JUEVES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA

 

Libro de Jeremías 7,23-28.

Esta fue la orden que les di: Escuchen mi voz, así yo seré su Dios y ustedes serán mi Pueblo; sigan por el camino que yo les ordeno, a fin de que les vaya bien. Pero ellos no escucharon ni inclinaron sus oídos, sino que obraron según sus designios, según los impulsos de su corazón obstinado y perverso; se volvieron hacia atrás, no hacia adelante. Desde el día en que sus padres salieron de Egipto hasta el día de hoy, yo les envié a todos mis servidores los profetas, los envié incansablemente, día tras día. Pero ellos no me escucharon ni inclinaron sus oídos, sino que se obstinaron y obraron peor que sus padres. Tú les dirás todas estas palabras y no te escucharán: los llamarás y no te responderán. Entonces les dirás: "Esta es la nación que no ha escuchado la voz del Señor, su Dios, ni ha recibido la lección. La verdad ha desaparecido, ha sido arrancada de su boca".

Salmo 95,1-2.6-9.

¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor, aclamemos a la Roca que nos salva!
¡Lleguemos hasta él dándole gracias, aclamemos con música al Señor!
¡Entren, inclinémonos para adorarlo! ¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó!
Porque él es nuestro Dios, y nosotros, el pueblo que él apacienta, las ovejas conducidas por su mano. Ojalá hoy escuchen la voz del Señor:
"No endurezcan su corazón como en Meribá, como en el día de Masá, en el desierto,
cuando sus padres me tentaron y provocaron, aunque habían visto mis obras.


Evangelio según San Lucas 11,14-23.

Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La muchedumbre quedó admirada, pero algunos de ellos decían: "Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios". Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo. Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: "Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
 

 

LECTURAS

1ª: Jr 7, 23-28 

2ª: Lc 11, 14-23 = TIEMPO ORDINARIO SEMANA 27 VIERNES


 

1.

El Dios que intima con su profeta, ha de confesarle su desánimo por un pueblo que rehúsa su amistad. Es el amargo reproche del Dios de la Alianza, que ha obrado misericordia, justicia y derecho sobre la tierra, y que se ve abandonado por su pueblo, a pesar de todos sus esfuerzos por hacerse escuchar.

MISA DOMINICAL 1990/06


2.

En el evangelio de hoy, Jesús presenta la vida cristiana como un combate. «¡El que no está conmigo, está contra mi!». A menudo, por desgracia, somos cristianos «a medias», en una gran mezcolanza de actitudes positivas y negativas. Esto lo reprochaba ya Jeremías a los fieles de su época.

-Escuchad mi voz: Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo.

Es una de las expresiones más perfectas de la "Alianza".

Una pertenencia recíproca: yo soy tuyo, tú eres mío.

En este contexto de amor recíproco tendrán que ser interpretadas todas las invitaciones del texto a seguir. Ello hace tanto más graves las tibiezas y los rechazos.

-Seguid hasta el fin el camino que yo os prescribo a fin de que todo os vaya bien y seáis felices.

Siempre el mismo lazo entre la «fidelidad» a Dios y la "alegría". No es para tomarlo en un sentido material. «No te prometo hacerte feliz en este mundo», decía la Virgen a Bernardita Soubirous. En efecto, es corriente ver el éxito aparente de los perversos y sin conciencia. Mientras que la gente honrada suele vivir entre mayores dificultades.

Sin embargo, el que tiene conciencia de haber hecho todo lo que estaba de su parte, ¿no disfruta ya en este mundo de una muy íntima "felicidad" espiritual?.

¡Es preciso mantener esta alegría íntima! Te ruego, Señor, por todos los que se esfuerzan en ser fieles a fin de que, aun en medio de sus pruebas, experimenten también ellos esa íntima satisfacción. Ayúdanos a no vivir nunca tristes. O, más exactamente, a que una sola cosa nos entristezca: nuestros pecados.

-Pero no me escucharon ni aplicaron el oído, se volvieron de espaldas y apartaron de mí su mirada.

Imágenes realistas. El niño enfurruñado y desobediente que, enojado, da media vuelta.

Decepciones de Dios.

Dios espera «mi rostro»... cara a cara. Como los que se quieren.

Y yo me aparto de El. Como los que no se quieren.

Sin duda, Tú podrías HOY repetirme esas palabras.

¡Esas cosas no pasaban sólo en los tiempos de Jeremías! Perdónanos.

-No me escucharon. Atiesaron la cerviz.

El cuello tieso. La cabeza dura. La insumisión. La rigidez.

Todo lo contrario de la flexibilidad, de la espontaneidad.

-Así es la nación que no escucha la voz del Señor, su Dios.

El tema de estar a la escucha, es esencial.

«Escuchar». Escuchar a Dios. Cuatro veces esta palabra se repite en esta página.

Efectivamente, Tú no nos hablas sólo en la misa o en la oración. Hay una Palabra que debo escuchar durante todas mis jornadas, en mi vida cotidiana, en mi trabajo banal, en mis encuentros, en mis responsabilidades, en los acontecimientos. Pero, con frecuencia, no sé escucharte allí. Concédeme esa atención que me falta, Señor.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 132 s.


3. SAS/MUDO:

El combate espiritual contra las fuerzas del mal... con Cristo.

-Jesús estaba expulsando a un demonio. El poseso era mudo.

En cuanto salió el demonio, el mudo habló.

Cada vez que se habla de demonios en el texto evangélico, nos sentimos incómodos.

Ciertamente un cristiano moderno debe desembarazarse de imágenes grotescas. No obstante, el mal no se explica totalmente en razón de la libertad humana. Estamos a veces obligados a constatar que el mal tiene raíces extremadamente profundas, y que no alcanzamos... Nos sentimos ser el juguete de fuerzas más fuertes que nuestra voluntad. Y por otra parte la amplitud del mal parece orientarnos hacia una dimensión cósmica, radical, colectiva, del imperio de Satán; hay violencias, corrientes oscuras, fuerzas destructoras que trabajan y que ningún hombre parece poder dominar.

Jesús ha venido a combatir esas fuerzas malhechoras.

Y, por ahí, devolvía al hombre su dignidad: el mudo empezó a hablar normalmente. La creación ha sido restaurada.

Señor, sálvame de mis demonios... líbranos del mal.

-Es por el príncipe de los demonios que expulsa a los demonios, decían algunos.

A Jesús se le ha calumniado, se le ha acusado.

¡Es el colmo! El demonio es capaz de dar estos golpes: de enmascararse hasta el punto de llegar a decir que, ¡el Santo por excelencia está poseído por el demonio!

-Todo reino, dividido en partidos contrarios, quedará destruido

El buen sentido popular que Jesús hace suyo. La unidad es una fuerza. La desunión es un fermento maléfico y destructor. Uno de los signos de Satán es la división y el no entenderse. El mundo de hoy está trágicamente marcado por este tipo de espíritu que impide a los matrimonios, comprenderse; a padres e hijos, hablarse; a grupos humanos enteros, reconocerse.

-Pero si expulso a los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el reino de Dios ha llegado a vosotros.

El dedo de Dios está ahí, cuando el mal retrocede. Yo, ¿lo sé ver? ¿Cuál es mi colaboración a ese "dedo de Dios"? ¿Pongo yo mi dedo en ello?

-Cuando un hombre fuerte y armado guarda su casa, seguros están sus bienes; pero si llega uno más fuerte que él, le vencerá y le quitará todas sus armas.

Una imagen de la vida cristiana en forma de parábola breve.

Un combate, un cuerpo a cuerpo rápido, dos hombres peleándose, uno es más fuerte que el otro y lo derriba.

Jesús se presenta como este "segundo hombre", más fuerte, que viene para triunfar sobre Satán.

Evoco mis propios combates. ¿Sobre qué puntos la lucha resulta más difícil? Ven Jesús a combatir conmigo.

Una verdadera imagen dinámica y fuerte... para una cuaresma dinámica y fuerte.

No quedarme solo en el plano individual e íntimo. La dimensión del combate contra el mal es hoy colectiva: hay que combatir con otros, en equipo, y para los otros... Volvemos a encontrar aquí la dimensión cósmica de las fuerzas malhechoras, que pide una acción de envergadura.

-El que no está conmigo, está contra mí, y el que conmigo no recoge, derrama.

Fórmula intransigente. Un cierto estilo de vida: todo lo contrario del remilgo y de las medias tintas. Pero a menudo me comporto como un cristiano a medias. Escucho esta palabra tuya fuerte y abrupta: Cuaresma = energía.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 136 s.


4.

1. Escuchamos hoy una queja amarga de Dios, por medio del profeta. Una queja contra su pueblo Israel porque no cumple la alianza que había pactado: «no escucharon, caminaban según sus ideas, me daban la espalda».

Es inútil que se sucedan los profetas enviados por Dios: «ya puedes repetirles este discurso, que no te escucharán... Ia sinceridad se ha perdido».

Se trata de una acusación que clama al cielo: «aquí está la gente que no escuchó la voz del Señor su Dios».

2. A Jesús algunos tampoco le escuchan ni le hacen caso. Para no tener que prestar atención a lo que dice, que es incómodo, buscan excusas. Hoy, una que es realmente poco razonable: que lanza los demonios en connivencia con el mismo Satanás.

La respuesta de Jesús está llena de sentido común: un reino dividido no podrá subsistir. Lo que pasa es que sus adversarios no quieren reconocer lo evidente, que ya ha llegado el Reino prometido. Que ya ha llegado el que es más fuerte que el maligno y está entablando con él una lucha victoriosa. Es que, si reconocen esto, tendrán que aceptar a Jesús como el Mesías de Dios y hacer caso del testimonio que está dando.

3. Contra los que se quejan Dios en el AT y Jesús en el evangelio, son precisamente los del pueblo elegido, los que oficialmente se consideran los mejores. Pero se ve que eso mismo, de alguna manera, les inmuniza contra lo que diga Jesús y no saben escuchar la voz de Dios.

No hay sinceridad. No quieren ver la luz. Jesús les acusará en otras ocasiones de «pecar contra el Espíritu Santo», o sea, de pecar contra la luz, no queriéndola ver, a pesar de que sea evidente.

¿Estamos nosotros mereciendo de alguna manera esta acusación de Jesús? ¿estamos causándole una desilusión en nuestro camino de este año a la Pascua, que ya está exactamente en su mitad? El Viernes Santo, durante la adoración de la Cruz, cantaremos una lamentación que el profeta pone en labios de Dios: «pueblo mío, ¿qué te he hecho?».

¿Tendremos que sentirnos aludidos?

En el ritual del Bautismo hay un gesto simbólico expresivo, el «effetá», «ábrete». El ministro toca los labios del bautizado para que se abran y sepa hablar. Y toca sus oídos para que aprenda a escuchar. Dios se ha quejado hoy de que su pueblo no le escucha.

¿Se podría quejar también de nosotros, bautizados y creyentes, de que somos sordos, de que no escuchamos lo que nos está queriendo decir en esta Cuaresma, de que no prestamos suficiente atención a su palabra?

La Virgen María, maestra en esto, como en otras tantas cosas, de nuestra vida cristiana, nos ha dado la consigna que fue el programa de su vida: «hágase en mí según tu palabra».

Va por nosotros el salmo de hoy: «ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón».

«Escuchad mi voz, caminad por el camino que os mando, para que os vaya bien» (1ª lectura)

«Ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón» (salmo)

«Ojalá esté firme mi camino para cumplir tus consignas» (comunión)

«Tú nos conduces a la salvación a través de los acontecimientos de la vida y de tus sacramentos» (poscomunión)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 1
Adviento y Navidad día tras día
Barcelona 1995. Pág. 69-70


5.

El tema del diablo, del demonio (aunque bíblicamente son denominaciones distintas) ha resucitado en estos finales de siglo y ha generado una serie de problemas que se han convertido en asunto de orden público en algunas ciudades. Los ritos satánicos, las "misas negras", las sectas satánicas, y hasta los virus del computador... este tema ha estado presente en los esquemas de la religiosidad.

Los fariseos y autoridades judías quisieron quitarle fuerza al mensaje de Jesús atribuyendo sus acciones a Belcebú. Para la fe cristiana de hoy es una tentación usar a Satanás como una coartada que excuse de responsabilidades personales y sociales.

Estar con Jesús implica dejar de temer al demonio, implica abrirse mucho al plan de Dios, a su accionar. No se trata aquí de cuestionar la existencia o no del diablo, ni las características de su identidad, se trata, ante todo de optar por Dios, de actuar desde El.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


6. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Hay una comedia norteamericana protagonizada por Richard Prior y Gene Wilder que lleva por curioso título "No me chilles que no te veo". El destino hace coincidir a un ciego y a un sordo en una cómica situación y desde ahí arranca una serie de peripecias donde queda de manifiesto la dificultad de comunicación entre ambos. Cuando faltan los sentidos fundamentales, la comunicación se hace difícil.

Algo así se podría decir de Israel cuando Dios le pedía la conversión por medio de la palabra de Jeremías. Pero los hombres y mujeres de Israel "no escucharon, ni prestaron oídos", caminaban obstinados, cegados por sus ideas, según la maldad de su corazón y "daban a Dios la espalda y no la frente". Por mucho que les repitiera el discurso, por mucho que les gritara, se habían convertido en un pueblo sordos.

El pasaje rezuma amargura respecto de su pueblo, obstinado en la infidelidad. Por eso, Jeremías tuvo que proclamar de parte de Dios la ruina inminente de la nación. Hecho que sucedió en tiempos del rey Joaquín con la primera deportación a Babilonia (597 a.C.). Pero como Dios mantiene sus promesas, salvará a un resto del pueblo judío, a pesar de su dureza de corazón, como recuerda hoy el salmo responsorial.

La historia se repite. Cuando llegó Cristo a Israel encontró la misma obstinación. Israel fue sordo a la palabra de Jeremías y los contemporáneos de Jesús fueron ciegos a los signos del Maestro. Herederos de la dura cerviz de sus antepasados, la obcecación les nublaba la vista. Aún así Jesús continúa su misión.

Él ha venido para expulsar el demonio del egoísmo que divide y lucha contra la fuerza del Espíritu dentro de cada persona. Ha venido para expulsar el demonio del individualismo que pugna contra las corrientes solidarias en la sociedad. Ha venido para destruir los demonios con el poder de Dios y a implantar su reino de justicia y paz. Estamos empeñados en la misma empresa. Y no valen las medias tintas. Así lo demostraron Perpetua y Felicidad. Tampoco francotiradores. "El que no recoge conmigo, desparrama".

Vuestro amigo.

Carlos Oliveras (carlosoliveras@hotmail.com)


7. CLARETIANOS 2003

¿Por qué en la Biblia tiene tanta importancia el verbo “escuchar”? ¿Cuántas veces se repite la expresión “Shemá Israel” (Escucha Israel)? Escuchar significa prestar atención a la palabra de Dios, dejar que entre en nosotros, colocarla en el centro. Desde esta perspectiva se entienden mejor los reproches que hoy nos lanza el profeta Jeremías. El pecado que denuncia es el de “no escuchar”. Frente a la orden del Señor: Escuchad mi voz, en tres o cuatro ocasiones denuncia la actitud del pueblo que se niega a escuchar: No escucharon ni prestaron oído (dos veces), Ya puedes repetirles este discurso, que no te escucharán. Esta actitud es tan persistente que se convierte en una característica del pueblo: Aquí está la gente que no escuchó la voz del Señor su Dios.

¿No estamos hoy viviendo un momento en el que oímos mucho pero escuchamos poco? Nuestros hermanos de Latinoamérica prácticamente han desterrado de sus usos lingüísticos el verbo oír. Casi siempre dicen “escuchar”. Y, sin embargo, ¡qué diferencia entre oír y escuchar! La palabra de Dios la oímos muy a menudo, pero “como quien oye llover”; es decir, sin prestar atención, sin acogerla como palabra dirigida a cada uno de nosotros.

¿No es la Cuaresma un tiempo para pasar del simple oír al escuchar? Caigamos en la cuenta de lo que nos dice el salmo responsorial de hoy. Es como un mensaje que se hace eco de la profecía de Jeremías: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis el corazón.

El evangelio de Lucas nos presenta el milagro de la curación por parte de Jesús de un hombre mudo. Este hecho da pie a una discusión acerca de la autoridad con la que Jesús realiza esos signos. Algunos de la multitud lo tienen claro: Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios. Jesús, después de contar una parabolilla bastante irónica, da otra versión: Si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros.

Se nos habla del origen de la fuerza de Jesús (Dios mismo) y de los signos a través de los cuales se manifiesta esta fuerza, que nunca son signos demoníacos de esclavitud y enfermedad sino signos que manifiestan lo que Dios es: salud, libertad, alegría.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


8. 2001

COMENTARIO 1

REACCIONES ENCONTRADAS ANTE EL MENSAJE DE JESUS

Aunque no se indique, hay cambio de escenario: Jesús ya no se encuentra «orando en cierto lugar», sino que «estaba expul­sando un demonio, y éste era sordomudo» (11,14a). El sitio aquél, por lo que se ve, es un lugar abierto (cf. v. 29a). El auditorio se compone: a) de un endemoniado sordomudo que empezó a hablar cuando salió el demonio expulsado por Jesús (11,l4ab); b) de una multitud en la que hay de todo: «las mul­titudes se extrañaron» de la liberación del hombre (11, 14c), pero que más tarde -liberada de sus dirigentes religiosos y de los instigadores políticos que la incitaban a la violencia- tomará partido a favor de Jesús: «Como las multitudes se apiñaban a su alrededor» (11 ,29a); c) de unos objetores anónimos que también forman parte de las multitudes, pero que manifiestan su profun­do desacuerdo con la actuación de Jesús y tratan de descalificarlo: «pero algunos de ellos dijeron: "Expulsa los demonios con poder de Belcebú, el jefe de los demonios"» (11,15); d) de unos provo­cadores que se encuentran también entre la multitud y que tratan de comprometerlo: «Otros, para tentarlo, le exigían una señal que viniera del cielo» (11,16); finalmente e) de una nacionalista israelita que reacciona ante los adversarios y trata de ganarse a Jesús para la causa de Israel: «una mujer de entre la multitud le dijo gritando: "¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron » (11,27), es decir, que invoca los privilegios naciona­les basados en el pasado glorioso del pueblo.

El endemoniado representa la parte del pueblo sometida a la institución oficial/poseída por su ideología: son los que han acogido sin espíritu crítico la doctrina oficial proclamada por los letrados y juristas pertenecientes al partido fariseo. Los fari­seos, sin embargo, no aparecen aquí para nada; se explicitarán en la secuencia correlativa. Es «sordo y mudo» por haber 'escuchado' (acogido) una ideología que es contraria al plan de Dios («demonio» adversario de Dios) que le ha dejado 'sin voz' ni voto. Son los fanáticos del sistema que han vendido por cuatro ochavos la libertad de expresión («mudos») y han queda­do incapacitados para siempre para poder escuchar a nadie que pudiera poner en cuarentena su seguridad («sordos»). La sorde­ra-mudez es signo, en el lenguaje bíblico, de cerrazón a la palabra de Dios (recuérdese el caso de Zacarías, 1,22). En contrapartida, entre las credenciales del Mesías con las que Jesús acreditó su obra ante los enviados de Juan Bautista, que dudaba de su misión, encontramos la expresión «los sordos oyen» (7,22). Dentro de la comunidad eclesial hay quienes se han hecho 'sordos' al men­saje del Evangelio por miedo a que éste les haga tambalear las seguridades adquiridas, por temor al riesgo que comporta el hecho de estar abiertos al clamor de los más pobres y marginados, a través de los cuales, proféticamente, continúa hablando Jesús, el proscrito por excelencia y excomulgado por la religión oficial de su tiempo. La historia se repite.

La liberación del 'sordomudo' desencadena un enfrentamien­to abierto. Hay dos clases de adversarios: 1) los que representan la institución oficial y que lo acusan a su vez de endemoniado por excelencia (11,15); 2) los que se aprovechan de la nueva situación creada con la liberación del pueblo para llevar el agua a su molino y que tratan de comprometerlo públicamente (11,16).


COMENTARIO 2

Jesús pasa haciendo el bien, curando a los enfermos, liberando al ser humano de esos "demonios" que le oprimen. Y esa expulsión del demonio es para él un signo de la presencia de Dios, de su Reinado: donde Dios comienza a reinar, no hay sitio para los "demonios", desaparece toda opresión. Jesús lo dejó claramente dicho: traer el Reino (¡su misión!) es traer la liberación del ser humano, y viceversa.

Nuestra misión como cristianos -y como simples seres humanos- es ésa pues: pasar, como Jesús, haciendo el bien, curando y sanando, expulsando todo tipo de demonio que oprima a nuestros hermanos. Y eso es hacer presente a Dios, eso es implantar su Reino aquí en el mundo. Si expulsamos los demonios, hacemos realidad el máximo sueño de Jesús: "Venga Tu Reino"... Es la gran misión del ser humano, la misión que Dios nos ha revelado en Jesús, la que con otras palabras Dios ha revelado también a todos los hombres y mujeres que lo escuchan con corazón sincero.

Pero allí ocurrió algo importante: los enemigos "reinterpretaron" esa acción sanadora de Jesús. Dijeron: "Jesús expulsa los demonios por arte de Belzebú...". De golpe, con esa "reinterpretación", ocultaban esa curación que Jesús hacía reduciéndola a un simple acto de magia diabólica... Estaban adjudicando al diablo la acción misma de Jesús. Lo que para él era un síntoma o señal de la acción de Dios, sus enemigos lo presentan como indicio de la acción del demonio. Nos dicen otros evangelistas que Jesús se irritó y dijo que eso era un "pecado contra el Espíritu Santo", cuya suma gravedad expresó diciendo que "no se perdona ni en este mundo ni en el otro"...

"Que venga tu Reino", rezamos todos los días; no sería responsable esa petición si no expresara simultáneamente nuestra voluntad de poner de nuestra parte lo que hace falta para que sean expulsados todos esos "demonios" que oprimen.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


9. 2002

El tema del diablo, del demonio (aunque bíblicamente son denominaciones distintas) ha generado una serie de problemas que se han convertido en asunto de orden público en algunos lugares. Los ritos satánicos, las "misas negras", las sectas satánicas, y hasta los virus del computador... este tema ha estado presente en los esquemas de la religiosidad. Los fari­seos y autoridades judías quisieron quitarte fuerza al mensaje de Jesús atribuyendo sus acciones a Belcebú. Para la fe cristiana de hoy es una tentación usar a Satanás como una coartada que excuse de responsabilidades personales y sociales.

En todo caso, el criterio de Jesús es importante: si se expulsa los demonios (cualquier forma de mal que representen), es que el Reinado de Dios está lle­gando, Ahí donde se hace el bien, ahí se está ganan­do espacio para el Reino, ahí se lo está construyendo. ¿Sencillo, no? Por eso se dijo de Él -luchador por el Reino como era- que «pasó por el mundo haciendo el bien»... Y también: «Todo lo hizo bien».

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


10. DOMINICOS 2003

Corazón dividido, corazón herido

Hoy podemos leer y escuchar el mensaje de la liturgia al modo de una requisitoria de Dios contra su pueblo, lanzada por boca de Jeremías.

El corazón del Pueblo elegido está herido, dividido, carcomido por bajos intereses, y los oráculos del profeta son tan duros que pueden dejar mal sabor de boca. Pero conviene recordar que se producen en tiempos de un rey, Joaquín, en que (como en el nuestro siglo XXI) había muchos oídos sordos a la voz de Dios y mucha corrupción de corazones, sentimientos, justicia, religión, piedad.

Por eso, Jeremías, profeta al que podemos ver como a una prefiguración de Jesús, lucha por desvelar esas interioridades hipócritas de personas autosuficientes. Éstas no se atienen a la verdad revelada por Dios y contradicen con hechos las buenas palabras; y bajo capa de fidelidades rituales  se tragan sapos y mosquitos, grandes injusticias y detalles que afean cualquier rostro humano. 

De esa incoherencia y división interior-exterior nace la urgencia profética por provocar un cambio de corazones que haga posible el reencuentro de Dios con su pueblo en la verdad, en la justicia, en la paz. Es el tema en que vuelve a insistir Jesús cuando le acusan de hacer maravillas en nombre del Belcebú que habita en su interior. Infelices mortales, les dice, ¿no sabéis que corazón dividido, reino dividido, pueblo dividido, están siempre amenazados de crisis y ruina? Sólo la armonía y unidad interior, la armonía y unidad familiar y social, la armonía de espíritu entre Dios y el hombre son fuente de bienestar.

Cuidemos, pues, ese tesoro de armonía, unidad, paz, coherencia, verdad; y eduquémonos en su rica experiencia evitando la corrupción interior y mimando hasta los detalles o tildes de una convivencia en justicia, amor y paz.

ORACIÓN:

Señor, Dios nuestro, haz que todos los hombres, en nuestra familia, educación, convivencia, criterios ideológicos, visión de nosotros mismos como personas, cuidamos hasta las ‘tildes’ que ayudan a fusionar corazones; que al correr de los días no nos encontremos con corazones divididos, con espíritus egoístas, con programas de vida que nos lleven a olvidarnos de Ti y de los hermanos. Amén

 

La luz brilla en la Palabra

Profeta Jeremías 7, 23-28:

“Esto dice el Señor, por boca de Jeremías, convocando al arrepentimiento...: escuchad mi voz; yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo. Caminad por el camino que os señalo, y así os irá bien. ¡Señor! Así lo he dicho, pero todo ha sido inútil. No me han escuchado, ni me prestaron oído, han seguido caminando según sus ideas, según la maldad de su corazón... Ya se les puede repetir el discurso, que no escucharán. Ya se les puede gritar, que no responderán... La sinceridad se ha perdido, se la han arrancado de la boca”.

En ese texto, Dios se ofrece al pueblo como su ‘padre’, pero el pueblo no escucha su voz; el profeta comunica el ‘mensaje’, pero queda desengañado, porque lo desprecian.  Dios aguarda con ‘paciencia’, pero el profeta, como hombre que es, casi pierde la paciencia, ‘porque es inútil hablar más’. ¡Misterioso designio  de ser hijos de Dios, pero pobres hombres !

 

Evangelio según san Lucas 11, 14-23:

 “Cierto día Jesús estaba echando un demonio que era mudo, y apenas salió el demonio, habló el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos dijeron: si echa los demonios es por arte de Belzebú, príncipe de los demonios...

 Jesús les respondió: todo reino en guerra civil se va a la ruina. .. Si Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino?...  Si yo echo los demonios con el poder de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros...Y os digo: el que no está conmigo, está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama”

Dios y Jesús obran desde la unidad, armonía, sabiduría, prudencia, mientras que los hijos del ‘mal’ obran desde la incoherencia, contradicción. Si no cumplimos el deber de vivir y actuar conforme al Espíritu, siendo fieles, nos dejaremos arrastrar por el mal, siendo infieles.  ¡Peligroso es jugar con Dios!

 

Momento de reflexión

Gracia de Dios y pecado de los hombres.

 El rostro negativo de las cosas, de las actitudes humanas, del pecado, es como el contrapunto a la gracia, al amor, a la virtud, a la alegría del bien; y en la vida tenemos que bendecir lo uno y superar lo otro.

Al leer las profecías de Jeremías, uno percibe que él, al ver cómo abundan los factores negativos, tiene en ocasiones  poca esperanza en la rectificación de conducta por parte del pueblo elegido; sin embargo, no desiste en su vocación y proyecto de vida, ya que Dios lo puede todo.

Eso nos indica que hemos de mantener la confianza en Dios –que nos coloca por encima de incertidumbres, amarguras y destierros-, y que hemos de luchar  por el triunfo del amor, misericordia y perdón, a pesar de que muchas mentes se ofusquen.

La experiencia nos dice que, por desgracia, sólo después de haber sufrido y de haber sido víctimas de nuestros errores y de los errores de los demás, suelen brotar en nosotros gestos de cambio y arrepentimiento y súplicas de perdón.

Guerra civil en la interioridad del hombre.

La actitud interior en que fidelidad e infidelidad luchan entre sí es la que en el evangelio se tipifica como  guerra civil  entre el bien y el mal, entre las inclinaciones nobles y las innobles, que se dan  en todas partes: en el alma y en el corazón de cada uno, en la intimidad de cada familia -turbada por la incomprensión mutua de sus miembros- y en la sociedad poblada por ambiciosos incorregibles e insensibles a los demás. 

Según el esquema que Jesús presenta:

Cada conciencia que goza de armonía y equilibrio interior, tiene cerca el Reino de Dios.

 Cada familia que resplandece en la alegría, orden, afabilidad, comunicación, tiene cerca a Dios.

Cada sociedad o pueblo que camina en paz, armonía y justicia, tiene cerca a Dios.


11.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Yo soy la salvación del pueblo –dice el Señor–. Cuando me llamen desde el peligro, yo les escucharé y seré para siempre su Señor».

Colecta (del Gregoriano): «Te pedimos humildemente, que a medida que se acerca la fiesta de nuestra salvación, vaya creciendo en intensidad nuestra entrega, para celebrar dignamente el misterio pascual».

Comunión: «Tú promulgas tus decretos para que se observen exactamente; ojalá esté firme mi camino para cumplir tus consignas».

Postcomunión: «Presta benigno tu ayuda, Señór, a quienes alimentas con tus sacramentos, para que consigamos tu salvación en la celebración de estos misterios y en la vida cotidiana».

Jeremías 7,23-28: Aquí está la gente que no escuchó la voz del Señor, su Dios. El profeta Jeremías clama contra la incredulidad de sus contemporáneos. No escuchan la voz de Dios que desea realizar plenamente la alianza entre Él y su pueblo. La actuación del profeta será, una vez más, inútil. Por eso, la ruina de la nación es inminente y, por la bondad de Dios, se salvará un resto que permanece fiel. Es un adelanto de lo que sucederá con la venida del Verbo encarnado. Y, ¿solamente en aquel tiempo? ¡Cuánta infidelidad también en nuestros días en muchos que son y se llaman cristianos, pero que actúan como paganos!

Este tiempo litúrgico es muy adecuado para reflexionar y corregir las infidelidades con respecto a Dios y a su mensaje de salvación. Allí donde vive y obra el verdadero espíritu de Cuaresma, afluye al alma, a raudales, la vida divina de la gracia, de las virtudes y de las buenas obras.

El cristiano se convierte en coedificador del Reino de Dios, en piedra viva, que ayuda a levantar todo el edificio: primero en su propia persona y después junto con sus semejantes. Su práctica cuaresmal aprovecha a todos, derramando sobre ellos luz, gracia, arrepentimiento. Con su ejemplo, su oración y sus méritos colabora en la salvación y santificación de sus hermanos. ¡Qué responsabilidad, pues, la nuestra si no aprovechamos este tiempo de gracia, que es la Cuaresma! ¡Qué perjuicio para nosotros mismos y para los demás! No podemos ser indiferentes a la salvación de los hombres, que son hermanos nuestros.

–El gran pecado de Israel fue cerrar sus oídos a la palabra del Señor. También este peligro nos acecha a nosotros. Por eso el Salmo 90 nos advierte: «Ojalá escuchéis hoy su voz; no endurezcáis vuestro corazón. Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, vitoreándolo al son de instrumentos. Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, Creador nuestro. Porque Él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el rebaño que Él guía. No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto, cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras».

Lucas 11,14-23: El que no está conmigo está contra Mí. Lo mismo que en tiempos de Jeremías, la incredulidad y la infidelidad fue el signo de los contemporáneos de Jesús. Su ejemplo, su palabra, sus milagros son manifestaciones palpables del origen divino de su ser. Pero el corazón de aquellos hombres estuvo endurecido y lo consideraron aliado del demonio. ¡Qué perversidad y qué gran misterio! ¿Y nosotros? San Gregorio Magno dice:

«Volvimos la espalda ante el rostro de Aquel cuyas palabras despreciamos, cuyos preceptos conculcamos; pero aun estando a nuestra espalda nos vuelve a llamar Él, que se ve despreciado y clama por medio de sus preceptos y nos espera con paciencia» (Hom. sobre los Evangelios 16).

¡Unidos siempre a Cristo! En Él encontramos nuestra salvación. Digamos con San  Gregorio Nacianceno:

«Quédate con nosotros, porque nos rodean en el alma las tinieblas y solo Tú, oh Cristo, eres la Luz. Tú puedes calmar nuestra ansia que nos consume» (Carta 212).

Oremos intensamente. Hagamos penitencia en este tiempo de preparación para la Pascua, a fin de que nos renovemos en Cristo Jesús. Comenta San Ambrosio:

«Todo reino dividido será desolado. El porqué de esta afirmación es el mostrar que su reino es indivisible y perpetuo, puesto que se le acusaba de echar los demonios en nombre de Beelzebú, príncipe de los demonios... Aquellos, pues, que no ponen en Cristo su esperanza, sino que creen que los demonios son arrojados en nombre del príncipe de los demonios, niegan ser súbditos de  un reino eterno» (Comentario a San Lucas VII, 91).


12.

Autor: P. Cipriano Sánchez

Jesucristo nuestro Señor no quiere dejarnos solos. Quiere ser Él el que nos acompañe, quiere ser Él el que camina junto a nosotros: “Escuchen mi voz y yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo; caminen siempre por el camino que yo les mostraré para que les vaya bien”. Éstas son las palabras con las que nuestro Señor exhorta al pueblo, a través del profeta, a escuchar y a seguir el camino de Dios

Cristo, en el Evangelio, nos narra la parábola del hombre fuerte que tiene sus tesoros custodiados, hasta que llega alguien más fuerte que él y lo vence. Quién sabe si nuestra alma es así: como un hombre fuerte bien armado, dispuesto a defenderse, dispuesto a no permitir que nadie toque ciertos tesoros. Sin embargo, Dios nuestro Señor —más fuerte sin duda—, quizá logre entrar en el castillo y logre arrebatarnos aquello que nosotros le tenemos todavía prohibido, le tenemos todavía vedado. Cristo es más fuerte que nosotros. Y no es más fuerte porque nos violente, sino que es más fuerte porque nos ama más.

Es el amor de Jesucristo el que llega a nuestra alma y el que viene a arrebatar en nuestro interior. Es al amor de Jesucristo el que no se conforma con un compromiso mediocre, con una vida cristiana tibia, con una vida espiritual vacía. Y Cristo quiere todo, según nuestro estado de vida: quiere todo en nuestra vida conyugal, quiere todo en nuestra vida familiar, quiere todo en nuestra vida social.

“Escuchen mi voz”. Estas palabras tienen que resonar constantemente en nosotros a lo largo del tiempo cuaresmal. Si Dios nuestro Señor ha inquietado nuestra alma, si Dios nuestro Señor no ha dejado tranquilo nuestro corazón, si nos ha buscado, si nos ha asediado, si nos ha tomado, si nos ha conquistado, no es ahora para dejarnos solitarios por la vida, sino porque el primero que se compromete a llevar adelante nuestra vocación cristiana es Él, y va a estar con nosotros. La pregunta que nosotros tenemos que hacernos es: ¿Estamos dispuestos a seguir a Cristo o estamos dispuestos a abandonarlo?

Al final de la lectura del profeta Jeremías, aparece una frase muy triste: “De este pueblo dirá: Éste es el pueblo que no escuchó la voz del Señor, ni aceptó la corrección; ya no existe fidelidad en Israel; ha desaparecido de su misma boca”.

Está en nuestras manos dar fruto. Está en nuestras manos perseverar. Está en nuestras manos el continuar adelante con nuestro compromiso de cristianos en la sociedad. De nosotros depende y a nosotros nos toca que Jesucristo pueda seguir caminando con nosotros, yendo a nuestro lado. El Señor vuelve a buscarnos hoy, el Señor vuelve a estar con nosotros, ¿cuál va a ser nuestra respuesta? ¿Cuál va a ser nuestro comportamiento si nuestro Señor viene a nuestro corazón?

Jesús, al final del Evangelio, nos lanza un reto: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama”. Un reto que es una responsabilidad: o estamos con Él y recogemos con Él; o estamos contra Él, desparramando. No nos deja alternativas. O tomamos nuestra vida y la ponemos junto con Él, la recogemos con Él, la hacemos fructificar, la hacemos vivir, la hacemos llenarse, la hacemos ser testigos cristianos de los hombres, o simplemente nos vamos a desparramar.

¿Quién de nosotros aceptaría ver su vida desparramada? ¿Quién de nosotros toleraría que su existencia simplemente corriese? ¿No nos interesa tenerla verdaderamente rica, no nos interesa tenerla verdaderamente comprometida junto a Jesucristo nuestro Señor? Esto no se puede quedar en palabras, tenemos necesidad de llevarlo a los demás. Esto es obra de todos los días, es un compromiso cotidiano que está en nuestras manos.

Vamos a pedirle a Jesucristo que nos guíe para comprometernos con nuestra fe, para comprometernos con la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. La Iglesia que se nos ha entregado, viniendo desde muchas generaciones. La Iglesia de los mártires, la Iglesia de los apóstoles, la Iglesia de los confesores. La Iglesia que ha llegado a nosotros a través de dos mil años por medio de la sangre de muchos que creyeron en lo mismo que creemos nosotros. La Iglesia que es para nosotros el camino de santificación, y que es la Iglesia que nosotros tenemos que transmitir a las siguientes generaciones con la misma fidelidad, con la misma ilusión, con el mismo vigor con que a nosotros llegó.

Pidámosle al Señor que la podamos transmitir íntegra a las generaciones que vienen detrás y la podamos extender a las generaciones que conviven con nosotros y que todavía no conocen a Cristo.

Este compromiso no es un compromiso hacia dentro, sino que es un compromiso hacia afuera. Un compromiso que nace de un corazón decidido, pero que tiene que transformarse en acción eficaz, en evangelización para el bien de los hombres.

Vamos a pedirle a Jesucristo que nos conceda la gracia de recoger con Él, la gracia de estar siempre a favor de Él, de escuchar su voz y de caminar por el camino que Él nos muestra, para ser entre los hombres, una luz encendida, un camino de salvación, una respuesta a los interrogantes que hay en tantos corazones, y que sólo nuestro Señor Jesucristo puede llegar a responder.


13. Comentario: Rev. D. Josep Gassó i Lécera (Corró d'Avall-Barcelona, España)

«Si por el dedo de Dios expulso yo los demonio, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios»

Hoy, en la proclamación de la Palabra de Dios, vuelve a aparecer la figura del diablo: «Jesús estaba expulsando un demonio que era mudo» (Lc 11,14). Cada vez que los textos nos hablan del demonio, quizá nos sentimos un poco incómodos. En cualquier caso, es cierto que el mal existe, y que tiene raíces tan profundas que nosotros no podemos conseguir eliminarlas del todo. También es verdad que el mal tiene una dimensión muy amplia: va “trabajando” y no podemos de ninguna manera dominarlo. Pero Jesús ha venido a combatir estas fuerzas del mal, al demonio. Él es el único que lo puede echar.

Se ha calumniado y acusado a Jesús: el demonio es capaz de conseguirlo todo. Mientras que la gente se maravilla de lo que ha obrado Jesucristo, «algunos de ellos dijeron: ‘Por Beelzebul, Príncipe de los demonios, expulsa los demonios’» (Lc 11,15).

La respuesta de Jesús muestra la absurdidad del argumento de quienes le contradicen. De paso, esta respuesta es para nosotros una llamada a la unidad, a la fuerza que supone la unión. La desunión, en cambio, es un fermento maléfico y destructor. Precisamente, uno de los signos del mal es la división y el no entenderse entre unos y otros. Desgraciadamente, el mundo actual está marcado por este tipo de espíritu del mal que impide la comprensión y el reconocimiento de los unos hacia los otros.

Es bueno que meditemos cuál es nuestra colaboración en este “expulsar demonios” o echar el mal. Preguntémonos: ¿pongo lo necesario para que el Señor expulse el mal de mi interior? ¿Colaboro suficientemente en este “expulsar”? Porque «del corazón del hombre salen las intenciones malas» (Mt 15,19). Es muy importante la respuesta de cada uno, es decir, la colaboración necesaria a nivel personal.

Que María interceda ante Jesús, su Hijo amado, para que expulse de nuestro corazón y del mundo cualquier tipo de mal (guerras, terrorismo, malos tratos, cualquier tipo de violencia). María, Madre de la Iglesia y Reina de la Paz, ¡ruega por nosotros!


14.Comentarios
Servicio Bíblico Latinoamericano

Análisis

El texto del Evangelio, como tantos otros narrados por Lucas en el viaje a Jerusalén parece desordenado. Parece incluso seguir a Marcos pero una lectura atenta revela la semejanza con Mateo y bastantes diferencias con Mc lo que muestra que el texto se ha conservado en la doble tradición Mc y Q.

El punto de partida es meramente narrativo: ocurre un exorcismo del que no se brindan mayores detalles (enfermo-resultado) ya que el objetivo no es detenerse en el acontecimiento, o ponerlo en duda, sino preguntarse por el origen de la fuerza que permite esta capacidad en Jesús. No se cuestiona el hecho -de allí lo conciso y breve- sino la fuente del “poder”. Después de presentado el hecho se nos refieren dos reacciones, la primera resume brevemente la posición de los adversarios del relato, la segunda, breve (pedido de un signo), prepara un relato que vendrá a continuación: el signo de Jonás, del que ya se ha hablado. Narrativamente, el pedido de un signo mesiánico pretende desenmascarar a Jesús mostrándolo como falsario. Después de presentados los actores, el Evangelio de hoy se detiene en el grupo que atribuye a Beelzebul el origen de la fuerza de Jesús para expulsar demonios.

Que el relato comienza en v.14 no es difícil de concluir ya que v.13 es una conclusión del tema de la oración, por otra parte, el párrafo indica un nuevo comienzo (“y estaba”). No es fácil, en cambio, saber dónde termina el relato. En v.27 comienza claramente un nuevo párrafo (“sucedió que...”), mientras que en v.26 sigue refiriendo a demonios. Esto parece invitarnos a suponer que la unidad de la expulsión de demonios debe estructurarse en los vv.14-26, aunque el texto litúrgico finalice en v.23.

El discurso es fácilmente comprensible: Jesús es acusado de charlatán, de no hacer lo que hace (que no se pone en duda que realmente lo haga), con la fuerza de Dios sino con la misma fuerza del demonio. Jesús contesta con un sencillo argumento que contrapone dos reinos, el reino de Dios (v.20) y el del demonio (v.18), y ningún reino puede ser fuerte si está dividido en su interior. Una guerra civil aniquila un país desde sus cimientos, sea esta división la de un reino o la de una casa (v.17).

Este reino del demonio tiene un príncipe, el que es llamado Beelzebul (v.15), nombre que no conocemos por los escritos judíos. El nombre es semita pero no nos consta su utilización en otros escritos; quizá quiera decir “Señor de las alturas” (ver 1 Re 8,13; 2 Cr 6,2; Sal 49,15; Is 63,15; Hab 3,11), pero no es esto lo importante en este caso. Quizá sea un nombre alternativo del diablo, como lo es Belial (2 Cor 6,15; 1QS 1,18.24; 2,5.19), Satanás (11,18; Mt 12,26; Mc 3,23), Mastemah (1QS 3,23; 1QM 13,4.11; CD 16,5; Jub 10,8) o Asmodeo (Tob 3,8.17). Por otra parte, que es interesante notar es que en algunos textos griegos, donde el texto hebreo decía “ídolos” se traduce por “demonios” (así en Sal 96,5 LXX).

Como no se cuestiona que Jesús los expulse, lo que está en cuestión es su autoridad. Jesús remite a los exorcistas judíos (hijos puede entenderse por discípulos, pero acá los que hablan no son los fariseos como en Mt; probablemente sea, entonces, que refiera a los miembros de la comunidad). Sabemos que algunos judíos realizaban exorcismos. El historiador judío contemporáneo a Lucas nos narra: “Dios también lo capacitó (a Salomón) para aprender el arte de expulsar los demonios, ciencia útil y curativa de los hombres. Compuso encantamientos para aliviar las enfermedades y dejó la manera de usar los exorcismos mediante los cuales se alejan los demonios para que no vuelvan jamás. Este método curativo se sigue usando mucho entre nosotros hasta el día de hoy; he visto a un hombre de mi propia patria llamado Eleazar, librando endemoniados en presencia de Vespasiano, sus hijos y sus capitanes y toda la multitud de sus soldados. La forma de curar era la siguiente: acercaba a las fosas nasales del endemoniado un anillo que tenía en el sello una raíz de una de las clases mencionadas por Salomón, lo hacía aspirar y le sacaba el demonio por la nariz. El hombre caía inmediatamente al suelo y él adjuraba al demonio a que no volviera nunca más, siempre mencionando a Salomón y recitando el encantamiento que había compuesto. Cuando Eleazar quería demostrar y convencer a los espectadores que poseía ese poder, ponía a cierta distancia una copa llena de agua o una palangana y ordenaba al demonio, cuando salía del interior del hombre, que la derramara, haciendo saber de ese modo al público que habías abandonado al hombre. Hecho esto quedaban claramente expresadas las habilidades y la sabiduría de Salomón” (Flavio Josefo, Antigüedades 8.2.5).

Jesús no recurre a amuletos para el exorcismo, sino al “dedo de Dios”. En Ex 8,15 los magos egipcios reconocen el paso de Dios en las plagas diciendo “¡es el dedo de Dios!” La obra liberadora de Dios por su pueblo sigue actuando en los acontecimientos salvíficos que obra Jesús (ver Ex 31,18; Dt 9,10; Sal 8,4), particularmente haciendo ¡ya! presente el reino de Dios que se enfrenta al reino de Beelzebul.

El “fuerte” que custodia sus bienes y su palacio refiere ciertamente al demonio que se ha “apoderado” de un hombre; este “confía” en su poder, y cree estar “en paz” por estar en una situación de “no violencia” (el marco de la pax romana, la armadura, los bienes que custodia y el palacio nos ponen en un marco histórico; no debemos olvidar que el demonio de 8,30 se llama “legión”, como las legiones romanas). El “más fuerte” ciertamente es Jesús que lo expulsa (ver Is 49,25; 53,12). El testamento de Leví, cuando habla del nuevo sacerdote que vendrá dice: “Él atará a Beliar y dará poder a sus hijos para pisotear a los malos espíritus” (18,12).

En este conflicto de dos reinos presentes, nuestra posición no puede ser indiferente o neutra. Precisamente porque lo que está en cuestión es Jesús, y su lugar en el reino. No era el exorcismo lo que les preocupaba, sino Jesús. El desafío es “reunir” con Jesús (ver Is 40,11; Ez 34; Lc 3,17) o “desparramar”. Por eso es imposible la indiferencia.

Comentario

Muchas veces Jesús hace exorcismos en los evangelios, en este caso, el exorcismo no es lo importante. Ocurre un exorcismo, y no se pone en duda su realización, lo que está en cuestión es con que “poder” es que Jesús los realiza. De este modo, el Evangelio nos da una clave de interpretación de todos los exorcismos de los evangelios: son un signo evidente de que el reino de Dios ya está actuando. si hay un reino del mal que está presente, evidentemente en los endemoniados, también es evidente que en Jesús Dios se enfrenta con “Beelzebul”, el príncipe de ese reino.

Los endemoniados son personas en las cuales actúa lo contrario de la voluntad de Dios, el mal, la muerte; incluso a veces presentadas con reminiscencias del Imperio Romano, que también actúa contrariamente a la voluntad de Dios. Jesús, en cambio, se manifiesta como el que viene a hacer el bien, a reunir al pueblo disperso, a enfrentar todo lo que es manifiestamente contrario a la voluntad de Dios, su reino. Pero Dios es evidentemente “más fuerte” que el diablo, y éste no puede resistirlo. Para el reino de Dios, siempre la vida es más fuerte que la muerte, la paz que la violencia, la libertad que la opresión.

Como hijos del reino, discípulos de Jesús, también nosotros estamos llamados a expulsar a todo lo que se oponga al reino de la justicia y la vida, la libertad y la paz de nuestro ambiente. Contamos a nuestro lado con el que es “más fuerte”, y ese reino ya está presente allí donde sabemos enfrentarnos contra la opresión y la violencia buscando que reine la justicia y la paz, dejando que triunfe la vida.


15.Sinceridad y veracidad

Quienes nos rodean han de sabernos personas veraces, que no mienten ni engañan jamás, leales y fieles: la infidelidad es siempre un engaño, mientras que la fidelidad es una virtud indispensable en la vida personal y social.

I. En el Evangelio de la Misa vemos a Jesús que cura a un endemoniado que era mudo (Lucas 11, 14; Mateo 9, 32-33). La enfermedad, un mal físico normalmente sin relación con el pecado, es un símbolo del estado en el que se encuentra el hombre pecador; espiritualmente es ciego, sordo paralítico... Cuando en la oración personal no hablamos al Señor de nuestras miserias y no le suplicamos que las cure, o cuando no exponemos esas miserias nuestras en la dirección espiritual, cuando callamos porque la soberbia ha cerrado nuestros labios, la enfermedad se convierte prácticamente en incurable. El no hablar del daño que sufre el alma suele ir acompañado del no escuchar: el alma se vuelve sorda a los requerimientos de Dios, se rechazan los argumentos y las razones que podrían dar luz para retornar al buen camino. Al repetir hoy, en el Salmo responsorial de la Misa, Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis vuestro corazón (Salmo 94), formulemos el propósito de no resistirnos a la gracia, siendo siempre muy sinceros.

II. Para vivir una vida auténticamente humana, hemos de amar mucho la verdad, que es, en cierto modo, algo sagrado que requiere ser tratado con amor y respeto. El Señor ama tanto esta virtud que declaró de Sí mismo: Yo soy la verdad (Juan 14, 6), mientras que el diablo es mentiroso y padre de la mentira (Juan 8, 44), todo lo que promete es falsedad. No podremos ser buenos cristianos si no hay sinceridad con nosotros mismos, con Dios y con los demás. A los hombres nos da miedo, a veces, la verdad porque es exigente y comprometida. Existe la tentación de emplear el disimulo, la verdad a medias, la mentira misma, a cambiar el nombre a los hechos. Para ser sinceros, el primer medio que hemos de emplear es la oración: es segundo lugar, el examen de conciencia diario, breve, pero eficaz, para conocernos. Después, la dirección espiritual y la Confesión, abriendo de verdad el alma, diciendo toda la verdad. Si rechazamos el demonio mudo tendremos alegría y paz en el alma.

III. Quienes nos rodean han de sabernos personas veraces, que no mienten ni engañan jamás, leales y fieles: la infidelidad es siempre un engaño, mientras que la fidelidad es una virtud indispensable en la vida personal y social. Sobre ella descansan el matrimonio, los contratos, la actuación de los gobernantes. El amor a la verdad nos llevará a rectificar, si nos hubiéramos equivocado; a no formarnos juicios precipitados; a buscar información objetiva, veraz y con criterio. Entonces se hará realidad la promesa de Jesús: La verdad os hará libres (Juan 8, 32).

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


16.  Autor: P. Cipriano Sánchez
 

Jr 7, 23-28
Lc 11, 14-23

Jesucristo nuestro Señor no quiere dejarnos solos. Quiere ser Él el que nos acompañe, quiere ser Él el que camina junto a nosotros: “Escuchen mi voz y yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo; caminen siempre por el camino que yo les mostraré para que les vaya bien”. Éstas son las palabras con las que nuestro Señor exhorta al pueblo, a través del profeta, a escuchar y a seguir el camino de Dios

Cristo, en el Evangelio, nos narra la parábola del hombre fuerte que tiene sus tesoros custodiados, hasta que llega alguien más fuerte que él y lo vence. Quién sabe si nuestra alma es así: como un hombre fuerte bien armado, dispuesto a defenderse, dispuesto a no permitir que nadie toque ciertos tesoros. Sin embargo, Dios nuestro Señor —más fuerte sin duda—, quizá logre entrar en el castillo y logre arrebatarnos aquello que nosotros le tenemos todavía prohibido, le tenemos todavía vedado. Cristo es más fuerte que nosotros. Y no es más fuerte porque nos violente, sino que es más fuerte porque nos ama más.

Es el amor de Jesucristo el que llega a nuestra alma y el que viene a arrebatar en nuestro interior. Es al amor de Jesucristo el que no se conforma con un compromiso mediocre, con una vida cristiana tibia, con una vida espiritual vacía. Y Cristo quiere todo, según nuestro estado de vida: quiere todo en nuestra vida conyugal, quiere todo en nuestra vida familiar, quiere todo en nuestra vida social.

“Escuchen mi voz”. Estas palabras tienen que resonar constantemente en nosotros a lo largo del tiempo cuaresmal. Si Dios nuestro Señor ha inquietado nuestra alma, si Dios nuestro Señor no ha dejado tranquilo nuestro corazón, si nos ha buscado, si nos ha asediado, si nos ha tomado, si nos ha conquistado, no es ahora para dejarnos solitarios por la vida, sino porque el primero que se compromete a llevar adelante nuestra vocación cristiana es Él, y va a estar con nosotros. La pregunta que nosotros tenemos que hacernos es: ¿Estamos dispuestos a seguir a Cristo o estamos dispuestos a abandonarlo?

Al final de la lectura del profeta Jeremías, aparece una frase muy triste: “De este pueblo dirá: Éste es el pueblo que no escuchó la voz del Señor, ni aceptó la corrección; ya no existe fidelidad en Israel; ha desaparecido de su misma boca”.

Está en nuestras manos dar fruto. Está en nuestras manos perseverar. Está en nuestras manos el continuar adelante con nuestro compromiso de cristianos en la sociedad. De nosotros depende y a nosotros nos toca que Jesucristo pueda seguir caminando con nosotros, yendo a nuestro lado. El Señor vuelve a buscarnos hoy, el Señor vuelve a estar con nosotros, ¿cuál va a ser nuestra respuesta? ¿Cuál va a ser nuestro comportamiento si nuestro Señor viene a nuestro corazón?

Jesús, al final del Evangelio, nos lanza un reto: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama”. Un reto que es una responsabilidad: o estamos con Él y recogemos con Él; o estamos contra Él, desparramando. No nos deja alternativas. O tomamos nuestra vida y la ponemos junto con Él, la recogemos con Él, la hacemos fructificar, la hacemos vivir, la hacemos llenarse, la hacemos ser testigos cristianos de los hombres, o simplemente nos vamos a desparramar.

¿Quién de nosotros aceptaría ver su vida desparramada? ¿Quién de nosotros toleraría que su existencia simplemente corriese? ¿No nos interesa tenerla verdaderamente rica, no nos interesa tenerla verdaderamente comprometida junto a Jesucristo nuestro Señor? Esto no se puede quedar en palabras, tenemos necesidad de llevarlo a los demás. Esto es obra de todos los días, es un compromiso cotidiano que está en nuestras manos.

Vamos a pedirle a Jesucristo que nos guíe para comprometernos con nuestra fe, para comprometernos con la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. La Iglesia que se nos ha entregado, viniendo desde muchas generaciones. La Iglesia de los mártires, la Iglesia de los apóstoles, la Iglesia de los confesores. La Iglesia que ha llegado a nosotros a través de dos mil años por medio de la sangre de muchos que creyeron en lo mismo que creemos nosotros. La Iglesia que es para nosotros el camino de santificación, y que es la Iglesia que nosotros tenemos que transmitir a las siguientes generaciones con la misma fidelidad, con la misma ilusión, con el mismo vigor con que a nosotros llegó.

Pidámosle al Señor que la podamos transmitir íntegra a las generaciones que vienen detrás y la podamos extender a las generaciones que conviven con nosotros y que todavía no conocen a Cristo.

Este compromiso no es un compromiso hacia dentro, sino que es un compromiso hacia afuera. Un compromiso que nace de un corazón decidido, pero que tiene que transformarse en acción eficaz, en evangelización para el bien de los hombres.

Vamos a pedirle a Jesucristo que nos conceda la gracia de recoger con Él, la gracia de estar siempre a favor de Él, de escuchar su voz y de caminar por el camino que Él nos muestra, para ser entre los hombres, una luz encendida, un camino de salvación, una respuesta a los interrogantes que hay en tantos corazones, y que sólo nuestro Señor Jesucristo puede llegar a responder.


17.

Reflexión

La manifestación definitiva de la victoria del Reino y de Jesús es el hecho de que el demonio no tiene ya poder sobre el mundo y la humanidad. Sin embargo esto no ocurrirá totalmente sino hasta el final de los tiempos, cuando, como dice san Pablo, todo, incluyendo la muerte, será puesto bajo los pies de Jesús. Mientras tanto nos acogemos al poder salvífico de Jesús que obra en la medida que “estamos con él”, en la medida en que nos sentimos necesitados. Sabemos que de manera ordinaria el demonio solo opera a nivel de la tentación. Jesús es quien tiene el poder para ayudarnos a vencer nuestras tentaciones, por eso el tiempo de la cuaresma es un tiempo privilegiado para crecer en nuestra relación con Dios mediante la oración. En la medida en que somos más cercanos, que “estamos” más con Jesús, el demonio tiene menos oportunidad de destruirnos. Aprovechemos nuestra cuaresma incrementando el tiempo que dedicamos a nuestra oración persona.

Que el Señor sea luz y lámpara para tu camino.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


18. El poder sobre los demonios

Fuente: Catholic.net
Autor: Miguel Ángel Andrés

Lucas 11, 14-23
Reflexión:

Este evangelio nos presenta gráficamente la batalla que existe desde la creación del mundo: Satanás contra los hijos de Dios. “Pongo enemistad perpetua entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo” (Génesis 3, 15) Y en esta batalla vemos triunfante a nuestro rey y señor. Él está al lado de cada uno de sus soldados para luchar y vencer con ellos. Nosotros somos soldados de primera fila en ese glorioso ejercito y Cristo también quiere vencer en la batalla que Satanás mantiene en nuestro interior. Por ese motivo nos propone una estrategia. ¿La desarrollamos? ¡Con mucho gusto!

“Todo reino dividido contra sí mismo será devastado”. Primeramente mucha unidad. Debemos estar unidos a Él en todo momento por la oración. Nosotros sabemos lo débiles que somos y cómo ante el primer asalto del demonio sucumbimos si no estamos con Él. Por ello es conveniente elevar nuestro pensamiento a Dios continuamente al inicio del trabajo, del estudio, del descanso y demás actividades preguntándole cuál es la estrategia: ¿Cómo quieres que realice esta labor para el mayor bien de la empresa y de mí mismo? ¿Cómo puedo descansar mejor y hacer descansar mejor a los demás? ¿Cómo lo harías tú?

“Si llega uno más fuerte que él, le vencerá” La segunda consigna es tener valor. Si le tenemos a Él qué podemos temer. Con la seguridad de que Él va delante de nosotros debemos seguir las consignas que nos de el gran estratega, el Espíritu Santo: momentos de oración, hablar bien del otro, defender la fe aún entre los amigos, huir de todo aquello que pueda arrebatarnos la amistad con Dios... ¡Con estas consignas y con tal caudillo seguramente venceremos!


19. "Escuchen mi voz"

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

Jesucristo nuestro Señor no quiere dejarnos solos. Quiere ser Él el que nos acompañe, quiere ser Él el que camina junto a nosotros: “Escuchen mi voz y yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo; caminen siempre por el camino que yo les mostraré para que les vaya bien”. Éstas son las palabras con las que nuestro Señor exhorta al pueblo, a través del profeta, a escuchar y a seguir el camino de Dios

Cristo, en el Evangelio, nos narra la parábola del hombre fuerte que tiene sus tesoros custodiados, hasta que llega alguien más fuerte que él y lo vence. Quién sabe si nuestra alma es así: como un hombre fuerte bien armado, dispuesto a defenderse, dispuesto a no permitir que nadie toque ciertos tesoros. Sin embargo, Dios nuestro Señor —más fuerte sin duda—, quizá logre entrar en el castillo y logre arrebatarnos aquello que nosotros le tenemos todavía prohibido, le tenemos todavía vedado. Cristo es más fuerte que nosotros. Y no es más fuerte porque nos violente, sino que es más fuerte porque nos ama más.

Es el amor de Jesucristo el que llega a nuestra alma y el que viene a arrebatar en nuestro interior. Es al amor de Jesucristo el que no se conforma con un compromiso mediocre, con una vida cristiana tibia, con una vida espiritual vacía. Y Cristo quiere todo, según nuestro estado de vida: quiere todo en nuestra vida conyugal, quiere todo en nuestra vida familiar, quiere todo en nuestra vida social.

“Escuchen mi voz”. Estas palabras tienen que resonar constantemente en nosotros a lo largo del tiempo cuaresmal. Si Dios nuestro Señor ha inquietado nuestra alma, si Dios nuestro Señor no ha dejado tranquilo nuestro corazón, si nos ha buscado, si nos ha asediado, si nos ha tomado, si nos ha conquistado, no es ahora para dejarnos solitarios por la vida, sino porque el primero que se compromete a llevar adelante nuestra vocación cristiana es Él, y va a estar con nosotros. La pregunta que nosotros tenemos que hacernos es: ¿Estamos dispuestos a seguir a Cristo o estamos dispuestos a abandonarlo?

Al final de la lectura del profeta Jeremías, aparece una frase muy triste: “De este pueblo dirá: Éste es el pueblo que no escuchó la voz del Señor, ni aceptó la corrección; ya no existe fidelidad en Israel; ha desaparecido de su misma boca”.

Está en nuestras manos dar fruto. Está en nuestras manos perseverar. Está en nuestras manos el continuar adelante con nuestro compromiso de cristianos en la sociedad. De nosotros depende y a nosotros nos toca que Jesucristo pueda seguir caminando con nosotros, yendo a nuestro lado. El Señor vuelve a buscarnos hoy, el Señor vuelve a estar con nosotros, ¿cuál va a ser nuestra respuesta? ¿Cuál va a ser nuestro comportamiento si nuestro Señor viene a nuestro corazón?

Jesús, al final del Evangelio, nos lanza un reto: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama”. Un reto que es una responsabilidad: o estamos con Él y recogemos con Él; o estamos contra Él, desparramando. No nos deja alternativas. O tomamos nuestra vida y la ponemos junto con Él, la recogemos con Él, la hacemos fructificar, la hacemos vivir, la hacemos llenarse, la hacemos ser testigos cristianos de los hombres, o simplemente nos vamos a desparramar.

¿Quién de nosotros aceptaría ver su vida desparramada? ¿Quién de nosotros toleraría que su existencia simplemente corriese? ¿No nos interesa tenerla verdaderamente rica, no nos interesa tenerla verdaderamente comprometida junto a Jesucristo nuestro Señor? Esto no se puede quedar en palabras, tenemos necesidad de llevarlo a los demás. Esto es obra de todos los días, es un compromiso cotidiano que está en nuestras manos.

Vamos a pedirle a Jesucristo que nos guíe para comprometernos con nuestra fe, para comprometernos con la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. La Iglesia que se nos ha entregado, viniendo desde muchas generaciones. La Iglesia de los mártires, la Iglesia de los apóstoles, la Iglesia de los confesores. La Iglesia que ha llegado a nosotros a través de dos mil años por medio de la sangre de muchos que creyeron en lo mismo que creemos nosotros. La Iglesia que es para nosotros el camino de santificación, y que es la Iglesia que nosotros tenemos que transmitir a las siguientes generaciones con la misma fidelidad, con la misma ilusión, con el mismo vigor con que a nosotros llegó.

Pidámosle al Señor que la podamos transmitir íntegra a las generaciones que vienen detrás y la podamos extender a las generaciones que conviven con nosotros y que todavía no conocen a Cristo.

Este compromiso no es un compromiso hacia dentro, sino que es un compromiso hacia afuera. Un compromiso que nace de un corazón decidido, pero que tiene que transformarse en acción eficaz, en evangelización para el bien de los hombres.

Vamos a pedirle a Jesucristo que nos conceda la gracia de recoger con Él, la gracia de estar siempre a favor de Él, de escuchar su voz y de caminar por el camino que Él nos muestra, para ser entre los hombres, una luz encendida, un camino de salvación, una respuesta a los interrogantes que hay en tantos corazones, y que sólo nuestro Señor Jesucristo puede llegar a responder.


20. DOMINICOS 2004

"Las Palabras han de ser sinceras"

 

La luz de la Palabra de Dios

1ª Lectura: Jeremías 7,23-28

Ésta es la orden que les di: «Escuchad mi voz, y yo seré entonces vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo; seguid cabalmente el camino que os he prescrito para vuestra felicidad». Pero ellos no me escucharon, no me hicieron caso. Se fueron tras su propio capricho, tras la perversidad de su corazón; me dieron la espalda, y no la cara.

Desde el día en que vuestros padres salieron de Egipto hasta el presente, os he mandado continuamente a mis siervos, los profetas. Pero no me escucharon ni me hicieron caso. Endurecieron su cabeza y se portaron peor que sus padres. Tú les dirás todas estas cosas, y no responderán. Diles: Ésta es la nación que no ha escuchado la voz del Señor, su Dios, y que no ha aprendido la lección. ¡La verdad ha muerto, ha desaparecido de su boca!

Evangelio: Lucas 11,14-23

Acababa de expulsar a un demonio que había dejado mudo a un hombre. Cuando el demonio se fue, el mudo habló. La gente se quedó asombrada.  Pero algunos dijeron: «Éste echa a los demonios con el poder de Belcebú, príncipe de los demonios».

Otros, para probarlo, le pedían un milagro del cielo. Pero él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo será desolado y cae casa sobre casa. Si Satanás se divide contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? ¿Por qué decís que yo echo los demonios con el poder de Belcebú? Si yo echo los demonios con el poder de Belcebú, ¿con qué poder los echan vuestros hijos? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero si yo echo los demonios con el poder de Dios, es señal de que el reino de Dios ha llegado a vosotros.

Cuando un hombre fuerte y armado guarda su palacio, está segura su hacienda. Pero si sobreviene otro más fuerte que él y lo vence, le quita las armas en que confiaba y reparte todos sus bienes.

El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo desparrama.

 

Reflexión para este día

“Esto dice el Señor: aquí está la gente que no escuchó la voz del    Señor su Dios y no quiso escarmentar. Se ha perdido la sinceridad”.

Nos vamos acercando a la celebración del misterio pascual. Esta proximidad nos anima a reflexionar y a abrirnos a la salvación, que Dios nos ofrece en Cristo Jesús.  El profeta Jeremías recrimina al pueblo que no escucha ni acoge el plan salvador de Dios. Las consecuencias de esta actitud repercutían  negativamente contra el pueblo rebelde. Pese a todo, “no quiso escarmentar”. A la luz de esta experiencia, Jeremías insiste, para que los creyentes se decidan seguir el camino que Dios les marca. Sólo así recuperará la sinceridad de su fe en Dios.

Jesús se proclama como el Mesías Salvador, prometido por el Dios de Israel. Un Salvador no sólo para Israel, sino también para todas las naciones. Jesús es la respuesta salvadora del Padre, para unificar y consolidar su Reino en el mundo. Este anuncio provoca la oposición de los líderes religioso, que se enfrentarán con Jesús e intentarán que el pueblo lo rechace. Pero Jesús les sabe responder y les deja en evidencia. Él no actúa, no hace signos contra Dios, sino para revelar la verdad y la unidad del Reino de Dios:

“Si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros”.

Tiempo de Cuaresma. El Señor sigue afirmando que Él es quien anuncia y ha implantado ese Reino de amor y salvación. Espera que los cristianos nos impliquemos en las exigencias de ese Reino. El compromiso principal es la unidad, el amor y la siembra del bien. Ahí se muestra el poder del Reino de Jesús. Su Evangelio, la vida y la Palabra del Señor, son el Camino a recorrer y a revivir por todos los seguidores de Jesús.


21. CLARETIANOS 2003

Queridos amigos y amigas:

“No hay peor ciego que el que no quiere ver”, dice el refrán castellano. Este episodio es una buena muestra de ello.

La gente no niega los hechos, pues las curaciones eran evidentes; lo que ponen en duda y niegan es que Jesús tenga ese poder de curar recibido de Dios. Toda la conducta de Jesús justifica sobradamente que actúa con el poder de Dios para hacer el bien, pero los prejuicios son tan fuertes que llegan a tergiversar la verdad de los hechos y a poner a Jesús como marioneta del demonio. Cuando quiero defender o justificar lo mío como algo perfecto, me acecha siempre la tentación de considerar a los demás como malos y peligrosos.

Esta situación me lleva hoy a reflexionar sobre un tema de máximo interés para todo verdadero creyente y es el siguiente: la diversidad de religiones que nos rodean no deben ser motivo de escándalo o desprecio, pues en todas ellas se refleja el esfuerzo humano por encontrar a Dios.

Dice el Concilio: “La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas, que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina todos los hombres...” (Nostra Aetate, nº 2)

He asistido recientemente a unas reuniones sobre los preceptos del Islam. El profesor, un hombre joven, docente de la Universidad de Zürich, se esforzó desde el primer momento y de una forma realmente muy pedagógica en mostrar las coincidencias entre algunas costumbres cristianas, antiguas y modernas, y los preceptos del Islam, sobre la oración y el ayuno, el tiempo del año en que se deben practicar de una forma más intensa, etc., etc.

La conclusión de todo ello fue muy aleccionadora para mi: lo que nos diferencia a los creyentes es la sinceridad con vivimos nuestra fe, nos libera de los prejuicios y nos hace solidarios de las causas más nobles de la humanidad.

Vuestro hermano en la fe,

Carlos Latorre (carlos.latorre@claretianos.ch)


22. LECTURAS: JER 7, 23-28; SAL 94; LC 11, 14-23

Jer. 7, 23-28. ¿A qué has venido? podría preguntarnos el Señor. ¿Con qué intención nos encontramos en la presencia de Dios? podríamos preguntarnos a nosotros mismos. No podemos ser esclavos de un simple ritualismo, ni de una costumbre o tradición. Encontrarnos con el Señor va más allá de sólo darle culto, tal vez para que sea propicio para con nosotros. A Dios lo buscamos porque lo amamos. Porque estamos dispuestos a preguntarle como el joven Samuel: ¿Para qué me llamaste? Habla Señor, tu siervo escucha. Y escuchamos al Señor no como una diversión, sino como un compromiso de vivir conforme a sus enseñanzas; de lo contrario habríamos venido a perder el tiempo. Ojalá y no seamos el pueblo que no escucha la voz del Señor, nuestro Dios, ni acepta su corrección. Dios quiere que en esta Cuaresma se inicie un nuevo rumbo en nuestra vida, donde Dios nos haga más rectos, más justos, más llenos de su amor, para manifestarlo con una vida de buenas obras de un modo concreto. Ojalá y no endurezcamos nuestro corazón, sino que dejemos que Dios haga su obra de salvación en nosotros.

Sal. 94. Qué alegría llegar a la presencia del Señor para adorarl, alabarlo y darle gracias. Él es nuestro Dios y Padre que, a pesar de nuestras infidelidades, jamás ha dejado de amarnos; jamás se ha alejado de nosotros, pues Él bien sabe que somos frágiles como el barro. Sin embargo no basta llegar, llenos de júbilo, para ofrecer nuestro culto al Señor. Quienes acudimos a Él y, puestos de rodillas, bendecimos su Nombre, también hemos de tener un corazón dispuesto para escuchar su voz, dejando así nuestros caminos de rebeldía. No nos hagamos acreedores a aquella queja del Señor: Este pueblo me honra con los labios, peros su corazón está lejos de mi.

Lc. 11, 14-23. ¿Estamos con Jesús? ¿Lo aceptamos como el único camino de salvación? Él se encamina decididamente hacia Jerusalén para entregar su vida, libremente; y mediante esa entrega de amor fiel hacia su Padre Dios y hacia nosotros, alcanzarnos el perdón de nuestros pecados, hacernos hijos de Dios y templos de su Espíritu Santo, que nos una, por el amor, al Padre Dios como hijos en el Hijo, y nos una a nosotros como hermanos. Pero el maligno siempre tratará de que este proyecto divino no se realice en nosotros. Quienes lo rechazan encontrarán una y mil razones para tratar de justificar su alejamiento de Dios y de su Iglesia. Sin embargo, quien no esté con Cristo desparrama, no puede ser como una vasija que conserva el agua para distribuirla a quienes necesitan disfrutar del Agua de la Vida; será como vasija rota, agrietada e incapaz de retener el agua.

El Señor nos ha reunido para comunicarnos su misma Vida. Él espera que nosotros sepamos no sólo escuchar su voz y ponerla en práctica; Él quiere que unamos nuestra vida de tal forma a Él que en verdad seamos un signo de su amor, de su bondad, de su generosidad y entrega. Él cargó sobre sí nuestros pecados y se levantó victorioso sobre el autor del pecado y de la muerte. Él no vino para engañarnos acerca de la salvación que nos ofrece. Él no está en contubernio con la serpiente antigua o Satanás. La salvación que nos ofrece no puede contaminarse en nosotros con el malo. No podemos ser hijos de Dios y al mismo tiempo hijos del demonio. Cristo, clavado en la cruz, ha destruido nuestros pecados con su poder salvador; y con su gloriosa resurrección nos ha dado nueva vida. La Eucaristía que estamos celebrando nos hace participar de esa Victoria de Cristo. Vivamos como quienes disfrutan de esa victoria y no como quienes sólo celebran un rito y continúan viviendo como derrotados por el pecado y la muerte.

Si participamos con fe y amor de la Eucaristía debemos ir a vivir, en la vida diaria, aquello de lo que aquí hemos sido testigos. No podemos aparentar una vida recta ante el Señor mientras le damos culto, y después vivir en contubernio con el maligno en nuestra vida diaria. No puede llamarse hombre de fe aquel que se persigna y se arrodilla ante Él, pero después vuelve a su labores diarias para continuar dañando a los demás. Si queremos que en verdad el Señor habite en nosotros y seamos sus hijos, es porque le hemos de permitir que arroje de nosotros al espíritu del mal. Si somos de Dios sepamos amar, luchemos por la paz, preocupémonos del bien de todos. Tratemos, por tanto, fortalecidos con el Espíritu Santo, de vivir a la altura de la fe y de la gracia que hemos recibido.

Que nuestro Dios y Padre nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir, ya desde ahora, bajo el signo de la Victoria Pascual de Cristo. Amén.

www.homiliacatolica.com


23. ARCHIMADRID 2004

NO A LA GUERRA

No, no se preocupe por el título del comentario, no me he vuelto un converso de los representantes de la “kultura” actual y sigo y seguiré sin ver ni tan siquiera los títulos de crédito de algo que filme Almodóvar, el título viene a cuenta del Evangelio de hoy: “Todo reino en guerra civil va a la ruina y se derrumba casa tras casa”, ese grito tan cacareado hoy ¡no a la guerra! vamos a hacerlo nuestro hoy pero referido a la guerra interior, a buscar la paz y encontrarnos con Cristo.

Hoy muchos se declaran católicos aunque ponen “peros”: Soy católico pero no voy a Misa, soy católico pero no rezo, soy católico pero no creo en la Iglesia, soy católico pero no me convence la moral sexual, soy católico pero la doctrina social es sólo para el tercer mundo, soy católico pero, pero, pero… Pero escucha: “El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama”. En muchas personas, en mayor o menor medida, esos “peros” se van filtrando poco a poco en el alma y esas pequeñas dudas y complejos se van amontonando hasta formar un enemigo “más fuerte, que lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín”.

Una guerra no comienza si uno de los contrincantes no lucha. El Papa nos decía en Cuatro Vientos “la verdad no se impone, se propone”, a veces con muy buena intención, pues tenemos clarísimo que proponemos una palabra de vida y de verdad, nos puede tentar el dialogar con cualquiera sin tener en cuenta que hay personas que viven en contra de la fe, que su afán es hacer daño a la Iglesia y a los católicos y a todo el que manifieste su fe en Dios, son “la gente que no escuchó la voz del Señor su Dios y no quiso escarmentar. La sinceridad se ha perdido, se la han arrancado de la boca”. Son hijos de Satanás, abortos de la mentira, hijos del odio a Dios y a la cruz a la que siempre “daban la espalda y no la frente” por lo que, por mucho que les razones y gastes en balde saliva, “ya puedes repetirles este discurso que no te escucharán; ya puedes gritarles que no te responderán”, son “tolerantes intolerantes”, “amables incapaces de amar”, “belicosos pacifistas”, “sabios que siembran la ignorancia” e “ideólogos de una humanidad deshumanizada”. Y con estas personas que promulgan estas ideas no se puede dialogar, pues siembran en el corazón la duda, la desazón, el desaliento que nos pone en lucha contra la gracia de Dios que actúa desde nuestro interior y nos quita la paz. Cuando te encuentres con estos vociferadores del Diablo o con sus ideas, tan sólo reza por ellos y da el testimonio de tu vida según Cristo, sin dialogar con la mentira y, si aceptan la misericordia de Dios, serán capaces un día de volverse a la cruz y decir “Realmente este era Hijo de Dios”, aunque hayan dedicado toda una vida a matarle le acogerá el abrazo de Dios. Pero si pretendes “dialogar” o dar razón a la sinrazón seguramente- no sería el primero que me encuentro- pierdas la fe o, casi peor, llenes tu vida de “peros”. Santa María danos tu entereza para seguir a Cristo de Belén al Calvario sin dejar que los enemigos asalten nuestra casa, que quiere ser siempre tuya.


24.

I. Jesús, siempre se puede encontrar la manera de no creer en Ti. Ha de ser así, porque de otro modo no te amaría con libertad sino obligado por la evidencia. Haces un milagro patente, y la gente sencilla se queda admirada. Pero otros prefieren buscar la “cuadratura del círculo” antes de reconocer que eres Dios.

¿Cuál es, Señor, mi actitud ante tantas intervenciones tuyas en mi vida? Es lo que se llama tu Providencia ordinaria, es decir, que las cosas ordinarias que ocurren en mi vida están queridas y enviadas por Ti para mi bien. La divina providencia consiste en las disposiciones por las que Dios conduce con sabiduría y amor todas las criaturas hacia su fin último (1). Gracias, Jesús, por todo lo que me envías: aquello que me parece bueno y, también, aquello que me hace sufrir un poco y que, seguro, tiene una parte positiva aunque a veces me cueste verla humanamente.

Todo reino dividido contra sí mismo caerá desolado. Jesús, te pido por la unidad de la Iglesia, para que, como Tú pediste al Padre, todos sean uno; como Tú Padre, en mí y yo en Ti (2). Por mi parte, hago el propósito de no criticar nunca a la Santa Madre Iglesia o a sus miembros -aunque haya alguna persona concreta que se pueda equivocar- como no quiero nunca criticar a mi madre de la tierra.

II. Cuando le hablaron de comprometerse personalmente, su reacción fue razonar
así: “en ese caso, podría hacer esto…, tendría que hacer lo otro…” Le contestaron: aquí no chalaneamos con el Señor. La ley de Dios, invitación del Señor que se toma o se deja, tal como es. Es preciso decidirse: adelante, sin ninguna reserva y con mucho ánimo, o marcharse. “Qui non est mecum…” -el que no está Conmigo, contra Mí está” (3).

Jesús, yo no quiero ser malo… pero tampoco me decido a ser santo de verdad. Hago cosas buenas, sí. Pero no acabo de querer dejar algunos hábitos o prioridades que no van: esos tiempos “para mí”, esos caprichos; esa comodidad que me vence; ese deseo de querer quedar bien por encima de todo… En el fondo, lo que ocurre es que sigo pensando que seré más feliz así: con mi media entrega. No me acabo de creer que seguirte a medias es ser feliz sólo a medias. Jesús, no quiero “chalanear” –negociar- contigo; yo quiero entregarme... pero sólo un poco. Es preciso decidirse: adelante, sin ninguna reserva y con mucho ánimo.

Ayúdame, Jesús, a enterarme de una vez. Tu eres la persona que ha sido más feliz en esta tierra, porque has sigo -y eres- el que más sabe amar. Amar comporta sacrificio, entrega; y amar mucho comporta mucho sacrificio y mucha entrega. Jesús, quiero estar contigo, no contra Ti. Y sé que no hay posturas intermedias. Que no tenga miedo a darme más; que me decida a intentar de verdad ser santo.
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Notas:
1. Catecismo, 321.
2. Jn 17, 21.
3. Surco, 9.

Meditación extraída de la colección “Una cita con Dios”, Tomo II, Cuaresma por Pablo Cardona.