MARTES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

 

Libro de Isaías 55,10-11.

Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé.

Salmo 34,4-7.16-19.

Glorifiquen conmigo al Señor, alabemos su Nombre todos juntos.
Busqué al Señor: él me respondió y me libró de todos mis temores.
Miren hacia él y quedarán resplandecientes, y sus rostros no se avergonzarán.
Este pobre hombre invocó al Señor: él lo escuchó y lo salvó de sus angustias.
Los ojos del Señor miran al justo y sus oídos escuchan su clamor;
pero el Señor rechaza a los que hacen el mal para borrar su recuerdo de la tierra.
Cuando ellos claman, el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias.
El Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos.


Evangelio según San Mateo 6,7-15.

Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
 

 

LECTURAS: 

1ª: Is 55.10-11

2ª: Mt 6, 7-15.  Par: /Lc/11/02-04


 

1. CREER/QUE-ES EFICAZ/PD 

Isaías, profeta del consuelo, ha manejado cuanto hay de bello y de hermoso en el mundo  para devolver a su pueblo atribulado la ilusión y la esperanza. El profeta tiene la profunda  seguridad de que el Señor está presente en los sufrimientos de su pueblo y que un día les  ha de devolver su alegría y su patria.

Esta convicción del profeta arranca de la palabra del Señor, dada y mantenida de  generación en generación y cuya fuerza salvadora hay que desplegar una vez ante los hijos  de Dios.

El pueblo de Dios, como la Iglesia de Cristo, tiene que volver siempre a la fuerza  invencible sobre la que se asienta la esperanza.

Uno de estos pilares inamovibles es la Palabra del Señor con su formidable fuerza de  salvación.

Isaías la compara a la lluvia y a la nieve en la (primera) lectura de hoy. Debemos creer firmemente en la fuerza salvadora de la palabra de Dios. Porque no hemos sido salvados solamente por la sangre y el sacrificio de Cristo. Es  verdad que la maldad del hombre llevó al Hijo de Dios hasta la ignominia de la cruz. Pero la  salvación nos viene por la palabra de Dios, empeñada un día y cumplida en la plenitud de  los tiempos. Dios, que nos ama, nos perdona en su Hijo encarnado. Nuestra salvación se  va operando en la capacidad de fiarnos de Dios y de su HIjo. Quien se fía de Dios y da por  buena y salvadora su palabra irreversible ha entrado a formar parte de su Pueblo. Este es el mensaje que nos quiere inculcar el profeta en esta lectura de hoy.

El profeta conoce bien la eficacia callada y profunda del agua y de la nieve. Empapar,  fecundar, hacer germinar y dar semilla y pan. La palabra de Dios no se queda en las nubes,  sino que encaja en lo más profundo del ser humano.

En su Hijo ha venido a encarnarse. Dios ha tomado en serio la palabra que juró a  Abrahám, Isaac y Jacob. No es Dios de momias ni de muertos. A nosotros, los hijos de la  promesa, nos dio su Palabra hecha carne y hueso, como testamento definitivo de su amor.  Aquí radica toda la fuerza salvadora de nuestra fe.

Creer no es crear ni inventar. Creer es fiarse. Fiarse de Dios y de su Palabra y apostar  por él con seguridad convencida.

Creer no es tampoco empeñarse en saber. No eres tú quien tiene que saber. Creer  quiere decir simplemente saber que Dios lo sabe, aun cuando tú estés a obscuras, y que te  ama, aun cuando tú no lo sientas.

Todos estamos necesitando entre tantos discursos, conferencias y planificaciones una  vuelta a la simplicidad. Tenemos que volver a pensar que nuestra fuerza está en la Palabra  de Dios. 

Decir, hasta cansarnos, que Dios está comprometido con nosotros en su Hijo y que su  palabra no es como la nuestra ni como la palabra de ninguno de los hombres. Muchos son los cristianos que creen en la acción, en la dinámica, en las planificaciones.  El profeta Isaías cree en la fuerza de la palabra de Dios que no volverá a El sin haber  cumplido su encargo. Su encargo es de crear de la nada un pueblo nuevo.

Esta palabra de Dios se muestra cada día, viva, activa, eficaz. La Eucaristía se realiza  por el poder de esta misma palabra de Dios.

Oración sobre las ofrendas: "transforma en sacramento de vida eterna el pan y el vino  que has creado para sustento temporal del hombre" (martes de la primera semana de  Cuaresma).

La palabra que santifica el pan y el vino ¿no va a tener fuerza para santificarnos a  nosotros? ¿Por qué no alcanza el mismo resultado? Allí no se opone una voluntad rebelde  y la criatura deja hacer al creador. Aquí está nuestra voluntad propia que se opone a la  voluntad de Dios.


2.

En el evangelio de hoy, Jesús nos recomienda la oración y nos enseña una plegaria: el «Padrenuestro». Insiste en que nos pongamos ante Dios en relaciones amistosas y filiales. No os situéis ante Dios como hacen los paganos que tienen miedo de Dios, temen no ser atendidos y quieren forzar la mano de Dios ¡Vamos! Sabed de una vez para siempre que Dios os ama... ¡Adelante! Es vuestro Padre...

Isaías, había dicho ya que la Palabra de Dios aporta fruto siempre, porque Dios es "bueno"... y "todopoderoso"...

-Palabra del Señor: la lluvia y la nieve descienden de los cielos... y no vuelven allá sin haber empapado la tierra...

Hay aquí una imagen muy hermosa. La lluvia, la nieve... una bendición para la tierra.

Los semitas se imaginaban la bóveda celeste, como una bóveda sólida, muy alta... con una gran reserva de agua encima, agua que Dios distribuía sobre la tierra para vivificarla.

Las representaciones científicas actuales han cambiado mucho; pero el fenómeno no deja de ser maravilloso: la evaporación del agua sobre los océanos, los vientos que conducen las nubes sobre las tierras, la condensación en gotitas imperceptibles y mayores después que empiezan a caer... la tierra ávida que «bebe» esa lluvia, los jugos vegetales que se vivifican, la hierba que se endereza y las flores que aparecen.

¿Seríamos ahora incapaces de admirarnos porque conocemos mejor como tiene lugar todo ese proceso? ¿No nos emociona ya la primavera? ¿Permanecemos indiferentes ante la eclosión de la vida? Si nos admiramos ante la compleja y maravillosa precisión de un ordenador, ¿no podemos admirar también los procesos precisos y complejos de un pétalo de rosa?

¿Sería preciso ir a la India para encontrar de nuevo allí la contemplación de Dios en una rosa, en la lluvia, en un edelwais?

Ayúdanos, Señor, a encontrar de nuevo, a descubrir tus pisadas, los signos de tus dedos, la impronta de tus manos creadoras, y tu maravillosa inteligencia... en todo lo que nos has dado.

-Sin haberla fecundado y hacerla germinar... para que dé simiente al sembrador y pan para comer...

Uno creería estar oyendo a Jesús, en tantos pasajes del evangelio en los que nos habla de la bondad del Padre «que hace salir el sol sobre todos los hombres, que viste de esplendor los lirios del campo, que no da un escorpión, sino pan...» Fecundidad. Vida Crecimiento. Tal es el objetivo de Dios. Mucho antes que Teilhard de Chardin, la Biblia ya había afirmado que el hombre es la cumbre de la creación, aquél hacia el cual todo converge, es ésta una concepción muy humana y muy grande. Del átomo a la gran nebulosa, Dios pensaba en el hombre. Al inventar la lluvia y la nieve ¡pensaba en el "sembrador" y en el «pan» y en "aquel que come el pan"! Gracias, Señor.

Decid a Dios: «¡Padre nuestro!...» «Vuestro Padre sabe de qué tenéis necesidad.

-Así mi palabra, que sale de mi boca no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que quiero...

Padre nuestro... Padre nuestro... oh bondad infinita, tengo necesidad de Ti.

PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 104 s.


3. ORA/EFICACIA:

El Padrenuestro se contrapone a las largas plegarias de los paganos, que basaban su eficacia en las palabras que pronunciaba el hombre. La plegaria cristiana, en cambio, recibe su eficacia del Padre celestial, ya que es una respuesta amorosa que acepta la voluntad salvífica de Dios sobre sí mismo y sobre la historia.

Una respuesta que quiere también actuar como Dios actúa en nosotros.

MISA DOMINICAL 1990/05


4. PO/PATER:

Padre nuestro, que estás en el cielo,
sólo tu eres santo,
tu estás por encima de todo,
eres ternura y misericordia.
¡Bendito sea tu nombre!
¡No abandones la obra de tus manos,
hazte reconocer por lo que eres,
que venga tu Reino,
que los hombres descubran tu presencia,
pues tú eres el Dios fiel!

¡Danos hoy el pan de la vida,
tu palabra y tu Hijo,
tu gracia y tu luz,
para el camino de este día!

¡Bendito seas,
tú que has cancelado toda nuestras deudas
salvándonos por Jesucristo:
también hoy perdónanos,
como nosotros perdonamos
a todos los que nos ofenden,
en la paz de tu gracia!

¡Padre,
no nos sometas a la gran prueba,
guárdanos en la fe y la esperanza
pues nunca renegaremos de tu nombre y tu palabra!

¡Líbranos del Adversario,
pues tú eres nuestro Dios, el único,
Dios santo, Padre de ternura!

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 29


5. PATER

Después del amor -el servicio concreto a los demás- la segunda consigna es: orar.

Después de la página evangélica de ayer, encarada toda ella hacia la "vida" concreta y a la "acción" práctica, Jesús nos recuerda hoy una dimensión esencial de toda vida profunda: la oración.

Para esta cuaresma, ¿he previsto dedicar más tiempo a la oración... más tiempo de Io acostumbrado?

-Cuando oréis, no chachareéis...

Primera consigna: no charlotear, no chacharear, no acumular palabras... Jesús nos invita a la simplicidad, a la interioridad, al silencio. Uno puede orar sin decir palabras, simplemente saboreando la presencia de Dios, permaneciendo "ante El" así, sin más. ¡Tú estás ahí! Yo estoy contigo.

-Como hacen los gentiles, que se imaginan que serán oídos a fuerza de palabras.

Evidentemente los paganos tienen también auténticas plegarias.

Pero la tendencia del paganismo, que es también la nuestra es tratar de "tener a Dios en la mano" de "forzar su decisión": por la abundancia de ritos mágicos, por su insistencia, piensan tener derecho a obtener lo pedido... "dando, dando" ... Piensan: yo he hecho todo lo necesario, Tú debes atender mi súplica.

-No queráis imitarlos, pues bien sabe vuestro Padre de lo que habéis menester.

La imagen del verdadero Dios, tan opuesta a la de los "falsos dioses", es simple y emocionante: es "¡vuestro Padre!" Antes de abrir vuestra boca, sabe todo lo que vais a pedirle.

No son necesarias muchas palabras, cuando se es amado: se adivina con medias palabras... Cuando empiezo una plegaria, Dios, mi Padre, ya está allí. Me esperaba, sus oídos atentos, su mirada de amor... como un padre amoroso, como una madre amorosa...

-Ved cómo habéis de orar: Padre nuestro...

Hay que repetirlo porque es verdad: Jesús ha usado aquí la palabra hebrea "abba". Es la palabra más familiar de la lengua hebrea, la que los niños usan al echarse en brazos de su padre: algo así como "¡papaíto querido!" Siempre tenemos tendencia a volver a las concepciones filosóficas, o "religiosas" sobre Dios: el ¡Ser supremo! aquel con quien debemos congraciarnos.

-Que estás en los cielos... santificado sea tu nombre...

La proximidad natural del niño con su padre no le quita una cierta reverencia, un cierto respeto. Este Padre, tan cercano y tan amoroso, es también el "muy santo', el "perfecto": permanecemos admirados delante de El, es tan grande. Y deseamos que nuestro Padre sea admirado, que su Nombre de Padre sea reconocido y "santificado".

-Venga a nosotros Tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo...

La "vida" de este Padre, su "santidad", ha sido comunicada, y nuestra plegaria esencial es ésta: que los hombres, sobre la tierra, reconozcan al Padre... que su proyecto de amor se realice. Lo que Dios quiere, lo que el Padre quiere, ¿qué es?

-El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal

El pan... el perdón de nuestros pecados... la victoria sobre el mal... Hay que volver a considerar a menudo cada una de estas fórmulas.

¿A quién he de perdonar para realizar el "reino" de Dios, su proyecto? ¿Qué forma concreta toma, para mí, la lucha contra el mal?

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 108 s.


6. M/TIERRA:

En los textos litúrgicos de este día se encierra el misterio de la Madre de Dios, misterio que está íntimamente vinculado con el de la encarnación del Hijo. Veamos los textos, comenzando por la lectura del profeta Isaías: «La palabra que sale de mi boca no vuelve a mí vacía» (/Is/55/11). En tiempos del profeta Isaías no era ésta una afirmación a todas luces evidente, sino que más bien venía a contradecir lo que podía esperarse de la situación que entonces se vivía. Porque este pasaje pertenece en realidad a la narración de la pasión de Israel, donde se lee que las llamadas que Dios dirige a su pueblo fracasan una y otra vez y que su palabra queda invariablemente infructuosa. Es cierto que Dios aparece sentado sobre el trono de la historia, pero no como vencedor. Todo había acontecido en signos: el paso del Mar Rojo, el despuntar de la época de los reyes, el retorno a la patria desde el exilio; y ahora todo se desvanece. La semilla de Dios en el mundo no parece dar resultados. Por esta razón, el oráculo, aunque envuelto en oscuridades, es un estímulo para todos aquellos que, a pesar de los pesares, continúan creyendo en el poder de Dios, convencidos de que el mundo no es solamente roca en la que la semilla no puede echar raíces, y seguros de que la tierra no será para siempre corteza endurecida en la que las aves picotean los granos que sobre ella han caído (/Mc/04/19).

En nuestros oídos cristianos, esta afirmación suena como promesa de Jesucristo, gracias al cual la palabra de Dios ha penetrado verdaderamente en la tierra y se ha hecho pan para todos nosotros: semilla que fructifica por los siglos, respuesta fecunda en la que el pensamiento de Dios arraiga en este mundo de una manera vital. En pocos lugares se hallará una vinculación tan clara e íntima del misterio de Cristo al misterio de María como en la perspectiva que nos abre esta promesa: porque cuando se dice que la palabra o, mejor, la semilla fructifica, se quiere dar a entender que ésta no cae sobre la tierra para posarse en ella como si de paja se tratara, sino que penetra profundamente en el suelo para absorber su sustancia y transformarla en sí misma. Asimilando de este modo la tierra, produce algo realmente nuevo, transustanciando la misma tierra en fruto. El grano de trigo no permanece solo; se apropia el misterio materno de la tierra: a Cristo le pertenece María, tierra santa de la Iglesia, como con toda propiedad la llaman los Padres. Esto es justamente lo que el misterio de María significa: que la palabra de Dios no quedó vacía y limitada a sí misma, sino que asumió lo otro, la tierra; en la «tierra» de la Madre, la palabra se hace hombre, y ahora, amasada con la tierra de la humanidad entera, puede de nuevo volver a Dios.

El Evangelio, en cambio, parece referirse a algo completamente distinto. Se nos habla en él de la oración, de cómo ha de ser nuestra plegaria, de su verdadero contenido, de cómo debemos comportarnos y de la interioridad auténtica; por consiguiente, no de aquello que le corresponde hacer a Dios, sino de la actitud que el hombre ha de adoptar en sus relaciones con El. En realidad, ambas lecturas se hallan íntimamente vinculadas entre sí; puede decirse que en el Evangelio se nos explica cómo le es posible al hombre convertirse en terreno fértil para la palabra de Dios. Puede llegar a serlo preparando aquellos elementos gracias a los cuales una vida crece y madura. Alcanza este objetivo viviendo él mismo de tales elementos; es decir, dejándose impregnar por la palabra y, de esta manera, transformándose a sí mismo en palabra; sumergiendo su vida en la oración o, lo que es igual, en el misterio de Dios.

Este pasaje evangélico se halla, pues, en perfecta armonía con la introducción al misterio mariano que Lucas nos ofrece cuando, en diferentes lugares, dice de María que «guardaba» la palabra en su corazón (2,19; 2,51; cf. 1,19). María ha reunido en sí misma las corrientes diversas de Israel; ha llevado en sí, entregada a la oración, el sufrimiento y la grandeza de aquella historia para convertirla en tierra fértil para el Dios vivo. Orar, como nos dice el Evangelio, es mucho más que hablar sin reflexión, que desatarse en palabras.

Hacerse campo para la palabra quiere decir hacerse tierra que se deja absorber por la semilla, que se deja asimilar por ella, renunciando a sí misma para hacerla germinar. Con su maternidad, María ha vertido en esa semilla su propia sustancia, cuerpo y alma, a fin de que una nueva vida pudiera ver la luz. Las palabras sobre la espada que le atravesará el alma (Lc 2,35) encierran un significado mucho más alto y profundo: María se entrega por completo, se hace tierra, se deja utilizar y consumir, para ser transformada en aquel que tiene necesidad de nosotros para hacerse fruto de la tierra.

En la colecta de hoy se nos invita a hacernos deseo ardiente de Dios. Los Padres del desierto sostienen que orar no es más que transformarse en deseo inflamado del Señor.

Esta oración se cumple en María: diría que ella es como un cáliz de deseo, en el que la vida se hace oración y la oración vida. San Juan, en su Evangelio, sugiere maravillosamente esta transformación al no llamar nunca a María por su nombre. Se refiere a ella únicamente como a la madre de Jesús. En cierto sentido, María se despojó de cuanto en ella había de personal, para ponerse por entero a disposición del Hijo, y haciéndolo así, alcanzó la realización plena de su personalidad.

Pienso que esta vinculación entre el misterio de Cristo y el misterio de María, vinculación que las lecturas ofrecen hoy a nuestra consideración, reviste gran importancia en una época de activismo como la nuestra, que alcanza su nota más aguda en el ámbito de la cultura occidental. Esta es la razón de que en nuestro modo de pensar sigamos ateniéndonos únicamente al principio del varón: hacer, producir, planificar el mundo y, en cualquier caso, resconstruirlo desde uno mismo, sin deber nada a nadie, confiando tan sólo en los propios recursos. Con esta mentalidad no es de extrañar que hayamos ido separando cada vez más a Cristo de la Madre, sin caer en la cuenta de que María, como madre de Jesús, puede significar algo enteramente indispensable para la teología y para la fe. Por esta misma razón, esta manera de pensar referida a la Iglesia parte de un punto de vista equivocado. Con frecuencia, la consideramos casi como un producto técnico que ha de programarse con perspicacia y que nos esforzamos por realizar con un derroche enorme de energías. Y nos asombramos si luego sucede lo que observa San Luis M. Grignion de Montfort a propósito de unas palabras del profeta Ageo (1,6): "Sembráis mucho y encerráis poco". Si el hacer pasa por encima de todo, haciéndose autónomo, entonces no llegarán nunca a existir aquellas cosas que no dependen del hacer, sino que son simplemente cosas vivas que quieren madurar».

Debemos liberarnos de esta visión unilateral propia del activismo de Occidente, para que la Iglesia no se vea rebajada a la categoría de mero producto de nuestro hacer y de nuestra capacidad organizativa. La Iglesia no es obra de nuestras manos, sino semilla viviente que quiere desarrollarse y alcanzar su madurez. Por esta razón, tiene necesidad del misterio mariano; más aún, ella misma es misterio de María. Únicamente será fecunda si se somete a este signo, es decir, si se hace tierra santa para la palabra. Hemos de aceptar el símbolo de la tierra fértil; tenemos que hacernos de nuevo hombres que esperan, recogidos en lo más íntimo de su ser; personas que, en la profundidad de la oración, del anhelo y de la fe, dejan que tenga lugar el crecimiento.

JOSEPH RATZINGER
EL CAMINO PASCUAL
BAC POPULAR MADRID-1990.Págs. 32-36


7.

1. Ayer era la caridad fraterna. Hoy, la oración. Las lecturas nos van guiando para vivir la Cuaresma con un programa denso, preparando la Pascua. Como una novia que se va preparando -adornos y joyas incluidos- a la venida del esposo.

Isaías nos presenta la fuerza intrínseca que tiene la palabra de Dios, que siempre es eficaz y consigue lo que quiere. La comparación está tomada del campo y la podemos entender todos: esa palabra es como la lluvia que baja, que empapa la tierra y la hace fecunda.

2. Jesús nos enseña a orar. A la palabra que desciende de Dios, eficaz y viva -es siempre Dios el que tiene la primera palabra, el que tiende puentes, el que ofrece su comunión y su alianza-, responde ahora la palabra que sube a él, nuestra oración.

Ante todo Jesús nos dice que evitemos la palabrería cuando rezamos: no se trata de informar a Dios sobre algo que no sabe, ni de convencerle con argumentos de algo que no está seguro de concedernos.

A continuación Jesús nos enseña la oración del Padrenuestro, la «oración del Señor», que se ha convertido en la oración de la Iglesia, de los que se sienten hijos («Padre») y hermanos («nuestro»), la oración que se ha llamado con razón «resumen de todo el evangelio».

El Padrenuestro nos educa a una visión equilibrada de nuestra vida. Se fija ante todo en Dios. Dios es el centro, no nosotros: Padre... santificado sea tu nombre... hágase tu voluntad... venga tu Reino. Luego pide para nosotros: el pan de cada día... el perdón de las ofensas... que no caigamos en la tentación... que nos libre de mal.

Jesús hace, al final, un comentario que destaca la petición más incómoda del Padrenuestro: hemos pedido que Dios nos perdone como nosotros perdonamos. Se ve que, para Cristo, esta historia de nuestra relación con Dios tiene otros protagonistas que tal vez no nos resultan tan agradables: los demás. Jesús nos enseña a tenerlos muy en cuenta: «si perdonáis, también os perdonará... si no perdonáis, tampoco os perdonará».

3. a) Uno de los mejores propósitos que podríamos tomar en esta Cuaresma, siguiendo la línea que nos ha presentado Isaías, sería el de abrirnos más a la palabra de Dios que baja sobre nosotros. Es la primera actitud de un cristiano: ponernos a la escucha de Dios, atender a su palabra, admitirla en nuestra vida, «comerla», «comulgar» con esa palabra que es Cristo mismo, en la «primera mesa», que se nos ofrece en cada Eucaristía.

Ojalá a esa palabra que nos dirige Dios le dejemos producir en nuestro campo todo el fruto: no sólo el treinta o el sesenta, sino el ciento por ciento. Como en el principio del mundo «dijo y fue hecho»; como en la Pascua, que es el comienzo de la nueva humanidad, el Espíritu de Dios resucitó a Jesús a una nueva existencia, así quiere hacer otro tanto con nosotros en este año concreto.

b) A la palabra descendente que acogemos le responde también una palabra ascendente, nuestra oración.

Cuando nosotros le dirigimos la palabra a Dios, él ya está en sintonía con nosotros. Lo que estamos haciendo es ponernos nosotros en onda con él, porque muchas veces estamos distraídos con mil cosas de la vida. En eso consiste la eficacia de nuestra oración.

Seria bueno que estos días leyéramos, como lectura espiritual o de meditación, la parte IV del Catecismo de la Iglesia Católica: qué representa la oración en la vida de un creyente, cómo oró Jesús, cómo rezó la Virgen María y, sobre todo, el sabroso comentario al Padrenuestro.

Doble programa para la Cuaresma, imitando a Cristo en los cuarenta días del desierto: escuchar más la palabra que Dios nos dirige y elevarle nosotros con más sentido filial nuestra palabra de oración. Para que nuestra oración supere la rutina y el verbalismo, y sea en verdad un encuentro sencillo pero profundo con ese Dios que siempre está cercano, que es Padre, que siempre quiere nuestro bien y está dispuesto a darnos su Espíritu, el resumen de todos los bienes que podemos desear y pedir. También nosotros podemos decir, como Jesús en la resurrección de Lázaro: «Padre, yo sé que siempre me escuchas».

«Como baja la lluvia y empapa la tierra y la fecunda, así será mi palabra» (1ª lectura)

«Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias» (salmo)

«No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (aclamación)

«Vosotros rezad así: Padre nuestro del cielo...» (evangelio)

«Si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre os perdonará a vosotros» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 30-32


8.

Jesús alerta a los suyos acerca del tipo de disposición con que se debe llegar al Padre, en el momento de la oración. En esos instantes se hace preciso un profundo recogimiento, para que esta comunión se convierta en una verdadera toma de conciencia y no en un acto de exhibición, donde sean más importantes los rituales que la transparencia espiritual. Es precisamente esta transparencia espiritual la que dispone a hacer la voluntad de Dios.

Para los judíos entregados al legalismo, el mayor de los absolutos era el cumplimiento de la Ley. La Ley era la mediación entre Dios y los hombres. Si ésta no se guardaba, era imposible pensar en la salvación. Esto comenzó a establecer distancias entre Jesús y la oficialidad judía del Templo. Eran dos visiones contradictorias en la manera de ver y sentir al ser humano. Para Jesús la Ley debía estar al servicio del ser humano y no viceversa. Jesús trató de situar a su comunidad en el corazón del Reino, estableciendo en ella valores de justicia que reflejaran la voluntad del Padre. En la medida en que la justicia fuera siendo aceptada, el Padre sería más plenamente santificado y se cumpliría mejor su voluntad. Para Jesús el acontecimiento del Reino no está pensado en el más allá si no que tiene que comenzar aquí. Por eso hay que pensar en cómo obtener el pan cotidiano y en cómo dar y obtener el perdón de toda deuda, para que así pueda haber fraternidad y nivelación social. Así mismo, hay que pedirle a Dios nos ayude a destruir el egoísmo, que nos lleva a entregarnos en manos del Maligno, fuerza negativa que se afianza en el poder y que destruye toda fraternidad.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


9.

¡Se han hecho tantos comentarios acerca de esta oración enseñada por el mismo Jesús! Cada cual percibe en esas frases una cantera rica en expresiones de filiación, hermandad y compromiso de vida. Me ha parecido oportuno transcibir hoy lo que han dicho José Ignacio y María López Vigil: "El padrenuestro, como oración, más que una fórmula fija, recoge unas palabras en las que se resume una actitud de vida. De las dos versiones que recogen los evangelios la de Lucas es la más antigua... El padrenuestro es una oración que resalta la confianza total en Dios: Podemos llamar a Dios "abbá" porque tenemos la certeza de que somos sus hijos y nos quiere (Romanos 8, 15, Galatas 4, 6)...

Toda la oración orienta el corazón del que reza hacia el futuro: Hacia el Reino que viene, hacia la justicia de Dios. No rezarlo con estos pensamientos es traicionar el mensaje de Jesús."

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


10.CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Todo tiene que reconstruirse en Cuaresma. También -¡cómo no!- nuestra oración. Al fin y al cabo, la oración no es otra cosa que el mismo ser del hombre que se pone a la luz de Dios. Se reconoce el hombre a sí mismo tal como realmente es y al reconocerse a sí mismo percibe la santidad de Dios, su amor, su misericordia.

¿Cómo, entonces, al experimentar hondo la realidad de Dios, no alabarlo, bendecirlo, adorarlo, darle gracias? Y, ¿cómo, ante la presencia de Aquel que es todo plenitud inclinada hacia el ser humano, no suplicarle que nos conceda el pan de cada día, que nos ayude a perdonar, y que nos libre siempre de todo mal?

Cada vez que así oramos quitamos al mundo su elevación exagerada y lo retornamos a su ser esencial: criatura de Dios. Y luego pasamos por encima de este mundo hasta Aquel que lo ha creado y lo conserva con magnanimidad y cordialidad.

Orar así es poner las cosas en su sitio. Ponernos a nosotros y al mundo en nuestro sitio: los brazos de Dios nuestro Padre, que es donde mejor podemos estar.

Vuestro amigo,

Patricio García Barriuso cmf. (cmfcscolmenar@ctv.es)


11. CLARETIANOS 2003

Hoy me he fijado en los verbos de la primera lectura. Son una invitación a la confianza. La palabra del señor cumplirá su encargo.

Y es que, Dios es todo gratuidad. Eso no nos exime de hacer nuestra tarea; buscad, invocadlo, que no abandone, que regrese. Pero es Dios quien hace crecer, quien empapa, fecunda y hace germinar. A nosotros nos toca colaborar; hacer algo nuevo que empape la tierra de amor, de justicia, de bondad, de paz, de cercanía, de ternura, completando así su obra creadora.

Teniendo la certeza de que él sabe lo que necesitamos. Lo comentábamos con el grupo de familiares el otro día; aunque no comprendemos lo que nos toca vivir, la fe nos ayuda a creer que Dios anda entre nuestras cosas; ¿cómo va a querer que suframos, si él es nuestro padre? Además, como dice hoy el salmo 33: “el Señor está cerca de los atribulados”

En el evangelio de hoy, Jesús nos enseña a orar. Orar, ¿cómo oramos? ¿cómo le hablamos a Dios, nuestro Padre? Mucho hay escrito sobre la oración, y muy bonito, y mucho o poco habremos leído sobre ello. Antonia, una mujer sencilla, nos decía el otro día: “yo entro en la Iglesia, me siento y le digo: ya sabes a qué vengo”. A veces empleamos demasiadas palabras.

La Palabra del Señor no volverá a él vacía. Y no es magia. Es fe.

En la oración nos relacionamos íntimamente con Dios, nuestro Padre. Y lo hacemos en un clima de abandono y confianza porque él conoce nuestras necesidades.

El gran deseo: venga tu reino. Tertuliano (allá por el siglo III) decía que “el padrenuestro era un compendio de todo el evangelio. Es una escuela de oración y de vida porque no se puede orar así si la vida no es reflejo del deseo que se expresa; no se puede desear sinceramente la llegada del reino y vivir al margen de él”. Pues, ánimo!

Mila (saneugenio@infonegocio.com)


12. 2001

COMENTARIO 1

v. 9. Propone Jesús el modelo de petición:

«Padre nuestro»: nueva relación de los discípulos con Dios, que no es solamente individual, sino comunitaria. Son los hijos, o los ciudadanos del reino, los que se dirigen al Padre, que es su rey. La mención de este Padre eclipsa la de todo padre humano, él es el único que merece ese nombre. La conducta de este Padre es la que guía la de los discípulos (5,48).

«Padre» es el nombre de Dios en la comunidad cristiana, el único que aparece en esta oración. Pronunciarlo supone el com­promiso de portarse como hijos, reconocerlo por modelo, como fuente de vida y de amor. El término «Padre» se aplicaba a Dios en el AT (Jr 3,19; cf. Ex 4,22; Dt 14,1; Os 11,1), pero su sentido era muy diferente, pues el «padre» en la cultura judía era ante todo una figura autoritaria.

La expresión «que estás en los cielos» («del cielo») no separa al Padre de los discípulos; indica solamente la trascendencia y la invisibilidad de Dios.

El Padre nuestro se divide en dos partes (6,9-10.11-13). La pri­mera tiene como centro al Padre (tu nombre, tu reinado, tu designio); la segunda, a la comunidad (nuestro, dánoslo, etc.). En la primera parte la comunidad pide por la extensión del reino a la humanidad entera. En la segunda lo hace por sí misma.



v. 9b. «Proclámese ese nombre tuyo». «El nombre» es un semitismo que designa a la persona en cuanto es designable, es decir, según un aspecto que la caracteriza; supone, por tanto, la manifestación, que, en el caso de Dios, se realiza por su actividad en la historia. Así, en este contexto designa a Dios que obra como Padre, según su calidad expresada en la invocación. «Santificar» es un semitismo; en 1 Pe 3,15 se usa este verbo en el sentido de «reconocer» («en vuestro corazón, reconoced al Mesías como Señor ) y el mismo tiene en este pasaje. «Reconocer» corresponde a la manifestación indicada por «el nombre». El uso de agiazô añade, sin embargo al reconocimiento el sentido de la trascendencia implicado en la raíz "santo". Es el reconocimiento de una realidad excelente y distinta. Para expresar de algún modo este matiz puede utilizarse el verbo «proclamar» que incluye la idea de exaltación. De hecho, esta frase es paralela de 5,16 «glorifiquen» [los hombres] a vuestro Padre del cielo)" a través de las obras de los discípulos que realizan la acción del Padre en la historia.



La comunidad pide, por tanto, que la humanidad reconozca a Dios como Padre; por el paralelo con 5,16, sin embargo, es ella la que tiene que obtener, con su actividad, ese reconocimiento. La petición supone, por tanto, el compromiso de la comunidad a rea­lizar las «buenas obras» (5,16; cf. 5,7-9) y pide la eficacia de su actividad en el mundo. No se encierra en sí misma. La experiencia de Dios como Padre de que ella goza, quiere que se extienda a todos los hombres. Antes que pensar en sí misma, la comunidad se preocupa por la humanidad que la rodea.



v. 10a. «Llegue tu reinado». El contenido de esta petición formu­la lo mismo de manera diversa. El reinado de Dios, del que ya tiene experiencia (5,3.10), debe extenderse a todo hombre. Dado que la puerta del reino es la primera bienaventuranza, la comu­nidad pide la aceptación del mensaje de Jesús, que funda el rei­nado de Dios. Al mismo tiempo, ella es la que, con su modo de vida, hace presente en el mundo ese mensaje (5,12: profetas). Im­plícitamente pide su fidelidad al mensaje de las bienaventuranzas y a la práctica de la actividad que requiere, por la que se va creando la nueva sociedad y va dando ocasión a la liberación de los hombres.



v. 10b. «Realícese en la tierra tu designio del cielo». El gr. the­lêma manifiesta una voluntad concreta que puede referirse al in­dividuo o a la historia. La frase formula nuevamente la anterior («llegue tu reinado»; por eso se omite en Lc 11,2); significa, por tanto, el cumplimiento del designio histórico de Dios sobre la humanidad, anunciado en 5,18.

El término «designio» incluye dos momentos, la decisión y la ejecución, a los que corresponden las especificaciones «en el cielo, en la tierra». La decisión está tomada en el cielo (Dios), pero tiene que ejecutarse en la tierra. La frase significa, pues, «realícese en la tierra el designio que tú has decidido en el cielo». La pre­posición «como» del original indica el deseo de que ese designio se realice exactamente como está decidido.

La comunidad vuelve a pedir por el mundo; su primera preocu­pación es la misión que Jesús le confía.

Las tres primeras peticiones tienen igual contenido. La expe­riencia de vida impulsa a desear que esa vida se extienda. Sólo después pasa el grupo cristiano a preocuparse de sí mismo.



v. 11. «Pan del mañana» o «venidero»: griego epiousion, que, según Orígenes, no se encontraba en la literatura ni en la lengua hablada; lo consideraba acuñiado por los evangelistas para traducir un texto arameo. San Jerónimo, por su parte, dudaba de su significado y lo tradujo en latín de manera diferente en Mt 6,11 (supersubstantialem) y en Lc 11,3 (quotidianum), sin apoyo alguno en la realidad lingüística del tiempo. El mismo afirma, sin embargo, haber encontrado en el evangelio de los Hebreos (en arameo), como traducción de epiousion, manar = «del ma­ñana», «futuro». De hecho, la forma femenina (té epiousé) se usaba en griego para indicar el día siguiente, «mañana». Por otra parte, Jesús recomienda a sus discípulos abandonar toda preocupación por el ali­mento necesario (6,25.31-32) y les pide que no se preocupen tampoco por el mañana (6,34). Epiousion ha de denotar, por tanto, un futuro diferente del simple «mañana». En la traducción egipcia bohairica y en el uso litúrgico de la Iglesia copta, lo mismo en copto que en árabe, se conserva hasta hoy la traducción «nuestro pan del mañana». La interpretación puede considerarse, por tanto, como segura.



«Pan», semitismo por «alimento» (cf. Gn 18,5-8). «El pan del mañana» o «venidero» alude al banquete mesiánico en la etapa final del reino (8,11), cuya etapa histórica se realiza en el grupo de discípulos («nuestro pan»). Se pide, por tanto, que la unión y alegría propias de la comunidad final sean un hecho en la comu­nidad presente. Jesús mismo describió su presencia con los dis­cípulos como un banquete de bodas, oponiéndose a la tristeza del ayuno practicado por los discípulos de Juan y los fariseos (9,14-15).

La unión simbolizada por el banquete es la amistad (cf. 9,15: «los amigos del novio»). Este es el vínculo que une a los miem­bros de la comunidad, y que se expresará en la eucaristía.



v. 12. Unica petición que incluye una exigencia para la comuni­dad. La partícula griega hôs indica motivo («que/ya que») más que comparación («como») El perdón del Padre está condicionado al perdón mutuo, expresión del amor. Quien se cierra al amor de los otros se cierra al amor de Dios que se manifiesta en el perdón. En este pasaje y en 5,14s Mt no emplea el término «pecados», sino «deudas» o «fallos», porque en el evangelio, «los pecados» repre­sentan el pasado que queda borrado con la adhesión a Jesús (cf. 9,6). La división en la comunidad impide la presencia en ella del amor del Padre. Se pide, pues, la manifestación continua de ese amor, aduciendo por motivo la práctica del amor que se traduce en el perdón mutuo. «Los deudores» incluyen a los enemigos y perseguidores (5,43ss). La comunidad pretende vivir la perfección a que Jesús la exhortaba (5,48).



v. 13. «No nos dejes ceder a la tentación», lit. «no nos hagas en­trar/no nos introduzcas»... El arameo no distingue entre las for­mas «hacer» y «dejar hacer». El sentido permisivo está exigido por el paralelo con la frase siguiente (omitida por Lc 11,4). El sentido es: «haz que no entremos (cedamos/caigamos) en tenta­ción» o, de modo más castellano, «no nos dejes ceder a la ten­tación» (cf. 26,41).

«Tentación» no lleva artículo en el original. No se trata, por tan­to, de una tentación única y determinada. El término remite a las tentaciones de Jesús en el desierto, único lugar donde en Mt ha apa­recido antes este tema. Allí, «el diablo» o «Satanás» era llamado «el tentador»; aquí, «el Malo» (cf. 5,37); la tentación es su obra. La relación con la escena del desierto aclara el sentido de «tenta­ción» en este pasaje: se refiere a las mismas que experimentó Jesús. Aquéllas pretendían desviar su mesianismo e impedir la li­beración del hombre; Jesús, sin embargo, respondió a cada una de ellas con un texto sin carácter mesiánico, aplicable a todo hombre. El Mesías es «el Hombre», como quedó expresado en la escena del bautismo (3,16). La comunidad puede experimentar en su misión, que continúa la de Jesús, las mismas tentaciones que éste: la del ateísmo práctico, usando de sus dones para propio beneficio, sin atender al plan de Dios (4,3); la del providencialismo que hace caer en la irresponsabilidad (4,6) y, sobre todo, la de la gloria y el poder (4,8s). Ceder a esta última equivaldría a prestar home­naje a Satanás (4,9) renunciando a la misión liberadora.

La tentación del brillo y del poder se opone frontalmente a la primera y última bienaventuranzas. Es la opción por la pobreza y, con ella, la renuncia al brillo y al poder, la que hace inmunes a la tentación. El Malo es la personificación del poder mundano, que excita la ambición. Que el Padre no permita que la comunidad ceda a sus halagos es la petición final del Padrenuestro. Lo con­trario seria la ruina de la comunidad de Jesús.



vv. 14-15. Insiste Jesús en la necesidad del perdón. La unión en la comunidad es condición esencial de su existencia, pues sólo ella asegura la experiencia del amor del Padre. No es que Dios se niegue a perdonar; es el hombre que no perdona quien se hace in­capaz de recibir el amor.



COMENTARIO 2

Jesús alerta a los suyos acerca del tipo de disposición con que se debe llegar al Padre, en el momento de la oración. En esos instantes se hace preciso un profundo recogimiento, para que esta comunión se convierta en una verdadera toma de conciencia y no en un acto de exhibición, donde sean más importantes los rituales que la transparencia espiritual. Es precisamente esta transparencia espiritual la que dispone a hacer la voluntad de Dios.

Para los judíos entregados al legalismo, el mayor de los absolutos era el cumplimiento de la Ley. La Ley era la mediación entre Dios y los hombres. Si ésta no se guardaba, era imposible pensar en la salvación. Esto comenzó a establecer distancias entre Jesús y la oficialidad judía del Templo. Eran dos visiones contradictorias en la manera de ver y sentir al ser humano. Para Jesús la Ley debía estar al servicio del ser humano y no viceversa.

Jesús trató de situar a su comunidad en el corazón del Reino, estableciendo en ella valores de justicia que reflejaran la voluntad del Padre. En la medida en que la justicia fuera siendo aceptada, el Padre sería más plenamente santificado y se cumpliría mejor su voluntad. Para Jesús el acontecimiento del Reino no está pensado en el más allá si no que tiene que comenzar aquí. Por eso hay que pensar en cómo obtener el pan cotidiano y en cómo dar y obtener el perdón de toda deuda, para que así pueda haber fraternidad y nivelación social. Así mismo, hay que pedirle a Dios nos ayude a destruir el egoísmo, que nos lleva a entregarnos en manos del Maligno, fuerza negativa que se afianza en el poder y que destruye toda fraternidad.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


13. 2002

v. 9 Propone Jesús el modelo de petición:

«Padre nuestro»: nueva relación de los discípulos con Dios, que no es solamente individual, sino comunitaria. Son los hijos, o los ciudadanos del reino, los que se dirigen al Padre, que es su rey. La mención de este Padre eclipsa la de todo padre humano, él es el único que merece ese nombre. La conducta de este Padre es la que guía la de los discípulos (5,48).

«Padre» es el nombre de Dios en la comunidad cristiana, el único que aparece en esta oración. Pronunciarlo supone el com­promiso de portarse como hijos, reconocerlo por modelo, como fuente de vida y de amor. El término «Padre» se aplicaba a Dios en el AT (Jr 3,19; cf. Ex 4,22; Dt 14,1; Os 11,1), pero su sentido era muy diferente, pues el «padre» en la cultura judía era ante todo una figura autoritaria.

La expresión «que estás en los cielos» («del cielo») no separa al Padre de los discípulos; indica solamente la trascendencia y la invisibilidad de Dios.

El Padre nuestro se divide en dos partes (6,9-10.11-13). La pri­mera tiene como centro al Padre (tu nombre, tu reinado, tu designio); la segunda, a la comunidad (nuestro, dánoslo, etc.). En la primera parte la comunidad pide por la extensión del reino a la humanidad entera. En la segunda lo hace por sí misma.


v. 9b «Proclámese ese nombre tuyo». «El nombre» es un semitismo que designa a la persona en cuanto es designable, es decir, según un aspecto que la caracteriza; supone, por tanto, la manifestación, que, en el caso de Dios, se realiza por su actividad en la historia. Así, en este contexto designa a Dios que obra como Padre, según su calidad expresada en la invocación. «Santificar» es un semitismo; en 1 Pe 3,15 se usa este verbo en el sentido de «reconocer» («en vuestro corazón, reconoced al Mesías como Señor) y el mismo tiene en este pasaje «Reconocer» corresponde a la manifestación indicada por «el nombre» El uso de agiazô añade, sin embargo al reconocimiento el sentido de la trascendencia implicado en la raíz "santo" Es el reconocimiento de una realidad excelente y distinta. Para expresar de algún modo este matiz puede utilizarse el verbo «proclamar» que incluye la idea de exaltación. De hecho, esta frase es paralela de 5,16 «glorifiquen» [los hombres] a vuestro Padre del cielo)" a través de las obras de los discípulos que realizan la acción del Padre en la historia.


La comunidad pide, por tanto, que la humanidad reconozca a Dios como Padre; por el paralelo con 5,16, sin embargo, es ella la que tiene que obtener, con su actividad, ese reconocimiento. La petición supone, por tanto, el compromiso de la comunidad a rea­lizar las «buenas obras» (5,16; cf. 5,7-9) y pide la eficacia de su actividad en el mundo. No se encierra en sí misma. La experiencia de Dios como Padre de que ella goza, quiere que se extienda a todos los hombres. Antes que pensar en sí misma, la comunidad se preocupa por la humanidad que la rodea.


v. 10a «Llegue tu reinado». El contenido de esta petición formu­la lo mismo de manera diversa. El reinado de Dios, del que ya tiene experiencia (5,3.10), debe extenderse a todo hombre. Dado que la puerta del reino es la primera bienaventuranza, la comu­nidad pide la aceptación del mensaje de Jesús, que funda el rei­nado de Dios. Al mismo tiempo, ella es la que, con su modo de vida, hace presente en el mundo ese mensaje (5,12: profetas). Im­plícitamente pide su fidelidad al mensaje de las bienaventuranzas y a la práctica de la actividad que requiere, por la que se va creando la nueva sociedad y va dando ocasión a la liberación de los hombres.


v. 10b «Realícese en la tierra tu designio del cielo». El gr. the­lêma manifiesta una voluntad concreta que puede referirse al in­dividuo o a la historia. La frase formula nuevamente la anterior («llegue tu reinado»; por eso se omite en Lc 11,2); significa, por tanto, el cumplimiento del designio histórico de Dios sobre la humanidad, anunciado en 5,18.

El término «designio» incluye dos momentos, la decisión y la ejecución, a los que corresponden las especificaciones «en el cielo, en la tierra». La decisión está tomada en el cielo (Dios), pero tiene que ejecutarse en la tierra. La frase significa, pues, «realícese en la tierra el designio que tú has decidido en el cielo». La pre­posición «como» del original indica el deseo de que ese designio se realice exactamente como está decidido.

La comunidad vuelve a pedir por el mundo; su primera preocu­pación es la misión que Jesús le confía.

Las tres primeras peticiones tienen igual contenido. La expe­riencia de vida impulsa a desear que esa vida se extienda. Sólo después pasa el grupo cristiano a preocuparse de sí mismo.


v. 11 «Pan del mañana» o «venidero»: griego epiousion, que, según Orígenes, no se encontraba en la literatura ni en la lengua hablada; lo consideraba acuciado por los evangelistas para traducir un texto arameo. San Jerónimo, por su parte, dudaba de su significado y lo tradujo en latín de manera diferente en Mt 6,11 (supersubstantialem) y en Lc 11,3 (quotidianum), sin apoyo alguno en la realidad lingüística del tiempo. El mismo afirma, sin embargo, haber encontrado en el evangelio de los Hebreos (en arameo), como traducción de epiousion, manar = «del ma­ñana», «futuro». De hecho, la forma femenina (té epiousé) se usaba en griego para indicar el día siguiente, «mañana». Por otra parte, Jesús recomienda a sus discípulos abandonar toda preocupación por el ali­mento necesario (6,25.31-32) y les pide que no se preocupen tampoco por el mañana (6,34). Epiousion ha de denotar, por tanto, un futuro diferente del simple «mañana». En la traducción egipcia bohaírica y en el uso litúrgico de la Iglesia copta, lo mismo en copto que en árabe, se conserva hasta hoy la traducción «nuestro pan del mañana». La in­terpretación puede considerarse, por tanto, como segura.


«Pan», semitismo por «alimento» (cf. Gn 18,5-8). «El pan del mañana» o «venidero» alude al banquete mesiánico en la etapa final del reino (8,11), cuya etapa histórica se realiza en el grupo de discípulos («nuestro pan»). Se pide, por tanto, que la unión y alegría propias de la comunidad final sean un hecho en la comu­nidad presente. Jesús mismo describió su presencia con los dis­cípulos como un banquete de bodas, oponiéndose a la tristeza del ayuno practicado por los discípulos de Juan y los fariseos (9,14-15).

La unión simbolizada por el banquete es la amistad (cf. 9,15: «los amigos del novio»). Este es el vínculo que une a los miem­bros de la comunidad, y que se expresará en la eucaristía.


v. 12 Unica petición que incluye una exigencia para la comuni­dad. La partícula griega hôs indica motivo («que/ya que») más que comparación («como») El perdón del Padre está condicionado al perdón mutuo, expresión del amor. Quien se cierra al amor de los otros se cierra al amor de Dios que se manifiesta en el perdón. En este pasaje y en 5,14s Mt no emplea el término «pecados», sino «deudas» o «fallos», porque en el evangelio, «los pecados» repre­sentan el pasado que queda borrado con la adhesión a Jesús (cf. 9,6). La división en la comunidad impide la presencia en ella del amor del Padre. Se pide, pues, la manifestación continua de ese amor, aduciendo por motivo la práctica del amor que se traduce en el perdón mutuo. «Los deudores» incluyen a los enemigos y perseguidores (5,43ss). La comunidad pretende vivir la perfección a que Jesús la exhortaba (5,48).


v. 13 «No nos dejes ceder a la tentación», lit. «no nos hagas en­trar/no nos introduzcas»... El arameo no distingue entre las for­mas «hacer» y «dejar hacer». El sentido permisivo está exigido por el paralelo con la frase siguiente (omitida por Lc 11,4). El sentido es: «haz que no entremos (cedamos/caigamos) en tenta­ción» o, de modo más castellano, «no nos dejes ceder a la ten­tación» (cf. 26,41).

«Tentación» no lleva artículo en el original. No se trata, por tan­to, de una tentación única y determinada. El término remite a las tentaciones de Jesús en el desierto, único lugar donde en Mt ha apa­recido antes este tema. Allí, «el diablo» o «Satanás» era llamado «el tentador»; aquí, «el Malo» (cf. 5,37); la tentación es su obra. La relación con la escena del desierto aclara el sentido de «tenta­ción» en este pasaje se refiere a las mismas que experimentó Jesús. Aquéllas pretendían desviar su mesianismo e impedir la li­beración del hombre; Jesús, sin embargo, respondió a cada una de ellas con un texto sin carácter mesiánico, aplicable a todo hombre. El Mesías es «el Hombre», como quedó expresado en la escena del bautismo (3,16). La comunidad puede experimentar en su misión, que continúa la de Jesús, las mismas tentaciones que éste: la del ateísmo práctico, usando de sus dones para propio beneficio, sin atender al plan de Dios (4,3); la del providencialismo que hace caer en la irresponsabilidad (4,6) y, sobre todo, la de la gloria y el poder (4,8s). Ceder a esta última equivaldría a prestar home­naje a Satanás (4,9) renunciando a la misión liberadora.

La tentación del brillo y del poder se opone frontalmente a la primera y última bienaventuranzas. Es la opción por la pobreza y, con ella, la renuncia al brillo y al poder, la que hace inmunes a la tentación. El Malo es la personificación del poder mundano, que excita la ambición. Que el Padre no permita que la comunidad ceda a sus halagos es la petición final del Padrenuestro. Lo con­trario sería la ruina de la comunidad de Jesús.


vv. 14-15 Insiste Jesús en la necesidad del perdón. La unión en la comunidad es condición esencial de su existencia, pues sólo ella asegura la experiencia del amor del Padre. No es que Dios se niegue a perdonar; es el hombre que no perdona quien se hace in­capaz de recibir el amor.


COMENTARIO 2

La especificidad de la oración cristiana (del mismo modo que la de la limosna y el ayuno) surge de su comparación con la práctica del fariseísmo de la época como se determina en el pasaje anterior y posterior (vv. 1-6 y vv. 16-18) pero recibe una segunda delimitación que se origina en su confrontación con la oración de los paganos.

En este ámbito, la práctica de éstos puede ser considerada como la “multiplicación de palabras” señalado por el v.7 en dos ocasiones: “palabreros” y “hablar mucho”. La acción, designada de este modo, se origina en el intento de influir y asegurarse con ella la respuesta de Dios.

Dios es considerado en esta concepción como un soberano arbitrario que puede ser influenciado por la multiplicación de la insistencia para conceder el objeto de la petición.

Jesús, por el contrario, revela el verdadero rostro de Dios que nos obliga a abandonar ese marco de comprensión.

Si Dios es “el Padre de ustedes”, (v. 8) la oración debe inscribirse en un contexto de confianza personal y en una actitud de abandono en su querer, ligado por esa intimidad a las necesidades de la comunidad. “El Padre sabe lo que les hace falta, antes que se lo pidan” (v. 8).

Esta íntima conexión de los intereses de Dios y de la comunidad está en el centro de la oración que Jesús propone a sus discípulos. Ella nace de la invocación al “Padre”, interesado en todo lo que concierne a su familia y al que la comunidad puede reconocer como Nuestro.

Su condición de Padre origina una invocación que no es fruto de una relación impersonal o el recurso a una tercera persona, sino la interpelación a un tú cercano, cuyos intereses son también los intereses de la comunidad. Por ello toda la primera parte de la forma de oración tiene por finalidad el establecimiento de las condiciones que afectan al reconocimiento del Padre en el mundo y en la historia. De ahí que la petición tiene por objeto todo aquello que se refiere a tu Nombre, tu Reino, tu Voluntad.

La sucesión de los verbos “que sea santificado”, “que venga”, “que se haga” ponen en primer plano tres aspectos de una misma realidad. La santidad de Dios debe impregnar toda la realidad creada, Dios debe hacer realidad su soberanía en la historia humana y su voluntad debe concretarse en una aceptación por parte de todos de ese querer divino.

Sólo entonces la plegaria puede puntualizar el ámbito de la búsqueda de los intereses más concretos de los orantes que no se sienten personas aisladas sino integrantes de una comunidad. Por ello la oración está marcada por un “nuestro” o un “nosotros”, referidos a todo “lo que les hace falta” (v.8). Entre esas cosas se mencionan el alimento, la creación de un ámbito de perdón recibido y ofrecido, la victoria sobre el mal en la propia existencia. Por ello se mencionan el “pan del mañana para el presente”, el “perdón de las deudas” el “no caer en la tentación” y la liberación “del Maligno”.

De esta forma la comunidad podrá ser signo concreto de la actuación del Padre, comprometido íntimamente en la realidad comunitaria. La oración se convierte en profundización de la relación religiosa para concretar los intereses paternos que deben ser también los intereses filiales respecto a la realidad.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


14.

No por hablar mucho se va a lo más esencial: “la palabra no está para cubrir la verdad sino para decirla”(Henri-Fréderic) 

Constantemente, en nuestras disquisiciones y en el afán de instrumentalizar, la palabra olvidamos lo fundamental de ella: ser transmisores veraces de... 

-Adornamos el continente  con tanta parafernalia que nos diluye el contenido

-Incidimos en el despliegue de los medios eclipsando de plano los fines.

-Ponemos tanto énfasis en las formas que podemos llegar a obviar lo que nos aguarda dentro.

Cuando recéis no uséis muchas palabras”(Mt 6,7) nos dirá Jesús en la Eucaristía de hoy martes. No por expresarse con elocuencia  se reza más y mejor. Ni tampoco por ser pródigo en miles de palabras. Al revés “los rodeos son sinónimo de nuestra falta de verdad y sinceridad, de cobardía y de medias tintas”. Dios no es sordo pero oye demasiado ruído y no entiende composiciones que elevan nuestro “ego” pero que suenan a vacío y hueco, insípido y barroco.

  Frente al virus de la palabrería hemos de saber inyectar sobriedad en nuestras oraciones presentando con sencillez, sin tapujos y con clarividencia nuestra vida. ¿Acaso no nos entenderíamos mejor? ¿Dios no valoraría una oración tejida más desde la transparencia que desde la misma arrogancia?

La lógica y el quicio de la Palabra de DIOS es que cumple lo que promete.

El vicio y desquicio de la palabra humana son el prometer lo que, incluso a sabiendas, es incapaz de llevar a cabo.

Acostumbrados a una causa de golpe y efecto....la cuaresma –en y por nuestra oración- nos exige por el contrario paciencia, confianza y sinceridad no tanto en el  cómo rezamos” cuanto “en el qué rezamos”.

El que siembra vientos recoge tempestades” dice el viejo proverbio refiriéndose a la debilidad humana.

En cambio aquella otra PALABRA, cuando se pronuncia en nombre de quien la dijo:

-Se convierte en esperanza para el que la escucha

-Se hace camino para quien la toma como punto de referencia.

-Se va cumpliendo y haciendo visible en las actitudes de aquel que  la medita y la pone en práctica

Esa es la diferencia entre nuestra “palabrería barata” (que a veces nos cuesta cara) y aquella otra Palabra de DIOS. Con la nuestra intentamos vencer o convencer, herir o humillar, imponer o proponer , dialogar o guerrear, dar mil vueltas a la tortilla y escaparnos como las anguilas,  hablar o discutir, etc.

DIOS con su Palabra escasa y certera, pero menos interesada, nos muestra la veracidad de la misma: TODO POR EL HOMBRE SIN NECESIDAD DE QUE ESTE SE LO PIDA.

Os dejo, como punto final, este pensamiento anónimo.

Feliz jornada, con pocas palabras, pero llenas de contenido.

Javier

En tu vida no digas todo lo que sabes,
no hagas todo lo que puedes,
no creas todo lo que oyes,
no gastes todo lo que tienes.

 Porque.....
El que dice todo lo que sabe,
el que hace todo lo que puede,
el que cree todo lo que oye,
el que gasta todo lo que tiene,
muchas veces...
dice lo que no conviene,
hace lo que no debe,
juzga lo que no ve
y gasta lo que no puede.


15. DOMINICOS 2003

Fecundidad de obras y palabras

La fuerza de la celebración litúrgica en el día de hoy golpea a la conciencia humana, y pide al hombre que se examine y discierna cuál es su actitud ante la Palabra y Gracia de Dios.

Golpear la conciencia y mantenerla viva es de enorme importancia para el hombre, porque en ella aflora y se debate todo nuestro juego de fidelidades e infidelidades a Dios, a la convivencia cívica y fraterna, a las virtudes sociales y solidarias, a la justicia y a la caridad, a la piedad y religión.

Aunque haya multitud de aspectos que forman el tesoro de la persona humana, en ella sólo hay un ‘yo’ o conciencia responsable que asume la calidad de hijo de Dios, que vive en sociedad, buen samaritano, artista creador, paciente enfermo, empresario que da trabajo y pan...

Pensemos que a despertar ese ‘yo’ o conciencia responsable lanza el profeta Isaías la imagen de la lluvia del cielo que cae sobre nosotros como semilla de esperanza; la tierra sedienta que acoge en nosotros la lluvia y la semilla; la cosecha de frutos sabrosos que hacen rica al alma y reparten felicidad a todos. 

A lluvia del cielo se asemejan en nosotros la gracia, la Palabra, la germinación de una conciencia responsable puesta por Dios en la ‘arcilla primera’. Todos son dones que no vienen sobre nosotros para que los pisoteemos y malgastemos, sino para que los acojamos y den fruto.

A tierra sedienta se asemejan nuestra mente y corazón, si, abiertos al Espíritu, acogen la gracia y la Palabra, y no se vician ni deforman con egoísmo, afán de posesión u otras malas hierbas que matan u oscurecen la imagen del Creador.

A cosecha de frutos sabrosos se parecen, por ejemplo, la paz interior por las obras bien hechas, el dar gloria a Dios, el gozo de ayudar a otros a ser felices, el sentirse cada cual solidario en el trabajo, familia, bienestar social, fiesta, economía, justicia, religión...

Si carecemos de esa conciencia religiosa, cívica, social, solidaria, nosotros no vivimos con Dios y para los demás; nos encerramos en nosotros mismos, faltos de dimensión divina y de amistad humana, y languidecemos. Si ésa fuere la situación, rectifiquemos nuestra conducta y tratemos de ser en verdad ‘hombres nuevos’.

ORACIÓN:
Señor, impúlsanos con tu gracia en esta cuaresma y haz que tomemos conciencia de lo que somos ante Ti, hijos amados, y te hablemos en oración; que esté viva en nosotros la conciencia de ser solidarios y comprometidos con nuestros hermano; y que nos eduquemos con sensibilidad exquisita para saber vivir en justicia, amor y paz. Amén.
 
Palabra que es lluvia generosa

Profeta Isaías 55, 10-11:
“Así dice el Señor: como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven alli sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo”

Dios creó un orden de vida con acopio de agua, y el ciclo de las estaciones se desarrolla, aunque con variadas alternativas. Y ese mismo Dios nos creó con conciencia libre y responsable para que colaboremos con Él en otra armonía cívica, la humana: social, moral, religiosa, que haga felices a los mortales.

Evangelio según san Mateo 6, 7-15:
“Dijo Jesús a sus discípulos: Cuando oréis no uséis muchas palabras, como hacen los paganos. Ellos se imaginan que por hablar mucho les harán caso. Vosotros no seáis como ellos, pues vuestro Padre, antes que se lo pidáis, ya sabe lo que os hace falta. Vosotros rezad así: Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo...”

Examinemos esas palabras de Jesús y apreciaremos cómo Dios, antes de recibir nuestra palabra, ya está al tanto de nuestro quehacer y necesidades, pero quiere oírnos, y nos dará lo que nos convenga, tomándonos en sus manos. A Él la gloria.

Momento de Reflexión

La Palabra de Dios a mi conciencia ¿es como espada de doble filo?

¿Corta, raja, pulveriza todo lo que es semilla o fruto del mal? ¿Hace brotar obras de amor, obras de bien, en mi convivencia de justicia, amor y paz?
La Palabra de Dios, no lo dudemos, es palabra de padre, de amigo, de confidente, de animador, de testigo, de despertador de conciencia. Con autoridad espiritual nos convoca, ilumina, fuerza amorosamente. Pero de ordinario sabemos que no quiebra libertades ni aniquila personalidades. Grita a la conciencia, se queda como a la puerta, a la espera de ser percibida, recibida, cumplida.

¡Oh misterio de la libertad y la gracia! Dios construye su obra y ya no la destruye. En cierta forma, somos nosotros los que decidimos que una semilla sea o no fecunda.

¿Cuándo y cómo decidimos que la semilla sea fecunda? 

Cuando vivimos atentos a la voz, a la llamada, a los signos, a las necesidades, a la presencia del Señor, y nos dejamos ganar para Él. Quien vive alejado de Dios, de la realidad y de los hombres, como autosuficiente y pequeño dios, no se entera de nada, porque no quiere enterarse. ¡Sólo una gracia tumbativa le sacaría de su ensimismamiento funesto!

Y el modo como hacemos fecunda la semilla está muy relacionado con nuestra oración y nuestra sensibilidad y educación. Quien ora con el espíritu del Padre Nuestro abre sus ventanas al viento de la gracia, de la verdad... Quien ora al estilo del fariseo cierra toda posible comunicación con lo divino y con lo humano. Y quien reza para pedir o exigir a Dios que se haga la propia voluntad, no la de Dios, entra en una dinámica inadecuada, decepcionante, desesperante...

Dejarse fecundar por la Palabra y Orar con las palabras del Padre Nuestro son dos aspectos de una misma realidad: quien abre a Dios la puerta de su casa conversa con Él como con un amigo, y se compromete. Ése ¿soy yo? 


16.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: Señor, Tú has sido nuestro refugio de generación en generación. Desde siempre y por siempre Tú eres Dios (Sal 89,1-2).

Colecta (del misal anterior, y antes del Gregoriano): Señor, mira con amor a tu familia, y a los que moderan su cuerpo con la penitencia, aviva en su espíritu el deseo de poseerte.

Comunión: Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío; Tú, que en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración (Sal 4,2).

Postcomunión: Que esta Eucaristía nos ayude, Señor, a vencer nuestro apego a los bienes de la tierra y a desear los bienes del Cielo.

Isaías 55,10-11: Mi palabra no volverá a Mí vacía, sino que hará mi voluntad. Hemos de recibir la palabra de Dios con generosidad y colaborar con ella para que dé fruto abundante de santidad en nosotros y en los demás. Vino, primero por los profetas, luego por el Bautista y, finalmente, por el mismo Cristo: «Muchas veces y en muchas ocasiones habló Dios a nuestros Padres por ministerio de los profetas, últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo»: (Heb 1,1). Así comenta San Asterio, obispo de Amasea:

«Si pensáis emular a Dios, puesto que habéis sido creados a su imagen, imitad su ejemplo. Vosotros, que sois cristianos, que con vuestro mismo nombre estáis proclamando la bondad, imitad la caridad de Cristo...

«Pensad en los tesoros de su benignidad, pues habiendo de venir como hombre a los hombres, envió previamente a Juan como heraldo y ejemplo de penitencia y, por delante de Juan, envió a todos los profetas, para que indujeran a los hombres a convertirse, a volver al buen camino y a vivir una vida fecunda.

«Luego se presentó Él mismo y clamaba con su propia voz: “Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. ¿Y cómo acogió a los que escucharon su voz? Les concedió un pronto perdón de sus pecados, y los libró en un instante de sus ansiedades. La palabra los hizo santos, el Espíritu los confirmó, el hombre viejo quedó sepultado en el agua, el hombre nuevo floreció por la gracia. ¿Y qué ocurrió a continuación? El que había sido enemigo se convirtió en amigo, el extraño resultó ser hijo, el profano vino a ser sagrado y piadoso» (Homilía 13).

En este tiempo cuaresmal hemos de leer con más frecuencia la Sagrada Escritura y escuchar en los sermones y pláticas el mensaje de Dios a nuestra alma y ponerlo en práctica. Así la Palabra de Dios no volverá a Él vacía.

–Con el Salmo 33 invocamos al Señor en nuestra pobreza y angustia, pues Él es siempre rico y generoso para los que lo invocan con fe:  «Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias. Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostros no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias. Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos; pero el Señor se enfrenta con los malhechores para borra de la tierra su memoria. Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias; el Señor está cerca de los abatidos».

Mateo 6,7-15: Vosotros rezad así. La oración ocupa un puesto privilegiado en la Cuaresma. Tenemos necesidad de orar. El Señor nos dio ejemplos de oración y nos enseñó el modo de hacerlo. Pasaba las noches en oración, nos dice el Evangelio. Oigamos a San Cipriano:

«Los preceptos evangélicos, queridos hermanos, no son otra cosa que las enseñanzas divinas, fundamentos que edifican la esperanza, cimientos que corroboran la fe, alimentos del corazón, garantía para la obtención de la salvación: ellos instruyen en la tierra a las mentes dóciles de los creyentes y los conducen a los reinos celestiales...

«El Hijo de Dios, entre todos los demás saludables consejos y divinos preceptos con los que orientó a su pueblo para la salvación, le enseñó también la manera de orar, y, a su vez, Él mismo nos instruyó y aconsejó sobre lo que teníamos que pedir. El que nos dio la vida nos enseñó también a orar, con la misma benignidad con la que da y otorga todo lo demás, para que fuésemos escuchados con más facilidad, al dirigirnos al Padre con la misma oración que el Hijo nos enseñó.

«...¿pues qué oración más espiritual puede haber que la que nos  fue dada por Cristo, por quien nos fue enviado también el Espíritu Santo, y qué plegaria más verdadera ante el Padre que la que brotó de los labios del Hijo, que es la Verdad?... Oremos, pues, hermanos queridos, como Dios, nuestro Maestro, nos enseñó. A Dios le resulta amiga y familiar la oración que se le dirige con sus mismas palabras, la misma oración de Cristo, que llega a sus oídos» (Tratado sobre el Padrenuestro 1-3).


17. DOMINICOS 2004

"Mi Palabra no volverá a mí vacía"

La luz de la Palabra de Dios
1ª Lectura: Isaías 55,10-11
Como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven allá sin empapar la tierra, sin fecundarla y hacerla germinar para que dé sementera al sembrador y pan para comer, así la palabra que sale de mi boca no vuelve a mí sin resultado, sin haber hecho lo que yo quería y haber llevado a cabo su misión.

Evangelio: Mateo 6,7-15
Al rezar, no os convirtáis en charlatanes como los paganos, que se imaginan que serán escuchados por su mucha palabrería. No hagáis como ellos, porque vuestro Padre conoce las necesidades que tenéis antes de que vosotros le pidáis».

«Vosotros rezad así: Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal».

«Porque si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre perdonará las vuestras».


Reflexión para este día
“Mi palabra no volverá a mi vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo”.
La Iglesia, en este tiempo de Cuaresma, nos insiste en la urgencia de la oración. Conversar, dialogar con Dios es una fuente de luz y de energía. Estar a la escucha de la Palabra de Dios es vital, exigente y comprometida. Los cristianos sabemos que la Palabra síntesis que Dios Padre nos dirige y propone tiene un nombre propio: Jesucristo. Dialogar con Jesús es abrirnos a la verdad, a la esperanza y al amor: A la vida. Así nos lo dice el mismo Jesús: “El que escucha mi palabra y la pone por obra fundamenta su existencia en roca; en eso conocerán todos que sois de los míos, en que os amáis como yo os he amado”.

Jesús mismo nos orienta en el camino de la oración con calidad. Quiere que nuestro encuentro oracional con “su Padre y nuestro Padre” sea una oportunidad de gracia para acoger su voluntad, su vida. Esa acción del Espíritu nos llena de vida, de amor y nos capacita para que sembremos esa vida, ese amor en el servicio a los hermanos.

Cuando los discípulos le piden al Señor que les enseñe a orar, Jesús acoge sus deseos y les enseña la oración por antonomasia: El Padre nuestro. A la luz de esta oración cristiana, podemos contrastar cómo oramos y qué pedimos a Dios en nuestra oración. Ese es el aviso, que Jesús hace a sus discípulos antes de enseñarles el Padre nuestro: “Cuando recéis no uséis muchas palabras como los paganos..; vuestro Padre sabe lo que os hace falta”. El Señor nos está indicando que no se trata de rezar mucho, sino de orar, conversar bien con el Padre. La calidad de nuestra oración cristiana se manifiesta en cómo interpretamos y amamos, hacemos el bien a los hermanos.


18. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Escribo a dos pasos de Haití. De ese país, líder en pobreza y sufrimiento, llegan las noticias de su enésima crisis. Los sentimientos de rabia y de impotencia no bastan para compartir la situación de los que más sufren. Entonces, ¿qué? La lista de los dolores humanos es tan extensa que no es fácil creer que sobre este mundo nuestro ha sido pronunciada una palabra de salvación que –como señala el profeta Isaías– no vuelve a Dios “sin haber producido su fruto”. ¿Cuántas veces hemos pensado que a base de Palabra de Dios no se arregla el mal que nos atrapa por todas partes? O, más crudamente: ¿Cuántas veces hemos creído que la Palabra de Dios es perfectamente inútil en el concierto de las necesidades humanas?

Quisiéramos hacer algo y nos estrellamos contra una realidad que no cambia. Quisiéramos rezar, y nos brotan palabras sin cuento, vacías, reiterativas. Quisiéramos, por lo menos, emocionarnos, pero ni siquiera somos ya dueños de nuestros sentimientos.

Nos queda siempre una terapia de choque pensada para discípulos “que no saben qué hacer, rezar o sentir”: la terapia del Padre Nuestro. Esta oración de Jesús cura nuestra ansiedad, nos conecta con la fuente de todo cambio (el Padre), purifica nuestras motivaciones, pide lo esencial, nos rearma moralmente para un compromiso sencillo y sostenido. El “Padre Nuestro” es la Palabra de Dios que, hecha palabra nuestra, nunca nos deja como estábamos. Es la oración del cambio posible y silencioso, la oración de los pobres. Al hombre orgulloso no le cabe en la boca.

Vuestro hermano en la fe:

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


19.

Comentario: Rev. D. Joaquim Fainé i Miralpech (Tarragona, España)

«Al orar, no charléis mucho, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis»

Hoy, Jesús —que es el Hijo de Dios— me enseña a mi a comportarme como un hijo de Dios. Un primer aspecto es el de la confianza cuando hablo con Él. Pero el Señor nos advierte: «No charléis mucho» (Mt 6,7). Y es que los hijos, cuando hablan con sus padres, no lo hacen con razonamientos complicados, ni diciendo muchas palabras, sino que con sencillez piden todo aquello que necesitan. Siempre tengo la confianza de ser escuchado porque Dios —que es Padre— me ama y me escucha. De hecho, orar no es informar a Dios, sino pedirle todo lo que necesito, ya que «vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo» (Mt 6,8). No seré buen cristiano si no hago oración, como no puede ser buen hijo quien no habla habitualmente con sus padres.

El Padrenuestro es la oración que Jesús mismo nos ha enseñado, y es un resumen de la vida cristiana. Cada vez que rezo al Padre nuestro me dejo llevar de su mano y le pido aquello que necesito cada día para llegar a ser mejor hijo de Dios. Necesito no solamente el pan material, sino —sobre todo— el Pan del Cielo. «Pidamos que nunca nos falte el Pan de la Eucaristía». También aprender a perdonar y ser perdonados: «Para poder recibir el perdón que Dios nos ofrece, dirijámonos al Padre que nos ama», dicen las fórmulas introductorias al Padrenuestro de la Misa.

Durante la Cuaresma, la Iglesia me pide profundizar en la oración. «La oración, el coloquio con Dios, es el bien más alto, porque constituye (...) una unión con Él» (San Juan Crisóstomo). Señor, necesito aprender a rezar y a sacar consecuencias concretas para mi vida. Sobre todo, para vivir la virtud de la caridad: la oración me da fuerzas para vivirla cada día mejor. Por esto, pido diariamente que me ayude a disculpar tanto las pequeñas molestias de los otros, como perdonar las palabras y actitudes ofensivas y, sobre todo, a no tener rencores, y así podré decirle sinceramente que perdono de todo corazón a mis deudores. Lo podré conseguir porque me ayudará en todo momento la Madre de Dios.


20. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

Análisis

Ya habíamos escuchado, a principios de la Cuaresma parte de este texto. Los tres actos de la piedad judía eran releídos en clave cristiana: no debemos hacerlo como los hipócritas, es decir como los escribas y fariseos. La liturgia vuelve hoy al tema de la oración, pero incorpora el texto conocido como “el Padrenuestro”. Como sabemos, dentro del esquema “cuando ... no hagas como los hipócritas ... el Padre que ve en lo secreto...”. En ese contexto se agrega, un poco artificialmente, este texto que hoy tenemos. Pero aquí -para reafirmar lo evidente del agregado- hay que evitar hacer como hacen “los paganos” (ethnê). La característica, además, no es el querer ser vistos, sino el “hablar mucho”. El Padre no es “el que ve en lo secreto” sino el que sabe lo que necesitamos. El añadido es evidente. Mateo, que en la fuente de dichos (Q) ha encontrado el Padrenuestro (ver Lc 11,2-4) entiende que si Jesús había enseñado una oración, esta es un buen lugar para introducirla. No hay que orar como los hipócritas, tampoco como los paganos, sino como enseñó Jesús.

Al texto que recibe de Q, Mateo le introduce algunos añadidos de su propia mano como puede verse en la comparación de los textos. Lucas tiene mucha apariencia de ser más original.

Sería muy extenso comentar una a una las intenciones de esta oración, pero nos detendremos en lo fundamental.

Como es evidente, después de una introducción, el texto presenta dos partes muy marcadas: un primer grupo caracterizadas por el uso de la segunda persona del singular, tú, y un segundo grupo donde se destaca la primera persona del plural, nosotros.

A la oración original Padre, Mateo añade no sólo nuestro, sino -como es frecuente en él, la referencia a que está en los cielos (el término “cielos” se encuentra ¡82! veces en Mt, mientras que 18 en Mc, 35 en Lc, 18 en Jn, 26 en Hch, 11 en las cartas seguramente paulinas, 10 en las deuteropaulinas, y 73 en los restantes libros del NT. La predilección de Mateo es evidente). Ciertamente muchas de estas se ocupan en su predilecto “reino de los cielos”, pero es precisamente en reemplazo de “reino de Dios” que lo utiliza, precisamente porque Dios está “en los cielos” (ver 5,16.45; 6,1.9; 7,11.21; 10,32.33; 12,50; 16,17; 18,10. 14.19; ver también 11,25).

La oración, especialmente la primera parte, tiene una notable semejanza con oraciones judías conocidas como Qaddish, oraciones de la liturgia en la sinagoga. Jesús revela a Dios como Padre, y ya no de un grupo, sino de todos los seguidores de su Hijo, sus hermanos.

El nombre será santificado una vez concreta y puntual (el verbo está en aoristo que es el tiempo griego que remite a un momento), cuando todos vivan de acuerdo a la voluntad de Dios (Ez 36,23-27); la santidad de Dios y la de los suyos son frecuentemente presentadas en unidad en el AT. Esto no es sino la realización de su reino. Ese reino se concreta como buena noticia (Is 52,7) porque sólo Dios puede garantizar una paz duradera y perfecta. Este reino ya ha sido sembrado, pero aun no ha venido en plenitud; sólo se han manifestado anticipos de su presencia. Por eso se ha de pedir que “venga”, de un modo también definitivo (también en aoristo) que sólo puede concretar Dios; pero pedir que venga nos recuerda nuestra actitud de compromiso con ese reino. Nuevamente en aoristo se nos dice que se “haga tu voluntad”, por lo que no se refiere al hacer en la vida cotidiana esa voluntad, sino en la realización definitiva: la voluntad es la salvación (18,14), pero toda la vida de la humanidad se subordina a ese plan de salvación. Lo que ocurre en el cielo debe ocurrir también en la tierra, y quizás -así lo decía Orígenes- esta referencia a la tierra y al cielo deba referirse a las tres peticiones y no sólo a la tercera.

La segunda parte ya no es tan semejante a los escritos judíos, aunque no se separe de ellos. La petición del pan no es fácil de entender. El griego epiousíos sólo lo encontramos en este texto (y su paralelo de Lucas) y parece hablar del pan del día (o del día de mañana). Los que entienden que todo el padrenuestro es una oración escatológica tienen alguna dificultad en la lectura de este versículo, se referiría al pan del banquete definitivo del reino. El aoristo lo confirmaría. La eucaristía es presentada como anticipo de ese banquete. Pero esto revela una molestia con que una oración “tan espiritual” haga explicita referencia a algo tan “mundano” como el simple pan. Una mirada desprejuiciada invita -sencillamente- a pensar que Jesús nos invita a pedir el pan, sea el cotidiano, o el de mañana. El Dios que sabe lo que necesitamos no excluye la oración, y porque rezamos y pedimos, no debemos preocuparnos. La petición del perdón como perdonamos queda expresada en una parábola (18,23-35): el padre ha perdonado y es necesaria la reciprocidad de nuestra parte; siempre en aoristo, por lo que el perdón se supone un momento único y definitivo. Finalmente la referencia a la tentación también es única, se refiere a la tentación definitiva y se pide ser librados de ella. Por eso queda liberado del Maligno.

En el fondo, Mateo no pide sino una sola cosa: el Reino, por eso pide su consumación y nos enseña a prepararnos para recibirlo. Ese reino llegará definitivamente en la consumación, pero esa llegada es algo que debemos ir preparando, buscando, construyendo y pidiendo que se realice “en la tierra como (se realiza ya) en el cielo”.

Comentario

Con mucha frecuencia nuestras oraciones se transforman en largos discursos o interminables peticiones. ¿Es eso una verdadera oración? Jesús nos dice que Dios sabe lo que necesitamos, que no tenemos para qué hablar sin parar ya que esa es oración de paganos. En el contexto nos había dicho, además, que nuestra oración no debe ser como la de los (fariseos) hipócritas. La oración de los seguidores de Jesús es diferente.

Con toda razón Leonardo Boff ha llamado al Padre nuestro “la oración de la liberación integral”, allí esta “todo” lo que “necesitamos” y el Padre nos quiere dar. “El Padre ha querido darles el Reino” resume Lucas en otra parte, “busquen el reino y su justicia y todo lo demás será por añadidura” anota Mateo. El Reino de Dios es sencillamente la realización de la voluntad de Dios, y esta es que él y sólo él sea el Padre (primera parte del Padre nuestro) y que vivamos entre nosotros como verdaderos hermanos (segunda parte del padre nuestro); esto queda muy claro en la insistencia en el “tú” de toda la primera parte y el “nosotros” de la segunda; y esto tampoco es ajeno al doble y único mandamiento de amar a Dios y al prójimo. Pero esto no es algo que dependa exclusivamente de nosotros, es algo que debemos pedir a Dios para que nos lo “regale”.

En el fondo, la verdadera oración no es sino pedir y modelar el corazón para la realización de la voluntad de Dios (casi podemos decir que toda la oración del Nuevo Testamento se resume en decir y comprometernos en “hágase tu voluntad”), y trabajar con todas nuestras fuerzas para que esa voluntad se realice en los hermanos.


21.

Reflexión

Quisiera hoy centrar nuestra reflexión sobre el perdón. Ante todo debemos entender que el perdón no es un sentimiento, sino ante todo: UN ACTO DE LA VOLUNTAD. Cuando una persona nos ofende se crea en nosotros un “sentimiento” (generalmente de resentimiento pudiendo incluso llegar al odio) del cual, de manera ordinaria, no podemos tener control pues responde a una acción que toca un área “espiritual” (lo mismo podemos decir para el amor, la envidia, etc.). Este sentimiento se incrementará con la repetición de acciones semejantes a las que lo crearon y/o reaccionando de acuerdo al “impulso” natural de este sentimiento (en este caso sería la agresión); disminuirá, pudiendo llegar a desaparecer, con una respuesta contraria a la que el sentimiento genera. Perdonar es la decisión que el hombre toma de no reaccionar de acuerdo al sentimiento, sino por el contrario, buscar la acción que pueda ayudar a que esta desaparezca como puede ser una sonrisa, el servicio, la cortesía, etc.. Por ello el perdón exige renuncia… renuncia a nosotros mismos, a nuestro afán de venganza, a actuar conforme a nuestra pasión. En pocas palabras, perdonar es devolver bien a cambio de mal. Solo si nosotros perdonamos, no solo tendremos también el perdón de Dios, sino que experimentaremos la verdadera alegría de amar. NO es fácil… pero todo es posible con la gracia de Dios.

Que el Señor sea luz y lámpara para tu camino.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


22. Reflexionar sobre nuestra vida durante Cuaresma

La acción de Dios en la Cuaresma, de una forma muy particular, baja sobre todos los hombres para darnos a todos ya a cada uno una muy especial ayuda de cara a la fecundidad personal.

Autor: P. Cipriano Sánchez
Is. 55, 10-11
Mt. 6, 7-15

El tiempo de cuaresma, de una forma especial, nos urge a reflexionar sobre nuestra vida. Nos exige que cada uno de nosotros llegue al centro de sí mismo y se ponga a ve cuál es le recorrido de la propia vida. Porque cuando vemos la vida de otras gentes que caminan a nuestro lado, gente como nosotros, con defectos, debilidades, necesitadas, y en las que la gracia del Señor va dando plenitud a su existencia, la va fecundando, va haciendo de cada minuto de su vida un momento de fecundidad espiritual, deberíamos cuestionarnos muy seriamente sobre el modo en que debe realizarse en nosotros la acción de Dios. Es Dios quien realiza en nosotros el camino de transformación y de crecimiento; es Dios quien hace eficaz en nosotros la gracia.

La acción de Dios se realiza según la imagen del profeta Isaías: así como la lluvia y a la nieve bajan al cielo, empapan la tierra y después da haber hacho fecunda la tierra para poder sembrar suben otra vez al cielo.

La acción de Dios en la Cuaresma, de una forma muy particular, baja sobre todos los hombres para darnos a todos ya a cada uno una muy especial ayuda de cara a la fecundidad personal.

La semilla que se siembra y el pan que se come, realmente es nuestro trabajo, lo que nosotros nos toca poner, pero necesita de la gracia de Dios. Esto es una verdad que no tenemos que olvidar: es Dios quien hace eficaz la semilla, de nada serviría la semilla o la tierra si no fuesen fecundadas, empapadas por la gracia de Dios.

Nosotros tenemos que llegar a entender esto y a no mirar tanto las semillas que nosotros tenemos, cuanto la gracia, la lluvia que las fecunda. No tenemos que mirar las semillas que tenemos en las manos, sino la fecundidad que viene de Dios Nuestro Señor. Es una ley fundamental de la Cuaresma el aprender a recibir en nuestro corazón la gracia de Dios, el esfuerzo que Dios está haciendo con cada uno de nosotros.

Jesucristo, en el Evangelio también nos da otro dinamismo muy importante de la Cuaresma, que es la respuesta de cada uno de nosotros a la gracia de Dios. No basta la acción de la gracia, porque la acción de la gracia no sustituye nuestra libertad, no sustituye el esfuerzo que tiene que brotar de uno mismo. Cristo nos pone guardia sobre la autosuficiencia, pero también sobre la pasividad. Nos dice que tenemos que aprender a vivir la recepción de la gracia en nosotros, sin autosuficiencia y pasividad.

Contra la autosuficiencia nos dice el Señor en el Evangelio: “No oréis como oran los paganos que piensan que con mucho hablar van a ser escuchados”. Jesús nos dice: “tienen que permitir que su corazón se abra, que tu corazón sea el que habla a Dios Nuestro Señor. Porque Él, antes de que pidas algo, ya sabe que es lo que necesitas”. Pero al mismo tiempo hay que cuidar la pasividad. A nosotros nos toca actuar, hacer las cosas, nos toca llevar las situaciones tal y como Dios nos lo va pidiendo. Esto es, quizá, un esfuerzo muy difícil, muy serio, pero nosotros tenemos que actuar a imitación de Dios Nuestro Señor. De Nuestro Padre que está en el Cielo. Este camino supone para todos nosotros la capacidad de ir trabajando apoyados en la oración.

Escuchábamos el Salmo que nos habla de dos tipos de personas: “ Los ojos del Señor cuidan al justo y a su clamor están atentos a sus oídos; contra el malvado, en cambio esta el Señor, para borrar de la tierra su recuerdo”. Si nosotros aprendiéramos a ver así todo el trabajo espiritual, del cual la Cuaresma es un momento muy privilegiado. Si aprendiéramos a ver todo esto como un trabajo que Dios va realizando en el alma y que al mismo tiempo va produciendo en nuestro interior un dinamismo de transformación, de confianza, de escucha de Dios, de camino de vida; un dinamismo de acercamiento a los demás, de perdón, de apertura del corazón. Si esto lo tuviésemos claro, también nosotros estaríamos realizando lo que dice el Salmo: “el Señor libra al justo de sus angustias”.

¿Cuántas veces la angustia que hay en el alma, proviene, por encimo de todo, de que nosotros queremos ser quien realiza las cosas, las situaciones y nos olvidamos de que no somos nosotros, sino Dios? ¿Pero cuántas veces también, la angustia viene al alma porque queremos dejarle todo a Dios, cuando a nosotros nos toca poner mucho de nuestra parte? Incluso, cuando a nosotros nos toca poner algo que nos arriesga, que nos nos compromete; algo que nos hace decir: ¿será así o no será así?, y sin embargo yo sé que tengo que hacerlo. Es la semilla que hay que sembrar.

Cuando el sembrador, tiene una semilla y la pone en el campo, no sabe qué va a pasar con ella. Se fía de la lluvia y de la nieve que le va a hacer fecundar. ¿Cuántas veces a nosotros nos podría pasar que tenemos la semilla pero preferimos no enterrarla, preferimos no fiarnos de la lluvia, porque si falla, qué hacemos?

Sin embargo Dios vuelve a repetir: “ El Señor libra al justo de todas sus angustias” ¿Cuáles son las angustias? ¿De autosuficiencia? ¿De pasividad? ¿De miedo? Aprendamos en esta Cuaresma permitir que el Señor llegue a nuestro corazón y encuentre en él una tierra que es capaz de apoyarse plenamente en Dios, pero al mismo tiempo, capaz de arriesgarse por Dios Nuestro Señor.


23. Martes de la primera semana de Cuaresma

Ayuda de los Ángeles Custodios

Los Ángeles Custodios tienen la misión de ayudar a cada hombre a alcanzar su fin sobrenatural, por lo tanto, los auxilian contra todas las tentaciones y peligros, y traen a su corazón buenas inspiraciones.

I. San Mateo termina la narración de las tentaciones de nuestro Señor con este versículo: Entonces lo dejó el diablo, y los ángeles vinieron y le servían (Mateo 4, 11). Es doctrina común que todos los hombres, bautizados o no, tienen su Ángel Custodio. Su misión comienza en el momento de la concepción de cada hombre y se prolonga hasta el momento de su muerte. San Juan Crisóstomo afirma que todos los ángeles custodios concurrirán al juicio universal para “dar testimonio ellos mismos del ministerio que ejercieron por orden de Dios para la salvación de cada hombre” (Catena Aurea) En los Hechos de los Apóstoles encontramos numerosos pasajes en que se manifiesta la intervención de estos santos ángeles, y también la confianza con han sido tratados por los primeros cristianos (5, 19-20; 8, 26; 10, 3-6). Nosotros hemos de tratarles con la misma confianza, y nos asombraremos muchas veces del auxilio que nos prestan, para vencer en la lucha contra los enemigos.

II. Los Ángeles Custodios tienen la misión de ayudar a cada hombre a alcanzar su fin sobrenatural, por lo tanto, los auxilian contra todas las tentaciones y peligros, y traen a su corazón buenas inspiraciones. Son nuestros intercesores, nuestros custodios, y nos prestan su ayuda cuando los invocamos. Nuestro Ángel Custodio nos puede prestar también ayudas materiales, si son convenientes para nuestro fin sobrenatural o para el de los demás. No tengamos reparo en pedirle su favor en las pequeñas cosas materiales que necesitamos cada día, como por ejemplo, encontrar estacionamiento para el coche. Especialmente pueden colaborar con nosotros en el trato de las personas que nos rodean y en el apostolado. Hemos de tratarle como a un entrañable amigo; él siempre está en vela y dispuesto a prestarnos su concurso, si se lo pedimos. Y al final de la vida, nuestro Ángel nos acompañará ante el tribunal de Dios.

III. Para que nuestro Ángel nos preste su ayuda es necesario darle a conocer, de alguna manera, nuestras intenciones y deseos, puesto que no puede leer el interior de la conciencia como Dios. Basta con que le hablemos mentalmente para que nos entienda, o incluso para que llegue a deducir lo que no somos capaces de expresar. Por eso debemos tener un trato de amistad con él; y tenerle veneración, puesto que a la vez que está con nosotros, está siempre en la presencia de Dios. Hoy le pedimos a la Virgen, Regina Angelorum, que nos enseñe a tratar a nuestro Ángel, particularmente en esta Cuaresma.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


24.

LECTURAS: IS 55, 10-11; SAL 33; MT 6, 7-15

Is. 55, 10-11. Es Voluntad del Padre que todas las cosas creadas tengan a Cristo por Cabeza. Y ¿qué debemos hacer para actuar como Dios quiere?: creer en Aquel que Él envió. Todo el que crea en Él no será condenado. Y Dios no ha reservado su salvación para unos cuantos, sino que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Para cumplir con esta voluntad soberana del Padre, el Hijo tomó nuestra naturaleza humana, proclamó la Buena Nueva de la salvación no sólo con sus palabras, sino también con sus obras y con su vida misma, convirtiéndose así, para nosotros, en el Evangelio viviente del Padre. Él ha buscado todo lo que se había perdido; como el Buen Pastor buscó la oveja descarriada hasta encontrarla y vuelve a la Casa Paterna, no con las manos vacías, sino llevando consigo a todos los hombres de buena voluntad, que le aceptan como Camino, Verdad y Vida. La Iglesia de Cristo continúa con esa misma misión en el mundo: conducir a todos los hombres a la plena unión con Cristo, para participar en Él y sólo por Él, de la salvación, de la vida y de la gloria que a Cristo le corresponde como herencia y como a Hijo unigénito del Padre. ¿Habrá sido fecunda en nosotros la Palabra de Dios, transformando nuestra vida de pecadora en justa? Esta Cuaresma debe convertirse en un tiempo especial de gracia, en el que no sólo escuchemos la voz de Dios, sino en que su Palabra dé abundantes frutos de salvación en nosotros.

Sal. 33. Quien confíe en el Señor saltará de gusto, pues jamás se sentirá decepcionado. Hagamos la prueba y veremos qué bueno es el Señor para con nosotros. Pero no podemos confesar nuestra fe y confianza en el Señor sólo con los labios, o buscando sus beneficios para alejarnos de Él cuando nos conceda lo que le pedimos. Si en verdad creemos en el Señor no podemos reducir nuestra fe sólo al asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. Mientras no nos adhiramos personalmente a Dios; mientras no hagamos nuestra su vida; mientras no manifestemos con nuestras buenas obras la vida nueva que de Dios hemos recibido, no podremos decir que somos sinceros en nuestra fe en Él. En esta Cuaresma el Señor nos invita a confiar en Él; a dejarnos conducir por su Espíritu. Sólo quien lo haga podrá llegar, no por su propio esfuerzo, sino por la obra de Dios en el hombre, a la perfección a la que hemos sido llamados, y que se inicia en el Misterio Pascual de Cristo, mediante el cual nuestros pecados han sido perdonados y se nos ha comunicado la misma vida de Dios, haciéndonos hijos suyos por nuestra fe que nos une a su Hijo, Cristo Jesús.

Mt. 6, 7-15. No hay otro camino de oración cristiana que Cristo. Sea comunitaria o individual, vocal o interior, nuestra oración no tiene acceso al Padre más que si oramos en el Nombre de Jesús. La santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios como nuestro Padre. Por eso, antes que nada necesitamos convertirnos de nuestros pecados para unirnos, con un corazón indiviso, a Cristo. Quien se atreva a dirigirse al Padre en Nombre de Jesús, pero con el corazón manchado por la maldad, difícilmente podrá ser escuchado. Y no sólo hemos de ponernos en paz con Dios; también hemos de ponernos en paz con nuestro prójimo, no sólo perdonándole, sino aceptándole nuevamente en nuestro corazón, como Dios nos perdona y nos acepta como hijos suyos. La oración del Padre nuestro, que hoy nos enseña Jesús, no es sólo un llamar Padre a Dios y esperar de su providencia sus dones. Es, antes que nada, un compromiso que nos lleva a caminar en el amor como hijos suyos y a compartir los dones de Dios: su Santidad, su Reino, su Voluntad salvadora, su Pan, su Perdón, su Fortaleza para no dejarnos vencer por la tentación y su Victoria sobre el malo, con todos aquellos que nos rodean, y que no sólo consideramos como nuestros prójimos, sino como hermanos nuestros. Por eso pidámosle al Señor que, en esta Cuaresma, nos dé un corazón renovado por su Espíritu, para que en verdad nos manifestemos como hijos suyos por medio de nuestras buenas obras.

El Señor nos reúne en la celebración de esta Eucaristía como un Padre que tiene en torno suyo a sus hijos. Dios nos quiere libres de toda división. Nos quiere santos, como Él es Santo. Tal vez vengamos con infinidad de peticiones y con la esperanza de ser escuchados por el Señor. ¿Venimos con el corazón en paz con Dios y en paz con el prójimo? Por eso, antes que nada nos hemos de humillar ante el Señor Dios nuestro, siempre rico en misericordia para con todos. Reconozcamos nuestras culpas y pidámosle perdón a Dios con un corazón sincero, dispuesto a retornar a Dios y a dejarse guiar por su Espíritu. Vengamos libres de todo odio y de toda división. Vengamos como hermanos que viven en paz y que trabajan por la paz. Y no sólo vivamos esa unidad querida por Cristo con los miembros de su Iglesia que nos hemos reunido en esta ocasión, sino con todas las personas, especialmente con aquellas con las que entramos continuamente en contacto en la vida diaria. Amemos a todos como Cristo nos ha amado a nosotros.

La Palabra que Dios ha pronunciado sobre nosotros no puede quedar infecunda en nuestra propia vida. Dios nos quiere como criaturas nuevas; más aún, nos quiere como hijos suyos, amados por Él por nuestra fidelidad a su voluntad. Así, transformados en Cristo, el Señor nos quiere enviar para que vayamos al mundo a procurar que su Palabra salvadora llegue a todos los hombres. Esta es la misión que Él nos confía. Y cuando volvamos nuevamente a reunirnos en torno al Señor para celebrar la Eucaristía, no podemos venir con las manos vacías. La Iglesia tiene como misión hacer que nuestro mundo sea fecundo en buenas obras. Ganar a todos para Cristo es lo que está en el horizonte final de nuestra fe en el Señor. Esta cuaresma debe despertar en nosotros no sólo el deseo de volver a Cristo, sino el deseo de darlo a conocer a todos para que todos no sólo lo invoquen, sino que lo tengan en verdad por Padre. Llevar a Cristo a los demás no sólo debe ser una tarea evangelizadora con las palabras. Si no sabemos compartir con los demás nuestros bienes, si no trabajamos para que desaparezca el mal en el mundo difícilmente podremos decir que somos el Reino y Familia de ese Dios que no sólo se nos manifiesta como Padre, y que nos quiere como hijos suyos fraternalmente unidos por el amor.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de abrir nuestro corazón a la escucha fiel de su Palabra, para meditarla amorosamente y para que, entendiéndola, fortalecidos con el Espíritu Santo podamos producir abundantes frutos de salvación para el bien de todos. Amén.

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25. El Padre sabe lo que te hace falta

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez


Is 55, 10-11
Mt 6, 7-15

Cuaresma es el tiempo de conversión del corazón. Cuaresma es el tiempo de regreso a Dios. Esto tendría que inquietarnos para ver si efectivamente estamos regresando a Dios no solamente las cosas que Él nos ha dado, sino si nosotros mismos estamos regresando a Dios.

Podríamos decir que cada uno de nosotros es un don de Dios para uno mismo; la vida es un don que Dios nos da. ¿Cómo estamos regresando ese don a Dios? Esta conversión del corazón, ese regresar a Dios, ese volver a poner a Dios en el centro de la vida, ¿cómo lo estoy haciendo? ¿Hasta qué punto puedo decir que realmente nuestro Señor está recibiendo de mí lo que me ha dado?

Cuando nos enfrentamos con nuestra vida, con nuestros dolores, con nuestras caídas, con nuestras miserias, con nuestros triunfos y gozos, podría darnos miedo de que no estuviésemos en la condición de dar al Señor lo que Él espera de nosotros. Miedo de que no estuviésemos en la situación de regresar, con ese corazón convertido, todo lo que el Señor nos ha dado a nosotros.

Jesús en el Evangelio dice: “El Padre sabe lo que les hace falta antes de que se lo pidan”. Dios nuestro Señor sabe perfectamente qué es lo que necesitamos en ese camino de conversión hacia Él. Sabe perfectamente cuáles son los requerimientos interiores que tiene nuestra alma para lograr una verdadera conversión del corazón.

Yo me pregunto si a veces no tendremos miedo de este conocimiento que Dios tiene de nosotros. ¿No tendremos miedo, a veces, de que el Señor puede llegar a conocer lo que necesitamos?

Sin embargo, debemos dejar que el alma se abra a su mirada. En la oración que el Señor nos enseña en el Evangelio y que repetimos en la Misa: “Padre nuestro, que estás en los cielos”, nos llama a confiar plenamente en el Señor, a pedirle que Él sea santificado y que venga a vivir en nosotros su Reino. Es la oración de un corazón que sabe pedir a Dios lo que Él le dé y que se abre perfectamente para que el Señor le diga lo que necesita.

¡Cuántas veces a nosotros nos puede faltar esto! Deberíamos exigirnos que nuestra vida vuelva a Dios con una confianza plena; que se adhiera a Dios sólo y únicamente como el único en quien de veras se puede confiar.

Creo que ésta podría ser una de las principales lecciones de conversión del corazón.

¿Qué es lo que nosotros estamos dándole a Dios en nuestra existencia? ¿Con qué fecundidad estamos dándole a Dios en nuestra vida? Si al examinarnos nos damos cuenta de que nos faltan muchos frutos, si al examinarnos nos damos cuenta de que no tenemos toda la fecundidad que tendríamos que tener, no tengamos miedo, Dios sabe lo que necesitamos, y Dios sabe qué es lo que en cada momento nos va pidiendo. ¿Por qué si Dios lo sabe, no dejarme totalmente en sus manos? ¿Por qué, entonces, si Dios lo sabe, no ponerme totalmente a su servicio en una forma absoluta, plena, delicada?

Precisamente esto es la auténtica conversión del corazón. La conversión del corazón en la Cuaresma no va a ser hacer muchos sacrificios; la conversión del corazón en la Cuaresma es llegar al fondo de nosotros y ahí abrirnos a Dios nuestro Señor y ponernos ante Él con plenitud.

Vamos a pedirle a Dios que sepamos regresarle todo lo que nos ha dado, que sepamos hacer fecundo en nuestro corazón ese don que es nuestra vida cotidiana, ese don que somos nosotros mismos para cada uno de nosotros. Que esa sea nuestra intención, nuestra oración y sobre todo, el camino de conversión del corazón.


26. ARCHIMADRID 2004

DE LA METAFÍSICA A LA ORACIÓN DE TODOS LOS DÍAS

“Así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mi vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo”. Cuando estudiando teología se nos decía, por primera vez, que el Ser de Dios se identificaba con su Esencia, uno no sabía muy bien a qué se hacía referencia. Y es que, según dicen los sabios, las certezas metafísicas se alcanzan mediante la intuición (es decir, la auténtica penetración intelectual de las cosas) y, por tanto, resulta muy difícil el poner ejemplos concretos. Sin embargo (y ésta es la paradoja), es la propia experiencia la que nos va certificando lo auténtico de esas “certezas”. Me explico (y pido perdón por el “excursus” filosófico). Cuando se es joven, uno está convencido de que, con el tiempo, pondrá por obra sus deseos y sus ilusiones. Conforme pasan los años, aunque esas sanas ambiciones no hayan desaparecido, sí que se van percibiendo las propias limitaciones personales. Es entonces cuando se va advirtiendo la necesidad de un “ser” que, verdaderamente, asuma en sí todas esas potencias en estado actual. Y ése no es otro sino Dios. Por eso, cuando el profeta Isaías pone en boca del Señor que su palabra se identifica con su voluntad, nos está diciendo que, efectivamente, eso se llevará a cabo inexorablemente. Muy distinto a nuestra experiencia humana, en donde lo que prometemos (¡y ocurre tantas veces!) no lo llevamos a efecto.

Hasta aquí la lección, y ahora la moraleja: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias”. Tener la confianza de que Dios nos escucha siempre debería suponer para nosotros el ser unos auténticos “ventajistas”. Creo que nada ni nadie en el mundo cuenta con algo tan eficaz como es la oración del cristiano. El que todos los días, y en el momento que nos parezca más oportuno, tengamos “línea directa” para entablar nuestro diálogo personal con aquél que lo puede todo, es de seres privilegiados. Y no se trata de falsas quimeras, o delirios de grandeza; se trata de algo muy real… tremendamente cierto. Y “lo tremendo” es que entramos en contacto directo con el misterio, que se nos hace tan asequible que casi podemos tocarlo con las manos. Poder dirigirnos a Dios, con la confianza con que nos dirigimos al mejor de nuestros amigos, es algo que a veces descuidamos y olvidamos. Dios no es un ser distante al que haya que solicitarle audiencia o, como ocurre con tantos divos del mundo, al que a duras penas podemos robarle un autógrafo como el mejor de los tesoros. Todo lo contrario, su firma la llevamos inscrita en el alma, y sólo espera, por nuestra parte, que le abramos la puerta de nuestros anhelos y ansiedades para darles respuesta. Sin embargo, ¿cómo ha de ser nuestra oración con Dios?

“Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros rezad así…”. El Padrenuestro es la oración por excelencia. Nos hemos imaginado tantas veces a los discípulos de Jesús viéndole cómo se recogía en oración; las noches que, voluntariamente, se apartaba de ellos para pasarlas rezando a su Padre; la necesidad imperiosa de hablar con Dios a solas… Pues bien, esos mismos discípulos le pidieron un día al Señor: “Enséñanos a rezar”. Y Jesús les respondió con el Padrenuestro. Podemos, por tanto, saber a ciencia cierta que, cuando recitamos esa oración, estamos usando el mismo procedimiento que empleó Jesús. ¡No hay otro!

Así pues, te invito a que, todos los días, te pongas en la presencia de Dios, y le invoques tal y como lo hizo el Señor delante de sus apóstoles… la “metafísica” de Isaías, una vez más, alcanzará la certeza que buscamos: “hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”.


27.

Comentario: Rev. D. Joaquim Fainé i Miralpech (Tarragona, España)

«Al orar, no charléis mucho, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis»

Hoy, Jesús —que es el Hijo de Dios— me enseña a mi a comportarme como un hijo de Dios. Un primer aspecto es el de la confianza cuando hablo con Él. Pero el Señor nos advierte: «No charléis mucho» (Mt 6,7). Y es que los hijos, cuando hablan con sus padres, no lo hacen con razonamientos complicados, ni diciendo muchas palabras, sino que con sencillez piden todo aquello que necesitan. Siempre tengo la confianza de ser escuchado porque Dios —que es Padre— me ama y me escucha. De hecho, orar no es informar a Dios, sino pedirle todo lo que necesito, ya que «vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo» (Mt 6,8). No seré buen cristiano si no hago oración, como no puede ser buen hijo quien no habla habitualmente con sus padres.

El Padrenuestro es la oración que Jesús mismo nos ha enseñado, y es un resumen de la vida cristiana. Cada vez que rezo al Padre nuestro me dejo llevar de su mano y le pido aquello que necesito cada día para llegar a ser mejor hijo de Dios. Necesito no solamente el pan material, sino —sobre todo— el Pan del Cielo. «Pidamos que nunca nos falte el Pan de la Eucaristía». También aprender a perdonar y ser perdonados: «Para poder recibir el perdón que Dios nos ofrece, dirijámonos al Padre que nos ama», dicen las fórmulas introductorias al Padrenuestro de la Misa.

Durante la Cuaresma, la Iglesia me pide profundizar en la oración. «La oración, el coloquio con Dios, es el bien más alto, porque constituye (...) una unión con Él» (San Juan Crisóstomo). Señor, necesito aprender a rezar y a sacar consecuencias concretas para mi vida. Sobre todo, para vivir la virtud de la caridad: la oración me da fuerzas para vivirla cada día mejor. Por esto, pido diariamente que me ayude a disculpar tanto las pequeñas molestias de los otros, como perdonar las palabras y actitudes ofensivas y, sobre todo, a no tener rencores, y así podré decirle sinceramente que perdono de todo corazón a mis deudores. Lo podré conseguir porque me ayudará en todo momento la Madre de Dios.


28.

Y al orar no empleéis muchas palabras como los gentiles, que se figuran que por su locuacidad van a ser escuchados. No seáis, pues, como ellos; porque bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis. Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los Cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo. El pan nuestro de cada día dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal. Pues si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre Celestial. Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados. (Mt 6, 7-15)

I. Jesús, hoy me enseñas el Padrenuestro, la oración más repetida por los cristianos de todos los tiempos. Tú quieres que aprendamos de Ti a hacer oración, a dirigirnos a Dios, y a tratarle como el que es: mi Padre. Un Padre Todopoderoso y de sabiduría infinita. Por eso me dices: bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis. Dios mío, Tú me conoces perfectamente, sabes lo que necesito en cada momento, pero quieres que te lo pida en la oración.

Padre nuestro que estás en los Cielos, sé que también estás en mi alma en gracia y en el sagrario. Estás cerca de mí: estás dentro de mí. ¿Trato de tenerte presente a lo largo del día, ofreciéndote todo lo que hago? Santificado sea tu nombre. ¿Qué puedo hacer yo para que tu nombre sea más conocido y más amado? ¿Qué ejemplo doy entre mis amigos, yo que llevo el nombre de tu Hijo, el nombre de cristiano?.

Venga tu reino: el reino de la paz entre los pueblos y entre las personas; el reino del amor y del servicio; el reino de la justicia, de la misericordia y de la solidaridad. ¿Cómo empiezo yo ese reino a mi alrededor? Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. ¿Qué quieres que haga? ¿Estoy buscando hacer mi voluntad o la tuya? ¿Son mis objetivos acordes con lo que Tú esperas de mí?

II. ¡De acuerdo!, lo admito: esa persona se ha portado mal; su conducta es reprobable e indigna; no demuestra categoría ninguna.
-¡Merece humanamente todo el desprecio!, has añadido.
-Insisto, te comprendo, pero no comparto tu última afirmación; esa vida mezquina es sagrada: ¡Cristo ha muerto para redimirla! Si Él no la despreció, ¿cómo puedes atreverte tú? (1).

El pan nuestro de cada día dánosle hoy. "Orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros". Una vez hecho nuestro trabajo, el alimento viene a ser un don del Padre; es bueno pedírselo y darle gracias por él Este es el sentido de la bendición de la mesa en una familia cristiana (2).

Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Jesús, a veces no es fácil perdonar, olvidar el daño que el otro me ha hecho. No me refiero a simples fallos, errores o malos entendidos. Me refiero a los que positivamente han ido a hacerme daño o a dejarme mal; a los que han ido a fastidiar a sabiendas, o que -pudiendo- no han hecho nada para evitarme un disgusto.

¡De acuerdo!, lo admito: esa persona se ha portado mal. Pero tú me has enseñado con tu vida y con tu muerte a perdonar. Muchas veces el odio procede de la ignorancia: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (3). Esa otra persona puede haber tenido una educación muy distinta a la mía; y sobretodo, Tú has muerto por ella. Si Él no la despreció, ¿cómo puedes atreverte tú?

Pues si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre Celestial. Jesús, ayúdame a imitarte a la hora de saber perdonar a los demás. Sólo entonces podré pedirte perdón por tantos pecados y faltas de amor a Ti que he cometido y cometo. Y no me dejes caer en la tentación, cualquiera que sea. Yo, por mi parte, intentaré no ponerme nunca en ocasión de pecar. Padre, puesto que soy tu hijo, líbrame de todo mal. Amén.
___________

Notas

1. Surco, 760.
2. Catecismo, 2384.
3. Lc 23, 34.

Meditación extraída de la colección “Una cita con Dios”, Tomo II, Cuaresma por Pablo Cardona.


29. Fray Nelson Martes 15 de Febrero de 2005
Temas de las lecturas: Mi palabra hará mi voluntad * Ustedes recen así.

1. Palabras y obras
1.1 La primera lectura nos presenta la imagen viva de la eficacia de la Palabra, de la cual dice Dios: "no volverá a mí sin resultado". Acerquémonos a esta imagen y descubramos su sabor y su fuerza nutritiva.

1.2 Nieve y lluvia "bajan del cielo". Pertenecen al ámbito de aquello que el hombre no domina. Son un regalo. Así es también la Palabra.

1.3 Hay que "empapar" la tierra para fecundarla. Así también la Palabra hace su obra "empapándonos", es decir: colmándonos interiormente, penetrándonos, llenando nuestros vacíos interiores. Cuanod esto permitimos a la Palabra nos fecunda y hace dar fruto.

1.4 Lluvia y nieve "vuelven" al cielo. Así también la Palabra: a nosotros llega y de nosotros sale. Viene sola pero no retorna sola, pues ha hecho posible el milagro del pan y de la semilla. La Palabra llega del cielo como enseñanza y vuelve al cielo como plegaria y como alabanza. En nuestras súplicas de hijos y en nuestra gratitud de redimidos habla la Palabra con la fuerza de sus frutos.

2. La perfecta oración
2.1 El catecismo de Juan Pablo II nos ofrece una preciosa reflexión sobre el Padrenuestro. Escuchemos textos tomados de los números 2765 a 2772.

2.2 La oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor Jesús. Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única; es la oración "del Señor". Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado: El es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración.

2.3 Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico. Como en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. Jesús no sólo nos enseña las palabras de la oración filial, sino que nos da también el Espíritu por el que éstas se hacen en nosotros "espíritu y vida" (Jn 6,63). Más todavía: la prueba y la posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre "ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!" (Ga 4,6). Ya que nuestra oración interpreta nuestros deseos ante Dios, es también "el que escruta los corazones", el Padre, quien "conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión en favor de los santos es según Dios" (Rm 8,27 ). La oración al Padre se inserta en la misión misteriosa del Hijo y del Espíritu.

2.4 Este don indisociable de las palabras del Señor y del Espíritu Santo que les da vida en el corazón de los creyentes ha sido recibido y vivido por la Iglesia desde los comienzos. Las primeras comunidades recitan la Oración del Señor "tres veces al día", en lugar de las Dieciocho Bendiciones de la piedad judía. Según la Tradición apostólica, la Oración del Señor está arraigada esencialmente en la oración litúrgica. En todas las tradiciones litúrgicas, la Oración del Señor es parte integrante de las principales Horas del Oficio divino. Este carácter eclesial aparece con evidencia, sobre todo, en los tres sacramentos de la iniciación cristiana.

2.5 En la Liturgia eucarística, la Oración del Señor aparece como la oración de toda la Iglesia. Allí se revela su sentido pleno y su eficacia. Situada entre la Anáfora (Oración eucarística) y la liturgia de la Comunión, recapitula, por una parte, todas las peticiones e intercesiones expresadas en el movimiento de la epíclesis, y, por otra parte, llama a la puerta del Festín del Reino que la comunión sacramental va a anticipar.

2.6 En la Eucaristía, la Oración del Señor manifiesta también el carácter escatológico de sus peticiones. Es la oración propia de los "últimos tiempos", tiempos de salvación que han comenzado con la efusión del Espíritu Santo y que terminarán con la Vuelta del Señor. Las peticiones al Padre, a diferencia de las oraciones de la Antigua Alianza, se apoyan en el misterio de salvación ya realizado, de una vez por todas, en Cristo crucificado y resucitado.

2.7 De esta fe inquebrantable brota la esperanza que suscita cada una de las siete peticiones. Estas expresan los gemidos del tiempo presente, este tiempo de paciencia y de espera durante el cual "aún no se ha manifestado lo que seremos" (1Jn 3,2). La Eucaristía y el Padre Nuestro están orientados hacia la venida del Señor, "¡hasta que venga!" (1Co 11,26 ).


30.  SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Cada experiencia eclesial poco a poco va configurando su propio Padrenuestro como expresión particular de su propósito discipular. Cada una de estas expresiones guardan relación con el sentido ético y espiritual que se encuentra “escondido” dentro del Padrenuestro. Algunas “pistas” exegéticas nos ayudarán a encontrar fundamentos de esta ética propuesta por Jesús a su comunidad discipular.

La oración se divide en dos partes. En la primera que titulamos “Padre nuestro”, las peticiones se refieren a las actividades de Dios en general, y la segunda que llamamos “Pan nuestro” reflejan clamores de comunidades insatisfechas, atrevidas y llenas de compasión. El primer grupo de peticiones representan el deseo de que el reino escatológico de Dios sea establecido, y el segundo grupo se dirige a las necesidades de comunidades empobrecidas y endeudadas, y a las experiencias que anticipan el proyecto del pan compartido y de la comunión re-establecida.

Las tres primeras peticiones se refieren al tema de la soberanía divina. La primera, que el nombre de Dios sea santificado significa que la gloria del nombre en sí, y por lo tanto la gloria de quien lo lleva, sea revelada. Esta gloria suele identificarse con el poder de Dios que actúa por la liberación y la redención de su pueblo, y en ese sentido también se refiere al establecimiento del reinado de Dios. La segunda, es una oración que clama específicamente por el advenimiento del reino de Dios y manifiesta una comunidad expectante y en marcha por su instauración. La tercera, alude a la voluntad de Dios, refuerza la imagen de Dios en su soberanía activa, y el cielo y la tierra como el ámbito de la autoridad de Dios. No sólo expresa sometimiento al gran poder de Dios, sino también consentimiento al cumplimiento de su voluntad, de acuerdo con la santidad del nombre de Dios y el establecimiento del reino. No es resignación, sino volverse a Dios con esperanza , expectativa y anhelo.

La petición del pan es la primera de las peticiones “nuestras”. Revela una comunidad insatisfecha, cuyo derecho a comer todos los días y a sostener la vida con dignidad ha sido negado; y acude entonces a la solidaridad y la providencia divina. La solicitud a Dios por el pan comunitario trae a la memoria el don de Dios del cumplimiento escatológico y su presencia-cuidado constante de su pueblo. Esta memoria alimenta la lucha diaria por la economía solidaria que hace verdad el “pan nuestro”.

La petición del perdón de “nuestras” deudas con relación a Dios, así como en la comunidad se perdonan mutuamente las deudas, manifiesta el terrible drama del endeudamiento que lleva a la esclavitud en la sociedad greco-romana. Dios atiende esta petición si la comunidad vive la tradición jubilar del perdón mutuo de deudas lo que da pie para que en ella se establezca una economía alternativa a la imperante. Es una petición que apunta al anticipo de la propuesta del Reino como el establecimiento de una sociedad justa e igualitaria.

La última petición debe entenderse en un contexto de anticipación y transición, en el que aún se ora por la venida del reino escatológico de Dios, pero en el que los acontecimientos que marcan su impacto sobre la experiencia humana ya han sido proclamados. La “tentación”, o con más exactitud la “prueba”, hace referencia al tiempo del juicio tradicionalmente asociado con el final de los tiempos, y al “malvado” (o “mal” en el sentido de un poder virtualmente personificado) se refiere a aquello contra quien se lucha en la batalla por la soberanía final de Dios y de su proyecto de Vida.

El “Padre Nuestro” y el “Pan Nuestro” son las dos caras de una misma moneda. Dios es el Dios de la vida no solo porque la da y la quita cuando quiere, sino porque Dios es Pan. Es Pan y es Vida porque es Amor. Es la manera más completa, más profunda y más sencilla de percibir y sentir a Dios. El Dios de la vida, percibido como amor-pan comunitario se coloca en contraposición a las estructuras sociales que producen hambre, pobreza, injusticia, dolor social. La ausencia del amor-pan es manifestación de la ausencia de Dios. Hambre de Dios es hambre de humanidad y hambre de humanidad es hambre de pan-amor: hambre de Dios. Esta síntesis Dios-Pan-Amor es expresada en los diversos “padrenuestros” elaborados en las comunidades eclesiales populares en América Latina. Veamos algunos de ellos.

PADRE NUESTRO (fragmento)
Letra y música de Alfonso Franco

Padre nuestro, tú que pintas
el mundo en sus mil colores,
Padre nuestro, tú que alivias
del pueblo nuestros dolores.

Santificado estás tú
en el arado y el surco
que nos dan sus bendiciones,
santificado estás siempre
en los hombres y mujeres
que se entregan por los pobres.

Venga a nosotros tu reino
tu reino está entre nosotros
en los sueños florecidos
Venga a nosotros tu reino
tu reino está entre nosotros
en los dones compartidos
venga a nosotros tu reino.

Cambia el corazón de piedra
de los que matan futuros
en nombre de su verdad,
somos pródigos perdidos
allana nuestros caminos
para hacer tu voluntad.

Que el pan para los de abajo
no sea el mendrugo que sobre
y los frutos del trabajo
Banquete para los hombres.
Perdona nuestras ofensas
no hagas cuenta de las deudas
de esta injusta sociedad,
con tierna mano corrige
los traspiés y las caídas
al hacer comunidad.

Venga a nosotros tu reino…

Líbranos del conformismo,
del odio, del consumismo
y de la despótica crueldad;
danos fuerza en el camino
danos valor y optimismo
y a la vida en flor cantar.

(Tomado de: “En la mesa de la vida. Canciones de las comunidades cristianas. Bogotá, Dimensión Educativa, 1992)


PADRE NUESTRO JUBILAR

Padre Nuestro
que estás en nuestro camino,
anunciado sea tu nombre a los oprimidos,
pobres, endeudados y desplazados.
Ayúdanos a construir tu Reino a través de tu libertad,
el perdón y la misericordia.
Que tu voluntad se manifieste en la unión del pueblo,
en el juego de los niños,
en aquellos que cierran su corazón a la caridad
y en las tardes de los ancianos que se reúnen a soñar.
Danos la oportunidad de compartir más que el pan de cada día.
Enséñanos a perdonar nuestras deudas,
a sentir el dolor del hermano y arrepentirnos de todo corazón.
Que no caigamos en la tentación de acumular,
guardar mezquindades y callar ante la injusticia.
Líbranos de la desesperanza, del rencor y del egoísmo.
Amén.

(Experiencias Bíblicas Ecuménicas, Bogotá, 2000)