VIERNES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

 

Libro de Ezequiel 18,21-28.

Pero si el malvado se convierte de todos los pecados que ha cometido, observa todos mis preceptos y practica el derecho y la justicia, seguramente vivirá, y no morirá. Ninguna de las ofensas que haya cometido le será recordada: a causa de la justicia que ha practicado, vivirá. ¿Acaso deseo yo la muerte del pecador -oráculo del Señor- y no que se convierta de su mala conducta y viva? Pero si el justo se aparta de su justicia y comete el mal, imitando todas las abominaciones que comete el malvado, ¿acaso vivirá? Ninguna de las obras justas que haya hecho será recordada: a causa de la infidelidad y del pecado que ha cometido, morirá. Ustedes dirán: "El proceder del Señor no es correcto". Escucha, casa de Israel: ¿Acaso no es el proceder de ustedes, y no el mío, el que no es correcto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete el mal y muere, muere por el mal que ha cometido. Y cuando el malvado se aparta del mal que ha cometido, para practicar el derecho y la justicia, él mismo preserva su vida. El ha abierto los ojos y se ha convertido de todas las ofensas que había cometido: por eso, seguramente vivirá, y no morirá.

Salmo 130,1-8.

Canto de peregrinación. Desde lo más profundo te invoco, Señor,
¡Señor, oye mi voz! Estén tus oídos atentos al clamor de mi plegaria.
Si tienes en cuenta las culpas, Señor, ¿quién podrá subsistir?
Pero en ti se encuentra el perdón, para que seas temido.
Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su palabra.
Mi alma espera al Señor, más que el centinela la aurora. Como el centinela espera la aurora,
espere Israel al Señor, porque en él se encuentra la misericordia y la redención en abundancia:
él redimirá a Israel de todos sus pecados.


Evangelio según San Mateo 5,20-26.

Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos. Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego. Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
 

 

LECTURAS 

1ª: Ez 18.21-28 = DOMINGO 26A

2ª: Mt 5. 20-26 = DOMINGO 06A


1. 

Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta de su conducta y viva. Pero hay que tener presente la libertad y responsabilidad personales, ya que la relación con el Dios del Amor está muy lejos de ser una pura obediencia mecánica o un fatalismo irreversible. Por su libertad interior, el hombre puede, en todo momento, convertirse y orientar su vida tal como él quiere. La Cuaresma nos urge a hacer esta experiencia.

MISA DOMINICAL 1990/05


2. P/SOLIDARIDAD

Son los años del destierro que siguieron a la caída de Jerusalén. La Alianza se había roto, el templo destruido, la ciudad santa arrasada por las llamas, sin culto que les permitiera reconciliarse, víctimas del pasado y sin esperanzas de futuro. Para los desterrados, aquel amargo presente, era la consecuencia forzosa de muchos siglos de historia de infidelidades y pecados, acumulados para su castigo en la presente generación. Así se lo recordaba el Deut. 5, 9-10.: "soy un Dios celoso que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación". ¡Qué fatalidad! Debieron pensar los desterrados. Nos ha tocado la china. Y sin el valor de un Jeremías para enfrentarse directamente con Dios, dejan correr entre ellos, que se entere Dios si quiere, el dicho que se convirtió en refrán: "los padres comieron los agraces y los hijos tuvieron la dentera". No se consideraban inocentes, pero el castigo que estaban sufriendo sobrepasaba con mucho su culpabilidad.

Cundió el desánimo y surgió la tentación de vivir como vivían los de su alrededor. Así, poco a poco, iba desapareciendo la fe en el Dios salvador, ahogado por el materialismo de una nación poderosa y rica en comodidades, cultos y festejos.

Entonces surge este maravilloso profeta, Ezequiel, que también habría sido llevado al destierro y formula con claridad y contundencia el principio de responsabilidad personal, ya anunciada por Jeremías: el que peque, ese morirá".

No niega el principio de solidaridad en la culpa, sencillamente lo completa. Cada uno debe situarse responsablemente ante Dios.

El pasado de las generaciones anteriores no cuenta en la responsabilidad moral de cada individuo;; ni siquiera el pasado personal cuenta en la relación actual del hombre con Dios, si es que ha habido un cambio: la conversión. Lo que importa es la conducta personal y actual.

El profeta quiere arrancar a los israelitas de un abuso de la solidaridad en el mal o en el bien: escamotear la responsabilidad personal, creer que se cae sin remedio en malas consecuencias por los males del pasado, y creer que por pertenecer a un pueblo oficialmente religioso y "elegido" ya están salvados. No, les dice el profeta, lo importante es la conversión, la conversión incesante.

Se nos prohíbe descansar en la pertenencia a una tradición por muy católica que sea, para ahorrarnos la búsqueda personal de Dios y la conversión a él. "Si no sois mejores que los letrados y fariseos no entraréis en el Reino de los cielos" (/Mt/05/20).

Yo puedo estar enormemente satisfecho de mi condición de cura y no tener ya ningún deseo de ser, cada vez, mejor cristiano.

No descanséis jamás en las prácticas y en las costumbres, por muy cristianas que sean, renovad cada día el deseo de buscar a Dios con mayor sinceridad, esforzaos por descubrir constantemente qué parte de vuestra vida no está sometida a Jesús, el Señor, y pedid continuamente la fuerza de Dios, su Espíritu, para que no nos dejemos engañar porque hasta Dios puede convertirse en enemigo de nuestro progreso espiritual, si creemos que ya lo hemos encontrado y descansamos satisfechos.

·Buda tiene una frase que puede parecernos una terrible blasfemia, y sin embargo es teológicamente exacta: "si encuentras a Dios, mátalo".

Si ya tienes una imagen de Dios, destrózala, porque Dios no se parece a esa imagen, está más allá y debes de seguir buscándolo.

·Agustín-san dice: "Si lo comprendes, ya no es Dios".


3

En el evangelio de hoy, Jesús nos pide que nuestra bondad llegue hasta lo más profundo de nuestro ser... que no nos contentemos con evitar cualquier gesto exterior que pueda dañar, sino que, en primer lugar y ya interiormente «estemos de acuerdo» con nuestros adversarios. Esto va muy lejos... Y de todo ello somos responsables: se nos pedirá cuenta. Ezequiel insiste también sobre la «bondad» y sobre la «responsabilidad».

-Si el malvado se aparta de todos sus pecados.

Si practica el derecho y la justicia...

¡La maldad no conviene a los hombres! Tampoco conviene a Dios.

¡Dios se ha comprometido en el gran combate contra la "maldad"! Está por el "derecho y la justicia".

¡Cuidado! No he de hablar de esas cosas como si no tuvieran nada que ver conmigo, como si los «malos» fuesen los demás.

Yo también soy ese «malo» que debe «apartarse de su pecado». Hago sufrir, si bien no expresamente -pero, ¿soy totalmente irresponsable?- ¿Me esfuerzo suficientemente en facilitar, en hacer agradable la vida de los que me rodean?

-Este vivirá. No morirá.

¿Acaso me complazco yo en la muerte del pecador? Palabra de Dios, el Señor.

¿Y no más bien en que se aparte de su conducta y viva?

Dios está obligado a defenderse.

Sabe muy bien de qué se le acusa.

No puede ponerse, sin embargo del lado de los malvados.

No puede pactar con el mal y el pecado.

Sería inadmisible que Dios aparentase sostener, ni siquiera en grado mínimo, la opresión y la injusticia y el egoísmo y la calumnia. ¡No! Todo eso le repugna. Es contrario a Dios. Y amenaza: ¡Convertíos! Pero, en el fondo, sólo desea no tener que imponer tales castigos. Las amenazas de Dios tienen siempre el bien como fin y nunca el mal. Son una invitación supletoria a convertirme, para no abusar de la bondad de Dios... y ¡para "vivir"!

-Pero si un justo se aparta de su justicia, comete el mal y muere, será a causa de su perversidad por lo que morirá.

Advertencia que hay que tomar muy en serio.

Dios nos honra al no considerarnos como unos irresponsables. Nuestra libertad no es un juego baladí, sin importancia. Dios mismo decidió tenerla en cuenta. Nos respeta demasiado: no nos fuerza la mano.

-Escuchad, pues, hijos de Israel: ¿No encontráis justa mi conducta?

¿No es más bien vuestro proceder el que es injusto?

De modo que el hombre que se lanza a la muerte, que se lanza al mal, a la perversidad... acarrea la responsabilidad de todo ello, precisamente si es responsable.

Dios sólo es en ello juez. Pero nadie tiene derecho de acusar, por esto, a Dios.

Porque Dios, ha hecho todo por su parte, para salvar a ese hombre de esa muerte, de ese mal, de esa perversidad. Se comprometió totalmente en la salvación de la humanidad. Derramó su sangre hasta la última gota.

Es preciso repetir: «¡Señor, ten piedad de nosotros!».

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 110 s.


4. CULTO/A-H:

Ser "bueno" hasta el fondo del ser

Amar hasta a nuestros enemigos.

-Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás"...

Pero yo os digo: "No os irritéis contra vuestro hermano..."

¡Qué diferencia, en efecto! Jesús viene a completar la Ley. Moisés había prohibido matar.

Esto era ya encaminar la humanidad hacia la no violencia, hacia el amor fraterno. Pero todo quedaba muy elemental, muy negativo.

Jesús va hasta el fondo del problema. Interioriza la ley: no es sólo el gesto exterior lo malo, lo es ya la "cólera" que puede inducir a ello... y las injurias verbales, las disputas que envenenan las relaciones humanas. Llamar a alguien "imbécil" o "descreído" es ya ser culpable de no-amar.

A la luz de estas palabras, examino mis relaciones humanas.

En este tiempo de cuaresma, es bueno proyectar esa luz exigente sobre mis relaciones cotidianas. ¿Me dejo llevar por mi temperamento? ¿Soy despreciativo? ¿Soy duro en mis palabras?

-Si vas a presentar tu ofrenda ante el altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar...

Una vez más Dios toma partido.

Si hay discordia entre los hombres, la relación con Dios también se rompe. ¡Dios rehúsa la muestra de amor que pretendemos darle, cuando no amamos también a sus hermanos! Y la pobre "ofrenda" queda allí, en "pana" ante el altar...

Dios se hace fiador de nuestras relaciones humanas. Nos dice: Antes de tener relaciones correctas conmigo, tenedlas primero entre vosotros. La caridad fraterna pasa delante del culto.

-Ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda.

No se trata aquí de un sentimentalismo fácil que evite las verdaderas cuestiones. Ha habido una fisura. Se han disputado y ya no se hablan.

No se trata tampoco de que el otro dé el primer paso, como suele decirse. "Estoy dispuesto... cuando él quiera, por mi parte estoy a punto". Jesús afirma, precisamente, la postura inversa: Es suficiente que yo me dé cuenta de que el otro tiene algo contra mí... debo yo ir a su encuentro, dar el primer paso.

¡Solamente entonces mi ofrenda será agradable a Dios! Quizá no me detengo suficientemente sobre esta frase, creyendo que no se aplica a mi caso exactamente. ¿Estoy seguro de que no debo a nadie ninguna explicación?

-Muéstrate conciliador con tu adversario.

Pero, ¡si no tengo adversario, Señor! ¡Tú hablas para los otros! ¿Es cierto esto? ¿Me enervan los que no piensan como yo? ¿Por qué su temperamento es tan diferente al mío? ¿Por qué tiene gustos culturales, políticos, litúrgicos, etc. opuestos a los míos? ¿Por qué me hace a veces unas observaciones desagradables que me hieren? Reconciliarme... ponerme de acuerdo con...

Señor, ¿qué es lo que nos pides con ello? Sencillamente: ¡la cualidad de nuestras relaciones humanas! No resignarse a los meros rompimientos. Construir una sociedad en la que reine el amor, en la que se recomponga sin cesar lo que sin cesar se descompone. Apreciemos esto.

Comprometerse en la reconciliación. Es un principio esencial de supervivencia, para las personas, las familias, las profesiones, las razas, los grandes bloques, y simplemente... de una generación a otra.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 114 s.


5. A-D/MISERICORDIA

La liturgia de la palabra propia de este día es una catequesis sobre la justicia cristiana, una respuesta a la pregunta: ¿Quién es justo a los ojos de Dios? ¿Cómo podemos ser justificados? De esta suerte, se nos ofrece también la respuesta a la cuestión de la ley, la definición de la ley nueva, de la ley de Cristo y de la relación que media entre ley y espíritu, todo ello comprendido en la unidad de la salvación, en la que se da ciertamente progreso, purificación y ahondamiento, pero que no se halla sujeta a ningún género de dialéctica antagónica. I

La catequesis comienza con la lectura del profeta Ezequiel, que representa un gran avance en el desarrollo de la idea bíblica de justicia. Son dos los elementos que me parecen importantes:

1. También el Dios del Antiguo Testamento es un Dios de amor, un verdadero Padre para sus criaturas. Este Dios es la vida; la muerte, pues, viene a contradecir frontalmente la realidad misma de Dios. Dios no puede querer su contrario. En consecuencia, también para su criatura es Dios un Dios de vida. La muerte de la criatura es -hablando en términos humanos- un fracaso para Dios, un alejarse de El. Por esta razón, Dios quiere la vida para su criatura, no el castigo; quiere para ella la vida en su sentido más pleno: la comunicación, el amor, la plenitud del ser la participación en el gozo de la vida, en la gracia del ser.

«¿Quiero yo acaso la muerte del impío, dice el Señor Dios, y no que se convierta de su mal camino y viva?» (Ez 18,23). Escuchemos al mismo Dios, que nos habla con la voz del profeta Oseas: «¿Cómo podría abandonarte, Efraím? ¿Cómo he de entregarte, Israel?... Mi corazón se ha vuelto contra mí, a una se han conmovido mis entrañas. No llevaré a efecto el ardor de mi cólera.., porque yo soy Dios y no un hombre, soy santo en medio de ti, y no me complazco en destruir» (Os 11,8-9).

En este texto maravilloso encontramos dos palabras clave de la soteriología bíblica: a) La compasión de Dios: en San Bernardo de Claraval hallamos la expresión plenamente lograda del testimonio bíblico: «Impassibilis est Deus, sed non incompassibilis. Deus non potest pati, sed compati» (In Cant. cant. 26,5: PL 183,906). El santo Doctor resuelve así, con los Padres de la Iglesia, el problema de la apátheia de Dios: hay una pasión en Dios; el amor, el amor hacia el hombre caído, es compasión y misericordia. Aquí reside el fundamento teológico de la pasión de Jesús, de toda la soteriología.

b) El corazón de Dios: «Mi corazón se ha vuelto contra mí» (/Os/11/08). Por una parte, Dios ha de restablecer el derecho; ha de castigar el pecado de acuerdo con su verdad; pero, por otra parte, «mi corazón se ha vuelto contra mí»: el Dios de la vida, el esposo de Israel, no puede destruir la vida, no puede dar rienda suelta al ardor de su cólera y, de este modo, se vuelve contra sí mismo. En este texto se dibuja ya el misterio del corazón abierto del Hijo, el misterio de Dios que, en el Hijo, carga sobre sí la maldición de la ley para liberar y justificar a su criatura. No es exagerado decir que estas palabras que nos hablan del corazón de Dios constituyen un primer e importante fundamento de la devoción al Sagrado Corazón.

Hay una línea directa que conduce desde Ezequiel y Oseas al Evangelio de San Juan: «Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna» (3,16), y a la realización de estas otras palabras: «Uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua» (19,34).

Si en esta etapa de nuestra reflexión queremos hallar ya una respuesta a la pregunta sobre cuál es la medida de la justicia según estos textos, podríamos decir: puesto que Dios es esencialmente vida, le correspondemos comprometiéndonos en favor de la vida, luchando contra el dominio de la muerte, contra todas sus emboscadas; en una palabra: entregándonos al servicio de la vida en su sentido más pleno, al servicio del reino de la verdad y del amor.

El segundo punto importante del texto de Ezequiel es el personalismo claro y decidido que en él aparece. Este texto significa la plena superación de todo género de colectivismo arcaico, en el que los individuos, inevitablemente, forman parte del clan, del grupo social al que pertenecen, de manera que no pueden aspirar a un destino personal distinto del que tiene el clan. Descubrimos aquí la emancipación, la liberación de la persona en virtud de su destino único y singular. Esta liberación, el descubrimiento de la unicidad de la persona, es el corazón de la libertad. Esta liberación es el fruto de la fe en Dios-persona, o mejor aún: esta liberación proviene de la revelación de Dios-persona. La liberación, y con ella la libertad misma desaparece -no al instante, por supuesto, pero sí con una lógica implacable- cuando este Dios se pierde de vista en el mundo. Este Dios no es -como dicen los marxistas- instrumento de esclavitud; la historia nos enseña exactamente lo contrario: el valor indestructible de la persona humana depende de la presencia de un Dios personal.

Dios nos ama como personas; Dios nos llama con un nombre personal, conocido únicamente por El y por aquel que recibe su llamada. Es de lamentar que en el nuevo leccionario falte el versículo 20 del capítulo 18 de Ezequiel, que expresa la esencia de este nuevo personalismo profético: «El alma que pecare, ésa morirá; el hijo no llevará sobre sí la iniquidad del padre, ni el padre la del hijo» (/Ez/18/20). Este texto halla su acento específico en el segundo viernes de Cuaresma. El viernes nos trae siempre el recuerdo del día en que muere Jesús, y los viernes de Cuaresma acentúan este recuerdo, orientan las almas, semana tras semana y con una intensidad cada vez mayor, hacia el momento de la Redención. «El alma que pecare, ésa morirá»; con esta sentencia, Dios rechaza el principio de la venganza y lo sustituye por una justicia estrictamente personal (también la sentencia «ojo por ojo y diente por diente» [/Mt/05/38] se halla incluida en esta historia de la superación de la venganza colectiva).

«El alma que pecare, ésa morirá». En el Viernes Santo, el corazón de Dios se volverá contra sí mismo, y el único sin pecado, el Hijo encarnado, morirá por nosotros. Esta muerte voluntaria del inocente por nosotros pecadores no significa renuncia al personalismo profético, sino que expresa su máxima hondura; esta muerte es la «abundancia» de la justicia nueva, de la que nos habla el evangelio de este día. «El alma que pecare, ésa morirá». Hoy, viernes de Cuaresma, miremos a «aquel a quien traspasaron» (Zac 12,10), a aquel que murió sin pecado y murió por nosotros. En el espejo de sus llagas vemos nuestros pecados y vemos también su nombre, la abundancia de la justicia divina. Con su muerte, el Hijo no destruye la justicia; muere para salvarla. Su justicia es de tal modo abundante, que alcanza también para nosotros, pecadores.

II

Detengámonos un poco más en el evangelio de este día. Su palabra-clave, la clave del entero Sermón de la Montaña, es la palabra «abundancia», que ya hemos mencionado. «Nisi abundaverit iustitia vestra plus quam scribarum et pharisaeorum, non intrabitis in regnum caelorum» (Mt 5,20). La nueva justicia del Nuevo Testamento no viene simplemente a superar la justicia precristiana; no es una mera añadidura de obligaciones nuevas a las ya existentes; esta justicia tiene una estructura nueva, la estructura cristológica, la estructura de la abundancia, cuyo centro se revela en la palabra «por»: «el cuerpo entregado por vosotros», «la sangre derramada por vosotros».

A fin de esclarecer el significado de esta expresión, meditemos brevemente sobre dos importantes milagros de Jesús. En el episodio del milagro de la multiplicación de los panes se nos dice que «sobraron siete cestos» (/Mc/08/08). Y es que una de las intenciones centrales del relato de la multiplicación de los panes es polarizar la atención en la idea y en la realidad de la sobreabundancia, de aquello que supera el nivel de lo necesario. Nos viene de inmediato a la memoria el recuerdo de un milagro semejante que nos ha sido transmitido por la tradición joannea: la transformación del agua en vino en las bodas de Caná (Jn 2,1-11). No aparece aquí el término «abundancia», pero no por ello es menos real la presencia de su sentido: de acuerdo con los datos del Evangelio, el vino milagroso alcanza la medida, verdaderamente exorbitante para una fiesta privada, ¡de 400-700 litros! Además, ambos relatos, en la mente de los evangelistas, hacen referencia a la figura central del culto cristiano que es la Eucaristía, y la presentan como sobreabundancia típicamente divina: la sobreabundancia como expresión y lenguaje del amor. Dios no da cualquier cosa. Dios se da a sí mismo. Dios es abundancia porque es amor: Dios, en Jesucristo, es enteramente «para-nosotros», y así manifiesta su verdadera divinidad. La abundancia -la Cruz- es el verdadero signo del Hijo.

Vemos así que la medida de la justicia, según el Sermón de la Montaña, es la medida cristológica: el Hijo. Aunque el Sermón de la Montaña no habla explícitamente del Hijo, es una enseñanza profundamente cristológica en su estructura misma, de tal manera que se hace incomprensible si se prescinde de la clave de la cristología. Justicia abundante no significa incremento de la casuística y de las leyes. Justicia abundante es justicia según el modelo del Señor; es la justicia del seguimiento de Jesús. O con otras palabras: justicia abundante es una justicia íntimamente caracterizada por el principio «per». El cristiano se sabe pecador y necesitado del perdón divino. Sabe que vive del amor del «Hijo de Dios, que amó y se entregó por mí» (/Gá/02/20). No busca la autoperfección como una especie de defensa contra Dios; no busca autorrealizarse y ser el arquitecto de su propia vida, hasta el punto de no sentir necesidad alguna del amor y del perdón de los demás. Al contrario, el cristiano acepta esta necesidad, acepta la gracia, y aceptándola, se libera de sí mismo, se hace capaz de darse a sí mismo, de dar lo no-necesario, a semejanza de la generosidad divina. Así se establece en el gozo de la abundancia, en la libertad de los redimidos.

Todos los otros contenidos del evangelio de este día no son más que ejemplificación del principio de la abundancia: la interpretación cristiana del decálogo, que no es abolición, sino plenitud de la Ley y de los Profetas (Mt 5,17).

Una última observación a propósito de la estructura cristológica del Sermón de la Montaña. La antítesis: «... se dijo a los antiguos, pero yo os digo», nos viene a indicar el sentido de la nueva legislación predicada por Jesús en este nuevo Sinaí. Con estas palabras, Jesús se revela como el nuevo y verdadero Moisés, con el que se inicia la nueva alianza, el cumplimiento de la promesa que Dios hizo a los Padres: «El Señor, tu Dios, te suscitará de en medio de ti, de entre tus hermanos, un profeta como yo; a él le oirás» (Dt 18,15). Las palabras que hallamos al final del Deuteronomio, palabras que suenan como el lamento de un Israel afligido, como una plegaria urgente para que Dios se acuerde de su promesa: «No ha vuelto a surgir en Israel el profeta semejante a Moisés, con quien cara a cara tratase Yahveh» (Dt 34,10), estas palabras llenas de tristeza y de resignación son superadas por el gozo del Evangelio. Ha surgido el nuevo Profeta, aquel cuyo distintivo es tratar con Dios cara a cara. La antítesis respecto a Moisés implica esta sublime realidad; implica que lo esencial del nuevo Profeta es este hablar con Dios cara a cara, en calidad de amigo.

Pero, según este pasaje evangélico, Cristo es más que un Profeta, más que un nuevo Moisés. Para «ver» este anuncio del Evangelio debemos concentrar en su lectura toda nuestra atención. La antítesis no es «Moisés dijo», «yo digo»; la antítesis es «se dijo», «Yo digo». Esta pasiva «se dijo» es la forma hebraica de velar el nombre de Dios. Para evitar el santo nombre y también la palabra «Dios» se usa la voz pasiva, y todos saben que el sujeto que no se nombra es Dios. En nuestra lengua, pues, la antítesis debe traducirse así: «Dios dijo a los antiguos, pero yo os digo». Esta afirmación corresponde exactamente a la realidad histórica y teológica, porque el Decálogo no fue palabra de Moisés, sino palabra de Dios, de quien Moisés fue únicamente mediador. Si meditamos en este resultado descubrimos algo inaudito: la antítesis es «Dios dijo». «Yo digo»; en otras palabras: Jesús habla al mismo nivel de Dios; no solamente como un nuevo Moisés, sino con la misma autoridad de Dios. Este «Yo» es un Yo divino. No faltan incluso exegetas protestantes que afirman que no es posible otra interpretación y que estas palabras no pueden haber sido inventadas por la comunidad primitiva, que se inclinaba más bien a mitigar los contrastes. Dios dijo a los antiguos; el mismo Dios no nos dice algo distinto en el Yo de Cristo, sino algo nuevo: «Lo viejo pasó, se ha hecho nuevo» (2 Cor 5,17) El Señor del Sermón de la Montaña es el mismo al que se refiere San Pablo con estas palabras; el mismo del que habla el Apocalipsis de San Juan: «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). La oración después de la comunión de este día está en consonancia con estos testimonios: «Señor, que esta eucaristía nos renueve para que, superando nuestra vida caduca, lleguemos a participar de los bienes de la redención».

JOSEPH RATZINGER
EL CAMINO PASCUAL
BAC POPULAR MADRID-1990
.Págs. 51-58


6.

1. Hoy, viernes, las lecturas bíblicas nos invitan a pensar en nuestra conversión cuaresmal, porque también en nuestra vida puede darse el pecado.

Se nos recuerda que cada uno es responsable de sus propias actuaciones: no vale echar la culpa a los antepasados o a la sociedad o a los otros. En otras ocasiones se nos pone delante el carácter colectivo y comunitario de nuestras acciones, pero esta vez Ezequiel personaliza claramente tanto el pecado como la conversión.

Dios quiere la conversión de cada uno y que cada persona viva según sus caminos. Si un pecador se convierte, lo que importa es esto, y Dios no tendrá en cuenta lo anterior. Pero, por desgracia, también puede pasar lo contrario: que uno que llevaba buen camino caiga en la dejadez y se haga pecador, y también aquí lo que cuenta es la actitud que ha asumido ahora.

Por parte de Dios una cosa es clara: lo suyo no es castigar y estar espiando nuestra falta, sino que quiere que todos se conviertan de sus caminos y vivan, y está siempre dispuesto a acoger al que vuelve a él. Es lo que subraya más el salmo de hoy: «de ti procede el perdón... del Señor viene la misericordia y él redimirá a Israel de todos sus delitos».

2. Es un programa exigente el que Jesús nos propone para la conversión pascual: que nuestra santidad sea más perfecta que la de los fariseos y letrados, que era más bien de apariencias y superficial.

«Oísteis... pero yo os digo». No podemos contentarnos con «no matar», sino que hemos de llegar a «no estar peleado con el hermano» y a no insultarle. La conversión de las actitudes interiores, además de los hechos exteriores: los juicios, las intenciones, las envidias y rencores.

No sólo reconciliarse con Dios, sino también con el hermano. Y, si es el caso, dar prioridad a este entendimiento con el hermano, más incluso que a la ofrenda de sacrificios a Dios en el altar.

3. Ambas lecturas nos pueden hacen pensar un poco en nuestro camino de Cuaresma hacia la nueva vida pascual.

Nos urgen a convertirnos. Porque todos somos débiles y el polvo del camino se va pegando a nuestras sandalias. Convertirnos significa volvernos a Dios.

El peligro que señalaba Ezequiel también nos puede acechar a nosotros. ¿Tenemos la tendencia a echar la culpa de nuestra flojera a los demás: a la sociedad neopagana en que vivimos, a la Iglesia que es débil y pecadora, a las estructuras, al mal ejemplo de los demás? Es verdad que todo eso influye en nosotros. Pero no hacemos bien en buscar ahí un «alibi» para nuestros males. Debemos asumir el «mea culpa», dándonos claramente golpes en nuestro pecho (no en el del vecino). Sí, existe el pecado colectivo y las estructuras de pecado de las que habla Juan Pablo II en sus encíclicas sociales. Pero cada uno de nosotros es pecador y tenemos nuestra parte de culpa y debemos volvernos hacia Dios en el camino de la Pascua.

En concreto, lo que más nos puede costar es precisamente lo que señala Jesús en el evangelio: el amor al prójimo. No estar peleado con él y, si lo estamos, reconciliarnos en esta Cuaresma. ¿Cómo podremos celebrar con Cristo la Pascua, el paso a la nueva vida, si continuamos con los viejos rencores con los hermanos? «Ve primero a reconciliarte con tu hermano». No esperes a que venga él: da tú el primer paso. Cuaresma no sólo es reconciliarse con Dios, sino también con las personas con las que convivimos. En preparación a la Pascua deberíamos tomar más en serio lo que se nos dice antes de la comunión en cada Misa: «daos fraternalmente la paz».

Hoy sería bueno que rezáramos por nuestra cuenta, despacio, el salmo 129: «desde lo hondo a ti grito, Señor...», diciéndolo desde nuestra existencia pecadora, sintiéndonos débiles, pero confiando en la misericordia de Dios, y preparando nuestra confesión pascual.

«Señor, ensancha mi corazón oprimido y sácame de mis tribulaciones» (entrada)

«¿Acaso quiero yo la muerte del malvado y no, que se convierta de su camino y que viva?» (1ª lectura)

«Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa» (salmo)

«Vete primero a reconciliarte con tu hermano y entonces vuelve a presentar tu ofrenda» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 37-39


7.

En este texto, incluido en el "Sermón de la Montaña", Jesús resume en qué consiste el Reino y la capacidad de amor que debe tener un auténtico seguidor de su proyecto. Tal como él mismo lo advierte, esta cualidad esla principal para sus seguidores. Para Jesús, la filiación de los seres humanos de parte de Dios Padre es el fundamento de nuestra plena humanización, y lo que mejor puede darnos establemente la tan anhelada paz.

Jesús quería que las antiguas leyes de alianza de los israelitas -como no matar, no robar, no mentir, entre otras- fueran suplidas por otras más exigentes que incluyeran y superaran sus contenidos. Dichas leyes eran principios mínimos de convivencia que había que seguir perfeccionando, a pesar de haber sido, en su momento, un gran logro ético. Jesús quería llegar hasta el amor perfecto, que trata de vivir el principio de la paternidad universal de Dios, por el que todos somos unos hermanos de los otros, sin distinción de clase social, de raza o de sexo.

El mandamiento de "no matar", según Jesús, sólo quedaba superado en el momento en que se pensara en un amor universal que llevara a amar y a perdonar. Si nos contentamos sólo con no matar al hermano, este puede seguir siendo deshumanizado, oprimido, explotado y alienado, puede morir a nuestra puerta y nos podríamos quedar tranquilos, sencillamente porque nosotros no lo hemos matado. Una sociedad no se vuelve justa sólo con no matar. Sólo el amor sin medida, convertido en solidaridad e igualdad de derechos para todos, puede formar una sociedad justa.

El cristiano debe recordar que ya no está en el Sinaí, sino en la Montaña de las Bienaventuranzas, que no es un seguidor de Moisés, sino un discípulo de Jesús, quien rompió todos los círculos en los que se había encerrado al amor. Lo que está mandado no es «no matar» (porque lo contrario ciertamente sería la contradicción más flagrante contra el amor), sino «amar». No haciendo nada malo se puede cumplir con el mandamiento de no matar, pero no se cumple con el de amar. Pecado es no sólo lo malo que hacemos (pecados que cometemos, pecados de «comisión») sino lo mucho bueno que nos dejamos de hacer (pecados de «omisión», que se cometen precisamente «no haciendo»). «No haciendo» se podría cumplir tal vez la ley de los letrados y fariseos, pero no la de Jesús.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


8.

Todo el recorrido cristiano es un caminar; muy clararamente lo presenta Lucas. Y para los otros evangelistas también lo es. Es un caminar que tiene unos pasos que hay que recorrer por las lecturas de estos días. Muy conveniente que en esta cuaresma lo hagamos con un poco de pedagogía. Este es el primer paso: Ser mejores que los fariseos y que los antiguos... ir más allá de la Ley.

Sobre todo y primero que todo, es en las relaciones en donde debemos dar este paso, porque frente a lo excluyente y clasista de los fariseos, Jesús propone una aceptación del otro en su vida y en las pequeñeces que implican relación . El primer paso se da con los otros antes que con Dios, por eso se deja la ofrenda ante el altar.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


9. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

A la luz del evangelio siempre volvemos a encontrarnos: celebrando a Pedro como apóstol (29 de junio) y celebrando a Pedro como roca (22 de febrero). No son dos perspectivas opuestas, pero sí diferentes. La figura de Pedro da pie para ello.

¿Quién no conoce la historia de Pedro? Debió de ser un hombre decidido, entusiasta, generoso, fiel a su maestro y amigo, desde el día en que lo miró Jesús y le cambió el nombre de Simón por el de Cefas, piedra sobre la que iba a edificar su Iglesia. Tenía, no obstante, sus debilidades. Es el que puede ir andando sobre las aguas. Pero es el que luego comienza a hundirse. Es el que alardea de que, aunque todos los discípulos negasen a Jesús, él nunca lo haría. Después lo hizo. Negó a Jesús, pero sintió sobre sí la mirada de amor de su maestro y "lloró amargamente". Por eso, más tarde, después de la resurrección, ya no presumirá de amar a Jesús más que sus compañeros. Se limitará a decir esa bella frase con la cual nos sentimos tan identificados: "Tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero".

Tras la resurrección de Jesús, el rudo pescador se convierte en un apasionado predicador y padre de nuevas comunidades. "No hay Iglesia sin Pedro", el que tiene el poder de atar y desatar, el que tiene también la función de "confirmar a sus hermanos". "No hay Iglesia sin Pedro"; o lo que es lo mismo: no hay Iglesia sin referencia a aquel que simboliza la unidad y la firmeza de una fe que se funda en Jesucristo. "No hay Iglesia sin Pedro"; o, dicho de otra forma, prescindiendo de aquellos que en la historia hacen las veces de Pedro.

Es esencial que los hombres y mujeres de hoy, todo los creyentes, sigamos mirando a ese Pedro que es piedra y que da firmeza, coherencia y serenidad a nuestra fe. Y hasta que cantemos con entusiasmo aquel viejo "Tu es Petrus" (Tú eres Pedro).

Vuestro amigo,

Patricio García Barriuso cmf. (cmfcscolmenar@ctv.es)


10. CLARETIANOS 2003

Viernes, día penitencial por excelencia, día de conversión y de encuentro personal con Dios. Como cada día. Así nos lo recuerda el salmo responsorial: “Señor, escucha mi voz, estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica”. En ese ponernos de cara a Dios, esperando confiadamente, con deseo, “más que el centinela a la aurora”, nos encontramos quizá perplejos o avergonzados por nuestros “delitos”, nuestras infidelidades, nuestros regateos, nuestra comodidad, nuestros, nuestros, ....., cada uno sabe. Tiempo de constatar, tiempo de reconocer, tiempo de confiar. Por encima de todo, “mi alma espera en el Señor”.

Lo nuestro no es cumplir, es reconciliarnos, es perdonar. El evangelio de hoy es una llamada a la fraternidad. Cuántas celebraciones de la eucaristía con quejas de nuestros hermanos y hermanas como telón de fondo! Cuántas justificaciones de nuestras posturas no acertadas o injustas para con los demás! Y también, por qué no decirlo, cuánto misticismo intimista sin tener en cuenta la necesidad del otro!!!

Lo que pasa es que no somos perfectos. Y tampoco queremos ser escrupulosos y quedarnos en la “letra”. Desde nuestra debilidad, vamos a pedir fortaleza al Señor en la eucaristía para saber reconciliarnos y ser fuertes en las “batallas” de cada día, como Santa Matilde, a la que recordamos en la liturgia y cuyo nombre eso significa.

Hoy escuchamos a Mateo: “no matarás”. Y hay muchas formas de matar. No sólo se mata físicamente. En nuestra vida cotidiana solemos ser más sutiles; vivimos enfrentamientos, tensiones, insultos, descalificaciones, ... que van matando poco a poco a los hermanos. Hoy puede ser un buen día para plantearnos cómo es nuestra relación con Dios, cómo celebramos nuestras eucaristías. ¿Será un culto vacío?

Salvar la vida es practicar la justicia. En lo concreto.

Mila (saneugenio@infonegocio.com)


11. 2001

COMENTARIO 1

v. 20. Da Jesús la razón de lo que acaba de decir: la fidelidad de los suyos ha de situarse muy por encima de la de los letrados y fariseos. La fidelidad se entiende de modo intensivo y extensivo, en calidad y totalidad. Es insuficiente el legalismo, que se contenta con guardar preceptos; pero el discípulo no puede ser negligente en la práctica de su compromiso. La puerta para «entrar en el reino de Dios» es precisamente la primera bienaventuranza. A ella se refiere, por tanto, esta fidelidad.



Comienza una sección (5,21-48) en que Jesús ataca la concepción de la Ley mantenida por los letrados, primera de las dos categorías mencionadas en el versículo anterior. Se compone de seis antítesis entre la doctrina que éstos enseñan y las correcciones o aboliciones que hace Jesús. Este no pretende radicalizar la ley de Moisés, sino, frente a ella, sacar las consecuencias que derivan para la conducta de un principio mucho más exigente: el bien del hombre y la creación de una sociedad nueva donde rigen las relaciones humanas propias del amor mutuo. En lugar de casuística, Jesús requiere la limpieza de corazón, la actitud interior de amor a los demás y el trabajo por la paz, manifestación de esa actitud.

La primera antítesis trata del mandamiento «No matarás» (Ex 20,13), «no cometer homicidio», y de la pena que se le asignaba, la condena pronunciada por un tribunal de 23 miembros.

Jesús plantea la exigencia desde otro punto de vista. No basta abstenerse de la acción externa; la actitud interna, estar airado con el hermano, merece ya el juicio. Para el reino se requiere la disposición benévola y favorable a los demás (5,8: «limpios de corazón»). La mala actitud interior se manifiesta en el insulto; en el reino de Dios, el desprecio manifestado es reato que requiere un tribunal más elevado que el mismo homicidio, el Consejo su­premo. Cuando el insulto llega a excluir al otro del propio trato («renegado», môre, cf. Dt 32 6, donde se aplica al pueblo de hijos degenerados), merece la pena definitiva. «El quemadero», la ge­henna, tomó su nombre del valle Gehinnon, y era el gran quema­dero de basuras de Jerusalén; había pasado a ser símbolo del castigo definitivo, concebido como la destrucción por el fuego.



vv. 23-24. Pasa Jesús a exponer el lado positivo de la actitud de los que trabajan por la paz. Hay que recomponer la unidad rota por alguna ofensa, y eso tiene prioridad sobre todo acto de culto (cf. 12,7). Inútil acercarse a Dios si existe división.



v. 25. Advierte Jesús sobre las consecuencias para el que está en falta de no reconocerla ni procurar la reconciliación. Cuando no se ataja la discordia, su efecto recaerá sobre el que no ha querido dar el paso para lograr la paz.


COMENTARIO 2

Jesús quería que las antiguas leyes de alianza de los israelitas -como no matar, no robar, no mentir, entre otras- fueran suplidas por otras más exigentes que incluyeran y superaran sus contenidos. Dichas leyes eran principios mínimos de convivencia que había que seguir perfeccionando, a pesar de haber sido, en su momento, un gran logro ético. Jesús quería llegar hasta el amor perfecto, que trata de vivir el principio de la paternidad universal de Dios, por el que todos somos unos hermanos de los otros, sin distinción de clase social, de raza o de sexo.

El mandamiento de "no matar", según Jesús, sólo quedaba superado en el momento en que se pensara en un amor universal que llevara a amar y a perdonar. Si nos contentamos sólo con no matar al hermano, este puede seguir siendo deshumanizado, oprimido, explotado y alienado, puede morir a nuestra puerta y nos podríamos quedar tranquilos, sencillamente porque nosotros no lo hemos matado. Una sociedad no se vuelve justa sólo con no matar. Sólo el amor sin medida, convertido en solidaridad e igualdad de derechos para todos, puede formar una sociedad justa.

El cristiano debe recordar que ya no está en el Sinaí, sino en la Montaña de las Bienaventuranzas; que no es un seguidor de Moisés, sino un discípulo de Jesús, quien rompió todos los círculos en los que se había encerrado al amor. Lo que está mandado no es «no matar» (porque lo contrario ciertamente sería la contradicción más flagrante contra el amor), sino «amar». No haciendo nada malo se puede cumplir con el mandamiento de no matar, pero no se cumple con el de amar. Pecado es no sólo lo malo que hacemos (pecados que cometemos, pecados de «comisión») sino lo mucho bueno que dejamos de hacer (pecados de «omisión», que se cometen precisamente «no haciendo»). «No haciendo» se podría cumplir tal vez la ley de los letrados y fariseos, pero no la de Jesús.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


12. DOMINICOS 2003

Conciencia de pecado

Hoy es primer viernes de Cuaresma.

En la celebración se puede acentuar el sentido penitencial, de dolor por los pecados, y de arrepentimiento por actitudes que consciente o inconscientemente generan discordia en vez de paz, disensiones en vez de fraternidad, decepciones en vez de estímulos para vivir, humillaciones en vez de alegre conformidad o espíritu de superación.

Una de las expresiones más profundas de lo que es ‘conciencia moral de pecado’, la tenemos, presentada literariamente forma de salmo, en el Miserere que comienza así: Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión, borra mi culpa; lava del todo mi pecado...

En este salmo David tiene ‘conciencia’ de que ha pecado, ha sido infiel, ha traicionado a Dios y a los hombres, ha manchado su espíritu con ingratitudes.

Pero esa ‘conciencia pecadora’ no lo lleva a la ruina, a la desesperación, sino que le hace recordar quién el Señor, su Dios, que tiene hambre de redimirnos, para retornar y descansar en Él: Del señor viene la misericordia, la redención copiosa.

Hagamos también nosotros un alto en el camino. Examinemos nuestra conducta, veamos clara y sinceramente las obras en que hemos faltado a la caridad, justicia, amor, solidaridad..., y luego, con conciencia arrepentida, renunciemos a intereses mezquinos para ser servidores de la Verdad y del Amor en todo.

ORACIÓN:

En este día hazme sentir, oh Señor, el peso de mis miserias; quiero llorar como David penitente y cantarte con salmos de alabanza; quiero asumir la cruz de la disciplina, de la abnegación, de las adversidades, para que incluso en ellas resplandezca el brillo de la luz y de la fe salvífica y ardiente. Amén

 

Palabra de verdad y salvación

Profeta Ezequiel 18, 21-28

“Así dice el Señor Dios: El que peca, ése morirá: el hijo no cargará con la culpa del padre, y el padre no cargará con la culpa del hijo. Sobre el justo caerá su justicia, y sobre el malvado recaerá su maldad. Pero si el malvado se convierte de sus pecados y guarda mis preceptos..., ciertamente vivirá y no morirá.  ¿Acaso quiero yo la muerte del malvado y no más bien que se convierta de su camino y que viva?...”

Si la injusticia se da en unos o en otros, sobre ellos pesará la conciencia de pecado y la exigencia de reparción. Cada cual será hijo y gloria o víctima de sus actos. Eso no obstante, Dios está a la puerta siempre ofreciendo gracia a quien cambia de actitud, y dando acogida al arrepentimiento.

Evangelio según san Mateo 5, 20-26 :

“Un día dijo Jesús a sus discípulos: si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate que sea procesado.

Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el sanedrin...

Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas alli mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano...!

Todos somos pecadores y debemos tener conciencia de pecadores. Nadie puede  mirar al otro y decir que ‘el otro’ es el malo. Nuestra conciencia nos acusará más y mejor de nuestra maldad cuanto más delicadeza hayamos alcanzado en la formación y sensibilidad. El insensible carece de conciencia y en ello estará su ruina.

 

Tiempo de reflexión

Buena lección de teología del amor.

Es un hecho innegable que somos víctimas frecuentes del pecado. Nos muerde la serpiente de nuestros intereses, egoísmos, concupiscencias; y no tenemos entrañas compasivas, misericordiosas.  Desde ese punto de vista, somos personas infieles.

Pero, para nuestro consuelo y reconsideración, Dios no se complace ni en que vivamos en pecado (injusticias, odios, insolidaridades, hambres, manipulaciones) ni en vengarse de nuestras ofensas. No es policía en acecho y juez inmisericorde.

En vía de fe, única que nos habla del rostro de Dios padre, es un hecho innegable que Él quiere nuestra salvación y felicidad, y que por ello actúa con entrañas de amor y misericordia: aceptando nuestro arrepentimiento, absolviéndonos del vínculo con el pecado, otorgándonos su bendición. ¡Si Dios obrara de otra manera sería menos Dios y más parecido a nosotros!

Por favor, mira a tu hermano.

La página que más debe alimentarnos hoy espiritualmente es la del evangelio, ya que desciende a detalles que nos afectan a todos: en el examen, prueba y medida de nuestro amor, caridad, fraternidad.

Es manifiesto que entre nosotros -familiares, miembros de una comunidad,  socios de una empresa, ciudadanos de un pueblo, hijos de esta tierra amplia y dilatada-   se multiplican las discordias, odios, olvidos, injusticias, insolidaridad. Y lo es también que ese mundo desconcertante y feo no cabe regenerarlo en un momento.

Pero ¿no podemos mirar cada cual a nuestro alrededor, primero, y al horizonte, después, para descubrir cuál es nuestro deber y compromiso?

¿A quién amamos y a quién odiamos?

¿A quién buscamos y a quién rehuímos?

¿A quién perdonamos y a quién le tenemos en cuenta sus fechorías, para vengarnos?

¿A quién apoyamos y a quién negamos nuestro pan, mano y  corazón..?     

Todo eso debemos aclararlo y corregirlo antes de poner la ofrenda en el altar.


13. ACI DIGITAL 2003

22. Se trata aquí de fórmulas abreviadas de maldición. Se pronunciaba una sola palabra, mas el oyente bien sabía lo que era de completar. Tomado por sí solo, racá significa estúpido y necio en las cosas que se refieren a la religión y al culto de Dios. Necio es más injurioso que "racá", porque equivale a impío, inmoral, ateo, en extremo perverso. El concilio, esto es, el Sanhedrín o supremo tribunal del pueblo judío, constaba de 71 jueces y era presidido por el Sumo Sacerdote. Representaba la suprema autoridad doctrinal, judicial y administrativa. Gehenna es nombre del infierno. Trae su origen del valle Ge Hinnom, al sur de Jerusalén, donde estaba la estatua de Moloc, lugar de idolatría y abominación (IV Rey. 23, 10).

24. "La misericordia del Padre es tal, que atiende más a nuestro provecho que al honor del culto" (S. Crisóstomo).


14.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Señor, ensancha mi corazón oprimido y sácame de mis tribulaciones. Mira mis trabajos y mis penas y perdona todos mis pecados» (Sal 24,17-18).

Colecta (del Veronense y Gelasiano): «Que tu pueblo, Señor, como preparación a las fiestas de Pascua, se entregue a las penitencias corporales, y que nuestra austeridad comunitaria sirva para la renovación espiritual de tus fieles».

Comunión: «No me complazco en la muerte del pecador –dice el Señor– sino en que se convierta y viva» (Ez 33,11).

Postcomunión: «Señor, que esta Eucaristía nos renueve, y, purificándonos de la corrupción del pecado, nos haga entrar en comunión con el misterio que nos salva».

Ezequiel 18,21-28: ¿Acaso quiero yo la muerte del malvado y que no se convierta de su camino y viva? Cada uno es responsable ante Dios. Por eso se invita una vez más a la conversión y al cambio de vida, tan apropiado en este tiempo de Cuaresma, pues la eficacia de la auténtica penitencia es la conversión personal del corazón a Dios.

Pero podemos y debemos orar por la conversión de los demás. La penitencia debe restablecer de nuevo el orden alterado, haciendo desaparecer nuestro alejamiento de Dios y nuestro apego desordenado a las criaturas. El alma debe retornar a Dios por el arrepentimiento: «Convertíos a Mí de todo corazón».

A la conversión interior deben acompañar las obras externas de penitencia, la mortificación, que tiene muchos aspectos: ayuno, abstinencia, abnegación, paciencia... realizadas con gran discreción, sin hacer alardes de personas austeras.

El cristianismo es la religión de la interioridad, no de la ostentación y vana apariencia ante los hombres. La piedad cristiana tiene por único objeto a Dios y a su voluntad. Y el fundamento de esta piedad es el amor. La conversión ha de mostrarse en las buenas obras: ser más caritativos, más serviciales, más cariñosos, más amables, más desprendidos, más bondadosos. Dice San Clemente Romano:

«Seamos humildes, deponiendo toda jactancia, ostentación e insensatez, y los arrebatos de la ira... Como quiera, pues, que hemos participado de tantos y tan grandes y tan ilustres hechos, emprendamos otra vez la meta de la paz que nos fue anunciada desde el principio y fijemos nuestra mirada en el Padre y Creador del universo, acogiéndonos a los magníficos y superabundantes dones y beneficios de su paz» (Carta a los Corintios 19,2).

–Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva. La conversión es siempre posible y Dios actúa para que se realice. Por muy abrumados que nos veamos por nuestras culpa, nunca hemos de desesperar de la misericordia del Señor. Con el Salmo 129 expresamos esa confianza: «Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón y así infundes respeto. Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora; porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y Él redimirá a Israel de todos sus delitos».

Reconozcámonos y sintámonos íntimamente unidos e identificados con nuestros hermanos y hermanas en Cristo, y pidamos todos por cada uno y cada uno por todos.

Mateo 5,20-26: Vete primero a reconciliarte con tu hermano. El arrepentimiento del cristiano se demuestra ante todo en el deseo de practicar la justicia. La Cuaresma es el tiempo más edecuado para el perdón de las injurias y para la reconciliación. No es posible tener odio al hermano y participar en la Eucaristía, sacramento del Amor.

Esta doctrina pasó desde el Evangelio a la literatura cristiana. Ya aparece en el libro más antiguo del cristianismo, no bíblico, la Didajé, de fines del siglo primero. Y así se ha seguido enseñando en la Iglesia hasta nuestros días. San León Magno lo expone con frecuencia en sus sermones de Cuaresma. En el dice:

  «Vosotros, amadísimos, que os disponéis para celebrar la Pascua del Señor, ejercitaos en los santos ayunos, de modo que lleguéis a la más santa de todas las fiestas libres de toda turbación. Expulse el amor de la humildad el espíritu de la soberbia, fuente de todo pecado, y mitigue la mansedumbre a los que infla el orgullo. Los que con sus ofensas han exasperado los ánimos, reconciliados entre sí, busquen entrar en la unidad de la concordia. No volvais mal por mal, sino perdonaos mutuamente, como Cristo nos ha perdonado (Rom 12,17). Suprimid las enemistades humanas con la paz...

«Nosotros, que diariamente tenemos necesidad de los remedios de la indulgencia, perdonemos sin dificultad las faltas de los otros. Si decimos al Señor, nuestro Padre: “perdónanos nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12), es absolutamente cierto que, al conceder el perdón a las ofensas de los otros, nos disponemos nosotros mismos para alcanzar la clemencia divina» (Sermón 6,3 de Cuaresma).


15. DOMINICOS 2004

"Conviértete y vive"

La luz de la Palabra de Dios
1ª Lectura: Ezequiel: 18,21-28
Y si el delincuente se convierte de todos los delitos que ha cometido, observa todos mis preceptos y practica el derecho y la justicia, vivirá, sin duda; no morirá. Ninguno de los delitos cometidos le será recordado, sino que debido a la justicia que ha practicado vivirá. ¿Es que yo me complazco en la muerte del delincuente, dice el Señor Dios, y no más bien en que se convierta y viva? Igualmente, si el justo se aparta de su justicia, comete la injusticia, según las acciones detestables cometidas por el criminal, ¿podrá vivir? No se recordará nada de toda la justicia que había practicado. Por la infidelidad y por el delito que ha cometido morirá.

Me diréis: El camino del Señor no es justo. Escucha, casa de Israel: ¿Que no son justos mis caminos? ¿No son más bien vuestros caminos los que no son justos? Si el justo se aparta de su justicia para cometer la injusticia y en ella muere, muere por la injusticia que ha cometido. Y si el criminal se aparta de la injusticia que había cometido y practica el derecho y la justicia, salvará su vida. Ha abierto los ojos y se ha convertido de los delitos cometidos; por eso vivirá, no morirá.

Evangelio: Mateo 5,20-26
Porque yo os digo que si vuestra justicia no supera la de los maestros de la ley y la de los fariseos, no entraréis en el reino de Dios».

«Sabéis que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será llevado a juicio. Pero yo os digo que el que se irrite con su hermano será llevado a juicio; el que insulte a su hermano será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo injurie gravemente será llevado al fuego.

Por tanto, si al llevar tu ofrenda al altar te recuerdas allí que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda delante del altar y vete antes a reconciliarte con tu hermano; después vuelve y presenta tu ofrenda». «Ponte a buenas con tu adversario pronto, mientras vas con él por el camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último céntimo».


Reflexión para este día
“¿A caso quiero yo la muerte del malvado y no que se convierta de su camino y que viva?”.
El mensaje de Dios es claro: No se ensaña con el pecador, con el equivocado. Al contrario: Le ofrece el regazo de su misericordia. Sólo hace falta que el malvado, el pecador rectifique su camino equivocado y retorne a los brazos del Padre. Quiere y espera que vivamos caminando en la corriente de sus preceptos, del amor. Dios nos quiere reconciliados y en paz con Él. Esta reconciliación es fruto de la práctica del derecho y de la justicia. Eso es lo que muestra que vivimos en comunión con Dios.

Jesús perfila, ahonda y ensancha esta dimensión reconciliadora. No le gusta que los cristianos de hoy seamos como los responsables religiosos de su tiempo: “Si no sois mejores que los letrados y fariseos no entraréis en el Reino de los Cielos”. Todos sabemos que este Reino es el que se alimenta en el amor y está presidido por el amor.

Esta hondura y dimensión inmensa del amor es lo que mueve a Jesús para que también nos reconciliemos con los hermanos. En este tiempo de Cuaresma, Jesús nos invita a que, como Él hace con nosotros, perdonemos las injurias a nuestro prójimo. De lo contrario, estamos fuera del Reino de Jesús. Nos recuerda que no perdonar a los demás equivale a perder el derecho a celebrar la Eucaristía. El Señor no acepta que nos acerquemos a su Sacramento de fe y amor enemistados con el hermano. Nos exige reconciliarnos, como expresión de conversión y amor: “Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano”.


16. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

¡Cuántos criminales impunes! ¡Cuánta injusticia no reparada! ¡Cuánta corrupción disfrazada de bien público! He sentido algo de esto a pocos kilómetros de la base norteamericana de Guantánamo, donde están detenidos desde hace más de dos años cientos de “talibanes”. ¿Qué hicieron? ¿Qué se hace con ellos? Estas dos preguntas regulan las actuaciones de la justicia humana. Sin saber realmente lo que una persona “ha hecho” no es posible saber “lo que conviene hacer” con ella. Por desgracia, este binomio se desequilibra dramáticamente en la mayoría de las actuaciones humanas, incluso en las que formalmente son calificadas de “justas”.

Frente a la impunidad de que gozan muchos criminales (asesinos, corruptos, explotadores, pederastas, traficantes, etc.), nuestra reacción primera es la indignación. Hemos acuñado nuevas expresiones para indicar esta respuesta ética: “tolerancia cero”, “el que la hace la paga”, “justicia para todos”. Con quien “ha hecho” estas cosas “debemos hacer” una reparación satisfactoria. ¿Quién se atreve a discutir esto?

Pero, ¿es suficiente? Para el profeta Ezequiel, el deseo de Dios es que el criminal “abra los ojos, se convierta y viva”. El verdadero triunfo sobre toda injusticia no es solo la reparación del mal cometido sino la “vida nueva” de quien la comete. Esta desproporción entre el mal hecho y el bien recibido es ese “más” profético que ninguna justicia humana podrá nunca comprender y menos asegurar. Gracias a Dios, ¡nos queda siempre Jesús!

Vuestro hermano en la fe:

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


17.Durante toda la cuaresma seres llamados, una y otra vez, a la purificación de nuestras intenciones para así poder presentarnos aceptables a Dios. Jesús nos habla hoy de nuestra relación con nuestras hermanas y hermanos. No tiene mucho sentido que nos presentemos ante Dios, como ofrenda agradable a Él, si antes no estamos reconciliados con nuestras hermanas y hermanos. Jesús considera que una simple ofensa al prójimo bastará para que no seamos aceptados ante Dios hasta que no nos reconciliemos con nuestra hermana o nuestro hermano. Acercarnos a Dios y presentarnos como ofrenda requiere de que nuestra intención sea totalmente digna y llena del verdadero deseo de agradar a Dios. Recordemos que al Él no le engañamos.

Dios nos bendice,

Miosotis


18.

l. Jesús, no has venido a modificar la ley antigua, sino a darle un sentido más profundo, más pleno. No se trata únicamente de no matar, sino de amar al prójimo como a uno mismo, y aún más: que os améis unos a otros como Yo os he amado (Jn 13, 34.) . Jesús, si tengo que imitarte en todo, especialmente debo imitarte en tu amor a los demás. Todo el que se llene de ira contra su hermano será reo de juicio. ¿Cómo va mi relación con los que me rodean: hermanos, padres, hijos, compañeros de trabajo? A veces me enfado por tonterías: por querer tener la razón; por pensar que me merecía más atención; porque no me han devuelto algo que es mío; porque siempre me toca a mí hacer lo que más cuesta, etc... ¿Cómo reaccionarías Tú en esas situaciones?

Ve primero a reconciliarte con tu hermano. Jesús, cómo cuesta pedir perdón; porque cuando me enfado, siempre creo que es el otro el que debe pedirme perdón a mí. Incluso llego a la estupidez de no hablar con una persona durante un tiempo, porque me ha hecho esto y lo otro; y hasta que no me pida perdón... Sin embargo, Tú has perdonado incluso a los que te crucificaban. Por eso, nada nos asemeja más a Dios que el estar siempre dispuesto a perdonar (S. Juan C risóstomo, Hom. sobre S. Mateo, 61). Que aprenda de Ti a perdonar, a adelantarme, a pedir perdón de la parte de culpa que tenga.

II. Afirmas que vas comprendiendo poco a poco lo que quiere decir «alma sacerdotal»... No te enfades si te respondo que los hechos demuestran que lo entiendes sólo en teoría. -Cada jornada te pasa lo mismo: al anochecer, en el examen, todo son deseos y propósitos; por la mañana y por la tarde, en el trabajo, todo son pegas y excusas.

¿Así vives el «sacerdocio santo, para ofrecer víctimas espirituales, agradables a Dios por Jesucristo»?( Surco, 499).

Jesús, por estar bautizado, tengo alma sacerdotal, es decir, puedo ofrecerte cosas que sean agradables a Ti, que sirvan para pedirte perdón por mis pecados y por los de todos los hombres, y para pedirte toda clase de bienes espirituales y materiales. El lugar por excelencia donde puedo ofrecerte esos sacrificios y buenas obras es la Santa Misa. Allí, mientras el sacerdote te ofrece el pan y el vino, yo pu edo ofrecerte cada día mis pensamientos, palabras y obras; mi trabajo, mi cansancio, mis alegrías y mis penas.

Si al llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y vuelve después para presentar tu ofrenda. Jesús, cuando vaya Misa me encuentro a veces que tengo poco que ofrecerte, e incluso que te he ofendido. Un propósito claro: ir primero a reconciliarme contigo en el Sacramento de la Reconciliación, en la Confesión. Después, ya puedo presentarte mis obras: al menos te podré presentar mi petición de perdón.

Pero, además, quiero ofrecerte más cosas: un día de trabajo intenso y bien hecho por amor a Ti; unas normas de piedad en las que he intentado tratarte' de cerca; pequeños detalles de servicio que sólo Tú has notado; etc... Son cosas sin valor, como ese pan y ese vino que se ofrecen en el altar; pero si los pongo ahí, en la Misa, se convertirán en tu Cuerpo y Sangre; tendrán valor infi nito, valor redentor. De esta forma, ejerceré realmente -y no sólo en teoría - ese alma sacerdotal, sacerdocio santo, que he recibido con el Bautismo.


19. La Cuaresma es un tiempo de penitencia

Una penitencia especialmente grata al Señor es aquella que recoge muchas muestras de caridad y tiende a facilitar a otros el camino hacia Dios, haciéndoselo más amable.

I. La eficacia de la auténtica penitencia, que es la conversión del corazón a Dios, puede perderse si se cae en la tentación, frecuente antes y ahora, de soslayar que el pecado es personal. Dios quiere que el pecador se convierta y viva (Ezequiel 18, 23), pero éste ha de cooperar con su arrepentimiento y su penitencia. “El pecado, en sentido verdadero y propio, es siempre un acto de la persona, porque es un acto libre de la persona individual, y no precisamente de un grupo o una comunidad” (JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica). Los pecados dejan una huella en el alma. Además existen pecados y faltas no advertidas por falta de espíritu de examen o por falta de delicadeza de conciencia... Son como malas raíces que han quedado en el alma y que es necesario arrancar mediante la penitencia para impedir que generen frutos amargos. Concretaremos la penitencia en cosas pequeñas, y también con el consejo del director espiritual, otras mortificaciones de más relieve, que nos ayuden a purificar el alma y a desagraviar por los pecados propios y ajenos.

II. El pecado deja una huella en el alma que es preciso borrar con dolor, con mucho amor. Por otra parte, aunque el pecado es siempre una ofensa personal a Dios, no deja de tener sus efectos en los demás. Para bien o para mal estamos constantemente influyendo en quienes nos rodean, en la Iglesia y en el mundo. “No existe pecado alguno, aun el más íntimo y secreto, el más estrictamente individual, que afecte exclusivamente a aquel que lo comete. Todo pecado repercute, con mayor o menor intensidad, con mayor o menor daño, en todo el conjunto eclesial y en toda la familia humana” (Juan Pablo II). Nos pide el Señor que seamos motivo de alegría y luz para toda la Iglesia, y sabernos ayuda, también en penitencia, para todo el Cuerpo Místico de Cristo. Penitencia discreta, alegre, inadvertida en medio del mundo, pero traducida en hechos concretos.

III. La vida del cristiano puede estar llena de esta penitencia que Dios ve: ofrecimiento de la enfermedad o del cansancio, rendimiento del propio juicio, trabajo acabado y bien hecho por amor de Dios. Una penitencia especialmente grata al Señor es aquella que recoge muchas muestras de caridad y tiende a facilitar a otros el camino hacia Dios, haciéndoselo más amable. Nuestra Madre Santa María nos enseñará a encontrar muchas ocasiones para ser generosos en la entrega a quienes están a nuestro lado en el quehacer de todos los días.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


20. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

Análisis
El v.20 aparece como en nexo entre lo que se ha dicho y lo que se dirá en el Evangelio. Es decir, Jesús no ha venido a abolir la ley sino a darle cumplimiento, y la presentación del “modo” en que se cumple la ley con una “justicia mayor” (5,20-48). Como siempre, la clave está en el Reino; sin esa “justicia mayor” no se entrará en el Reino, seríamos como el cumplimiento hipócrita de escribas y fariseos. Jesús quiere ir al corazón de la ley, porque no basta con un cumplimiento para ser vistos. No basta con no hacer algo prohibido, hace falta ir al nudo de la cuestión. En realidad esa “justicia mayor” es lo que será presentado al final de la unidad como “ser perfectos”; la primera vv.21-26) y la última de las antítesis que se presentan (vv.43-47) están estrechamente ligadas. Debemos presentar esto aquí (primera antítesis) aunque también se debiera repetir para el evangelio de mañana (última antítesis). De hecho forman el principio y el fin de la misma unidad.

Los escribas y fariseos, como todo el judaísmo de su época, acentuaban mucho el texto “sean santos como es santo Dios” (ver Lev 19,2). La santidad es “separación”, y se habían construido un preciso sistema de separaciones cuyo ejemplo más elocuente era el Templo de Jerusalén con lugares cada vez más “santos” y -por lo tanto- más prohibidos, hasta llegar al “Santo de los Santos” donde sólo podía ingresar una vez al año, el Sumo Sacerdote. Cuanto más separados de todo pecado y pecador más santo se era. Parece que Jesús modificó este esquema porque también Lucas lo presenta diferente aunque dice “sean misericordiosos como es misericordioso su Padre” (Lc 6,36). El acento de Mateo está puesto en la “perfección” que alude a la “justicia mayor”, esto es “mayor” que el esquema de separaciones y santidad. La perfección consiste, entonces, en ir más allá del cumplimiento, en superarlo (recordemos lo dicho ayer al referir a la gratuidad de “hacer lo que quisiéramos que nos hagan”). En este sentido debemos tener presente que la “perfección” supera la justicia, no por una gratuidad mal entendida como “si quiero lo hago, si no, no lo hago” sino con ir mucho más allá de lo “debido”, mucho más allá de la justicia. Por eso Jesús dice al joven rico que ha cumplido todo lo mandado: “si quieres ser perfecto”, es decir, si quieres ser de los que entran al Reino (hoy diríamos “si quieres ser cristiano”), si quiere superar la justicia de los escribas y fariseos con una “justicia mayor” (19,16-22).

Mateo, después de haber presentado todo en esta introducción, propone una serie de antítesis. Es probable que originalmente estas fueran cinco -a modo de puro ejemplo ya que ciertamente no pretende agotar la “justicia mayor” en estos cinco casos- pero que las circunstancias de la comunidad lo llevarán a añadir una sexta (nótese que la cláusula del divorcio es estructuralmente diferente de las restantes, 5,31-32; se trata, además, de un tema que repite en 19,1ss como sabemos). Estas antítesis están presentadas como “han oído que se dijo” y se cita un texto de la Ley, y Jesús que añade “pero yo les digo” presentando una superación del mismo principio. Estas cinco (ahora seis) antítesis concluyen con “ustedes, sean perfectos como es perfecto el Padre de los cielos” (5,48). Pero no termina el texto aquí ya que a continuación (6,1-18) presenta que ese cumplimiento de la justicia, expresado ahora en prácticas de piedad debe ser hecho para ser vistos por Dios, no por los hombres. Luego presenta un compromiso de Dios con esta nueva Ley (ver el esquema presentado en el Evangelio de ayer) y concluye con la “regla de oro” (7,12). Los párrafos finales del Sermón de la Montaña (7,13-27) no es extraño que hayan sido añadidos en una etapa final de la redacción del Evangelio (como también lo dijimos de la antítesis del divorcio). Los problemas parecen agravarse en el seno de la comunidad de Mateo y algunas cosas deben precisarse o exigirse con más firmeza, de allí los agregados tardíos.

Presentado esto, detengámonos en la primera antítesis de la que habla el evangelio de la fecha. El texto al que se alude es “no matarás”, una de las palabras del Decálogo. La superación viene dada en primer lugar con evitar también manifestaciones de cólera con los miembros de la comunidad (“hermano”). El texto parece tener cierta semejanza al final con Mc 11,25 aunque es diferente ya que allí se habla de “perdonar” al que nos debe, mientras que aquí se trata de pedir perdón por lo que debemos. El párrafo final se aparta un poco, ya que no se hace referencia al “hermano” sino a un “adversario”, en esto Mt se acerca a Q (ver Lc 12,57-59). La siguiente vez que se alude a un “hermano” en las antítesis será recién en la última para destacar que no se puede amar solamente a un hermano sino también a los enemigos (5,47). Nuevamente encontramos el par hermano - adversario.

Propiamente hablando, la antítesis es breve, pero se extiende a partir de los ejemplos. Se presentan tres: una serie de ofensas al hermano, un pedido de perdón al hermano antes de presentar una ofrenda y la reconciliación con el adversario antes de ser llevados a juicio. Como puede verse, Jesús no cuestiona el texto al que alude, sino una interpretación muy estrictamente formal del mismo (no se está, por cierto, ante el problema de la ley y el espíritu de la ley o temas semejantes). Es interesante tener en cuenta que en las discusiones rabínicas es usual el esquema “dice rabbí Fulano (o, “dicen los maestros”) pero yo, rabbí Mengano, les digo”. Es término usado en las discusiones sobre el sentido correcto de la ley, sobre las interpretaciones de la Escritura. Una lectura rápida podría pensar que Jesús cuestiona la autoridad de la Ley proponiendo una instancia superadora, pero no es eso lo que hace, e incluso ya nos ha aclarado que no ha venido a abolir la ley. Más sensato sería afirmar que Jesús no critica la Ley en las antítesis sino que enfrenta el legalismo, que es muy otra cosa (nótese que la única antítesis que sí cuestiona un texto de la ley es la tercera, la del divorcio, que ya hemos considerado un añadido posterior). Esto nos conduce a una nueva pregunta: ¿Mateo nos propone a Jesús como “nuevo Moisés” como han dicho algunos? Los frecuentes paralelos entre textos del AT y el NT han conducido con asiduidad a los estudiosos a afirmar que tal o cual evangelio presenta a Jesús como un “nuevo” Adán, Moisés, David, etc... Pero esto parece leer los Evangelios a la luz de Pablo (ver 1 Cor 15,45 y Rom 5,15) quien por su parte utiliza la idea de “figura” (ver 1 Cor 10,6.11 y Heb 8,5; 9,9.23; 11,19) o de “primero” - “último”, y no de “nuevo”. En los Evangelios sí es frecuente “alguien mayor que...” aludiendo a Jonás, o a Salomón, como hemos visto. Sin embargo, es incuestionable que con muchísima frecuencia los Evangelios aluden a personajes centrales del AT para poner a Jesús en paralelo con ellos. Quizá haya que decir, entonces, Jesús es presentado “como Moisés...”. Es indudable que “como Moisés”, Jesús empieza el Sermón de la Montaña precisamente en este lugar, una montaña, para promulgar una novedad. Pero no es fácil precisar cuánto de novedad (¿Nueva Ley?), cuánto de continuidad (“como Moisés...”), y cuánto de cuestionamiento a posiciones de su tiempo, o de tiempos de la Iglesia de Mateo (“pero yo...”). Lo que es seguro, por otra parte, es que todo lo mandado antes y ahora es llevado al terreno de la fraternidad (“hermanos”), Mateo quiere que su comunidad, que debe ser “sal de la tierra y luz del mundo” viva en medio de los hombres un testimonio fuerte de fraternidad, y eso se debe hacer patente hasta en los más mínimos detalles que hacen que la ley llegue a su cumplimiento, a que sean perfectos, aunque no para ser mirados por los hombres, sino para el Padre que está en los cielos que es quien nos hace hermanos.

Ahora sí digamos brevemente algo sobre esta antítesis:
“Se dijo” supone, ciertamente que es Dios el que dice, es un “pasivo divino”, por tanto remite directamente a la Ley, a Dios mismo; en este caso, la frase “pero yo” no es un enfrentamiento con el que dice sino con la interpretación que algunos hacen de eso. A los “antepasados” (a los “antiguos”, “primeros”, arjaiois) parece referir a todos los judíos. No hay que descartar que Mt esté enfrentando los de antes y los de ahora, es decir, los judíos que no han reconocido al Mesías Jesús, y los que sí los han hecho, es decir, la comunidad de Mateo. En el Primer Evangelio nos parece muy probable que el conflicto que refleje no sea “Iglesia frente a Israel” sino, Jesús -y los cristianos- como intérprete fidedigno de la verdadera ley, de la verdadera intención de Dios, y los líderes judíos que no viven la justicia sino para ser mirados, pero no para Dios, que es el que ha hablado en la Ley (recordar que el conflicto del “verdadero Israel” es un trasfondo importante en el Primer Evangelio: ¿quién es el verdadero, los israelitas encabezados por los fariseos o los israelitas que son llamados cristianos?). No es la única vez que Jesús enfrenta modos de entender la escritura, y los conflictos en sábado son un buen ejemplo de ello. El texto al que alude pertenece al decálogo (Ex 20,13; Dt 5,17 LXX). La frase “el que mate será reo ante el tribunal” no pertenece a los “diez mandamientos”, pero es frecuente en el AT (Ex 21,12; Lev 24,17; Num 35,12; Dt 17,8-13). Al decir “yo les digo” la primera persona es enfática y -por lo tanto- tiene fuerza cristológica. Los discípulos de Jesús, en su comunidad (“hermanos”) deben reflejar la verdadera coherencia con lo que Dios dijo.

El contexto semita de la unidad es claro (“el verdadero Israel”) como se ve en el uso de “Sanedrín”, “hermano”, “altar”, los insultos ‘raqà’ (frecuentemente traducido por sin seso, imbécil, o necio y que Mateo no traduce porque probablemente su significado era comprendido por sus destinatarios) e insensato (môré, típicamente sapiencial y probablemente muy semejante al anterior ‘raqà’), y “Gehenna”. La penalidad parece ascendente, de lo local a lo nacional y luego a lo escatológico, y no debe descuidarse esto: el uso de “amén, les digo” (v.26) tiene sentido habitualmente escatológico en Mateo (ver 5,18; 6,2.5.16; 10,15.23.42; 16,28; 18,18; 19,23.28; 21,31; ver 24,2.34.47; 25,12.40.45), pero no hay que pensar por ello que los insultos vayan en orden ascendente. Se refiere a la gravedad que tiene “romper” con el hermano que es comparable al asesinato.

El evangelio culmina con dos ejemplos. El primero destaca la importancia de reconciliarse con el hermano al que hemos ofendido que está por encima de todo acto de culto (“tiene algo” podría ser también que es el otro quien nos ha ofendido, pero el texto y otros usos del término, como Ap 2,4.14.20, parecen suponer que el otro es ofendido por nosotros). Ciertamente la imagen es parabólica ya que sería inimaginable la situación en la vida real (dejar la ofrenda, reconciliarse -por lo tanto ¿ir hasta Galilea?- y volver a Jerusalén para concluir la ofrenda que todavía sigue allí). El segundo ejemplo insiste en la importancia de la reconciliación, pero ya no con miembros de la comunidad sino incluso con adversarios (antídikos puede significar incluso enemigo; notar que la referencia con el “hermano” es al culto, mientras con el adversario es a un juicio). El texto también lo tenemos en Lc por lo que pertenece a la fuente Q, pero no es fácil saber quién lo ha modificado. Aunque Lc parece haber modificado ministro -que puede ser oficio sinagogal- por alguacil que es el funcionario que en el ambiente helenista ejecuta la sentencia del juez. Por otra parte, no consta en la ley judía la prisión por deudas. “Hasta que hayas pagado...” supone que el conflicto con el adversario es económico, y que él tiene razón; también Pablo sabe de cristianos que perjudican económicamente (en este caso a sus hermanos) y dirimen los conflictos en tribunales (1 Cor 6,1-11).

Jesús propone tres ejemplos (en realidad Mateo es quien tiene marcada preferencia por las tríadas) que no son ajenos al judaísmo, pero al plantearlos de un modo provocativo como si apareciera contrapuesto nada menos que a la Torá, el libro más sagrado, ciertamente se impone la pregunta: ¿quién es este hombre? Para este “como Moisés” no basta el cumplimiento “puntual” de la ley sino que hay que ir a lo profundo, romper con los legalismos y edificar fraternidad dentro de la comunidad y también con los enemigos.

Comentario
A semejanza de Moisés, Jesús presenta un ordenamiento para el interno de la comunidad. Los que deben vivir como hermanos, porque son comunidad del Reino, deben superar toda instancia legalista y ir más allá de la ley, ir hasta el otro. Pero esta comunidad, tampoco debe ser una comunidad fraterna hacia adentro e injusta hacia afuera. Los de “fuera” de la comunidad, aun los adversarios o enemigos deben ver en la vida de la comunidad un testimonio de pueblo que busca vivir la voluntad de Dios en plenitud, hasta en sus mínimos detalles y máximas consecuencias.

Para mostrar esto el Evangelio nos presenta una serie de “antítesis” donde Jesús dice “han oído que se dijo X (un texto de la ley), pero yo les digo Y”. Esto no debe entenderse como desautorización de “la ley” sino de la interpretación que de ella hacen “los escribas y fariseos” ya que no cuestiona lo mandado sino que va más allá de ello.

En el caso que se propone hoy, a modo de ejemplo, se afirma que no basta con sencillamente “no matar”, sino que hay que salir hacia el otro, y hay que evitar firmemente romper con el hermano aun en las pequeñeces que nos separan en la vida cotidiana. Pero que también hay que saber que el hermano y la vida fraterna es más importante que el culto, ya que la voluntad de Dios es lo que cuenta; y también evitar toda injusticia aun con los “no hermanos”. Crear un clima de justicia y de fraternidad, que supera aún la justicia, es signo de que la “justicia mayor” a la que Jesús nos invita empieza a ser una realidad en el interno de la comunidad cristiana que escucha al profeta como Moisés y quiere ser fiel, como buen Israel, al único Dios y Señor.


21.

San Agustín (354-430) obispo de Hipona (África del Norte) doctor de la Iglesia
Sermón 211, 5-6; SC 116, pag. 169

“Ve y reconcíliate con tu hermano”

Hermanos, que no haya desavenencias entre vosotros en estos días santos de Cuaresma. ...Tal vez, en el pensamiento os decís: “Quiero hacer las paces, pero es el hermano que me ha ofendido...y no quiere pedir perdón.” ¿Qué hacer entonces?... Hace falta que se interpongan entre vosotros unos terceros, amigos de la paz... En cuanto a ti, sé pronto para perdonar, totalmente dispuesto a perdonarle su falte desde el fondo del corazón. Si estás del todo dispuesto a perdonarle la falta, de hecho, ya le has perdonado.

Aun te falta orar: ora por él para que te pida perdón porque sabes que no es bueno para él no hacerlo... Di al Señor: Tú sabes que yo no he ofendido al hermano...y le perjudica haberme ofendido; en cuanto a mí, te pido de corazón que le perdones.”

Esto es lo que tenéis que hacer para vivir en paz con vuestros hermanos...,para celebrar la Pascua con serenidad y vivir la Pasión de aquel que no debía nada a nadie y que, no obstante, ha pagado la deuda por todos, Nuestro Señor Jesucristo que no ha ofendido a nadie y, por así decirlo, ha sido ofendido por todo el mundo. No ha pedido castigo sino que ha prometido recompensas... A él mismo le hacemos testigo en nuestro corazón: si hemos ofendido a alguien, vamos a pedir perdón; si alguien nos ha ofendido, estamos dispuestos a perdonar y a orar por nuestros enemigos.


22.

Reflexión

El cristiano, como nos lo muestra este evangelio, es una persona con criterios mucho muy diferentes a los del mundo y que va llevando un verdadero progreso en su conversión. Y es que el cristiano no es solamente una persona buena, que no mata, que no roba, que en suma, cumple la Ley de Dios, es ante todo, un hombre o una mujer que está en búsqueda de la santidad… de la perfección, para el cual no cabe ni siquiera el insulto para el hermano. Es alguien que encuentra en la reconciliación el varadero camino hacia la paz y para quien la celebración del culto es más que otra cosa un encuentro profundo con Dios y con los hermanos. El tiempo de la Cuaresma es un tiempo especial de gracia en el cual Dios derrama de una manera particular su amor en nuestros corazones. ¿Por qué no empezar en este periodo a reconciliarnos entre nosotros, con un profundo deseo de construir la armonía en nuestros trabajos, escuelas y sobre todo en nuestras familias?

Que el Señor sea luz y lámpara para tu camino.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


23. Perdón de las ofensas

Fuente: Catholic.net
Autor: Buenaventura Acero

Reflexión

Jesús habla de la realidad dándole un nuevo sentido, iluminándola con el espíritu de la Ley. Para ejemplificar el amor al prójimo, habla de la historia del buen samaritano y concluye, ahora “ve y haz tú lo mismo”. Y cuando baja a los detalles de la vida cotidiana sabe que la mayoría de sus oyentes podrían ser protagonistas en sus ejemplos...

Si es verdad que el amor es el primer mandamiento ¿cómo se pone en práctica? Jesús nos ilustra con tres casos. Constituyen el primer grado, lo que hay que evitar. El insulto, la enemistad y la querella contra el prójimo no serán propias de un cristiano. Pero más allá del precepto negativo “no matarás”... se nos abre el horizonte ilimitado del amor al prójimo. El primer paso es evitar esas tres actitudes, pero Jesús no se detendrá en ellas mas que como un mero paso intermedio, él va más allá. Por tanto es un buen momento para hacer nosotros también nuestro propio examen de conciencia. Para preguntarnos, a la luz de la fe, ¿qué hay de todo esto en mi corazón? Saber perdonar, no guardar rencores e imitar con ello a Jesucristo es exigente, pero al mismo tiempo liberador. La gracia de Dios nos impulsa a ello, es una obra propia del Espíritu Santo, si le dejamos actuar en nuestra alma.


24. Cuaresma, un recordatorio de cómo Dios nos quiere,

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

Toda la Cuaresma, con su constante invitación a la conversión, es un hermoso recordatorio de cómo Dios nuestro Señor nos quiere, a todos y cada uno de nosotros, plenamente santos, absolutamente santos. “Purifíquense de todas sus iniquidades, renueven su corazón y su espíritu, dice el Señor”.

La ley de santidad, que nos exige y que nos obliga a todos, se convierte en un imperativo al que nosotros no podemos renunciar. Pero seríamos bastante ingenuos si esta ley de santidad pretendiéramos vivirla alejados de lo que somos, de nuestra realidad concreta, de los elementos que nos constituyen, de las fibras más interiores de nuestro ser. Seríamos ingenuos si no nos atreviéramos a discernir en nuestra alma aquellas situaciones que pueden estar verdaderamente impidiendo una auténtica conversión. La conversión no es solamente ponerse ceniza, la conversión no es guardar abstinencia de carne, no es sólo hacer penitencias o dar limosnas. La conversión es una transformación absoluta del propio ser.
“Cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud de la justicia, él mismo salva su vida si recapacita y se aparta de los delitos cometidos; ciertamente vivirá y no morirá”. Esta frase del profeta Ezequiel nos habla de la necesidad de llegar hasta los últimos rincones de nuestra personalidad en el camino de conversión. Nos habla de la importancia de que no quede nada de nosotros apartado de la exigencia de conversión. Y si nosotros quisiéramos preguntarnos cuál es el primer elemento que tenemos que atrevernos a purificar en nuestra vida, el elemento fundamental sin el cual nuestra existencia puede ver truncada su búsqueda de santidad, creo que tendríamos que entrar y atrevernos a examinar nuestros sentimientos.

¡Cuántas veces son nuestros sentimientos los que nos traicionan! ¡Cuántas veces es nuestra afectividad la que nos impide lograr una real conversión! ¡Cuántos de nosotros, en el camino de santidad, nos hemos visto obstaculizados por algo que sentimos escapársenos de nuestras manos, que sentimos írsenos de nuestra libertad, que son nuestros sentimientos! Los sentimientos, que son una riqueza que Dios pone en nuestra alma, se acaban convirtiendo en una cadena que nos atrapa, que nos impide razonar y reaccionar; nos impiden tomar decisiones y afirmarnos en el propósito de conversión. La penitencia de los sentimientos es el camino que nos tiene que acabar llevando en todas las Cuaresmas, más aún, en la Cuaresma continua que tiene que ser nuestra existencia, hacia el encuentro auténtico con Dios nuestro Señor.

Jesucristo, en el Evangelio, nos habla de la importancia que tiene el ser capaces de dominar nuestros sentimientos para poder lograr una auténtica conversión. La Antigua Ley hablaba de que el que mataba cometía pecado y era llevado ante el tribunal, pero Cristo no se conforma simplemente con esto; Cristo va más allá en lo que tiene que ir haciendo plena a la persona. Jesucristo nos invita, como parte de este camino de conversión, a la purificación de nuestros sentimientos, a la penitencia interior cuando nos dice: “Todo el que se enoje con su hermano, será llevado hasta el tribunal”.

En cuántas ocasiones nosotros buscamos quién sabe qué mortificaciones raras y andamos pensando qué le podríamos ofrecer al Señor, y no nos damos cuenta de que llevamos una penitencia incorporada en nosotros mismos a través de nuestros sentimientos. No nos damos cuenta de que nuestros sentimientos se convierten en un campo en el que nuestra vida espiritual muchas veces naufraga.

¡Cuántas veces nuestros anhelos de perfección se han visto carcomidos por los sentimientos! ¡Cuántas veces el interés por los demás, porque los demás crezcan, por ayudar a los demás, se ha visto arruinado por los sentimientos! ¡Cuántas veces un deseo de una mayor entrega, un interés por decirle a Cristo «sí» con más profundidad, se ha visto totalmente apartado del camino por culpa de los sentimientos! No porque ellos sean malos, porque son un don de Dios, y como don de Dios, tenemos que hacerlos crecer y enriquecernos con ellos. Pero, tristemente, cuántas veces esos sentimientos nos traicionan. Nuestra conversión, para que sea verdadera, para que sea plena, tiene que aprender a pasar por el dominio de nuestros sentimientos. Y para lograrlo, la gracia tiene que llegar tan hondo a nuestro interior, que incluso nuestros sentimientos se vean transfigurados por ella.

¿Cuál es el camino para esto? El camino es el examen: “Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene una queja contra ti [...]”. Entrar constantemente dentro de nosotros mismos y vigilar nuestra alma es el camino necesario, ineludible para poder llegar a vivir esta penitencia de los sentimientos. Es el camino del cual no podemos prescindir para tener bien dominada toda esa corriente que son los sentimientos, de manera que no perdamos nada de la riqueza que ella nos pueda aportar, pero tampoco nos dejemos arrastrar por la corriente, que a veces puede llevarnos lejos de Dios nuestro Señor.

Para entrar en nosotros es necesario que la memoria y el recuerdo se transformen como en un espejo en el cual nuestra alma está siendo examinada, percibida constantemente por nuestra conciencia, para ver hasta qué punto el sentimiento está enriqueciéndome o hasta qué punto está traicionándome. Hasta qué punto el sentimiento está dándome plenitud o hasta qué punto el sentimiento me está atando a mí mismo, a mi egoísmo, a mis pasiones, a mis conveniencias.

Vigilar, estar atentos, recordar, pero al mismo tiempo, es fundamental que el camino de conversión no simplemente pase por una vigilancia, que nos podría resultar obscura y represiva, sino es necesario, también, que el camino de conversión pase por un enriquecimiento. Si alguien tendría que tener unos sentimientos ricos, muy fecundos, ése tendría que ser un cristiano, tendría que ser un santo, porque solamente el santo —el auténtico cristiano— potencia toda su personalidad impulsado por la gracia, para que no haya nada de él que quede sin redimir, sin ser tocado por la Cruz de Cristo.

Cristo, cuando está hablando a los fariseos les dice: “Si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entrarán ustedes en el Reino de los Cielos”. No podemos quedarnos con una justicia del «no harás», tenemos que buscar una justicia del «hacer», del llevar a plenitud, del enriquecimiento, que es parte de nuestra conversión. Y en este sentido, tenemos que estar constantemente preguntándonos si ya hemos enriquecido todos nuestros sentimientos: el cariño, el afecto, la ternura, la compasión, la sensibilidad; todos los sentimientos que nosotros podemos tener de justicia, de interés, de preocupación; todos los sentimientos que podemos tener de acercamiento a los demás, de percepción de las situaciones de los otros. ¿Hasta qué punto nos estamos enriqueciendo buscando cada día darle más cercanía a la gracia de Cristo?

Dice el salmo: “Perdónanos Señor y viviremos”. En estas tres palabras podríamos encerrar esta penitencia de los sentimientos. Que el Señor nos perdone, es decir, que nos purifique. Llegar a limpiar los sentimientos de todo egoísmo, de toda preocupación por nosotros mismos, de toda búsqueda interesada de nosotros. Pero no basta, hay que vivir de ese perdón; de esa purificación tiene que nacer la vida y tiene que nacer un enriquecimiento nuestro y de los demás.

El camino de conversión es difícil, exige una gran apertura del corazón, exige estar dispuestos, en todo momento, a cuestionarnos y a enriquecernos. Hagamos de la Cuaresma un camino de enriquecimiento, un camino de encuentro más profundo con Cristo, un camino en el que al final, la Cruz de Cristo haya tocado todos los resortes de nuestra personalidad.


25.

Comentario: Rev. D. Joaquim Meseguer i García (Sant Quirze del Vallès-Barcelona, España)

«Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos»

Hoy, Jesús nos llama a ir más allá del legalismo: «Os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos» (Mt 5,20). La Ley de Moisés apunta al mínimo necesario para garantizar la convivencia; pero el cristiano, instruido por Jesucristo y lleno del Espíritu Santo, ha de procurar superar este mínimo para llegar al máximo posible del amor. Los mae stros de la Ley y los fariseos eran cumplidores estrictos de los mandamientos; al repasar nuestra vida, ¿quién de nosotros podría decir lo mismo? Vayamos con cuidado, por tanto, para no menospreciar su vivencia religiosa. Lo que Jesús nos enseña hoy es a no creernos seguros por el hecho de cumplir esforzadamente unos requisitos con los que podemos reclamar méritos a Dios, como hacían los maestros de la Ley y los fariseos; sino a poner el énfasis en el amor a Dios y los hermanos, amor que nos hará ir más allá de la fría Ley y a reconocer humildemente nuestras faltas en una conversión sincera.

Hay quien dice: ‘Yo soy bueno porque no robo, ni mato, ni hago mal a nadie’; pero Jesús nos dice que esto no es suficiente, porque hay otras formas de robar y matar. Podemos matar las ilusiones de otro, podemos menospreciar al prójimo, anularlo o dejarlo marginado, le podemos guardar rencor; y todo esto también es matar, no con una muerte física, pero sí con una muerte moral y espiritual.

A lo largo de la vida, podemos encontrar muchos adversarios, pero el peor de todos es uno mismo cuando se aparta del camino del Evangelio. Por esto, en la búsqueda de la reconciliación con los hermanos hemos de estar primero reconciliados con nosotros mismos. Nos dice san Agustín: «Mientras seas adversario de ti mismo, la Palabra de Dios será adversaria tuya. Hazte amigo de ti mismo y te habrás reconciliado con ella».


26. 2004

LECTURAS: EZ 18, 21-28; SAL 129; MT 5, 20-26

Ez. 18, 21-28. Dios es nuestro Padre y no un enemigo a la puerta. Dios está siempre dispuesto a perdonarnos, si volvemos a Él con el corazón arrepentido, pues quiere que todos los hombres se salven. Por eso, por muy grandes que sean nuestros pecados, jamás desconfiemos de la misericordia de Dios. Si leemos el Evangelio veremos cómo en verdad el Señor ha venido a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. Este tiempo de la Cuaresma no puede convertirse en un tiempo donde acudamos al Señor para cumplir con el antiguo precepto de la confesión anual. Si nos acercamos al Señor es porque estamos dispuestos a volver a Él en serio y de un modo definitivo. Sólo así la salvación de Dios habrá llegado a nosotros. Pues quien ha sido justificado es porque debe caminar en la justicia divina y no ser necios como el perro que vuelve a su vómito para volverse a saciar de él. Si esto hiciéramos habríamos nuevamente perdido la justicia y la oportunidad de vivir eternamente con el Señor. Dios sabe que somos frágiles y pecadores; por eso nos fortalece con su Espíritu Santo, para que estemos en una continua conversión hasta alcanzar la salvación eterna, no como obra nuestra, sino como la obra de Dios en nosotros.

Sal. 129. La auténtica reconciliación no sólo lleva a perdonar las faltas de quienes nos hayan ofendido, sino que debe llevarnos a dar al olvido todo aquello con lo que fuimos dañados por los demás. Cuando Dios nos perdona en verdad olvida nuestras culpas; no nos echa en cara que malgastamos su fortuna en maldades y vicios, sino que sólo se alegra porque hemos vuelto a Él y nos recibe como a hijos suyos, sentándonos nuevamente a su mesa y calzando nuestros pies con sandalias nuevas para convertirnos nuevamente en testigos suyos en los caminos del mundo. Confiemos siempre en el amor del Señor y en su misericordia. Pero, al mismo tiempo, aceptemos el compromiso de dar a conocer a los demás lo misericordioso que Dios ha sido para con nosotros para que también ellos vuelvan al Señor y experimenten su amor.

Mt. 5, 20-26. La oración es un encuentro amoroso entre Dios y nosotros. Él es nuestro Padre y nos recibe como hijos suyos. Llegamos ante Él no sólo para presentarle nuestras ofrendas, sino para ofrecernos nosotros mismos a Él, como una ofrenda de suave aroma. Por eso no podemos ofrecerle al Señor un corazón manchado por la maldad, por el odio, por la injusticia, por el vicio. Antes que nada hemos de permitirle al Señor que nos purifique de todas nuestras culpas. Por eso no sólo pedimos perdón, sino que recibimos en nosotros su misma vida para que Dios nos reconozca como hijos suyos. Por eso, también, hemos de estar dispuestos a ir a ponernos en paz con nuestro prójimo, pues la conversión, cuando es sincera, no se queda en una vana palabrería, sino que nos hace salir al encuentro de aquellos con quienes hemos vivido en conflictos, para retornar a la paz y ser contemplados por Dios como sus hijos fieles.

La Eucaristía que estamos celebrando nos hace ser realmente esa ofrenda grata al Señor. ¿Lo somos? El signo de la paz que nos damos dentro de la celebración no puede limitarse a la o a las personas que estén junto a nosotros; si no llevamos ese signo de paz a quienes nos ofendieron o a quienes ofendimos, habremos perdido el tiempo en esta celebración. Por eso hemos de pedir a Dios que nos haga gratos a sus ojos; que destruya en nosotros toda clase de egoísmo y que nos ayude a perdonar a los demás como Dios nos ha perdonado a nosotros. Que jamás rechacemos a los demás; que jamás anidemos odios en nuestros corazones, pues si no perdonamos de corazón a nuestros hermanos, tampoco el Padre Dios nos perdonará a nosotros. No recemos, pues, en vano el Padre nuestro diciéndole hipócritamente a Dios: Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

Reconocemos que muchas veces, tal vez, hemos contribuido a los diversos males que hay en el mundo. Tal vez, desde nuestra propia familia, hemos destruido los auténticos valores de quienes conviven con nosotros. Reconocemos que hemos guardado odios en nuestro corazón que han destruido la unidad familiar o social. Muchas veces nos hemos levantado con gesto amenazador en contra de nuestro hermano, buscando vengarnos de aquellos males que nos hicieron. A quienes creemos en Cristo Dios nos llama para que seamos signos de unidad. Y esa unidad no puede brotar sino de un corazón que realmente ha sido llenado con el amor que procede de Dios y que nos lleva a ser misericordiosos con los demás, como Dios lo ha sido para con nosotros. Mientras no perdonemos a los demás viviremos como destructores unos de otros. Quien destruya la paz, quien rompa la unidad, quien viva odiando y vengándose de los demás jamás podrá decir que tiene a Dios por Padre. Dios nos quiere con un corazón renovado que indique que en verdad hemos dejado nuestros caminos de maldad, que hemos vuelto a Dios y que su Espíritu Santo guía nuestros pasos por el camino del bien.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vernos y amarnos como hermanos; siempre dispuestos a perdonarnos, siempre dispuestos a vivir nuestro ser de hijos de Dios en torno a nuestro único Dios y Padre. Amén.

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27. ARCHIMADRID 2004

LA INGENUIDAD DE LOS HIJOS DE DIOS

“No es justo el proceder del Señor”. Todavía recuerdo, cuando era un crío, las veces que ponía mala cara ante ciertas reprimendas de mi madre. No se me olvidará cómo en mi interior consideraba injusto tal proceder, e incluso, pensaba que cuando fuera mayor, estuviera casado, y tuviera hijos, seguro que les consentiría lo que en esos momentos a mí se me censuraba. Ahora, ni tengo mujer, ni hijos (gracias a Dios, tengo otra paternidad, que es la sacerdotal y, de alguna manera, también se comparten ciertas responsabilidades, sobre todo las que aluden al “crecimiento” espiritual)… pero sí tengo unos cuantos años más. Y lo curioso, es que la consideración hacia mis padres, no es que haya aumentado, sino que, verdaderamente, ha supuesto un salto de “gigante”. Además de la admiración que siento por ellos, estoy convencido de lo poco que supone esta vida para poder compensarles con mi cariño, todo lo que hicieron (y aún siguen haciendo… espero, que por muchos años más) por mí. Y no es que me ciegue el amor de hijo, ni ponga en práctica el refranero popular (“es de bien nacidos el ser agradecidos”), sino que considero de auténtica justicia todo este reconocimiento público, pues en ello también se incluye mi propia vocación, que es lo que más amo en este mundo.

La pregunta, por tanto, parece forzosa: si así es lo que pienso acerca de los que me dieron la vida, ¿cuál será mi agradecimiento hacia Dios? Creo que, en estos momentos, lo mejor sería acabar el comentario, pues, te puedo asegurar, que me siento verdaderamente conmovido… decía aquel Salmo: “¿Cómo podré agradecer al Señor todo el bien que me ha hecho?”. Mi sacerdocio, mi familia, mis amigos… todo, absolutamente todo, lleva el sello inconfundible de lo divino. Y si dijera lo contrario, mentiría.

Por otro lado, cada vez me duele más la cara amarga con que los medios de comunicación se “ceban” con todo lo que haga referencia a la familia, la convivencia con los hijos… y los sacerdotes. Creo que no es justo. Estoy plenamente convencido ( y creo que es la persuasión de multitudes), de que si en la televisión, la radio o la prensa, nos mostraran más ejemplos de las cosas buenas que suceden a nuestro alrededor, la gente, además de ser un poco más optimista, sería mucho más agradecida, y estaría más propensa a realizar el bien… ¡Ésta es la ingenuidad de la infancia espiritual de los que se consideran hijos de Dios!

“Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa”. Así pues, a pesar de todos los lamentos y reproches que podamos hacer al Señor porque las cosas no salgan a nuestro gusto, habría qué pensar si, en algún momento, nos hemos parado a pensar qué es lo que verdaderamente nos conviene. Supongo que, cuando tenía tres años, el meter los dedos en el enchufe de la corriente eléctrica, suponía para mí algo verdaderamente “esencial e importante”; y no entendía la “manía” de mis padres por enfadarse conmigo cuando me advertían de que no hiciera semejante cosa. Ahora, no creo que la cosa haya cambiado mucho, porque, en ocasiones, también sufrimos ante tantas contrariedades y, pensamos, que debe haber algún culpable que no sea uno mismo.

“Vete primero a reconciliarte con tu hermano”. Una vez más, Jesús nos da la clave para que las cosas vayan mejor… y si alguien llama a esto ingenuidad, entonces es que pocas veces se ha sentido querido de verdad.


28. Fray Nelson Viernes 18 de Febrero de 2005
Temas de las lecturas: ¿Acaso quiero yo la muerte del pecador y no más bien que enmiende su conducta y viva? * Ve primero a reconciliarte con tu hermano.

1. "No quiero la muerte del pecador"
1.1 Dios abre su corazón: no quiere la muerte. Él es el Dios vivo, el Dios que da la vida, el Dios que vence a la muerte. Dios no quiere la muerte, sino que la increpa con dura voz: "Oh muerte, ¡yo seré tu muerte!" (Os 13,14). Dios no quiere la muerte; ¿podría decirlo de modo más claro que aquello que leemos en el Deuteronomio? Allí encontramos: "Al cielo y a la tierra pongo hoy como testigos contra vosotros de que he puesto ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas, tú y tu descendencia, amando al Señor tu Dios, escuchando su voz y allegándote a El; porque eso es tu vida y la largura de tus días, para que habites en la tierra que el Señor juró dar a tus padres Abraham, Isaac y Jacob" (Dt 30,19-20).

1.2 La condición para que el pecador viva es simplemente que se aparte de aquello que le mata, es decir, del pecado. Así entendemos que arrepentirse es un acto de supervivencia y un modo sencillo y directo de amarse rectamente a sí mismo. Cosa que es bueno saber en todo tiempo pero que resulta tanto más saludable en el tiempo de cuaresma, tiempo por excelencia para arrepentirnos de nuestras culpas.

1.3 Toda la conversión es la historia de un hombre que deja lo que le mata y se vuelve hacia quien es su Vida. Y así como el que se vuelve al sol necesariamente es iluminado, así también quien vuelve a mirar a Dios es vivificado.

2. Una justicia mejor
2.1 Los fariseos presumían de ser justos. Practicaban o aparentaban practicar escrupulosísimamente los detalles ínfimos de la Ley para darse la certeza interior y proyectar la imagen exterior de ser justos, muy justos, perfectamente justos. Con un toque de ironía Jesucristo habla de una justicia "más perfecta". ¿En qué consistirá? ¿Se trata de ser todavía más rigurosos en los detalles de la legislación y las venerables tradiciones de los mayores? No. La propuesta de Jesús es de otro orden.

2.2 En realidad Jesús hace dos cosas con la Ley: por una parte, la lleva al interior del hombre. No es ya una ley de lo observable, y por tanto de las apariencias, sino de la sinceridad, de la intención, de la verdad del corazón. Por otro lado, Jesús une indisolublemente la Ley que nos une a Dios con la Ley que nos une a los hermanos. No caben ya, entonces, esos modelos de supuesta "santidad" que creen que van a sobresalir más cuanto más abajen al resto del universo.

2.3 La religión de la sinceridad y del corazón es también la religión de la comprensión y de la reconciliación. O dicho de otro modo: la religión de la VERDAD es también la religión de la MISERICORDIA. ¡Eso es fantástico! Y por eso es más perfecto este nuevo esquema, esta nueva "justicia". En el esquema farisaico ser "de verdad" justo implicaba endurecerse contra el que no lo era; y ser "compasivo" quedaba relegado para lo que no eran "verdaderos" fieles.

2.4 Ahora con Jesús se han hermanado la verdad y la misericordia; ahora es posible encontrar al Señor allí donde están los rostros de todos esos pobres y pequeños que son como yo: se llaman mis hermanos.


29.  SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

El evangelio de Mateo describe la diferencia de la ética jesuánica con la ética de la Ley antigua y la culminación que, según él, brinda Jesús a esa Ley, volviéndola perfecta y definitiva. Sin duda que la comunidad que está interesada en resolver la relación entre la ética de Jesús y la ética de la Ley, tiene que ser una comunidad judeo-cristiana. Esta es la comunidad destinataria del evangelio de Mateo, muy posiblemente judíos-cristianos de Palestina que huyendo de la guerra se refugian en algún lugar de Siria. Allí, en un nuevo contexto, reconstruye su identidad. Sabemos muy poco sobre cómo era este cristianismo, cómo actuaba, cómo estaba sociológicamente estructurado, cómo dialogaba con el judaísmo y con el paganismo, pues sólo tenemos una obra neotestamentaria que refleja directa y positivamente una iglesia judeo-cristiana: el evangelio de Mateo. A partir de esta identidad, la comunidad de Mateo tiene, además, que enfrentar el problema de qué era necesario exigir a los paganos convertidos y admitidos por el bautismo como miembros de la Iglesia de Cristo ¿debían someterse a la Ley mosaica y aún recibir la circuncisión como señal de su aceptación de ese conjunto de preceptos? Hacia los años ochenta, Mateo responde que, según Jesús, hasta el más pequeño precepto mosaico posee un valor decisivo y escatológico (Mt 5,17-19). Esa era la concepción estricta del cristianismo en la diáspora procedente del judaísmo palestinense.

El problema de los paganos en la iglesia y las exigencias de la ley mosaica, está como telón de fondo en el relato de las seis “antítesis” de Mt 5,20-26. ¿Qué debía exigirse a tales paganos convertidos para poder decir de ellos que se injertaban en el antiguo árbol del yavismo? Se trataba de mostrarles un cristianismo como culminación del judaísmo y no como su negación. Esta es la apuesta de Mateo, probablemente un rabino convertido al cristianismo.

En ningún otro lugar de su evangelio muestra mejor Mateo su propia elaboración teológica creadora que en las dos unidades que encabezan el “Sermón de la Montaña”: las bienaventuranzas y las antítesis que definen la “justicia más abundante” que la de los escribas y fariseos. Las bienaventuranzas no tienen casi originalidad alguna. Prácticamente, se trata de virtudes reconocidas como tales en el judaísmo. Metodológicamente, Mateo encabeza un discurso con promesas de felicidad, para luego, cuando se llega a las antítesis, consigna la confirmación, culminación y crítica de la justicia enseñada por el rabinato judío. Sin duda, un excelente catequeta.

Primero se cita una prescripción de la Ley mosaica: “habéis oído que se dijo”. Viene en segundo lugar, una conjunción que tiene un amplio espectro de significación en griego. Si se decide que en los seis casos se trata de otras tantas antítesis, lo lógico sería traducir la conjunción griega de por la conjunción adversativa castellana “pero”. Finalmente, en tercer lugar, viene lo que Jesús enseña. Siguiendo el criterio de la antítesis, cabría, precedido del “pero”, continuar con el “yo os digo”. La traducción sería así: “habéis oído que Moisés (hablando en nombre de Dios) dijo a los antepasados de Israel… pero yo os digo…”

Con cada una de estas posibilidades tendríamos que revisitar las “antítesis”, para ver cuál sería la más adecuada para establecer la relación entre lo que decía la ley mosaica y lo que Jesús propone, claro está en coherencia con el mismo encabezamiento que Mateo da a la serie de antítesis, con lo que se descartaría la “insípida” y, pues alguna transformación importante de lo mandado por Moisés debe tener lugar para poder decir que, con Jesús, la Ley alcanza su plenitud. Si eso es así, tendríamos que traducir “yo en cambio, os digo”.

En la primera contraposición Se dijo “no matarás”, y aquel que mate será reo ante el tribunal. Yo os digo: aquel que se encolerice será reo ante el tribunal… Aquí la diferencia existente entre lo escrito en la Ley y lo mandado por Jesús no puede llegar a ser oposición. Convendría traducir por “yo, en cambio, os digo…” Lo que antes no era pecado según la letra de la Ley, es declarado pecado por Jesús. La raíz del asesinato ya está presente en el insulto, el improperio y la agresión. No se trata de un mero deseo, sino que el asesinato ya ha comenzado a gestarse desde el momento en que se enciende la cólera contra el hermano o la hermana. Evidentemente hay una transformación de la Ley manteniéndola vigente, al mismo tiempo que la lleva a una perfección mayor ampliando sus consecuencias éticas. La vida comienza a perder sentido allí donde las relaciones interhumanas comienzan a volverse inamistosas e insoportables. De ahí la adición, al precepto de no matar, de la prohibición del insulto, o de la respuesta con enojo o con desprecio. Es la manera como Jesús lleva a la Ley a su cumplimiento o culminación, guiando así a la comunidad discipular a una justicia mayor que la de los escribas y fariseos, dejando entrever, que para Jesús la “justicia menor” no es tanto las actitudes, sino la manera como éstos interpretan y enseñan la Ley de Moisés.

Mediante las antítesis, Mateo presenta el modo auténtico de interpretar y entender la Ley. La verdadera autenticidad moral está basada en la fidelidad, no a la letra, sino al espíritu de la Ley.