EL EVANGELIO DE HOY
P. Rufino Mª Grández, ofmcap.

 

  


Domingo
XXV ciclo C

Lc 16,1-13


Por buscar lo más precioso
(Cántico de comunión)


Centramos nuestra atención en dos versículos de este Evangelio: “…¿quién os confiará los bienes verdaderos? Y si no habéis sido fieles en lo ajeno, ¿quién os dará lo que es vuestro?”.

Nos preguntamos cuáles son los bienes verdaderos del cristiano. No ciertamente las riquezas de este mundo, que son bienes externos y pasajeros. Los bienes verdaderos, los bienes apetecibles, tienen que ser los que pertenecen a nuestra intimidad, bienes que afectan a nuestra identidad, indestructibles, bienes, en suma, que solo Dios puede dar, que nacen de Él.

Y con este pensamiento detenemos nuestra contemplación en la Eucaristía, que es el bien de los bienes, el bien que encierra toda la plenitud de la Iglesia.

No es que el texto apunte de por sí a la Eucaristía, pero, puestos en esta órbita sagrada de los bienes espirituales, sí que puedo yo, fiel cristiano, decir, con la Iglesia, que los bienes verdaderos están en la Eucaristía, que todos ellos, con una palabra, son la Eucaristía.

También Jesús habla de lo ajeno y de lo vuestro, sentencia oscura, como si ocultase un secreto. Lo ajeno – al parecer – es lo externo, lo que no nos pertenece, lo que no cae bajo nuestro dominio; lo vuestro es lo que os pertenece, lo interior. En esta contraposición entre lo ajeno y lo vuestro (es decir, lo nuestro, lo mío) también contemplamos el divino don de la Eucaristía, lo más nuestro de lo nuestro, lo más mío de lo mío.

Se inicia una intimidad que culminará en el banquete celestial.


Estribillo
Por buscar lo más precioso
yo vine a la Eucaristía,
el bien que Dios me confía
como a hijo suyo dichoso.

Estrofas
1. Lo más entrañable y mío
con nada de comparar
es el divino manjar
que viene a mi poderío.
Y muy adentro en mis venas
él conmigo es sacramento:
signo y gracia en alimento,
paz y amor a manos llenas.

2. El corazón es su casa,
la intimidad su morada,
el tiempo no cuenta nada,
cuando él mismo nos traspasa.
Eternidad el instante
de este reloj huidizo,
porque el Dios que el tiempo hizo
es hoy divino y radiante.

3. Este es el bien verdadero,
bien que es mío y no es ajeno,
Jesús vivo, el Nazareno,
el que murió en el madero.
Que es presencia y subsistencia
llenando a su creatura,
amor que nos transfigura
amor de divina esencia.

4. Humilde y sencillo llego,
oh mi Jesús cotidiano,
y pido como cristiano
para comulgar sosiego.
Tú te llegas hasta mí,
abierto de par en par;
que yo sepa igual estar
todo entero para ti.


Puebla, 13 septiembre 2010