EL EVANGELIO DE HOY
P. Rufino Mª Grández, ofmcap.

  

Solemnidad de la Santísima Trinidad


1

Misterio original, final misterio


Este himno tiene la misma cadencia en todas las estrofas: ¡Oh santa Trinidad! Todo cuanto en él se expresa no es sino la efusión de la esta exclamación de amor.

Cuando concientizamos la realidad del soberano misterio que creemos y que llevamos en lo más sustancial de nosotros mismos, por encima de todo salvemos el ser personal de Dios. Jamás adoremos una idea. Dios es persona. Dios es ternura…, Dios es el Tú de todas mis palabras. Si Dios no fuera persona, tampoco yo lo sería. Sería… ¡oh aberración!, ¿cómo voy a pensar lo que sería, si no sería absolutamente nada?

Dios es Persona, el Padre es Persona, el Hijo es Persona, el Espíritu Santo es Persona. Y esto en unidad inefable, como confiesan aquí en Oriente (en Jerusalén) los cristianos al hacer la señal de la Cruz: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, un solo Dios. Amén”.

Quedamos envueltos en un misterio personal que nos penetra y nos transciende. Cantamos, pues, al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, sirviéndonos de nuestros humanismos de relación de persona a persona. Cantamos la dulzura que es poder descansar en el regazo del Padre; cantamos la belleza del rostro del Verbo, nuestro Hermano, aquel por quien somos hijos: cantamos al Espíritu Santo, persona terminal, en quien la Santísima Trinidad alcanza su exhaustividad y se revela a nosotros como deleite y amor.

En la doxología adoramos y hacemos un tránsito a las moradas celestes. Amén.


Misterio original, final misterio,
misterio personal que nos cobija,
oh diálogo de amor, jamás callado,
eterno Dios, oh Dios de toda vida,
¡oh santa Trinidad!

Oh Padre…, Padre…, Padre de los cielos,
feliz quien te pronuncia, quien te mira,
y al lado de tu Hijo, en tu regazo,
se sabe tuyo y siente tu caricia,
¡oh santa Trinidad!

Oh Hijo, igual al Padre, Hermano santo,
belleza y resplandor de su sonrisa,
oh Verbo, Redentor con sangre humana,
del Padre el corazón y la medida,
¡oh santa Trinidad!

Oh Espíritu, corona del secreto,
ultimidad donada, gracia viva,
deleite sustancial en Dios persona,
amor que todo invade y santifica,
¡oh santa Trinidad!

Oh amable Trinidad que nos creaste
y a verte cara a cara nos destinas,
descubre tu presencia a nuestros ojos
y en tu unidad reúne a tu familia,
¡oh santa Trinidad!

Oh Dios en quien vivimos, te alabamos,
oh sumo Dios, mayor que toda dicha,
oh santa Trinidad, festín celeste,
divinas Tres Personas, oh delicia,
¡oh santa Trinidad!


Jerusalén, en las I Vísperas de la solemnidad de la Santísima Trinidad,
14 mayo 1986.

 


 

2

Divinas Tres Personas que sois Uno


Escribió Duns Scoto, hoy Beato Juan Duns Scoto: Deus vult alios habere condiligentes, “Dios quiere tener a otros coamadores”, a otros interlocutores en la esencia del amor. ¡Como si él no se bastara a sí mismo para la plenitud del amor y necesitara prodigar en el débil, el hombre, la fuerza expansiva de su bondad, y hallar, de su parte, una respuesta de amor en el hombre...! Es que de hecho Dios es Dios encarnado, aceptando y queriendo al hombre, por el Hijo, como el otro en el amor... Y esto, verificado en el tiempo, fue en él un designio eterno. ¿Es que este amor al hombre pertenece a su configuración divina, a su pura esencia, siendo intrínseca a su ser...?

Nos perdemos en el misterio. De hecho la Encarnación es una realidad, y siendo realidad de Dios cumplida, es en él simultáneamente pensamiento eterno.

El Dios de amor, narrado en la Encarnación, es la base de cuanto podemos hablar nosotros de la Trinidad. Nos situamos en esta perspectiva para cantar el misterio adorable de Dios trino, que empieza a manifestarse en el instante mismo de la creación y culmina en el Hijo muerto y coronado que puso en evidencia la divinidad del Padre, la divinidad del Espíritu y la suya propia.

Y la gracia, el don divino, es que somos invitados a entrar en esta órbita trinitaria.

La Trinidad ha quedado para el creyente cristiano ¡sólo para él) como vestigio en la creación; pero Dios está más presente donde está el hombre, que lleva impresa la imagen de la Trinidad. Y Jesús, en la Última Cena, nos introduce en esa intimidad personal que se va a dar en el corazón del cristiano, invitado a compartir, en su propia morada, la intimida de del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

A Dios sea la gloria, por Jesucristo, el mensajero, dulce Hermano.



Divinas Tres Personas que sois Uno,
coloquio vivo nunca terminado,
a vuestra mesa y dulce intimidad
por gracia de hijos somos invitados.

Oh Dios, que eternamente así quisiste,
tener a quien amar y verte amado,
y al débil, tu delicia, lo formaste,
mendigo tú de amor, oh Dios sobrado.

Divinas Tres Personas, cuya historia,
de adentro afuera irradia en un abrazo,
testigo fue el primer Adán viviente
y más el Hijo muerto y coronado.

Divinas Tres Personas, cuyas huellas
en cielo, mar y tierra se quedaron,
al hombre para amar lo reservasteis
dejando en el amor vuestro retrato.

Divinas Tres Personas en el alma,
los Tres por el bautismo en mí morando,
el cielo está conmigo, aquí palpita,
oh Dios a quien adoro y a quien amo.

¡Oh santa Trinidad, oh fuente abierta
de toda vida y todo bien soñado,
al Trono ascienda, bella, la alabanza
por Cristo mensajero, dulce Hermano! Amén.


Estella, 10 de junio de 2001
domingo de la Santísima Trinidad.

 


 

3

Es Trinidad


El último capítulo, capítulo VII, del Itinerarium mentis in Deum, dice: Del exceso mental y místico, en el que se da descanso al entendimiento, traspasándose el afecto totalmente a Dios, a causa del exceso. Y en este tránsito ¡con quién nos encontramos? Con el único Dios que existe, la beatísima Trinidad, desde ya nuestro destino.

Y si tratas de averiguar cómo sean estas cosas, pregúntalo a la gracia, pero no a la doctrina; al deseo, pero no al entendimiento; al gemido de la oración, pero no al estudio de la lección; al esposo, pero no al maestro; a la tiniebla, pero no a la claridad; a Dios, pero no al hombre; no a la luz, sino al fuego, que inflama totalmente y traslada a Dios con excesivas unciones y ardentísimos afectos (VII,6).


La inmanencia de mi ser
es Trinidad;
Dios oculto y calcinante
de mi único querer
es Trinidad;
el que en vilo me sostiene
con ansias de más saber
es Trinidad;
el de mis ojos cerrados
el de mi Biblia y mi fe
es Trinidad.
Un gimiente caminante,
rendido de amor y sed,
un humano de esta tierra
que conoció el padecer,
un divino de otro mundo
que vio un vislumbre de aquel:
¡es Trinidad!,
¡es nuestra paz!

Se desharán las ideas
no pasarán el dintel;
se secarán las fontanas,
sin poder dar de beber;
se acabarán los suspiros
ante Quien es El que es:
¡es Trinidad!,
¡es nuestra paz!

El exceso será norma
y la mente embriaguez;
el Espíritu, mi amigo,
el Hijo será mi piel;
y el Padre de las entrañas,
mi sol y mi atardecer:
¡es Trinidad!,
¡es nuestra paz!

Ungidos con santa unción
aspiremos a este Bien;
cointuyamos de acá
lo que presente se ve;
¡oh mi Dios, todo mi Dios,
rompedme en vosotros Tres!:
¡es Trinidad!,
¡es Unidad!,
¡es nuestra paz!,
¡eternidad!

¡Oh Viviente de mi ser,
amén y por siempre amén!
¡Es Trinidad!
¡Identidad!
¡Es nuestra paz!
¡Eternidad!


Cuautitlán Izcalli, 16 julio 2006