EL EVANGELIO DE HOY
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Nos preguntamos cuáles son los bienes verdaderos del cristiano. No ciertamente las riquezas de este mundo, que son bienes externos y pasajeros. Los bienes verdaderos, los bienes apetecibles, tienen que ser los que pertenecen a nuestra intimidad, bienes que afectan a nuestra identidad, indestructibles, bienes, en suma, que solo Dios puede dar, que nacen de Él. Y con este pensamiento detenemos nuestra contemplación en la Eucaristía, que es el bien de los bienes, el bien que encierra toda la plenitud de la Iglesia. No es que el texto apunte de por sí a la Eucaristía, pero, puestos en esta órbita sagrada de los bienes espirituales, sí que puedo yo, fiel cristiano, decir, con la Iglesia, que los bienes verdaderos están en la Eucaristía, que todos ellos, con una palabra, son la Eucaristía. También Jesús habla de lo ajeno y de lo vuestro, sentencia oscura, como si ocultase un secreto. Lo ajeno – al parecer – es lo externo, lo que no nos pertenece, lo que no cae bajo nuestro dominio; lo vuestro es lo que os pertenece, lo interior. En esta contraposición entre lo ajeno y lo vuestro (es decir, lo nuestro, lo mío) también contemplamos el divino don de la Eucaristía, lo más nuestro de lo nuestro, lo más mío de lo mío. Se inicia una intimidad que culminará en el banquete celestial.
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