TIEMPO DE NAVIDAD

DICIEMBRE

 

Dia 27: San Juan, apóstol y evangelista

Año Cristiano

- El evangelio nos presenta lo que es fundamental de los apóstoles: seguidores de Jesús, testigos de la resurrección, creyentes en Jesús resucitado y en todo su camino. Hoy, mientras contemplamos al Niño de Belén, somos invitados a vivir esta misma fe plena.

- Juan (1. Iectura) es testigo de lo que Jesús vivió e hizo, y nos invita a reconocer en Jesús la Palabra del Padre. Y escribe su evangelio "para que creamos y tengamos vida". Vale la pena que valoremos la presencia de Jesús entre nosotros, a través de la Escritura. Y también todas las demás presencias. Y que así tengamos alegría.

- Juan, en sus escritos, nos habla del amor-comunión de Dios con nosotros, y del amor que hemos de tener a los hermanos. Que la fiesta de hoy nos ayude a revivirlo.


1. 1 Jn 1, 1-4

1-1.

Quizá no sea ocioso que en el momento en que la liturgia acude a la primera carta de Juan y nos ofrece, primeramente, su prólogo, tratemos de exponer cómo este último encierra los principales temas de la carta y permite orientarnos sobre su argumentación.

* * *

a) El primer tema importante es el de la comunión con Dios (v. 3): esa es, a los ojos del autor, la finalidad y la razón de ser de su ministerio evangélico.

Este tema aparece bajo diversas formas en su carta: Juan hablará así de "nacer con Dios" (2, 29; 4, 7), de "permanecer en la luz", y esa luz es Dios (2, 8-11); de "permanecer en Dios" (3, 5-6; 4, 16), de "comulgar con Dios" (1, 5-7), de "conocer a Dios" (4, 7-8).

Todas las exposiciones de Juan tienden hacia la misma conclusión: Dios se revela a través de ciertas cualidades (justicia, amor, luz, etc.), y el cristiano que actúa de conformidad con esas cualidades (hace justicia, ama, camina en la luz), penetra en una determinada relación existencial con Dios a la que Juan designa aquí con el nombre de comunión.

La epístola precisará más adelante en qué consiste esa comunión: una presencia de Dios en el hombre y una presencia del hombre en Dios, por comunicación de vida, esa comunión realizada plenamente en Cristo, pero que está ya en marcha en cada cristiano (1 Jn 5, 11-12; 2, 5-6; 3, 6; 3, 24; 4, 13-16; 5, 19).

Esta comunión es también una alianza mediante la cual Dios concede al hombre un corazón nuevo para conocerle (Jer 31, 31-34; Ez 36, 25-28; cf. 1 Jn 5, 19; 2, 27).

b) D/CONOCIMIENTO: El segundo tema importante de la carta de Juan y de su prólogo es el del conocimiento de Dios (v. 1). Este tema coincide poco más o menos con el de la comunión. Pero reviste un valor particular que interesa captar. Para un semita como San Juan, el conocimiento no tiene nada de intelectual; es esencialmente concreto: se conoce a Dios en la medida en que se observan sus maravillas y sus intervenciones en el mundo; no se le conoce cuando se calla, por ejemplo, durante el destierro. Ahora bien, Juan explica con toda claridad un conocimiento también experimental: "él ha oído, él ha visto, él ha contemplado, él ha tocado" a Dios en la persona del Verbo de vida. Se trata, pues, de un conocimiento existencial de Dios del que los apóstoles quieren hacer beneficiarios a sus oyentes y corresponsales. No llegamos a Dios como si fuera una realidad abstracta, deducida a partir de pruebas silogísticas, sino como a un ser que vive y que, ahora, vive en Cristo y permanece en nosotros con ciertas condiciones.

c) En ese contexto de comunión y de conocimiento es donde se sitúa, por tanto, para San Juan la proclamación misionera (v.3) y la tarea del apóstol. Los términos con que se describe esa misión son significativos: Juan habla de "testimonio", de "anuncio", de "alegría" (vv. 2, 3, 5). También aquí nos encontramos en un plano existencial: la misión no es una enseñanza, es transmisión de experiencias y de aunación de una vida.

* * *

Un programa así pone seriamente en tela de juicio el cristianismo y su testimonio en el mundo moderno. El mundo se ha hecho ateo porque ya no encuentra a Dios: ya no tiene necesidad de El intelectualmente, apenas emotivamente, y, desde luego, no absolutamente en el plano moral... Entonces, ¿cómo pueden los cristianos, que no tienen más que un concepto de Dios a través de una enseñanza racional e intelectual, revelar al mundo de hoy la experiencia de Dios propuesta por San Juan? De hecho, el cristiano habla frecuentemente de una comunión con Dios y de un conocimiento de Dios que no pueden por menos de chocar al hombre moderno. Habla de Dios a veces porque no puede imaginarse al mundo sin Dios, noción vaga, justo suficiente para apuntalar una sana moral y una explicación de los acontecimientos. No es de ese Dios de quien habla San Juan.

Tampoco del Dios del judaísmo, en la medida en que se le ha tomado como parte contratante frente al hombre, como el simple "objeto" de una búsqueda, como el autor de estructuras legales o políticas preestablecidas, puede satisfacer al cristiano. Ese Dios es una causa distinta de su objeto; se convierte en un sujeto para el hombre y este último en un objeto para Dios, y nada más.

El Dios a quien Juan ha visto y oído (el mismo a quien los profetas habían presentido) supera al Dios del teísmo. Al Padre de Jesús es al único a quien se podía decir "Tú", porque era más El que El mismo, un El más fuerte que la muerte, la angustia y el pecado. No hay religión más inmanente al hombre que el cristianismo.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA I
MAROVA MADRID 1969.Pág. 234


1-2.

Lo que existe desde el principio. Lo que hemos oído.
Lo que hemos visto con nuestros propios ojos.
Lo que palparon nuestras manos:
El verbo eterno de Dios -la Palabra de Vida- pues la vida se hizo visible.

La Encarnación no es un sueño, un fruto de la imaginación. "Esta vida eterna que estaba junto al Padre -esta Palabra de vida- mediante la cual Dios se expresa a sí mismo, de una manera absoluta, perfecta, se manifestó, se hizo visible.

"Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros".

MEDIACIONES/FE:

Nosotros, a 20 siglos de distancia, aceptamos este mensaje que nos transmiten los testigos oculares, de que la Palabra de vida se ha hecho visible, de que ha entrado en la limitación. Nosotros sabemos que si aceptamos en la fe este mensaje, entonces él nos integra en la comunión de los testigos. Y muchos más aún; nos integra en la comunión con Dios mismo.

Porque la comunión con Dios no se comunica a cada individuo en particular, sino que se transmite por medio de la comunión con hombres. La gran comunión de la Iglesia, en la cual esto acontece, y también los distintos hombres particulares, por medio de los cuales Dios quiso comunicarnos personalmente su comunión, son un regalo que Dios nos hace, y nosotros sabemos que la fe en la comunión con Dios nos da la plena alegría, el gozo colmado, que Dios ha destinado para nosotros.

Por medio de la comunión con los testigos, nosotros mismos llegamos a ser testigos. Todo depende ahora de que estemos convencidos de la realidad de "la vida" que "se manifestó".

Sin genuina experiencia de la fe, nadie puede convertirse en instrumento para suscitar en otros la fe. Cuando anunciamos a Cristo como la vida, entonces no sólo queremos comunicar saber, sino también atraer a otros a nuestra comunión, y con ello a la comunión con el Padre y el Hijo, lo cual significa la salvación y el "gozo colmado".

Atraer a otros a la "comunión con nosotros", es decir, a la iglesia.

Es curioso que Jn. no emplee esta expresión.


1-3.

Lo que existía desde el principio, Lo que oímos,
Lo que contemplaron nuestros ojos,
Lo que palparon nuestras manos,
¡Es el Verbo, la palabra de vida!

La epístola que empezamos hoy es una meditación personal de Juan: recuerda, tiene los «ojos» llenos de esas escenas evangélicas. Y todos sus sentidos, sus ojos, sus o+dos, sus manos recuerdan: el sonido de la voz de Jesús, su rostro.

«Lo que palparon nuestras manos.» No, la Encarnación no es un sueño, un fruto de la imaginación. Juan es de los que han tocado a Jesús. En su mano tuvo el contacto de la mano de Jesús. Se comprende que se nos propongan esas lecturas en esos días de Encarnación.

Nosotros, hombres modernos, deseamos también pruebas tangibles. Nos gustan las cosas muy probadas, experimentadas, verificadas. Si nuestra fe fuera más viva, tendríamos también como Juan, el "contacto" del Señor:

-la eucaristía es ciertamente Jesús en nuestras manos...

-el servicio a los hermanos es ciertamente Jesús en nuestras manos...

Para los que han elegido en adelante comulgar «en la mano», es ésta una meditación muy realista: «lo que palparon nuestras manos, es el Verbo de vida».

-El verbo, la palabra de vida... sí, la vida se manifestó, la contemplamos y os anunciamos esa vida eterna...

Los dos términos «verbo» y «palabra» son equivalentes. Jesús es la «palabra» de Dios, Jesús revela a Dios.

Dios no es «algo», es "alguien". Dios no es algo estático, inmóvil, rígido, pasivo, insensible. Dios es «vida», actividad, dinamismo vital, pensamiento, palabra.

Para tratar de entender mejor esto es preciso evocar algunas imágenes, aunque imperfectas: es el único medio de hacerse una idea de esa vida divina.

-Dios, como un niño pequeño, exulta de su vida siempre nueva y desborda vitalidad...

-Dios, como un corazón palpitante de amor, está impulsado por incontables emociones...

-Dios, como una inteligencia viviente, rebosa de inmensos y complejos pensamientos...

-Dios, como una persona adulta y responsable, se desborda en actividades, proyectos y pensamientos. Dios es «vida».

Dios ha comunicado todo eso por medio de una «Palabra» en la que se ha expresado totalmente: Jesucristo.

¡Se me invita a vivir! Participar a la «vida» de Dios, es pues «pensar», «reflexionar», «amar», «actuar», «trabajar», como El... es tratar de reproducir la vida de Jesús. De ahí la importancia de la meditación.

-Esa vida eterna que estaba de cara al Padre y se manifestó a nosotros, os la anunciamos ahora para que estéis en comunión con nosotros, como nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo.

La «vida» de Dios es esencialmente una «vida de amor», una vida de familia: es la vida de muchas personas que viven en común-unión. Una vida paternal, una vida filial, una vida conyugal. En esto, también nos vemos obligados a usar comparaciones humanas: el amor de una madre en total comunión con su hijo... el amor de un matrimonio perfectamente unido... Ia unidad de una familia feliz. Todo esto, multiplicado al infinito y realizado en perfección.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 62 s.


1-4. /1Jn/01/01-10

La solemnidad del fragmento es impresionante. Hay una resonancia de autoridad, de seguridad. Se pueden distinguir dos partes: la primera es como una obertura, el pórtico de un escrito peculiar y único en el NT. Es una parte enunciativa que hay que leer poco a poco para saborear el contenido añejo, experimentado y vivido (vv 1-5). Después entramos en otra parte más directa, más interpelante que nos juzga y nos penetra: si decimos, si confesamos, si caminamos... El autor ha dejado ya la introducción y nos habla con la misma solemnidad, con la misma autoridad, pero nos pide cuentas (6-10); y, en el fondo, lo hace a la luz del mensaje que nos transmite, a la luz del criterio fundamental de la fe cristiana: la experiencia del logos de vida.

Hay que prestar atención a la serie de verbos de experiencia que marcan el punto de referencia del testimonio del autor: hemos oído, hemos visto con nuestros ojos, hemos observado, lo que nuestras manos han palpado, lo que hemos visto y hemos oído os lo anunciamos (vv 1 y 3). Pero es importante destacar que lo que anuncia y de lo que da testimonio el autor no es el Verbo visto, palpado, contemplado..., sino más bien lo que ha visto, palpado y contemplado en el Verbo de la vida: que Dios es luz (5). Lo que el autor ha visto, palpado, contemplado es que Dios se ha manifestado. El objeto del testimonio del autor va más allá de su experiencia directa, va más allá de lo que ven los ojos y palpan las manos.

El cuarto Evangelio nos habla en términos semejantes cuando se refiere al testimonio de Juan Bautista: ve al Espíritu que se posa encima de Jesús en forma de paloma, pero su testimonio es: «éste es el hijo de Dios» (Jn 1,32-34). O, si se prefiere, el mismo evangelista da testimonio de la sangre y el agua que brotan del costado abierto de Jesús, pero su testimonio va más allá: ha visto al Espíritu unido al agua y brotando del costado de Cristo muerto. El cordero verdadero nos ha dejado el Espíritu que vive en los creyentes.

Nosotros hablamos mucho de testimonio. El cristiano ha de ser un testigo. Pero podemos preguntarnos si nuestro testimonio no se limita demasiado a las apariencias, a las cosas que vemos y palpamos. ¿No necesitaríamos profundizar nuestra mirada? Quizá entonces el objeto de nuestro testimonio sería más profundo. Quizá entonces nuestro anuncio tendría un poco más de seguridad y la convicción del fragmento de hoy.

ORIOL TUÑI
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 616 s.


2. Jn 20, 02-08

2-1.

VER PASCUA DIA

2-2.

Todo es coherente en los misterios de Cristo. Anteayer festejábamos la Encarnación.

Ayer evocamos la Redención y la cruz a través del martirio de San Esteban. Hoy meditaremos sobre la Resurrección, a través del testimonio de San Juan.

Efectivamente, la Iglesia insiste en que no nos quedemos en el "Jesusito". La fiesta misma de Navidad no es un infantilismo: sólo la FE nos permitirá interpretar y superar los "signos" materiales para acceder al "misterio" que se esconde detrás de este niño recostado en un pesebre.

-El día de Pascua, por la mañana, María Magdalena echó a correr en busca de Simón Pedro y el otro discípulo, aquel que Jesús amaba...

De modo que Juan se caracteriza a sí mismo como: "el discípulo amado". ¡Qué audacia! Probablemente esto se traslucía, hasta llegar a provocar algún sentimiento de envidia, en el grupo de los doce (Juan, 21, 22-23) Pedro se extrañaba de esta preferencia de Jesús respecto a Juan.

Los designios de Dios son misteriosos e incomprensibles:

cada uno de los hombres recibe una vocación única...

* Pedro ha recibido la vocación del "Primado" en el colegio de los Doce.

* Juan ha recibido la vocación de ser "aquel que Jesús amaba ¿No encontraríamos en estos dos papeles, dos aspectos siempre necesarios en la Iglesia?:

-funciones de responsabilidad en las estructuras de Iglesia...

-funciones de animación interior en la Iglesia.

¡Señor! que todos sepamos aceptar los "papeles" que Tú quieras asignarnos. Ayúdanos a no hacer comparaciones y a saber valorar toda vocación. La más "vistosa", la más "escondida"... ambas son necesarias.

-Pedro y Juan corrían juntos hacia el sepulcro. Juan corrió más aprisa y llegó primero, pero no entró. Llegó tras el Simón Pedro y entró en el sepulcro.

Hay ciertamente en estos detalles una intención del evangelista.

Quiere poner a Pedro en primer término.

Evidentemente, Juan quiere respetar el papel de Simón Pedro, aquel que Jesús le ha conferido. "Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia." Juan se esfuma.

En la Iglesia no se escogen los papeles. Se reciben de Dios.

Hay aquí un acto de fe.

¿Considero así los ministerios en la Iglesia?

-Y fue entonces cuando entró el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó.

¿Qué es lo que vio? ¿Qué signo lo llevó a creer? "Vio el sudario allí y el lienzo que había cubierto la cabeza no estaba junto al sudario sino plegado aparte en su lugar." ¡Pobres signos! Signos humildes y modestos.

Al ver la piedra del sepulcro corrida, pensó sin duda en la posibilidad de un robo. Pero viendo los lienzos mortuorios bien plegados y colocados en su sitio, empezó a "creer" en la resurrección. ¡Cuán bueno es para nosotros leer estos humildes detalles que los testigos directos nos dan! En nuestras vidas, también para nosotros existen "signos" que Dios nos presenta.

Ayúdanos, Señor, a interpretarlos. ¿Cuáles son los humildes signos que Dios presenta actualmente en mi vida, a fin de que crezca mi fe?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTÉS
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 62 s.


2-3.

1 Jn 1, 1-4: Lo que hemos visto con nuestros propios ojos...

Sal 96, 1-2.5-6.11-12

Jn 20, 2-8: El sepulcro vacío

Inmediatamente después de Navidad nos vienen estas celebraciones de santos "de peso", pesos pesados. Lo que no deja de obligarnos a un cierto contrarritmo respecto a la celebración principal de la Navidad.

Juan era el "discípulo amado" del Señor, que junto con su hermano Santiago el Mayor y Pedro, fue testigo de la gloria de la transfiguración de Jesús y de su agonía en el Huerto.

En la última cena reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús y éste le comunicó la traición de Judas. Estuvo presente en el Calvario, al pie de la cruz en la que moría Jesús, y de sus labios recibió a María como su segunda madre. Con ella vivió después en Efeso, según la tradición. Fue también el primero en llegar a la tumba vacía del Resucitado y el primero en creer (evangelio de hoy).

Juan es también el escritor. De él tenemos un evangelio, tres cartas y el apocalipsis. Este último escrito, según la tradición, en su destierro en la isla de Patmos del mar Egeo.

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2-4.

Después de Esteban, el testimonio del apóstol Juan. Otro gran testigo que nos ayuda a profundizar en el misterio de la Navidad y a la vez relaciona estrechamente a ese Niño recién nacido con el Cristo que nos salva a través de su entrega pascual y su resurrección. Juan es el teólogo de la Pascua. Estuvo al pie de la cruz, con María, la Madre, y luego vio el sepulcro vacío.

Pero también es el teólogo de la Navidad. Nadie como él ha sabido condensar la teología del Nacimiento de Cristo: la Palabra, que era Dios, se ha hecho hombre.

1. Empieza hoy, precisamente en el día de su fiesta, y durará hasta el final del tiempo de la Navidad, la lectura continuada de la primera carta de Juan, que nos va a transmitir con lenguaje lleno de lucidez y exigencia el misterio del amor de Dios. Esta carta va a ser la voz que más oiremos a lo largo de estos días.

La introducción es solemne y densa, muy parecida al prólogo de su evangelio: «lo que hemos visto y oído, lo que contemplamos y palparon nuestras manos» es lo que anunciamos. Y no es sólo la experiencia de haber convivido con Jesús de Nazaret. Da testimonio de su preexistencia en el seno de Dios: «lo que existía desde el principio», «la Palabra de la Vida», «la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó».

La finalidad de toda la carta es clara. El amor de Dios se nos ha manifestado para que tengamos comunión de vida con él y la alegría sea plena: «para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo», y «que nuestra alegría sea completa».

¿Podemos pensar un mensaje mejor para interiorizar la Navidad?

No es de extrañar que el salmo nos invite insistentemente: «alegraos, justos, con el Señor. Amanece la luz para el justo y la alegría para los rectos de corazón». Para los que se saben amados y salvados por Dios todo es luz y fiesta.

2. El apóstol Juan, el que había sido testigo presencial de la muerte de Cristo, porque estaba al pie de la Cruz con María y las otras mujeres, es también testigo del sepulcro vacío.

En el grupo de los discípulos hubo un momento difícil de falta de fe. No entendían el anuncio de Jesús de «que él había de resucitar de entre los muertos». Finalmente, alertados por el testimonio de la Magdalena, corren Juan y Pedro. De Juan sí se dice que «vio y creyó».

Leer este pasaje en plena celebración navideña nos ayuda a entender todo el misterio de Cristo. No se trata sólo de la entrañable escena del Niño que nace adorado por pastores y magos. Ese Niño es el que con su muerte pascual nos conseguirá la salvación y la vida. La Navidad, cuando se profundiza, nos lleva hasta la Pascua.

3. a) Juan, el evangelista, el anunciador de la Buena Noticia.

Él lo hizo con los importantes escritos que se le atribuyen: el evangelio, las tres cartas y el Apocalipsis. Gracias a su testimonio, miles y millones de personas a lo largo de dos mil años han entendido mejor el misterio del Dios hecho hombre, que luego se entregó en la Cruz para la salvación de la humanidad y, resucitado de entre los muertos, está presente en la vida de su Iglesia a lo largo de la historia.

b) ¿Somos nosotros evangelistas de esta buena noticia en nuestro mundo? ¿Somos apóstoles, o sea, enviados?

No hace falta ser obispos o sacerdotes, ni saber escribir libros como el Apocalipsis, para ser buenos testigos de Cristo. Precisamente en los primeros días fueron las mujeres, y en concreto la Magdalena, las verdaderas evangelistas: fueron apóstoles para con los apóstoles, porque fueron ellas las que creyeron en Jesús Resucitado y fueron a anunciarlo a los apóstoles.

c) Lo que sí hace falta para ser evangelizadores es ser antes evangelizados nosotros mismos. Estar convencidos de esa gran noticia del amor de Dios que Juan nos va a ir repitiendo en su carta. La primera pregunta que nos debamos hacer hoy, al leer el inicio de la carta de Juan, es si de veras vivimos en comunión con ese Dios y estamos dispuestos a sacar todas las consecuencias que él nos pida.

En la bendición solemne de la Navidad, el sacerdote nos desea: «el que encomendó al ángel anunciar a los pastores la gran alegría del nacimiento del Salvador, os llene de gozo y os haga también a vosotros mensajeros del Evangelio».

Y en la de la fiesta de la Epifania, igualmente: «a todos vosotros, fieles seguidores de Cristo, os haga testigos de la verdad ante los hermanos».

El testimonio de los ángeles, el de los magos, el de Esteban y hoy el del apóstol Juan: estimulas para que en esta Navidad también cada uno de nosotros sea un mensajero del amor de Dios.

Hoy más que nunca, las personas que nos rodean sólo entienden el lenguaje de un testimonio vital, no hecho de discursos, sino de obras.

d) Cada Eucaristía es experiencia de Navidad y de Pascua: de un Dios hecho hermano nuestro, que se nos da él mismo como alimento desde su existencia pascual.

Cada Eucaristía deberla ser, por tanto, motor y estimulo de una jornada vivida en comunión con ese Cristo, para difundir su luz entre nuestros hermanos.

«Lo que hemos visto os lo anunciamos: la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó» (1ª lectura)

«Os escribimos esto para que nuestra alegría sea completa» (1ª lectura)

«Amanece la luz para el justo, la alegría para los rectos de corazón» (salmo)

«La Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros: de su plenitud todos hemos recibido» (comunión)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995 .Págs. 112 ss.


2-5.

1 Jn 1,1-4: La vida se dio a conocer, la hemos visto y somos testigos.

Jn 20,2-8: Pedro y el discípulo amado corren hacia el sepulcro vacío.

Es cierto que podemos cuestionar seriamente la veracidad histórica del suceso que nos relata el evangelio de Juan de este día. Es cierto que también podamos discutir que el mismo evangelio se esté refiriendo al apóstol-evangelista Juan al nombrar al di scípulo amado. Sin embargo, la tradición cristiana ha considerado que quien es considerado como el amado del Señor en este evangelio es el mismo Juan, hijo de Zebedeo, autor a la vez del cuarto evangelio.

Sin entrar en detalles que pertenecen al ámbito de los especialistas, podemos sin embargo sacar algunas conclusiones importantes para nuestra vida del pasaje que hoy nos toca celebrar.

En primer lugar es importante destacar que el evangelio de Juan no es amante de una eclesiología "petrina". Es por eso que el discípulo amado aparece con ciertos privilegios por encima de Pedro. Y este pasaje lo demuestra claramente en el hecho de que es él quien primero llega al sepulcro, dejando luego a Pedro el lugar para confirmar su descubrimiento de que en verdad el sepulcro estaba vacío.

Revela también que es él quien creyó al ver este signo de la ausencia del cadáver: "el otro discípulo, que había llegado primero, entró a su vez, vio y creyó" (20,8).

Este apóstol (para muchos exégetas símbolo de todo cristiano) estuvo recostado sobre el pecho de Jesús en la ultima cena, recibió a su madre en la cruz, y por lo tanto es signo de una gran intimidad y confianza. Se lo muestra unido al Señor por algo má s que el poder de Pedro: por el amor y la amistad.

Es esta amistad la que lo hace reconocer la resurrección y creer. El creer, por lo tanto, no está sujeto al lugar que se ocupa en la iglesia, ni al poder que en ella se ejerce, sino a la amistad con Jesús.

Celebrar a Juan es celebrar a la fe que se apoya en un creer por amor, que se adelanta siempre a la jerarquía, que le aporta a ella los contenidos de la fe que luego ha de creer toda la iglesia.

Debemos recordar que los contenidos de nuestra fe que se han propuesto a todos los cristianos siempre han surgido de los creyentes y que luego la jerarquía los asume y los propone para toda la comunidad.

Nuestro creer, por lo tanto, tiene la responsabilidad de ir siempre un paso más adelante de la jerarquía o de quienes ejercen la autoridad en la iglesia; tiene la responsabilidad de brindarle a esta misma iglesia los contenidos de la fe. Pero también e s cierto que no siempre la jerarquía está dispuesta a aceptar dichos contenidos desde el principio. Y nuestros teólogos latinoamericanos son un signo bastante elocuente de ello. Sin embargo, eso mismo es un estimulo para "seguir corriendo delante de Pedro", porque es una responsabilidad para toda la iglesia y para todos los creyentes.

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2-6. 2001

COMENTARIO 1

Alarma de María (2). Avisa a los dos discípulos por separado; la muerte de Jesús ha provocado la dispersión (16,32). Conclusión de lo que ha visto: se han llevado al Señor. No entiende lo que era señal de vida (el sepulcro abierto); para ella, el Señor, muerto, está a merced de lo que quieran hacer con él. El plural no sabemos muestra a la comunidad desorientada.

Igual reacción de ambos discípulos, ir al sepulcro (3-4). Correr juntos, común adhesión a Jesús. Diferencia: el amigo de Jesús se ade­lanta a Pedro. Las dos veces que hasta ahora Pedro y el discípulo predi­lecto han aparecido juntos (13,23-25; 18,15ss), Jn ha dado la ventaja al segundo. Corre más de prisa el que ha sido testigo del fruto de la cruz (19,33). Pedro no concibe aún la muerte como muestra de amor y fuente de vida (12,24).

El discípulo ve puestos los lienzos (5), como sábanas en el lecho nupcial; ya no atan a Jesús (19,40). Distingue la señal de la vida, pero no la comprende. Deberían deducir que Jesús se ha marchado solo (cf. 11,44, de Lázaro: «Desatadlo y dejadlo que se marche»), pero no conci­ben que la vida pueda vencer a la muerte.

El discípulo no entra en el sepulcro; va a ceder el paso a Pedro. Después de las negaciones de éste (18,15-17.25), es un gesto de acepta­ción y reconciliación. Pedro sigue al otro discípulo (6); el que es amigo de Jesús marca el camino. Ve también los lienzos puestos; descubre, además, el sudario, símbolo de muerte (11,44, de Lázaro), pero colo­cado aparte: envolviendo determinado lugar (7). La expresión es ex­traña, indicando un segundo sentido. «El lugar» denota en Jn el templo de Jerusalén (4,20; 5,13; 11,48) o, por contraste, el lugar donde se en­cuentra Jesús, nuevo santuario (6,10.23; 10,40, etc.). Aquí este «lugar», separado del que es propio de Jesús, designa el templo. Al matar a Jesús han intentado suprimir la presencia de Dios; con ello han condenado su propio templo a la destrucción (cf. 2,19). La muerte, vencida por Jesús, amenaza sin remedio a la institución que lo condenó. No hay reacción de Pedro ante los signos.

Insiste Jn en la deferencia del otro discípulo (8: el que había llegado antes), que muestra una actitud de amor como la de Jesús. Al ver las se­ñales, comprende: la muerte no ha interrumpido la vida, simbolizada por el lecho nupcial preparado. Ahora cree y ve así la gloria/amor de Dios (11,40), que da vida definitiva. Nuevo contraste entre los dos discí­pulos: sólo cree el segundo.


COMENTARIO 2

En la lectura de un pasaje final del evangelio de San Juan asistimos a una escena singular: al descubrimiento por parte de María Magdalena de que la tumba de Jesús está vacía. Ella corre a contárselo a Pedro y a otro discípulo, al que Jesús más quería y ellos, a su vez, corren al sepulcro a verificar la noticia. La Iglesia tradicionalmente ha identificado a ese discípulo anónimo, caracterizado con un título tan significativo: "el que Jesús más quería", que aparece a partir del relato de la cena de despedida, en momentos significativos de los últimos días e instantes de Jesús, con Juan el hijo del Zebedeo, el presunto autor del 4º evangelio. Lo que menos importa es comprobar tal identificación, lo más importante es que la figura del discípulo amado puede ser la nuestra, siempre y cuando creamos firmemente en Jesús, en que Dios, al resucitarlo de entre los muertos, lo constituyó para nosotros Señor y salvador, y que estamos llamados a ser su presencia en el mundo, a llevar a otros el anuncio gozoso de la Buena Noticia, del Evangelio.

La fiesta del apóstol y evangelista san Juan, celebrada en este tiempo de Navidad, nos hace percatarnos de que no se trata sólo de los villancicos, las luces y los regalos, las tradicionales comidas de estos días, la música y los bailes. Que todo eso estará bien para quienes se toman en serio su fe de cristianos, si corre parejo con una actitud de maduro compromiso con el Señor, para llevar su Palabra a quienes no la han escuchado o recibido, para testimoniar su amor entre los humildes, los pobres y los sencillos. Todo como lo hicieron los apóstoles.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-7. 2002

Es una feliz coincidencia que se celebre la memoria de san Juan en pleno tiempo de Navidad, pues él contempló y narró, a impulsos del Espíritu Santo, el misterio de la encarnación del Verbo, la Palabra de Dios.

La tradición de la Iglesia ha identificado a Juan, hijo de Zebedeo, hermano de Santiago, uno de los primeros discípulos llamados por Jesús, cuando con su familia se dedicaba a la pesca en el lago de Genesaret, con el autor del cuarto evangelio, de tres cartas que llevan su nombre y del libro del Apocalipsis. Esto sólo bastaría, y con creces, para justificar la fiesta que celebramos en este día. Pero la tradición ha conservado también otras noticias: la de su estadía en la ciudad de Éfeso, la capital de la provincia imperial de Asia Proconsular, la de su destierro a la isla de Patmos, en la persecución de Domiciano, destierro durante el cual habría recibido las visiones que registra el Apocalipsis; y la tradición de su martirio que, por milagrosa intervención divina, no le causó la muerte.

Pero, más que todas esas tradiciones indemostrables por no estar respaldadas en documentación de primera mano, lo que dice la 1ª lectura es lo que constituye la gloria y el orgullo del cuarto evangelista: Él vio con sus ojos y oyó con sus oídos, él tocó con sus propias manos al Verbo de la Vida hecho carne, hecho ser humano, y recibió el encargo de comunicar esa alegre noticia a los demás.

Y en esta Navidad la figura ejemplar de Juan el evangelista es un llamado a nuestra responsabilidad de cristianos: no basta cantar y gozarse ante el pesebre; no vale sólo contemplar la belleza y la ternura de la Navidad, cuando el Hijo de Dios reposa dormido y confiado en el regazo de su joven madre, la virgen María. Hemos de convertirnos en heraldos, por la vida y por la palabra, del Verbo de Dios hecho ser humano, cuyo nacimiento celebramos.

En la lectura del evangelio se nos presenta la figura de un discípulo anónimo, solamente identificado como "el discípulo amado de Jesús". Él corre junto con Pedro hasta el sepulcro del Señor cuando María Magdalena les lleva la noticia de que la tumba está vacía. De los dos, él es el que cree después de observar las vendas con que había sido envuelto Jesús, tiradas por el suelo, y el sudario que había cubierto su rostro muerto, doblado y colocado aparte. Este misterioso discípulo ha sido tradicionalmente identificado con Juan, el hijo del Zebedeo, cuya fiesta celebramos hoy. En ninguna parte del evangelio se afirma expresamente tal identificación; es más: en el evangelio de Juan nunca aparece mencionado él mismo por su nombre, ni su hermano Santiago. Tan sólo una vez se los menciona como "los hijos de Zebedeo" (Jn 21,2). Para los exégetas esto es algo verdaderamente extraordinario.

En cambio, "el discípulo amado de Jesús" es mencionado varias veces, pero sólo al final del evangelio. Es quien confiadamente se recuesta sobre el pecho de Jesús para preguntarle por la identidad del traidor (13,23-25). Se le ha identificado también en el discípulo anónimo que junto con Pedro sigue a Jesús preso hasta el palacio del Sumo Sacerdote (18,15-16). Debía tratarse de un personaje de cierta influencia, pues entra fácilmente en el palacio y luego hace que Pedro también pueda entrar. Volvemos a encontrar al "discípulo amado" al pie de la cruz, junto a la madre de Jesús, recibiendo el encargo de velar por ella (19,25-27). Estará también junto a la tumba vacía, según leemos hoy; y volveremos a encontrarle en el epílogo del evangelio, reconociendo a Jesús, él el primero, en el misterioso personaje que les pregunta si tienen algo de comer desde la playa (21,7) y siguiendo a Pedro y a Jesús que dialogan, siendo objeto por parte del Señor Resucitado de una misteriosa profecía acerca de su martirio.

A lo largo de los siglos los cristianos no han dudado de la identidad del "discípulo amado". Siempre han visto en él al mismo Juan, hijo de Zebedeo, que calla su propio nombre por modestia. Sólo a partir del siglo pasado se han alzado voces críticas que manifiestan serias dudas sobre esta identificación tradicional. Pero no es éste el momento de adentrarnos en el tema. Para el creyente, la figura del evangelista es "ejemplar", como ya dijimos. Es una figura estimulante. ¡Con cuánto amor debió escribir su texto! ¡Con cuánta pasión debió anunciar el evangelio! Así nosotros, que estamos celebrando tan gozosamente la Navidad del señor Jesús, debemos comprometernos a proclamarlo y anunciarlo a todos, con alegría y valor.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


2-8. DOMINICOS 2003

27 de diciembre, sábadoSan Juan, apóstol y evangelista

Hoy, segundo día de la octava de la Navidad, honramos la memoria de San Juan, amigo del Señor, uno de los tres discípulos que estaban con Jesús, al lado de Pedro y Santiago, en los momentos de su mayor intimidad: Tabor, Getsemaní, Sepulcro...

Es también el discípulo que estaba con María al pie de la cruz y el que escuchó la palabra del Señor: ”he ahí a tu madre...”

Emprendida su acción apostólica, después de Pentecostés, fue hecho prisionero y desterrado por el emperador Domiciano. Vivió sus últimos años en el desierto de la isla de Patmos.

En torno a él, o siguiendo sus enseñanzas, se formó una comunidad espiritual-cultural muy importante. Él personalmente, o compartiendo con otros miembros de la comunidad, es el autor del cuarto Evangelio, del Apocalipsis y de varias Cartas.

De ellos tomamos las lecturas y mensajes en esta celebración litúrgica.

 

La luz de la Palabra de Dios 

Primera Carta de Juan 1, 1-4:

“Queridos hermanos: Os anunciamos a vosotros lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos tocante al Verbo de la vida, ... Eso que hemos visto y oído, os lo anunciamos para que viváis en comunión con nosotros.

Nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea colmado”.

Evangelio según san Juan 20, 2-8:

“El primer día de la semana, María Magdalena fue corriendo a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo a quien Jesús amaba y les dijo: se han llevado del sepulcro al señor...

Pedro y el otro discípulo salieron hacia el sepulcro... Llegó Simón Pedro, entró... y vio las vendas en el suelo, y el sudario... Luego entró también el otro discípulo... Éste vio y creyó, pues hasta entonces los discípulos no habían entendido la Escritura, según la cual Jesús tenía que resucitar de entre los muertos”

 

Reflexión para este día

San Juan nos comunica cómo es nuestra vida en Cristo

En el contexto navideño, el párrafo tomado de la carta de Juan es una expresión de gozo íntimo. Juan nos hace partícipes a todos de los dones que ha recibido en relación con Jesús, el  Cristo:

-don de ver, tocar, palpar, compartir la mesa, hablar, sufrir, llorar con Cristo; 

-y don de sentirse inmerso espiritualmente en la vida del Padre y del Hijo por la fe que ilumina todo su ser.

Así es la vida cristiana: un modo de ser persona en el que, por gracia, amor, redención, somos elevados a la condición de hijos del Padre en el Hijo.

Primero, la Navidad de fe nos aproxima a la cuna de un  Niño; y después la Pascua de resurrección nos introduce en el Reino de Dios donde la pura fe trasciende todo lo visible y palpable para que gocemos como hijos en el Hijo vencedor de la muerte y dador de vida.

Los ojos del evangelista, a través del ver, oír, tocar, comer, pescar, hablar con Jesús, comprueban su realidad física y reciben la doctrina que él les transmite, aunque no sean capaces de asimilarla por sí mismos.

Y esos mismos ojos, iluminados por la claridad de la fe en la resurrección, e inflamados por el fuego de Pentecostés, se sumergen en el misterio del Hijo de Dios para estallar de gozo e irradiarlo a todas las criaturas.

¡Jesús, el que nació y vivió entre nosotros, el que murió, vive, y nosotros vivimos o podemos vivir  en él!


2-9. CLARETIANOS 2003

¡Discípulo de un solo Maestro!
Cuando alguien se nos muere, se acaban los contactos y todo lo llena el silencio. Si llamamos a su teléfono, su voz no responde. Si tocamos su cuerpo fallecido, no muestra sensibilidad. Pero apenas murió Jesús, a los dos días, el ambiente se llenó de rumores de resurrección: decían que estaba vivo y que se había aparecido a sus mejores amigos, entre ellos a su discípulo preferido. Hoy, en Navidad, celebramos su fiesta. Escuchemos el relato evangélico.

Celebramos hoy la fiesta de san Juan. El evangelio se centra en la figura del discípulo amado por Jesús. Fue testigo de muchos hechos de la vida de Jesús que sólo él nos transmitió. El más sorprendente, el que la Iglesia ha escogido para celebrar su fiesta es el siguiente: María Magdalena que fue la mañana del domingo al sepulcro se sobresalta y piensa que han robado el cuerpo de Jesús, pues el sepulcro está vacío. Lo comunica. Pedro y el discípulo amado salen corriendo hacia el sepulcro y verifican que el cuerpo de Jesús no está en el sepulcro. El discípulo amado no cree que lo hayan robado. Vio y creyó que había resucitado de entre los muertos, porque entendió en ese momento las Escrituras. Lo que otros interpretaban como robo, él lo interpretaba como resurrección.

El discípulo amado solo tuvo un Maestro y a él se entregó con pasión. Junto a él se hizo hombre y cristiano. Tomó muy en serio aquellas palabras de Jesús: ¡no llaméis a nadie maestro, uno solo es vuestro maestro! Junto a Jesús encontró a una mujer que tomó como madre espiritual, la misma madre de Jesús. Propio de este discípulo fue creer, sí creer siempre y amar, hacer del amor su arma más poderosa. Y fue consecuente hasta el final.

El discípulo amado no recibe en el cuarto evangelio un nombre propio. En él nos podemos reflejar cualquiera nosotros. Allí donde el Evangelio dice “discípulo amado” podemos poner nuestro propio nombre.

Yo veo hoy a mucha gente perdida, no porque no tengan maestro, sino porque tienen muchos: maestros según la conveniencia. Es como tener muchos dioses, sin comprometerse con ninguno, como tener muchos maridos o mujeres sin comprometerse con ninguna. De ese modo, el ser humano no se integra, ni unifica. Encontrar al único Maestro y entregarse apasionadamente a Él es lo único que se requiere de un cristiano.

Hace de Jesús su único maestro aquella persona que vive cada día bajo la Palabra de su Señor, que escucha y actúa desde lo que escucha. “Si no creéis no tendréis vida en vosotros”. Hace de Jesús su único maestro aquella persona que vive en el amor cada día y todo lo reduce a ese único mandamiento y es capaz de lavar los pies de cualquiera. Hace de Jesús su único maestro quien es capaz de seguirlo con María hasta el Calvario y de llegar allá donde, por miedo, muchos no llegan.

Como el discípulo amado también nosotros podemos vivir guiados por el único maestro. De él aprendemos la importancia de la fe, del amor, de vivir y permanecer unidos a la vid para dar fruto.

Ser discípulo amado de Jesús es ser experto en navidades. Sabremos descubrir los signos de Jesús resucitado e interpretar los rumores de Resurrección. Donde los demás ven contraindicaciones, nosotros veremos síntomas, huellas, signos. Donde otros veían un robo, el discípulo amado “vio y creyó”.

José Cristo Rey García Paredes
(jose_cristorey@yahoo.com)


2-10.

San Agustín (354-430) obispo de Hipona (África del Norte) doctor de la Iglesia

Comentario sobre 1Jn, 1,1

“Vio y creyó.”

“Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han tocado nuestras manos acerca de la Palabra de la vida...” (1Jn 1,1ss) Esta Palabra que se hizo carne, para que pudiera ser tocada con las manos, comenzó siendo carne cuando se encarnó en el seno de la Virgen María; pero no en ese momento comenzó a existir la Palabra, porque el mismo san Juan dice que existía desde el principio. Ved cómo concuerdan su carta y su evangelio, en el que hace poco oísteis: “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios.”

Quizá alguno entienda la expresión ‘la Palabra de la vida’ como referida a la persona de Cristo y no al mismo cuerpo de Cristo, que fue tocado con las manos. Fijaos en lo que sigue: Pues la vida se hizo visible. Así, pues, Cristo es la Palabra de la vida. ¿Y cómo se hizo visible? Existía desde el principio, pero no se había manifestado a los hombres, pero sí a los ángeles, que la contemplaban y se alimentaban de ella, como de su pan. Pero, ¿qué dice la Escritura? El hombre comió pan de ángeles. (Sal 77,25)

Así, pues, la Vida misma se ha manifestado en la carne, para que, en esta manifestación, aquello que sólo podía ser visto con el corazón fuera también visto con los ojos, y de esta forma sanase los corazones. Pues la Palabra se ve sólo con el corazón, pero la carne se ve también con los ojos corporales. Éramos capaces de ver la carne, pero no lo éramos de ver la Palabra. La Palabra se hizo carne, a la cual podemos ver, para sanar en nosotros aquello que nos hace capaces de ver la Palabra.

“Os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó”...


2-11. 2003

Comentario: Rev. D. Manel Valls i Serra (Barcelona, España)

«Vio y creyó»

Hoy, la liturgia celebra la fiesta de san Juan, apóstol y evangelista. Al siguiente día de Navidad, la Iglesia celebra la fiesta del primer mártir de la fe cristiana, san Esteban. Y el día después, la fiesta de san Juan, aquel que mejor y más profundamente penetra en el misterio del Verbo encarnado, el primer “teólogo” y modelo de todo verdadero teólogo. El pasaje de su Evangelio que hoy se propone nos ayuda a contemplar la Navidad desde la perspectiva de la Resurrección del Señor. En efecto, Juan, llegado al sepulcro vacío, «vio y creyó» (Jn 20,8). Confiados en el testimonio de los Apóstoles, nosotros nos vemos movidos en cada Navidad a “ver” y “creer”.

Uno puede revivir estos mismos “ver” y “creer” a propósito del nacimiento de Jesús, el Verbo encarnado. Juan, movido por la intuición de su corazón —y, deberíamos añadir, por la “gracia”— “ve” más allá de lo que sus ojos en aquel momento pueden llegar a contemplar. En realidad, si él cree, lo hace sin “haber visto” todavía a Cristo, con lo cual ya hay ahí implícita la alabanza para aquellos que «creerán sin haber visto» (Jn 20,29), con la que culmina el vigésimo capítulo de su Evangelio.

Pedro y Juan “corren” juntos hacia el sepulcro, pero el texto nos dice que Juan «corrió más aprisa que Pedro, y llegó antes al sepulcro» (Jn 20,4). Parece como si a Juan le mueve más el deseo de estar de nuevo al lado de Aquel a quien amaba —Cristo— que no simplemente estar físicamente al lado de Pedro, ante el cual, sin embargo —con el gesto de esperarlo y de que sea él quien entre primero en el sepulcro— muestra que es Pedro quien tiene la primacía en el Colegio Apostólico. Con todo, el corazón ardiente, lleno de celo, rebosante de amor de Juan, es lo que le lleva a “correr” y a “avanzarse”, en una clara invitación a que nosotros vivamos igualmente nuestra fe con este deseo tan ardiente de encontrar al Resucitado.


2-12. 2003  Reflexión

El texto evangélico relata una de las experiencias que los discípulos tuvieron con el Cristo Resucitado. No se trata de un aparición, sino literalmente de una de las “etapas que los discípulos han tenido que recorrer” para comenzar a vislumbrar los nuevos horizontes de esperanza que el hecho de la Resurrección abriría en sus vidas. El acontecimiento se insinuaba ya en la tumba vacía, en las vendas que yacían en el suelo y en el sudario plegado en un lugar aparte. Ante estos hechos San Juan sentía que una certeza se fue apoderando de su corazón, la certeza de la fe: “Jesús está vivo”.

“Jesús está vivo”, esta convicción llena el corazón de todo creyente cristiano. La fe en la Persona viva de Jesucristo tiene el poder de abrir nuestros ojos para reconocerlo operante y presente en los sacramentos de la Iglesia, en los demás hombres, sobre todo en los que sufren y en nosotros mismos. Cristo, a través de su Iglesia, “está vivo” y pone su tienda en medio de nosotros.

Pero así como Jesucristo nació primero en el seno del Padre Eterno y luego en el seno de la Virgen María, así también tiene que nacer en nuestro corazón. Esto es lo que sucede en cada acto de fe.

Por eso tiene también sentido volver a celebrar su nacimiento en estas fechas. Sí, Belén fue un acontecimiento único, que ocurrió hace 2000 años, cuando, en un momento histórico concreto, el Hijo de Dios tomó nuestra carne y nació de la Virgen María. Pero este acontecimiento va teniendo sus repercusiones en la historia de los hombres como una piedra lanzada al centro de un lago, cuyo impacto va provocando ondas que se perciben hasta en los rincones más remotos del lago.

Por eso, Belén no es un acontecimiento aislado. A todas horas Cristo puede nacer en el corazón de cada hombre dispuesto a acogerlo. Con Él nuestro interior se alumbra y esto siempre nos da la certeza de que “está vivo”.


2-13. LECTURAS: 1JN 1, 1-4; SAL 96; JN 20, 2-9

1Jn. 1-4. A pesar de las pruebas por las que tengamos que pasar por creer en Cristo Jesús, vivamos completamente alegres en el Señor. Si el Señor está con nosotros y de parte nuestra ¿quién o qué podrá apartarnos de su amor? Por eso, habiendo experimentado el amor de Dios, cuando anunciamos su Nombre a los demás no podemos hacerlo desde fábulas o inventos humanos, sino desde un corazón que ha experimentado personalmente y ha hecho suyo al Señor y que, en una auténtica Alianza con Él, lo transparenta a través de la propia vida. Tratemos de vivir en una verdadera relación personal con el Señor para poder ser genuinos testigos suyos.

Sal. 96. La tierra se alegra porque ha visto al Salvador. Quienes, unidos a Cristo, vivamos en la justicia y el derecho, colaboraremos para que todos los pueblos vean la gloria de Dios. Ciertamente sólo al final veremos cara a cara al Señor y reinaremos junto con Cristo. Sin embargo, ya desde esta vida, hemos de ser testigos del Reino de Dios, que es justicia, paz y gozo en el Espíritu del Señor. La Iglesia peregrina de Cristo tiene como vocación transparentar la presencia de su Señor en el mundo. Quienes, por medio de ella, se encuentren con Jesucristo, deben encontrar esa alegría, paz, bondad, misericordia y gozo que proceden de Dios.

Jn. 20, 2-9. El discípulo amado vio y creyó. La transmisión del hecho de la resurrección es algo que el discípulo amado no sólo comprobará al ver el sepulcro vacío, sino también al contemplar al resucitado en las varias apariciones de las que será testigo. Lo que nos transmita no será sólo algo que le haya llegado de oídas, sino algo que él mismo vio y tocó con sus propias manos. A nosotros, al paso del tiempo, nos corresponde transmitir la Buena Nueva de Jesús Salvador, que por nosotros murió y resucitó. Y aún cuando nosotros nos apoyamos en la autoridad de quienes vieron al Señor, sin embargo hemos de abrir nuestro corazón para que Él viva en nosotros y no nos quedemos como un sepulcro vacío, sino que seamos como un templo en el cual habite el Señor. El vivir liberados de la esclavitud al pecado, vacíos de toda maldad, hará creíble nuestro testimonio de que somos hijos de Dios.

En esta Eucaristía el Señor viene a colmar nuestras esperanzas. Él viene a hacer su morada en nuestra propia vida. Si hemos recibido al Señor en nosotros no lo arrumbemos en nuestro propio interior, sino que entremos en un diálogo amoroso con Él. Convirtámonos en sus discípulos amados, que no sólo se dejan instruir por Él, sino que viven conforme a sus enseñanzas llevando una vida renovada en Cristo y dejándose guiar por el Espíritu Santo. Aun cuando por ser fieles a nuestra fe tengamos que entregar nuestra vida, como una ofrenda de amor a Dios y de amor a nuestros semejantes, esforcémonos en conocer al Señor para poder proclamar esa fe no sólo con los labios, sino con todo nuestro ser.

Habiendo participado de la Eucaristía hemos de volver a nuestra vida ordinaria como testigos del amor que Dios nos ha manifestado en Jesús, su Hijo. No vamos como quienes actúan de un modo imaginario. No llegamos ante los demás como quienes los obliga a caminar en el bien. Vamos como quienes, a través de un vida recta e íntegra, se convierten en la mejor invitación para que lo demás busquen al Señor, se encuentren y se comprometan con Él en la construcción de un mundo que día a día se vaya renovando en el amor fraterno. Aprendamos a entregar nuestra vida en lo cotidiano, en el servicio a favor de todos, amándolos como Cristo nos ha amado.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda vivir con lealtad nuestra fe, no sólo en el templo, de rodillas ante Él, sino en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia, amándonos fraternalmente unos a otros y preocupándonos del bien de todos. Amén.

www.homiliacatolica.com


2-14. ARCHIMADRID 2003

DESCANSAR Y AMAR.

“Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos”. Si alguien podía haber dicho esas palabras con propiedad, no es otro que San Juan, apóstol y evangelista. Hoy es su fiesta, la fiesta del “discípulo amado” de Jesús. Ayer era el martirio de la sangre, el de Esteban. Hoy la Iglesia nos muestra la entrega en amor de un apóstol: Juan. De tal manera se sintió querido por Jesús que él mismo se dio ese título, y quiso mostrarnos en el Evangelio algunos de los momentos en que recibió esas delicadezas de cariño de Jesús. ¿Recuerdas esa escena entrañable de la Última Cena en donde el Apóstol descansa su cabeza en el pecho del Señor…? Sentirse querido por Dios, poder apoyarse plenamente en Él… ¿No te parece que puede ser algo más que una aspiración en ti? ¿No te parece que ha de ser la constatación de una realidad?

Pregúntate: ¿Y yo, cómo descanso en Dios? Porque quizá esa sea la respuesta a la pregunta: ¿Yo cómo amo a Dios? El hombre busca cada vez con más frecuencia experiencias fuertes que le suban la adrenalina para “sentirse vivo”. Por otro lado, la maquinaria del estrés y el activismo nos embarca en esa especie de inercia de ir, sin darnos cuenta, a donde van todos. Pero, ¿nos sentimos verdaderamente realizados en esas circunstancias? ¿Es ése nuestro descanso? ¿o nuestra aspiración de descansar es más bien no hacer nada? Descansemos en el Señor, volquemos nuestros sentimientos y nuestros afectos en Jesús. Que sientas en tu cabeza el latido de su corazón y le transmitas el tuyo, para que los dos corazones latan al unísono. Así empezarás a descansar, así empezaras, posiblemente, a amar de verdad.

Fíjate en algo muy concreto: cuando se habla de cosas “tan inútiles” como la oración, olvidamos la necesidad ineludible del corazón por encontrar su auténtico sosiego. Y eso lo encontramos en ese momento en el que las pasiones y las preocupaciones quedan en nada porque las depositamos en la fuente de la paz: Cristo.

¡Qué grandeza la de la liturgia que nos muestra en Navidad, cuando ya nos hemos acostumbrado a un Dios-Niño, la figura de un apóstol adolescente que aprende a querer con un alma limpia!

Juan aprendió después la lección que Dios empieza a dar en Belén: que Dios ama desde la sencillez y busca corazones libres y enamorados que quieran descansar en Él.

Fíjate en la Virgen, en el Portal nos muestra a su Hijo, ella que en la cruz, a través de Juan, nos recibiría como hijos. Pídele que te dé un alma limpia que sepa querer así. Y descansa, descansa en el Señor, sólo en Él encontrarás la verdadera paz, el verdadero sosiego.


2-15. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

1 Jn 1, 1-4: Lo que vimos y oímos os lo anunciamos ahora
Salmo responsorial: 96, 1-2.5-6.11-12: El cielo pregona su justicia
Jn 20, 2-8: Pedro y el otro discípulo fueron al sepulcro de Jesús


El relato del Evangelio de hoy está puesto en la liturgia para hacer referencia al discípulo amado, al cual se lo identifica con el apóstol Juan y a su vez con el evangelista. Esta triple identificación está hoy bastante discutida, pero veamos por qué.

En los primeros tiempos, las comunidades cristianas empezaron a encontrar “baches” en los relatos evangélicos: ¿qué hizo Jesús en su “vida oculta”? ¿quiénes y cuántos eran los magos? ¿quién era el “buen ladrón”? Y preguntas semejantes. Con el tiempo se intentaron dar respuestas a estas y otras preguntas. Las respuestas tenían diferente origen: los evangelios apócrifos venían a llenar los huecos que los evangelios habían dejado, hablando de la familia de María, de la vida oculta, de la infancia, etc. Por otra parte, ante la falta de datos de algunos personajes, se intentó unificar en uno a dos o más sujetos. Así se identificó a María de Betania con María Magdalena y con una prostituta anónima en una sola mujer (por eso todavía hoy hay fiesta de santa Marta y no de santa María de Betania); se identificó a san Bartolomé apóstol con Natanael (por eso todavía hoy se lee el texto de Natanael en la fiesta del apóstol) y también se identificó a Juan de Zebedeo con el discípulo amado. Así se cubrían algunos baches, más allá de la verosimilitud o no de los datos. En el caso que nos toca, no es del todo improbable: sabemos por los evangelios que entre el grupo de los Doce, Jesús tenía predilección por Pedro y los hijos de Zebedeo a los cuales privilegió con signos y reflexiones en privado. Puesto que el Discípulo Amado aparece ligado a la redacción del Evangelio de “Juan” (21,24) y además unido a Pedro, es probable que se trate de Juan (Santiago había muerto antes de la redacción del Evangelio, ver Hch 12,2). Pero hoy encontramos varios motivos que nos invitan a dudar de esta identificación. La primera y principal es que el Discípulo Amado se encuentra siempre en relación a Jerusalén, mientras que -sabemos- Juan era un pescador de Galilea. Es muy probable que el Discípulo fuera un seguidor de Jesús que tenía su casa en Jerusalén y que allí se encontraran (o alojaran) al ir a la ciudad. Si es el mismo de 18,15 (“amigo del Sumo Sacerdote”) debe haber sido alguien importante para tener esta amistad, especialmente en tiempos en los que las relaciones horizontales eran fundamentales, y era “deshonroso” relacionarse con un “inferior” salvo en relaciones “clientelares”. Por otra parte, que el Cuarto Evangelio se remonte al Discípulo Amado no significa que este sea el “autor”; es -más bien- “la autoridad” sobre la que descansa este escrito. Posiblemente basados en la predicación de este discípulo, y en diferentes etapas, sus seguidores pusieron por escrito su “memoria” y sus palabras, recordadas quizá en una primera etapa en Jerusalén y más tarde en una ciudad (quizá Efeso).

¿Qué sabemos de Juan? Poco. Pero hay algo que sí es interesante destacar, sin duda alguna era un discípulo amado. Y el personaje del evangelio, además de histórico, es un personaje simbólico. Podemos decir que “es discípulo amado” todo aquel que se está al lado de Jesús, y goza de su confianza (13,23.25), el que está al pie de la cruz y recibe a la madre como suya (19,27), es el que “ve y cree” ante los signos de la tumba vacía (20,8), el que reconoce como “Señor” al resucitado (21,7), el que “permanece” hasta que Jesús vuelva (21,22). Es decir, es el discípulo modelo, especialmente por algo obvio: es el que “ama”, que es lo que da dignidad y jerarquía en el Cuarto Evangelio.

Digamos, brevemente, algo del texto bíblico de hoy: la unidad comienza en v.2 porque el acento en v.1 está puesto en María Magdalena (y parece continuar en v.11); incluso hay resabios de los otros relatos sinópticos de las mujeres al sepulcro, como se ve en el uso del plural “no sabemos”, cuando la que habla es una sola; o la ida de Pedro a la tumba en Lc 24,12 (como se ve, Jn ha omitido las otras mujeres y a agregado al discípulo). Como es frecuente en los relatos del Discípulo Amado, excluyendo el relato al pie de la cruz con la madre, éste se encuentra con Simón Pedro, y tiene una cierta preeminencia sobre él: corre más rápido, ve y cree... Esto posiblemente se remonte a la comunidad del discípulo amado que pretende acercarse a las comunidades eclesiales de su ciudad pero sin perder su identidad y con una cierta conciencia de superioridad. Lo fundamental está dado, como es característico del Cuarto Evangelio en que “creyó”, lo que es propio de todo discípulo; notemos que no se dice que Pedro creyera, sino el Discípulo Amado, este es el primero en reconocer los signos de la resurrección ante las vendas y el sudario (que esté enrollado parece pretender aludir a que el cuerpo no fue robado).

Reflexión
El Dios del desconcierto elige un extraño modo de presencia entre nosotros: ¡estar ausente! Los discípulos amados están llamados a “ver y creer” ante una tumba vacía. Los temerosos se vuelven valientes, los ignorantes tienen una sabiduría que no se puede contradecir, los confundidos, una luz que no se apaga. “Corrimos al sepulcro, corramos a anunciarlo": resucitó, está vivo.

El discípulo amado es testigo, también nosotros debemos ser signos de la resurrección. Aquí está nuestro desafío. Una comunidad cristiana que no está empujada por el valor, ¿cuánto puede mostrar de su esperanza? Si no está enamorada de la resurrección ¿cómo puede mostrar el sentido de una vida nueva jugada en el amor y el servicio? En un continente llamado cristiano, donde hay tanta violencia y muerte, ¿no es hora que -frente a tanta cruz- seamos testigos de la vida?

Jesús no resucitó para decirnos "¡tenía razón!", sino para mostrar que el amor sembrado y llevado hasta el extremo de dar la vida no cae en la tierra árida; el Reino de Dios no puede dejar de dar frutos, y este es la vida de los crucificados. "La resurrección de Jesús y sus efectos históricos son esperanza y futuro para quienes están todavía en los días de pasión. Ciertamente Jesús mantuvo la esperanza en el triunfo definitivo del Reino de Dios, al que dedicó su vida y por el que murió (...) La muerte va inseparablemente unida, en el caso de Jesús, a la llegada escatológica e histórica del Reino, por lo que la resurrección no significará tan sólo una comprobación o un consuelo, sino la seguridad de que ha de continuar su obra y de que El sigue vivo para continuarla" (I. Ellacuría).

Cristo vive para que vivan sus seguidores; resucita para que la vida nueva que trae sea vida sembrada por sus discípulos amados en el campo de la historia. Cristo resucita y la vida tiene la última palabra. Y a nosotros, un "sí" nos está esperando.


2-16. Lunes 27 de Diciembre de 2004

Temas de las lecturas: Les anunciamos lo que hemos visto y oído * El otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro.


1. Ojos a lo alto, mirada a lo profundo
1.1 Dos características destacan indudablemente, en los escritos del apóstol Juan; dos notas que parecen contradecirse en términos físicos, pero se complementan bellamente cuando se trata de espiritualidad: altura y profundidad, es decir: ojo a lo alto y mirada a lo profundo.

1.2 Este es el evangelista que hunde su mirada en el misterio admirable del Verbo y arranca del Cielo palabras que parecían prohibidas a los mortales. La audacia de su mensaje compite con la belleza de su expresión, de modo que el corazón creyente, cuando de veras lee a Juan, llega asentir esa especie de embriaguez deliciosa que se siente en los lugares altísimos, cuando todo se hace visible y adquiere por así decirlo su lugar en el conjunto sobrecogedor e imponente.

1.3 Nadie piense, sin embargo, que estamos hablando de un poeta de fantasías o de un novelista de seres o sensaciones imaginarias. Apegado a lo concreto y a lo real, mira qué nos ofrece: "lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de la vida...". No es un vendedor de quimeras, no es un soñador atorado en sus ilusiones: es ante todo un testigo.

2. Estar en comunión
2.1 Es difícil saber cuál podría ser la "gran palabra", el concepto clave de la enseñanza de Juan: ¿la Palabra?, ¿la pareja ver-creer?, ¿la vida? Lo más seguro es decir que, más que una palabra o una única idea, en el corazón de la doctrina de Juan tenemos un conjunto armonioso y complementario de experiencias vividas desde Dios y hacia Dios. En este sentido el término clave sería "comunión".

2.2 Estar "en comunión" es precisamente participar-de, recibir y compartir, aprender y ejercer un lenguaje, vivir lo mismo aunque no en la misma forma, en fin, llegar a ser con el otro. Es algo tan central en el mensaje de Juan, que llega a decirnos: "eso les anunciamos para que también ustedes estén en comunión con nosotros" (1 Jn 1,3).

2.3 Es preciso que nuestra fe católica redescubra la potencia de esas expresiones. "Estar en comunión", "comulgar", que es su equivalente, significa mucho más que participar de un rito, asentir a una doctrina o permanecer bajo una disciplina eclesiástica, aunque todo ello tiene también su valor. Es respirar de un mismo Espíritu, tener unas referencias experienciales comunes, haber aprendido juntos un modo de hablar sobre el Señor, llorar con las lágrimas del hermano y reír con su sola sonrisa.


2-17.

Comentario: Rev. D. Manel Valls i Serra (Barcelona, España)

«Vio y creyó»

Hoy, la liturgia celebra la fiesta de san Juan, apóstol y evangelista. Al siguiente día de Navidad, la Iglesia celebra la fiesta del primer mártir de la fe cristiana, san Esteban. Y el día después, la fiesta de san Juan, aquel que mejor y más profundamente penetra en el misterio del Verbo encarnado, el primer “teólogo” y modelo de todo verdadero teólogo. El pasaje de su Evangelio que hoy se propone nos ayuda a contemplar la Navidad desde la perspectiva de la Resurrección del Señor. En efecto, Juan, llegado al sepulcro vacío, «vio y creyó» (Jn 20,8). Confiados en el testimonio de los Apóstoles, nosotros nos vemos movidos en cada Navidad a “ver” y “creer”.

Uno puede revivir estos mismos “ver” y “creer” a propósito del nacimiento de Jesús, el Verbo encarnado. Juan, movido por la intuición de su corazón —y, deberíamos añadir, por la “gracia”— “ve” más allá de lo que sus ojos en aquel momento pueden llegar a contemplar. En realidad, si él cree, lo hace sin “haber visto” todavía a Cristo, con lo cual ya hay ahí implícita la alabanza para aquellos que «creerán sin haber visto» (Jn 20,29), con la que culmina el vigésimo capítulo de su Evangelio.

Pedro y Juan “corren” juntos hacia el sepulcro, pero el texto nos dice que Juan «corrió más aprisa que Pedro, y llegó antes al sepulcro» (Jn 20,4). Parece como si a Juan le mueve más el deseo de estar de nuevo al lado de Aquel a quien amaba —Cristo— que no simplemente estar físicamente al lado de Pedro, ante el cual, sin embargo —con el gesto de esperarlo y de que sea él quien entre primero en el sepulcro— muestra que es Pedro quien tiene la primacía en el Colegio Apostólico. Con todo, el corazón ardiente, lleno de celo, rebosante de amor de Juan, es lo que le lleva a “correr” y a “avanzarse”, en una clara invitación a que nosotros vivamos igualmente nuestra fe con este deseo tan ardiente de encontrar al Resucitado.


2-18.

Reflexión:

1Jn. 1-4. A pesar de las pruebas por las que tengamos que pasar por creer en Cristo Jesús, vivamos completamente alegres en el Señor. Si el Señor está con nosotros y de parte nuestra ¿quién o qué podrá apartarnos de su amor? Por eso, habiendo experimentado el amor de Dios, cuando anunciamos su Nombre a los demás no podemos hacerlo desde fábulas o inventos humanos, sino desde un corazón que ha experimentado personalmente y ha hecho suyo al Señor y que, en una auténtica Alianza con Él, lo transparenta a través de la propia vida. Tratemos de vivir en una verdadera relación personal con el Señor para poder ser genuinos testigos suyos.

Sal. 97 (96). La tierra se alegra porque ha visto al Salvador. Quienes, unidos a Cristo, vivamos en la justicia y el derecho, colaboraremos para que todos los pueblos vean la gloria de Dios. Ciertamente sólo al final veremos cara a cara al Señor y reinaremos junto con Cristo. Sin embargo, ya desde esta vida, hemos de ser testigos del Reino de Dios, que es justicia, paz y gozo en el Espíritu del Señor. La Iglesia peregrina de Cristo tiene como vocación transparentar la presencia de su Señor en el mundo. Quienes, por medio de ella, se encuentren con Jesucristo, deben encontrar esa alegría, paz, bondad, misericordia y gozo que proceden de Dios.

Jn. 20, 2-9. El discípulo amado vio y creyó. La transmisión del hecho de la resurrección es algo que el discípulo amado no sólo comprobará al ver el sepulcro vacío, sino también al contemplar al resucitado en las varias apariciones de las que será testigo. Lo que nos transmita no será sólo algo que le haya llegado de oídas, sino algo que él mismo vio y tocó con sus propias manos. A nosotros, al paso del tiempo, nos corresponde transmitir la Buena Nueva de Jesús Salvador, que por nosotros murió y resucitó. Y aún cuando nosotros nos apoyamos en la autoridad de quienes vieron al Señor, sin embargo hemos de abrir nuestro corazón para que Él viva en nosotros y no nos quedemos como un sepulcro vacío, sino que seamos como un templo en el cual habite el Señor. El vivir liberados de la esclavitud al pecado, vacíos de toda maldad, hará creíble nuestro testimonio de que somos hijos de Dios.

En esta Eucaristía el Señor viene a colmar nuestras esperanzas. Él viene a hacer su morada en nuestra propia vida. Si hemos recibido al Señor en nosotros no lo arrumbemos en nuestro propio interior, sino que entremos en un diálogo amoroso con Él. Convirtámonos en sus discípulos amados, que no sólo se dejan instruir por Él, sino que viven conforme a sus enseñanzas llevando una vida renovada en Cristo y dejándose guiar por el Espíritu Santo. Aun cuando por ser fieles a nuestra fe tengamos que entregar nuestra vida, como una ofrenda de amor a Dios y de amor a nuestros semejantes, esforcémonos en conocer al Señor para poder proclamar esa fe no sólo con los labios, sino con todo nuestro ser.

Habiendo participado de la Eucaristía hemos de volver a nuestra vida ordinaria como testigos del amor que Dios nos ha manifestado en Jesús, su Hijo. No vamos como quienes actúan de un modo imaginario. No llegamos ante los demás como quienes los obliga a caminar en el bien. Vamos como quienes, a través de un vida recta e íntegra, se convierten en la mejor invitación para que lo demás busquen al Señor, se encuentren y se comprometan con Él en la construcción de un mundo que día a día se vaya renovando en el amor fraterno. Aprendamos a entregar nuestra vida en lo cotidiano, en el servicio a favor de todos, amándolos como Cristo nos ha amado.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda vivir con lealtad nuestra fe, no sólo en el templo, de rodillas ante Él, sino en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia, amándonos fraternalmente unos a otros y preocupándonos del bien de todos. Amén.

Homiliacatolica.com


2-19.

Reflexión

“Vio y creyó”… “Bienaventurados los que sin ver crearán”, les dirá Jesús más adelante en el evangelio. Esos somos precisamente nosotros los que no tuvimos la oportunidad como san Juan de entrar, ver y creer. Nosotros basados en su testimonio, creemos que Jesús verdaderamente ha resucitado y se encuentra entre nosotros. La Iglesia ha puesto su fiesta inmediatamente después del nacimiento de Cristo para llamar nuestra atención en que su nacimiento es sólo el inicio de la realización del plan de Dios la cual necesita de testigos fidedignos… personas que sin haber visto crean… personas para las cuales la navidad no sea simplemente una fiesta llena de foquitos y de lindos regalos, sino el acontecimiento por el cual el Hijo de Dios entra a formar parte de nostros; el acontecimiento por el que el perdón de Dios se extiende a toda la humanidad. Ciertamente nosotros no somos testigos oculares, como lo fue san Juan. Sin embargo, somos, como él, testigos de la obra salvífica que Dios ha operado en nuestras vidas y eso es lo que valida nuestro testimonio. Siéntete orgullos de ser testigo de la luz y hazla presente en todos tus ambientes.

Pbro. Ernesto María Caro


2-20. El discípulo a quien amaba

I. Sabemos de San Juan que desde que conoció al Señor, no le abandonó jamás. Cuando ya anciano escribe su Evangelio, no deja de anotar la hora en la que se produjo el primer encuentro con Jesús: Era alrededor de la hora décima (Juan 1, 39), las cuatro de la tarde. No tendría aún veinte años cuando correspondió a la llamada del señor (Santos Evangelios, EUNSA), y lo hizo con el corazón entero, con un amor indiviso, exclusivo. Toda la vida de Juan estuvo centrada en su Señor y Maestro; en su fidelidad a Jesús encontró el sentido de su vida. Ninguna resistencia opuso a la llamada, y supo estar en el Calvario cuando todos los demás habían desaparecido. Así ha de ser nuestra vida: Jesús espera de cada uno de nosotros una fidelidad alegre y firme, como fue la del Apóstol Juan. También en los momentos difíciles.

II. Junto con Pedro, San Juan recibió del Señor particulares muestras de amistad y de confianza. El Evangelista se cita discretamente a sí mismo como el discípulo a quien Jesús amaba (Juan 13, 23; 19, 26 etc.). La suprema expresión de confianza en el discípulo amado tiene lugar cuando, desde la Cruz, el Señor le hace entrega del amor más grande que tuvo en la tierra: su santísima Madre (Juan 19, 26-27). Hoy, en su festividad, miramos a San Juan con una santa envidia por el inmenso don que le entregó el Señor, y a la vez hemos de agradecer los cuidados que con Ella tuvo hasta el final de sus días aquí en la tierra. Hemos de aprender de él a tratar a nuestra Madre con confianza: Juan recibe a María, la introduce en su casa, en su vida. El Evangelio, al relatarnos la vida de Juan, nos invita a todos los cristianos para que pongamos también a María en nuestra vida.

III. Hemos de pedirle a San Juan que nos enseñe a distinguir el rostro de Jesús en medio de las realidades en las que nos movemos, porque Él está muy cerca de nosotros y es el único que puede darle sentido a lo que hacemos. San Juan nos insiste en mantener la pureza de la fe y la fidelidad del amor fraterno (Santos Evangelios, EUNSA). Ya anciano repetía a sus discípulos continuamente: “Hijitos, amaos los unos a los otros” Le preguntaron por su insistencia en repetir lo mismo, y respondía: “Este es el mandamiento del Señor y, si se cumple, él solo basta”. Le pedimos a San Juan que nos enseñe a tratar a la Virgen y a los que están a nuestro alrededor, con el mismo amor que él trató a los que estaban cerca de él.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre