Amor
de Ti nos quema, blanco cuerpo; amor
que es hambre, amor de las entrañas; hambre
de la Palabra creadora que
se hizo carne; fiero amor de vida que
no se sacia con abrazos, besos, ni
con enlace conyugal alguno. Sólo
comerte nos apaga el ansia, pan
de inmortalidad, carne divina. Nuestro
amor entrañado, amor hecho hambre, ¡oh
Cordero de Dios!, manjar te quiere; quiere
saber sabor de tus redaños, comer
tu corazón, y que su pulpa como
maná celeste se derrita sobre
el ardor de nuestra seca lengua: que
no es gozar en Ti; es hacerte nuestro, carne
de nuestra carne, y tus dolores pasar
para vivir muerte de vida. Y
tus brazos abriendo como en muestra de
entregarte amoroso, nos repites: «Venid,
comed, tomad: éste es mi cuerpo!» ¡Carne
de Dios Verbo encarnado encarna nuestra
divina hambre carnal de Ti! Miguel
de Unamuno El
Cristo de Velázquez (1920)
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