JUEVES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

 

Libro de Ester 14,1.3-5.12-14.

En aquellos días, la reina Ester, temiendo el peligro inminente, acudió al Señor y rezó así al Señor, Dios de Israel: "Señor mío, único rey nuestro. Protégeme, que estoy sola y no tengo otro defensor fuera de ti, pues yo misma me he expuesto al peligro. Desde mi infancia oí, en el seno de mi familia, cómo tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones, a nuestros padres entre todos sus antepasados, para ser tu heredad perpetua; y les cumpliste lo que habías prometido. Atiende, Señor, muéstrate a nosotros en la tribulación, y dame valor, Señor, rey de los dioses y señor de poderosos. Pon en mi boca un discurso acertado cuando tenga que hablar al león; haz que cambie y aborrezca a nuestro enemigo, para que perezca con todos sus cómplices. A nosotros, líbranos con tu mano; y a mí, que no tengo otro auxilio fuera de ti, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo."

Salmo 138,1-3.7-8.

De David. Te doy gracias, Señor, de todo corazón, te cantaré en presencia de los ángeles.
Me postraré ante tu santo Templo, y daré gracias a tu Nombre por tu amor y tu fidelidad, porque tu promesa ha superado tu renombre.
Me respondiste cada vez que te invoqué y aumentaste la fuerza de mi alma.
Si camino entre peligros, me conservas la vida, extiendes tu mano contra el furor de mi enemigo, y tu derecha me salva.
El Señor lo hará todo por mí. Tu amor es eterno, Señor, ¡no abandones la obra de tus manos!


Evangelio según San Mateo 7,7-12.

Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan! Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
 

 

LECTURAS 

1ª: Est 14. 1.3-5.12-14 

2ª: Mt 7. 7-12


 

1.- La plegaria de Ester se halla totalmente impregnada de la confianza que emana de la fe. En momentos de desgracia personal y de peligro del pueblo, pide a Dios que se muestre salvador y que los defienda ante los opresores. Ya que Él se ha escogido un pueblo por heredad, ahora no lo puede dejar sucumbir.

MISA DOMINICAL 1990/05


2.

El evangelio de hoy sigue repitiendo que Dios es profundamente bueno, que desea "dar" cosas buenas a sus hijos y que hay que rezar con ese espíritu, con una confianza total. La plegaria de Ester, en el Antiguo Testamento, es un ejemplo de ello.

-Ester se refugió en el Señor, presa de mortal angustia.

La situación del pueblo judío era dramática, en esa época. Dispersos, minoritarios, en medio de pueblos paganos... frecuentemente perseguidos y despreciados. Tal es la condición de Ester, esa situación pasa a ser su plegaria. Su oración parte de su vida. Muy sencillamente expone su caso a Dios.

-Ven en mi socorro que estoy sola y no tengo socorro sino en ti, y me doy cuenta que estoy en peligro.

Sólo ve en ella debilidad y pobreza

Se atreve a mirar su gran pobreza, a reconocerla y a confesarla ¡Soledad! Es uno de los mayores sufrimientos. "Estoy sola". Esa impresión de no tener muchos amigos, y aun estando cerca de ellos, no poder contarles todo. Esto pasa también en la vida conyugal y familiar: esa dificultad para el intercambio, para la participación sincera.

Hay días en los que estamos y nos sentimos «solos», aislados, con el corazón vacío... en los que se tiene la impresión de no ser comprendido.

¿Hay que aceptarlo, y nada más? o bien, como Ester, ¿ir a Dios y expansionarse con El?

A los estoicos y a los fuertes esto puede parecer una debilidad supletoria. Señor, yo no pretendo ser fuerte, quiero saber solamente que Tú sí me escuchas y me comprendes. ¡Sería una lástima que yo me mantuviera dándole vueltas a mis penas en lugar de vaciarlas en tu corazón y liberarme de ellas en lo posible!

-Acuérdate, Señor... manifiéstate...

Es una plegaria audaz, que se dirige a Dios con familiaridad. Una plegaria que pide a Dios que "represente su papel".

«Señor, ven a salvarnos, Tú eres nuestro Dios.
«Tú nos conoces y nos amas...
«¿A quién iríamos?
«¡Acuérdate de tus promesas!
«¡Haz lo que dijiste!»

-Dame valor... Pon en mis labios palabras armoniosas...

Es una plegaria "no-perezosa" que no se descarga pasivamente en Dios. Una plegaria que pide a Dios que "lleguemos a representar nuestro papel". «Señor, danos fuerza para lograrlo...

"Ilumíname, dame el mejor discurso para salir de mi soledad".

Maravilloso ¿verdad?: «¡Dame valor!».

Una oración para repetirla a menudo.

-Líbranos, acude en socorro de mí que no tengo a nadie sino a ti, Tú lo sabes todo.

Oración confiada...

Totalmente abandonado en las manos del Padre...

No tengo a nadie sino a Ti.

No es un mero sentimiento. Y nadie tiene derecho de reírse o de hacer mofa de ello. Por lo menos a la hora de la muerte será estrictamente verdadero. No hay que pasarse de listo.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 108 s.


3. /Est/14/01-19: ORA/QUÉ-ES

Preparada por el ayuno, Ester se entrega con sus sirvientas a una plegaria insistente. La plegaria es una apertura total del hombre a Dios. La conciencia del hombre y todas sus facultades se dejan penetrar por Dios y se vuelven hacia él. La inminencia de un gran peligro, la constatación y el reconocimiento de la propia flaqueza, la impotencia, son otras tantas circunstancias que despiertan en el hombre la ferviente aspiración hacia el Señor, un intenso deseo de quedar inundado por su presencia, por su gracia su ayuda y su perdón.

La plegaria vivida hasta el fondo es la acción más comprometida y eficaz que puede realizar el hombre y de la que surgirán todas las demás acciones. La plegaria unifica y transforma.

La plegaria exige consagración, dedicación. En ella es necesario sobrepasar las inercias y rutinas de la mente, salir del círculo obsesivo de las cosas con la profunda aspiración de que todo el ser sintonice armónicamente con el tono de Dios. La plegaria de Ester es penitencial. Su expresión está despojada de todo lo superfluo (2).

La forma literaria más bella de esta plegaria se conserva en la versión latina antigua. El autor del texto griego de los Setenta la transforma notablemente. El hombre tiene necesidad de expresarse y de repetir al Señor todo lo que él ya sabe por su omnisciencia. Ester empieza exponiendo su situación: sola ante el único y dispuesta a dar su vida (3-4).

Recuerda las gestas de Dios en favor del pueblo y, seguidamente, como representante de su pueblo, reconoce el justo castigo de Dios. Pero la total exterminación del pueblo elegido sería un triunfo de los ídolos; por eso pide a Dios que no cierre la boca de quienes lo alaban (5-11). Formula su petición: "Pon en mis labios un discurso acertado..." (12-13).

Finalmente apela a la omnisciencia divina, que conoce su inocencia (cf. 2 Re 20,3; Sal 17,1ss; 16, lss) (14-19). La actividad de la plegaria vivida intensamente, con profundidad, engendra fe y confianza, una valentía que supera cualquier temor.

B. GIRBAU
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 360 s.


4.

La plegaria del hombre a su Padre celestial se apoya en la bondad y la voluntad amorosa de Dios. Podemos estar seguros de ser escuchados, siempre que aquello que pidamos esté en la línea del plan salvador de Dios.

MISA DOMINICAL 1990/05


5.

a) Originalmente, en el contexto de Lc 11, 9-13, por lo menos, esta enseñanza estaba destinada a parafrasear la cuarta petición del padrenuestro: "El pan nuestro de cada día dánosle hoy..." (Mt 6, 11). Este tema del pan se repite, en efecto, en el v.9 de nuestro pasaje, y se encuentra igualmente en la parábola del amigo importunado (Lc 11, 5-8), que Mateo no ha reproducido.

Mateo ha preferido parafrasear la quinta petición del Padrenuestro: "Perdónanos, como nosotros perdonamos..." (Mt 6, 12-15). Aquí se capta toda la diferencia entre el primero y el tercer evangelista. Situados ambos ante el Padrenuestro, Mateo reacciona como un catequista preocupado por la vida virtuosa de los cristianos; Lucas reacciona como un profeta del desprendimiento respecto de los bienes de la tierra y como un evangelista de la ternura de Dios para con los suyos.

b) Considerados como un comentario de la petición del pan de cada día en el Padrenuestro, vv. 7-11 adquieren un sentido muy particular: si un padre humano, que a pesar de todo es un pecador, da pan a su hijo, con cuánta más razón lo hará el Padre de los cielos. El énfasis no recae tanto sobre la perseverancia y la insistencia del demandante, sino sobre la diferencia entre la bondad del padre humano y la ternura del Padre de los cielos. No se debe, por tanto, tener reparo en pedirle: lo que un hombre haría violentándose, Dios lo hace con alegría.

Si estos versículos insisten sobre la perseverancia en la oración, no lo hace, por tanto, para presentar una técnica de la oración incesante, sino simplemente para afirmar la benevolencia de Dios y la certeza de que siempre hay lugar en El para la ternura. No debe, pues, perderse de vista que estos versículos describen más bien la bondad del donante que la persistencia del demandante.

Estos versículos ponen, pues, de manifiesto el optimismo del concepto cristiano de la oración: esta es escuchada a poco que el peticionario sea perseverante, pero, sobre todo, porque Dios es bueno. Un elemento importante le falta, sin embargo, a esta doctrina: la eficacia de la oración deriva, ante todo, de la mediación de Cristo. En este sentido, la enseñanza de Jn 16, 23-26, que puede considerarse inspirada por nuestros versículos, va mucho más lejos y sitúa precisamente en el corazón de la oración cristiana la intercesión única del Señor.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág. 53s


6. ORA/PERSEVERANCIA

Orar es pedir, buscar, llamar a la puerta. De día y de noche. Sin cansarse nunca. "Siempre hay que orar", y hasta tal punto que la oración se convierte en un estado y no sólo en una práctica ocasional. Orar es un modo de ser delante de Dios. ¡Pero hay dos maneras de insistir en la petición: la del inoportuno y la del enamorado! El primero sólo piensa en sí mismo; el otro está fascinado, y lo daría todo por el tesoro que ha descubierto. ¿Qué puerta se le cerrará? Si Dios espera de nosotros esta oración, es porque él se presenta como el tesoro de los tesoros, como el amigo más fiel. ¡Un amor de segunda mano, que se da por nada, no es amor! Escuchad, pues, a Esther: "Señor mío, tú eres el único Dios, ven a socorrerme, pues estoy sola. Mi único tesoro eres tú. Acuérdate, Señor... Sólo te tengo a ti, que lo conoces todo".

Sabe dejarse agarrar por él. Conoce las palabras que le arrebatan. Sus palabras son una excelente defensa. ¿Vamos a andarnos con remilgos, porque Dios sabe lo que nos hace falta antes de que se lo pidamos? No es eso, y el que ya no pide nada, demuestra que ya no ama. El orgulloso prescinde de la ayuda del otro. El no pedir nada a Dios encubre a menudo un sutil orgullo.

Pero hay que pedir sin desfallecer, pues quien capitula demasiado pronto demuestra que no tiene verdadera confianza. Dios quiere que se le busque, porque siempre está más allá de lo que esperamos. Tenemos que llamar a su puerta durante mucho tiempo, porque dicha puerta se abre sobre un infinito que nunca se alcanza del todo. La verdadera actitud ante Dios -la oración en la vida- es la actitud del mendigo... un mendigo que se sabe amado y llamado a la Vida. ¡Mendigo de ti... mendigo de Dios!

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 33


7. ORA/POBREZA:

A lo largo de las lecturas de cuaresma, la iglesia vuelve una y otra vez sobre el tema de la oración.

Vemos en la primera lectura a Ester, quien antes de presentarse ante el rey asirio para interceder por su pueblo, se recoge en su corazón y reza al Señor. La oración de Ester es un modelo perfecto de oración. Comienza confesando la soberanía absoluta y única del Dios de Israel. Para Ester, Dios es el único que les puede salvar. Todo lo que ella consiga o decida el rey está subordinado a la voluntad del Señor.

Al recurrir al Señor, lo hace recordándole su misericordia: El fue quien eligió a Israel como heredad; la fidelidad del Señor a su palabra queda bien demostrada en el pasado.

Para terminar, Ester pide que la libre del pecado que la amenaza y ponga en sus labios las palabras precisas para cambiar la decisión del rey y librar a su pueblo de la muerte. La plegaria pronunciada por Ester es una preciosa oración de confianza y humildad nacida en una circunstancia conflictiva. Y fue escuchada su oración.

"Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre".

La oración no es un ocupación, es una necesidad primaria del hombre creyente. El sentido de la oración viene expresado por estos tres verbos de necesidad: pedid, buscad, llamad. Para ser escuchada la oración cristiana debe hacerse desde la situación de necesidad que expresan estos verbos. Quien pide y no siente necesidad de eso que pide, no puede ser escuchado. Quien busca, y no siente la urgencia de encontrar aquellos que busca, nunca encontrará nada.

Es preciso que la oración brote con sangre desde un corazón sinceramente necesitado. No se trata, pues, de pedir por pedir, ni andar buscando lo que no se ha perdido o pasarse las horas dando voces y llamando a lo tonto. El Señor insiste precisamente en esa necesidad de búsqueda, llamada y petición. Tiene conciencia de que el fallo de nuestra oración nace del vacío con que son pronunciadas tantas y tantas oraciones.

No necesitamos rezar para que Dios sea Dios, para que Dios nos ame como a hijos, para que Jc muera por nosotros para salvarnos por pura generosidad; por esto no necesitamos rezar; porque esto es así sin que tengamos que añadir nada nosotros, esto es así también sin nuestra oración. Pero para creer esto, aceptarlo, admitirlo, para que empecemos a vivir de acuerdo con esto, para que esto sea también verdad para nosotros, y para que creamos esto no sólo con nuestra cabeza y nuestros labios, sino también con nuestro corazón y con toda nuestra vida, para todo esto sí se necesita la oración. Nunca hombre alguno ha orado en valde para obtener esto. Porque cuando uno ora por esto, su oración está ya atendida.

Señor, que yo pueda creer.

Señor, que yo pueda amar.

"Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan ¿le va a dar una piedra? Y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden?


8.

De nuevo la oración. El Padre quiere dar cosas buenas a sus hijos.

-Pedid, y se os dará.

Buscad y hallaréis.

Llamad y se os abrirá.

Concepción resueltamente optimista.

Jesús está en perfecta familiaridad con Dios. Encuentra muy natural el ser escuchado. Y es también normal ver abrirse la puerta cuando se ha llamado a alguien.

-Porque quien pide recibe.

Quien busca halla.

A quien llama se le abre.

Y Jesús repite las promesas.

Aquí, Señor, has hecho promesas muy precisas. Quiero escucharte, quiero creerte. Sin embargo..., ¡hay tantas plegarias aparentemente no atendidas! Quizá rezamos mal, quizá nos falta confianza y verdadera familiaridad con Dios.

Quizá nos atiendes pero no en lo que te pedimos exactamente.

Es verdad que alguna vez he hecho esta experiencia: yo te pedía "una" cosa precisa, y no la recibí... pero recibí de ti y de mi propia oración, una gran paz, una inmensa aceptación interior. He sido yo el que he cambiado por mi oración. ¿Es así como acoges nuestras súplicas, Señor?

-¿Quién de vosotros es el que si su hijo le pide pan, le da una piedra o si le pide un pez, le da una serpiente?

De nuevo una imagen muy natural y familiar.

Cuando un niñito pide pan a su padre, no se le ocurrirá darle una piedra, o una serpiente.

Si soy padre o soy madre, mi oración puede ser muy concreta a partir de esta experiencia, con mis propios hijos. El mismo Jesús me lo sugiere. Y esta experiencia de amor paterno o materno puede hacerme comprender que ciertas plegarias no sean atendidas, aparentemente. Yo no doy siempre... no doy todo... lo que mis hijos piden. No para rehusárselo, ni para que sufran, sino por su mayor bien y porque les quiero.

-Si, pues, vosotros siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos, dará cosas buenas a quien se las pide!

En este pasaje, toda la eficacia de la plegaria no procede de la testarudez, de la insistencia, del que pide... sino ¡de la bondad y del amor del que otorga! Aquí Jesús no carga el acento sobre la perseverancia en la oración, como lo hará en otros pasajes, sino en la benevolencia de Dios.

Dios es bueno, Dios ama. Dios es padre. Dios es madre.

Dios quiere dar cosas buenas.

Necesito, quizá, llegar a descubrir que "lo que me sienta mal, aquello de lo que deseo estar libre, mis pruebas y contrariedades... contienen una gracia, y son, de tu mano una "cosa buena" a recibir. Misterio del sufrimiento que agranda a un ser. Misterio de la enfermedad, de la soledad, de la vejez.

Aquí abajo, no siempre sé lo que es un bien para mí. Tú lo sabes, Señor.

-Cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos. He aquí lo que evitaría muchos contratiempos. Que sepa yo encontrar en ello mi alegría.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 112 s.


9.

En los textos litúrgicos de este día, la Iglesia nos ofrece una catequesis sobre la oración. La reina Ester es figura del pueblo de Dios en medio de sus angustias; expuesta a la violencia de los poderosos de este mundo, desamparada, sostenida únicamente por la confianza en la fuerza de Dios, brota de sus labios la oración: «Señor mío, único rey nuestro, ven en mi ayuda, que estoy sola y no tengo otro defensor que tú. Yo misma me he ex- puesto al peligro...» (Est 14,3).

PETICION/ORACION: En el Evangelio, Jesús nos invita a la oración: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá» (Mt 7,7). Estas palabras de Jesús son sumamente preciosas, porque expresan la relación entre Dios y el hombre y responden a un problema fundamental de toda la historia de las religiones y de nuestra vida personal. ¿Es justo y bueno pedir algo a Dios, o es quizá la alabanza, la adoración y la acción de gracias, es decir, una oración desinteresada, la única respuesta adecuada a la trascendencia y a la majestad de Dios? ¿No nos apoyamos acaso en una idea primitiva de Dios y del hombre cuando nos dirigimos a Dios, Señor del Universo, para pedirle mercedes? Jesús ignora este temor. No enseña una religión elitista, exquisitamente desinteresada; es diferente la idea de Dios que nos transmite Jesús: su Dios se halla muy cerca del hombre; es un Dios bueno y poderoso. La religión de Jesús es muy humana, muy sencilla; es la religión de los humildes: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos» (Mt 11,15).

Los pequeñuelos, aquellos que tienen necesidad del auxilio de Dios y así lo reconocen, comprenden la verdad mucho mejor que los discretos, que, al rechazar la oración de petición y admitir únicamente la alabanza desinteresada de Dios, se fundan de hecho en una autosuficiencia que no corresponde a la condición indigente del hombre, tal como ésta se expresa en las palabras de Ester: «¡Ven en mi ayuda!» En la raíz de esta elevada actitud, que no quiere molestar a Dios con nuestras fútiles necesidades, se oculta con frecuencia la duda de si Dios es verdaderamente capaz de responder a las realidades de nuestra vida y la duda de si Dios puede cambiar nuestra situación y entrar en la realidad de nuestra existencia terrena. En el contexto de nuestra concepción moderna del mundo, estos problemas que plantean los «sabios y discretos» parecen muy bien fundados. El curso de la naturaleza se rige por las leyes naturales creadas por Dios. Dios no se deja llevar del capricho; y si tales leyes existen, ¿cómo podemos esperar que Dios responda a las necesidades cotidianas de nuestro vivir? Pero, por otra parte, si Dios no actúa, si Dios no tiene poder sobre las circunstancias concretas de nuestra existencia, ¿cómo puede llamarse Dios? Y si Dios es amor, ¿no encontrará el amor posibilidad de responder a la esperanza del amante? Si Dios es amor y no fuera capaz de ayudarnos en nuestra vida concreta, entonces no sería el amor el poder supremo del mundo; el amor no estaría en armonía con la verdad. Pero si no es el amor la más elevada potencia, ¿quién es o quién tiene el poder supremo? Y si el amor y la verdad se oponen entre sí, ¿qué debemos hacer: seguir al amor contra la verdad o seguir a la verdad contra el amor? Los mandamientos de Dios, cuyo núcleo es el amor, dejarían de ser verdaderos, y entonces ¡qué cúmulo de contradicciones fundamentales encontraríamos en el centro de la realidad! Estos problemas existen ciertamente y acompañan la historia del pensamiento humano; el sentimiento de que el poder, el amor y la verdad no coinciden y de que la realidad se halla marcada por una contradicción fundamental, puesto que en sí misma es trágica, este sentimiento, digo, se impone a la experiencia de los hombres; el pensamiento humano no puede resolver por sí mismo este problema, de manera que toda filosofía y toda religión puramente naturales son esencialmente trágicas.

«Pedid y se os dará». Estas palabras tan sencillas de Jesús responden a las cuestiones más profundas del pensamiento humano, con la seguridad que sólo el Hijo de Dios puede darnos. Estas palabras nos dicen:

1. Dios es poder, supremo poder; y este poder absoluto, que tiene al universo en sus manos, es también bondad. Poder y bondad, que en este mundo se hallan tantas veces separados, son idénticos en la raíz última del ser. Si preguntamos: «¿De dónde viene el ser?», podemos responder sin vacilar: viene de un inmenso poder, o también -pensando en la estructura matemática del ser- de una razón poderosa y creadora. Apoyándonos en las palabras de Jesús, podemos añadir: este poder absoluto, esta razón suprema es, al mismo tiempo, bondad pura y fuente de toda nuestra confianza. Sin esta fe en Dios creador del cielo y de la tierra, la cristología quedaría irremediablemente truncada; un redentor despojado de poder, un redentor distinto del Creador, no sería capaz de redimirnos verdaderamente. Y por esta razón, alabamos la inmensa gloria de Dios. Petición y alabanza son inseparables; la oración es el reconocimiento concreto del poder inmenso de Dios y de su gloria.

MANDAMIENTOS/A-D: Como he apuntado ya, aquí encontramos también el fundamento de la moral cristiana. Los mandamientos de Dios no son arbitrarios, son sencillamente la explicación concreta de las exigencias del amor. Pero tampoco el amor es una opción arbitraria: el amor es el contenido del ser; el amor es la verdad: "Qui novit veritatem, novit eam, et qui novit eam. novit aeternitatem. Caritas novit eam. O aeterna veritas et vera caritas et cara aeternitas» («Quien conoce la verdad, la conoce (se refiere a la luz inmutable), y quien la conoce, conoce la eternidad. La caridad la conoce. ¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y amada eternidad!»), dice ·Agustín-San cuando describe el momento en que descubrió al Dios de Jesucristo (Confesiones VII 10,16). El ser no habla únicamente un lenguaje matemático; el ser tiene en sí mismo un contenido moral, y los mandamientos traducen el lenguaje del ser al lenguaje humano.

Me parece fundamental poner de relieve esta verdad a la vista de la situación que vive nuestro tiempo, en que el mundo físico-matemático y el mundo moral se presentan de tal modo separados, que no parecen tener nada que ver entre sí. Se despoja a la naturaleza de lenguaje moral; se reduce la ética a poco más que a mero cálculo utilitario, y una libertad vacía destruye al hombre y al mundo.

«Pedid y se os dará». Es decir, Dios es poder y es amor; Dios puede dar y da efectivamente. Estas palabras nos invitan a meditar sobre la identidad radical del poder y del amor; nos invitan a amar el poder de Dios: «Gratias agimus tibi propter magnam gloriam tuam».

2. Dios puede escuchar y hablar; en una palabra: Dios es persona. En el interior de la tradición cristiana, es ésta una afirmación muy clara; pero una determinada corriente de la historia de las religiones se opone a esta idea y se deja sentir como una tentación cada vez más fuerte para el mundo occidental. Me refiero a las religiones que provienen de la tradición hinduista y budista y al fenómeno de la gnosis, que separa creación y redención. Hoy asistimos a un renacimiento de la gnosis, que representa seguramente el reto más sombrío que se le plantea a la espiritualidad y a la pastoral de la Iglesia. La gnosis permite conservar los términos y gestos venerables de la religión, el perfume de la religión, prescindiendo por completo de la fe. Es ésta la tentación profunda que la gnosis encierra: hay en ella una cierta nostalgia de la belleza de la religión, pero hay también el cansancio del corazón que no tiene ya la fuerza de la fe. La gnosis se ofrece como una especie de refugio en el que es posible perseverar en la religión cuando se ha perdido la fe. Pero tras esta fuga se esconde casi siempre la actitud pusilánime del que ha dejado de creer en el poder de Dios sobre la naturaleza, en el Creador del cielo y de la tierra. Aparece así un cierto desprecio de la corporalidad; la corporalidad se muestra despojada de valor moral. Y el desprecio de la corporalidad engendra el desprecio de la historia de la salvación, para venir a desembocar finalmente en una religiosidad impersonal. La oración es sustituida por ejercicios de interioridad, por la búsqueda del vacío como ámbito de libertad.

PATER:«Pedid y se os dará». El Padrenuestro es la aplicación concreta de estas palabras del Señor. El Padrenuestro abraza todos los deseos auténticos del hombre, desde el Reino de Dios hasta el pan cotidiano. Esta plegaria fundamental constituye así el indicador que nos señala el camino de la vida humana. En la oración vivimos la verdad. 3. Si comparamos el texto de San Mateo con el de San Lucas y con los textos afines de San Juan, se nos hace patente un último aspecto. San Mateo concluye esta catequesis sobre la oración con las palabras de Jesús: «Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden?» (7,11) Se subraya aquí la bondad absoluta del Señor y se expresa la personalidad de Dios, Padre de sus hijos; aquí encontramos también una alusión al pecado original, a la corrupción de los hombres, cuya maldad proviene de su rebeldía contra Dios, manifestada en el camino del autonomismo, del «seréis como Dios».

Pero nuestro interés no se centra, por el momento, en estos elementos fundamentales de la teología y de la antropología cristiana. El problema que ahora nos ocupa es el siguiente: ¿Qué contenidos puede abarcar la oración cristiana? ¿Qué podemos esperar de la bondad de Dios? La respuesta del Señor es muy sencilla: todo. Todo aquello que es bueno. Dios es bueno y otorga solamente bienes y mercedes; su bondad no conoce límites. Es ésta una respuesta muy importante. Podemos realmente hablar con Dios como los hijos hablan con su padre. Nada queda excluido. La bondad y el poder de Dios conocen un solo límite; el mal. Pero no conocen límites entre cosas grandes y pequeñas, entre cosas materiales y espirituales, entre cosas de la tierra y cosas del cielo. Dios es humano; Dios se ha hecho hombre, y pudo hacerse hombre porque su amor y su poder abrazan desde toda la eternidad las cosas grandes y las pequeñas, el cuerpo y el alma, el pan de cada día y el Reino de los cielos. La oración cristiana es oración plenamente humana; es oración en comunión con el Dios-hombre, con el Hijo. La verdadera oración cristiana es la oración de los humildes, aquella plegaria que, con una confianza que no conoce el miedo, trae a la presencia de la bondad omnipotente todas las realidades e indigencias de la vida. Podemos pedir todo aquello que es bueno. Y justamente en virtud de este su carácter ilimitado, la oración es camino de conversión, camino de educación a lo divino, camino de la gracia; en la oración aprendemos qué es bueno y qué no lo es; aprendemos la diferencia absoluta entre el bien y el mal; aprendemos a renunciar a todo mal, a vivir las promesas bautismales: «Renuncio a Satanás y a todas sus obras». La oración separa en nuestra vida la luz de las tinieblas y realiza en nosotros la nueva creación. Nos hace creaturas nuevas. Por esta razón es tan importante que en la oración abramos con toda sinceridad nuestra vida entera a la mirada de Dios, nosotros, que somos malos, que tantas cosas malas deseamos. En la oración aprendemos a renunciar a estos deseos nuestros, nos disponemos a desear el bien y nos hacemos buenos hablando con aquel que es la bondad misma. El favor divino no es una simple confirmación de nuestra vida; es un proceso de transformación. Si reparamos en la hondura de esta respuesta tan sencilla del Señor en el Evangelio de San Mateo, comprenderemos el matiz específico de la tradición lucana. La respuesta del Señor según San Lucas es ésta: «Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas..., ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que lo piden?» (/Lc/11/13). El contenido de la oración cristiana es aquí mucho más limitado; se define de una manera más precisa que en San Mateo: el cristiano no espera recibir de la bondad de Dios cualquier cosa; pide a Dios el don divino: el Espíritu Santo; pide a Dios nada menos que a Dios mismo -la bondad misma, el amor mismo-, el Dios que se hace don de sí, el Espíritu Santo. Esto no contradice fundamentalmente la tradición de San Mateo. También según San Lucas se pide a Dios el bien, la bondad que abraza todo lo bueno. Pero San Lucas quiere dejar claro que las cosas humanas han de mantenerse en la esfera de la responsabilidad humana; le preocupa que la oración pueda convertirse en pretexto para entregarse al abandono y a la pereza; no quiere que le pidamos a Dios demasiado poco, sino que, con la audacia del Hijo, le pidamos el todo: al mismo Dios. De este modo, San Lucas, más que San Mateo, pone el acento en la pureza del deseo, que ha de acompañar siempre a la oración cristiana; subraya que la oración de los hijos es la oración del Hijo, plegaria cristológica, «per Christum». San Lucas no limita el poder de Dios a las cosas espirituales y sobrenaturales: el Espíritu Santo lo penetra todo; pero acentúa el objetivo concreto de la oración: que dejemos de ser malos y nos hagamos buenos en virtud de nuestra participación en la bondad misma de Dios. Este es el verdadero fruto de la oración: que no sólo tengamos cosas buenas, sino que también seamos buenos.

Esta es también la línea de la tradición joannea. San Juan pone de relieve dos aspectos:

a) La oración cristiana es oración en el nombre del Hijo. Si en San Lucas se encuentra únicamente sugerida la identidad de la oración de los hijos y la del Hijo, en San Juan se hace explícito este elemento esencial. Orar en el nombre del Hijo no es una mera fórmula; no consiste en solas palabras; para compenetrarnos con este nombre se exige un camino de identificación, de conversión y de purificación; es el camino por el que se llega a ser Hijo, es decir, la realización del bautismo a través de una penitencia permanente.

Respondemos así a la invitación del Señor: «Yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todo a mí» (Jn 12,32). Cuando pronunciamos la fórmula litúrgica «per Christum Dominum nostrum», se hace presente toda esta teología; día a día, estas palabras nos invitan a seguir el camino de la identificación con Jesús, el Hijo; el camino del bautismo, es decir, de la conversión y de la penitencia.

b) Para referirse al contenido de la oración, al contenido de la promesa y del favor de Dios, San Juan utiliza la palabra «gozo»: «Pedid y recibiréis, para que sea cumplido vuestro gozo» (/Jn/16/24) Así, el texto de Juan puede servir de vínculo de unión entre la tradición de San Mateo y la de San Lucas. El contenido de todas nuestras exigencias, de todos nuestros deseos, es la dicha, la felicidad; todos y cada uno de nuestros particulares anhelos buscan fragmentos de felicidad. San Juan, con San Mateo, nos dice: pedidle a Dios todo; buscad siempre la felicidad; el Padre tiene el poder y la bondad de otorgarla.

Con San Lucas, Juan afirma: todos los bienes singulares son fragmentos de esta única realidad que se expresa en el gozo. El gozo, en último término, no es más que Dios mismo, el Espíritu Santo. Buscad a Dios, pedid «el gozo», el Espíritu Santo, y lo habréis conseguido todo.

De esta manera. la meditación del Evangelio nos lleva de la mano a la colecta de la misa de este día:

«Concédenos la gracia, Señor, de pensar y practicar siempre el bien, y pues sin ti no podemos ni existir ni ser buenos, haz que vivamos siempre según tu voluntad. Por nuestro Señor...»

JOSEPH RATZINGER
EL CAMINO PASCUAL
BAC POPULAR MADRID-1990
.Págs. 43-50


10.

1. Es admirable la oración que este libro pone en boca de la reina Ester. Ester es una muchacha judía que ha logrado pertenecer al grupo de esposas del rey de Persia. Ahora está temblando de miedo porque su pueblo -y ella misma, por tanto- corre peligro de desaparecer víctima de las intrigas de un ministro que los odia.

El libro no pertenece al género histórico. Más bien está escrito con una intención religiosa, espiritual: animar a los lectores de todos los tiempos a tener confianza en Dios, porque siempre está dispuesto a ayudarnos en nuestra lucha contra el mal. La reina toma la atrevida decisión de presentarse ante el rey -el león- sin haber sido llamada. Pero no se fía de sus propias fuerzas y por eso invoca humildemente a Dios para que la ayude en este momento tan decisivo.

En su oración reconoce ante todo la grandeza de Dios y su cercanía para con el pueblo elegido. Reconoce también que «hemos pecado contra ti» y hemos «dado culto a otros dioses». Y le pide que una vez más les siga protegiendo. Es una oración humilde y confiada a la vez. Que resultó eficaz, porque el rey accedió a su petición, el pueblo se salvó y el ministro enemigo -no sin cierta dosis de astucia por parte de Ester y los suyos- pagó su ambición con la vida.

2. Esta página del AT nos prepara para escuchar las afirmaciones de Jesús: «pedid y se os dará, llamad y se os abrirá». Dios está siempre atento a nuestra oración.

El ejemplo que pone Jesús es el del padre que quiere el bien de su hijo y le da «cosas buenas». ¡Cuánto más Dios, que es nuestro Padre, que siempre está atento a lo que necesitamos!

3. La oración de Ester fue escuchada. Y Jesús nos asegura que nuestra oración nunca deja de ser escuchada por Dios.

Esto nos hace pensar que, aunque a veces no se nos conceda exactamente lo que pedimos tal como nosotros lo pedimos, nuestra oración debe tener otra clase de eficacia. Como decía san Agustín, «si tu oración no es escuchada, es porque no pides como debes o porque pides lo que no debes». Un padre no concede siempre a su hijo todo lo que pide, porque, a veces, ve que no le conviene. Pero sí le escucha siempre y le da «cosas buenas».

Así también Dios para con nosotros. En verdad, nuestra oración no es la primera palabra: es ya respuesta a la oferta de Dios, que se adelanta a desear nuestro bien más que nosotros mismos. Cuando nosotros pedimos algo a Dios, estamos diciéndole algo que ya sabía, estamos pronunciando lo que él aprecia más que nosotros con su corazón de Padre. Nuestra oración es, en ese mismo momento, «eficaz», porque nos hemos puesto en sintonía con Dios y nos identificamos con su voluntad, con su deseo de salvación para todos. De alguna manera, además, nos comprometemos a trabajar en lo mismo que pedimos.

Tenemos un ejemplo en Jesús. Él pidió ser librado de la muerte. Dice la carta a los Hebreos que «fue escuchado». Esto puede parecer sorprendente, porque murió. Sí, pero fue liberado de la muerte... después de haberla experimentado, y así entró en la nueva existencia de Señor Glorioso. A veces es misteriosa la manera como Dios escucha nuestra oración.

Podemos estar seguros, con el salmo, y decir confiadamente: «cuando te invoqué, me escuchaste, Señor». Muchas veces nuestra oración, como la de Ester, se refiere a la situación de la sociedad o de la Iglesia. ¿No está también ahora el pueblo cristiano en peligro? También en esta dirección debe ser confiada y humilde, seguros de que Dios la oye, y entendiendo nuestra súplica también como una toma de conciencia y de compromiso. Por una parte, estamos dispuestos a trabajar por la evangelización de nuestro mundo, y por otra, le pedimos a Dios: «extiende tu brazo, Señor, no abandones la obra de tus manos».

«Concédenos la gracia, Señor, de pensar y practicar siempre el bien» (oración)

«Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor» (salmo)

«Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra» (aclamación al evangelio)

«Pedid y se os dará» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 35-37


11.

No olvidemos que esta perícopa pertenece al Sermón de las Bienaventuranzas. Y el contexto del más famoso sermón de Jesús es el de la misericordia y el perdón. Jesús bien sabe que sin esto no es posible una humanidad nueva y una sociedad alternativa. Cuando Jesús habla que el Padre está dispuesto a concedernos todo lo que le pidamos, está hablando dentro de este contexto de la misericordia. El sabe lo difícil que es para el ser humano perdonar. La carga de egoísmo que arrastramos, cuando no nos lo impide, al menos nos lo dificulta. Lo importante en nuestro caso es que, a semejanza de otras enfermedades, reconozcamos que hemos perdido la capacidad de perdón y de la misericordia. Este será el primer paso para encontrar remedio.

El segundo paso es el que propone aquí Jesús: pedirle al Padre que nos dé esta capacidad, tan indispensable para poder ser miembros verdaderos de su Reino. Jesús nos asegura que si le pedimos al Padre un corazón nuevo, nos lo dará. Lo que queda claro en el contexto de esta oración es que si pedimos de manera egoísta y buscamos que Dios nos conceda bienes o nos saque de apuros, sin estar comprometidos con la práctica de la justicia, nos pareceremos a cualquier pedigüeño sin fe.

No temamos pedirle al Padre nos dé el don de la misericordia, o la capacidad de perdonar y amar a quien en algún momento sea nuestro enemigo. Pedirle esto a Dios Padre es pedirle la capacidad de hacer posible la justicia que su Hijo vino a anunciarnos. Lo que demostramos a diario con tantas formas de violencia que tenemos, es la incapacidad de perdón a la que hemos llegado. Nos parece imposible llegar a amar, sin esperar compensación, o entregar la vida sin pedir nada a cambio, o perdonar a quien creemos que no merece perdón... Pues bien, frente a estas imposibilidades tenemos a un Padre que se define por la misericordia y que la da al hijo que se la pida.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


12.

Jueves 25 de febrero de 1999 Ester, 14, 1. 3-5. 12-14: ¡Justo eres, Señor! Salmo responsorial: 137, 1-2 y 7-8 Mateo 7, 7-12: Pedir y saber dar.

Para la época de Jesús, y aún para nosotros, la oración se había convertido en un elemento más de la religión, constitutivo de ella, reglamentado por ella. Ahí va también la novedad de Jesús, que no solamente revoluciona la manera de relacionarse con los demás, preferir a los pecadores y marginados, sino que también revoluciona las relaciones con Dios. De una oración acartonada, mayestática, solemne y fija, Jesús invita a pasar hacia una oración creativa, insistente y relacionada con lo cotidiano, el pez, la serpiente, el pan, la piedra, lo hijos y los demás.

Una oración que tiene dos direcciones: la del hombre hacia Dios y la del hombre hacia los demás, a quienes hay que darles lo mejor, lo que queremos recibir de Dios. No se puede orar con intereses o mezquindades. Hay que saber dar.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


13. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

En cualquier lugar del mundo y muy adentro del corazón las gentes oran. En cualquier lugar del mundo y muy adentro del corazón las gentes piden.

Hay diversos modos de oración que coexisten en los cristianos y que pueden ser practicados de forma explícita en función de la vocación concreta de cada persona: la adoración, la contemplación, la acción de gracias y también la petición. A veces confundimos orar con pedir a Dios, pero qué duda cabe que pedir es una manera excelente de oración. La mayoría de las oraciones que hace la mayoría de la gente son oraciones de petición. Muchas de las personas que se arremolinaban en torno a Jesús pedían: "Señor, que vea; Señor, que oiga; Señor, que mi criado que está enfermo se cure ...". Son oraciones que solicitaban una gracia particular y presuponen una fe. No una fe general en Dios sino una fe consciente de que Dios bueno y providente puede venir a mi encuentro en una situación difícil. Así uno puede pedir una gracia para sí mismo, para un enfermo, para encontrar trabajo, por la paz de la familia, por la curación de los enfermos ... Es una oración para ayudarme ahora, en este momento. Porque Dios es Padre de todos y cuida personalmente de sus hijos y en todo momento, en este también, puede concederme lo que le pido.

Es, pues, legítimo pedirle a Dios un huevo o un pescado, como dice el Evangelio; es decir, presentarle nuestros concretos deseos y aspiraciones. Siempre sabemos que nos responderá, si no con lo que le hemos pedido, sí con Espíritu Santo, que es el mayor don que de Él podemos recibir.

Vuestro amigo,

Patricio García Barriuso cmf. (cmfcscolmenar@ctv.es)


14. CLARETIANOS 2003

Pedid, buscad, llamad, son verbos que nos ponen en movimiento. Presuponen necesidad, inquietud, urgencia,....y esperan la bondad y generosidad, la disponibilidad o misericordia de alguien. Hay esperanza.
La reina Esther es una mujer fuerte. Acude a Dios con confianza y también con realismo; reconoce su pecado, y le pide a Dios, no que le libere del enemigo, sino que ponga en sus labios “palabras apropiadas” para poder vencer. Hoy recuerda la Iglesia a San Humberto, que quiere decir “el que tiene pensamientos luminosos”. Y el evangelio de hoy termina con la regla de oro del comportamiento cristiano: “tratad a los demás como queréis que os traten”. Interesante; palabras, pensamientos y obras. Unos buenos puntos de discernimiento para nuestra reflexión hoy. Desde dónde pedimos, buscamos y llamamos, con qué lucidez o con qué intereses y para qué o quién?

En distintas circunstancias somos madres, padres, de personas débiles, vulnerables, que nos necesitan. Aunque no nos lo pidan explícitamente. Somos acompañantes de la “no-vida”, del futuro breve. Situaciones en las que surge con facilidad el clamor angustiado y la oración de petición.
Y en ocasiones, experimentamos cómo Dios guarda silencio. Nos cuesta descubrirlo presente. Pero creemos, por la fe, que está “sufriente, corporal, amigo”. Por eso rezamos hoy con ánimo el salmo 137: gracias, Señor, de todo corazón. No abandones la obra de tus manos que somos todos y cada uno de nosotros.

Mila (saneugenio@infonegocio.com)


15. 2001

COMENTARIO 1

vv. 7-11. Confianza en el efecto de la petición a Dios (cf. Jr 29 [36 LXX],13s). La serie de verbos acentúa la necesidad de confianza. Jesús ilustra lo dicho con el ejemplo de los hombres, que no niegan el alimento a sus hijos ni los engañan. «Malos como sois», por contraste con la incomparable bondad del Padre del cie­lo. Los dos ejemplos hablan del alimento cotidiano (pan, pescado) que sostiene la vida: todo lo que sostenga y aumente la vida de la comunidad será concedido por el Padre. Jesús recomienda insis­tentemente la petición, que hace tomar conciencia de la propia necesidad y dispone al hombre a recibir los dones de Dios. Ha de hacerse con la confianza que reclama la relación hijo-padre.



v. 12. La Ley y los Profetas (= el AT), considerados antes como profecía del reinado de Dios (5,17), son presentados ahora como código de moralidad. Jesús resume toda la enseñanza moral de esos escritos en el amor que busca el interés del prójimo como el propio. El amor al prójimo requiere iniciativa más allá de la casuística. El principio no puede considerarse exclusivo de la cul­tura judía; representa una norma de moralidad universal. Jesús no viene a fundar una nueva doctrina moral, sino a infundir el Espíritu (3,11); éste hará que el hombre llegue a una entrega tan total como la suya.

La Ley y los Profetas eran profecía del reinado de Dios que va a ser realidad por la obra de Jesús y los suyos (5,17s; cf. 11,13). De ellos se deduce también la norma de moralidad que ha de regir en la nueva sociedad humana (el reinado de Dios) y cuya práctica hará posible Jesús comunicando su Espíritu.


COMENTARIO 2

No olvidemos que esta perícopa pertenece al Sermón de las Bienaventuranzas. Y el contexto del más famoso sermón de Jesús es el de la misericordia y el perdón. Jesús bien sabe que sin esto no es posible una humanidad nueva y una sociedad alternativa. Cuando Jesús habla de que el Padre está dispuesto a concedernos todo lo que le pidamos, está hablando dentro de este contexto de la misericordia. El sabe lo difícil que es para el ser humano perdonar. La carga de egoísmo que arrastramos, cuando no nos lo impide, al menos nos lo dificulta. Lo importante en nuestro caso es que, a semejanza de otras enfermedades, reconozcamos que hemos perdido la capacidad de perdón y de la misericordia. Este será el primer paso para encontrar remedio.

El segundo paso es el que propone aquí Jesús: pedirle al Padre que nos dé esta capacidad, tan indispensable para poder ser miembros verdaderos de su Reino. Jesús nos asegura que si le pedimos al Padre un corazón nuevo, nos lo dará. Lo que queda claro en el contexto de esta oración es que si pedimos de manera egoísta y buscamos que Dios nos conceda bienes o nos saque de apuros, sin estar comprometidos con la práctica de la justicia, nos pareceremos a cualquier pedigüeño sin fe.

No temamos pedirle al Padre que nos dé el don de la misericordia, o la capacidad de perdonar y amar a quien en algún momento sea nuestro enemigo. Pedirle esto a Dios Padre es pedirle la capacidad de hacer posible la justicia que su Hijo vino a anunciarnos. Lo que demostramos a diario con tantas formas de violencia que tenemos, es la incapacidad de perdón a la que hemos llegado. Nos parece imposible llegar a amar, sin esperar compensación, o entregar la vida sin pedir nada a cambio, o perdonar a quien creemos que no merece perdón... Pues bien, frente a estas imposibilidades tenemos a un Padre que se define por la misericordia y que la da al hijo que se la pida.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


16. 2002

La relación con Dios y con sus semejantes está en el corazón de la existencia humana. De allí la necesidad de volver siempre al examen de la forma concreta de realizar esa doble relación, sobre todo en el tiempo de Cuaresma. Con este fin la liturgia presenta este texto situado casi al final del sermón de la montaña y que constituye una síntesis para realizar la propia vida conforme a auténtica relación frente a Dios (vv.7-11) y frente al prójimo (v.12).

La primera parte muestra la importancia esencial que debe ocupar la plegaria en toda vida humana, sobre todo en la vida de los seguidores de Jesús. Esta importancia se desarrolla en dos etapas sucesivas.

Primeramente (v.7-8) se consigna una exhortación y su fundamento que es válido para la petición de la comunidad y para toda petición. En ambos versículos se repiten tres verbos asociados íntimamente a otros tres. “Pedir”, “buscar” y “llamar” están íntimamente asociados a “dar”, “encontrar”, “abrir”. La multiplicación de los verbos tiene por finalidad indicar la necesidad de agotar los recursos humanos de acercamiento a Dios. A los tres imperativos “pidan, busquen, golpeen” está ligada la promesa, válida en primer lugar para los miembros de la comunidad, de que cada una de esas acciones recibirá una respuesta adecuada: “se les dará”, “encontrarán”, “se les abrirá”. Y como fundamentación de esa promesa (v. 8) se afirma el principio general que tiene vigencia en todos los casos y que fundamenta la petición.

A continuación (vv. 9-11) se despliega ese fundamento con una comparación que brota del carácter del ser de Dios. El término de la comparación es el comportamiento paterno frente al hijo que pide el alimento (pan o pez). La respuesta a la petición siempre se sitúa en el don benéfico, “las cosas buenas” que se piden y no elementos que pueden dañar la vida: “una piedra”, “una serpiente”. Y esto se realiza a pesar de la maldad existente en la condición humana. Con mayor razón, Dios, identificado con la bondad, concederá “cosas buenas” a quien se lo pida. La mención del alimento como ejemplo de los bienes que se requieren para el desarrollo de la vida, presente en la comparación, sitúa la oración como medio indispensable para desarrollar y acrecentar la vitalidad de la existencia. Dicha vitalidad sólo puede realizarse en el ámbito de la comunión con Dios, de la intimidad familiar, que la oración expresa y significa.

El v. 12 desvía su atención a la relación con el semejante. La exigencia de hacer a los demás lo que se desea para sí mismo es un principio universal, como atestigua su presencia en los escritos de otros pueblos y culturas. Pero también es el resumen del cumplimiento de toda la “Ley y los profetas” y, por consiguiente, de todo el sermón de la montaña. No debe ser entendido como fruto del egoísmo humano sino como la expresión de hasta qué punto debe llegar el amor al semejante. En otras palabras, se trata de una formulación distinta pero con el mismo contenido de la segunda parte del mandamiento principal: “Amarás... a tu prójimo como a ti mismo”.

Sólo desde la vida en comunión con Dios y desde la asunción de los intereses del hermano, puede realizarse la vida humana en autenticidad. La persona es un ser en relación y sólo desde una forma justa de entablar esa relación puede brotar una existencia conforme a las exigencias de filiación y fraternidad, que son propuestas en el sermón de la montaña.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


17. DOMINICOS 2003

Conciencia social y conciencia de hijos

Nota dominante en la celebración litúrgica de hoy es la plegaria, la oración, como necesidad del alma que vive en Dios y que convive con los hermanos. Cualquier persona, sumida en su debilidad, precisa de energías extraordinarias para mantenerse fiel al Señor y crecer en santidad de vida, pues los hechos la desbordan. Esa perspectiva de ‘vida necesitada de oración a Dios’ podemos verla hoy apuntada tanto en el relato de la reina Ester, al jugarse la vida para salvar a sus hermanos, como en la ternura del Evangelio. En el encuentro con Dios se acrecienta nuestra fortaleza.

Para un cristiano, es muy hermoso, consolador y estimulante, tener conciencia persuadida de que su buen Dios, padre misericordioso, se complace incluso en acoger la llama del espíritu orante, sobre todo si las palabras brotan del amor de hijos. Pero hoy podríamos ampliar esa ‘experiencia de oración’ diciendo que, en el ámbito oracional e íntimo, nuestra  ‘conciencia orante’ y nuestra ‘conciencia de hijos’  debe hacer presentes, en el clima oracional, a todos los hombres. Primero,  para que todos hablen a Dios con nosotros, y, además, para que en la oración se acreciente de tal forma nuestra sensibilización de ‘conciencia social’  que nos haga ver en los demás una parte de nosotros mismos.

Dios, que nos hizo a los hombres con manos, ventanas, necesidades, facultades abiertas para necesitar y encontrar a los demás, se complace en que los tengamos con nosotros en la oración, al menos llevándolos en el corazón y sintiéndolos como parte de nosotros mismos. No es cuestión de pensárselo mucho sino de vivirlo.

¡Dichoso el hombre o mujer que sólo es feliz en la medida en que ve felices o contribuye a que sean felices los demás! Ése en la oración los tiene a su lado, dentro de su corazón y en sus labios.

Por el contrario, ¡desdichado el hombre  o mujer que en la oración y en la vida se olvida de los demás y quiere mantenerse por encima de los demás! Ése o ésa, al elevarse en el aire, prepara su caída.

ORACIÓN:

Te pedimos hoy, Señor y Padre nuestro que, como Ester y tantos hijos responsables, nos preocupemos sinceramente de los demás; y que los sintamos y apreciemos como hermanos, como parte de nosotros mismos, pues sólo así tendremos abierto el camino para una paz y bienestar integral que todos en el fondo deseamos. Amén.

 

La vida en la Palabra

Libro de Ester 14, 1.3-5.12-14:

“La reina Ester, temiendo el peligro inminente, acudió al Señor Dios de Israel en estos términos:

¡Señor mío!, único rey nuestro, protégeme, que estoy sola y no tengo otro defensor que tú... Nosotros hemos pecado contra ti, por eso nos entregaste a nuestros enemigos... Atiéndenos ahora, Señor; muéstrate a nosotros en la tribulación... Pon en mi boca un  discurso acertado cuando tenga que hablar al león. Haz que él cambie y aborrezca a nuestro enemigo... Y  a nosotros líbranos con tu mano; y a mí, que no tengo otro auxilio, protégeme tú, Señor, que lo sabes todo”

La conciencia moral y social de Amán, el traidor que engañó al rey Asuero, pidiendo el exterminio de los judíos, era indigna. Sus víctimas palidecían.

La conciencia abatida de Ester siente su debilidad, y, fortalecida espiritualmente, actúa con diligencia para salvarlos.

Evangelio según san Mateo 7, 7-12:

“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra, y al que llama se le abre.

Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿la dará una piedra?, y si le pide pescado ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden?

En contraste con la mala conciencia de Amán, la conciencia humilde, suplicante, confiada en Dios padre, vive la experiencia de que el Señor siempre la conforta y anima. Conciencia que confía en Dios es conciencia salvada.

 

Momento de reflexión

Cautelas a la narración que llamamos “Libro de Ester”

Este libro es una bellísima ficción literaria. Se construyó con un interés apasionado por el pueblo judío, pueblo que se hallaba en el destierro, sometido a persecuciones innegables, cuya salvación y prestigio se intenta lograr o mantener. Y a ese objetivo se ordena todo, casi fanáticamente.

Tanta es la carga de ‘fanatismo’ en el relato que a veces este libro no se consideró apto para ser utilizado en la liturgia.

En su redacción original, hoy suavizada, el libro resultaba incluso “demasiado humano”, sin rostro espiritual. Ese fue el motivo por el que en la versión griega que del libro se hizo se le agregaron algunas “oraciones” que elevaran la mente de la reina Ester hacia Dios, pero sin alterar la intención de defender por encima de todo al pueblo judío.

Nuestra conciencia orante debe moverse en horizontes más amplios de fraternidad humana para responder así al ideal de Cristo.

Conciencia orante y lenguaje de Jesús

Jesús no es Ester. Jesús nos enseña a orar por todos, con la mirada puesta en Dios que es padre de todos, que acoge a todos, llama a todos, y los mantiene bajo su providencia y animación.

Jesús quiere que hablemos muchas veces con Dios, nuestro Dios, Dios de todos. Quiere que hablemos a Dios como a un padre: en confianza, amor, con insistencia. Quiere que le confiemos lo que sentimos, pero poniéndolo todo en sus manos, pues Él sabe discernir lo que nos conviene, poniendo a prueba nuestra fidelidad.

En esa actitud, nos acoge como a niños, débiles y necesitados; pero nos pide y desea que, al mismo tiempo, nos curtamos en la virtud: en la paciencia que incluye la espera, y en la aceptación de un modo de ver las cosas -el de Dios- que a veces no coincide con el nuestro.

Tengamos clara conciencia de que los caminos de Dios y de la santidad son difíciles de recorrer para nuestro andar lento y pesado.


18. ACI DIGITAL 2003

7. Sobre estas inefables promesas en favor de la oración, que Jesús hace tan reiteradamente, y que nosotros miramos con tan poca fe, véase 21, 22; Marc. 11, 24; Luc. 11, 9; Juan 14, 13; Sant. 1, 6 y 4, 3, etc.

11. A los que le pidan: es decir que, no obstante saber bien el Padre cuanto necesitamos (6, 32), se goza en recibir el pedido de sus hijos. Dará cosas buenas: véase Luc. 11, 13: "Si pues vosotros, aunque malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre dará desde el cielo el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!".

12. Es la regla de oro que Jesús nos ofrece para guía de nuestra conducta. Nótese su carácter positivo, en tanto que el Antiguo Testamento la presentaba en forma negativa (Tob. 4, 16; Luc. 6, 31; Hech. 15, 29).


19.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos, haz caso de mis gritos de súplica. Rey mío y Dios mío» (Sal 5,2-3)

Colecta (del Misal anterior y antes del Gelasiano y Gregoriano): «Concédenos la gracia, Señor, de pensar y practicar siempre el bien, y, pues sin Ti no podemos ni existir ni ser buenos, haz que vivamos siempre según tu voluntad».

Comunión: «Quien pide, recibe; quien busca, encuentra; y al que llama, se le abre» (Mt 7,8).

Postcomunión: «Señor, Dios nuestro, concédenos que este sacramento, garantía de nuestra salvación, sea nuestro auxilio en esta vida y nos alcance los bienes de la vida futura».

Ester 14,3-5,12-14: No tengo otro defensor que tú. La súplica de Ester, en un momento de gran peligro, es modelo para la oración cristiana. Comienza confesando la soberanía única, exclusiva, de Dios sobre todo lo que existe. Luego apela a su misericordia, según la cual eligió a Israel como heredad suya; finalmente, pide la protección de Dios en momento tan difícil para ella y para su pueblo. Comenta San Juan Crisóstomo:

«El mismo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con Él; y así, como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha con el corazón, que no está limitada a un tiempo concreto o  a unas horas determinadas, sino que se prolonga día y noche sin interrupción.

«Conviene, en efecto, que elevemos la mente a Dios no sólo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones, como el cuidado de los pobres o las útiles tareas de la munificencia, en todas las cuales debemos mezclar el anhelo y el recuerdo de Dios; de modo que todas nuestras obras, como si estuvieran condimentadas con la sal del amor de Dios, se convierten en un alimento dulcísimo para el Señor. Pero sólo podremos disfrutar perpetuamente de la abundancia que de Dios brota, si le dedicamos mucho tiempo.

«La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos... Por la oración el alma expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza visible» (Homilía 6, sobre la oración).

–Con el Salmo 137 expresamos la confianza y seguridad que tenemos en Dios cuando nos dirigimos a Él en la oración: «Te doy gracias, Señor, de todo corazón, delante de los ángeles tañeré para Ti. Me postraré hacia tu santuario. Daré gracias a tu nombre. Por tu misericordia y lealtad. Cuando te invoqué me escuchaste, acreciste el valor de mi alma. Extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo. El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos».

Sigue diciendo San Juan Crisóstomo:

«Pues la oración se presenta ante Dios como venerable intermediario. Alegra nuestro espíritu y tranquiliza sus afectos... La oración es un deseo de Dios, una inefable piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia divina... El don de semejante súplica, cuando Dios lo otorga a alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma; quien lo saborea se enciende en un deseo indeficiente del Señor, como en un fuego ardiente que inflama su alma» (ibid.).

Mateo 7,7-12: Quien pide, recibe.  Jesús invita a sus discípulos a practicar la oración. La eficacia de la oración se funda en la condición paternal del Padre «que está en los cielos». Seguimos con San Juan Crisóstomo:

«Cuando quieres reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad y hazte resplandeciente con la luz de la justicia; decora tu ser con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y piedras; y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edificio, coloca la oración, a fin de preparar a Dios una casa perfecta y poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por la gracia divina, es como si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en el templo de tu alma» (ibid.).

El  Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, ya que nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, como dice San Pablo.


20. DOMINICOS 2004

"El Señor escucha nuestra oración"


La luz de la Palabra de Dios
1ª Lectura: Ester 14,1 . 3-5 . 12-14
También la reina Ester, aterrada por el inminente peligro de muerte que se cernía sobre ella, recurrió al Señor. Rogó así al Señor, Dios de Israel:

«Señor mío, rey nuestro, tú eres único. Ayúdame en mi soledad, pues no tengo otro socorro que tú, y me acecha de cerca el peligro de muerte. He oído desde niña en mi familia que tú, Señor, escogiste a Israel entre todas las naciones, y a nuestros padres entre todos sus antecesores para tu eterna heredad; y has cumplido lo que prometiste.

Acuérdate, Señor, y hazte visible en el día de nuestra angustia; dame valor, rey de dioses y Señor omnipotente. Pon en mi boca palabras oportunas cuando esté delante del león, y cambia su corazón en odio contra nuestro enemigo para que perezca con sus cómplices. Líbranos, Señor, con tu poder, y asísteme a mí, que estoy sola y a nadie tengo sino a ti, Señor. Tú lo sabes todo.

Evangelio Mateo 7,7-12
«Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe, y el que busca encuentra y al que llama se le abre.

¿O quién de vosotros si su hijo le pide pan le dará una piedra? O si le pide un pez, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¡cuánto más vuestro Padre celestial dará cosas buenas a quien se las pida!»

«Por tanto, todo lo que queráis que hagan con vosotros los hombres hacedlo también vosotros con ellos, porque en eso consiste la ley y los profetas».


Reflexión para este día
“Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá”.
Una de las consecuencias de la verdadera conversión es la convicción del poder y la primacía de Dios en nuestra vida. En esa verdad de fe, se fundamenta la confianza de Ester, injustamente acusada. Ahí se inspira la solidez de su oración humilde y confiada: “Señor mío, único rey nuestro, protégeme, que estoy sola y no tengo otro protector que tú”.

En la liturgia de hoy, prevalece la invitación a la oración perseverante y confiada. Dios está dispuesto a responder y apoyar a quienes se dirigen a Él con insistente confianza. Es una forma creyente de reconocer nuestra insuficiencia y proclamar el poder del “Dios Amor” y la necesidad que todos tenemos de Él. En este encuentro oracional sencillo, humilde y sincero Descubrimos cómo nos valora Dios y cuánto nos ama. A la luz de la verdad y amor del Padre, descubrimos nuestra más honda y verdadera dignidad. Es una luz transparente y cálida que nos hace reencontrar nuestra autoestima.

Con el gozo de vernos acogidos y tratados amorosamente por Dios, nos sentimos también comprometidos a valorar la dignidad de los demás y a tratarlos como Dios nos trata a nosotros. Esa actitud de fe y amor, que se engendra en el diálogo oracional, en el encuentro sincero con Dios, nos impulsará y guiará a ser comprensivos y fraternos con los demás. Eso es lo Jesús confía y espera de los cristianos: “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten: en esto consiste la ley y los profetas”. La oración auténtica nos compromete a mirar y amar a los hermanos, como Jesús nos ha mirado y tratado a nosotros.


21. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

¿Es posible percibir la misericordia de Dios tumbados en el sillón de una vida confortable, calculando al máximos los riesgos, evitando toda inquietud, desistiendo de ir más allá? Dios es un padre que no regala piedras ni escorpiones. Lo suyo son los “panes y los peces”. Por eso, a Jesús le encanta multiplicar panes y peces como signos de la paternidad de su Padre sobre todos sus hijos e hijas. Pero para disfrutarlos hay que pedir , buscar , llamar , los tres verbos del verdadero creyente. No caen como dádivas de un ricachón despreocupado.

Solo pide quien se siente necesitado. Solo busca quien sabe que no ha llegado al final. Solo llama quien confía en alguien más allá de sí mismo. La fe se puede vivir como una íntima experiencia luminosa, pero, a menudo, la vivimos como una petición (“Señor, que vea”, “Señor, aumenta mi fe”). La vivimos también como una búsqueda (“Señor, ¿dónde vives?”). Es siempre una llamada (“Sálvanos, Señor, que perecemos”). Nosotros, hombre y mujeres de una cultura difícil, somos invitados a vivir también una fe difícil. Es una certeza vivida como petición. Un amor vivido como búsqueda incesante. Una acción que tiene más de llamada de auxilio que de compromiso autosuficiente. Pero esta es la fe que el Padre bendice y sostiene con un amor lleno de panes y de peces, tantos que no hay banastas suficientes para recogerlos.

Vuestro hermano en la fe:

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


22. Eficacia de la oración

Fuente: Catholic.net
Autor: Ignacio Sarre

Reflexión:

Pedid, Buscad, Llamad...

El camino de la Cuaresma es ante todo de conversión. Es una invitación a que regresemos a la casa del Padre. En cierto modo, se trata de que ya no sea sólo Dios quien tenga que salir a nuestro encuentro, sino que también nosotros le busquemos a Él.

“Pedid y se os dará”. En esta Cuaresma podemos acercarnos con plena a confianza a Dios, para presentarle nuestras necesidades, para decirle que no podemos hacer nada sin su ayuda. “Buscad y encontraréis”. Buscarle a Él, que se esconde detrás del pan y el vino eucarísticos, para alimentarnos; detrás de sus ministros, los sacerdotes, para darnos el perdón de nuestros pecados; detrás del rostro de cada persona, de cada circunstancia de la vida. Cuando nos encontramos con Dios, hacemos la experiencia de la verdadera felicidad. “Llamad y se os abrirá”. Tocar a la puerta de su corazón, con insistencia y sin temor. Porque necesitamos entrar; salir de nosotros mismos, para gozar de la dicha de vivir con Él

En toda búsqueda hay algo inquietante, misterioso. No se tiene la certeza del éxito. Pero en nuestro caso no es así. Cristo nos promete el éxito y nos asegura que no es muy bueno para esconderse. Le gusta dejarse encontrar.


23. Encontrarnos con el Señor

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez

La insistencia con la que Nuestro Señor pide que nos acerquemos a la oración para que se nos dé; que nosotros lleguemos a Él para encontrarlo, es una insistencia que requiere del corazón humano, una grandísima fortaleza interior, una gran tenacidad. Esa tenacidad para que pidamos y se nos dé, se ve muchas veces probada por las circunstancias, por las situaciones en las que nos encontramos.

Jesús habla de que pidan y se les dará, pero no nos dice si será pronto o tarde, cuando se nos dará. No nos dice si vamos a encontrar al primer momento en que empezamos a buscar o va a ser una búsqueda larga. No nos dice si la espera va a ser corta o se va a dilatar mucho. Simplemente nos dice que toquemos, que pidamos, que busquemos con la certeza de que vamos a recibir, vamos a encontrar y de que se nos va a abrir. Tener esta certeza, requiere en el alma una gran fortaleza interior, una gran firmeza interior. Una firmeza que Dios N. S. va probando, que poco a poco Él va viendo si es auténtica, si es verdadera.

Sin embargo, esto no es solamente una obra de Dios. Es importante el hecho de que Dios quiera que nosotros construyamos esta firmeza interior, pero también a nosotros nos toca actuar. Es obrar de Dios y obra nuestra. La Cuaresma es un período especialmente señalado para indicar esta obra nuestra en la obra de Dios. La obra nuestra en la tenacidad, en la constancia hasta conseguir que Dios N. S. nos abra, nos dé y nos encuentre.

¿Qué hay que hacer para esto? La Cuaresma nos habla de una penitencia que hay que realizar, de una oración en la que tenemos que insistir y de una generosidad particular, en la que tenemos nosotros, poco a poco que ir trabajando.

Para ello es necesaria una muy seria penitencia interior. Una penitencia que no se quede simplemente en el hecho de que no comamos carne o que ayunemos algunos días. Es una penitencia que va mucho más allá de los detalles, de los sacrificios concretos exteriores. Es una penitencia que tiene que abarcar toda nuestra vida, toda nuestra personalidad, porque precisamente es la penitencia la que forja el alma, la que construye el alma. No son las concesiones las que van a hacer de nuestra alma un alma aceptable a Dios, va a ser la penitencia la que va a hacer de nuestra alma, un alma entregada a Dios.

Hemos escuchado en el Libro de Esther, una oración que hace esta mujer a Dios, en la más total de las obscuridades, sabiendo que lo que va a hacer, es jugarse el todo por el todo, porque Esther, va a presentarse ante el rey sin su permiso, y esto estaba penado con la muerte en la corte de los persas. En el fondo, Ester lo que lleva a cabo es una auténtica penitencia del alma, una purificación de su espíritu, de su corazón para ser capaz de enfrentarse a una prueba en la que sabe que está jugándose todo.

¿Cómo es esta penitencia interior? Es una penitencia que tiene que acabar todas nuestras dimensiones, toda nuestra persona, nuestros pensamientos, nuestra inteligencia, nuestros afectos, nuestra voluntad, nuestra libertad. ¿Hasta qué punto nos hemos planteado alguna vez la autentica penitencia del alma, la auténtica exigencia interior de ir probando nuestra alma, para ver si está lista a resistir las pruebas para se fieles a Dios? Cuando llamemos y nadie nos abra; cuando pidamos y nadie nos dé; cuando busquemos y nadie nos permita encontrarlo.

Es un tema que en la Cuaresma se hace particularmente presente, pero que no solamente tendría que ser un tema cuaresmal; tendría que ser un tema de toda nuestra vida. La penitencia del alma, la purificación interior de nuestros sentimientos, de nuestra voluntad de nuestra inteligencia, de nuestros afectos, de nuestra libertad para ponerla totalmente de cara a Dios N. S. La base de la penitencia del alma, es la confianza absoluta en Dios N. S. No se basa simplemente en los actos que nosotros realizamos, de sacrificio o de renuncia interior, se realiza sobre todo, apoyada en la confianza en Dios N. S.

“Si ustedes a pesar de ser malos saben dar cosas buenas a sus hijos. “Con cuánta mayor razón, el Padre que está en los cielos dará cosas buenas a quiénes se las pidan”. La pregunta que tenemos que hacer es si estamos reconociendo las cosas que Dios nos da como cosas buenas; si tenemos nuestra alma dispuesta a aceptar todo lo que Dios pone en nuestra vida como buenas o por el contrario, somos nosotros los que discernimos si esto es bueno o esto es malo, no dependiendo de Dios, sino dependiendo de nosotros mismos: de cómo nosotros lo recibimos; de cómo a nosotros nos afecta.

¿Qué sucede cuando Dios nos da un pan, un pescado? La parábola de Cristo habla de un padre bueno, dice: “Ningún padre, cuando su hijo le pide un pescado, le da una serpiente y ningún padre cuando su hijo le pide pan le da una piedra”. ¿No sentiríamos alguna vez nosotros que Dios nos da piedras antes que pan? ¿O serpientes en vez de pescado? ¿No podríamos dudar nosotros a veces, de lo que Dios nos da o de lo que Dios no nos está dando? Y aquí esta de nuevo la exigencia ineludible de la penitencia interior: “Crea en mi, Señor un corazón puro”. Es decir, crea en mi, Señor, un corazón que me permita captar que Tú no me estas dando ni piedras, ni serpientes, sino pan y pescado, que lo que Tú me das es siempre bueno; que lo que Tu me ofreces, es siempre algo para realizarme en mi existencia. Esto tengo que aprenderlo a ver y únicamente se logra a base de la penitencia interior. No hay otro camino.

Que esta Cuaresma nos permita introducirnos un poco en este camino, en búsqueda interior del encuentro con Cristo; en esfuerzo interior por encontrarnos con el Señor, conscientes de que no hay otro camino sino es el de aprender a hacer de nuestra alma, un alma que busca, sabiendo que va a encontrar. Un alma que toca, sabiendo que le van a abrir.

Forjemos nuestra alma a través de la oración, del sacrificio y de la purificación interior, para encontrar siempre, en todo lo que Dios nos da, al Padre Bueno que da cosas buenas a quienes se las piden.


24.

Las preguntas que Jesús hace a sus discípulos las oigo en otro sentido: ¿Quién de ustedes, si su hijo le pide una piedra se la da? o ¿si le pide una serpiente se la da? La diferencia entre recibir o no recibir lo que se pide está en las palabras que Jesús el día de hoy nos dice: “el Padre dará cosas buenas a los que la pidan”. Muchas veces creemos que todo lo que pedimos al Padre nos conviene o es bueno para nosotros, como hacen los hijos con sus madres y padres, pero así como las madres y padres terrenales saben lo que es bueno para sus hijos, así mismo nuestro Padre Celestial. Nos cansamos de pedir por algo que simplemente no nos conviene o está cargado de los programas de afecto /estima, poder /control y seguridad que desde muy temprana edad emprendemos en busca de la felicidad. Sin embargo, Dios que nos ama con un amor infinito quiere desprogramarnos, y purificar cada una de nuestras intenciones al pedir. Por eso, cuando no recibimos algo de lo que hemos pedido, o simplemente tarda en llegar, es porque todavía no estamos totalmente desprogramados, nuestra intención no es pura y por tanto, no llega a nosotros, pues Dios sabe que eso que pedimos no es lo que nos dará la verdadera libertad.

Mi Señor te presento cada una de mis intenciones, purifícalas con la Sangre de Tu Amado Hijo Jesús.

Dios nos bendice,

Miosotis


25. 2004

LECTURAS: EST 4, 17N. P-R. AA-BB. GG-HH; SAL 137; MT 7, 7-12

Est. 4, 17n. p-r. aa-bb. gg-hh. Señor, tú siempre salvas a los que te viven fieles. Dios jamás nos ha abandonado. Cuando nos acercamos con el corazón lleno de confianza en Él, que es nuestro Padre, sabemos que Él nos contempla con gran amor; y que, rico en misericordia, está siempre dispuesto a liberarnos de la mano de nuestros enemigos. Este tiempo de Cuaresma nos centra en nuestra propia fragilidad y nos llena de fe y esperanza en Dios, cercano a nosotros para fortalecernos con su gracia, de tal forma que la Victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, sea nuestra Victoria. Por eso hemos de acudir al Señor con el corazón humilde y lleno de confianza para orar ante Él con gran amor, sabiendo que Él siempre estará de nuestra parte. Pero no pidamos sólo por nosotros; roguemos por todo el mundo para que la salvación llegue a todos los corazones y podamos, así, construir un mundo nuevo libre de cualquier signo de pecado y de muerte.

Sal. 137. Dios nos envió a su propio Hijo para salvarnos; cuando esto suceda Dios habrá concluido su obra en nosotros. No tenemos otro camino de salvación, pues Dios no nos dio otro Nombre bajo el cual podamos salvarnos. Cristo, en efecto, es el único Mediador y camino de salvación. Pero Él ha querido unir a sí a su Iglesia, su Esposa, para que por medio de ella llegue la salvación a todos los pueblos, en todo tiempo y lugar. Así, por tanto, el camino de salvación se nos hace presente en el Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia. Quienes pertenecemos a esta Comunidad de fe en Cristo démosle gracias al Señor porque nos sigue escuchando, porque sigue estando cercano a nosotros, porque sigue pronunciando su Palabra sobre nosotros, porque nos sigue perdonando, porque nos sigue tendiendo la mano en nuestras necesidades a través de su Iglesia. Ojalá y cumplamos con esa misión que el Señor nos ha confiado y no nos convirtamos en una Iglesia que defraude las esperanzas de quienes buscan al Señor.

Mt. 7, 7-12. Cuando oramos no podemos llegar a Dios desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, sino desde un corazón humilde y contrito, dispuestos a recibir de Dios no lo que nos imaginamos como lo mejor para nosotros, sino lo que aceptamos como un don de Dios como lo que más nos conviene en orden a nuestra salvación. Por eso cuando oramos entramos en una verdadera alianza con Dios. Estamos dispuestos a recibir sus dones, especialmente su Espíritu Santo, no para malgastarlos, sino para vivir con mayor lealtad nuestro ser de hijos de Dios. El Señor está dispuesto a concedernos todo aquello que nos ayude para convertirnos en un signo cada vez más claro de su amor en el mundo. Por eso no nos quedemos en peticiones de cosas pasajeras. Busquemos el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás llegará a nosotros por añadidura. Centremos nuestra petición en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús; así no sólo estaremos dispuestos a acogerlo, sino también a cooperar para su venida. Que Dios nos conceda en abundancia su Espíritu Santo para poder llegar a ser hijos de Dios en mayor plenitud y para convertirnos en portadores del Reino de Dios.

Sabemos que somos frágiles, fácilmente inclinados al mal. El Señor nos reúne en torno a Él para fortalecernos y enviarnos a continuar trabajando por su Reino en el mundo. Dios no se quedó en simples promesas de salvación. Nosotros fallamos como un arco engañoso, pero Dios no nos ha abandonado; Él mismo ha salido a nuestro encuentro para ofrecernos su perdón. Sus promesas de salvación nos las ha cumplido por medio de su Hijo Jesús. Por su encarnación, por su vida, por su muerte y por su resurrección Dios nos rescató de las manos de nuestro enemigo. Y no sólo nos reconcilió con Él, sino que quiso convertirse en Padre nuestro, de tal forma que, por nuestra comunión de Vida con su Hijo Jesús, en verdad nos tiene como hijos suyos. La Eucaristía renueva esa Alianza nueva y definitiva entre Dios y nosotros. Pidámosle al Señor que nos conceda en abundancia su Espíritu para que siempre podamos permanecer unidos a Cristo, y, en Él, seamos sus hijos fieles y amados en quienes Él se complazca.

No porque por medio del Bautismo seamos hijos de Dios hemos quedado libres de las tentaciones, que quisieran destruir la vida del Señor en nosotros. Dios quiere caminar con nosotros. Su Iglesia no es la esposa que hace el bien siguiendo el ejemplo de su Señor; la Iglesia es aquel Cuerpo mediante el cual el Señor continúa realizando su obra de salvación en el mundo. El Señor permanece entre nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo; y la Iglesia es la responsable de esa presencia de Cristo entre nosotros. Continuamente debemos dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza. Pero sabiendo que estamos sujetos a una diversidad de tentaciones y de persecuciones, hemos de acudir al Señor para que el mal no nos domine. Debemos ser un signo de la Victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Quienes hemos recibido el Bautismo hemos sido configurados con Cristo y no podemos levantarnos en contra de nuestro prójimo, sino hacer el bien a todos y trabajar, esforzadamente, para que la salvación de Dios llegue hasta el último confín de la tierra, aun cuando en ese esfuerzo, lleno de amor, tengamos que entregar nuestra propia vida. Seamos personas de oración; sólo así Dios hará que su Espíritu no haya sido recibido en balde por nosotros, sino que nos lleve a trabajar por el Evangelio para que todos pueda llegar a alabar al Señor eternamente.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de acoger con gran amor su Espíritu Santo en nosotros para que, con su Fuerza, podamos convertirnos en un signo de la bondad de Dios para todos los pueblos. Amén.

www.homiliacatolica.com


26. ARCHIMADRID 2004

NUESTRO QUEHACER EN EL MUNDO

“Pon en mi boca un discurso acertado cuando tenga que hablar al león”. En España nos encontramos en campaña electoral. En un par de semanas tendrán lugar las elecciones generales, y todos, con sus mejores galas, se disponen a presentarse como la única alternativa válida para que las cosas vayan mejor… o sigan tan bien como hasta ahora (todo depende del “lado oscuro” en que se encuentre uno). Lo que sí es cierto, es que ha dado ya comienzo un auténtico maratón de viajes, presentaciones y discursos. Toda la geografía española se encuentra “invadida” de carteles, propagandas, anuncios, y todo tipo de parafernalias que acompañan, inexorablemente, esta clase de eventos políticos; con el consiguiente desgaste (además del económico) de palabras, promesas, amenazas, o proféticos desenlaces si no es uno el más votado. Lo curioso de todo esto, es que, una vez transcurrido el frenesí electoral, las cosas volverán a su cauce hasta dentro de cuatro años. Es decir, todos habrán ganado (aunque haya disminuido su cota electoral), todos echarán la culpa a los mismos… y todos habrán cumplido con su deber de políticos comprometidos con su país.

No dudo en absoluto de la obligación ciudadana acerca de lo que supone, moral y cívicamente, el compromiso de “acudir a las urnas”, es más, los católicos nos encontramos con el deber inapelable de buscar, desde lo que supone un verdadero humanismo cristiano, aquellos individuos que, no sólo vayan a representarnos, sino que defiendan los aspectos esenciales de la dignidad humana, la familia, el derecho a la vida, etc.; y siendo uno de la creencia que sea, respete lo más fundamental que corresponde al hombre. Sin embargo, todo esto no es óbice para que reflexionemos acerca, no de nuestro compromiso político, sino de nuestra condición de cristianos frente al mundo.

“Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos”. Si hacemos un recorrido histórico de la Sagrada Escritura, sobre todo en el Antiguo Testamento, veremos constantemente cómo lo humano se encuentra constantemente entretejido con lo divino. Dios establece su Alianza con Israel, y los profetas se dedican, en todo momento, a recordar a los reyes, jueces y sacerdotes del pueblo elegido su dependencia divina, y sus deberes morales. Hoy, por ejemplo, aparece la figura de Ester, mujer de una pieza que, llegando a ser reina, estará dispuesta a dar la propia vida y honra por mantener su fidelidad a Dios. La pregunta, por tanto, es clara: ¿quién está dispuesto en nuestros días a dar testimonio de su condición de hijo de Dios, sin importarle lo que otros puedan pensar?

¡Qué sencillas resultan las palabras del Señor, pero qué difícil el llevarlas a cabo! Después de habernos mostrado Jesús cuál es la actitud de Dios respecto de cualquier ser humano (escuchar, recibir, atender, dar…), como quién no quiere la cosa, el Señor nos da la llave para entender lo que durante tantos siglos profetas y reyes habían estado esperando y deseando: “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”. Así pues, lo que el mundo espera de nosotros es que tratemos a los otros con la misma dignidad con que esperaríamos nos traten a nosotros, es decir, todo es obra de Dios, y para Él es toda la gloria… ¿entenderán nuestros políticos que la religión (nuestra dependencia necesaria respecto a Dios), es algo más que una cuestión que haya de reservarse al ámbito meramente privado?


27. 17 de Febrero 305. La oración de petición

I. Pedir y dar; eso es la mayor parte de nuestra vida y de nuestro ser. Al pedir nos reconocemos necesitados. Al dar podemos ser conscientes de la riqueza sin término que Dios ha puesto en nuestro corazón. Lo mismo nos ocurre con Dios. Gran parte de nuestras relaciones con Él están definidas por la petición; el resto, por el agradecimiento. Pedir nos hace humildes. Además, damos a nuestro Dios la oportunidad de mostrarse como Padre. No pedimos con egoísmo, ni llenos de soberbia, ni con avaricia, ni por envidia. Debemos examinar en la presencia los verdaderos motivos de nuestra petición. Le preguntaremos en la intimidad de nuestra alma si eso que hemos solicitado nos ayudará a amarle más y a cumplir mejor su Voluntad. La primera condición de toda petición eficaz es conformar primero nuestra voluntad con la Voluntad de Dios, y así habremos dado un paso muy importante en la virtud de la humildad.

II. Jesús nos oye siempre: también cuando parece que calla. Quizá es entonces cuando más atentamente nos escucha; quiere que le pidamos confiadamente, sin desánimo, con fe. Pero no basta pedir; hay que hacerlo con perseverancia, sin cansarnos, para que la constancia alcance lo que no pueden nuestros méritos. Dios ha previsto todas las gracias y ayudas que necesitamos, pero también ha previsto nuestra oración. Pedid y se os dará... llamad y se os abrirá. Y recordamos ahora nuestras muchas necesidades personales y las de aquellas personas que viven cerca de nosotros. No nos abandona el Señor.

III. Si alguna vez no se nos concedió algo que pedimos confiadamente, es que no nos convenía: ¡Él sí que sabe lo que nos conviene! Esa oración que hicimos con tanta insistencia habrá sido eficaz para otros bienes, o para otra ocasión más necesaria. Para que nuestra petición sea atendida con más prontitud, podemos solicitar las oraciones de otras personas cercanas a Dios: “Después de la oración del Sacerdote y de las vírgenes consagradas, la oración más grata a Dios es la de los niños y la de los enfermos” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino). También pedimos a nuestro Ángel Custodio que interceda por nosotros. Finalmente tenemos el camino para que nuestras peticiones lleguen con prontitud ante la presencia de Dios: Santa María, Madre de Dios y Madre Nuestra. A Ella acudimos ahora y siempre.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


28.

Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y todo el que busca, encuentra; y al que llama se le abrirá. O ¿quién hay entre vosotros, al que si su hijo le pide un pan le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una culebra? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los Cielos dará cosas buenas a quienes le pidan? (Mt 7, 7-12)

I. Jesús, hoy me recuerdas lo bueno que es Dios, y que además es mi Padre. Entonces, ¿cómo no pedirle todo lo que necesito? Si los padres de la tierra procuran cuidar bien a sus hijos ¿qué no me va a dar mi Padre Dios, que es todo el Amor y todo el Poder? Jesús, Tú nos manifiestas mejor que nadie el amor de nuestro padre Dios, porque Tú eres el Hijo de Dios. Con qué fuerza me dices que no sea tonto, que Dios está esperando que le pida con confianza para darme todo lo que necesite.

Sí, pero a veces pido y no recibo... Cuántas veces ocurre también que el niño pequeño pide a su padre algo y no se lo da, aunque sea un padre bueno. Por ejemplo, el niño que quiere coger un cuchillo porque es una cosa que brilla y parece muy útil para jugar; pero cuando se lo pide a su Padre, éste no se lo da. ¿Es que ya no le quiere? ¿Por qué no le da lo que le pide? Lo que a mí me parece necesario, no es siempre lo que más me conviene.

Si algo acontece en contra de lo que hemos pedido, tolerémoslo con paciencia y demos gracias a Dios por todo, sin dudar en lo más mínimo de que lo más conveniente para nosotros es lo que acaece según la voluntad de Dios y no la nuestra (1).

Jesús, quieres que pida todo aquello que creo que necesito, paro sabiendo que Tú sabes más, que Tú ves más; por eso, hasta lo que me parece una dificultad, un fracaso o una desgracia, puede ser un regalo especialísimo de Dios para mi vida. Este es el abandono de los hijos de Dios: Señor, sé que todo lo que me ocurre, es para mi bien; que siempre y en todo se haga tu voluntad y no la mía.

II. Habla Jesús: "Así os digo yo: pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá". Haz oración. ¿En qué negocio humano te pueden dar más seguridades de éxito? (2).

Jesús, haciendo oración obtengo siempre lo mejor, acierto siempre, consiga o no las cosas concretas que pido. Hay temas en los que tengo la seguridad de recibir lo que deseo: cuando pido por el bien de las almas y por la Iglesia. Con esas oraciones te arranco gracias específicas para mi vida interior, para la de los demás y para toda la Iglesia. Que no me canse, Jesús, de pedir ayuda espiritual para superar esos defectos que tengo; o para que mis amigos y familiares te quieran más cada día; o por el Papa y los Obispos, etc... Que me convenza de que es útil pedirte esas gracias espirituales, que hacen tanta falta.

Jesús, también quieres que te pida por la salud, por un tema que me preocupa, por los exámenes o por el trabajo. Pero debo pedir dándome cuenta de qué Tú eres el que mejor sabes lo que me conviene a mí y a los que me rodean; con ese abandono del hijo que confía en su padre, y que sabe que todo lo que recibe de él es para su bien. Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los Cielos dará cosas buenas a quienes le pidan? ¿En qué negocio humano te pueden dar más seguridades de éxito? Jesús, que me acostumbre a pedirte todo, a ser pedigüeño, a ponerlo todo en tus manos. Y entonces aprenderé a descubrir en los acontecimientos de cada día tu mano amorosa: tu mano de padre que me quiere, que me cuida, que me forma y, tal vez, que me poda, como a los árboles, para que dé más fruto. Actuando así, nada en este mundo me podrá quitar la paz y la alegría que son propias de los hijos de Dios.
____________

NOTAS

1. S. Agustín, Carta 130, a Proba.
2. Camino, 96.

Meditación extraída de la colección “Una cita con Dios”, Tomo II, Cuaresma por Pablo Cardona.


29. Fray Nelson Jueves 17 de Febrero de 2005
Temas de las lecturas: No tengo otro defensor más que tú, Señor * Todo el que pide, recibe.

1. La frase que rompió el muro
1.1 Tal vez la frase más alentadora de la Biblia entera es la que escuchamos en el evangelio de hoy: "pidan y se les dará".

1.2 Es una frase que rompió para siempre el muro de miedo y prejuicio que había creado el pecado. Del lado de acá de ese muro, el hombre asustado y aislado termina por abalanzarse sobre las cosas, queriendo exprimir en ellas una felicidad infinita que no pueden darle. Del lado de allá del muro, un Dios que parece inaccesible, un Dios sospechosamente inteligente y fisgón que no tiene otro objetivo sino cazar los errores de su creatura para precipitarla cuanto antes al infierno.

1.3 ¡Oh muro de maldición, que pretendía robarnos la verdad más entrañable: "Dios es bueno". No es un monstruo; no es un espía; no es un témpano de ciencia inalcanzable; no es una energía sin nombre: es mi Padre; es nuestro Padre, y como Padre y Papá es mejor que todo lo que podemos aprender de nuestros papás en la tierra. Cristo, Cristo Jesús: ¡GRACIAS!

2. Siendo malos, saben dar cosas buenas
2.1 Cristo nos invita a reconocer la bondad de Dios a partir de las imágenes de bondad que nos brinda la experiencia de cada día. Los papás son buenos con sus hijos, hablando en general. Pero el Señor hace más que una comparación en este texto, porque nos conduce a una cuestión de fondo: ¿cómo es que en una humanidad donde hay tanta maldad aún es posible encontrar alguna imagen válida del amor divino?

2.2 Esta bella pregunta me hace recordar uno de las bendiciones que nuestra Iglesia Católica tiene para el matrimonio. Se dice después del Padrenuestro y va así: "Oh Dios, que unes la mujer al varón y otorgas a esta unión, establecida desde el principio, la única bendición que no fue abolida ni por la pena del pecado original, ni por el castigo del diluvio".

2.3 ¿Sabes lo que eso significa? Implica que hay algo del paraíso que, por voluntad divina y como principio de victoria sobre la serpiente enemiga, ha permanecido en el hecho y acto de dar vida. Los papás conservan algo del paraíso original cuando sienten que son buenos con los hijos más allá de sus propias fuerzas y de sus propias convicciones. Esa capacidad de "dar cosas buenas" a los hijos no es un puro accidente sociológico o un puro impulso biológico: es parte del plan por el que Dios vence sobre las fuerzas de la muerte; es sabiduría suya con la que ya desde antes de la primera alianza preparaba terreno para fundar esta última y definitiva alianza en Cristo. ¡Alabanza a su Nombre!


30.

 Reflexión

Lo mínimo que se nos puede exigir es, como nos lo dice hoy Jesús, tratar a los demás como nosotros quisiéramos que ellos nos trataran. Es sin embargo triste que muchas veces ni siquiera hayamos llegado a este nivel de caridad y respeto para los hermanos, para la gente que nos rodea. Nos encontramos con frecuencia con faltas de respeto, con injusticias, incluso con agresiones que nosotros no seríamos capaces de tolerar en nuestras personas. La Cuaresma, nos invita a reflexionar en nuestra vida diaria, en el trato y relación que tenemos con los que convivimos, para descubrir nuestras imperfecciones, sobre todo en la caridad, a fin de modificar nuestro comportamiento y de esta manera poder llegar a ser buenos, misericordiosos y compasivos como nuestro Padre celestial que está en el Cielo. Hazte consciente por este día de tu trato con los demás, y busca en todo tratarlos con generosidad, amor, cortesía, como seguramente te gustaría que ellos lo hicieran contigo… y si puedes… dales un poquito más pues en esto te reconocerá como verdadero Cristiano.

Pbro. Ernesto María Caro


31.  SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

No deja de ser sospechoso que con mucha frecuencia la Biblia esté dando orientaciones a cerca de la manera de hacer oración. Sin duda algo está pasando con la oración de los seres humanos que necesite constantemente “correcciones”. Y no es para más. La dimensión orante suele ser concentradora del sentido de lo religioso, disminuyendo con ello, su amplitud, profundidad y complejidad. En muchos casos pareciera que lo “orante” copara todo el sentido de lo religioso. Los tres textos de este día están expresando preocupación por la manera como hacen oración los creyentes. En un primer momento se vale del “clamor de Mardoqueo” (Est 4) para dejarnos ver la relación entre el clamor-penitencia y el contexto político. Luego el Salmo 137 expresa los clamores de los desterrados en el cautiverio babilónico y en el evangelio de Mateo, es Jesús quien dice cómo llamar, cómo buscar, cómo pedir a Dios en los momentos de apremio y necesidad.

Seguiremos este “clamor de Mardoqueo” como paradigma de oración, súplica y penitencia desde la perspectiva de la fe de Israel en la Diáspora.

El pueblo de Israel desterrado en Susa (una de las capitales del Imperio Persa) se ha negado “doblar la rodilla” ante sus opresores, motivo por el cual, Amán, el “primer ministro” del rey Azuero, decreta su exterminio: “Destruir, masacrar, exterminar todos los judíos, en un solo día: jóvenes y viejos, niños y mujeres” (Est 3,13). Era el día trece del primer mes (Nisán). En la puesta del sol de este mismo día los judíos dan comienzo a la celebración de la Pascua (Ex 12,1-7). Esta fecha nos da la clave de lectura: el éxodo! Esta es la perspectiva que nos ayuda a leer el episodio. La memoria de la liberación de Egipto se confronta con el decreto de Amán que quiere destruir al pueblo. Nuevamente la experiencia de opresión de Israel es abordada desde el paradigma de la liberación del éxodo.


Es interesante el contraste entre el banquete del rey y la consternación que causa la promulgación del decreto de exterminio en Susa (Est 3,15). En los tiempos de Jesús, vemos también un contraste similar entre el banquete de Herodes y el martirio de Juan el Bautista (Mc 6,17-29).

En este contexto de persecución y martirio se levanta el clamor de Mardoqueo (Est 4,1). El personifica a todos los judíos perseguidos que ven transformar en día de luto ese día que debía ser de fiesta y alegría. El 14 de Nisán, día de la Pascua, se transforma por orden del rey, en día de tinieblas y desesperación.

Mardoqueo rasga sus vestidos, se viste de saco y ceniza y sale por la ciudad lanzando grandes gemidos de dolor y desesperación. La ciudad entera hace eco de su clamor y de su amargura. Es protesta y denuncia pública, así como reaccionaban los indignados profetas de Israel ante las injusticias y las violaciones del derecho de los pobres. El clamor choca con la Puerta Real. Hasta allí llega, pues el palacio no suele escuchar el clamor de los perseguidos. El grito, el luto, las lágrimas de desesperación de todos los judíos va creciendo cada vez que el decreto es publicado en una provincia, a tal punto que para muchos “el saco y la ceniza les sirvió de lecho” (Est 4,3).

El grito de Mardoqueo se ha multiplicado por todas las provincias del Imperio. Dios no puede cerrar sus oídos a este clamor colectivo, no puede dejar de bajar de nuevo para liberar a su pueblo. El grito de desesperación es el último recurso cuando ya no queda más alternativas. Pero es un grito que ahora tiene la fuerza para hacer mover al propio Dios. Así como en Egipto, el grito de los hebreos sometidos a duras servidumbres, llegó a los oídos de Dios, así también en este día de Pascua en Susa, multitudes de “mardoqueos” claman a Dios su liberación.

La fuerza del grito de Mardoqueo termina por burlar la vigilancia del palacio. Las esclavas y los eunucos llevan la noticia a Ester (Est 4,4). Una manera de mostrarnos las “fisuras” del poder imperial. Es el comienzo de un proceso solidario que llevará a Ester a asumir la defensa de su pueblo. Eunucos y esclavas son el medio para sostener la comunicación permanente entre Ester y Mardoqueo. El poder imperial-patriarcal no consigue controlar la totalidad del palacio. No es absoluto!

El clamor de los judíos estremece y cuestiona la conciencia de la reina judía: “No te imagines que por estar en la casa del rey, te vas a librar tú sola entre todos los judíos” (Est 4,12). Ella tiene que decidir entre el palacio y su pueblo. ¡Cuánta fe y coraje necesita Ester para decidirse! Tres días y tres noches de ayuno de Ester, sus esclavas y su pueblo producirán la fuerza para atravesar los muros y las puertas del palacio. Así, ella, en comunión con su pueblo y con su Dios, desafiará el poder de Azuero y su “primer ministro” Amán. El 14 de Nisán vuelve a ser Pascua!