contra el mal.

A unos y otros dice Juan que no amen al mundo. El mundo es el maligno Y no se puede servir a dos señores. El que ama al mundo no puede decir que ama a Dios.

Ya se ve claramente que Juan, cuando habla del mundo, no se refiere a la creación cósmica, sino que esta palabra tiene aquí un sentido peyorativo. Lo describe como «las pasiones del hombre terreno, la codicia de los ojos, la arrogancia del dinero». El mundo son, por tanto, las fuerzas del mal, en cuanto que se oponen a Jesús y su Reino. Es dar la prioridad, no a Dios, sino al materialismo, al sensualismo, a las ambiciones del propio yo.

2. La anciana Ana es otro testimonio entrañable en el ámbito de la Navidad.

Además de Esteban, Juan, los Inocentes, el anciano Simeón, los pastores, los magos, y sobre todo José y María, ahora es esta buena mujer, sencilla, de pueblo, que desde hace tantos años sirve en el Templo, y que ha sabido reconocer la presencia del Mestas y da gracias a Dios, y después habla del Niño a todos los que la quieren escuchar.

Ana no prorrumpe en cánticos tan acertados como los de Zacarías o Simeón. Ella habla del Niño y da gloria a Dios. Es «vidente» en el sentido de que tiene la vista de la fe, y ve las cosas desde los ojos de Dios. Es una mujer sencilla, viuda desde hace muchos años. Y nos da ejemplo de fidelidad y de amor.

En lo sencillo y lo cotidiano anda Dios. Como también sucedió en los años de la infancia y juventud de Jesús. El evangelio de hoy termina diciendo que su familia vuelve a Nazaret, y allí «el niño iba creciendo y robusteciéndose y se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios lo acompañaba». Los vecinos no notaban nada. Sólo José y María sabían del misterio. Pero Dios ya estaba entre nosotros y actuaba.

3. a) La carta de Juan nos pone ante el dilema: en nuestra vida, ¿seguimos los criterios de Dios, 0 nos hemos dejado contaminar por los del mundo? ¿de veras nos sentimos libres de esas «pasiones del hombre terreno, la codicia de los ojos y la arrogancia del dinero» a cosas equivalentes?

Seria bueno que, sin angustiarnos ni atormentarnos, pero con lucidez, recordáramos en este ambiente navideño que la vida es lucha, y que se nos pide -como ayer anunciaba Simeón- una continuada decisión: decir «sí» a Cristo y «no» a las fuerzas del maligno. Para que se pueda decir de nosotros que «hemos vencido al maligno» con la ayuda de ese Cristo Jesús, que es el que en verdad le ha vencido.

El que dice «sí» a Jesús, no puede a la vez decir «sí» al maligno. Por eso, celebrar la Navidad es apartarse de los criterios del mundo y seguir las huellas de Jesús, reordenar la jerarquía de los valores en nuestra vida, hacer una clara opción por sus bienaventuranzas, y no por las más fáciles o las de moda, que pueden ser claramente hostiles al Evangelio de Jesús.

b) El evangelio nos propone además la lección de esta buena mujer, Ana. Una del grupo de los «pobres de YaLvé», que esperaban confiados la salvación de Dios y la alcanzaron a celebrar gozosamente. Representante de tantas personas que desde su vida de cada día sirven a Dios y siguen el camino de Jesús, y, sin demasiada cultura probablemente, saben discernir los signos de los tiempos y se dan cuenta más que los sabios de la presencia de Dios en sus vidas.

En el seno de una familia, cuánto bien pueden hacer los abuelos, los padres, los hermanos, comunicando actitudes de fe y fidelidad. Cuánto bien puede hacer en el circulo de los amigos un joven valiente que no esconde su fe y su honradez, sin caer en la esclavitud de los criterios del mundo contrarios a Cristo. Y sobre todo las religiosas y religiosos, con los tres votos de castidad, pobreza y obediencia, con los que optan por una vida de seguimiento de Cristo y luchan contra las apetencias de este mundo.

Siempre que en nuestra vida hacemos opción por Cristo y renunciamos a los contravalores de este mundo, estamos ayudando a los que nos rodean a sentirse también ellos llamados a una mayor fidelidad a su fe. No hace falta que les dediquemos discursos: nos lo verán en nuestro estilo de vida

«Por este nuevo nacimiento de tu Hijo en nuestra carne líbranos del yugo con que nos domina el pecado» (oración)

«La Palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al maligno» (1ª lectura)

«Dios habló antiguamente a nuestros padres por los profetas, ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo» (aleluya)

«Ana, la profetisa, daba gracias a Dios y hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 .Págs. 122 ss.


2-5.

1 Jn 2,12-17: "Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Pues de toda la corriente del mundo, -la codicia del hombre carnal, los ojos siempre ávidos, y la arrogancia de los ricos-, nada viene del Padre, sino del mundo".

Lc 2,36-40: La profetisa Ana alaba a Dios al encontrarse con el niño.

El episodio de la profetisa Ana se encuadra en la presentación de Jesús en el Templo, junto con la alabanza del anciano Simeón, textos que se han proclamado el día de ayer en la celebración de la Sagrada Familia.

El evangelio de Lucas se preocupa por mostrar que la familia de Nazaret cumple con las prescripciones religiosas de su tiempo. Acudir al Templo para la purificación de la mujer que había dado a luz era un rito que toda familia debía cumplir.

Lo que ocurre luego es algo que es propio de la reflexión lucana. Tanto el anciano como la mujer descubren que este niño no es solamente un hijo de Israel: de él vendrá la salvación que toda la Escritura señala para el final de los tiempos.

Por lo tanto, para Lucas, estos cantos son a la vez de alabanza y de constatación escatológica: ha llegado el fin de los tiempos, y el anciano y la mujer (personajes con un importante grado de marginación en la sociedad de entonces) pueden darse cuenta de ello.

Esta mujer, además, también sale a anunciar esta noticia a "quienes esperaban la liberación_"; estos ya pueden estar tranquilos: el Mesías ha llegado.

Y nuevamente aparece ante nuestros ojos la grandeza de la originalidad de Lucas: su preferencia por la mujer y por los oprimidos.

Esta mujer, viuda, marginada, necesitada por tanto de sustento material, pertenece al grupo de los pobres de Yavé; es una mujer religiosa, vive una profunda comunión con Dios. Pero su religiosidad no se limita al ámbito de lo íntimo e individual. Dice Lucas que tenía el don de profecía, algo no común en Israel para las mujeres. Dios le había concedido ese don. El profeta es quien habla en nombre de Dios, y ahora eso es también para la mujer. Su condición de mujer religiosa le permitió reconocer en el niño Jesús al Mesías y su condición de profeta la llevó a compartir esta alegría (otro tema lucano fundamental).

El descubrimiento no viene de un modo repentino, mágico. La mujer había preparado su alma y su corazón desde hacía muchos años. Su religiosidad no era improvisada. Por lo tanto su predicación se apoyaba en una experiencia de vida religiosa profunda.

Pero hay algo más. Lucas quiere demostrar que el descubrimiento de Jesús como Mesías no depende de haber estado en contacto con el Templo, ni con la religión, sino directamente con Dios. La mujer servía en el Templo, y también lo hacían los sacerdotes.

Sin embargo, estos últimos no reconocen esta presencia de Jesús liberador. Es desde una experiencia con el Dios Vivo desde donde se puede reconocer al Mesías, y no desde la estructura religiosa o del Templo.

Esta experiencia directa con Dios abre el corazón a la novedad de lo que el mismo Dios quiera manifestar en cada tiempo.

Y éste es otro mensaje de esta Palabra. Quienes viven una profunda comunión, una real comunión con el Dios de la Vida, pueden descubrir lo que Dios está haciendo en la historia.

Por el contrario, quienes están atados a las estructuras, a la religión como sistema cerrado... jamás podrán ver lo nuevo de Dios, querrán mantener aquello que le da sentido a su existir: el sistema en cuanto tal.

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2-6.

1Jn 2, 12-17: El mundo aprecia lo que halaga a los ojos y el orgullo por las riquezas

Lc 2, 36-40: Una profetisa da gracias a Dios por la esperanza de Israel

Una mujer, anciana y viuda espera en el Templo que El Señor cumpla su misericordia con el pueblo elegido. Ella, como todos los israelitas piadosos, aguardaba el "día de la liberación de Jerusalén". Su esperanza estaba cifrada en todos los niños y jóvenes que constituirían el futuro de la nación. De ellos dependía que Israel viera un nuevo amanecer, que el pueblo recuperara su autonomía y la capital, Jerusalén, su significado regio. Pues, en Jerusalén ya no gobernaba un gran rey, sino un conjunto de fuerzas favorables al Imperio.

Las esperanzas de liberación nacional fueron aumentando a medida que Jesús crecía. Y llegaron a su punto más alto en el año 70 d. C., cuando los zelotes se apoderaron de Jerusalén y comenzaron la guerra contra Roma. Jesús, en su momento, comprendió el fondo de toda esa creciente expectativa y dio respuesta desde su fe en el Padre. Pero, al contrario de los otros movimientos, de izquierda y derecha, Jesús no alimento el orgullo nacionalista ni la sed de reivindicaciones violentas. El camino de Jesús se orientó en sentido contrario. Su propuesta, el Reinado de Dios, exigía que los seres humanos transformaran sus conciencias y las comunidades fueran espacios de vida íntegra y digna. En pocas palabras, que aceptaran al Dios de la Vida en su existencia y se dejaran conducir por El hacia una nueva realidad, creada a partir del caos existente.

Pero, ese clima de expectación mesiánica en el que Jesús vivió, también se convirtió en una trampa mortal. Cuando Jesús intervino en el Templo y deslegitimó su valor y el de las autoridades que lo dirigían, se enfrentó también con la ambigüedad del pueblo. La gente de Israel esperaba a un militar victorioso, a un rey omnipotente, a un sacerdote reconocido..., pero cuando vieron a Jesús y lo que él significaba, dudaron, e inclinaron la balanza hacia un mesías puramente nacional.

Jesús, como no correspondía a esa expectativa, fue eliminado del panorama. Para fortuna de la humanidad, algunos de sus seguidores y seguidoras mantuvieron la fe en él y luego la comunicaron al mundo.

Convirtieron en universal el significado de la persona que los había hecho despertar a una nueva conciencia y a una nueva forma de vivir en comunidad.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


2-7. CLARETIANOS 2002

En este “belén” que la liturgia nos va presentando durante el tiempo de Navidad, hoy le toca el turno a la “figurita” de Ana. La imagino como una anciana arrugada, parecida a algunas de las ancianas que también hoy están siempre en nuestros templos, como si fueran velas encendidas que se consumen lentamente ante el Señor. Ana, además de ser vieja, era viuda; es decir, pertenecía, junto con los huérfanos, a la categoría de los más pobres del pueblo, de los que no cuentan. ¿Qué sucede cuando se “encuentra” con el Niño? El evangelio de Lucas va describiendo las respuestas de los distintos personajes. Los pastores, por ejemplo, pasaron por diversas etapas: temor, alegría, anuncio. Pues bien, la vieja Ana reacciona de dos maneras: dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel. Merece la pena que nos entretengamos en estas dos actitudes y en otra previa: la actitud de paciente espera.

Ana, en primer lugar, es una mujer que, como los pobres de Yahvé, sabe esperar activamente: No se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. ¿No os parece que a menudo deseamos encontrarnos con Jesús sin apartarnos ... de nuestros intereses, sin purificar nuestras expectativas en una oración confiada? Es muy fácil decir “Yo no veo a Jesús por ninguna parte”, cuando esas partes en las que no lo vemos son el territorio diminuto de nuestro pequeño mundo de intereses, preocupaciones. La oración paciente, día y noche, es como un colirio que limpia nuestros ojos para ver al Niño donde muchos sólo ven a un bebé como otro cualquiera.

Cuando Ana lo reconoce, da gracias a Dios. Todo regalo libera nuestra capacidad de agradecimiento. Hoy es uno de esos días en los que también nosotros podemos dar gracias a Dios por todos los signos visibles de su amor, por todos los Cristos que ha ido colocando en el camino de nuestra vida. Nuestra fe de hoy es, en buena medida, el fruto de estos regalos.

Ana, finalmente, habla del Niño. Lucas siempre acentúa este aspecto confesante de sus personajes. A mí no me gusta nada el testimonio cuando se convierte en una especie de “género literario”. Frases como “Y ahora fulano de tal va a dar testimonio” me producen sarpullido espiritual. Hablar del niño no es pasarse todo el día contando eso de “Yo era un sinvergüenza, alejado de la religión, pero cuando Cristo entró en mi vida, todo cambió”. Hay personas a las que estos relatos les emocionan. Es respetable. A mí me parecen casi siempre hinchados y huecos. Hablar del niño significa, sobre todo, hacer visible el gozo, la esperanza, el coraje, que todo encuentro con Jesús produce en el entramado de la vida cotidiana.

Gonzalo Fernández cmf (gonzalo@claret.org)


2-8. 2002

EVANGELIO
Lucas 2, 36-40
(trad. Juan Mateos, Nuevo Testamento , Ediciones El Almendro, Córdoba)

36Había también, una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Esta era de edad muy avanzada: de casada había vivido siete años con su marido 37y luego, de viuda, hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. 38Presentándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
39Cuando dieron término a todo lo que prescribía la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su pueblo de Nazaret. 40El niño, por su parte, crecía y se robustecía, llenándose de saber, y el favor de Dios descansaba sobre él.


COMENTARIO 1

VIRGEN, CASADA Y VIUDA:
LA HISTORIA DE ISRAEL EN FASCÍCULOS

La figura femenina de Ana se corresponde con la masculina de Simeón, formando una pareja ideal (ambos son profetas): "Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Esta era de edad muy avanzada: después de su virginidad había vivido siete años con su marido y luego, de viuda, hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día" (2,36-37). La descripción es muy minuciosa, como corresponde a un personaje representativo, al igual que lo era la de Simeón.

La cifra 84 es un múltiplo de 12 (12x7), alusión a las 12 tribus de Israel, mientras que el número 7 tiene, entre otros, valor de globalidad; asumiendo, además, que el período de virginidad hubiese durado catorce años (dos septenarios), momento en que solía darse una hija en matrimonio, y que había vivido de casada siete años (otro septenario), su viudez habría durado sesenta y tres años (llenando los nueve septenarios restantes), es decir, tres cuartas partes de su existencia.

Mediante las tres etapas de la larga vida de Ana, traza Lucas los períodos más importantes (tres es marca de totalidad) de la vida del pueblo de Israel representada por ella: "virginidad", cuando Dios pactó con ella una alianza y la tomó por esposa; "casada con su marido", período de buenas relaciones de Dios con su pueblo; "viuda", por la ruptura de la alianza.

La alusión a la tribu de Aser, una de las diez tribus del norte, confirma el alcance de su representatividad. La mención de la "edad muy avanzada", situada ya en el límite, contrasta con la doble mención de la "edad avanzada" de Zacarías e Isabel (cf. 1,7.18). De una parte, Ana está muy arraigada al pasado (genealogía) y a la institución judía (templo); de otro, por su calidad de "viuda", dice relación con el pueblo de Israel, que ha enviudado de su Dios, mientras que como "profetisa" lanza un grito de esperanza ante semejante desastre nacional.

¿LIBERACION NACIONAL O LIBERACION DE LOS OPRIMIDOS?

"Presentándose en aquel instante, se puso a dar gracias a Dios y a hablar del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel" (2,38). Tanto Simeón como Ana convergen en el preciso momento en que Jesús es presentado a Dios en el templo. Simeón continúa la línea del cántico de María: "caída" de los opresores y "alzamiento" de los oprimidos por ellos; Ana, la de Zacarías: "la liberación de Israel" de los enemigos externos. Lucas logra así que se entrecrucen los contenidos de los himnos de María (Madre por la venida del Espíritu Santo sobre ella) y Simeón (hombre sobre el que reposa el Espíritu Santo) con los de Zacarías (inspirado por el Espíritu Santo) y Ana (profetisa). María-Simeón hablan del "auxilio" (1,54) / "consuelo" (2,25) que Dios viene a traer a los pobres y humillados de Israel frente a los ricos y poderosos que lo oprimen; Zacarías-Ana, de la "liberación de Israel" (1,68) / "de Jerusalén" (2,38) por obra de Dios frente a los enemigos de fuera. Las dos tendencias están muy enraizadas en Israel y ambas cuentan con el respaldo del Espíritu Santo.

En su calidad de Salvador/Liberador, Jesús irá más allá: su muerte dejará perplejos a los que aguardaban la liberación/restauración de Israel (cf. 24,21; Hch 1,6; 3,21); su mensaje no se limitará a proclamar la liberación de los oprimidos frente a los opresores ni se circunscribirá a Israel, sino que creará una comunidad de hombres y mujeres libres que, siguiendo su ejemplo, se pongan al servicio de los demás. De momento, el Espíritu profético sigue la línea de los profetas del Antiguo Testamento. Será en Jesús donde el Espíritu Santo podrá desplegar plenamente toda su fuerza y dinamismo, sin las limitaciones inherentes a todo profeta, condicionado por la tradición patria.

VUELTA A LA REALIDAD COTIDIANA DE NAZARET

"Cuando dieron término a todo lo que prescribía la Ley del Señor, regresaron a Galilea, a su pueblo de Nazaret" (2,39). Se cierra así, mediante una inclusión (Galilea-Nazaret: 2,4 // 2,39), la prolongada -teológicamente hablando- estancia de Jesús y de sus padres en Judea (Belén-Jerusalén), durante un período de "cuarenta días" contando a partir del nacimiento del niño hasta su presentación en el templo, habida cuenta que "cuarenta" connota un período relativamente largo, completo y cerrado; en años, el de una generación. Por quinta y última vez se menciona el cumplimiento efectivo de la Ley por parte de los padres de Jesús. Un decreto del César ha puesto en marcha todo ese proceso. Una vez terminado, regresan a Nazaret de Galilea, como quien cierra un largo paréntesis destinado a encuadrar el nacimiento de Jesús en las coordenadas nacionales y religiosas del judaísmo.

PRIMER COLOFÓN: INFANCIA DE JESÚS
RODEADO DEL FAVOR DIVINO

"El niño crecía y se robustecía, llenándose de sabiduría, y el favor de Dios descansaba sobre él" (2,40). Durante los primeros años de su vida (antes de alcanzar los doce años, momento de su presentación a Israel), Lucas subraya el crecimiento y afianzamiento del niño, en paralelo con el de Juan Bautista (cf. 1,80), pero acentuando su superioridad respecto al precursor. La sabiduría va dando a Jesús una visión profunda sobre el plan de Dios. La presencia continua del favor divino indica una limpidez sin obstáculos. Jesús, que había nacido en la más completa marginación, no se separa de su entorno familiar, mientras que Juan, que había visto la luz rodeado de sus familiares, parientes y vecinos, aguardó en el desierto el momento de su presentación a Israel.


COMENTARIO 2

El día de ayer comentábamos la gran importancia que tienen los himnos litúrgicos en el evangelio de Lucas, y subrayamos dicha importancia en razón de los contenidos teológicos de los himnos. Sin embargo, tendríamos que añadir algo más, a fin de ver la importancia del texto bíblico de hoy. El evangelista Lucas no pone los grandes contenidos teológicos del evangelio de la infancia en boca de teólogos notables, ni en labios de los sumos sacerdotes, o de los levitas y sacerdotes del templo, o de los escribas y doctores de la Ley, o de los fariseos o saduceos, etc. No. Los mayores contenidos teológicos del evangelio lucano -excepto en el caso de Zacarías- están en boca de la gente más humilde y sencilla (Isabel, María, Simeón, Ana, los pastores...); tres de estas personas son mujeres -consideradas impuras y menores de edad, a quienes no se les podía enseñar la ley, ni tampoco enseñar a leer, y quienes no eran sujetos aptos para testimoniar la verdad ante ningún tribunal. Pues bien, personas de esta clase son las que rodean a Jesús en el momento de su aparición en la tierra. Las grandes verdades teológicas no salen del Templo, ni llevan la aprobación del Sumo Sacerdote, ni de los sacerdotes o levitas de turno, ni de los doctores de la ley. Ellas se viven y se pronuncian en el ámbito profano del pueblo simple y sencillo, en el ambiente de la impureza femenina, en boca de gente estéril y por lo mismo considerada maldita, en labios de ancianos y de viudas envejecidas, considerados estorbo y desecho de la sociedad.

Este es el contexto en el que hay que leer el evangelio del día de hoy. La protagonista es una anciana muy mayor. Sumémosle a los años que tenía cuando se casó, los siete que vivió casada y sus ochenta y cuatro de viuda, y nos haremos la imagen de una mujer ya más que centenaria. Sin embargo, Lucas la llama "profetisa", es decir, reveladora de la voluntad de Dios, pese a su condición de inferioridad social, por ser mujer, viuda y anciana. Su mirada espiritual era más fuerte que sus ojos apagados de mujer y anciana centenaria. Ella "les hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel". Anciana y todo, era evangelizadora, tenía viva la mirada para conocer a quienes aún esperaban algo, y estaba claramente definida por la necesidad de un cambio social: les hablaba a quienes aguardaban la "liberación" de Israel. Y cuando un judío hablaba de "liberación" tenía clavada en el alma la memoria del éxodo de Egipto. Saber envejecer con el alma joven, no sólo pensando en que es posible un cambio social en justicia, sino también anunciándolo y promoviéndolo, es la forma que el Evangelio nos propone de llegar a ser mayores sin convertirnos en viejos, de darle al cambio social la madurez de la experiencia, y de ser revolucionarios sin los espejismos y superficialidades de los años inmaduros.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-9. DOMINICOS 2003

6º día de la octava de Navidad

Padre nuestro, concédenos en estos días que al contemplar tantas veces a Jesús, tu Hijo, sobre unas pajas, claudique la dureza de nuestra insolidaridad y nos llenemos de luz.

Ponderemos hoy cómo es en la vida palpitante y dura donde aprendemos los hombres a saborear el don del amor y de la libertad.

Venturosa libertad la de quien cultiva ese don en el jardín de la bondad, de la justicia, del amor, de la confianza, como hijo en su hogar amado.

Nadie es tan libre como el hijo amado en su hogar, y nadie tan enclaustrado como el hijo privado de amor o ciego a su luz.

Nosotros, como hijos amados, celebramos en la fe y en la liturgia la inmensa libertad y amor del Hijo de Dios que se hace para nosotros camino, verdad y vida, revistiendo la condición de Niño mecido sobre unas pajas por el amor de su Madre.

Viendo en la debilidad a la Omnipotencia, animémonos a servir y a vivir en libertad, con profunda alegría y fe, aunque el cuerpo nos haga flaquear no pocas veces. Quien libremente ha venido a nosotros por amor, en ese amor nos espera.

La luz de la Palabra de Dios
Primera carta de san Juan 2, 12-17:
“Os escribo a vosotros, hijos míos, porque se os han perdonado los pecados por el nombre del Señor. Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al Dios que existe desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. Os escribo a vosotros..., porque conocéis al Padre..., porque sois fuertes..., porque la Palabra de Dios permanece en vosotros...”

Evangelio según san Lucas 2, 36-40:
”En el día de la purificación de María y presentación del niño, estaba allí la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era de edad avanzada. Había vivido con su marido siete años desde la boda, y siguió viuda hasta los 84.

No se apartaba del templo, sirviendo noche y día con oraciones y ayunos.

Se presentó en aquel momento dando gracias a Dios y hablando del niño a cuantos aguardaban la liberación de Israel”.

Reflexión para este día
Carta de amor y de libertad para todos.
¿Quiénes son los hijos, los jóvenes, los padres... a los que Juan dedica su Carta en la luz de Cristo resucitado? Somos todos los redimidos en la sangre de Cristo, los renacidos a nueva vida en el Reino, los que hemos conocido que Dios es Padre y que Jesús es el Hijo que nos hace hermanos.

Muy felices debemos sentirnos por ello, pues, como el apóstol dice, hemos conocido que Dios es único, creador, Padre, amigo, y esto hay que celebrarlo con júbilo; y hemos recibido la fuerza y gracia que nos hace fuertes ante el mal, y esto nutre nuestra libertad. ¿Qué más podemos desear?

Sintámonos bien servidos, como la humilde viuda y profetisa Ana, modelo en el ejercicio de fidelidades, en perseverante esperanza y en gratitud por el don de haber encontrado a Cristo, el Mesías prometido.

Que la efusión de Ana la hagamos nuestra y contemos por todas partes las maravillas de Dios y su presencia en nuestras vidas.


2-10. CLARETIANOS 2003

Sensibilidad espiritual

Estamos llegando ya al fin del año 2003 y también al fin de este programa, que ya no encontrará patrocinador, ni continuidad. Lo que nace para servir, muere también para servir, como aquella anciana del Templo de Jerusalén de la que hoy nos habla el Evangelio.

El lugar que no pocas mujeres ocupan, de hecho, en la Iglesia, queda bien expresado en la frase del evangelio referida a la anciana profetisa Ana: “no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones”. No se dice que fuera una empleada del templo, sino más bien una contemplativa en el ámbito del Templo. Ella, que como mujer, debía quedar atrás, en el atrio de las mujeres, hizo de ese lugar discriminatorio, su ámbito de vida y de contemplación. A sus noventa y un años de servicio y Alianza percibe la llegada del hijo de Dios. Alaba a Dios por ello. Y se convierte en proclamadora de la buena noticia a todos los que aguardaban la liberación de Israel.

La oración y el ayuno son como dos claves necesarias para mantenerse en forma en el servicio de Dios y de su Reino. Orar es estar siempre conectado con el Misterio de Jesús. Ayunar es mantener el cuerpo en forma, en línea, con el Espíritu, para lograr la integración, un auténtico cuerpo espiritual. De esa forma, el cuerpo podrá percibir la presencia de lo más misterio y maravilloso en la vida. Es cuestión de sensibilidad y conciencia. Hay un mundo maravilloso del que nos privamos, cuando nos falta la sensibilidad auténtica religiosa.

Nuestro programa tiene ya, al parecer, muchos años: “ya, Señor, puedes dejar a tu siervo, irse en paz. Este programa ha querido hablar de Jesús a todos los de la casa. Ha estado al servicio de la proclamación del Evangelio. Nuestros testigos laicos, como nuevos Simeón y Ana, nos han acompañado y han hecho del Evangelio una lectura viviente, una exégesis viva, de un valor incalculable. A todos ellos les damos las gracias. Y dejamos que el Espíritu siga actuando como Él quiera y donde Él quiera para gloria de Dios y de su Hijo Jesús.

José Cristo Rey García Paredes
(jose_cristorey@yahoo.com)


2-11. LA BENDITA NORMALIDAD.

“Os repito, jóvenes, que sois fuertes y que la palabra de Dios permanece en vosotros, y que ya habéis vencido al Maligno”. Más de una vez el Papa ha utilizado estas palabras para espolear las conciencias de los jóvenes y lanzarles un reto, el reto de amor de hacer de Dios el centro de sus vidas. Porque a los jóvenes no hay que adularlos, sino exigirles. Es el reto de ponerles frente a lo que son: fuertes y capaces de amar, y exigirles que estén acordes con esa condición suya.

Juan sabía bastante de esto ¿Cuántos años tendría cuando se cruzó con el Señor? Sería poco más que un adolescente imberbe y quedó deslumbrado. La pasión le desbordaba por dentro. Sentía bullir en sus venas, como todos los jóvenes, las ganas de vivir, un afán noble de abrazarse a los grandes ideales, el entusiasmo por enfrentarse con valentía a las dificultades. El Papa también ha experimentado esa juventud pletórica de entrega, porque “es un joven de 83 años”. Por eso, cuando esas palabras de Juan, han resonado en sus labios lanzándolas a gente que se está abriendo a la vida, se le han iluminado los ojos porque veía en ellos lo mismo: un mundo de posibilidades.

Sin embargo, ¿es ése el “retrato tipo” del joven actual? ¿Se da cuenta la juventud, y los que no son tan jóvenes, de ese mundo abierto que guardan en su interior, se dan cuenta de que son verdaderamente fuertes? ¡Cuántas veces vemos a jóvenes que parecen haber envejecido a destiempo, muchachos que acaban por agotar el elixir de la vida, porque exprimen como un limón todas sus posibilidades sin sacarles su esencia. ¿Qué ha ocurrido? “El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. Parece que estas palabras del Señor hubieran perdido fuelle.

¿Te acuerdas del pasaje del Evangelio en que un joven que era rico sale al encuentro con Jesús, porque tiene “afanes de cielo”. ¿Te acuerdas de la respuesta aparentemente anodina del Señor? “Cumple los mandamientos”. “Eso ya lo cumplo desde mi juventud”, dijo satisfecho. Efectivamente se sabía fuerte, sabía sus posibilidades, pero el Señor lo que le va a pedir es algo más grande: que las ponga en marcha. Por eso se acabará dibujando la decepción en el rostro de aquel chaval que era bueno pero al que le costaba admitir que eso que cumplía tenía una coda: hacerlo con todas las consecuencias. La bendita normalidad, que se convierte en reto de amor.

“El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba”. El Niño-Dios quiere someterse a las leyes de los hombres, a la bendita normalidad del crecimiento humano. El domingo pasado considerábamos, en la fiesta de la Sagrada Familia, estas mismas palabras, la fuerza interior que vence al Maligno y que pasa ineludiblemente por hacer que crezca Dios en nosotros. Y eso a través de esa bendita normalidad de hacer lo que hay que hacer. Hay que hablar a los jóvenes de normalidad, y hay que hacerlo desde las familias, y desde el propio ejemplo. Porque la bendita normalidad de lo cotidiano es una aventura apasionante donde se fraguan no ya los héroes, sino los santos. Y hay victorias, que saben a gloria, porque es Dios el que vence en esos afanes nobles, en esas audacias santas, en esas entregas calladas, que son la trama con que se construye la vida.

ARCHIMADRID


2-12.

Comentario: Rev. D. Joaquim Fluriach Domínguez (St. Esteve de Palautordera-Bcn, España)

«Alababa a Dios y hablaba del Niño a todos»

Hoy, José y María acaban de celebrar el rito de la presentación del primogénito, Jesús, en el Templo de Jerusalén. María y José no se ahorran nada para cumplir con detalle todo lo que la Ley prescribe, porque cumplir aquello que Dios quiere es signo de fidelidad, de amor a Dios.

Desde que su hijo —e Hijo de Dios— ha nacido, José y María experimentan maravilla tras maravilla: los pastores, los magos de Oriente, ángeles... No solamente acontecimientos extraordinarios exteriores, sino también interiores, en el corazón de las personas que tienen algún contacto con este Niño.

Hoy aparece Ana, una señora mayor, viuda, que en un momento determinado tomó la decisión de dedicar toda su vida al Señor, con ayunos y oración. No nos equivocamos si decimos que esta mujer era una de las “vírgenes prudentes” de la parábola del Señor (cf. Mt 25,1-13): siempre velando fielmente en todo aquello que le parece que es la voluntad de Dios. Y está claro: cuando llega el momento, el Señor la encuentra a punto. Todo el tiempo que ha dedicado al Señor, aquel Niño se lo recompensa con creces. ¡Preguntatle, preguntatle a Ana si ha valido la pena tanta oración y tanto ayuno, tanta generosidad!

Dice el texto que «alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (Lc 2,38). La alegría se transforma en apostolado decidido: ella es el motivo y la raíz. El Señor es inmensamente generoso con los que son generosos con Él.

Jesús, Dios Encarnado, vive la vida de familia en Nazaret, como todas las familias: crecer, trabajar, aprender, rezar, jugar... ¡“Santa cotidianeidad”, bendita rutina donde crecen y se fortalecen casi sin darse cuenta la almas de los hombres de Dios! ¡Cuán importantes son las cosas pequeñas de cada día!


2-13. Reflexión

La alegría del nacimiento de Cristo tiene que ser una noticia de salvación para todos los que se encuentran prisioneros por el pecado, la desesperación, la angustia, el temor y el miedo. De la misma manera que Ana, la profetisa, comenzó a hablar de Jesús, nosotros también debemos compartir con los demás la alegre noticia de que Jesús es una realidad en nuestra vida y en nuestro mundo; que él es la única oportunidad que tiene el hombre para ser feliz, pues solo en él está la Vida, la paz y la perfecta armonía interior. No podemos quedarnos con esta noticia sólo para nosotros; quien ha conocido a Jesús, debe anunciarlo a los demás. Tú y yo somos los nuevos profetas de Cristo, no tengamos miedo ni vergüenza de hablar de Jesús a nuestros amigos y compañeros.

Felices Pascuas de Navidad. Que Jesús, la Luz del mundo ilumine hoy tu día.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


2-14. En el Templo con la Profetisa Ana

Autor: P. José Rodrigo Escorza

Reflexión

Como que resumiendo todo el período de la infancia de Jesús, se nos dice que Él estaba “sometido” a sus padres y que “progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Lc 2,51-52). Durante la mayor parte de su vida, Jesús compartió la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la ley de Dios, vida en la comunidad (cf. Catecismo de la Iglesia Cátolica, n. 531). No siempre recordamos esto, pero lo que más distinguió a Jesús fue su vida familiar. En cambio, a menudo consideramos sólo su vida pública.

Si Jesucristo nos ha redimido tanto con su vida oculta de Nazaret como con sus escasos tres años de predicador itinerante, entonces, los 30 años que pasaba detrás del portal de la casa sencilla de Nazaret no fueron menos fecundos. Lo manifiesta también la frase del Evangelio: “El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.”

Ciertamente, el propósito común de María y José fue el de proporcionar una esmerada educación a Jesús y Él la asimiló con la actitud más confiada, diligente y sumisa que jamás ha tenido un hijo. María y José vieron cómo su inteligencia y su voluntad humanas se iban despertando, desarrollando y fortificando. Por otro lado, no sólo habrán buscado trasmitirle un gran número de conocimientos acerca de las costumbres y tradiciones del pueblo judío, sino sobre todo el mundo de valores y de ideales que los animaba, donde Dios lo era todo. Así habrán compartido muchas veces los mismos sentimientos, afectos e intereses.

Es esa la mayor riqueza que la vida en familia encierra. Sorprende, con qué eficacia se va trasmitiendo, casi irradiando hacia los demás. Quizá por eso la profetiza Ana se sintió atraída hacia esta familia. Es hermoso pensar que la Virgen María en persona le habrá contado a San Lucas todos estos detalles acerca de la niñez de Jesús. ¿Quién más lo podría haber hecho?


2-15. 2003

LECTURAS: 1JN 2, 12-17; SAL 95; LC 2, 36-40

1JN 2, 12-17. El Señor se ha levantado victorioso sobre las fuerzas del pecado, destruyendo así, en nosotros, las tinieblas del mal. Quienes hemos unido nuestra vida al Señor, hemos hecho nuestra su Victoria y hemos sido trasladados de las tinieblas a la Luz. Nadie puede sentirse marginado de Cristo. Tanto jóvenes como ancianos, todos podemos conocer al Señor y todos podemos hacer nuestra su victoria sobre el maligno. Por eso, quienes pertenecemos a Cristo no podemos continuar esclavos de las pasiones desordenadas del hombre, ni de las curiosidades malsanas, ni de la arrogancia, ni del dinero. Si hemos puesto nuestra fe y nuestra confianza en lo pasajero, finalmente pasaremos junto con ello al final de nuestra vida. En cambio, si hemos puesto nuestra confianza en Dios, al final tendremos vida eterna. Si realmente creemos en Cristo dejemos que su Espíritu nos guíe y sea el único que nos guíe para que podamos manifestarnos como hijos de Dios.

Sal. 95. Dios, nuestro Rey poderoso, no viene a nosotros como alguien que llega a aplastar nuestra dignidad. A pesar de su gran poder; y a pesar de nuestra indignidad a causa de nuestros pecado, Dios se acerca a nosotros como un Padre lleno de amor hacia quienes sabe que somos frágiles e inclinados a la maldad desde nuestra adolescencia. Quien reconozca el poder salvador de Dios, sabe que Dios nos envió a su propio Hijo para convertirse en motivo de salvación para cuantos le invoquen y le busquen con sincero corazón. Sólo el amor que Dios infunde en nuestros corazones podrá hacernos constructores de un mundo más justo y más fraterno. Esa es, finalmente, una de nuestras responsabilidades en la construcción de la ciudad terrena.

Lc. 2, 36-40. Ana sirve al Señor con ayunos y oraciones. Constantemente está en la presencia del Señor. Conocer al Señor le lleva a uno a saber escuchar su Palabra y ponerla en práctica. A partir de esa Palabra que va tomando cuerpo en nosotros, podemos reconocer al Señor que se hace presente en nuestra vida. Hablar del Señor a los demás no es sólo dedicarnos a evangelizar con los labios, sino contribuir con nuestras buenas obras a que todos vayan creciendo y fortaleciéndose en el Señor, a que se llenen de sabiduría y a que la gracia de Dios esté en ellos. La vida sencilla y pobre de Jesús en Nazaret en su familia no da a entender que Dios no hace acepción de personas, sino que estará siempre junto a aquellos que, siendo hombres de buena voluntad, estén dispuestos a dejarse conducir por su Espíritu. Tratemos de vivir siempre en la presencia del Señor, no sólo cuando oramos en el templo, sino convirtiendo toda nuestra vida en una continua alabanza de su santo Nombre.

Nosotros nos hemos presentado ante el Señor para conocerlo y reconocerlo en nuestra propia vida. Él, consagrado a Dios su Padre totalmente, vivió haciendo en todo su voluntad. Él nos habló del amor que el Padre nos tiene. Y lo hizo desde su propia experiencia de Hijo: Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Nosotros hemos venido a esta Eucaristía para conocer el amor de nuestro Padre Dios, manifestado a nosotros por medio de Jesús, su Hijo. Al conocer el amor de Dios no podemos guardarnos, de modo egoísta ese mensaje de Salvación, sino que lo hemos de llevar a todos para que todos encuentren en Cristo el Camino de Salvación que nos conduce al Padre. Que Dios nos haga fuertes por medio de su Espíritu Santo para que no volvamos a dejarnos esclavizar por el pecado, sino que, guiados por Él podamos anunciar el Nombre del Señor asumiendo todos los riesgos que por ese motivo pudiesen venírsenos encima.

Habiendo entrado en comunión de vida con el Señor mediante este sacramento, memorial de su Pascua, no podemos quedarnos mudos en el testimonio de vida que se espera de nosotros. Por eso a nosotros corresponde vivir totalmente comprometidos con el Evangelio de Cristo. Desde el haber reconocido al Señor, y haberlo aceptado en nuestro corazón, debemos hablar a los demás a todos aquellos con quienes entremos en contacto en nuestra existencia. Pero no podemos quedarnos en palabras. Además de todo lo que de Él digamos, hemos de llevar una vida congruente con la fe que hemos depositado en Jesús. Si después de haber estado con Él volvemos a una vida cargada de maldad no podemos decir que realmente seamos hombres de fe en Cristo. Aun cuando reconocemos nuestras miserias, el Señor está dispuesto siempre a perdonarnos. Por eso estamos llamados a una continua conversión, de tal forma que el Espíritu Santo nos vaya haciendo cada día más conforme a la imagen de su propio Hijo. Entonces también nosotros creceremos en edad, sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de tener la apertura necesaria al Espíritu Santo en nosotros, de tal forma que podamos proclamar el Nombre del Señor con las palabras y desde una vida íntegra amoldada al ejemplo que nos dio el Señor. Amén.

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2-16. Premio de la fidelidad longeva

San Lucas 2, 36-40
En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Lectura
Esta lectura nos presenta la persona de Ana. 84 años viuda después de 7 años casada; o sea casada hacía 91 años, evidentemente superaba los 100 años de edad. Un siglo de vida sin apartarse del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Por fin, podía dar gracias a Dios por encontrarse con la Sagrada Familia y no dejaba de hablar sobre este niño a todos los que, como ella, esperaban la redención. Una vez que María y José hubieran cumplido con todo lo que prescribía su religión, volvieron a Nazaret donde el niño creció en sabiduría y bien de Dios.

Meditación
El pueblo judío daba mucha importancia al hecho de que algo fuera atestiguado por al menos dos personas. El testimonio acerca del niño también cumple con este detalle: el testimonio y alabanza de Ana ante el niño se añade a la profecía de Simeón. Dos personas de moralidad y rectitud intachable. Por su viudez honrada y larga, se trata de una persona digna de respeto a la vez que su dependencia de la comunidad para subsistir le incluyen entre los pobres que esperan la redención. Personas, Ana y Simeón, cuya larga vida de rectitud y de oración, les daba una particular sabiduría y capacidad de introspección.

Vidas virtuosas capaces de captar la presencia de Dios, de percibir el dedo de Dios en su obra de salvación. Personas, cuya vida de unión con el Espíritu Santo les hacía comprender los caminos que Dios seguía. Estas dos personas vienen a dar su interpretación en un momento llamativo de luz, como aquella estrella errante que siguieron los Magos, a los acontecimientos que rodearon el nacimiento de Jesús. Dos ancianos que pasan el testigo del antiguo testamento al niño que es el que todas las Escrituras esperaban.

Inmediatamente después, la Sagrada Familia regresa a su vida de anonimato e intimidad en Nazaret: la vida oculta. Vemos cómo Jesús, nuestro redentor, se somete, no sólo a las leyes religiosas de su tiempo, sino que de modo especial, a las leyes de su condición humana. Deberá recorrer un lento camino de años en el que un niño indefenso y balbuciente se convierte en chiquillo juguetón que comienza a aprender, en, adolescente que comienza a descubrirse a sí mismo y joven adulto que asume plenamente su misión. Cristo se somete en obediencia a las limitaciones de esa vida humana le ha impuesto. Crecerá en su misión y para su misión, poco a poco, lo que no deja de ser un acto heroico de obediencia.

Oración
Señor, danos la gracia de la fidelidad a lo largo de la vida y el don sin par de la perseverancia final.

Actuar
Lo que importa a Dios no son las cualidades, cuanto la fidelidad de vida, la fidelidad de fe, la fidelidad de la obediencia. Hoy revisaré mi conciencia por unos momentos.


2-17. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

1 Jn 2, 12-17: El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre
Salmo responsorial: 95, 7-10
Lc 2, 36-40: El niño crecía en sabiduría y gracia

El comentario de este Evangelio se encuentra integrado al comentario del Evangelio de ayer.
Reflexión

Como en el Evangelio de ayer un varón, hoy es una mujer, Ana, la que recibe al niño Jesús en Jerusalén. Mujer piadosa, verdadera “pobre de Yahvé”, es profetisa, porque todo el Antiguo Testamento: la ley -que los padres cumplen presentando al hijo- y los profetas -expresados en esta mujer y también en el anciano Simeón- nos preparan para recibir a este niño que sus padres presentan en el Templo.

Como en un tiempo la viuda Judit mostró que Dios hace su obra de salvación no “gracias” a los poderosos, a los fuertes, a los varones sino usando como instrumento una mujer, una viuda, una débil, así hoy, una anciana sabe reconocer -y lo manifiesta a todos- en el pequeño Jesús al fruto de todas las esperanzas del pueblo, al que obra “la redención”.

El niño en Jerusalén empieza a dar cumplimiento a todo lo antiguo, porque es el mismo que al comenzar su ministerio nos afirmará que esto “se ha cumplido hoy”. La esperanza de los pobres, aquellos que no son tenidos en cuenta y que saben que sólo en Dios pueden poner su confianza, se realiza plenamente. Esa esperanza se ha venido manifestando a través de los diferentes cantos “litúrgicos” que Lucas ha incorporado en el “evangelio de la infancia” (los cantos de Zacarías, de María, de Simeón, cantos que resumen la espiritualidad de los pobres de Yahvé), y esa esperanza, que también mueve a Simeón, es hoy manifestada claramente por una nueva “pobre” (anawim) que da, así, culminación a los textos que nos preparan a recibir al Jesús “adulto que nos hace niños, al pobre que nos hace ricos, al esclavo que nos hace hijos” (E. Pironio).


2-18.

Comentario: Rev. D. Joaquim Fluriach Domínguez (St. Esteve de Palautordera-Bcn, España)

«Alababa a Dios y hablaba del Niño a todos»

Hoy, José y María acaban de celebrar el rito de la presentación del primogénito, Jesús, en el Templo de Jerusalén. María y José no se ahorran nada para cumplir con detalle todo lo que la Ley prescribe, porque cumplir aquello que Dios quiere es signo de fidelidad, de amor a Dios.

Desde que su hijo —e Hijo de Dios— ha nacido, José y María experimentan maravilla tras maravilla: los pastores, los magos de Oriente, ángeles... No solamente acontecimientos extraordinarios exteriores, sino también interiores, en el corazón de las personas que tienen algún contacto con este Niño.

Hoy aparece Ana, una señora mayor, viuda, que en un momento determinado tomó la decisión de dedicar toda su vida al Señor, con ayunos y oración. No nos equivocamos si decimos que esta mujer era una de las “vírgenes prudentes” de la parábola del Señor (cf. Mt 25,1-13): siempre velando fielmente en todo aquello que le parece que es la voluntad de Dios. Y está claro: cuando llega el momento, el Señor la encuentra a punto. Todo el tiempo que ha dedicado al Señor, aquel Niño se lo recompensa con creces. ¡Preguntatle, preguntatle a Ana si ha valido la pena tanta oración y tanto ayuno, tanta generosidad!

Dice el texto que «alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (Lc 2,38). La alegría se transforma en apostolado decidido: ella es el motivo y la raíz. El Señor es inmensamente generoso con los que son generosos con Él.

Jesús, Dios Encarnado, vive la vida de familia en Nazaret, como todas las familias: crecer, trabajar, aprender, rezar, jugar... ¡“Santa cotidianeidad”, bendita rutina donde crecen y se fortalecen casi sin darse cuenta la almas de los hombres de Dios! ¡Cuán importantes son las cosas pequeñas de cada día!


2-19. Fray Nelson Jueves 30 de Diciembre de 2004

Temas de las lecturas: El que hace la voluntad de Dios tiene vida eterna * Ana hablaba del niño a los que aguardaban la liberación de Israel.


1. Por qué escribe el apóstol
1.1 La construcción del breve pasaje que hemos escuchado en la primera lectura de hoy no deja de tener su interés. El apóstol escribe pero no lanzando al vacío sus palabras. Tiene en mente a sus destinatarios; probablemente desfilan rostros concretos ante sus ojos mientras se esfuerza en dar el sentido propio a su mensaje.

1.2 La redacción de cada "dedicatoria" es semejante: "Les escribo a ustedes... porque... " Y la razón es siempre una obra que Dios ha hecho. Meditemos un instante en esto. ¿Qué significa algo como: "te escribo porque conoces al que es desde el principio"? ¿Es un modo de recordar las bases, para seguir levantando el edificio espiritual? ¿Es una advertencia velada de lo que puede estar en peligro? ¿Es un modo discreto de indicar que existe un lenguaje común? ¿El apóstol está diciendo que escribe a cada uno de esos grupos de la comunidad para atraer la atención de todos, para recordar la obra que ha visto que Dios hizo en cada uno de esos grupos, o para sugerir las diversas relaciones que han de permanecer en el seno de la comunidad cristiana?

1.3 Probablemente nunca tengamos respuesta plena a estos interrogantes, pero es bueno plantearlos para percibir la hondura de la Palabra. El asunto resulta más intrigante por el hecho de que estas dedicatorias no se encuentran al principio de la carta sino ya en lo que para nosotros es el capítulo segundo.

1.4 Algo interesante es que, aunque el apóstol mencione con nombres y características más o menos propias a estos destinatarios, en realidad no tiene palabras distintas para unos u otros. Los destinatarios son distintos pero el mensaje es el mismo. Quizá sea esta la clave: aunque cada uno necesita una razón particular para escuchar, no necesita escuchar un mensaje distinto, sino aquel que hace bien a todos, pues así es el Evangelio: único y sin embargo distinto en cada oído y cada corazón. O como la lluvia, que siendo única produce tan distintos frutos, según aquella imagen de san Basilio.

2. Pasar o permanecer
2.1 El apóstol Juan nos invita hoy a hacer una elección: pasar o permanecer.

2.2 Lo propio del mundo es la volatilidad. El mundo no es firme. Sus motores son, según san Juan, los apetitos desordenados, la codicia y el afán de riquezas. El texto viene de 1 Jn 2,16. Otras traducciones: "la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida"; "la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida". En todo caso, semejantes motores nunca descansan ni conceden verdadera saciedad, y por eso todo lo que aman lo desechan. Embarcarse en ese amor es someterse a no permanecer.

2.3 En Cristo, Dios nos ha mostrado un amor que permanece. Es este otro un amor que tiene puerto, porque tiene fuente y término. A medida que el cristiano bebe de esa fuente y a la vez alcanza el fin propio de su existencia experimenta descanso, acogida, firmeza.

2.4 La elección entonces es: ¿quieres ser juguete de los vientos o quieres encontrar ya tu lugar? El infierno es como divagar en el hastío de un mareo que no conduce a nada; el Cielo es llegar a tu lugar.


2-20.

Reflexión:

1JN 2, 12-17. El Señor se ha levantado victorioso sobre las fuerzas del pecado, destruyendo así, en nosotros, las tinieblas del mal. Quienes hemos unido nuestra vida al Señor, hemos hecho nuestra su Victoria y hemos sido trasladados de las tinieblas a la Luz. Nadie puede sentirse marginado de Cristo. Tanto jóvenes como ancianos, todos podemos conocer al Señor y todos podemos hacer nuestra su victoria sobre el maligno. Por eso, quienes pertenecemos a Cristo no podemos continuar esclavos de las pasiones desordenadas del hombre, ni de las curiosidades malsanas, ni de la arrogancia, ni del dinero. Si hemos puesto nuestra fe y nuestra confianza en lo pasajero, finalmente pasaremos junto con ello al final de nuestra vida. En cambio, si hemos puesto nuestra confianza en Dios, al final tendremos vida eterna. Si realmente creemos en Cristo dejemos que su Espíritu nos guíe y sea el único que nos guíe para que podamos manifestarnos como hijos de Dios.

Sal. 96 (95). Dios, nuestro Rey poderoso, no viene a nosotros como alguien que llega a aplastar nuestra dignidad. A pesar de su gran poder; y a pesar de nuestra indignidad a causa de nuestros pecado, Dios se acerca a nosotros como un Padre lleno de amor hacia quienes sabe que somos frágiles e inclinados a la maldad desde nuestra adolescencia. Quien reconozca el poder salvador de Dios, sabe que Dios nos envió a su propio Hijo para convertirse en motivo de salvación para cuantos le invoquen y le busquen con sincero corazón. Sólo el amor que Dios infunde en nuestros corazones podrá hacernos constructores de un mundo más justo y más fraterno. Esa es, finalmente, una de nuestras responsabilidades en la construcción de la ciudad terrena.

Lc. 2, 36-40. Ana sirve al Señor con ayunos y oraciones. Constantemente está en la presencia del Señor. Conocer al Señor le lleva a uno a saber escuchar su Palabra y ponerla en práctica. A partir de esa Palabra que va tomando cuerpo en nosotros, podemos reconocer al Señor que se hace presente en nuestra vida. Hablar del Señor a los demás no es sólo dedicarnos a evangelizar con los labios, sino contribuir con nuestras buenas obras a que todos vayan creciendo y fortaleciéndose en el Señor, a que se llenen de sabiduría y a que la gracia de Dios esté en ellos. La vida sencilla y pobre de Jesús en Nazaret en su familia no da a entender que Dios no hace acepción de personas, sino que estará siempre junto a aquellos que, siendo hombres de buena voluntad, estén dispuestos a dejarse conducir por su Espíritu. Tratemos de vivir siempre en la presencia del Señor, no sólo cuando oramos en el templo, sino convirtiendo toda nuestra vida en una continua alabanza de su santo Nombre.

Nosotros nos hemos presentado ante el Señor para conocerlo y reconocerlo en nuestra propia vida. Él, consagrado a Dios su Padre totalmente, vivió haciendo en todo su voluntad. Él nos habló del amor que el Padre nos tiene. Y lo hizo desde su propia experiencia de Hijo: Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Nosotros hemos venido a esta Eucaristía para conocer el amor de nuestro Padre Dios, manifestado a nosotros por medio de Jesús, su Hijo. Al conocer el amor de Dios no podemos guardarnos, de modo egoísta ese mensaje de Salvación, sino que lo hemos de llevar a todos para que todos encuentren en Cristo el Camino de Salvación que nos conduce al Padre. Que Dios nos haga fuertes por medio de su Espíritu Santo para que no volvamos a dejarnos esclavizar por el pecado, sino que, guiados por Él podamos anunciar el Nombre del Señor asumiendo todos los riesgos que por ese motivo pudiesen venírsenos encima.

Habiendo entrado en comunión de vida con el Señor mediante este sacramento, memorial de su Pascua, no podemos quedarnos mudos en el testimonio de vida que se espera de nosotros. Por eso a nosotros corresponde vivir totalmente comprometidos con el Evangelio de Cristo. Desde el haber reconocido al Señor, y haberlo aceptado en nuestro corazón, debemos hablar a los demás a todos aquellos con quienes entremos en contacto en nuestra existencia. Pero no podemos quedarnos en palabras. Además de todo lo que de Él digamos, hemos de llevar una vida congruente con la fe que hemos depositado en Jesús. Si después de haber estado con Él volvemos a una vida cargada de maldad no podemos decir que realmente seamos hombres de fe en Cristo. Aun cuando reconocemos nuestras miserias, el Señor está dispuesto siempre a perdonarnos. Por eso estamos llamados a una continua conversión, de tal forma que el Espíritu Santo nos vaya haciendo cada día más conforme a la imagen de su propio Hijo. Entonces también nosotros creceremos en edad, sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de tener la apertura necesaria al Espíritu Santo en nosotros, de tal forma que podamos proclamar el Nombre del Señor con las palabras y desde una vida íntegra amoldada al ejemplo que nos dio el Señor. Amén.

Homiliacatolica.com


2-21. NO TENGÁIS MIEDO

I. La historia de la Encarnación se abre con estas palabras: No temas, María (Lucas 1, 30). Y a San José le dirá también el Ángel del Señor: José, hijo de David, no temas (Mateo 1, 20). A los pastores les repetirá de nuevo el Ángel: No tengáis miedo (Lucas 2, 10). Más tarde, cuando atravesaba el pequeño mar de Galilea ya acompañado por sus discípulos, se levantó una tempestad tan recia en el mar, que las olas cubrían la barca (Mateo 8, 24) mientras el Señor dormía rendido por el cansancio. Los discípulos lo despertaron diciendo: ¡Maestro, que perecemos! Jesús les respondió: ¿Porqué teméis, hombres de poca fe? (Mateo 8, 25-26). ¡Qué poca fe también la nuestra cuando dudamos porque arrecia la tempestad! Nos dejamos impresionar demasiado por las circunstancias: enfermedad, trabajo, reveses de fortuna, contradicciones del ambiente. Olvidamos que Jesucristo es, siempre, nuestra seguridad. Debemos aumentar nuestra confianza en Él y poner los medios humanos que están a nuestro alcance. Jesús no se olvida de nosotros: “nunca falló a sus amigos”(SANTA TERESA, Vida), nunca.

II. Dios nunca llega tarde para socorrer a sus hijos; siempre llega, aunque sea de modo misterioso y oculto, en el momento oportuno. La plena confianza en Dios, da al cristiano una singular fortaleza y una especial serenidad en todas las circunstancias. “Si no le dejas, Él no te dejará” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino). Y nosotros le decimos que no queremos dejarle. “ Cuando imaginamos que todos se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza (Salmos 42, 2). Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio. En cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente” (IDEM, Amigos de Dios) Esta es la medicina para barrer, de nuestras vidas, miedos, tensiones y ansiedades.

III. En toda nuestra vida, en lo humano y en lo sobrenatural, nuestro “descanso” nuestra seguridad, no tiene otro fundamento firme que nuestra filiación divina. Esta realidad es tan profunda que afecta al mismo hombre, hasta tal punto de que Santo Tomás afirma que por ella el hombre es constituido en un nuevo ser (Suma Teológica). Dios es un Padre que está pendiente de cada uno de nosotros y ha puesto un Ángel para que nos guarde en todos los caminos. En la tribulación acudamos siempre al Sagrario, y no perderemos la serenidad. Nuestra Madre nos enseñará a comportarnos como hijos de Dios; también en las circunstancias más adversas.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


2-22. Presentación de Jesús

Fuente: Catholic.net
Autor: P Juan Pablo Menéndez

Reflexión

Como que resumiendo todo el período de la infancia de Jesús, se nos dice que Él estaba “sometido” a sus padres y que “progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Lc 2,51-52). Durante la mayor parte de su vida, Jesús compartió la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la ley de Dios, vida en la comunidad (cf. Catecismo de la Iglesia Cátolica, n. 531). No siempre recordamos esto, pero lo que más distinguió a Jesús fue su vida familiar. En cambio, a menudo consideramos sólo su vida pública.

Si Jesucristo nos ha redimido tanto con su vida oculta de Nazaret como con sus escasos tres años de predicador itinerante, entonces, los 30 años que pasaba detrás del portal de la casa sencilla de Nazaret no fueron menos fecundos. Lo manifiesta también la frase del Evangelio: “El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.”

Ciertamente, el propósito común de María y José fue el de proporcionar una esmerada educación a Jesús y Él la asimiló con la actitud más confiada, diligente y sumisa que jamás ha tenido un hijo. María y José vieron cómo su inteligencia y su voluntad humanas se iban despertando, desarrollando y fortificando. Por otro lado, no sólo habrán buscado trasmitirle un gran número de conocimientos acerca de las costumbres y tradiciones del pueblo judío, sino sobre todo el mundo de valores y de ideales que los animaba, donde Dios lo era todo. Así habrán compartido muchas veces los mismos sentimientos, afectos e intereses.

Es esa la mayor riqueza que la vida en familia encierra. Sorprende, con qué eficacia se va trasmitiendo, casi irradiando hacia los demás. Quizá por eso la profetiza Ana se sintió atraída hacia esta familia. Es hermoso pensar que la Virgen María en persona le habrá contado a San Lucas todos estos detalles acerca de la niñez de Jesús. ¿Quién más lo podría haber hecho?


2-23.

Reflexión

La alegría del nacimiento de Cristo tiene que ser una noticia de salvación para todos los que se encuentran prisioneros por el pecado, la desesperación, la angustia, el temor y el miedo. De la misma manera que Ana, la profetisa, comenzó a hablar de Jesús, nosotros también debemos compartir con los demás la alegre noticia de que Jesús es una realidad en nuestra vida y en nuestro mundo; que él es la única oportunidad que tiene el hombre para ser feliz, pues sólo en él están la Vida, la paz y la perfecta armonía interior. No podemos quedarnos con esta noticia sólo para nosotros; quien ha conocido a Jesús, debe anunciarlo a los demás. Tú y yo somos los nuevos profetas de Cristo, no tengamos miedo ni vergüenza de hablar de Jesús a nuestros amigos y compañeros.

Pbro. Ernesto María Caro