SÁBADO DE CENIZA

 

Libro de Isaías 58,9-14.

Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: "¡Aquí estoy!". Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía. El Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan. Reconstruirás las ruinas antiguas, restaurarás los cimientos seculares, y te llamarán "Reparador de brechas", "Restaurador de moradas en ruinas". Si dejas de pisotear el sábado, de hacer tus negocios en mi día santo; si llamas al sábado "Delicioso" y al día santo del Señor "Honorable"; si lo honras absteniéndote de traficar, de entregarte a tus negocios y de hablar ociosamente, entonces te deleitarás en el Señor; yo te haré cabalgar sobre las alturas del país y te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob, porque ha hablado la boca del Señor.

Salmo 86,1-6.

Oración de David. Inclina tu oído, Señor, respóndeme, porque soy pobre y miserable;
protégeme, porque soy uno de tus fieles, salva a tu servidor que en ti confía.
Tú eres mi Dios: ten piedad de mí, Señor, porque te invoco todo el día;
reconforta el ánimo de tu servidor, porque a ti, Señor, elevo mi alma.
Tú, Señor, eres bueno e indulgente, rico en misericordia con aquellos que te invocan:
¡atiende, Señor, a mi plegaria, escucha la voz de mi súplica!


Evangelio según San Lucas 5,27-32.

Después Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y los escribas murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: "¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores?". Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
 

 

1ª LECTURA: Is 58. 9b-14

2ª LECTURA: Lc 5, 27-32 


 

1.

A Dios se llega por la justicia hacia los hermanos, el compromiso por hacerlos más libres, la aceptación de todos y la comunicación de bienes. Sólo de esta manera se transforma la persona y se realiza de acuerdo con los designios divinos; ésta, es también la única manera de reconstruir el pueblo del Señor.

MISA DOMINICAL 1990/05


2. DOMINGO/COMO-ES

En el evangelio de hoy, Jesús invita al publicano Levi-Mateo a seguirlo. Y el pecador se levanta, lo deja todo y va en seguimiento de Jesús. Le ofrece un gran banquete para celebrar su conversión. Conversión y alegría. Ese es también el tema de Isaías.

-Que tu gesto no sea nunca una amenaza, ni tus palabras expresen maldades... Comparte tu pan con el hambriento... Colma los deseos del desgraciado.

Como ayer, esas son unas sugerencias muy concretas que pueden ayudarnos en el esfuerzo que la cuaresma nos pide: poner suavidad y bondad en todas nuestras relaciones... estar atentos a los deseos de los demás... y a las necesidades de los desgraciados para hacerles más felices...

¿A quién puedo dar una alegría?

¿Quién espera algo de mí, a mi alrededor? Me detengo a interiorizar esas preguntas.

-Evita viajar en el día del «Sábado»... Evitar tratar de negocios en mi día Santo... Haz del «Sábado» tus delicias... Respeta el día consagrado al Señor.

Esas son también unas sugerencias muy precisas para una cuaresma: Valorizar a fondo nuestros «¡domingos!» -que han reemplazado el sabbat.

Dedicar un tiempo a la reflexión y a la oración.

Olvidar un poco nuestras preocupaciones, nuestros asuntos, demasiado humanos para considerar los asuntos de Dios.

¿No debiera yo aprovechar ese tiempo de cuaresma para reconsiderar cómo paso mis domingos?. ¿Son éstos un tiempo «fuerte» de mi vida cristiana y de mi vida familiar? ¿Practico el «deber de sentarme» del que habla el evangelio (Lc 14, 28). Me detengo a reflexionar, a leer, a rezar?

¿Aprovecho el domingo para dedicarlo a los que amo: mi familia, mis amigos, Dios? ¿Es la misa del domingo el núcleo y centro de toda mi semana? ¿Procuro asimilar la Palabra de Dios? ¿De mi misal o de la Hoja dominical repaso los textos de la misa del domingo? ¿Soy puntual? ¿Mi misa es un encuentro con Dios, un escuchar a Dios, una comunicación con El? ¿Es la cumbre de mi vida humana? Mi conducta, mis compromisos de toda la semana ¿quedan iluminados por mi misa dominical?

Entonces, encontrarás tu «alegría» en el Señor...

Serás como huerto bien regado... Como un manantial...

Levantarás las ruinas... Edificarás.

Imágenes de expansión y de felicidad, de fecundidad y de vida.

Siempre la misma idea: Dios no quiere el esfuerzo y el sacrificio por sí mismos. Dios quiere el sacrificio para el gozo y la alegría

Ayúdanos, Señor a considerar la renuncia y la conversión siempre de ese modo: positivamente.

Que me sacrifique durante la cuaresma, pero sin amargura, sin una tristeza y siempre libremente.

-Tales son las palabras del Señor.

¿Cómo es posible que la cuaresma aparezca a muchos, hoy todavía, como un tiempo de restricción, de disminución, de menoscabo? Efectivamente, la hemos desfigurado al adoptar unas «caras de viernes», cuando en realidad es un tiempo de vitalidad, de promoción, de crecimiento.

¡Tiempo de la energía, sí! ¡Tiempo de la amargura, no!

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 3
PRIMERAS LECTURAS PARA ADVIENTO - NAVIDAD
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 100 s.


3.

JC tiene una misión bien definida: reunir a los pecadores a su alrededor y ofrecerles su intimidad. La entrega al Señor da felicidad, su seguimiento, un nuevo sentido a nuestra vida. Por eso resulta doloroso que haya quien quiera impedir que esa felicidad pueda llegar a todos los hombres.

MISA DOMINICAL 1990/05


2-2.

Comer juntos constituía en aquel tiempo el signo más evidente y más valioso de amistad y comunión, no sólo en un nivel sencillamente humano, sino en el mismo plano religioso. Por eso, los judíos evitaban el contacto en la comida con los miembros pecadores de su pueblo. Jesús se ha comportado de una forma diferente: no sólo ha llamado a Leví, el publicano; no sólo ofrece el perdón a los que entonces eran pecadores, sino que ha compartido con ellos su amistad y su comida. Por muy humana que parezca su actitud, por misericordioso que su gesto pueda presentarse, constituye ante los ojos de Israel causa de escándalo: ¡Jesús se ha colocado en el lugar de Dios, llevando el signo de su gracia y comunión a los perdidos y culpables de esta tierra! Recordemos que estas comidas con los pecadores son un signo y anticipación de la fiesta del banquete pleno (el reino); en ellas se ha hecho visible la nota peculiar del mensaje de Jesús, es decir, el ofrecimiento del perdón y la instauración de un nuevo tipo de relaciones con Dios y con el prójimo (¡he venido a llamar a los pecadores!). Por todo eso, los judíos que han llevado a Jesús hasta el Calvario, acusándole de blasfemia (romper el orden de Dios en la tierra), le han comprendido mejor que aquéllos que sólo han visto en su mensaje una especie de bondad universal y de cariño sentimental entre los hombres.

Recordemos, finalmente, que todo el texto se encuentra formulado en una perspectiva eclesial: los judíos acusan a los publicanos y pecadores. Esto significa que la actitud de Jesús ha continuado en la iglesia y se ha convertido para ella en un signo de su novedad y de su gracia. Yo me preguntaría simplemente: ¿se puede dirigir aquella vieja acusación a los discípulos de hoy día? ¿Se caracterizan los cristianos por el hecho de romper todas las barreras, creando fraternidad y comunión (comiendo) con los hombres perdidos de esta tierra? Es más: ¿se nos podría lanzar esa acusación a cada uno de nosotros? Quizá Jesús no tenga necesidad de defendernos, como defendía a sus viejos discípulos (5, 31), pues nosotros hemos preferido abandonar su senda.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1268 s.


4.

Conversión y alegría: hay que cambiar de vida y celebrar ese cambio festivamente.

-Jesús, saliendo de una casa, en Cafarnaúm, vio a un publicano, cuyo nombre era Leví, sentado al telonio...

Recaudaba los impuestos a cuenta del ejército de ocupación.

Habitualmente el evangelio junta las dos palabras "publicanos y pecadores": que son casi equivalentes a la frase actual: "explotador público". Leví sería un hombre rico: sus bolsillos se llenaban a expensas del pueblo humilde, antes de llenar las arcas del Estado.

-Y le dijo: "Sígueme." Jesús no se ajusta a las clasificaciones hechas de una sola pieza. Se atreve a elegir para apóstol a uno de esos pecadores mal vistos. Le llama, le invita a cambiar de vida.

Y, ¿yo creo que todo hombre puede cambiar? ¿Doy oportunidades a todos? ¿Creo en mi propia posibilidad de conversión?

-Leví, dejándolo todo, se levantó y le siguió.

Dejar "todo".

Para seguir a Jesús.

De hecho, ¿he renunciado yo a algunas cosas para seguir a Cristo? ¿Qué me retiene?

¿Qué debo dejar para seguirte, Señor? ¿Qué me impide seguirte realmente? La cuaresma debería ser un tiempo de purificación, de soltar lastre. Desprenderme de lo que me embaraza. Concentrarme en lo esencial.

-Leví le ofreció un gran banquete en su casa, con asistencia de gran multitud de publicanos y otros que estaban recostados, junto a la mesa, con los discípulos.

¡He aquí un ejemplo de renuncia festiva! Lo deja todo para seguir a Jesús. Pero sin ninguna morosidad especial: ofrece un banquete, un gran festín ¡para celebrar su gran renuncia a "todo"! Festeja su conversión y su vocación. ¡Viva la vida! ¡Viva la alegría! Cuando ayunes, perfúmate la cabeza. Cuando tú renuncias a ti mismo quédate contento.

-Los fariseos y sus escribas recriminaban...

Pasan el tiempo en eso: ... en recriminar, en gemir, en deplorar.

-¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores? ¡Ya está! Ya han colocado la etiqueta del menosprecio: "publicanos y pecadores".

Lo esencial de su religión era, precisamente, el preservarse, el separarse, el juzgar desde lejos y desde arriba...

-"No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos, y no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores a penitencia..."

Gracias, Señor. Ten piedad de mí, Señor.

Si yo no tuviera esta tu promesa, creo que me habría desanimado pronto ante lo que descubro ya en esta cuaresma.

Lo que pasa en el fondo es que algunos de mis hábitos me satisfacen y tus invitaciones a "cambiar de vida" ¡me estorban! ¡Esta cuaresma me estorba, Señor! Sí, soy un pecador/a.

Sí, me resisto a tus llamadas. Siento con dolor mis limitaciones. ¿Llegaré a vivir una cuaresma mejor? Cuento contigo, Señor. Mi voluntad tiene necesidad de curación.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 1
EVANG. DE ADVIENTO A PENTECOSTES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 104 s.


5.

Seguimos escuchando lecturas del profeta Isaias que nos enseñan cuáles son los caminos de Dios, qué es lo que él quiere de nosotros en esta Cuaresma.

Si ayer era el ayuno el que se relativizaba, para que fuera acompañado de obras de caridad, hoy es la observancia del sábado, otro de los puntos fuertes de los judios, y que aquí aparece alabado, pero en un marco más amplio de vida de fe.

Se alaba lo que se hacía en este día del sábado: abstenerse de viajes, consagrar el día a la gloria de Dios, no tratar los propios negocios. O sea, que «el sábado sea tu delicia», o bien, que «el Señor sea tu delicia».

Pero esto lo sitúa el profeta en un contexto de otras actitudes que vuelven a incidir en la caridad fraterna y en la justicia social: desterrar la opresión y la maledicencia, partir el pan con el hambriento. Entonces sí, «brillará tu luz en las tinieblas y el Señor te dará reposo permanente» y te llamarán «reparador de brechas».

«Enséñame tus caminos». Siempre estamos aprendiendo. Es la invocación que cantamos en el salmo responsorial de hoy, pidiéndole que nos escuche y tenga misericordia de nosotros. Porque somos débiles y no acabamos nunca de entrar en el camino de la Pascua y de convertirnos a ella.

2. 

La llamada del publicano Mateo para el oficio de apóstol tiene tres perspectivas: Jesús que le llama, él que lo deja todo y le sigue, y los fariseos que murmuran.

Jesús se atreve a llamar como apóstol suyo nada menos que a un publicano: un recaudador de impuestos para los romanos, la potencia ocupante, una persona mal vista, un «pecador» en la concepción social de ese tiempo.

Mateo, por su parte, no lo duda. Lo deja todo, se levanta y le sigue. El voto de confianza que le ha dado Jesús no ha sido desperdiciado. Mateo será, no sólo apóstol, sino uno de los evangelistas: con su libro, que leemos tantas veces, ha anunciado la Buena Nueva de Jesús a generaciones y generaciones.

Pero los fariseos murmuran: «come y bebe con publicanos y pecadores». «Comer y beber con» es expresión de que se acepta a una persona. Estos fariseos se portan exactamente igual que el hermano mayor del hijo pródigo, que protestaba porque su padre le había perdonado tan fácilmente.

La lección de Jesús no se hace esperar: «no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan». «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos».

3.

a) Lo que el profeta dice con respecto al sábado -hay que observarlo, pero con un estilo de vida que supone bastantes más cosas- se nos dice hoy a nosotros con respecto a la Cuaresma. No se trata sólo de unos pocos retoques exteriores en la liturgia o en el régimen de comida. Sino de un estilo nuevo de vida. En concreto, una actitud distinta en nuestra relación con el prójimo, que es el terreno donde más nos duele.

Lo que Isaías pedía a los creyentes hace dos mil quinientos años sigue siendo válido también hoy:

- desterrar los gestos amenazadores: palabras agresivas, caras agrias, manos levantadas contra el hermano;

- desterrar la maledicencia: no sólo la calumnia, sino el hablar mal de los demás propalando sus defectos o fallos;

- partir el pan con el que no tiene, saciar el estómago del indigente.

Tenemos múltiples ocasiones para ejercitar estas consignas en la vida de cada día. No vale protestar de las injusticias que se cometen en Yugoslavia o en Ruanda, o del hambre que pasan en Etiopia o en Haití, si nosotros mismos en casa, o en la comunidad, ejercemos sutilmente el racismo o la discriminación y nos inhibimos cuando vemos a alguien que necesita nuestra ayuda. ¿Qué cara ponemos a los que viven cerca de nosotros? ¿no cometemos injusticias con ellos? ¿les echamos una mano cuando hace falta? Sería mucho más cómodo que las lecturas de Cuaresma nos invitaran sólo a rezar más o a hacer alguna limosna extra. Pero nos piden actitudes de caridad fraterna, que cuestan mucho más.

b) Siguiendo el ejemplo de Jesús, que come en casa del publicano y le llama a ser su apóstol, hoy nos podemos preguntar cuál es nuestra actitud para con los demás: ¿la de Jesús, que cree en Mateo, aunque tenga el oficio que tiene, o la de los fariseos que, satisfechos de sí mismos, juzgan y condenan duramente a los demás, y no quieren mezclarse con los no perfectos, ni perdonan las faltas de los demás?

¿Somos de los que catalogan a las personas en «buenas» y «malas», naturalmente según nuestras medidas o según la mala prensa que puedan tener, y nos encerramos en nuestra condición de perfectos y santos? ¿damos un voto de confianza a los demás? ¿ayudamos a rehabilitarse a los que han caído, o nos mostramos intransigentes? ¿guardamos nuestra buena cara sólo para con los sanos, los simpáticos, los que no nos crean problemas?

Ojalá los que nos conocen nos pudieran llamar, como decía Isaías, «reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas». O sea, que sabemos poner aceite y quitar hierro en los momentos de tensión, interpretar bien, dirigir palabras amables y tender la mano al que lo necesita, y perdonar, y curar al enfermo...

Es un buen campo en el que trabajar durante esta Cuaresma. Haremos bien en pedirle al Señor con el salmo de hoy: «Señor, enséñame tus caminos».

«Mira compasivo nuestra debilidad» (oración)

«Cuando destierres de ti la maledicencia, brillará tu luz en las tinieblas» (la lectura)

«Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad» (salmo)

«Convertíos a mí de todo corazón, porque soy compasivo y misericordioso» (aclamación al evangelio)

«No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 24-26


6.

El proyecto que Jesús de Nazaret ha planteado es el mismo proyecto de Dios, ahora encarnado -hecho carne- en la historia de los seres humanos. En este nuevo proyecto, la "religión", es decir, la práctica de ritos externos, ya no es la intermediaria necesaria para el cumplimiento de la voluntad de Dios; ahora la mediación necesaria y directa es la "misericordia", que compendia el amor y la justicia. Dios ha tenido misericordia de todo el género humano y ha llamado a hombres y mujeres sin distinción, para que le ayudemos en la obra misericordiosa de la implantación del Reino del Dios-misericordia.

Jesús ha llamado a su seguimiento a Leví recaudador de impuestos, quien era ilegal según lo prescribía la Ley de los judíos. Dios muestra su misericordia a este hombre y lo invita a que lo siga. Seguir a Jesús y aceptar su proyecto, es aceptar la invitación que el Padre nos hace a través de su Hijo, el amado. El Padre en su plan amoroso continúa mostrando su amor misericordioso por todos los hombres y mujeres de la tierra.

Jesús no ha venido por los sanos; ha venido por los enfermos. Él invita a todos aquellos que de una u otra manera desconfían en el plan misericordioso del Padre. Jesús le propone a Leví que se deje amar por Dios. Que deje que el Padre bueno le muestre su amor y su voluntad. Pero es necesario que frente al derramamiento del amor en él, Leví dé muestras de cambio, de conversión, para empezar a vivir una nueva vida. La historia de los regenerados por pura misericordia.

La Iglesia tiene que continuar siendo un espacio de misericordia dentro del ámbito mundial. Necesitamos transformar el mundo y sólo demostrando con la práctica de la misericordia en nuestra propia vida que Dios tiene un proyecto de amor para todos, sólo de esa forma podremos hacer que haya cambios cualitativos en la vida de la gente. Si la Iglesia perdiera su realidad de misericordia habría perdido también su misión en la historia.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


7.

La actitud de Jesús y su conducta en el manejo de las relaciones va muy en contravía de la experiencia litúrgica y social que había logrado el pueblo de Israel. El sentarse a la mesa es uno solo de esos ejemplos.

Los amigos de Jesús: pecadores y publicanos, son la ocasión que ha escandalizado a los que se tienen por lo más granado y puro de Israel. Para Jesús esta conducta, según se deduce de los evangelios, es básica e innegociable. El sentarse a la mesa preferentemente con los pecadores y marginados nos permite deducir una norma comportamental para nosotros hoy, tan dados a lo ligh, snob, influyente y manipulador en nuestras relaciones, que escogemos con lupa para que den la talla o no nos rebajen ante la mirada social.

Para Jesús no; la comida, ese momento social tan importante y teológicamente tan significativo (puede recordarnos una celebración eucarística), es compartida con los publicanos y pecadores. Esos son los amigos de Jesús, para ellos ha venido y con ellos celebra anticipadamente el banquete del Reino, donde se sientan de primeros los últimos...

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


8. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Valdría la pena que Henri Nouwen escribiera, en la línea de su famoso "hijo pródigo", otra magistral meditación a propósito de este cuadro de Caravaggio que nos evoca la palabra de hoy. Valdría la pena fijarse en la luz que modela las figuras, define los espacios y determina la situaciones. Valdría la pena detenerse en las escenas del cuadro. El grupo de Jesús, a la derecha. El grupo de Mateo, a la izquierda. La mano de Jesús, que recuerda perfectamente a la de Adán en la creación de la Sixtina, como puente entre ambos. Ella canaliza la comunicación del momento. En medio del "chiaroscuro" de nuestra vida, la mano de Jesús está tendida permanentemente. No es una mano fuerte, impositiva, férrea, amenazante. Es la mano de la gratuidad, frágil (tan parecida a la del hombre), que señala, llama e invita. Es la mano que está dispuesta a ser tomada. Jesús ofrece gratuitamente la salvación y, el hombre, porque ha entendido el alcance del don, responde con un cambio radical: "dejándolo todo, se levantó y lo siguió". Nadie lo diría, viendo la expresión apesadumbrada en el rostro del joven que cabizbajo pierde su mirada entre un puñado de monedas sobre la mesa, acaso considerando la incompatibilidad de servir a "dos señores". Nadie lo diría, contemplando los ojos incrédulos de quien, con el dedo índice, no se sabe bien si orienta la atención hacia el joven o se señala escépticamente a sí mismo. El final de la historia nos habla de una transformación total. La conversión del corazón lleva aparejada el cambio de las actitudes cotidianas. Y para celebrarlo, como siempre, una comida: signo por excelencia de comunión y alegría. Llamada, incredulidad, mano tendida, conversión, cambio, seguimiento, alegría y comunión. Acaso no es una preciosa parábola de un proceso catecumenal que, como en la Iglesia primitiva, concluía con el bautismo y la eucaristía en la vigilia pascual. ¿Acaso no es esto una parábola de este tiempo de cuaresma? Solo una cosa más. La mano sigue tendida.

Cordialmente,
Carlos (carlosoliveras@hotmail.com)


9. CLARETIANOS 2003

Yo, personalmente, tengo la experiencia de que el Evangelio me supera infinitamente, no sólo por el componente utópico que conlleva, sino porque soy mucho más débil e incoherente de lo que desearía. Se cumple en mí aquello de que hago el mal que no quisiera y no hago el bien que me gustaría hacer. Yo no soy precisamente un justo, a pesar de las apariencias. Soy un pecador necesitado de conversión. Un enfermo necesitado de sanación. Quizá por eso, hoy estoy orando, con toda la fuerza de que soy capaz, la oración colecta de la liturgia eucarística: que Dios todopoderoso y eterno mire compasivo mi debilidad y extienda sobre mí su mano poderosa.

Mientras estoy sentado en ese mostrador de recaudación de impuestos, que me hace cómplice de la opresión de los otros y me esclaviza a mí mismo, necesito que Jesús detenga su tierna mirada de amor sobre mí, me llame de nuevo a su seguimiento y me siente no a mi mesa, sino a la suya, compartiendo conmigo y con otros comensales de mi misma ralea el pan y el vino, que Él nos ha preparado. Le pido que los puros de turno, los nuevos fariseos y letrados, no se salgan con la suya, expulsándonos como apestados y apartando de nosotros la alegría de poder participar en el festín de bodas. Sé que no soy digno de sentarme a su mesa. No tengo méritos, ni puedo exhibir obras maravillosas, que me editarían en esa buena edición, tan deseada por gente perfeccionista. Si se me mide, no doy la talla. Si se me pesa, se me encuentra falto de peso en el buen hacer y obeso en el mal. Lo reconozco: a mis propios ojos soy un miserable. Pero un miserable necesitado de esa misericordia que Jesús me ofrece.

Desde esta oferta misericordiosa de Jesús, desde su seguimiento y desde la alegría de saberme convidado a su mesa sin méritos propios, es desde donde puede cambiar mi vida, desterrando de mí, como dice el profeta Isaías, la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia. Desde ahí, aprenderé a partir mi pan con el hambriento y a saciar el estómago del indigente, sin pedirle el aval de una vida honrada y piadosa. Desde ahí, daré culto a Dios (que es el espíritu del sábado) y le honraré, sin buscar afanosamente mi propio interés, en los asuntos que tengo que manejar. Ganaré terreno a mi egoísmo a favor de una vida más religiosa, más solidaria y fraternal. Es decir, una vida más cristiana y más humana, brillante como la luz en medio de las tinieblas, que transforme la oscuridad en radiante fulgor de mediodía.

Espero que este tiempo cuaresmal me haga ahondar en mi propia experiencia, me mantenga en la esperanza y me colme el corazón con la alegría pascual, para que mi vida se haga fecunda. Por eso rezo con el Salmo responsorial: “Alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti, porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan. Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi súplica”.

José Vico Peinado cmf. (jvico@planalfa.es)


10. 2001

COMENTARIO 1

LLAMADA A LOS MARGINADOS DE ISRAEL

La segunda parte de la sección, siguiendo la simetría, comien­za con una nueva llamada; en esta ocasión se trata de un «recau­dador de impuestos», el marginado por excelencia, excluido definitivamente de Israel. Este está «sentado al mostrador de los impuestos», la cátedra del poder y de los valores profanos. Jesús lo invita sin más a seguirlo (5,27). El, «abandonándolo todo, se levantó y empezó a seguirlo» (5,28), exactamente como habían hecho los discípulos israelitas.

A partir de ahora, el grupo de Jesús se presentará como un grupo compuesto: tres partes serán israelitas y una cuarta parte, no israelitas. Ahora se ve claro por qué ha evitado mencionar a Andrés: ha reservado su plaza para Leví. Su nombre es entera­mente hebreo, y lo vincula literalmente a la tribu de Leví. Con todo, es un excomulgado por su conducta. Jesús lo integra en el grupo y con él marca los cuatro puntos cardinales del nuevo grupo.



LOS MARGINADOS COMPRENDEN EN SEGUIDA

QUE EL SEGUIMIENTO ES UNA FIESTA

Pero Leví no se contenta con el seguimiento: «Leví le ofreció un gran banquete en su casa, y había gran número de recauda­dores y otra gente, que estaban recostados a la mesa con ellos» (5,29). Jesús y sus discípulos recién estrenados comparten la misma mesa con los hombres libres («recostados») y celebran conjuntamente el banquete del reino mesiánico.

De pronto aparecen en escena los fariseos y sus letrados. Estos ni siquiera han entrado en la casa ni comparten la mesa, ya que no comulgan con sus ideas ni quieren contaminarse. Constituyen el contrapunto de la escena. Empiezan a protestar, dirigiéndose a los discípulos israelitas, echándoles en cara: «¿Por qué razón coméis y bebéis con los recaudadores y descreídos?» (5,30). Con esta protesta intentan separar de Jesús a los discípu­los. Aún los consideran miembros del Israel que ellos represen­tan.

Jesús toma la palabra y expone su conducta, de la cual deriva la de los discípulos: «No sienten necesidad de médico los sanos, sino los que se encuentran mal. No he venido a llamar justos, sino pecadores, para que se arrepientan» (5,31-32). Lucas presen­ta por vez primera este dicho, que paulatinamente irá explicando, hasta darle la vuelta: los «sanos» y «justos» lo son en apariencia. Ellos mismos se tienen por tales; en el fondo son unos hipócritas. No hay nada que hacer con ellos, pues están convencidos de que no tienen necesidad de cambiar de conducta.


COMENTARIO 2

El proyecto que Jesús de Nazaret ha planteado es el mismo proyecto de Dios, ahora encarnado -hecho carne- en la historia de los seres humanos. En este nuevo proyecto, la "religión", es decir, la práctica de ritos externos, ya no es la intermediaria necesaria para el cumplimiento de la voluntad de Dios; ahora la mediación necesaria y directa es la "misericordia", que compendia el amor y la justicia. Dios ha tenido misericordia de todo el género humano y ha llamado a hombres y mujeres sin distinción, para que le ayudemos en la obra misericordiosa de la implantación del Reino del Dios-misericordia.

Jesús ha llamado a su seguimiento a Leví recaudador de impuestos, quien era ilegal según lo prescribía la Ley de los judíos. Dios muestra su misericordia a este hombre y lo invita a que lo siga. Seguir a Jesús y aceptar su proyecto, es aceptar la invitación que el Padre nos hace a través de su Hijo, el amado. El Padre en su plan amoroso continúa mostrando su amor misericordioso por todos los hombres y mujeres de la tierra.

Jesús no ha venido por los sanos; ha venido por los enfermos. Él invita a todos aquellos que de una u otra manera desconfían del plan misericordioso del Padre. Jesús le propone a Leví que se deje amar por Dios. Que deje que el Padre bueno le muestre su amor y su voluntad. Pero es necesario que frente al derramamiento del amor en él, Leví dé muestras de cambio, de conversión, para empezar a vivir una nueva vida. La historia de los regenerados por pura misericordia.

La Iglesia tiene que continuar siendo un espacio de misericordia dentro del ámbito mundial. Necesitamos transformar el mundo, y sólo demostrando con la práctica de la misericordia en nuestra propia vida que Dios tiene un proyecto de amor para todos, sólo de esa forma podremos hacer que haya cambios cualitativos en la vida de la gente. Si la Iglesia perdiera su realidad de misericordia habría perdido también su misión en la historia.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


11. 2002

El horizonte del texto evangélico que reflexionamos hoy es la exclusión. Jesús invita a un excluido del esquema social y religioso judío a que se vincule a su grupo y acceda al amor gratuito de Dios que El -Jesús- está anunciando.

Los recaudadores de impuestos, como es el caso de Leví, eran personas que se encontraban completamente marginadas de Israel. Por eso Jesús con la acción realizada en el relato pone en evidencia que su misión fundamental en la historia es llamar a los marginados del Israel de su tiempo.

El cobrador de impuestos, Leví, estaba sentado en la mesa de los impuestos; ésta era la cátedra del poder y de los valores paganos. Por eso, para los israelitas celosos de su religión y de su tradición, los funcionarios que laboraban en esos puestos tenían el rótulo de la exclusión con toda severidad.

Para los marginados y excluidos sociales la inclusión que les hace Jesús se convierte en un cambio de vida radical: "él dejándolo todo, se levantó y lo siguió", este seguir se convierte en una alegría mesiánica. Por eso el texto bíblico nos presenta a Leví ofreciéndole a Jesús un gran banquete en su casa, un banquete en el que participaban otros recaudadores de impuestos, es decir una fiesta donde participaron excluidos y marginados sociales que se alegran y gozan de la gracia regalada por Jesús.

Es muy importante en el texto de Lucas que estamos reflexionando, el descubrir cómo Jesús comparte con alegría y con libertad la misma mesa con las personas antes excluidas. Esta actitud de Jesús es una declaratoria de libertad que el Maestro hace con aquellos excluidos. Todos entorno a la mesa celebran el banquete del reino mesiánico.

Muchos, especialmente los representantes de la tradición israelita, no pueden estar contentos con la actitud de Jesús, por eso no comparten la suerte de los excluidos, es decir, no comparten la mesa con ellos como lo hizo Jesús con sus discípulos, sino que por el contrario se convierten en estorbo y critican el proceso de inclusión social y religiosa que Jesús hace con el cobrador de impuestos y sus colegas. Los fariseos y los escribas protestan contra la actitud de Jesús. Su protesta se convierte en una crítica mordaz al actuar de Jesús, que es una actuar impulsado por la fuerza del Espíritu y no por la infertilidad de la letra de la ley. Pero Jesús no guarda silencio frente a la crítica que hacen de El los entendidos de la ley. El explica el por qué de su conducta; Jesús anuncia que su ministerio mesiánico no es con los "hipócritas", que se sienten que viven bien, como los escribas y fariseos, sino con aquellos que son víctimas de los que han manipulado las leyes, han legalizado su conducta y han excluido y marginado no sólo de la sociedad, sino del amor de Dios, a todos aquellos que se comportan, actúan y viven diferente de ellos. Por eso Jesús lo deja muy claro: "No he venido a invitar a justos, sino a pecadores a que se arrepientan".

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


12. 2003

Según Isaías, las exigencias de Dios tienen que ver con la acción de abandonar (opresión, prepotencia y calumnia) y de compartir (repartir el pan con el hambriento y saciar al alma afligida). En la conversión el punto de partida es la conversión personal pero el punto de llegada es el servicio al hermano necesitado. Sólo la solidaridad logrará algún día el sueño evangélico de la justicia social. El evangelio de hoy narra la vocación de Leví. Como es normal en Jesús, cambiará el nombre por el de Mateo, que significa “alguien que es donado por Dios”. Es de notar la radicalidad y prontitud con que responde Leví al llamado: “se levantó, lo dejó todo y empezó a seguirlo”. Curiosamente la crítica de los fariseos y maestros de la ley no se da en el momento del llamado-respuesta sino en el compartir de la mesa. Para los fariseos las puertas del banquete estaban cerradas para los “pecadores”. Jesús abre las puertas, aumenta los puestos y las invitaciones, y de la noche a la mañana la mesa es alimento y fiesta. Ser cristianos significa ser hombres y mujeres de puertas abiertas, que no discriminan ni excluyen, sino que acogen, comparten y reparten con los más necesitados, pues es ahí donde reconocemos al Señor. No es tan difícil decir sí al llamado de Jesús, cuando este seguimiento nos exige sólo oraciones personales, cumplimiento personal de los sacramentos, grandes limosnas a título personal, etc. Lo difícil viene al darnos cuenta de que el seguimiento de Jesús exige y se concreta en el compartir con los hermanos. Ahí comienzan las disculpas, las evasivas, los abandonos.

Un pregunta importante para reflexionar y mejorar nuestro cristianismo en Cuaresma: ¿como está la solidaridad con los más necesitados en mi familia, en mi trabajo o estudio, en mi comunidad....?

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


13. ACI DIGITAL 2003

32. Hay aquí, junto a la manifestación del Corazón misericordioso del Redentor, que se inclina sobre los necesitados de perdón, una honda ironía para los fariseos, es decir, para los que se creen justos. Ellos no se dan por redimidos, pues no se sienten necesitados de redención. Y Jesús no los llama a ellos porque sabe que no responderán. Terrible estado de espíritu que los hará morir en su pecado (Juan 8, 21). Sobre la dialéctica de Jesús con los fariseos cf. Juan 9, 39 - 41. Sobre el privilegio de los que mucho deben cf. 7, 41 - 49.


14.

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Respóndenos, Señor, con la bondad de tu gracia; por tu gran compasión, vuélvete hacia nosotros, Señor» (Sal 68,17).

Colecta (del misal anterior y antes del Gregoriano): «Dios todopoderoso y eterno, mira compasivo nuestra debilidad y extiende sobre nosotros tu mano poderosa».

Comunión: Misericordia quiero, y no sacrificio –dice el Señor–; que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mt 9,13)

Postcomunión: Alimentados con el pan de vida, te pedimos, Señor, que cuanto hemos vivido y celebrado como misterio en esta Eucaristía, lo recibamos en el Cielo como plenitud de salvación.

Isaías 58,9-14: Cuando partas tu pan con el hambriento, brillará tu luz en las tinieblas. El profeta recoge algunas formas de proceder que manifiestan una auténtica penitencia, fuente de luz y de alegría para quienes la practican.

Con las obras de caridad hacia los demás hombres, nuestros hermanos, el cristiano sale, por la abnegación, de su egoísmo, y ésta es la mejor conversión, la penitencia que agrada a Dios. No son sólo obras de caridad las materiales, como la limosna, la ayuda en la enfermedad y la ancianidad, sino todas las que derivan del amor, como la disponibilidad, el servicio y la entrega. Dice San Gregorio Nacianceno:

«No consintamos, hermanos, en administrar de mala manera lo que, por don divino, se nos ha concedido... No nos dediquemos a acumular y guardar dinero, mientras otros tienen que luchar en medio de la pobreza...

«Imitemos aquella suprema y primordial ley de Dios que hace llover sobre  justos y pecadores, y hace salir igualmente el sol para todos; que pone la tierra, las fuentes, los ríos y los bosques a disposición de todos sus habitantes; el aire se lo entrega a las aves y el agua a los que viven en ella, y a todos da con abundancia los subsidios para su existencia, sin que haya autoridad de nadie que los detenga, ni ley que los circunscriba, ni fronteras que los separen; se lo entregó todo en común, con amplitud y abundancia y sin deficiencia alguna. Así enaltece la uniforme dignidad de la naturaleza con la igualdad de sus dones y pone de manifiesto las riquezas de su benignidad» (Sermón 14, sobre el amor a los pobres, 23-25).

–El mismo Señor que nos invita a la conversión de nuestras obras nos promete, a cambio, ser nuestro Pastor. Con el Salmo 85 nos sentimos pobres y desamparados; por eso acudimos a Dios. Él nos enseña el camino del bien obrar, del que nos ha hablado el profeta Isaías en la lectura anterior; caminando por él, alcanzaremos la meta final de la Patria eterna:

«Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad. Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy un pobre desamparado, protege mi vida, que soy un fiel tuyo, salva a tu siervo, que confía en Ti. Tú eres mi Dios; piedad de mí, Señor, que Ti te estoy llamando todo el día; alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia Ti. Porque Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan. Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi súplica.»

Lucas 5,27-32: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan. En el evangelio de este día Jesús invita explícitamente a la conversión al publicano Leví. El Señor nos llama constantemente, pero de modo especial en estos días de Cuaresma, a la conversión, a un progreso mayor en nuestra vida espiritual. Ante Dios todos somos pecadores y todos necesitamos convertirnos. Comenta San Agustín:

«La voz del Señor llama a los pecadores para que dejen de serlo, no sea que piensen los hombres que el Señor amó a los pecadores y opten por estar siempre en pecado, para que Cristo los ame. Cristo ama a los pecadores, como el médico al enfermo: con vistas a eliminar la fiebre y a sanarlo. No es su deseo que esté siempre enfermo, para tener siempre a quien visitar; lo que quiere es sanarlo.

«Por tanto, el Señor no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores, para justificar al impío... ¿No te llevará a la plenitud angélica desde la cercana condición humana, quien te transformó en lo contrario de lo que eras? Por tanto, cuando comiences a ser justo, comienzas ya a imitar la vida angélica, ya que cuando eras impío estabas alejado de la vida de ellos. Presenta la fe, te haces justo y te sometes a Dios, tú que blasfemabas, y, aunque estabas vuelto hacia las criaturas, deseas ya al Creador» (Sermón 97 A,1).


15. DOMINICOS 2004

La luz de la Palabra de Dios
1ª Lectura: Isaías 58,9-14
9 Entonces, si clamas, el Señor responderá a tus gritos; dirá: ¡Aquí estoy! Si apartas el yugo de tu lado, el gesto amenazante y la mala idea, 10 si das al hambriento tu pan y sacias el apetito del oprimido, brillará en las tinieblas tu luz, y tus sombras se harán un mediodía. 11 El Señor será tu guía siempre, en los desiertos saciará tu hambre, a tus huesos infundirá vigor, y tú serás como un huerto regado, cual manantial de agua, de caudal inagotable. 12 Reedificarás las viejas ruinas, construirás sobre cimientos de pasadas edades; serás llamado tapiador de brechas, restaurador de moradas en ruinas.

13 Si te guardas de profanar el sábado, de tratar tus asuntos en mi día santo; si llamas al sábado delicia, glorioso al día consagrado al Señor; si lo glorificas evitando los viajes, no tratando negocios ni arreglando asuntos, 14 entonces encontrarás en el Señor tus delicias; yo te subiré triunfante a las alturas del país y te alimentaré de la heredad de tu padre Jacob. Ha hablado la boca del Señor.


Evangelio: Lucas 5,27-32
27 Después de esto, salió, vio a un publicano, llamado Leví, sentado en la oficina de los impuestos, y le dijo: «Sígueme».

28 Él lo dejó todo, se levantó y lo siguió. 29 Obsequió a Jesús con un gran convite en su casa; y había muchos publicanos y otras personas con ellos a la mesa. 30 Los fariseos y los maestros de la ley murmuraban diciendo a sus discípulos: «¿Por qué coméis
y bebéis con publicanos y pecadores?».

31 Jesús les contestó: «Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. 32 No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan».


Reflexión para este día
“Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia y sacies el estómago del indigente, entonces brillará tu luz en las tinieblas”.
El profeta Isaías nos presenta formas concretas y vivas de proceder, de amar que manifiestan la auténtica penitencia cristiana. De esa manera, la penitencia se transforma en fuente de luz y de alegría divinas para quienes la practican. Esa penitencia también es una forma cristiana de denunciar toda clase de injusticia, de agresividad, malos tratos... Así, el cristiano es como una antorcha de luz que recrimina y redime las tinieblas del pecado.

En el Evangelio, Jesús nos muestra hoy a qué ha venido a la tierra. Fue la respuesta del Señor, ante el escándalo de los publicanos, porque llamó con amor a Mateo, para que se convirtiera y acogiera la salvación que Jesús le ofrecía. Jesús les replicó:

“No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan”.

Pero aquella réplica contra quienes “no tienen entrañas de misericordia; o se cierran a su propia carne”, el descuerdo de Jesús contra quienes “se tienen por justos” y condenan a los demás, no terminó en aquel momento. Jesús, también hoy, recrimina a tantos publicanos actuales. ¿Hay alguno entre nosotros?.

En este comienzo de Cuaresma, Jesús nos invita a nosotros a convertirnos. Es su respuesta de amor y salvación. Porque Jesús “No quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”. Sus brazos están tendidos y esperando nuestra libre y confiada respuesta a su amor perdonador.


16. CLARETIANOS 2004

Jesús no es políticamente correcto

Qué distintas las dos partes del texto evangélico de hoy. La primera es de vocación, la segunda el banquete. O mejor, la primera es feliz para todos, la segunda se tiñe de escándalos y mezquindades.

Jesús y Leví frente a frente; Dios y el hombre cara a cara. Lucas es el evangelista de la ternura y la misericordia. Jesús no mira el origen, la ocupación, la facha de la persona; él mira al corazón. Sabe que su llamada puede recrear, hacer un corazón nuevo. Jesús quiere establecer la comunidad de sus seguidores que es algo totalmente nuevo. Justamente, en esta comunidad no están ausentes los zelotas, casi terroristas que luchaban contra la dictadura del poder extranjero. Y aquí llama a Leví, al recaudador de impuestos, colocado allí por la potencia dominadora. Con estos personajes, tan antagónicos, Jesús construye una parábola feliz: mira a Leví, le llama -“sígueme”- se sienta a la mesa con él; y Leví responde con generosidad: lo deja todo, se levanta, le sigue y le invita a un gran banquete. No importa que se cuelen los fariseos y los maestros de la ley, que han permitido acuñar un adjetivo: “escándalo farisaico”.

Este es el Dios en el que creemos, come con pecadores. La comida no sólo era el signo privilegiado de la amistad, era también expresión religiosa. Jesús se hace como sus comensales, asume la carne de pecado. Por eso es políticamente incorrectísimo. En su Reino las relaciones entre las personas llevan un aire totalmente nuevo. Jesús no condena, sólo puede salvar. Hasta del pecado de murmuración de los fariseos toma nota para desplegar su doctrina: No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores. También en Leví parece que su condición pecadora se convierte en trampolín para abrirse a la gracia. Y es que sólo el publicano de la parábola se siente pecador, se vacía de sí, y puede recibir el don de Dios.

¿Y los hombres y mujeres de Iglesia? Siempre hemos de preguntarnos con quién nos sentamos a la mesa; si, como Jesús, ofrecemos nuestra amistad a todos, y principalmente a los pobres y pecadores. No podemos consentir que nadie diga, como en el viejo chiste: “Al cielo iremos los de siempre”. Cristianos seremos si, como el Maestro en esta escena, somos hombres y mujeres libres, sin fronteras, siempre en comunión.

Conrado Bueno Bueno
(ciudadredonda@ciudadredonda.org)


17.

Comentario: Rev. D. Joan Carles Montserrat i Pulido (Sabadell-Barcelona, España)

«No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores»

Hoy vemos cómo avanza la Cuaresma y la intensidad de la conversión a la que el Señor nos llama. La figura del apóstol y evangelista Mateo es muy representativa de quienes podemos llegar a pensar que, por causa de nuestro historial, o por los pecados personales o situaciones complicadas, es difícil que el Señor se fije en nosotros para colaborar con Él.

Pues bien, Jesucristo, para sacarnos toda duda nos pone como primer evangelista el cobrador de impuestos Leví, a quien le dice sin más: «Sígueme» (Lc 5,27) Con él hace exactamente lo contrario de lo que una mentalidad “prudente” pudiera considerar. Si hoy queremos aparentar ser “políticamente correctos”, Leví —en cambio— venía de un mundo donde padecía el rechazo de todos sus compatriotas, ya que se le consideraba, sólo por el hecho de ser publicano, colaboracionista de los romanos y, posiblemente, defraudador por las “comisiones”, el que ahogaba a los pobres para cobrarles los impuestos, en fin, un pecador público.

A los que se consideraban perfectos no se les podía pasar por la cabeza que Jesús no solamente no los llamara a seguirlo, sino ni tan sólo a sentarse en la misma mesa.

Pero con esta actitud de escogerlo, Nuestro Señor Jesucristo nos dice que más bien es este tipo de gente de quien le gusta servirse para extender su Reino; ha escogido a los malvados, a los pecadores, a los que no se creen justos: «Para confundir a los fuertes, ha escogido a los que son débiles a los ojos del mundo» (1Cor 1,27). Son éstos los que necesitan al médico, y sobre todo, ellos son los que entenderán que los otros lo necesiten.

Hemos de huir, pues, de pensar que Dios quiere expedientes limpios e inmaculados para servirle. Este expediente sólo lo preparó para Nuestra Madre. Pero para nosotros, sujetos de la salvación de Dios y protagonistas de la Cuaresma, Dios quiere un corazón contrito y humillado. Precisamente, «Dios te ha escogido débil para darte su propio poder» (San Agustín). Éste es el tipo de gente que, como dice el salmista, Dios no menosprecia.
............................
Hemos de huir, hermanos míos, de creernos que somos más perfectos que los demás, también es preciso que huyamos de nuestras propias imperfecciones, porque así el Señor nos lo repite en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y el Catecismo de la Iglesia Católica nos lo explica:

2013 «Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad» (LG 40). Todos son llamados a la santidad: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48):

Para alcanzar esta perfección, los creyentes han de emplear sus fuerzas, según la medida del don de Cristo, para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes a su imagen, y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre. De esta manera, la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como lo muestra claramente en la historia de la Iglesia la vida de los santos (LG 40).

2014 El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama «mística», porque participa en el misterio de Cristo mediante los sacramentos –«los santos misterios»– y, en él, en el misterio de la Santa Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con él, aunque gracias especiales o signos extraordinarios de esta vida mística sean concedidos solamente a algunos para así manifestar el don gratuito hecho a todos.

2015 El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas:

El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant. 8).

2016 Los hijos de nuestra madre la Santa Iglesia esperan justamente la gracia de la perseverancia final y de la recompensa de Dios, su Padre, por las obras buenas realizadas con su gracia en comunión con Jesús (cf Cc. de Trento: DS 1576). Siguiendo la misma norma de vida, los creyentes comparten la «bienaventurada esperanza» de aquellos a los que la misericordia divina congrega en la «Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que baja del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo» (Ap 21,2).

Para conseguir nuestra perfección necesitamos vaciar nuestro corazón de todo cuanto Jesucristo no aprueba.

Siendo así que Jesucristo ha venido a salvar lo que estaba perdido, yo que estaba al borde de la condenación eterna, me ha dado la oportunidad de serle fiel. Necesitamos perseverar en la voluntad de Dios, acostumbrarnos a visitar con mucha frecuencia el Santísimo, no solamente unos días especiales al año, sino cada día. Por cada milesima de segundo que respiramos el aire para nuestros pulmones, se debe convertir en gratitud que debemos a nuestro Señor Jesucristo, renunciando nuestros vicios que podría parecer insignificantes, el amor propio no lo debemos permitir en nuestras vidas, debemos ser de Jesús, totalmente de Jesucristo, no nos pertenecemos a nosotros, sino a Aquel que nos ha liberado de la esclavitud del pecado.


18. Salvar lo que estaba perdido

I. Los fariseos se escandalizan al ver a Jesús sentado a la mesa con gran número de recaudadores y otros, y preguntan a sus discípulos: ¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores? Jesús replicó a los fariseos con estas consoladoras palabras: No necesitan de médico lo sanos, sino los enfermos. No he venido llamar a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan (Lucas 5, 31-32). Jesús viene a ofrecer su reino a todos los hombres, su misión es universal: viene para todos, pues todos andamos enfermos y somos pecadores; nadie es bueno, sino uno, Dios (Marcos 10, 18). Todos debemos acudir a la misericordia y al perdón de Dios para tener vida (Juan 10, 28) y alcanzar la salvación. Las palabras del Señor que se nos presenta como Médico nos mueven a pedir perdón con humildad y confianza por nuestros pecados y también por los de aquellas personas que parecen querer seguir viviendo alejadas de Dios.

II. Cristo es el remedio de nuestros males: todos andamos un poco enfermos y por eso tenemos necesidad de Cristo. Debemos ir a Él como el enfermo va al médico, diciendo la verdad de lo que le pasa, con deseos de curarse. Señor, si quieres, puedes curarme (Mateo 8, 2). Unas veces, el Señor actuará directamente en nuestra alma: Quiero, sé limpio (Mateo 8, 3), sigue adelante, sé más humilde, no te preocupes. En otras ocasiones, siempre que haya pecado grave, el Señor dice: Id y mostraos a los sacerdotes (Lucas 17, 14), al sacramento de la penitencia, donde el alma encuentra siempre la medicina oportuna. Contamos siempre con el aliento y la ayuda del Señor para volver y recomenzar.

III. Si alguna vez nos sintiéramos especialmente desanimados por alguna enfermedad espiritual que nos pareciera incurable, no olvidemos estas palabras consoladoras de Jesús: Los sanos no necesitan médico, sino los enfermos. Todo tiene remedio. Él está siempre muy cerca de nosotros, pero especialmente en esos momentos, por muy grande que haya sido la falta, aunque sean muchas las miserias. Basta ser sincero de verdad. No lo olvidemos tampoco si alguna vez en nuestro apostolado personal nos pareciera que alguien tiene una enfermedad del alma sin aparente solución. Sí la hay; siempre. Quizá el Señor espera de nosotros más oración y mortificación, más comprensión y cariño. Muchos de los que estaban con Jesús en aquel banquete se sentirían acogidos y comprendidos y se convertirían a Él de todo corazón. No lo olvidemos en nuestro apostolado personal.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


19. 2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

Es frecuente en la literatura griega el debate en los banquetes entre los comensales, teniendo por huésped un personaje importante; es lo que se llama un “simposio”. En Israel, como en toda la cultura mediterránea del s. I, resulta muy importante tener en cuenta las personas con quienes se come ya que el criterio con el que se guiaban era semejante a nuestro “dime con quien andas y te diré quien eres”: si come con pecadores, es evidente que ¡es un pecador! Pero en el caso del evangelio de hoy hay que notar que esto lo dicen “desde afuera”, hablan quienes no comen con él, por lo que no estamos propiamente ante un simposio, como sí ocurre en el caso de los diálogos con fariseos en la “misma mesa” (en Lucas hay casos de Jesús comiendo en casa de fariseos que se asemejan a los “simposios”).

La condición de “pecador”, “impuro”, es la conclusión obvia que se impone ante la evidencia. Particularmente en Lucas, muchas cosas muy importantes suceden en las comidas o en referencia a ellas. Propiamente hablando, el texto de Lucas continúa hasta el v.39, en 6,1 comienza una nueva escena; Lc ha integrado el texto que en su fuente eran dos textos separados, que es la discusión con los discípulos de Juan sobre el ayuno: en Marcos decía “y estaban los discípulos de Juan”, con lo que comienza un nuevo relato; Lucas, en cambio lo ha modificado por un “pero le dicen”, lo que supone los mismos sujetos de la oración anterior y el mismo contexto. Las lecturas de la liturgia, que han leído el texto del ayuno el día anterior lo omiten en este caso.

En nuestro texto es claro que la comida es en casa de Leví, que fue presentado ¡y llamado al discipulado! siendo publicano. La pregunta no es -como sí lo es en Marcos- por qué Jesús come sino por qué los discípulos comen, lo que significa que los seguidores de Jesús deben continuar esta costumbre de compartir la mesa con los rechazados. Esta actitud de Jesús, en Hechos, luego se amplía a otros excluidos, como los paganos, dando origen a la misión universal de la Iglesia de lo que Lucas es particularmente testigo. Otro elemento novedoso es el uso del verbo murmurar (dia/egongizon; que es común en los adversarios de Jesús frente a su actitud en las comidas: 5,30; 15,1-2; 19,7; Hch 11,1-3); la murmuración es frecuente en la Biblia griega para aludir a la actitud de Israel frente a Dios y a Moisés en el desierto (Ex 16,7; 17,3; Num 11,1; 14,27-29).

Es interesante notar algunos matices en los que Lucas se distancia de Marcos: Leví no es ya “el hijo de Alfeo”, que le da una cierta cercanía y se lo presenta claramente como un publicano, aunque Mc nos dice que está sentado en el lugar de la recaudación (telônion, que aparece solamente en este relato y sus paralelos en el N.T.). Como es propio de los discípulos ya llamados(ver 5,11; cf. 14,33; 18,22), también Leví “deja todo”. Este “dejar todo” es característico del discípulado para Lucas, y lo menciona expresamente, a pesar de la contradicción de que un versículo más adelante aparezca Leví ofreciendo un banquete a Jesús en su casa.

Los cobradores de impuestos, o “publicanos” (telônês) son pecadores prototípicos: a los que vana a ser bautizados, Juan les exige que “no cobren más de lo estipulado” (3,13), en 5,30 se los une en un grupo: “publicanos y pecadores”, en 7,29 -volviendo al Bautista- dice que “también” (kai) los publicanos lo aceptaron, en 7,34 y 15,1 se los vuelve a unir a “pecadores”. El “publicano” de la parábola es comparado por el fariseo a los que son “rapaces, injustos y adúlteros” (18,11) y él mismo se reconoce “pecador” (18,13), el Evangelio de Mateo agrega, todavía, un paralelo con las prostitutas (21,31-32). Puestos en la aduana con mucha frecuencia cobraban más de lo estipulado explotando a los trabajadores, además de ser cómplices del sistema imperial impuesto por Roma. En una cultura marcada por el honor, como era la cultura mediterránea del s. I, ser publicano era tener el más deshonroso de los oficios. Pero desde la praxis de Jesús, llamar a un publicano no es sino ser coherente con lo que manifestará claramente unos versículos más adelante con la participación en la comida: Jesús revela un reino que es abierto a todos, particularmente a los que eran excluidos por quienes se consideraban a sí mismos verdaderos judíos, y fieles a Dios: los fariseos, y los escribas.

Comentario

Jesús no duda en llamar al discipulado a un “publicano”, uno de ese grupo que en todos los textos del Nuevo Testamento es presentado como “el” pecador por excelencia; es más, lo llama a la vista de todos, sentado en la misma mesa donde cobra -injusta y corruptamente- los impuestos. Leví, sin embargo, no duda, y deja todo, como ya lo han hecho los otros llamados por Jesús. No es frecuente que un maestro llame discípulos sino todo lo contrario ya que es uno mismo el que elige quién debe “marcarle el camino” a seguir, pero Jesús al ver al cobrador de impuestos lo llama personalmente al seguimiento: “sígueme”. Ciertamente, que el Señor elija entre sus discípulos a los que son despreciados por la sociedad revela en sus mismas actitudes -y visualmente con su mismo entorno- cómo es el rostro del Dios que viene a predicar.

Esto se manifiesta todavía con otro “signo sensible”: el banquete. Jesús, contra la costumbre, va a comer a casa de pecadores (había un gran número de publicanos), con lo que aparece también él como pecador ante la opinión pública, y esa actitud la deben repetir los discípulos hasta el día de hoy. Es un signo de que Dios quiere incluir a todos los que son despreciados y rechazados por la sociedad y por los que se creen “justos”. Irónicamente, cuestionando a Jesús en esta actitud, los “religiosos” están repitiendo viejas rebeldías contra Dios en el desierto.

Así, con actitudes sencillas, Jesús revela un rostro nuevo de Dios, o mejor el rostro siempre nuevo de Dios, un Dios que es para todos, y especialmente cercano a los excluídos por aquellos que se creen puros y santos ante Dios.


20. Vocación de Leví

Fuente: Catholic.net
Autor: Cristian González

Reflexión

Dos versículos del evangelio son capaces de transmitirnos algo tan complejo como es el llamado de Dios a un alma y su respuesta. Jesús se acerca a un hombre, Leví (o Mateo), y le dice una palabra: “Sígueme”. Él se levantó y le siguió. Es claro que Cristo no usa muchas palabras cuando desea que un hombre lo deje todo y le siga. Es la voz de su alma, de su mirada, de su amor, ... la que mueve los corazones.

Jesucristo nos habla a nosotros en la oración, y también nos dice pocas palabras. Son pocos los casos en que Cristo se presenta en persona y habla a un hombre. Es en el diálogo interior, en la escucha del alma, en la reflexión y meditación del evangelio, en la contemplación de la Eucaristía, donde Dios pronuncia su palabra milagrosa: “sígueme”.

No tengamos miedo a dar la misma respuesta de Mateo. Él era un publicano y, para los judíos de su tiempo, un pecador. Sigamos su ejemplo de conversión y abramos la puerta de nuestra casa, de nuestro corazón, a un gran banquete con Nuestro Señor. Un banquete en el que sin duda gozaremos de su presencia, a pesar de lo que digan los demás. No tengamos miedo de ser cristianos, de seguir a Cristo, de convertirnos, de manifestar nuestra fe; y gozaremos así de la felicidad que Jesucristo nos proporciona. Una felicidad como la de Mateo.


21. ARCHIMADRID 2004

SIERVO, BUENO Y FIEL

Hace tres días que murió un obispo muy querido en Madrid, Mons. Francisco Pérez Fernández-Golfín, obispo de Getafe. Ha sido una muerte inesperada, y ha causado un profundo dolor, tanto entre el clero como en los fieles de su diócesis (y naturalmente, fuera de ella). Ayer algún periódico madrileño relataba una anécdota, acerca de un busto suyo que hizo colocar el alcalde de Getafe, en su honor, cuando aún vivía el prelado. Por lo visto, comentaba el obispo entre los más cercanos que, este tipo de homenajes se realizan en honor de gente que ya ha muerto; y lo decía en tono humorístico, tal y como era él. Sin embargo, Mons. Golfín (que así era como normalmente se le llamaba), será recordado por su entrega generosa a la diócesis, por su amor al sacerdocio y, concretamente, por el número de vocaciones que promocionó en el seminario que levantó en el Cerro de los Ángeles. De hecho, su apartamento se encontraba junto al seminario, al que visitaba habitualmente para animar con su buen humor y talante pastoral a los que iban a ser ordenados sacerdotes.

“Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad”. Se dice que aquellos que han tenido una vida larga de entrega a Dios, conforme van pasando los años, alcanzan una perspectiva de las cosas y los acontecimientos, donde lo urgente y necesario que el mundo reclama va quedando en un segundo lugar, para pasar a un primer plano todo aquello que tiene que ver con buscar la voluntad de Dios en los detalles más insignificantes. En definitiva, se trata de encontrar la verdad. Es el camino de aquéllos que han logrado deshacerse de lo superfluo, para quedarse con lo esencial. Y lo curioso es que este tipo de gente no se “escabulle” de la realidad cotidiana, sino todo lo contrario: animan a los demás a enfrentarse con sus propios problemas, pero con una perspectiva divina. Se trata de ese horizonte en donde el cielo se une con la tierra, y donde Dios abraza la humildad de lo humano para hacerlo suyo… sagradamente eterno.

“Sígueme”. Esta llamada la sigue haciendo hoy día Jesús a millones de hombres y mujeres en todo el mundo. Se trata de un encuentro personal con Dios, cara a cara, pues necesita de fieles colaboradores que, siguiéndole a Él, continúen la obra que dejó aquí en la tierra. Espíritus generosos para atender, fundamentalmente, a los enfermos del alma y a los tristes de corazón, y que necesitan volver su rostro a la misericordia de Dios… porque todos necesitamos de esa verdadera conversión al Amor.

No nos importe reconocer nuestros pecados ni nuestras faltas. Hay un sacramento precioso, hermosamente instituido por el Hijo de Dios, y que nos hará admirarnos, una vez más, de su bondad. Se trata del sacramento de la reconciliación. Acudir a él es signo de consuelo y victoria. No hay nada más grande en este mundo que saber que alguien me ama y, a pesar de mis tantas infidelidades, me perdona, no una vez, sino siempre que acudo humildemente a su presencia. ¡Qué alegría no tener que esconder nada que me agobie o me ate a la muerte!… Dios me ofrece la vida para siempre, y yo sólo tengo que corresponderle con un “¡sí!”.

“Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi súplica”. Y pedimos a Dios por el eterno descanso de Mons. Golfín, “siervo, bueno y fiel”, que gastó su vida por amor a tantas almas.


22.

LECTURAS: IS 58, 9-14; SAL 85; LC 5, 27-32

Is. 58, 9-14. El amor al prójimo, que nos lleva a inclinarnos ante sus miserias para remediarlas, como Dios se inclinó ante las nuestras para remediarlas, es lo que nos identifica como hijos de Dios. Quienes lleven así su vida serán siempre bendecidos por Dios, pues Él los verá como a su Hijo amado, en quien se complace. Entonces podrá uno encontrar descanso y protección en la cercanía de Dios que estará siempre junto a aquellos que le vivan fieles. El Sábado (y para nosotros el Domingo), símbolo de lo que será el descanso eterno en el Señor, ha de ser vivido con la conciencia de haber hecho el bien a los demás y no sólo como un día de culto al Señor, tal vez con un ritualismo externo pomposamente bien preparado, pero hueco de amor por presentarnos ante el Señor con las manos vacías de amor pero tal vez llenas de crímenes, maldades y pecados. El Señor nos pide que seamos sus testigos fieles; que continuemos haciéndolo presente en el mundo con todo su amor y entrega. Sólo así el día en que le tributamos culto al Señor llegaremos no sólo a arrodillarnos ante Él por costumbre, sino a ofrecerle nuestros esfuerzos a favor de su Reino, y a pedirle su fortaleza para continuar realizando su obra en el mundo.

Sal. 85. Ante el Señor los que todo lo poseen, los poderosos conforme a los criterios de este mundo, no tienen precedencia sobre los pobres y desvalidos. Sólo el hombre de corazón recto, fiel al Señor, es el más importante en su presencia. Pero, sabiendo que todos somos pecadores, no podemos vivir despreciando a los demás. Con todos hemos de ser misericordiosos como Dios lo ha sido para con nosotros. Pues la misma medida que utilicemos para con los demás, esa misma medida se utilizará para tratarnos a nosotros. Si acudimos al Señor para que preste oídos a nuestras súplicas, para que nos proteja, para que nos salve, para que tenga compasión de nosotros, para que nos llene de alegría y para que dé respuesta a nuestras súplicas, antes tenemos que meditar si nosotros hemos hecho lo mismo con nuestro prójimo cuando acudió a nosotros cargado, oprimido por todos esos males y buscando socorro en nosotros. Tratemos no sólo de rogarle a Dios que se muestre como Padre compasivo para con nosotros; pidámosle también que nos ayude a convertirnos en un signo de su amor para nuestros hermanos, especialmente para quienes viven hundidos en la maldad o en la miseria.

Lc. 5, 27-32. La Iglesia de Cristo no puede querer conservar su santidad alejándose de los pecadores. No pueden existir grupos de personas que se dediquen únicamente a aquellos que son buenos. Una Iglesia que desprecie a los pecadores y se aleje de ellos como si fueran un trapo de inmundicias, no puede llamarse realmente Iglesia de Cristo, pues el Señor se acercó aún a los más grandes pecadores para liberarlos de sus cadenas de maldad y hacerlos santos como Él es Santo. La Iglesia de Cristo no puede pavonearse vestida pulcramente en lo exterior mientras en lo interior aniden odios, desprecios y lejanía para quienes han fallado, tal vez fuertemente incluso en su fe. Dios no nos envió a condenar, sino a salvar todo lo que se había perdido. Y no vamos a buscar a los buenos, sino a los pecadores; pues Dios nos envió a reconciliar al mundo, y para eso hemos de ser un signo de Cristo, buen Pastor, que busca a la oveja descarriada hasta encontrarla para cargarla, jubiloso, sobre sus hombros, y llevarla de vuelta al redil. Tratemos de cumplir fiel y amorosamente con esa misión que el Señor nos confió.

El Señor nos ha convocado a esta Eucaristía no sólo para llenarnos de sus dones; Él contempla nuestra vida, que le presentamos con todo lo bueno que, en su Nombre, hemos realizado. Ciertamente Él quiere seguirnos bendiciendo; pero nos quiere administradores de sus bienes en favor de los demás y no acaparadores egoístas y engreídos de sus dones. Dios ha sido siempre misericordioso para con nosotros; y si nos hace entrar en comunión de vida con Él es para que nosotros seamos un signo de su misericordia para los demás. Por eso la participación en el Banquete Eucarístico nos habla del amor que Dios nos ha tenido, pues siendo pecadores, Él nos llamó para perdonarnos y sentarnos a su Mesa. Ojalá y no vengamos sólo a cumplir con una costumbre como simples espectadores, que tratan de pasar unos momentos de paz en medio del trajín del mundo. Que nuestra presencia ante el Señor sea para ir transformados a proclamar su Nombre con una vida intachable y con una entrega generosa buscando el bien de los demás en todo, como el Señor lo ha hecho para con nosotros.

Nadie puede quedar excluido de la acción evangelizadora y pastoral de la Iglesia. No podemos quedarnos anclados en una clase social. No podemos buscar nuestra seguridad temporal o económica a costa del Evangelio. No podemos rechazar a alguien por ser pobre, o por ser un pecador, incluso conocido como tal públicamente. Dios, por medio de su Hijo hecho uno de nosotros, no vino a condenarnos sino a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. No queramos una Iglesia puritana. Nosotros creemos que la Iglesia es Santa, porque Cristo, su Cabeza, es Santo, aun cuando nosotros, sus miembros, somos pecadores en un continuo proceso de conversión. Quien viva más asemejado a Cristo, quien haya logrado un grado excelso de santidad en este mundo, no podrá vivir apartado de los pecadores. Quien se haya convertido en un signo viviente de la santidad de Dios, nos lo debe dar a conocer en su amor por los pecadores para salvarlos, en su misericordia que nos haga contemplar el Rostro de Dios que sale a buscar a los que viven como ovejas sin pastor, para ayudarlos a descubrir y a retomar el camino de la salvación. El Señor nos envió a reconciliar al mundo con Él. Por eso sabemos que nos envió a salvar a los pecadores, y a sanar a los enfermos, pues los justos ya no necesitan conversión y los sanos no necesitan al médico.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de ser los primeros beneficiarios de la Misericordia Divina. Y que, teniendo en nosotros la Vida que Dios ofrece a todos, llevando una vida recta, el Señor nos convierta en un signo de su amor para con todos, hasta lograr que todos alcancen el conocimiento de Dios y la Gloria eterna. Amén.

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23. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Is 58,9b-14: El ayuno y el sábado
Salmo responsorial: 85, 1-6: Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad.
Lc 5,27-32: El banquete de Leví

Así como los pescadores dejaron las redes para seguir a Jesús (Lc 5,1-11), Leví, el cobrador de impuestos, dejó su oficio y le siguió. La Misión de Galilea crece en discípulos así como crece en milagros, sanidades y controversias. Los evangelios al recordar el llamado de Jesús a sus primeros discípulos, quieren resaltar la enorme disponibilidad para dejarlo todo y seguirle. Además no olvida decirnos que ejercían oficios despreciados y odiados por escribas y fariseos. Como quien dice, Jesús llama a quienes ningún otro maestro judío se atrevería a llamar.

Quizá por agradecimiento, o por admiración, o por simple simpatía Leví ofrece a Jesús un gran banquete. Su casa se vuelve espacio de comida compartida (es decir, Iglesia) donde se encuentran dos grupos de excluidos enfrentados por el sistema económico. De una parte los publicanos que recogen los impuestos del Templo y de la administración romana. Son los acreedores. De otra, los pecadores son los pobres, los insignificantes, los campesinos y los que no tienen ni tierra ni empleo fijo. Son los deudores. Al ver a los acreedores y a los deudores juntos a la mesa del discipulado, los fariseos y los escribas se ofenden, se asustan y reclaman: “¿Por qué comen y beben con publicanos y pecadores?”. Alrededor de aquella mesa nace una nueva fe que reconcilia lo que está dividido e incluye lo que está separado. Ahora todas y todos, en el discipulado cristiano, comen y beben juntos alrededor de la misma mesa.


24. P. Cipriano Sanchez

La cuaresma es tiempo de arrepentimiento. Quizá a nosotros la llamada al arrepentimiento que es la Cuaresma, podría parecernos un poco extraña, un poco particular, porque podríamos pensar: ¿de qué tengo yo que arrepentirme?. Arrepentirse significa tener conciencia del propio pecadola conversión del corazón es el tema que debería de recorrer nuestra Cuaresma, tener conciencia de que algo he hecho mal, y podría ser que en nuestras vidas hubiéramos dejado un poco de lado la conciencia de lo que es fallar. Fallar no solamente uno mismo o a alguien a quien queremos, también la conciencia de lo que es fallarme a mí. Pudiera ser también que en nuestra vida hubiéramos perdido el sentido de lo que significa encontrarnos con Dios, y quizá por eso tenemos problemas para entender verdaderamente lo que es el pecado, porque tenemos problemas para entender quién es Dios. Solamente cuando tenemos un auténtico concepto de Dios, también podemos empezar a tener un auténtico concepto de lo que es el pecado, de lo que es el mal.

La cuaresma es todo un camino de cuarenta días hasta la Pascua, y en este camino, la Iglesia nos va a estar recordando constantemente la necesidad de purificarnos, la necesidad de limpiar nuestro corazón, la necesidad de quitar de nuestro corazón todo aquello que lo aparte de Dios N. S. La Cuaresma es un período que nos va a obligar a cuestionarnos para saber si en nuestro corazón hay algo que nos está apartando de Dios Nuestro Señor. Esto podría ser un problema muy serio para nosotros, porque es como quien tiene una enfermedad y no sabe que la tiene. Es malo tener una enfermedad, pero es peor no saber que la tenemos, sobre todo cuando puede ser curada, sobre todo cuando esta enfermedad puede ser quitada del alma.

Qué tremendo problema es estar conviviendo con una dificultad en el corazón y tenerla perfectamente tapada para no verla. Es una inquietud que sin embargo la Iglesia nos invita a considerar y lo hace a través de la Cuaresma. Durante estos cuarenta días, cuando leemos el Evangelio de cada día o cuando vayamos a Misa los domingos, nos daremos cuenta de cómo la Biblia está constantemente insistiendo sobre este tema: “Purificar el corazón, examinar el alma, acercarse a Dios, estar más pegado a Él. Todo esto, en el fondo, es darse cuenta de quién es Dios y quién somos nosotros.

Por otro lado, el hecho de que el sacerdote nos ponga la ceniza, no es simplemente una especie de rito mágico para empezar la Cuaresma. La ceniza tiene un sentido: significa una vida que ya no existe, una vida muerta. También tiene un sentido penitencial, quizá en nuestra época mucho menos, pero en la antigüedad, cuando se quería indicar que alguien estaba haciendo penitencia, se cubría de ceniza para indicar una mayor tristeza, una mayor precariedad en la propia forma de existir.

Preguntémonos, si hay en nuestra alma algo que nos aparte de Dios. ¿Qué es lo que no nos permite estar cerca de Dios y que todavía no descubrimos? ¿Qué es lo que hay en nosotros que nos impide darnos totalmente a Dios Nuestro Señor, no solamente como una especie de interés purificatorio personal, sino sobre todo por la tremenda repercusión que nuestra cercanía a Dios tiene en todos los que nos rodean?. Solamente cuando nos damos cuenta de lo que significa estar cerca de Dios, empezaremos a pensar lo que significa estar cerca de Dios para los que están con nosotros, para los que viven con nosotros. ¿Cómo queremos hacer felices a los que más cerca tenemos si no nos acercamos a la fuente de al felicidad? ¿Cómo queremos hacer felices a aquellos que están más cerca de nuestro corazón si no los traemos y los ayudamos a encontrarse con lo que es la auténtica felicidad?.

Qué difícil es beber donde no hay agua, qué difícil es ver donde no hay luz. Si a mí, Dios me da la posibilidad de tener agua y tener luz, ¿solamente yo voy a beber? ¿Solamente yo voy a disfrutar de la luz?. Sería un tremendo egoísmo de mi parte. Por eso en este camino de Cuaresma vamos a empezar a preguntarnos: ¿Qué es lo que Dios quiere de mí? ¿Qué es lo qué Dios exige de mí? ¿Qué es lo que Dios quiere darme? ¿Cómo me quiere amar Dios?, para que en este camino nos convirtamos, para aquellas personas que nos rodean, en fuente de luz y también puedan llegar a encontrarse con Dios Nuestro Señor.

Ojalá que hagamos de esta Cuaresma una especie de viaje a nuestro corazón para irnos encontrando con nosotros mismos, para irnos descubriendo nosotros mismos, para ir depositando esa ceniza espiritual sobre nuestro corazón de manera que con ella vayamos nosotros cubriéndonos interiormente y podamos ver qué es lo que nos aparta de Dios.

La ceniza que nos habla de la caducidad, que nos habla de que todo se acaba, nos enseña a dar valor auténtico a las cosas. Cuando uno empieza a carecer de algunas cosas, empieza a valorar lo que son los amigos, lo que es la familia, lo que significa la cercanía de alguien que nos quiere. Así también tenemos que hacer nosotros, vamos a ir en ese viaje a nuestro corazón para que, valorando lo que tenemos dentro, nos demos cuenta de cuanto podemos dar a los que están con nosotros.

Este es el sentido de ponerse ceniza sobre nuestras cabezas: el inicio de un preguntarnos, a través de toda la Cuaresma, qué es lo que quiere Dios para nosotros; el inicio de un preguntarnos qué es lo que el Señor nos va a pedir y sobre todo, lo más importante, qué es lo que nosotros vamos a podré dar a los demás. De esta manera, vamos a encontrarnos verdaderamente con lo más maravilloso que una persona puede encontrar en su interior: la capacidad de darse.

Recorramos así el camino de nuestra Cuaresma, en nuestro ambiente, en nuestra familia, en nuestra sociedad, en nuestro trabajo, en nuestras conversaciones. Buscar el interior para que en todo momento podamos encontrarnos en el corazón, no con nosotros mismos, porque sería una especie de egoísmo personal, sino con Nuestro Padre Dios; con Aquél que nos ama en el corazón, en lo más intimo, en lo más profundo de nosotros.

Que el bajar al corazón en esta Cuaresma sea el inicio de un camino que todos nosotros hagamos, no solamente en este tiempo, sino todos los días de nuestra vida para irnos encontrando cada día con el Único que da explicación a todo. Que la Eucaristía sea para nosotros ayuda, fortaleza, luz, consuelo porque posiblemente cuando entremos en nuestro corazón, vamos a encontrar cosas que no nos gusten y podríamos desanimarnos. Hay que recordar que no estamos solos. Que no vamos solos en este viaje al corazón sino que Dios viene con nosotros. Más aún, Dios se ofrece por nosotros, en la Eucaristía, para nuestra salvación, para manifestarnos su amor y para darse en su Cuerpo y en su Sangre por todos nosotros.


25. 12 de Febrero - 300. Salvar lo perdido

I. Los fariseos se escandalizan al ver a Jesús sentado a la mesa con gran número de recaudadores y otros, y preguntan a sus discípulos: ¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores? Jesús replicó a los fariseos con estas consoladoras palabras: No necesitan de médico lo sanos, sino los enfermos. No he venido llamar a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan (Lucas 5, 31-32). Jesús viene a ofrecer su reino a todos los hombres, su misión es universal: viene para todos, pues todos andamos enfermos y somos pecadores; nadie es bueno, sino uno, Dios (Marcos 10, 18). Todos debemos acudir a la misericordia y al perdón de Dios para tener vida (Juan 10,
28) y alcanzar la salvación. Las palabras del Señor que se nos presenta como Médico nos mueven a pedir perdón con humildad y confianza por nuestros pecados y también por los de aquellas personas que parecen querer seguir viviendo alejadas de Dios.

II. Cristo es el remedio de nuestros males: todos andamos un poco enfermos y por eso tenemos necesidad de Cristo. Debemos ir a Él como el enfermo va al médico, diciendo la verdad de lo que le pasa, con deseos de curarse. Señor, si quieres, puedes curarme (Mateo 8, 2). Unas veces, el Señor actuará directamente en nuestra alma: Quiero, sé limpio (Mateo 8, 3), sigue adelante, sé más humilde, no te preocupes. En otras ocasiones, siempre que haya pecado grave, el Señor dice: Id y mostraos a los sacerdotes (Lucas 17, 14), al sacramento de la penitencia, donde el alma encuentra siempre la medicina oportuna. Contamos siempre con el aliento y la ayuda del Señor para volver y recomenzar.

III. Si alguna vez nos sintiéramos especialmente desanimados por alguna enfermedad espiritual que nos pareciera incurable, no olvidemos estas palabras consoladoras de Jesús: Los sanos no necesitan médico, sino los enfermos. Todo tiene remedio. Él está siempre muy cerca de nosotros, pero especialmente en esos momentos, por muy grande que haya sido la falta, aunque sean muchas las miserias. Basta ser sincero de verdad. No lo olvidemos tampoco si alguna vez en nuestro apostolado personal nos pareciera que alguien tiene una enfermedad del alma sin aparente solución. Sí la hay; siempre. Quizá el Señor espera de nosotros más oración y mortificación, más comprensión y cariño. Muchos de los que estaban con Jesús en aquel banquete se sentirían acogidos y comprendidos y se convertirían a Él de todo corazón. No lo olvidemos en nuestro apostolado personal.

Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra. Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre


26.

Después de esto, salió y vio a un publicano de nombre Leví, sentado en el telonio y le dijo: Sígueme. Y dejadas todas las cosas se levantó y le siguió. Y Leví preparó en su casa un gran banquete para él; había un gran número de publicanos y de otros que le acompañaban a la mesa. Y murmuraban los fariseos y sus escribas y decían a los discípulos de Jesús: ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores? Y respondiendo Jesús, les dijo: No tienen necesidad de médico los que están sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a la penitencia (Lc 5, 27-32)

I. Jesús, Tú has venido a buscar a los pecadores -a mí- para llamarlos a la penitencia. Y has querido que esa penitencia se consiga a través de tu Iglesia: A quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos (1). Tú has establecido un procedimiento concreto para pedir el perdón de los pecados: el sacramento de la Penitencia, también llamado sacramento de la Reconciliación o de la Confesión. A través de tus ministros los sacerdotes, me curas y me limpias; y además me das una gracia especial para no volver a fallar en aquello de lo que me confieso.

Jesús, durante el tiempo de Cuaresma me recuerdas que he de aprovechar mucho más el sacramento de la penitencia. ¿Con qué frecuencia lo recibo? ¿De qué cosas me confieso? Si solo me confieso de vez en cuando, puede ocurrir que pooco a poco ese "de vez en cuando" se vaya alargando. Porque esta medida de tiempo es muy elástica. Si sólo me confieso "cuando lo necesito" -es decir cuando tengo pecados mortales- entonces llegaré a pensar que la confesión sólo sirve para los pecados mortales. Y el catecismo me recuerda que sin ser estrictamente necesaria, la confesión de los pecados veniales se recomienda vivamente por la Iglesia. En efecto, la confesión habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu(2).

El tiempo de Cuaresma me invita sacarle un mayor rendimiento a la confesión. Un propósito aconsejable es intentar confesarme cada semana -o cada quince días- en un día concreto. Y al confesarme con regularidad, aunque no haya cometido pecados graves _que con la gracia de Dios será lo habitual-, descubriré en el examen de conciencia faltas más pequeñas: cosas que he hecho mal, o que podría haber hecho mejor si hubiera puesto algo más de esfuerzo. De esta manera, el sacramento de la penitencia me ayuda no sólo a purificarm de mis pcados, sino a ir afinando cada vez más mi amor a Ti.

II. No podía ser más sencilla la manera de llamar Jesús a los primeros doce: "ven y sígueme". Para Tí, que buscas tantas excusas con el fin de no continuar esta tarea, se acomoda como el guante a la mano la consideración de que muy pobre era la ciencia humana de aquellos primeros; y, sin embargo, ¡´cómo removieron a quienes les escuchaban! -No me lo olvides: la labor la sigue haciendo Él, a través de cada uno de
nosotros" (3).

Jesús, como a leví, más conocido con el nombre de San Mateo, el evangelista, Tú sigues llamando a la gente y les dices: ven y sígueme. Los llamas en su lugar de trabajo, en sus circunstancias habituales: Mateo estaba sentado en el telonio, la mesa de recaudador de impuestos. Y dejadas todas las cosas se levantó y le siguió. Aunque han pasado veinte siglos desde que llamaste a Mateo, ¡qué poca gente aún entiende esta llamada a la santidad en medio del trabajo! Yo, veo que debo hacer más pero... ¡valgo tan poco!

La Virgen se sentía la esclava del Señor; sin embargo, dijo que sí a la llamada de Dios. Madre, que me deje de una vez de tantas excusas: si valgo, si no valgo, si puedo, si no puedo. La labor la sigue haciendo Él, a través de cada uno de nosotros. Si te sigo de verdad, Jesús, Tú pondrás el resto. __________

Notas

1. Jn 20, 23.
2. Catecismo, 1458.
3. Surco, 189.

Meditación extraída de la colección “Una cita con Dios”, Tomo II, Cuaresma por Pablo Cardona.


27. Vocación de Leví

Fuente: Catholic.net
Autor: José Noé Patiño

Reflexión:

Seguramente muchos de los amigos de Leví, no cabrían en su asombro al saber de lo que estaba pasando. Leví, el publicano, ofrecía un banquete de despedida porque iba a dejar todo lo que tenía, para seguir a un rabí llamado Jesús y que no tenía dónde reposar la cabeza.

La decisión la había tomado en la mañana, cuando, quién sabe por qué, Jesús había pasado por la recaudación de impuestos y le había invitado a seguirle. “Ven y sígueme”, eso es todo lo que nos dice el evangelio. No sabemos si ya lo conocía, si le había oído en alguna ocasión..., nada, tan sólo que dejándolo todo lo siguió.

Eran muchas las cosas que Leví debía dejar abandonadas en el baúl de los recuerdos para siempre. Pero Leví no puso cara de camello triste, quejándose y lamentándose, de por qué le había tocado a él. Al contrario de todas las expectativas, organiza una fiesta.

Cuánto tenemos que aprender de Leví. Él sí se dio cuenta de que nada en la vida, ni placeres, ni riquezas, ni nada de nada, podían compararse con el Tesoro que había encontrado. Y como buen recaudador supo venderlo todo para adquirir una ganancia infinitamente mayor. Que en esta Cuaresma también nos encontremos nosotros con Cristo y sepamos dejarlo todo para seguir al único por el que vale la pena dejarlo todo: un rabí llamado Jesús.


28.

Sábado 12 de Febrero de 2005
Temas de las lecturas: Cuando compartas tu pan con el hambriento, brillará tu luz en las tinieblas * No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.

1. Confianza, obediencia y conversión
1.1 La primera lectura nos ofrece una descripción de acciones típicas y propias de la conversión. La idea es: reemplaza tus obras malas por obras buenas. Y lo primero que nos llama la atención es esto, que la conversión se describe en términos de "obras" y no en términos, por ejemplo, de afectos, propósitos, sentimientos, resoluciones, ideas claras, conceptos diferentes, o lo que sea. Convertirse es aquí: obrar de otro modo.

1.2 Esto es importante subrayarlo porque nuestra sociedad y nuestro tiempo estiman que la vida sólo se reforma bajo premisa de presentar un nuevo proyecto y que es la aceptación de esa nueva versión de mi "yo" la que abre la posibilidad de que yo mismo llegue a ser distinto. De este modo, el yo conserva siempre el control sobre todas las versiones de sí mismo, y en el fondo no cambia: no se convierte.

1.3 Así entendemos que toda conversión supone dos cosas: un acto de confianza, por el que entregamos el control del proceso de cambio a Otro, es decir, a Dios; y un acto de obediencia, por el que nos dejamos moldear y rehacer en sus manos. La confianza nos abre a una escucha profunda y sincera; la obediencia nos lleva a realizar aquellos actos concretos que van dando un perfil a nuestra vida.

2. La importancia del sábado
2.1 Para nuestra mentalidad puede sonar extraño el requerimiento del profeta en la primera lectura: "Si observas el descanso del sábado y no haces negocios en mi día santo; si consideras al sábado tu delicia y lo consagras a la gloria del Señor; si lo honras absteniéndote de viajes y evitas hacer negocios y contratos, entonces el Señor será tu delicia. Te encumbraré en medio del país y disfrutarás de la herencia de tu antepasado Jacob." Lo menos que uno se pregunta es: ¿por qué es tan importante el sábado?

2.2 Hay unas reflexiones del Papa Juan Pablo II en su Carta Apostólica "Dies Domini" que nos enseñan sobre el valor del descanso ante Dios y en Dios, como una alternativa liberadora a una sociedad que se debate entre el agotamiento activista y el ocio cargado de pecado. Escuchemos al Sumo Pontífice en algunos textos tomados de esta Carta, números 14 al 17.

2.3 El día del descanso es tal ante todo porque es el día "bendecido" y "santificado" por Dios, o sea, separado de los otros días para ser, entre todos, el "día del Señor". Para comprender plenamente el sentido de esta "santificación" del sábado, en la primera narración bíblica de la creación, conviene mirar el conjunto del texto del cual emerge claramente como cada realidad está orientada, sin excepciones, hacia Dios. El tiempo y el espacio le pertenecen. Él no es el Dios de un solo día, sino el Dios de todos los días del hombre.

2.4 En realidad, toda la vida del hombre y todo su tiempo deben ser vividos como alabanza y agradecimiento al Creador. Pero la relación del hombre con Dios necesita también momentos de oración explícita, en los que dicha relación se convierte en diálogo intenso, que implica todas las dimensiones de la persona. El "día del Señor" es, por excelencia, el día de esta relación, en la que el hombre eleva a Dios su canto, haciéndose voz de toda la creación.

2.5 Precisamente por esto es también el día del descanso. La interrupción del ritmo a menudo avasallador de las ocupaciones expresa, con el lenguaje plástico de la "novedad" y del "desapego", el reconocimiento de la dependencia propia y del cosmos respecto a Dios. ¡Todo es de Dios! El día del Señor recalca continuamente este principio. El "sábado" ha sido pues interpretado sugestivamente como un elemento típico de aquella especie de "arquitectura sacra" del tiempo que caracteriza la revelación bíblica. El sábado recuerda que el tiempo y la historia pertenecen a Dios y que el hombre no puede dedicarse a su obra de colaborador del Creador en el mundo sin tomar constantemente conciencia de esta verdad.

3. "Recordar" para "santificar»
3.1 El mandamiento del Decálogo con el que Dios impone la observancia del sábado tiene, en el libro del Éxodo, una formulación característica: "Recuerda el día del sábado para santificarlo" (20,8). Más adelante el texto inspirado da su motivación refiriéndose a la obra de Dios: "Pues en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo el Señor el día del sábado y lo hizo sagrado". Antes de imponer algo que hacer el mandamiento señala algo que recordar. Invita a recordar la obra grande y fundamental de Dios como es la creación. Es un recuerdo que debe animar toda la vida religiosa del hombre, para confluir después en el día en que el hombre es llamado a descansar. El descanso asume así un valor típicamente sagrado: el fiel es invitado a descansar no sólo como Dios ha descansado, sino a descansar en el Señor, refiriendo a él toda la creación, en la alabanza, en la acción de gracias, en la intimidad filial y en la am istad esponsal.

3.2 El tema del "recuerdo" de las maravillas hechas por Dios, en relación con el descanso sabático, se encuentra también en el texto del Deuteronomio (5,12-15), donde el fundamento del precepto se apoya no tanto en la obra de la creación, cuanto en la de la liberación llevada a cabo por Dios en el Éxodo: "Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto y que el Señor tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y tenso brazo; por eso el Señor tu Dios te ha mandado guardar el día del sábado" (Dt 5,15). Esta formulación parece complementaria de la anterior. Consideradas juntas, manifiestan el sentido del "día del Señor" en una perspectiva unitaria de teología de la creación y de la salvación. El contenido del precepto no es pues primariamente una interrupción del trabajo, sino la celebración de las maravillas obradas por Dios.

3.3 En la medida en que este "recuerdo", lleno de agradecimiento y alabanza hacia Dios, está vivo, el descanso del hombre, en el día del Señor, asume también su pleno significado. Con el descanso el hombre entra en la dimensión del "descanso" de Dios y participa del mismo profundamente, haciéndose así capaz de experimentar la emoción de aquel mismo gozo que el Creador experimentó después de la creación viendo "cuanto había hecho, y todo estaba muy bien" (Gn 1,31).

4. Jesucristo, Médico Divino
4.1 Hoy Jesús se ha dado el título de "médico". ¡Qué buena noticia para los que reconocemos nuestras dolencias!

4.2 Miremos las actitudes y el corazón de este médico que en su generosidad, como dice Santa Catalina de Siena, llegó a beber la amarga medicina que el enfermo ya no podía recibir en su maltrecha humanidad. Por eso se acerca piadoso al pecador y con la cercanía de su trato y conversación va destruyendo los prejuicios y temores que encierran con su tiranía al que se sabe culpable.

4.3 Observemos en el evangelio de hoy a quien llama Jesús "enfermo" : es un hombre cruel y tirano que con la opresión de los impuestos cobrados a nombre del Imperio Romano va haciendo su propia fortuna. Es un opresor, y Jesús lo llama "enfermo". No quiere destruirlo sino reconstruirlo. No quiere devastarlo sino levantarlo. Jesús sabe bien, y quiere que nosotros sepamos, que la primera víctima de la crueldad o de la opresión es el mismo cruel opresor, y por eso le trata de "enfermo". Nos resulta fácil compadecernos de un anciano desvalido o de un niño abandonado, pero la verdadera caridad descubre al enfermo aunque lo encuentre con alientos para hacer daño a otros. ¡Bendito amor que en esta cuaresma ha de movernos a entregarnos a nuestro Médico y a entender que su caridad desborda nuestros juicios miopes!